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Capítulo 98

Esta es la segunda parte del capítulo noventa y siete, olvidaos de que ahí pone noventa y ocho. SI NO HABEIS LEÍDO LA PRIMERA PARTE, ID CORRIENDO A LEERLA.

—No —sentencié.

—Ponte los electrodos a ti misma, yo le daré a la palanca.

—No.

—Venga, (t/n).

—He dicho que no.

—No creo que la opinión de un enfermo cuente, así que venga.

Respiré hondo. No iba a ser fácil convencerlo. Me atrevería a decir que era imposible. Pero tenía un plan: si lo entretenía hasta que viniera Keebo, este me ayudaría a obligar a Kokichi a meterse en la cápsula restante. La otra ya no era viable porque le faltaba una batería, pero aún quedaba una que era perfectamente funcional.

—No voy a irme y dejarte aquí —dijo, muy serio—. Vamos, (t/n), entra en la cápsula que queda. No me obligues a meterte a la fuerza, por favor. No quiero hacerte eso, así que colabora un poco.

Mierda, con la poca fuerza que tenían mis músculos por culpa del veneno, iba a ser muy fácil para él meterme a la fuerza en la cápsula. Pero yo jugaba con ventaja; él no sabía colocar los electrodos.

—Voy a decirte una cosa, aunque apuesto a que ya lo sabes —repliqué, tratando de ganar tiempo—. Yo no tengo la misma probabilidad que tú de sobrevivir al chispazo. Me envenenaron. Estoy enferma. Y eso implica que mi cuerpo está más débil de lo normal. Keebo me dijo que mis probabilidades de morir son del sesenta por ciento. ¡Un sesenta por ciento es más de la mitad!

—Me lo imaginaba. ¿Y qué?

—¿Cómo que y qué? ¡Que es una estupidez que me meta yo en la cápsula! Tú tienes más probabilidades de despertar que yo. Tenemos que ser inteligentes. Tú eres el que debe meterse en la cápsula. Es lo que dictan los números.

—Mala suerte para ti, odio la estadística.

«Mala suerte para ti, Keebo estará de acuerdo conmigo»

Quizá yo sola no pudiera obligarlo a meterse en la cápsula, pero eso cambiaria cuando llegara Keebo.

Quise abrir la boca para soltarle una retahíla de palabrotas que había reservado expresamente para este momento, pero me lo impidió el sonido de una avalancha ocurrida muy cerca de nosotros. La madera bajo nuestros pies tembló, haciendo que casi perdiéramos el equilibrio. Por suerte, ninguno de los dos se cayó y nos quedamos mirándonos en silencio durante unos instantes, temiendo una segunda sacudida.

—Eso ha sido muy cerca, ¿verdad? —Tragué saliva.

Kokichi asintió. Quise volver a hablar, pero este levantó un dedo para acallarme. Estaba intentando escuchar algo, pero yo solo oía nuestras respiraciones.

—¿Escuchas eso? —me preguntó al cabo de un rato.

—¿Eso? ¿A qué te refieres? Oh, espera. Creo que ya lo oigo. Sí, es una voz. Espera, me está susurrando algo. Ajá, sí, entendido. ¡Dice que te metas en la cápsula y dejes de hacer el imbécil! Oye, me cae bien esta voz.

Kokichi puso los ojos en blanco y bajó la mano que tenía levantada.

—¿Por qué te sale la vena bromista en los momentos de mayor tensión?

—Porque es un buen método para romperla.

—Me pregunto de quién lo habrás aprendido —dijo, levantando una ceja.

—Desde luego no de un enano gruñón de cabello violeta que le encanta hacerme enfadar.

—¿Esa es la definición que tienes de mí?

—Tengo otras mejores, como pequeño incordio, diablillo inquieto, pesadilla monumental, esqueleto insensible...

—¡Shhh! —me chistó de repente, e hice una mueca, ofendida.

Después de unos segundos de silencio, Kokichi me miró, extrañado.

—Lo he escuchado de nuevo —me dijo.

—¿El qué?

—Creo que viene de arriba.

—Arriba no hay nada, Kokichi. Está el techo.

—Es como un crujido.

—Yo no oigo nada.

—¡Shhh! —Volvió a chistarme mientras levantaba una mano delante de mí.

«Estás jugando con fuego, Kokichi, y como pierda la paciencia te vas a quemar»

—Juro que como vuelvas a mandarme a callar...

Pero paré de hablar al instante porque yo también escuché el crujido.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—Eso es lo que trato de averiguar, pero si no te callas...

Sus palabras fueron ahogadas por un fuerte estrépito. De repente, el crujido se convirtió en un bombardeo. No me dio tiempo a reaccionar. Parte del techo del gimnasio se vino abajo causando un ruido ensordecedor y una polvareda a nuestro alrededor. Entonces escuché que algo se quebraba con fuerza, y el corazón se me aceleró. Intenté alejarme de la avalancha de ladrillos y hormigón, pero la madera bajo mis pies temblaba y trastabillé hacia detrás hasta caer al suelo.

Pensé en Kokichi y estiré mi brazo para buscarlo, pero solo atrapé el aire con la mano, y el polvo no me dejaba ver más allá de mis narices. Me arrastré por el suelo para alejarme del lugar donde estaba ocurriendo el desprendimiento. Mis pulmones no podían transpirar bien con la polvareda, lo que trajo de vuelta aquel doloroso pinchazo en mi pecho.

Mientras me deslizaba por el suelo, un brazo atrapó mi tobillo. Estaba a punto de ponerme a gritar y de mandarle una patada a lo que fuera que me hubiese agarrado. En ese momento estaba tan asustada que en mi mente era posible que un zombie estuviese intentando comerme el cerebro.

Pero ese zombie resultó ser un chico llamado Kokichi, quien, para mi alivio, estaba de una pieza cuando se colocó a mi lado. El derrumbe había cesado, pero el polvo aún no se había disipado, así que apenas podía ver sus facciones. Aun así, sabía que estaba preocupado porque empezó a examinar mis brazos y mi cara en busca de magulladuras.

—¿Estás bien? —preguntó muy deprisa, palmando mis brazos—. ¿Te has hecho daño? ¿Te duele algo?

¿Había dicho ya cuánto me gustaba que se preocupara por mí?

—Estoy bien —lo tranquilicé, pero él no paró de examinar mis manos—. ¿Cómo estás tú?

—Bien, estoy bien. Tienes algunos arañazos en la mano. ¿Estás segura de que estás bien? ¿No te ha saltado ningún trozo de hormigón? Si te duele algo, dímelo. Y si no puedes respirar bien, también dímelo.

¿Había dicho ya cuánto me estresaba que se preocupara por mí en exceso?

—Estoy bien. —Y como no me creía, añadí—: De verdad.

—Joder, qué susto. —Soltó mis manos y se dejó caer a mi lado—. Pensé que te había pillado el derrumbamiento y... Oh, no.

—¿Qué pasa? —El polvo casi se había disipado. Seguí la mirada de Kokichi y entonces entendí su reacción—. Oh, no.

El sonido de que algo se quebraba mientras ocurría el derrumbamiento no me lo había imaginado. Una de las cápsulas que aún no habíamos usado había quedado completamente destruida y, por supuesto, inservible. En concreto, aquella que tenía las cinco baterías intactas, baterías que ahora estaban aplastadas y que no servían para nada más que para jugar al frisbee.

—No puede ser —me escandalicé, y tanto Kokichi como yo nos acercamos para comprobar los daños—. No, no, no, no, ¡no! —me lamenté agachándome enfrente de los escombros—. Está... Está destrozada.

La cápsula había quedado irreconocible: la pintura rosa se había levantado, los cables habían saltado a la otra punta de la habitación, las baterías se habían fundido unas con otras y la cápsula había quedado reducida a cenizas. Lo único que quedaba en pie era la pegatina blanca con forma de teta, y no nos servía para nada.

Tuvimos tan mala suerte que la cápsula de al lado, la que yo había abierto para coger una batería y dársela a Shuichi, había quedado intacta, sin un solo rasguño. Ya se podía haber roto esa. ¡No te fastidie! Habíamos pasado de tener dos cápsulas funcionales a no tener ninguna: una estaba destrozada y a la otra le faltaba una batería. La de Keebo tampoco había sufrido daños, pero, claro, solo era para robots.

—¿Qué hacemos ahora? —pregunté, desesperada.

Aunque ya sabía la respuesta: morir o buscar a Keebo. Este último poco podía hacer para solucionar el problema. Aun así, me gustaba pensar en la segunda opción.

—Largarnos de aquí —declaró Kokichi, agarrando mi muñeca—¿Crees que podrás seguirme el ritmo?

—¿Vamos a buscar a Keebo?

—No, vamos a buscar un lugar seguro donde no nos aplasten los cimientos.

—¿Y Keebo?

—Siento decirte esto, (t/n), pero si Keebo aún no ha aparecido es muy probable que esté muerto

¿Keebo muerto? Imposible, seguramente solo estaba teniendo problemas para distraer al exisal, ¿verdad?

Decirme que Keebo estaba muerto era como decirme que mis esperanzas se habían ido volando a otra dimensión.

—Vámonos de aquí —dijo Kokichi, tirando de mí hacia la salida del gimnasio.

Le eché un vistazo al techo antes de salir y me di cuenta de que estaba lleno de grietas. Por un momento sentí verdadero pánico de que alguna teja cayera encima de las cápsulas donde se encontraban Shuichi, Kaito y Himiko, pero luego recordé que a ellos ya no les podía pasar nada. Si habían sobrevivido, ya estarían en lo que llamábamos el otro lado. Y si no lo habían conseguido... Mierda, prefería no pensar en ello.

Kokichi y yo recorrimos el pasillo lo más rápido que pudimos, o más bien, lo más rápido que me permitieron mis músculos. Él no soltó mi muñeca en ningún momento y se adaptó a mi ritmo de trote. Entre el temblor del suelo provocado por los derrumbes y el ardor de mis pulmones cada vez me costaba más avanzar, y eso no pasó desapercibido para Kokichi.

—¿Puedes seguir? —preguntó, cuando nos paramos en un pasillo medio en ruinas.

Asentí con la cabeza porque no podía hablar. Tenía que tomar grandes bocanadas de aire para poder respirar, creando un silbido bastante molesto.

—Joder, tienes muy mal aspecto —soltó Kokichi, preocupado, apartándome un mechón rebelde de la cara. Estuve a punto de agradecerle el cumplido (con ironía, por supuesto), pero él continuó hablando—: Tenemos que salir de la academia, (t/n). No es seguro quedarse dentro. Todo se está viniendo abajo. No sé cómo vamos a escapar de los exisal, pero primero tenemos que encontrar la forma de salir de aquí.

Cuando terminó de hablar, escuchamos un chasquido muy cerca nuestro. Mis reflejos eran los mismos que los de un anciano de noventa años, así que fui incapaz de reaccionar cuando vi que la pared de hormigón que tenía a mi lado izquierdo se abalanzaba directamente sobre nosotros. No me dio tiempo de pensar en nada más que en la muerte.

Cerré los ojos y contraje el rostro, pero, en lugar de sentir el duro cemento impactando en mi cara, sentí unos brazos rodeándome por la cintura y apartándome deprisa del lugar donde segundos más tarde caería el muro de hormigón. Kokichi me atrajo hacia él con fuerza cuando la polvareda que se levantó nos rodeó. Su mano estaba puesta en mi espalda asegurándose de que permanecía a su lado. No me dio tiempo de agradecérselo por haberme salvado la vida, de inmediato tiró de mí para continuar avanzando por entre los escombros.

Lo que solían ser los pasillos donde se encontraban algunos laboratorios especiales para estudiantes, ahora era una montaña de ladrillos, hormigón, hierro y madera. No había un camino marcado, así que de vez en cuando teníamos que pasar por encima de los escombros. Me di cuenta de que habíamos pasado por encima del laboratorio de Gonta cuando descubrí los cristales de las jaulas y montones de cadáveres de insectos aplastados. Se me revolvieron las entrañas. Kokichi tuvo que tirar de mí para que continuara caminando.

Llegamos a una zona amplia que todavía no había sufrido severos daños. Kokichi me soltó la muñeca y se adelantó un poco para comprobar que no habían exisals por la zona, y cuando quise seguirle el ritmo, tropecé con una tabla de madera suelta y me clavé una astilla en la mano. Solté una fuerte palabrota antes de mirarme la palma y darme cuenta de que estaba sangrando. La herida era pequeña, pero la sangre salía a borbotones.

Entonces me di cuenta de que faltaba algo en mi cuello. Con la caída, la cuerda del collar se había desatado y este había salido rodando hasta la otra punta de la sala. Me puse en pie, olvidándome del daño que me había hecho en la mano, y corrí a coger la llave con la mano buena.

—¿Qué ha pasado? —Kokichi se acercó a mí y me examinó la mano que sangraba—. Mierda, estás sangrando.

—Me he caído y me he clavado una astilla. Estoy bien. La herida es pequeña y no me duele mucho. Parece peor porque sale mucha sangre, pero no es nada, tranquilo.

Él acarició el dorso de mi mano con la yema de su dedo pulgar, y proclamó:

—Vamos, ya estamos cerca de la salida. Es difícil orientarse cuando está todo destruido, pero creo que vamos por buen camino. Me ocuparé de tu herida cuando nos hayamos puesto a cubierto.

Sin embargo, cuando estábamos a punto de continuar el camino, aparecieron dos exisals detrás nuestro. Ambas máquinas hicieron retumbar el suelo con sus bases metálicas y nos miraron desde arriba como si fuésemos simples hormigas que les divertía aplastar. No pasé desapercibido la manera en la que uno de ellos miró mi mano ensangrentada. Se fijo en ella más de lo que debería y luego miró las gotas de sangre que había ido dejando en el suelo.

—¡Vamos! —gritó Kokichi, tirando de mí.

Me había quedado paralizada mirando los exisals y no me había dado cuenta de que Kokichi llevaba unos segundos tirando de mi muñeca. En el momento en el que ambos nos pusimos a correr, los exisals hicieron lo mismo. Nos seguían de cerca dando zancadas que sacudían el suelo. Agarré con fuerza el collar con mi mano buena y cerré la otra para intentar detener el sangrado mientras corría, temiendo ser aplastada por un enorme pie de acero.

Me obligué a mi misma a no pensar en el dolor de mi pecho, pero, cuando ya llevábamos unos minutos huyendo, empecé a toser. Sabía que los exisals nos iban pisando los talones y que no podíamos parar, así que seguí corriendo detrás de Kokichi a duras penas. De vez en cuando él se daba la vuelta para mirarme y animarme a continuar.

Al fondo del pasillo había un muro de hormigón que hacía una especie de puente que conectaba con un agujero en el techo que llevaba al segundo piso.

—Vamos, (t/n), por aquí —me indicó Kokichi, haciendo un gesto con la mano—. Intentaremos distraerlos.

Kokichi no tenía pensado escalar el muro de hormigón para subir al segundo piso, sino que tiró de mi muñeca hacia la derecha y pasamos por un pequeño y delgado arco de piedras que se había formado por culpa del derrumbamiento. Uno de los exisal continuó recto por el pasillo y lo perdimos de vista, pero el otro rompió el arco de piedras, haciéndolas saltar en todas direcciones, y corrió tras nosotros.

Me ahogaba. Sentía una opresión en el pecho que me impedía seguir corriendo. Kokichi se dio cuenta porque volví a toser con fuerza. Me cogió de la muñeca y nos metió en una habitación. Una parte de la pared estaba agrietada y mugrienta, así que con una sola patada Kokichi consiguió abrir un hueco para poder pasar al otro lado. Me dio la mano buena (tuve que cambiar el collar a mi mano ensangrentada) y me ayudó a pasar primero. Justo cuando él terminó de pasar por el agujero para reunirse conmigo, escuchamos que el exisal rompía la entrada de la habitación.

Habíamos ganado algo de tiempo, pero no podíamos confiarnos. Llegamos a una zona amplia con varias columnas que aún no se habían derrumbado. Kokichi tenía intenciones de seguir corriendo, pero yo ya no podía más. Me doblé sobre mi estómago y descargué un ataque de tos. Kokichi corrió a mi lado, me pasó un brazo por los hombros y me condujo hasta una esquina de la sala, donde podíamos escondernos tras una columna. Apoyé la espalda en la pared y traté recuperar el aliento perdido.

—(t/n), no podemos quedarnos aquí —advirtió, mientras vigilaba por si venían más exisals.

—Lo sé. —Tosí, cogí aire y volví a toser—. Por eso quiero que te vayas.

—¿Qué?

—Yo no puedo seguir corriendo, Kokichi —Hice una pausa para tomar una bocanada de aire—. Pero tú si puedes. Vete. Déjame aquí. Solo soy una carga. Correrás más rápido sin mí.

—No voy a dejarte. Creía que te había quedado lo suficientemente claro ya.

En ese momento escuchamos un estruendo dentro de la sala: el exisal que nos seguía había vuelto, y no sólo él, sino que su compañero, el que habíamos perdido de vista hacía rato, también había vuelto. Por suerte, no podían vernos porque estábamos escondidos en una esquina y la columna nos tapaba.

—Mierda, ¿cómo nos han encontrado los dos? —se quejó Kokichi en un susurro.

Miré por el agujero que quedaba entre la columna y la pared y vi que ambos exisal habían empezado a partir en dos todas las columnas que se encontraban en su camino, haciendo que todo a nuestro alrededor temblase. Si seguían así, el techo se nos vendría encima, pero, si salíamos de nuestro escondite, nos perseguirían, y yo no podía correr más.

—Es como si supieran todo el tiempo donde estamos —masculló Kokichi.

Entonces me fijé en el rastro de gotitas de sangre que había ido dejando en el suelo por la herida de mi mano. Había un cúmulo de estas en el sitio donde me había parado a toser. Y entonces lo comprendí.

—Porque saben donde estamos. —Cambié el collar, que se había manchado un poco de sangre, a mi mano buena y le mostré a Kokichi mi herida—. Creo que es la sangre. Tiene que serlo. ¿Recuerdas que Himiko se hizo una herida en la rodilla cuando estaba con Shuichi y Keebo? Tenía sangre. Por eso el exisal no los dejó de perseguir. Quizá tienen una función para olerla o para localizarla a grandes distancias o yo qué sé.

—No me jodas.

—Te tienes que ir, Kokichi.

—No.

—Saben donde estás por mi culpa. Yo los he atraído. Vamos, vete.

—Que no.

—No seas testarudo —dije en voz baja.

De repente, la sala fue sacudida por otro temblor: los exisal habían partido otras dos columnas a la mitad, y se desprendieron del techo pequeños fragmentos de hormigón.

—Tengo una idea —soltó Kokichi.

—¿Qué?

—Pero no sé si te va a gustar.

—No, no me gusta.

—Todavía no la has escuchado.

—Pero sé lo que me vas a decir. Quieres salir como distracción para que yo pueda huir cuando los dos exisals te persigan, ¿no es así?

—Déjame hacerlo, (t/n).

—No.

—Yo puedo distraerlos.

—Tengo una idea mejor —lo interrumpí—. Una que nos va a gustar a los dos.

Kokichi alzó ambas cejas al no esperarse esa respuesta por mi parte y, después de lanzarle una mirada rápida a los exisals para asegurarse de que no se habían acercado a la columna en la que estábamos escondidos, se inclinó hacia mí para escuchar con atención mi plan improvisado.

—¿Estás preparado? —le pregunté, cuando terminé de contárselo todo; los exisals ya se habían acercado demasiado a nosotros y pronto destruirían nuestra columna.

—Lo estoy, pero... ¿Estás segura de esto? Lo perderás si lo hacemos.

—No tenemos otra opción —dije, mirando el colgante ensangrentado—. Me dijeron que era importante, pero, ¿ya qué más da? Mi laboratorio probablemente ya es historia, y si nos matan los exisals ahora, no importará el collar de todas formas. Además, en un lateral de la llave está grabada la frase: «en caso de que lo necesites». Ahora lo necesito.

—Está bien —asintió Kokichi, pasando una mano por mi cabello—. Vamos.

Ambos rodeamos la columna y salimos de nuestro escondite. Los exisals, que estaban a punto de destrozar otra columna, inmediatamente descubrieron nuestra presencia. Kokichi permaneció a mi lado y me hizo un gesto para que me diese prisa. Le eché un último vistazo a la llave que durante tanto tiempo me había acompañado, la encerré en mi puño y la lancé lo más fuerte que pude. El colgante rodó por el suelo hasta colarse por un pequeño agujero y los exisals sin pensárselo dos veces la persiguieron. Destrozaron las tablas de madera y desaparecieron por el subsuelo.

Nuestro plan había funcionado. Tanto la cuerda como la llave estaban cubiertos de sangre por culpa de la herida de mi mano. Como los exisals se dejaban llevar por el olor a esta, no dudaron ni un momento en seguir su recorrido.

—¡Ha funcionado! —exclamó Kokichi con una sonrisa. Se giró hacia mí, puso sus manos en mis mejillas y me dio un corto beso en los labios—. Eres fantástica, ¿lo sabías?

—Yo... —Puse mala cara.

—¿Qué pasa?

—No sé si hice bien tirando la llave.

—Claro que sí. Nos has salvado. Sin esa llave nos habrían perseguido los exisals. Además, tú misma lo dijiste, ya no te sirve para nada. Vamos, tenemos que salir de la academia.

Kokichi me tendió la mano y, cuando se la di, salimos juntos de aquella sala.

Corrimos durante lo que me pareció una eternidad, pero la academia se había vuelto un laberinto por culpa del derrumbe y no encontrábamos la salida por ninguna parte. No había ni un atisbo de luz. Mis esperanzas iban desapareciendo con cada paso que dábamos. Mis pulmones protestaban porque no les daba un descanso, y me lo hacían pagar con continuas toses, respiración ahogada y atragantamientos repentinos.

Intenté aguantar el dolor, pero después de recorrer miles de montañas de escombros, no pude más. Solté la mano de Kokichi y me dejé caer en el suelo de rodillas. Tuve otro ataque de tos, como si hubiera un trozo de comida atascado en mis vías respiratorias que no conseguía expulsar nunca. Era una sensación muy desagradable.

Kokichi se dio la vuelta y se agachó a mi lado.

—(t/n).

Me pasó una mano por la espalda, pero yo no podía parar de toser; llegué a estar a punto de ahogarme porque no podía respirar.

—(t/n), joder. —Kokichi estaba muy asustado. Se lo noté en su tono de voz.

—Me estoy... —Volví a toser. Paré unos segundos y luego tosí otra vez—. Me estoy muriendo...

—No te estás muriendo, (t/n). —Kokichi me pasó una mano por la frente—. Joder, estás ardiendo.

—Vete. —Intenté empujarlo lejos, pero no tenía la fuerza necesaria para ello.

—Vamos, puedo ayudarte a caminar —dijo, intentando levantarme tirando de mi brazo—. Venga, (t/n), ya nos queda poco.

—Llevas diciendo eso durante todo el camino.

Kokichi consiguió ponerme en pie. Pasó mi brazo por detrás de sus hombros y avanzó conmigo a paso lento. Yo prácticamente iba arrastrando los pies.

—Estoy convencido que esta vez lo conseguiremos. La salida está cerca.

—No, Kokichi. —Me paré en seco, obligándolo a él a hacer lo mismo—. No hay ninguna salida.

—¿De qué hablas? Claro que la hay.

—No, no la hay. Aunque consigamos salir de la academia, no podremos escapar de La Tempestad. No podemos escapar de la muerte.

—Ya se nos ocurrirá algo, te lo prometo. Hay que buscar un lugar seguro y...

—Para —sentencié, separándome de él, y casi pierdo el equilibrio—. Para ya.

—No podemos rendirnos ahora, estamos cerca.

—¿Cerca de qué? —Tosí con fuerza—. Si quieres salir y buscar un lugar seguro, puedes hacerlo, pero no conmigo. Ya no. Yo ya no puedo más.

Apoyé la espalda en la pared y me deslicé hasta tocar el suelo. Me llevé un mano al pecho. Los latidos de mi corazón eran muy débiles, apenas podía sentirlos. En cambio, mi respiración estaba agitada. Por más que intentara respirar con fuerza, el aire no llenaba mis pulmones.

—Me he rendido, Kokichi —murmuré con la voz ronca—. Puedes continuar sin mí. Lo siento mucho.

El suelo vibró y se abrió una nueva grieta en la pared, pero ya no me importaba. Pretendía quedarme allí hasta que me matara la enfermedad o el derrumbamiento. No tenía miedo. Ya no. No le temía a la muerte.

—No te disculpes, tonta —dijo él, sentándose a mi lado.

—¿No te irás? —pregunté, mirándolo.

Kokichi soltó un bufido parecido a una risa.

—¿A estas alturas sigues preguntándome esto? Claro que no me voy a ir, (t/n). Mi lugar está aquí, contigo. No voy a dejarte.

Compuse una pequeña sonrisa.

—Te quiero —susurré, apoyando mi cabeza en su hombro.

—Y yo a ti.

Conseguí sonreír a pesar de la situación en la que nos encontrábamos. Kokichi ladeó la cabeza para mirarme e imitó mi gesto, pero al cabo de unos segundos enserió el rostro.

—Estás muy pálida, (t/n).

—No me quedan fuerzas.

—Ven aquí. —Kokichi pasó un brazo por mis hombros y me senté de lado en su regazo, acurrucando la cabeza en su pecho—. Eso es, tranquila.

Cuando Kokichi empezó a acariciar mi cabello con su mano libre, todo nuestro alrededor desapareció para mí. Ya no le prestaba atención a las sacudidas de la pared o los crujidos que venían del suelo, sino a él.

—¿Crees en la vida después de la muerte? —pregunté, cerrando los ojos.

—¿Como en la reencarnación?

Asentí con la cabeza apoyada en su pecho mientras disfrutaba de sus últimas caricias.

—No quiero creer en la reencarnación. No me gusta la idea de volver a vivirlo todo desde cero. Sería una pesadilla, ¿no crees? Volver a estar atrapado nueve meses en una barriga sin una televisión para pasar el rato. Digamos que no es el sueño de mi vida.

Kokichi consiguió sacarme una sonrisa, lo cual era justo su objetivo, porque él también levantó la comisura de sus labios al escucharme reír.

—No me quiero ni imaginar como serías de pequeño. Seguro que eras de los rebeldes que no pisaban las líneas del suelo al caminar.

—Eso no cuenta —protestó—. Era algo personal. Si las pisaba, toda mi familia moría. Solo me atreví a pisarlas cuando cumplí los once, pero en ese entonces lo hice para matar a mi madre y así poder comprarme el último tomo del cómic que me gustaba. Por desgracia, no funcionó.

Solté unas risitas y me acomodé mejor en su pecho; él todavía rodeaba mis hombros con su brazo, y con la otra mano me acariciaba el cabello.

—¿Cómo crees que era yo de pequeña? —murmuré, con una mezcla de tristeza y curiosidad—. Me hubiera gustado saberlo, ¿sabes? Me gustaría recordar mi infancia y reírme de las tonterías que hacía. Recuerdo mi vida falsa, pero, claro, es falsa. Me pregunto cómo era mi yo real.

—Seguro que eras de esas niñas adorables que todo el mundo quería achuchar —se burló, pellizcando mi mejilla.

—¿Por qué crees eso?

—Porque ahora lo eres.

—No soy achuchable.

—Sí que lo eres.

—Si tuviera fuerza para levantar el brazo, ahora mismo tendrías la marca de mi palma en tu mejilla.

—Siempre me olvido de tu lado agresivo —comentó, sonriente, aunque me daba la sensación de que su sonrisa era muy forzada. En realidad, ninguno de los dos estaba contento, pero fingíamos estarlo para que nuestro final no fuera tan malo—. Ahora que lo pienso, creo que tú eras de esos niños que fingían fumar con el vaho de la calle en invierno para sentirse adulta.

—¡No me digas que tú no lo hacías!

—Yo fumaba de verdad.

—Enrollar un trozo de papel y pegártelo a los labios no es fumar, Kokichi.

—¿En serio? He estado viviendo engañado toda mi vida.

—Idiota —me reí.

El sonido de nuestras risas cantarinas se fue apagando poco a poco, mientras que el ruido de los derrumbes se hacía cada vez mayor. La realidad nos golpeó de nuevo. No había escapatoria para nosotros. No temía morir, pero estaba muerta de miedo por si nuestro final era doloroso. Y con doloroso no me refería a lo físico, a eso ya me había acostumbrado, sino a lo mental. Temía ver morir a Kokichi ante mis ojos.

Por eso, murmuré:

—Deberías irte.

—Ya sabes mi respuesta a eso.

Respiré profundo e intenté levantarme de su regazo, pero no pude. Mis músculos no respondían, y eso me asustó.

—Tengo miedo —susurré, después de que en las paredes retumbara el sonido de un avalancha muy cerca nuestra.

—Hablemos de algo —sugirió, envolviéndome en sus brazos—. No quiero que pienses en lo que está pasando. Lo mejor que podemos hacer ahora mismo es distraernos con cualquier cosa.

—¿Como con qué?

—Como hacerte una confesión. —Kokichi apoyó la barbilla encima de mi cabeza y yo lo escuché con atención—. ¿Recuerdas aquel día que hiciste un pastel para celebrar el regreso de Keebo? Bien, yo aparecí en la cocina cuando ya lo estabas acabando, pero lo cierto es que te llevaba siguiendo desde que fuiste al laboratorio de Miu para buscar el aparato de los bombones para Keebo.

—Pervertido.

—¿Qué? ¿Pervertido por qué? Te seguí porque actuabas raro y pensaba que ibas a matar a alguien. Ni se te ocurra pensar que te seguí por otro motivo. ¡No te rías! Me sorprendió mucho que te metieras en la cocina para hacer un pastel.

—¿Lo de robarme el bote de nata también fue porque pensabas que lo utilizaría para ahogar a alguien?

—Tengo que admitir que eso fue para fastidiarte un rato.

—No me había dado cuenta, fíjate.

—Maldito bote de nata... —maldijo Kokichi—. No sé cómo acabé acorralándote en la pared, pero fue muy divertido. Al principio pensé en apartarme rápido para que no te sintieras incómoda, pero no pude hacerlo. Me miraste con esos ojos tuyos irresistibles y solo quise tenerte más cerca.

—¿Qué es eso que se oye? ¿Es el corazón de Kokichi ablandándose?

—No seas mala. Tuve que reunir toda mi fuerza de voluntad para no besarte allí mismo. No sabes lo bien que te olía el pelo y lo suave que estaba tu mejilla cuando te quité la nata. Recuerdo que te estremeciste por mi contacto, y no supe si interpretarlo como una buena o una mala señal. La verdad es que no entendía tus indirectas. Así que simplemente fingí haber hecho todo eso solo para quitarte el bote de las manos.

—¿En serio no entendías mis indirectas? Y pensaba que yo era imbécil.

—Yo que sé, las chicas sois muy raras a veces. Cuando me separé de ti, pusiste mala cara. En serio, te tenías que haber visto, parecía que un autobús acababa de atropellar a tu perro. Pensé que había sido culpa mía, que lo había arruinado todo y te había hecho sentir incómoda.

—Está confirmado, eres imbécil.

—¿Y eso por qué? —gruñó, aunque vi que la comisura de sus labios estaba levantada.

—Porque pensaste que me había sentido incómoda —empecé a decir, arrugando la tela de su camisa con mis manos—, cuando lo que quería era que me besaras.

Kokichi se quedó congelado; con la boca entreabierta y los ojos como platos. Puso la misma cara que pondría alguien al cerrar la puerta de su casa y darse cuenta de que dejó las llaves dentro.

—Mierda —se maldijo—. Si me dices eso, me arrepiento más de no haberlo hecho.

—Puedes hacerlo ahora.

Alcé la mirada y lo pillé sonriendo. Cerré los ojos cuando lo vi acercar su rostro al mío. Primero sentí su aliento acariciar mi nariz y luego sus labios apretándose lentamente contra los míos, como si quisiera que ese momento durase para siempre. Ambos sabíamos que no existía ese para siempre, pero nos besamos como si lo hubiera. Inmortalicé ese instante como si toda mi vida se resumiera a eso: a él acariciando mi mejilla mientras nuestras bocas se enzarzaban en un duelo que hacía vibrar nuestros corazones.

Abrí los ojos lentamente cuando Kokichi dejó de besarme. Su rostro aún estaba cerca de mío. Me encontré atrapada en su mirada: sus ojos relucían de un violeta perfecto alrededor de su pupila dilatada. Supe que eso era lo último que quería ver antes de morir. Nada más. No necesitaba nada más que eso para alcanzar la paz que tanto había estado buscando.

Pero todavía no había hecho las paces con el universo y justo en ese momento quiso cobrar cuentas conmigo. Un poco más arriba de la mirada de Kokichi descubrí una grieta en el techo, que empezó a abrirse paso por el hormigón hasta hacerse de un tamaño aterrador. Ni siquiera me dio tiempo de avisar a Kokichi o de apartarlo, porque el techo se nos vino encima antes de que pudiera entreabrir la boca.

Es extraño, ¿no? Como vivimos para morir. A la gente no le gusta pensar en ello porque les da miedo o porque lo ven muy lejano. Pero lo cierto es que la muerte puede tocar en tu puerta en cualquier momento, y no es hasta que escuchas el timbre que te das cuenta de lo efímera que es la vida. Algunos creen que seguirán vivos en el recuerdo de la gente, pero eso es mentira. Un día los nietos de tus bisnietos se olvidarán de ti. Ni siquiera sabrán de tu existencia. Quedarás en el olvido, como un simple humano que vivió y murió.

Nuestra existencia es tan insignificante como esa mota de polvo en el fondo de tu armario.

Por suerte, no escuché ningún timbre, por lo que di por hecho que la muerte había decidido no tocar en nuestra puerta aún.

Lo que sí escuché fue un fuerte estampido seguido de una pequeña explosión. Al abrir los ojos, alcancé a ver algunos fragmentos de hormigón cayendo alrededor nuestro. Kokichi todavía me tenía en sus brazos y había enterrado su rostro en mi hombro por la conmoción del momento. Al igual que había inclinado su espalda para intentar protegerme del impacto, que nunca llegó. Nos quedamos así unos segundos hasta que pudimos reaccionar.

Él me miró y luego yo lo miré a él. El trozo de techo encima nuestro se había derrumbado, pero a nosotros no nos había golpeado ni una pequeña piedra. Todo el hormigón estaba esparcido en el suelo, formando una especie de círculo alrededor nuestro.

No sabía si el universo se había arrepentido o si había sido simple suerte. Pero en cuanto ladeé mi cabeza para mirar a mi izquierda, resolví todas mis dudas. Casi me había olvidado de él y Kokichi lo había dado por muerto desde que salimos corriendo del gimnasio.

—¿Estáis heridos? —preguntó Keebo, a pocos metros de nosotros. Lo miré como si fuese nuestro ángel de la guarda, con el halo de luz rodeándolo incluido. Nos había salvado. Había transformado su brazo en una especie de cañón y lo había utilizado para romper el trozo de hormigón que estuvo a punto de aplastarnos.

—Estás vivo —murmuró Kokichi, parpadeando para confirmar que Keebo era real y no una alucinación.

—Ejem, ejem... —gruñó mini Miu, y trató de imitar la voz de Kokichi—: Mini miu, gracias por evitar que mi novia y yo nos convirtiéramos en un sandwich de cemento.—Luego adoptó su tono pomposo de siempre, con una pizca de resentimiento—. Oh, de nada, Kokichi. Siempre es un placer ayudar a aquellos que son más inútiles que un condón usado.

Kokichi rodó los ojos, pero dejó escapar una pequeña sonrisa. Tanto él como yo nos alegrábamos de verlos, vivos. Fue como si las esperanzas de repente volvieran a entrar en mi cuerpo.

—Gracias, mini Miu —dije, viendo que Kokichi no tenía intenciones de decirlo en voz alta—. Y gracias Keebo.

—Un gracias no es suficiente —alegó mini Miu—. ¡Vas a tener que limarme las uñas durante todo un año por lo menos!

—Tampoco te pases —le advertí.

Kokichi todavía estaba sentado en el suelo conmigo acurrucada en su regazo porque sabía que yo no me podía mover, y mucho menos levantarme.

—¿Qué hacéis aquí? —inquirió Keebo, caminando hacia nosotros—. Se suponía que me teníais que esperar en el gimnasio.

—Pensábamos que estabais muertos —admitió Kokichi, y me dieron ganas de recalcar que yo sí tenía esperanzas en ellos, pero no lo hice.

—¡Menudo insulto! —soltó mini Miu, indignada—. Subestimas mis capacidades. Estoy perfectamente cualificada para sobrevivir a lo que sea. Soy autodidacta, inteligente casi superdotada y muy atractiva.

—No es por ofender, ¿pero qué tiene que ver el atractivo para sobrevivir? —dije, alzando una ceja.

—Tiene mucho que ver —se defendió mini Miu.

—Yo creo que no —le pinchó Kokichi—. Si así fuera, habrías muerto el mismo día que te crearon.

Mini Miu hizo una mueca y lo fulminó con la mirada, una que claramente gritaba: me arrepiento de haberte salvado la vida.

—¿Has entrado al gimnasio, Keebo? —pregunté.

Entonces, la cabeza empezó a darme vueltas y apreté los dientes, esforzándome para no perder el conocimiento.

—No —repuso éste, y su voz sonó muy lejana a pesar de que estaba a pocos metros de distancia—. Nos alejamos mucho de la entrada cuando intentábamos distraer al exisal y nos perdimos, pero ya sabemos el camino que tenemos que seguir.

—Y encontramos esto en el suelo —dijo mini Miu, mostrando algo que colgaba de la palma de su mano, pero no pude ver bien qué era porque todo estaba borroso—. Estaba manchado de sangre, pero lo he limpiado. De nada de nuevo. Ya me debéis más de cinco año limando mis uñas.

—El collar —se sorprendió Kokichi—. No me puedo creer que lo encontrarais.

Mini Miu le dio el colgante con mi llave a Keebo, y este se lo dio a Kokichi.

—¿Qué le pasa a esta? —Escuché que preguntó mini Miu—. Ya sé lo del veneno y tal, pero, santo cielo, no es que esté blanca, es que está transparente.

—(t/n) —Sentí unas suaves palmaditas en mi mejilla y la voz de Kokichi retumbó en mi cabeza como una pelota saltarina—. Eh, (t/n), ¿me oyes?

Solo cuando abrí los ojos, me di cuenta de que los había cerrado.

—¿Estás bien? —Kokichi tensó los hombros.

Lo único que fui capaz de hacer fue un gesto negativo con la cabeza.

—Joder, (t/n) —maldijo Kokichi, acurrucándome en su pecho—. Si eres sincera, es que estás fatal.

—Entonces tenemos que llevarla lo más rápido posible al gimnasio —anunció Keebo—. Hay que meterla en la cápsula cuanto antes. Vamos.

Keebo se dio la vuelta para continuar el camino, pero, al darse cuenta de que Kokichi seguía sentado en el suelo conmigo encima, se giró y frunció el ceño.

—¡Venga! —exclamó mini Miu—. ¡Mueve tu culo o tu novia terminará mimetizándose con el ambiente! En serio, está transparente.

—Kokichi, ¿qué pasa? —inquirió Keebo, al darse cuenta de que algo no iba bien.

—Es inútil que volvamos al gimnasio —contestó este, apenado—. Ya no... Ya no podemos ir al otro lado.

—¿Qué? —dijeron Keebo y mini Miu a la vez.

—Ya no quedan cápsulas —aclaró.

—¿Qué les ha pasado? —preguntó Keebo, un tanto alterado—. ¿Es por eso que os fuisteis?

Kokichi asintió con la cabeza.

—Una de ellas quedó completamente destruida porque se derrumbó parte del techo —explicó—. Y a la otra le falta una batería. La cápsula de Shuichi tuvo un fallo de energía y tuvimos que quitarle la batería a otra de las que todavía no habíamos utilizado.

Keebo miró a mini Miu, y esta se sonrojó de la verguenza.

—No es mi culpa, ¿vale? —se excusó ella—. No tuve el tiempo suficiente para comprobar que todas las baterías estuviese bien hechas. Probablemente la de Shucihi estaba muy cargada y reventó. Tenía que haber comprobado los amperios, quizá de esa manera...

—Está bien, mini Miu —la tranquilizó Keebo—. Hiciste lo que pudiste, no es culpa tuya.

—Podéis iros sin nosotros —les dijo Kokichi—. Yo me quedaré con (t/n), no puedo dejarla. Estaré con ella hasta el final. Pero vosotros podéis volver al gimnasio. Vuestra cápsula quedó intacta, no tendréis problemas.

Keebo se tapó la cara con las manos, frustrado, y mini Miu lo miró con preocupación.

—Nos tenemos que ir, Keebo —le dijo ella.

A pesar de que no podía ver con claridad, distinguía la sombra de Keebo dando vueltas de un lado para otro. Odiaba ser una mera espectadora, pero no podía moverme, ni siquiera podía abrir la boca para hablar. No sentía ninguna parte de mi cuerpo. Apenas podía hacer un pequeño esfuerzo para inhalar una pizca de aire, lo suficiente para no morir ahogada. Al respirar, hacía un ruido muy desagradable, uno que delataba lo mal que me encontraba.

—No podemos dejarlos aquí —le dijo Keebo a mini Miu en voz baja.

—No podemos hacer nada —replicó esta—. No puedo construir una nueva batería en tan poco tiempo, y mucho menos una nueva cápsula.

—Marchaos —declaró Kokichi—. Esto no es culpa vuestra. No tenéis por qué sentiros mal por nosotros.

Keebo resopló con frustración y se llevó las manos al cabello, mientras que mini Miu le susurraba algo al oído.

—No podemos dejarlos morir —le reprendió Keebo a mini Miu, y luego se volvió hacia Kokichi—. Creo que hay algo que podemos hacer.

Los ojos de Kokichi brillaron tanto que juraría que el pasillo se iluminó.

—¿Algo que podéis hacer? —repitió este, como si no creyera lo que estaba escuchado.

—Sí, hay... algo que podemos hacer. —Keebo miró a mini Miu.

—No —dijo esta, muy deprisa.

Keebo apretó los labios.

—Sí —replicó este.

—¿Qué ocurre? —inquirió Kokichi, frunciendo el ceño—. ¿Qué es eso que podéis hacer?

—Podemos...

—No —le interrumpió mini Miu—. No podemos.

Keebo suspiró y se agachó al lado de Kokichi, que seguía teniéndome en sus brazos.

—No puedo hacer nada con la cápsula que ha quedado destruida por el derrumbamiento —le dijo—. Pero puedo hacerle algo a la cápsula que le falta una batería. No puedo construir una nueva, eso llevaría mucho tiempo. Pero las baterías están hechas de energía, y sé donde conseguir esa energía.

—¿Dónde? —preguntó Kokichi, con rapidez.

—En mi sistema.

Hubo unos segundos de silencio cuando Keebo soltó esa sugerencia. Todos sabíamos lo que significaba.

—Pero... —Kokichi lo miró, confuso—. Pero si haces eso...

—Moriré —completó Keebo, y luego miró a mini Miu—. Moriremos. Sí, soy consciente de ello.

Kokichi me miró con los ojos relucientes, como si la idea de Keebo hubiese revivido sus esperanzas, pero ese brillo desapareció cuando volvió a mirar al robot.

—Keebo, no tienes por qué...

—Quiero hacerlo —le cortó este, y mini Miu bajó la cabeza—. Pero no lo haré sin el permiso de mini Miu.

—¿Cómo? —Mini Miu levantó la mirada, sorprendida.

—Que no lo haré si tú no quieres —repitió este.

—¿Estás teniendo en cuenta mi opinión? —Mini Miu estaba en shock, y aunque no lo veía del todo, juraría que se había sonrojado—. Pero, pero... Pensaba que me veías como un simple accesorio en tu sistema.

—Pues te equivocabas —sentenció Keebo—. Quiero saber tu opinión al respecto de esto. Si tú no quieres, no lo hacemos. Yo estoy dispuesto a darle mi energía a la cápsula. ¿Lo estás tú?

—Yo... —Mini Miu sonaba bastante nerviosa—. Bueno, no sé. Esto es muy precipitado. Me has... Me has pillado desprevenida. No pensé que fueras a tener en cuanta lo que yo quería...

—(t/n), abre los ojos —me susurró Kokichi, pasando una mano por mi mejilla.

En cuanto lo escuché, abrí los ojos de golpe. No recordaba haberlos cerrado en ningún momento, y eso comenzó a asustarme.

—Tienes que decirme algo ya, mini Miu —le advirtió Keebo—. No podemos quedarnos aquí mucho tiempo. El techo está empezando a agrietarse otra vez y es probable que se derrumbe del todo.

—¡No me metas prisa, maldición! —protestó mini Miu, llevando sus diminutas manos a la cabeza—. No puedo pensar si me estás estresando.

—Mini Miu, sé que no es una decisión fácil de tomar —empezó a decir Kokichi—, también sé que probablemente nos odies por meternos contigo, a mí sobre todo, y te juro que respetaré tu decisión, tomes la que tomes, pero (t/n) te necesita, y sé que detrás de esa fachada de chica rebelde y burlona que siempre muestras hay una chica que se preocupa por nosotros. Si no, nunca hubieras hecho las cápsulas, nunca nos hubieras ayudado, pero lo hiciste, porque te importamos, aunque sea un poquito.

«(t/n) te necesita», pensé para mis adentros.

Con solo esas tres palabras ya sabía lo que tenía planeado hacer Kokichi, y no me gustaba nada, pero no pude abrir la boca para quejarme. Apenas podía pensar sin que me doliera la cabeza, como si mi cerebro se estuviera hinchando hasta el punto de explotar.

—Me has llamado por mi nombre —dijo mini Miu, perpleja.

—¿Has escuchado lo demás? —preguntó Kokichi.

—Sí, sí, es solo que... nunca me habías llamado por mi nombre —murmuro ella—. Siempre decías que era la copia barata de Miu, una chatarra de vertedero o cosas así.

—Queda mal que me disculpe ahora —admitió Kokichi—, pero siento...

—No —le interrumpió ella—. No te disculpes por meterte conmigo. Yo también me metí contigo, y me gustaba hacerlo. Me gusta. Así que no te disculpes. Agradezco que te metas conmigo. Significa que hago bien mi trabajo, que he cumplido el propósito para lo que fui creada.

—No sabía que pensabas así —se sorprendió Keebo—. Creía que odiabas que se metieran contigo.

—No cierres los ojos, (t/n). —Escuché que dijo Kokichi, y entonces los volví a abrir.

—¿Mini Miu? —le instó Keebo—. Tienes que darme una respuesta ya.

—Mmm, vale, espera —balbuceó ella—. Te daré una respuesta... Ay, no lo sé. Es que no quiero morir, pero (t/n) tiene muy mal aspecto y... y... Ugh, ¡y no quiero que muera! Vale, ya lo he dicho.

—¿Y bien? —preguntó Kokichi, nervioso.

—¡Venga, vale! —exclamó ella al fin—. Estoy de acuerdo en dar mi energía a la cápsula. Ay, madre, me voy a arrepentir de esto. ¿Crees que hacemos bien, Keebo? ¿Crees que esto es lo que hubiera querido mi creadora?

—Creo que sí —dijo Keebo, mirándola—. Creo que en el fondo Miu hubiera querido que hiciésemos lo correcto.

La voz de Keebo empezó a hacerse más lejana, como una televisión a la que le bajas el volumen. Noté movimiento debajo de mí y mis pies dejaron de tocar el suelo. No entendía lo que estaba pasando, pero mi cuerpo se mecía en un ligero balanceo. A mi alrededor solo había oscuridad, una que se hacía cada vez más densa. Entre ella distinguí un halo brillante que se enrolló en mi cintura y tiró de mí hasta lo más profundo que alcanzaban a ver mis ojos.

Si eso era lo que ocurría antes de morir, me iba a plantear seriamente denunciar los rumores sobre una supuesta luz que las personas veían en sus últimos momentos, porque allí no había luz ni había nada, era como flotar entre planetas.

Intenté resistirme al halo brillante que tiraba de mí, pero, cada vez que lo hacía, me apretaba la cintura hasta estrujarme las tripas, como si yo fuese una pelota antiestrés. Así que decidí dejarme llevar. Dejé de luchar, y el dolor se transformó en placer. Ahora había algo que me atraía a esa oscuridad, como si ese halo me estuviese llevando al lugar con el que siempre había soñado.

Sin embargo, escuché una voz familiar que me llamaba, y la oscuridad se empezó a disipar como si fuese humo.

—(t/n), abre los ojos. —Escuché que decía alguien muy cerca de mí—. Estamos de camino, por favor aguanta.

Poco a poco fui siendo consciente del balanceo de mi cuerpo; Kokichi me había cogido en brazos: había pasado uno por debajo de mis rodillas y otro por mi espalda. Entreabrí un poco más los ojos y vi su rostro cansado. Caminaba todo lo deprisa que podía y miraba al suelo para no tropezarse con nada. Se notaba que estaba utilizando todo su esfuerzo para cargarme. Por encima de su voz se escuchaba el sonido de los muros de hormigón viniéndose abajo. Me di cuenta de que Keebo estaba delante nuestro despejando el camino con el mismo cañón con el que nos había salvado la vida.

Casi vuelvo a cerrar los ojos involuntariamente, pero el grito de Kokichi me frenó.

—(t/n), mírame, por favor. No cierres los ojos. Ya estamos cerca del gimnasio. Todo saldrá bien, pero necesito que te mantengas conmigo, ¿vale?

Asentí tan despacio que dudaba que Kokichi lo hubiese notado. Aun así, aceleró el paso. Como estaba mareada, apenas podía ver lo que ocurría a mi alrededor. Solo era capaz de escuchar fuertes estrépitos que atribuí a los derrumbes y a las armas que Keebo y mini Miu estaban usando para despejar el camino.

—Muy bien, (t/n) —me apremió Kokichi, muy nervioso—. Lo estás haciendo genial. No cierres los ojos, mantenlos así.

Quería hablar y decirle que tenía muchísimo sueño, pero de mi boca solo salieron sonidos ininteligibles. Solo quería cerrar los ojos un rato ¿Qué había de malo? Solo serían unos segundos. Por más que intentara luchar contra mis párpados, ellos me vencían. Me sentía igual de cansada que si no hubiera dormido en una semana entera.

No pasaría nada si los cerraba un rato, ¿no? De todas formas, aún podía escucharlos hablar...

—Daos prisa —gritó Kokichi—. No sé cuánto tiempo más va a aguantar (t/n). ¿No sabéis un atajo?

—¿Tengo cara de google maps? —gruñó mini Miu.

—¿Eres un robot y no tienes instalado un gps? —rezongó Kokichi.

—¿Y eso qué tiene que ver? —se defendió ella, muy indignada—. ¿Acabas de darte cuenta de lo robofóbico que ha sonado eso? ¿Para qué cojones iba a querer un gps? ¡Ya os he dicho miles de veces que no somos un teléfono móvil!

—Ya casi estamos, Kokichi —le tranquilizó Keebo—. Detrás de estos muros de hormigón se encuentra el pasillo que nos llevará directamente hasta el gimnasio. Solo tengo que...

Otra vez volvió esa oscuridad que intentaba arrastrarme hasta lo más hondo. Esta vez el halo tiraba de mí por mis tobillos. Pero, a diferencia de la vez pasada, no quise detenerlo. Era agradable. Me sentía en armonía. Era incapaz de explicarlo, pero me gustaba. Solo quería un poco más para alcanzar la paz completa, solo un poco...

Espera, ya no escuchaba sus voces.

¿Kokichi?

—Sí, (t/n), estoy aquí —dijo él. Espera, ¿había dicho su nombre en voz alta?—. Tranquila, estoy contigo. Solo necesito que tú estés conmigo también. Venga, abre los ojos.

Maldición, los había vuelto a cerrar y ni siquiera era consciente de ello.

—Cuenta cuántos cuadros negros hay en mi bandana —me pidió, mientras continuaba caminando conmigo en brazos.

¿Qué? Eso parecía un trabalenguas. ¿Se había vuelto loco o qué? ¡Solo quería dormir cinco minutos! ¿Era mucho pedir? Estaba tan cansada...

Kokichi debió percatarse de lo que estaba pensando porque añadió:

—Eso te ayudará a mantenerte despierta. Vamos, (t/n), hazlo. No quiero que vuelvas a cerrar los ojos.

Por muy sorprendente que sonase, hice lo que me dijo. No me concentré en nada más que en contar los cuadrados negros de su bandana, que no eran precisamente pocos. Seguía escuchando estruendos lejanos y las pisadas aceleradas de Keebo y Kokichi, pero, gracias a la idea de este último, no volví a cerrar los ojos; es más, había olvidado por completo lo mucho que me pesaban los párpados.

—Ya estamos llegando —anunció Keebo—. La puerta del gimnasio se encuentra al fondo de este pasillo.

—¿Has oído eso, (t/n)? —me susurró Kokichi—. Ya estamos llegando, solo tienes que aguantar un poco más.

¿Aguantar para qué? Ni siquiera recordaba por qué Kokichi me había cogido en brazos, por qué estábamos corriendo por un pasillo en ruinas ni cuál era nuestro destino. ¿El gimnasio había dicho Keebo o lo había escuchado mal? ¿Qué había allí?

—(t/n), sigue contando los cuadrados, venga —me instó Kokichi.

¿Cómo se había dado cuenta de que no estaba contando los malditos cuadrados? No quería hacerlo. ¿De qué me iba a servir? ¿Era solo para mantenerme despierta? ¿Qué más daría que me echara una pequeña siesta? Después de todo me la merecía, y él no podía obligarme a nada.

—Aléjate de la puerta, Kokichi —Escuché que le advirtió Keebo—. Voy a tirarla abajo y no quiero haceros daño.

Ladeé la cabeza justo a tiempo para ver cómo Keebo apuntaba con su arma a las bisagras de la puerta, rompiéndolas de un solo cañonazo, de modo que la puerta de aluminio salió disparada hasta la otra punta del gimnasio en un fuerte estrépito que se confundió con el sonido de otros derrumbes a lo lejos. Lo único que quedó en pie fue el marco de la puerta, que formaba un arco perfecto por el que pasaríamos segundos después.

Una vez dentro de gimnasio y todavía en brazos de Kokichi, me fijé en el techo. Parte de este había desaparecido, o más bien, se había desprendido, y por ese hueco se podía ver perfectamente el cielo, que ahora era amarillento por culpa de La Tempestad. Incluso alcancé a vislumbrar la luz de un relámpago perdiéndose entre las nubes.

—Procura no acercarte a los lugares donde ha habido desprendimientos —advirtió Keebo a Kokichi—. Puede haber un nuevo derrumbe en cualquier momento.

—De acuerdo —dijo Kokichi, y señaló algo con la cabeza—. Esa es la cápsula a la que le falta una batería.

—No me puedo creer que siga intacta —se sorprendió mini Miu, y luego su tono sonó más triste—. Supongo que tenía la esperanza de que la cápsula estuviese rota, y así nosotros nos podríamos haber metido en la nuestra, que también está de una pieza.

—Mini Miu, ¿estás segura de que quieres hacer esto? —le preguntó Keebo—. No te veo muy convencida.

La escuché murmurar algo por lo bajo, pero no presté atención a su conversación porque de golpe recordé lo que estaba pasando. Mantenerme despierta me había ayudado a recobrar la conciencia completa. Ahora entendía lo que estaba ocurriendo. Keebo y mini Miu iban a transferir su electricidad a la cápsula para que uno de nosotros pudiera utilizarla. Y Kokichi no iba querer meterse dentro. De repente, al pensarlo, empecé a temblar de miedo.

Kokichi pensó que el temblor era por el veneno, pero se equivocaba. Ya no tenía el control sobre ninguna parte de mi cuerpo, era como si mis brazos, piernas y torso no formaran parte de él. Lo único que todavía podía controlar era mi mente.

—No tenéis que hacerlo si no queréis. —Escuché que dijo Kokichi, pero sabía que solo lo decía para no parecer cruel, porque su tono de voz suplicaba que lo hicieran.

—Sí, mini Miu me ha dicho que sí definitivamente —proclamó Keebo—. Tiene miedo, pero yo la ayudaré con eso.

—Gracias —Era la primera vez que escuchaba unos agradecimiento sinceros por parte de Kokichi a otra persona que no fuese yo.

—Es nuestro deber —afirmó Keebo—. Fui creado para proteger a los humanos, no para dejarlos morir. Estaría incumpliendo todos mis códigos morales si no me sacrificase. Nunca podría perdonármelo.

—Y mi propósito no solo es meterme con vosotros —admitió mini Miu—, también es ayudar a Keebo a cumplir el suyo. Eso era lo que quería mi creadora. Si me niego a ayudarlo, estaría insultándola de muchas maneras. ¡Y nunca se insulta a una Diosa! Eso es sacrilegio.

—En otra ocasión me molestaría que hablarás así de Miu, pero esta vez te doy la razón —dijo Kokichi, con una pequeña sonrisa.

¿Estaba muerta y había ascendido a los cielos o Kokichi acababa de llamar a Miu Diosa? No sabía si se debía al estrés del momento, a que quería adular a mini Miu para que no se echara para atrás o a que de verdad estaba agradecido con ella, pero Kokichi  había estado de acuerdo con mini Miu, ¡y le había sonreído! Kokichi-sonreír-mini Miu. ¡Eran palabras que no cuadraban! Pero eso no era lo que más me preocupaba, sino el hecho de que quería meterme en la cápsula a mí, y no a sí mismo.

Sin embargo, mi única queja fueron simples balbuceos, que perfectamente se podían asemejar a los de un bebé que intenta decir su primera palabra.

Y en cuanto menos lo esperé, ya estaba dentro de la cápsula. Kokichi me había metido con mucho cuidado y ahora Keebo estaba atando la cadena a mi cintura, que tenía dos utilidades: mantenerme de pie dentro de la cápsula cuando se produjera el chispazo y evitar que forcejeara para salir de ella. Esto último solo lo podía hacer con mi mente porque mi cuerpo no le hacía caso a mi cerebro, como si se hubiese puesto en huelga en el peor momento.

Cuando Keebo terminó de atarme la cadena a la cintura, buscó los electrodos para dárselos a mini Miu y que esta me los pusiera, pero antes de que eso ocurriera conseguí articular un monosílabo:

—No. —Me hice daño al hablar, como si me estuvieran raspando las cuerdas vocales con dos lijas, pero poco me importaba mi salud en ese momento.

Kokichi siempre se preocupaba más por mí que por él mismo, y yo hacía lo mismo con él. Aun así, de alguna manera u otra, siempre terminaba ganando él, siempre acababa protegiéndome a mí. Todo apuntaba a que esta vez volvería a ganar él, y eso me creaba impotencia.

—Vamos, Keebo, dale los electrodos a mini Miu —le pidió Kokichi, al ver que el robot se había quedado mirándome con lástima.

Tenía que volver a hablar, tenía que convencer a Keebo de que yo no era la opción correcta. Esta vez no dejaré ganar a Kokichi, la última victoria será mía.

—No —balbuceé, aguantando el dolor de mi garganta—. Keebo, por favor, no.

Miré al robot directamente a los ojos. Su semblante estaba serio y vislumbraba la duda en su mirada. Solo tenía que darle un buen motivo para que metiera a Kokichi en la cápsula en lugar de a mí, y sabía perfectamente lo que tenía que hacer.

—(t/n), déjate de tonterías —soltó Kokichi.

—Keebo, solo hay una cápsula —empecé a decir, con un hilo de voz—. Solo uno de nosotros se puede salvar. Sabes que yo no soy la opción correcta. Conoces muy bien mis probabilidades de supervivencia. Son mucho menores que las de vosotros. Es un desperdicio que yo use la cápsula, lo sabes muy bien. Las matemáticas no mienten.

—Vamos, (t/n), deja de oponerte —replicó Kokichi—. Digas lo que digas no me vas a convencer. No me voy a meter en la cápsula y dejarte aquí sola hasta que mueras. Es que ni pensarlo. No voy a ceder, así que deja que mini Miu te ponga los electrodos, por favor.

—Quizá a ti no logre convencerte —dije, tosiendo ligeramente—. Pero creo que Keebo no opina lo mismo que tú, ¿verdad, Keebo? —El robot seguía mirándome, indeciso, y Kokichi empezó a ponerse nervioso—. Tú siempre te has regido por la lógica, Keebo. Y sabes que lo más lógico ahora mismo es que Kokichi se meta en la cápsula. Es pura estadística.

—Keebo, no le hagas caso —se apresuró a decir Kokichi—. Vamos, colócale los electrodos antes de que todo el gimnasio se derrumbe.

—(t/n), tiene razón —dijo al fin el robot.

—Gracias —suspiré, y sentí un enorme alivio por dentro.

«Esta vez la victoria es mía, Kokichi»

Nervioso, Kokichi se volvió hacia Keebo e intentó sujetarlo por los hombros para encararlo, pero los dedos le resbalaban por las placas de metal, de modo que no lo consiguió y optó por suplicarle que no lo hiciera.

Sin embargo, Keebo levantó una mano para acallar a Kokichi:

—No he terminado.

Ambos, Kokichi y yo, lo miramos con el ceño fruncido y con un nerviosismo que se hacía visible en la tensión de nuestras mandíbulas.

—Lo que (t/n) ha dicho es verdad, y no hay ningún argumento válido que pueda rebatirlo —continuó Keebo—. Pero que tenga razón no significa que vaya a hacer lo que me aconseja.

—¿Qué? —La ansiedad volvió a apoderarse de mí.

—Es muy probable que estemos malgastando la cápsula si te metemos a ti —me dijo, muy serio—. Es verdad lo que dijiste sobre mí. Siempre he intentado utilizar la lógica antes que nada. Lo que significa que obligar a Kokichi sería la opción correcta.

—¿Pero...? —murmuró Kokichi, expectante.

—Pero lo que estoy haciendo ahora no va regido por ninguna lógica. No me sacrifico porque me lo digan las matemáticas. Lo hago porque me lo dice el corazón. A pesar de no tener uno físico, soy capaz de sentirme como si tuviera uno. Si no he utilizado la lógica para ofreceros mi vida a cambio de la vuestra, ¿por qué lo iba a hacer ahora?

—Keebo, esper... —intenté replicar, pero este no me dejó.

—Me he pasado años intentando solucionar el problema más difícil de todos: ¿por qué los humanos se dejan llevar por sus sentimientos? Probé todo tipo de ecuaciones, pero era imposible llegar al quid de la cuestión. Cada resultado era erróneo. Hasta que vosotros me lo enseñasteis. La respuesta es que no hay ninguna ecuación. No existe una lógica. Lo humanos son impredecibles, y eso es lo que os diferencia de las máquinas. Un reloj es predecible, solo te puede dar la hora, la lavadora solo te va a lavar la ropa, la televisión te va mostrar imágenes con sonido, el microondas te va a calentar la comida... Las máquinas siempre somos predecibles, pero los humanos no. Un día pueden pensar que el atletismo es el mejor deporte del mundo y al día siguiente desechar esa idea. Es por eso que quiero dejar de ser predecible, es el primer paso para acercarme a la humanidad.

No podía negar que me había conmovido su reflexión. Nunca había intimado tanto con Keebo como para saber lo que le rondaba por la cabeza, pero maldije que justo en ese momento decidiera tirar la lógica por la borda.

—Entiendo, lo que quieres decir, Keebo —empecé a decir, tan desesperada que el dolor de mi garganta me pareció insignificante—, pero no me hagas esto. Kokichi tiene más probabilidades de...

—Lo siento, (t/n) —intercedió Keebo—. No tengo ningún argumento para afirmar que lo que voy a hacer sea lo correcto, pero estoy seguro de que lo es, y creo que mini Miu opina igual que yo.

Mini Miu dio un respingo al no esperarse escuchar su nombre en alto:

—¿Eh? ¡Ah, sí! Bueno... Tengo que admitir que me gustaría mucho meter al chihuahua dentro de la cápsula solo para llevarle la contraria, pero llamó Diosa a mi creadora, así que ahora le tengo un mínimo de respeto.

A Kokichi se le formó una sonrisa de alivio en el rostro, pero el mío empezó a llenarse de lágrimas. Otra vez me sentía impotente. Quería arrancarme la cadena de la cintura y correr lejos del gimnasio, pero no podía. No podía hacer nada, y eso me frustraba tanto que no podía dejar de llorar. ¿Cómo podía ser tan inútil? Keebo y Kokichi podían sacrificarse por mí, ¿pero yo no podía por ellos? Quería, pero no podía.

Me planteé aguantar la respiración hasta morir ahogada, pero era ilógico, porque mi cuerpo terminaría respirando involuntariamente.

—(t/n)... —murmuró Kokichi al verme llorar.

—Os dejaré un momento a solas para que podáis... despediros —declaró Keebo, alejándose de nosotros mientras mantenía una conversación en voz baja con mini Miu.

—No llores, (t/n). —Kokichi levantó la mano y la llevó hasta mi mejilla. El contacto de su piel contra la mía quemaba, como si hubieran apagado cien cerillas en mi cara. Dolía tanto como me gustaba. Entonces movió su dedo pulgar de un lado a otro con el objetivo de limpiar mis lágrimas. Cerré los ojos y me concentré en cómo la yema de su dedo acariciaba cada parte de mi mejilla. Inmortalicé ese momento para la eternidad—. Vamos, no llores, por favor. Me duele verte cuando lloras así.

Pero que me lo dijera no iba a cambiar nada, así que continué llorando como una niña que había perdido su oso de peluche favorito.

—Ey, ey, tranquila —dijo en un tono suave. Llevó su mano libre a mi otra mejilla mientras sus ojos conectaban con los míos. Los suyos eran preciosos, un violeta perfecto. Darme cuenta de que iba a ser la última vez que los veía me retorció de dolor por dentro—. Vamos, no llores, no me gusta que llores. Tu sonrisa es la más bonita que he visto nunca. Estoy convencido de que la gente debería pagarte una buena cantidad de dinero por tan solo mirarla. Aunque espero que a mí me hagas un precio especial. Si no, creo que me voy a arruinar.

Sabía que Kokichi quería que me riese, y en otro momento quizás lo hubiera conseguido, pero había una enorme bola de tristeza dentro de mí que no me permitía levantar la comisura de mis labios. Dolía. Dolía mucho. No tenía ni idea de que ese tipo de dolor existía hasta que lo experimenté en mis propias carnes. ¿El dolor del veneno? No, eso eran simples cosquillas al lado de la agonía que sentía al saber que era la última vez que iba a ver a Kokichi con vida.

Daba igual si yo terminaba sobreviviendo o no. No lo volvería a ver jamás.

—Déjame salvarte esta vez —gimoteé, y me mordí el labio para evitar que me temblase.

Kokichi sonrió sin mostrar los dientes, y fue la sonrisa más triste que había visto nunca.

—¿Esta vez? (t/n), tú llevas salvándome a mí desde el principio. Tu presencia aquí en la academia me empujaba a seguir adelante y a no caer en una profunda depresión y soledad. Gracias a ti estoy vivo, literalmente. Si no hubieras evitado que aquel día en la sala de máquinas llevase a cabo mi plan, yo no estaría ahora mismo aquí, mirándote a los ojos. Tú me has salvado muchas veces, ahora me toca a mí devolverte el favor.

Negué con la cabeza. No supe cómo, pero conseguí levantar una mano y colocarla encima de una de las que Kokichi tenía en mi mejilla. La apreté tan fuerte como pude. Eso ayudó a apaciguar mis sollozos, pero de vez en cuando aún hipaba. No me atreví a apartar mis ojos de los suyos en ningún momento porque temía olvidarme de lo bonitos que eran.

—Sé que es complicado que te pida esto —empezó a decir Kokichi—, pero no quiero que estés así de triste. Quiero verte sonreír, como cuando estábamos los dos juntos en tu habitación hablando de nuestra cita perfecta. ¿Podrías hacerlo?

Me mordí el labio para retener los sollozos.

—Nunca pudimos tener la cita perfecta —murmuré, mirándolo a los ojos.

Kokichi sonrió, esta vez era una sonrisa nostálgica mezclada con felicidad, y me dieron ganas de sonreír a mí también. Pero no lo hice.

—Todo el tiempo que estuve contigo han sido citas perfectas.

Los labios me temblaron y le di un ligero apretón a la mano que aún tenía en mi mejilla.

—No eran perfectas —repliqué.

—Solo te necesito a ti para convertirlo en una cita perfecta. No necesito ni un amanecer bonito ni un paseo por el lago ni un camino lleno de velas. Solo a ti.

Se me calentaron las mejillas más de lo ya estaban, entonces Kokichi susurró:

—Sonríe para mí, (t/n).

Con esas palabras me entraron más ganas de llorar que de sonreír, pero sabía que él deseaba ver mi sonrisa una vez más. No quería decepcionarlo. Me obligué a mí misma a levantar la comisura de mis labios. Al principio me temblaban demasiado, pero luego conseguí formar una curva perfecta. Sin embargo, eso no evitó que las lágrimas volvieran a correr por mi rostro.

Kokichi imitó mi gesto. Todavía tenía sus dos manos en mis mejillas. Se acercó a mi rostro lentamente, mientras que sus ojos intercambiaban miradas con los míos y con mis labios. Cuando nuestra narices casi podían rozarse, susurró:

—Te quiero, (t/n).... No, no te quiero. Te amo. De verdad que te amo y... y... y me hubiera gustado pasar contigo el resto de mi vida. Aunque... Aunque no podamos, quiero que sepas que... que me alegra que hayas sido tú la primera que me haya hecho sentir así.

Había cerrado los ojos ante la cercanía de Kokichi, pero sabía que estaba llorando por su tono de voz. Antes de que me diera a tiempo a contestarle que yo también lo amaba, sus labios hicieron presión contra los míos. De inmediato, su fragancia natural, esa que tanto me gustaba, impregnó el espacio de la cápsula. Su boca se abrió muy despacio dejándome profundizar el beso con suavidad. Ambos queríamos que ese momento durase para siempre.

Sus manos apretaron con suavidad mis mejillas y yo acaricié una de las suyas con mi dedo pulgar. Sus labios se movían despacio entre los míos. Eran capaces de transportarme a otra realidad paralela, una donde ambos estábamos en la playa oyendo el sonido de las olas romper en la orilla y por encima de nosotros la luna bañando de colores tenues la arena bajo nuestros pies. La dulzura de su boca era un sabor al que podía volverme adicta. Sabía que ese beso era distinto a todos los que nos habíamos dado, porque era el último, era el beso final.

Antes de separarse, presionó una vez más sus labios contra los míos, dejando un cosquilleo en mi pecho que iba acompasado con el frenético bombeo de mi corazón.

—Espera —susurró, buscando algo en su bolsillo. Al rato sacó el collar con mi llave, que Keebo, por suerte, había recuperado después de yo haberlo lanzando para despistar a los exisals—. Esto es tuyo, deberías llevarlo puesto.

—Quédatelo —dije sin pensar. Al menos quería que tuviera algo mío para que no se sintiera solo.

—No. —Negó con la cabeza—. Al parecer esta llave trae mucha suerte. Gracias a ella nos salvamos de los exisals y luego Keebo la encontró entre los escombros. ¿Sabes lo difícil que es encontrar esta cosa tan pequeñita entre los restos de hormigón? Muy difícil. Casi imposible. Puede que sea una tontería, pero quiero que la lleves puesta para que conserves esa suerte.

—Si da suerte, más razones para que te la quedes tú —repliqué, haciendo una mueca.

Kokichi ignoró mi comentario y se inclinó hacia mí para apartarme el pelo de la nuca. Mientras lo hacía, notaba como se me erizaba toda el cabello. Luego abrió el collar, lo pasó alrededor de mi cuello, rozándome la piel con sus dedos, y ató las dos partes de este en mi nuca, de modo que la llave quedó colgando de mi cuello.

Fue entonces cuando Kokichi dijo algo que me heló la sangre en las venas:

—No necesito la suerte del collar. Yo ya estoy muerto.

Las lágrimas ya empezaban a acumularse en mis ojos cuando escuchamos a Keebo gritar:

—¿Cómo vais? No quiero meteros presión, pero hay diez grietas nuevas en el techo, las he contado, y...

—¡Que os dejéis de besuqueos y de ñoñerías! —protestó mini Miu—. ¿Es que no veis que me pongo sensible? No tenéis consideración por los demás. ¿Veis? ¡Ya estoy notando que todo me afecta más de lo normal! Sois lo peor.

—Oh, no —dijo Keebo—. Otra vez no, por favor. La última vez que mini Miu se puso sensible tuvo un cortocircuito y creó una máquina de chocolatinas solo para entristecerse más porque no podía comérselas.

—¡Mis chocolatinas! —se lamentó mini Miu—. Encima eran de chocolate blanco con trozos de galleta por dentro. ¿Lo veis? Ya tengo ganas de llorar. ¡Me lo has recordado, Keebo! ¡Eres un insensible!

—Lo siento... —Escuché que se disculpó, avergonzado.

Kokichi sonrió de medio lado, pero volvió a ser una sonrisa triste, que me provocó un vacío en el estómago insoportable.

—Voy a echarte de menos —dijo, acariciando mi mejilla por última vez.

—Y yo a ti —contesté en un río de lágrimas.

Kokichi me miró con el ceño fruncido y vaciló durante unos instantes antes de quitarse la bandana de cuadros que llevaba en el cuello.

—Toma —dijo, pasándola por mi cabeza hasta acomodarla en mi cuello—. Así estarás más cómoda. El fondo de la capsula parece muy duro. Con esto será como si llevaras una de esas almohadas de viaje que se colocan alrededor del cuello.

Al momento en que Kokichi acomodó la bandana en mi cuello, me di cuenta de que olía a él.

—No quiero hacer esto —dije de repente, cuando la ansiedad volvió a atacarme—. Métete tú, Kokichi. Aún estás a tiempo.

Él solo negó con la cabeza y se acercó para dejar un último beso en mis labios. Fue corto, pero mi cuerpo reacciono a su cercanía volviéndose loco. Aunque toda esa serotonina, que aumentó cuando él me beso, descendió en picado al ver que se acercaba la hora de la despedida real.

—Keebo, ya puedes venir —le llamó Kokichi.

No sé cómo saqué fuerzas, pero empecé a forcejear con la cadena atada a mi cintura . Quería salir de la cápsula y meter a Kokichi a patadas, pero era imposible desatar aquella cadena, y menos en las condiciones en las que me encontraba.

Por eso, empecé a gritar y retorcerme como una loca.

—¡Kokichi, no, espera! —Tiré cuanto pude de la cadena, en vano. Kokichi se apartó de la cápsula para que Keebo pudiera tener espacio para ponerme los electrodos—. ¡Kokichi! ¡Por favor, espera! ¡Podemos hablar un poco más sobre esto! Voy a morir en la cápsula, no tiene sentido que la use. ¡Vamos, Kokichi, razona!

—Keebo, date prisa —dijo este, mirándome con los ojos vacíos, casi oscuros.

—¡No! —grité, revolviéndome en la cápsula. Keebo ya estaba delante mío y mini Miu tenía los electrodos en la mano dispuesta a colocarlos en mi pecho. Al ver que me movía como una sardina fuera del agua, Keebo intentó agarrar mis brazos, pero yo los aparté antes de que lo consiguiera—. ¡No me toques! ¡Quítame esta cadena de la cintura! Vamos, Keebo, quítamela. ¡Obliga a Kokichi! Él es el que tiene que sobrevivir.

—Ugh, si se sigue moviendo así no podré colocárselos —se quejó mini Miu—. Venga, Keebo, haz algo.

—¿Yo?

—¿Ves a otra persona que se llame Keebo por aquí? Pues claro que eres tú, zopenco. Has llevado muy lejos eso de convertirte en un humano. Dime, ¿has tenido de referencia a Kaito?

—Vale, lo siento, ¿qué hago?

—Y yo que sé. Por mí como si le quieres meter un chute de heroína para que se relaje. Me da igual. ¡Pero cálmala ya! Necesito que se esté quieta.

—Yo le sujetaré las manos —proclamó Kokichi, y al segundo sentí una fuerte presión en mis muñecas, impidiéndome moverlas.

—¡Kokichi, suéltame! —le ordené, meneando las manos inútilmente.

—Lo siento, (t/n) —se disculpó este, bajando la mirada—. Es por tu bien.

Intenté patalear, pero no tenía fuerzas para ello. Después de varios segundos de lucha en los que Kokichi me sujetó las muñecas y Keebo los hombros, mini Miu pudo colocarme todos los electrodos por debajo de mi camisa sin necesidad de levantármela. Lo único que pude hacer fue llorar de la rabia y la impotencia.

Para asegurarse de que no me quitaba los electrodos una vez cerraran la puerta, Keebo pegó mis manos al fondo de la cápsula con una sustancia parecida a la pegamento pero mucho más fuerte.

—Por favor, no quiero hacerlo —sollocé, y pude ver que a Kokichi se le partía el alma en dos.

—Dulces sueños. —Aunque Kokichi estuviera hecho mierda, se atrevió a sonreírme—. Cuando despiertes, todo será mejor. Ya verás, (t/n), tendrás la vida que te mereces.

Siempre fui capaz de ver a través de él, y esta no iba a ser la excepción. Esa sonrisa que me mostraba escondía un dolor tan grande que era inimaginable para el ser humano.

—Ven, conmigo —murmuré, con los ojos llenos de lágrimas—. Vive conmigo.

—Eso no puede ser, (t/n) —dijo él con voz calmada y sin borrar la sonrisa—. Todo irá bien ya verás. Empezarás de cero con los demás supervivientes. Al principio será duro, pero luego te parecerá más fácil, y te terminarás olvidando de mí. Conocerás a alguien que te hará feliz y construiréis un futuro juntos. Vivirás todo lo que no pudiste en tu pasado.

—No me voy a olvidar de ti.

—Por tu bien, espero que lo hagas.

—No lo haré. Eres lo mejor que me ha pasado, Kokichi.

Vi que su sonrisa se tambaleaba y que sus ojos se enrojecían, pero se mantuvo firme y no dejó ver signos de debilidad. Al menos para cualquier persona que no lo conociera porque yo sabía perfectamente que se estaba muriendo por dentro.

Keebo y mini Miu se miraron y esbozaron una pequeña sonrisa triste.

—A vosotros tampoco os olvidaré —añadí, al ver que los dos robots me miraban.

—¡Molesta a Kaito todos los días de mi parte! —exclamó mini Miu, a punto de ponerse a llorar—. ¡Ya me habéis vuelto a poner sensible! Os odio a todos.

No sé cómo, pero compuse una pequeña sonrisa para mini Miu.

Quería seguir pataleando, gritando y quejándome pero sabía que sería inútil, así que preferí inmortalizar ese momento para siempre en mi mente.

—Vamos, Keebo. —Kokichi le hizo un gesto con la cabeza para que cerrara la puerta de la cápsula.

Me tuve que morder el labio para no gritarle que no lo hiciera. Si me oponía, solo lo volvería todo más doloroso.

—Voy a... cerrar la puerta, (t/n) —me avisó Keebo—. ¿De acuerdo?

Yo solo fui capaz de asentir con la cabeza.

Crucé miradas con Kokichi mientras Keebo cerraba la puerta. Ocurrió todo a cámara lenta. Los ojos de Kokichi nunca me habían parecido tan tristes, y eso me causó un nudo en el estómago. Todavía no había borrado esa dolorosa sonrisa de su rostro y, como sabía lo mucho que le gustaba la mía, me forcé a sonreír también. Justo antes de que Keebo terminase de cerrar la puerta, Kokichi movió sus labios formado dos palabras, sin decirlas en voz alta, que terminaron por romperme mi estabilidad emocional: «Te amo».

Y antes de que la puerta se interpusiera entre nosotros, le contesté de la misma manera: «Y yo a ti». Luego, la cápsula se oscureció.

Respiré hondo intentando no llorar. Pero de alguna manera tenía que expulsar esa bola de tristeza atascada en mi pecho, así que dejé de luchar por retener las lágrimas. Todo había acabado mal. Se suponía que teníamos que habernos metidos todos en nuestras cápsulas, pero solo cuatro de nosotros lo habíamos conseguido, y ni siquiera sabía si Shuichi, Kaito y Himiko estaban vivos o habían muerto en el intento.

Todo era una mierda.

Keebo y mini Miu iban a sacrificarse por mí y quizá yo ni siquiera sobrevivía. Si eso ocurría, estaría echando a perder todos sus esfuerzos. Otra vez me volvía a sentir inútil. No pude protegerlos. No pude protegerlo a él. Le fallé.

Kokichi, lo siento mucho.

Por si eso no fuera poco, tenía solo un cuarenta por ciento de probabilidad de supervivencia.

Si sobrevivía, ¿cómo se suponía que les iba a decir a los demás que Keebo, mini Miu y Kokichi habían muerto por mi culpa, que se habían sacrificado por alguien que no merecía la pena, por una loca que no merecía tanto cariño? Nunca me lo perdonarían.

La bandana olía tanto a Kokichi que toda la cápsula se había impregnado con su fragancia. Eso me hacía sentir un poco más tranquila. Un poco más cerca de él. Cerré los ojos dejando que las lágrimas se deslizaran entre mis párpados. Escuchaba las voces de Kokichi y Keebo amortiguadas por la puerta de la cápsula.

—Cuando conecte mi sistema a la cápsula, tendrás que tirar de la palanca, ¿entendido, Kokichi? Si no lo haces, no se producirá la descarga.

—Tranquilo, estoy preparado.

—De acuerdo.

—¿Lo estás tú? —Escuché que preguntó Kokichi.

—¿Qué?

—Que si tú estás preparado. Tú y mini Miu.

—¡Aaah! —gritó mini Miu.

—¿Qué? —dijo Kokichi, preocupado—. ¿Qué pasa? ¿Algo va mal? Dime que la cápsula funciona, por favor.

—Sí, sí, no es eso. Es que no me acostumbro a esto de que me llames por mi nombre.

—Qué menos para agradecerte lo que estás haciendo por (t/n) —dijo Kokichi.

—Me asustas cuando eres tan buena persona —se escandalizó mini Miu—. ¿Estás seguro de que no te golpeó una piedra en la cabeza y te jodió el cerebro?

—¿Y tú estás segura de que cuando te crearon no tuvieron de referencia a una ameba?

—Y ahí está el Kokichi de siempre —comentó mini Miu.

—Voy a conectarnos a la cápsula, mini Miu —avisó Keebo—. ¿Estás preparada?

—¿Dolerá? —le preguntó ella.

—No, no lo sentiremos —le aseguró Keebo.

—¿Y a dónde iremos cuando nos apaguemos?

—Espero que al mismo lugar al que van los humanos.

—¿Y qué lugar es ese?

—Nadie lo sabe, mini Miu. Pero pronto nosotros lo sabremos.

—¿Estará ella allí? ¿Estará mi creadora?

—Espero que sí —dijo Keebo—. Estoy deseando volverla a ver.

—¡Yo quiero conocerla! Tu tuviste el gran honor de hacerlo, Keebo, pero yo nunca he conocido a mamá.

—¿Mamá? —Me imaginé a Keebo sonriendo al preguntarle eso a mini Miu.

—Sí, creo que llamarla así me hace más cercana a ella. Y no es mentira. Miu es lo más parecido que tengo a una mami.

—Sí, te pareces mucho a ella, en muchos aspectos.

—Si pienso en ella, no me da tanto miedo —aseguró mini Miu—. Vamos, Keebo, estoy preparada.

—De acuerdo, voy a conectarme.

—Espera, Keebo. —Escuché que decía Kokichi—. No puedo dejar que te vayas sin decirte: gracias. Gracias por esto. Eres más humano que muchos otros humanos y... y espero verte en el mundo de los muertos, si es que hay uno.

—Nos vemos allí, Kokichi.

—Nos vemos.

Entonces sentí un chispazo eléctrico atravesar mi pecho, y ya no pude escuchar ni ver nada más. Fue como si cayera en un sueño profundo. No pude pensar en nada porque mi cerebro estaba desconectado. Lo único que sabía era que la oscuridad había vuelto.

Silencio.

Más silencio.

Hasta que llegó el momento en el que abrí los ojos. Inspiré con fuerza, como si hubiese estado sumergida en el agua, y me incorporé en el sitio.

Tardé unos instantes en recuperar la visión del todo y, cuando lo hice, se me revolvió el estómago por el miedo. Pero no miedo por el destino que ahora mismo estarían corriendo Kokichi, Keebo y mini Miu, sino porque, estuviese donde estuviese, estaba sola. No había ni rastro de Shuichi, Kaito o Himiko.

Estaba completamente sola y en un lugar desconocido.

• ────── ❋ ────── •

RECORDAD QUE ESTE NO ES EL FINAL, TODAVÍA QUEDAN DOS CAPÍTULOS.

¿Hay alguna posibilidad de que no me matéis después de haber leído esto?

Sé que la mayoría está así ahora mismo:

O así:

Por eso os voy a dar una pequeña alegría. Voy a daros un avance sobre los dos proyectos en los que estoy trabajando. El primero saldrá antes y se trata de un fanfic de Danganronpa, pero por ahora no voy a dar más detalles. El segundo tardará un poquito más porque no es ningún fanfic, sino que será una historia de romance y misterio creada por mí, con mis propios personajes. Será un romance juvenil, pero con el toque de misterio que a mí me gusta.

En un futuro me gustaría publicar tanto fanfics como historias creadas por mí, así que si solo me seguís por los fanfics podéis estar tranquilos porque no los dejaré, pero me hace mucha ilusión crear mis propios personajes alrededor de una historia.

En el próximo capítulo veremos toda la verdad sobre (t/n). Os quiero.

Y NO PERDÁIS LA ESPERANZA.

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