CAPÍTULO VI
No podía soportar otra muerte. La carga se volvía insostenible, como si el peso de las almas perdidas me aplastara desde adentro. No era capaz de sostenerme, y en mi búsqueda de la verdad, solo encontraba más sombras y eco de lo que había sido.
El cuerpo de la detective yacía en la camilla ensangrentado, mientras el otro cuerpo del otro mundo a mi alrededor se desvanecía, consumido en un silencio sepulcral. El cuerpo era como una flor marchita qué se hubiera quemado de poco a poco, dejando cenizas y un dolor insoportable, pero aún se apreciaba el Volumen del cuerpo, aunque marchito, intacto.
Aún permanecía allí, en el rincón oscuro de la habitación, llorando desconsoladamente por lo que había sido y lo que nunca sería. De repente, la puerta se abrió de par en par. Un médico entró, su mirada recorriendo el escenario del horror. Cuando sus ojos se encontraron con el cuerpo sin vida de la detective, su expresión se transformó en una amalgama de impresión y miedo. Sin pensarlo, salió corriendo, gritando en busca de ayuda, como si el aire mismo se hubiera vuelto venenoso.
Me deslicé hacia un rincón del cuarto, como un espectro atrapado en una realidad que ya no me pertenecía. Ellos no podían verme, pero mis pasos y movimientos resonaban en el espacio, reflejados en un mundo que parecía ignorar mi existencia.
Minutos después, un equipo médico irrumpió en la escena, tomando el cuerpo de la detective con una reverencia casi ritual. Comenzaron su inspección, sus rostros marcados por la seriedad del momento. La policía llegó poco después, escudriñando cada rincón en busca de pruebas, pero todo apuntaba a un callejón sin salida. No había nada que llevara a un desenlace claro, solo un misterio más en la oscuridad de la vida.
La habitación se llenó de murmullos y susurros, pero en medio de todo, yo seguía siendo un eco, un susurro perdido entre las sombras, aguardando el momento en que la verdad saliera a la luz.
-No hay señales de que haya sido un suicidio o un homicidio. La forma de su muerte es extraña, casi surrealista -exclamó el médico forense, su voz temblando ante la incomprensión.
-No sé qué demonios está sucediendo en esta ciudad. Cada caso se convierte en un enigma. Es como si estuviéramos atrapados en un triángulo de las Bermudas; la gente desaparece sin dejar rastro, y no entendemos el cómo, el dónde, ni el por qué -respondió el jefe de la policía, su frustración palpable.
-¿No has indagado más allá de las pruebas forenses y las investigaciones policiales? -preguntó el médico, levantando una ceja, intrigado por la falta de profundidad en la pesquisa.
-No -soltó el jefe de la policía, su mirada fija en el cuerpo de la detective, como si buscara respuestas en su inerte figura. Entonces, el silencio fue roto-. Aunque la detective me habló de... ¿crees en otras dimensiones?
-¿A qué viene esa pregunta, señor? -inquirió el médico forense, frunciendo el ceño, una chispa de curiosidad brillando en sus ojos.
-Cuando hablé con ella, mencionó a la niña Tribby, esa pequeña de la que todos murmuran, pero de la que nadie tiene certeza. Dijo que aún estaba viva, atrapada en algún lugar que no podemos ver.
-No lo sé, solo investigo cuerpos -respondió el médico, su voz grave-. Pero, curiosamente, siempre he sentido una extraña atracción por lo que hay más allá de este mundo.
-¿Crees que la detective está realmente muerta? -la pregunta flotó en el aire, cargada de una tensión inquietante.
-Ahí está su cuerpo, ¿qué esperas que te responda? -replicó el forense, su tono irónico ocultando una inquietud creciente.
-Pero... ¿y si su espíritu está vagando, intentando comunicarse? -la idea, absurda y aterradora, dejó a ambos hombres en un silencio incómodo.
En ese instante, otro policía irrumpió en la habitación, interrumpiendo la conversación. Yo permanecía en un rincón, escuchando con desesperación, deseando gritarles que estaba allí, que necesitaba ayuda.
-Señor, el joven Mark pidió verlo -anunció el nuevo policía, su voz cortando la tensión.
-Él es nuestra salvación, por ahora -musitó el jefe, antes de salir rápidamente de la sala.
Aún estaba allí, atrapada en un estado de terror. Mis ojos se posaron en el cuerpo de la detective, que empezaba a ser cubierto con una sábana blanca, y luego miré su otro cuerpo, marchito y desvanecido. ¡Algo no encajaba! En su sequedad, noté un leve movimiento... ¡el cuerpo... estaba respirando!
Parpadeé varias veces, intentando asimilar la posibilidad de que no fuera una alucinación. Me acerqué lentamente, con un nudo en el estómago y un ápice de miedo. Al poner mi mano sobre su piel fría, sentí un pulso débil, un latido casi imperceptible que desafiaba a la muerte misma. ¿Estaba realmente con vida?
La realidad se distorsionó ante mí, y la pregunta quemaba en mi mente: si la detective aún respiraba, ¿qué significaba eso para todos nosotros, y más para mi, para esta realidad?
La giré hacia mí. Su cuerpo se asemejaba al de una momia, seco y marchito, como si la vida misma hubiera huido de ella. Un pequeño y sutil sonido resonaba, similar al de un hielo derritiéndose-era ella, su cuerpo atrapado en una agonía silenciosa, pero aún lograba respirar. Mi mente se convirtió en un torbellino, luchando entre el deseo de ayudarla y la necesidad de correr hacia Mark. Dudé varios segundos, atrapada en la indecisión, hasta que la voz de Mark surgió en mi mente, resonando con una urgencia aterradora.
"Rompe... rompe la realidad, rompe esta dimensión".
Fruncí el ceño, incapaz de contener otro grito; mi garganta ardía. "¿Cómo lo hago? Me duele la garganta".
"Si no haces el esfuerzo, nunca llegarás a un acuerdo con la verdad. El reloj gira, el tiempo avanza; si no te mueves, quedarás atrapada en tu pesadilla para siempre".
"Quiero saber más. Ayúdame, Mark. Mark... Mark... Mark".
Su voz se desvaneció en mi mente, dejándome sola con el terror y la confusión. Miré con atención el cadáver; su nuca estaba medio abierta. Fruncí el ceño, observando cada detalle. Tenía que hacerlo. Con temblorosos dedos, logré abrir un poco más su boca, dándome cuenta de que no tenía lengua. Esa falta era un indicio: si la revivía, ella podría verme y ayudarme en este caos. Estábamos en la realidad subconsciente; ella estaba allí en la camilla, pero otra parte de ella estaba aquí conmigo. Es aparte, ese fragmento qué vi cuando la sombra le cortó su lengua.
Me preparé para gritar, aclarando mi garganta con un esfuerzo sobrehumano. En el instante en que solté mi grito, una onda de energía recorrió el lugar, estremeciendo las paredes.
Entre mis gritos, observé con horror cómo el cuerpo de la detective comenzaba a agrietarse, como la tierra erosionada por una sequía. Se abrían sanjas en su piel, revelando un tormento oculto. Aumenté mis gritos, sintiendo que el aire se volvía denso y pesado a mi alrededor, hasta que, de repente, su cuerpo estalló en pedazos.
De entre los fragmentos, surgió nuevamente la detective, soltando un gran suspiro, como si hubiera emergido de las profundidades de un abismo. La mirada en sus ojos era intensa, como si recordara todo lo que había sucedido, y en ese instante, supe que no estaba sola, y con ella, la posibilidad de descubrir lo que se ocultaba en la penumbra.
-¿Me ves? -solté de pronto, el aire tenso entre nosotras.
Ella, atónita, me miró fijamente. En ese instante, vi cómo su piel comenzaba a rejuvenecer, como si el tiempo retrocediera. Las arrugas que marcaban su rostro se desvanecieron lentamente. En la realidad, era una mujer de unos 45 años; en esta dimensión, su rostro se tornó juvenil, como el de una mujer de 30.
Parpadeaba, tratando de asimilar lo que estaba sucediendo, sus ojos fijos en los míos. En el silencio cargado de preguntas no formuladas, abrió la boca para hablar, pero solo emitió un quejido ahogado, como si las palabras estuvieran atrapadas en su garganta.
-¿Si me ves? -repetí, la ansiedad apretando mi pecho.
Ella seguía allí, mirándome, pero al abrir su boca de nuevo, recordé que no tenía lengua. Era imposible comunicarme con ella de forma convencional.
-Vamos, tenemos que irnos de aquí -le dije con urgencia. La ayudé a levantarse del suelo; su cuerpo estaba completamente desnudo. Rápidamente, tomé unas sábanas de un estante cercano y cubrí su figura temblorosa y sudorosa.
Ella obedeció, pero su rostro reflejaba miedo y una profunda curiosidad por la verdad. Abrimos la puerta y, al salir, se detuvo, mirando el pasillo repleto de personas. Se cubrió aún más, avergonzada por la posibilidad de ser vista.
-Tranquila, aquí nadie nos ve. Estamos en una dimensión subconsciente. Es una realidad mezclada con otra ajena. No entiendo del todo lo que está pasando, pero solo confía en mí.
Me observó con una mezcla de curiosidad y desconfianza, pero finalmente asintió. Cruzamos el pasillo, que estaba repleto de pacientes, heridos y enfermeras que atendían a los desolados. La escena era inquietante; la visión de tantos heridos, cada uno atrapado en su propio sufrimiento, me hizo sentir que estábamos en un lugar más oscuro de lo que imaginaba.
Mientras avanzábamos, la presión aumentaba. Sabía que cada paso que dábamos nos acercaba a una verdad escalofriante, y que el tiempo se estaba agotando. ¿Qué secretos ocultaba este lugar? ¿Y qué pasaría si no encontrábamos la salida? La incertidumbre me envolvía como una niebla opresiva, y en el fondo, temía que la respuesta a nuestras preguntas pudiera ser más aterradora de lo que jamás había imaginado.
Salimos del hospital con una urgencia palpable. Rompí el vidrio de un auto y lo robé; no tenía otra opción. La detective me siguió, y nos dirigimos a la estación de policía en busca de Mark.
Durante el trayecto, evité cruzar miradas con ella y no le dirigí la palabra. Hablar era inútil; no había nada que pudiera decir que obtuviera una respuesta y as sim el musculo más importante para hacer el habla.
Nos detuvimos en un semáforo en rojo. En el silencio tenso del momento, vi cómo ella empañaba el vidrio con su aliento, y, con un dedo tembloroso, comenzó a escribir.
"Mark no está en la estación, está en el penal de menores."
Leí las palabras con atención, frunciendo el ceño mientras la miraba con creciente curiosidad.
-¿La ubicación? -pregunté de inmediato, la ansiedad pulsando en mis venas.
Con rapidez, ella buscó en la pantalla del auto, trazando un mapa con movimientos precisos. Luego, volvió a empañar el vidrio y escribió:
"¡Vamos ya!"
El semáforo se puso en verde y aceleré, dejando atrás la mirada atónita de los transeúntes y otros vehículos que no podían ver que solo éramos nosotras dos en el auto.
No tardamos en llegar al penal de menores de la ciudad. La fachada desgastada del edificio irradiaba un pánico terrible. Mi mente se llenó de inquietud. La preocupación no era cómo entrar sin ser vista; sabíamos que éramos invisibles en esta dimensión. El verdadero problema era: ¿cómo demonios íbamos a encontrar a Mark entre tanta multitud? Pero entonces recordé que la detective estaba conmigo, y ella podía saber.
-¿Sabes en qué celda o habitación tienen a Mark? -solté, la voz temblando por la tensión.
Ella asintió, y cruzamos las puertas. Pensé que el lugar estaría lleno de presos, guardias o vigilantes, pero no. No había nadie. El silencio era sepulcral, erizando la piel y llenando el aire con una ansiedad abrumadora. Miramos hacia el área de recepción, pero estaba desierta. Todo parecía extraño, incluso la detective observaba, desconcertada.
Al cruzar otra puerta hacia el área del jardín que daba acceso a las celdas, nos quedamos inmóviles, petrificadas ante lo que veíamos.
Por todo el patio había cuerpos esparcidos, sin vida, decapitados y mutilados de formas grotescas. Sus ojos eran blancos, vacíos, desprovistos de color, un blanco que helaba la sangre. La detective me miró, y, con un apretón firme, me tomó de la mano, llevándome a una oficina hecha un desastre. Todo estaba tirado por el suelo, como si un huracán hubiera arrasado con todo.
Entre las gavetas, ella rebuscó y sacó un arma junto con municiones. A su señal, me puse detrás de ella, preparada para cubrirme de lo que sea que hubiera causado esta carnicería... y, lo más importante, ¿dónde estaba Mark?
-Mark, tenemos que ir por él. Es una pieza faltante de mi vida-solté, la desesperación retumbando en mi cabeza como un caos incontrolable.
Ella me sujetó con fuerza, impidiendo que saliera corriendo. Lo que había provocado todo esto no era un simple preso, criminal o humano. Mi respiración se calmó, y continuamos avanzando con cautela, cada paso resonando en el silencio opresivo del lugar, mientras el sentido de peligro se intensificaba a cada instante.
Al entrar a las celdas, el horror se desnudó ante mis ojos: cada pared estaba manchada de sangre y varios cuerpos de reclusos yacían sin vida en el suelo. Las luces parpadeaban, agonizando en un intento por mantenerse encendidas.
Caminábamos en pasos lentos, el silencio era ensordecedor hasta que un llanto desgarrador rompió la tensión. Provenía de una de las celdas del fondo-un llanto profundo de un hombre en desesperación.
La detective cargó su arma, y me hizo una señal para que estuviera alerta. La adrenalina recorría mi cuerpo mientras seguía sus pasos cautelosos, hasta que llegamos a la celda. Allí, entre las sábanas sucias, estaba Mark, tirado en el suelo, llorando. Era él, pero algo no estaba bien.
-Mark, ¿qué ha pasado? -musité, corriendo hacia él.
-Yo lo he hecho -dijo entre sollozos, su voz temblando.
-¿Tú? ¿Tú hiciste esto?
-Él me obligó a hacerlo.
-¿La sombra?
-Sí
-¿Aún sigue aquí?
-Se ha ido, se alimenta cada día más de las dimensiones. Estamos jodidos, Tribby.
-Necesito saber más de ti.
-Tenemos que ocultarnos. Si nos escucha, estamos muertos o atrapados para siempre.
-Vamos. Necesito respuestas sobre mi vida, sobre la tuya. ¿Por qué ustedes me pueden ver? No entiendo nada: ni de dimensiones, ni de realidades, ni de mi maldita vida.
-Salgamos. Ya me has encontrado. No pueden vernos aquí.
En ese instante, el sonido de sirenas policiales resonó en todo el lugar. En cuestión de minutos, guardias entraron, desbordando la celda con una energía amenazante.
No entendía por qué. Se suponía que éramos invisibles ante ellos. Pero en un abrir y cerrar de ojos, nos esposaron como delincuentes, sin razón aparente. La detective solo me miraba, confundida; Mark estaba aterrado, y yo, en trance, miraba el reloj en la pared, cuyas agujas se habían detenido a las 00:00 PM.
A mi alrededor, todo parecía normal. Volví a mirar el reloj y vi cómo las agujas comenzaban a moverse lentamente, mientras la realidad a mi alrededor empezaba a desvanecerse.
Desconcertada, observé de nuevo el reloj y vi cómo la sombra se apoderaba de Mark, como si su cuerpo comenzara a marchitarse. La imagen de la detective se desvanecía, convirtiéndose en cenizas llevadas por el viento, mientras los policías me esposaban y me acusaban.
-Tribby... ¡Tribby!-la voz de Mark resonó en mi mente.
Abrí los ojos aterrada.
-¿Qué... qué sucedió?
-¡Que nos vamos ya! -murmuró Mark, su voz cargada de urgencia.
Todo estaba normal, igual que cuando habíamos entrado. Miré el reloj con curiosidad, que giraba con normalidad, y salimos rápidamente del lugar.
Poco tiempo después, llegamos a una cabaña abandonada, solitaria en un campo alejado de la ciudad.
-¿Quieres saber tu verdad? -preguntó Mark, sus ojos brillando con una mezcla de intriga y preocupación.
-Sí.
Comenzó a abrir todas las ventanas de la cabaña vieja, dejando que la luz solar inundara el espacio. El ambiente se sentía pesado, y el polvo danzaba en los rayos de luz. Buscó varios espejos, iluminando aún más el lugar.
-¿Por qué los espejos? -pregunté, llena de dudas.
-Los espejos son ductos. Te ayudarán a estar en todos los lugares mientras te cuento y tú resuelves los enigmas. Pero, por favor, no te pierdas en ningún placer. La sombra engaña en el lugar más claro.
Fruncí el ceño, llena de incertidumbre. Miré a la detective y luego a Mark, soltando un suspiro resignado.
-Ok. Vamos a hacerlo
-Mientras te hablo, intenta pensar en lo que digo, ¿vale?
-Sí.
-Cierra tus ojos
Cerré los ojos, sintiendo cómo me colocaba un pañuelo sobre la cabeza. En ese instante, todo comenzó a volverse claro ante mí. Los ecos de la verdad y el horror se entrelazaban, y supe que estaba a punto de entrar en un abismo de revelaciones que cambiarían todo lo que creía saber.
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