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Capítulo 3

Abrí los ojos rápidamente al acabar la pesadilla.

Todas las noches era lo mismo; estaba de pie en una habitación oscura y sola, de repente aparece el Señor Tenebroso junto con el resto de mortifagos, quienes forman un circulo dejándome a mí en el centro. El Señor Tenebroso se coloca delante y riéndose empuña su varita frente a mí, convocando varios Crucios. Yo, sintiendo un inmenso dolor, caigo de rodillas e intento gritar del dolor pero ningún sonido sale de mi boca. Voldemort me dice que solo parará hasta que yo se lo pida pero no tengo voz, así que sigo agonizando silenciosamente en el suelo mientras noto millones de cuchillas atravesándome. Sin que la risa cese, el Señor Tenebroso deja de maldecir y me relajo, pero por la puerta dos mortifagos arrastran a un joven dos años más pequeño  y lleno de golpes y moratones. Intento volver a gritar pero esta vez de impotencia. Sé quien es. El sueño termina cuando un rayo verde golpea al Griffyndor en el pecho.

Me incorporo y tras normalizar la respiración me levanto. Al ver que todavía es de noche, decido salir de aquella habitación, cuyas paredes comienzan a agobiarme, y tras colocarme una manta sobre los hombros, salgo de allí.

Al salir por la puerta me cercioro de que el hechizo silenciador que puse anoche en mi habitación para que Draco tampoco oyese mis gritos seguía funcionando. Y así era.

Bajé lentamente los escalones, uno a uno, evitando hacer ruido, pero sin poder evitar que de vez en cuando el sonido de mis pies descalzos contra la piedra resuene. La sala estaba oscura, deshabitada, y apenas pude distinguir donde se encontraban la chimenea y los sofás.

Una vez allí encendí con mi varita la chimenea y unas llamas empezaron a crepitar. Me senté en el sofá negro y agarrándome las piernas cerca del cuerpo, dejé vagar mis pensamientos mientras mis ojos observaban las llamas.

Hace poco más de un año

Su cuerpo estaba inerte en el suelo, sin cualquier signo que pudiese dar a entender que estaba vivo.

Me arrastré hasta llegar a él y me incorporé para poder observarle.

-Devuelvele la voz- escuché que alguien decía, y segundos después noté como la voz volvía a mí.

-¡No!- grité desesperada mientras agarraba su camisa y apoyaba mi frente en la suya. -No me dejes ¡vuelve! Quédate aquí-

La gente a mi alrededor se fue yendo por la puerta hasta dejarme sola junto con su cuerpo sin vida.

-Por favor, vive- le susurraba mientras lágrimas amargas salían de mis ojos.

-Esto es lo que les pasa a los traidores, por muy prisioneros que sean no deben hablar con el enemigo- dijo con voz alegre Bellatrix antes de salir por la puerta.

Me quedé congelada. El tiempo a mi alrededor se paró. Mi mente comenzó a funcionar y a entender el por qué de este horrible castigo.

Habían pensado que él era el traidor, el que pasaba información al bando de Harry Potter solo por ser Griffyndor, o por que interceptaron alguna de las cartas.

Habían pensado que él era el traidor, cuando en realidad lo era yo.

En la actualidad

Las llamas seguían moviéndose con ritmo y dejando salir de vez en cuando algún resto de ceniza.

Cuando regresé a la realidad seguía en la misma postura y nuevas lagrimas surcaban mi rostro, lagrimas silenciosas de las que solo sabían su existencia mi primo y Draco, los únicos que pasaron por la horrible situación de tener que servir al mal en persona en contra de su voluntad.

Hay muchas maneras de obligar a alguien a hacer algo en contra de su voluntad a parte de usar la maldición Imperio. Yo, en mi situación, servía por el simple hecho de intentar proteger a un ser querido que estaba retenido, Blaise, servía por el intento desesperado de intentar salvar a su amada, y Draco, él solo quería impedir el sufrimiento de su madre causado por la cobardía de su padre.

Cargar con una vida querida sobre tu espalda es un enorme carga, pero esta se transforma en la peor pesadilla cuando esa vida se pierde.

-Es muy pronto para que esté alguien despierto- habló Draco, quién también había bajado para despejar sus demonios, al igual que yo, y sentándose a mi lado.

-Tú también eres una persona- dije con sarcasmo. Sonrió débilmente.

-Sé lo del hechizo, el de tu habitación.-

-¿Cómo?-

-Lo he notado al pasar- dijo pasando el brazo tras mi espalda. -No deberías- ahora se puso serio- Si algo te pasa no podría saberlo- dijo con el tono "hermano mayor" que había empezado a adoptar cuando terminó la guerra.

Él, mi primo y yo estábamos solos. Mis padres  habían muerto, al igual que la madre de Draco, y su padre estaba en Azkabán, junto con mis tíos y padres de Blaise. Cuando la guerra terminó fuimos juzgados, pero salió a la luz las razones por las cuales habíamos servido al mal, sin contar con el hecho de que yo había hecho de espía, hechos que ayudaron en la sentencia de nuestra libertad.

-No vayas de santo porque yo también he notado el que hay en tu habitación Draco, y los dos sabemos bien que no es porque haya una seguramente hermosa dama en tu cama- dije ocultando una sonrisa.

Soltó una carcajada y me acercó a él para que pudiera apoyarme en su pecho.

-No, no es por eso- dijo con un gesto de tranquilidad en la cara.

Así estuvimos un largo rato, en silencio y sumergidos cada uno en sus pensamientos hasta que Draco se levantó y se fue a su habitación para intentar dormir. Haciéndome prometer que no me desvelaría.

Quedé sentada en la postura anterior y comencé a cantar en voz baja aquella canción de cuna que recordaba cantarle todas las noches aun en el colegio. Siempre me colaba en su habitación y se la cantaba hasta que se hizo lo suficientemente mayor para simplemente abrazarme hasta que se dormía. Esa canción que me recordaba a él.

-Bonita canción- dijo una voz que no era la de Draco, cuyo dueño se encontraba a los pies de la escalera. No me giré, seguí mirando el fuego.

-Es un recuerdo- dije. Y eso era, tan solo el recuerdo de mis manos arropándole mientras susurraba esa canción.

-Los recuerdos muchas veces nos ayudan a continuar- dijo sentándose en uno de los sillones individuales.

-También son capaces de hundir a las personas Potter, no todo en la vida es de color de rosa- dije fría. No me gustaba que la gente me diera consejos de auto-ayuda, para lamerme las heridas me basto y me sobro.

-No eres la única que ha sufrido, Zabini- dijo mordaz.

-No, eso lo sé. Pero no compares tu "dolor" con el de los demás, porque te encontrarías con que saliste bien parado en esta guerra-

-Eso tú no lo sabes-

Solté una carcajada llena de amargura.

-Sí que lo sé Potter, sé que es el sufrimiento, sé lo que es hacer cosas de las que te arrepentirás hasta incluso después de la muerte, y sobre todo, sé lo que es cargar con la muerte a tus espaladas- mi mirada, en ese momento fría como el hielo, se posó en el ojiverde que me miraba impasivo. -Algunas cosas de las cuales tú no sabes-

-Eso te pasa por...- no le dejé acabar sabiendo por donde iba.

-Recuerda Potter que tu tuviste la gran suerte de que no te vieras obligado a servir al lado equivocado, por mucho que lo aborrezcas- le dije tras levantarme y alejarme para dirigirme a mi habitación.

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