Capítulo 97
Holiwis. ¿Estáis preparados para lo que se viene? Yo no.
La imagen me representa a mí pagando vuestras terapias T-T
Esta es la primera parte del capítulo noventa y siete. La segunda la subiré dentro de diez minutos para daros algo de tiempo a que leáis esta :D
• ────── ❋ ────── •
Kokichi tiró de mí fuera de la habitación mientras Kaito miraba a su alrededor, aterrorizado. No me hizo falta preguntarles por las prisas porque los estruendos que se escuchaban en la lejanía me dio a entender que la academia se estaba viniendo abajo. El techo del pasillo de los dormitorios se había abierto por la mitad, de modo que el fuerte viento se colaba por el hueco creando un sonoro silbido, que auguraba la llegada del desastre.
—Alejaos de la pared —advirtió Kaito, mientras caminaba de espaldas y nos hacía un gesto para que lo siguiéramos.
Las piernas me temblaban, tanto por el miedo como por el maldito veneno. Kokichi, al ver que no me movía, volvió a tirar de mí para alejarme de la pared. Estaba a punto de quejarme porque me había apretado demasiado la muñeca, cuando algunos de los dormitorios del lado de las chicas se derrumbaron. Las paredes de hormigón cayeron al suelo levantando olas de polvo que llegaron hasta nosotros. Me tapé los ojos y tosí con fuerza.
—Tenemos que darnos prisa. —Escuché que gritó Kokichi por encima del estruendo.
Con toda la polvareda que se había levantado, no podía ver nada, pero sabía que Kokichi estaba a mi lado porque aún no me había soltado la muñeca, y eso me hizo sentir segura.
—¡No veo nada! —La voz de Kaito también se escuchaba cerca de mí—. Tío, ¡qué se me ha metido algo chungo en el ojo!
Cuando la nube de polvo se comenzó a disipar, miré a mi alrededor. Solté un suspiro de alivio al localizar a los dos chicos sanos y salvos muy cerca de mí, pero, al darme la vuelta, el corazón se me detuvo en seco. Casi todos los dormitorios de las chicas habían desaparecido, ahora solo quedaban los escombros. Entre ellos se encontraba el de Himiko, que, al estar en la primera planta, había sido aplastado por el de Kirumi, que se encontraba en la segunda.
No, no, no, no.
—¡Himiko! —grité, dispuesta a buscarla entre los restos, pero Kokichi no me permitió alejarme de él—. ¿¡Dónde está Himiko!?
—Está bien, (t/n). No estaba en su dormitorio —me tranquilizó Kokichi, acomodando sus manos en mis cachetes para que lo mirase a los ojos—. Himiko está bien. Ella y Shuichi se fueron con Keebo al gimnasio. Solo quedamos nosotros. Tenemos que darnos prisa antes de que el pasillo se derrumbe y no podamos...
Las palabras de Kokichi quedaron ahogadas por un terrible estrépito parecido a una avalancha de rocas, cuya intensidad reveló que había ocurrido muy cerca de nosotros.
—Demasiado tarde —anunció Kaito, señalando un montón de escombros—. Las paredes de la fachada se han venido abajo. Habrá que dar un rodeo para llegar hasta el gimnasio.
—Mierda —maldijo Kokichi, y luego me miró con preocupación—. ¿Crees que podrás correr? Vamos a tener que atravesar el jardín, que ya no es jardín, para poder llegar al gimnasio. Puede que haya algún que otro exisal por allí. Los tendremos que esquivar, así que no te despegues de mí, ¿entendido?
Kokichi hablaba tan rápido que ni yo misma supe cómo entendí cada una de sus palabras a la perfección.
—Entendido —afirmé, intentando encerrar toda mi cobardía en un cajón.
—Kaito, vete delante nuestro —le ordenó Kokichi, haciéndole un gesto con la cabeza.
—¿Q-Qué? —protestó éste—. ¿Yo? ¿Por qué yo? No es que me de miedo ir primero, pero me da... Eh... Me da... ¡curiosidad! Sí, exacto, me da mucha curiosidad saber por qué tengo que ser yo y no otro.
—¡Porque yo no voy a ir delante con (t/n)! —gritó Kokichi—. Y eres el único que queda. ¡Venga!
—Vale, vale, iré delante, no me da miedo... —murmuró, temblando de la cabeza a los pies—. ¡Pero que sepas que si muero será culpa tuya!
—No te preocupes, vendré a traerte flores todas las semanas —comentó Kokichi, burlón, pero al segundo volvió a ponerse serio—. Venga, despeja el camino. (t/n) y yo iremos justo detrás de ti.
Después de que Kaito hiciese algo parecido a la señal de la cruz, nos pusimos en marcha. Mientras que él se abría paso entre el camino y nos hacía un gesto de okay si no había peligro, Kokichi me ayudaba a avanzar y me preguntaba cada tres segundos si me encontraba bien. No hubo ni una sola vez en que le dijera la verdad. Siempre asentía con la cabeza para tranquilizarlo, pero, en realidad, estaba lejos de estar bien. Me costaba mucho respirar porque mis pulmones ardían como si estuvieran en llamas. No quería preocuparlo, así que me aguanté el dolor.
Cuando por fin salimos de la zona de habitaciones y llegamos al jardín de la academia, me quedé conmocionada con el paisaje. Ya no quedaba rastro de ese césped verdoso que siempre crecía alrededor del edificio, ahora solo había tierra movida por el viento que se veía de un color amarillento por culpa del reflejo del cielo, haciendo que realmente pareciese un desierto de arena. Tuvimos que protegernos la cara con las manos para evitar que la tierra se nos metiera en los ojos.
Algunos de los pocos troncos de árboles chamuscados que quedaban habían sido arrancados y rodaban por la tierra hasta chocar con la fachada de la academia. Tuvimos que ser muy cautelosos para que ninguno de ellos nos aplastara. Gracias a los reflejos de Kokichi pudimos esquivar uno que se estampó justo delante de nosotros, cuyas gruesas raíces estaban repletas de gusanos. Al verlo, una sensación nauseabunda subió por mi esófago.
Continuamos caminando con precaución; Kaito por delante apartando las marañas de ramas, plantas marchitas y objetos no identificados que se cruzaban en nuestro camino y Kokichi y yo siguiéndolo muy de cerca. Sin embargo, llegó un momento en el que aguantar el dolor de mis pulmones se hizo casi imposible. Comencé a toser con fuerza involuntariamente, raspando mi traquea, que a esas alturas ya debía estar inflamada.
—¡Vamos, (t/n)! —me instó Kokichi, al ver que prácticamente tenía que arrastrarme para avanzar—. Ya queda poco.
Pero llevaba reprimiendo el dolor desde hacía un tiempo y ya no podía más.
—No puedo... —musité a duras penas—. Me duele mucho, muchísimo.
—Venga, que ya estamos llegando —apremió Kokichi, un tanto nervioso.
—Es que no puedo más —dije, parándome en seco y llevándome una mano al pecho—. Si sigo me van a estallar los pulmones. Te he estado mintiendo, te he dicho que estaba bien, pero solo me estaba aguantando el dolor, y ahora no puedo más. He llegado al límite. No quiero retrasaros. Podéis ir sin mí al gimnasio, yo ya os alcanzaré.
—Eso ni pensarlo —declinó Kokichi, y luego se dirigió a Kaito—. ¿Crees que podrás llevarla mientras yo despejo el camino?
—¿Quieres decir cargarla en mi espalda? ¡Claro que puedo hacerlo! Será pan comido para un musculitos como yo —se pavoneó Kaito. Se agachó de espaldas a mí para que yo me subiera. De un salto me sujeté a sus hombros y él sostuvo mis muslos—. Ugh... Mierda, quizá no estoy tan en forma como pensaba... Quiero decir, ¡pesas menos que una pluma, (t/n)! Para nada me estoy rompiendo la espalda ahora mismo.
Si no hubiese sido por el dolor que me estrujaba el pecho, me habría reído de su comentario. Por suerte, poco poco empecé a encontrarme mejor. Mientras Kokichi nos guiaba por un atajo todavía al aire libre, yo, que estaba sujeta a la espalda de Kaito, me tomé la libertad de mirar al cielo. Lo que conocíamos como La Tempestad, un cúmulo de nubes ambarinas, ya no existía en esa forma, pues ahora ocupaba todo el cielo. Tan brillante era el nuevo color del firmamento que la noche se había vuelto día.
De repente, Kokichi se frenó en seco y Kaito casi se choca con él, con suerte pudo parar a tiempo; si no, ambos hubiéramos acabado en el suelo.
—¿Por qué paras? —se quejó Kaito.
—Por eso. —Kokichi señaló algo a lo lejos.
Kaito y yo seguimos la línea invisible que salía de su dedo y llegaba hasta un espacio en la lejanía donde se encontraban dos exisals, que estaban haciendo un agujero en la tierra, aunque de vez en cuando arremetían contra algún tronco o lo arrancaban de raíz.
—¿Por qué carajos hay exisals activados? —bufó Kaito—. Aún no lo entiendo, ¿no se supone que Monokuma está muerto? ¡Esto no me hace ninguna gracia!
—A mí tampoco, pero tenemos que pasar por ellos si queremos llegar al gimnasio —indicó Kokichi.
—Está bien, les pediré amablemente que se aparten —ironizó Kaito—. Seguro que me dan una piruleta por los buenos modales y todo.
—Más bien, harán una piruleta con tus restos —le corrigió Kokichi.
—Si viene de mí seguro que está riquísima —alegó Kaito.
—Eso ha sido muy turbio —dije, haciendo una mueca de asco.
—Vale, escuchadme —proclamó Kokichi—. Esto es lo que vamos a hacer. Keebo me ha dado una bengala de humo para estos casos. Cuando se la tire a los dos exisals, el humo se expandirá y perderán el campo de visión durante unos segundos. Nosotros aprovecharemos esa distracción para pasar al lado de ellos. Pero tenemos que hacerlo lo más rápido posible porque el humo solo dura unos treinta segundos, ¿ha quedado claro?
—No sé yo, hay una parte que no me gusta mucho —replicó Kaito.
—¿Qué parte? —preguntó Kokichi.
—Todo.
—¿En serio? —Rodé los ojos.
—En concreto, la parte en la que pasamos al lado de los exisal —aclaró éste.
—Tenemos que pasar por allí si queremos llegar hasta el gimnasio —arguyó Kokichi, ignorando la cobardía de Kaito y sacando la bengala del bolsillo—. Desde que lance la bengala hay que correr, ¿entendido? Cada segundo que perdemos es un segundo en el que los exisal recuperan algo de visión. Así que tenemos que ser rápidos. Y tenemos que mirar bien al suelo para no tropezar con nada. Va por ti, Kaito. Como tires a (t/n), estás muerto.
—¿Y por qué no buscamos otro atajo? —sugirió Kaito, con nerviosismo.
—Porque no hay otro atajo —sentenció Kokichi—. Yo os estaré guiando desde delante. ¿Podrás hacerlo con (t/n) en la espalda? No pongas esa cara, Kaito, has pasado por cosas peores.
—¿Y si se nos cae el muro encima mientras estamos pasando? —insistió éste—. O peor, ¿y si la bengala no funciona? ¿O qué pasa si...?
—¿No eras un hombre? —le reté.
—Bueno, sí, pero...
—¡Pues entonces échale huevos! —exclamé, dándole una palmaditas en el hombro, y luego me incliné en su espalda para susurrarle—: No hay nada que pueda parar a Kaito Momota, ¿recuerdas? Conseguiste aprobar el examen de acceso para convertirte en el astronauta más joven de todos los tiempos, nos apoyaste durante todo el juego con tu gran positivismo y sobreviviste a un veneno mortal. Un par de exisals no van a intimidar al gran Kaito Momota, luminario de las estrellas, ¿verdad?
Éste, después de vacilar unos instantes, se puso serio y afianzó su sujeción en mis muslos.
—¡Tienes razón! —exclamó, con determinación—. Soy Kaito Momota y nada puede detenerme. Agárrate bien a mí, (t/n). Esto se va a poner feo.
Asentí con una sonrisa, satisfecha de haberlo convencido, y me sujeté con fuerza a sus hombros.
—Vale, si tenemos en cuenta la dirección del viento, el humo debería llegar justo a donde se encuentran los dos exisals —comentó Kokichi, con la bengala en la mano—. Cuando cuente hasta tres lanzo la bengala. Y entonces corremos. ¿Alguna objeción?
—Sí, yo tengo una —indicó Kaito.
—¿Qué pasa ahora? —resopló Kokichi.
—¿Puedes contar hasta cinco?
—¿Qué más da? —Kokichi puso los ojos en blanco.
—Me da confianza ese número, ¿vale? —protestó Kaito—. Aprobé el examen de acceso el día cinco del quinto mes del año con solo cinco fallos y utilizando los cinco dedos de la mano. Además, la chaqueta que llevaba ese día tenía cinco botones.
Kokichi se llevó una mano a la frente. Miró a Kaito con una ceja levantada y luego a mí en busca de ayuda, pero yo simplemente me encogí de hombros, así que Kokichi soltó un suspiro y aceptó.
—Está bien, contaré hasta cinco.
A lo lejos uno de los exisal empezó a golpear el tronco de un árbol chamuscado, como si de un juguete se tratara, mientras el otro seguía cavando una hoyo en la tierra. Kokichi sostuvo la bengala en sus manos y, cuando contó hasta cinco, tiró del anillo que retenía el contenido en su interior. Entonces un humo de color rojo salió disparado a favor del viento hacia el lugar donde estaban las dos grandes máquinas, que se perdieron entre la humareda.
Aprovechamos la distracción para escabullirnos por su lado sin que nos vieran. Kokichi, como iba el primero, se aseguraba de que no hubieran obstáculos en nuestro camino, mientras que, detrás de él, Kaito corría todo lo rápido que le permitían sus piernas conmigo encima de su espalda. Me aferré con fuerza (la poca que me quedaba) a sus hombros para no caerme.
Miré atrás cuando conseguimos alejarnos de los exisals. Ambas maquinarias estaban desconcertadas. Se habían acercado a la bengala para examinarla y la habían aplastado con sus pies de acero. Pero a nosotros eso ya no nos importaba. Habíamos conseguido nuestro objetivo: pasar por su lado sin ser vistos. Caminos un poco más hasta que encontramos una pared en ruinas por donde pudimos acceder al interior de la academia.
—¡Qué pasada! —exclamó Kaito una vez dentro—. ¿Habéis visto que tontos eran? Nos tenían al lado y ni se dieron cuenta. Y eso que uno de ellos pasó muy cerca nuestro. Sabía que contar hasta cinco era buena idea. Os lo dije, el número cinco nunca decepciona.
—Entones, ¿lo repetirías de nuevo? —bromeé.
—Ni muerto —se escandalizó, y yo dejé escapar una risita.
—¿Por dónde tenemos que ir ahora? —quise saber, al encontrarnos de cara con una bifurcación en el camino.
—Para llegar al gimnasio hay que ir por el pasillo de la derecha —indicó Kokichi, haciendo memoria—. Creo que es el único camino que sigue en pie, los demás han sufrido derrumbamientos.
—¿Y por el comedor? —sugerí.
—Ya no existe comedor —repuso Kokichi, haciéndonos una seña para que Kaito lo siguiera conmigo a cuestas.
—¿Cómo que ya no existe el comedor? —me alarmé.
—Estalló en llamas —explicó Kaito—. Fue terrible. Los electrodomésticos explotaron y todos los muebles de madera se prendieron fuego con mucha facilidad. Al final terminó cayéndose el techo, y el propio derrumbe apagó el fuego.
—¿Cómo sabéis todo eso? —quise saber.
—A todos nos despertaron los estruendos de los exisals y la luz del cielo, y salimos para ver lo que pasaba —contestó Kaito—. Cuando nos dimos cuenta de que la academia estaba a punto de ser destruida, decidimos que era hora de usar las cápsulas de Keebo.
—Pero tú seguías en el dormitorio —comentó Kokichi—. Así que volvimos a buscarte.
Me temblaron los labios y acabé formando una pequeña sonrisa.
—Gracias —murmuré.
—No tienes que darlas —dijo Kaito—. ¿Cómo íbamos a dejarte allí?
Seguimos caminando durante largos minutos, esquivando lámparas caídas, tablas de madera sueltas y ladrillos perdidos, hasta que encontramos la entrada del gimnasio, una gran puerta doble de color gris.
—Ya me puedes bajar, Kaito —le pedí.
—¿Estás segura? —preguntó Kokichi, preocupado, abriendo la puerta del gimnasio.
—Ya estamos aquí —comenté, cuando la suela de mi zapato tocó el suelo—. Caminar sí que puedo hacerlo.
Sin embargo, cuando entramos al gimnasio, nos encontramos con un pequeño problema. Por suerte, las cápsulas estaban intactas, ya que el gimnasio aún no se había derrumbado, pero no había ni rastro de Shuichi, Himiko y Keebo.
—¿Dónde están los demás? —pregunté.
—Se suponía que ya debían estar aquí —repuso Kokichi.
—¿Y si les ha pasado algo? —solté, alarmada.
—No seamos tan negativos —intervino Kaito—. Estoy seguro de que estarán al caer. Después de todo, iban con Keebo. Él tiene muchos métodos de defensa, ¿no?
Justo cuando Kaito terminó de hablar, la puerta del gimnasio detrás nuestro se abrió de un golpe, y por ella entraron en estampida los tres estudiantes que faltaban. Gracias al universo, o mejor dicho a Keebo, todos estaban sanos y salvos, aunque el pelo se les había revuelto un poco y casi no tenían aliento. Cerraron la puerta lo más rápido que pudieron y apoyaron sus espaldas en ella con expresiones de horror.
—¿Qué os ha pasado? —quiso saber Kaito.
—Más bien, quién nos ha pasado —lo corrigió Himiko, ajustándose el moño verde del pelo.
—Nos siguieron dos exisals —explicó Shuichi, con la respiración agitada—. A uno... A uno de ellos conseguimos distraerlo, pero el otro... el otro no nos paraba de seguir.
—Encima me caí y me hice daño en la rodilla —se lamentó Himiko, señalando su pierna. Su media estaba rota a la altura de la rodilla y enseñaba una pequeña herida con sangre seca—. Menos mal que estaban Keebo y mini Miu con nosotros. ¡Teníais que haber visto cómo atacaban al exisal con un rayo mágico! Me pregunto si lo habrán aprendido de mí...
—No era un rayo mágico, eran flechas electrificadas, pero sí, estuve genial —se pavoneó mini Miu.
—Keebo también estuvo genial —añadió Himiko.
—Sí, sí, vale, no me quites el protagonismo —soltó mini Miu, muy digna.
—¿Habéis acabado con el exisal que os perseguía? —inquirió Kokichi.
—No del todo —admitió Keebo—. Nos costó lo suyo aturdir al primero y nos quedamos sin flechas para el segundo, pero al menos conseguimos darle esquinazo.
—A ver, ¿qué hacemos aquí charlando? —anunció Kaito, de repente—. La academia se va a convertir en un puré de verduras, y la verdad es que odio mucho las verduras, así que preferiría no convertirme en una.
—Por primera vez en la vida, le tengo que dar la razón a este orangután con deficiencia mental que se hace llamar Kaito —alegó mini Miu—. Y la verdad es que no me siento nada bien haciéndolo.
Kaito puso cara de haberse sentido ofendido, a lo que mini Miu respondió agrandando su sonrisa burlesca.
Sin perder ni un segundo más, nos acercamos a las máquinas. Como ya habíamos visto el día anterior, habían tres cápsulas alineadas a cada lado, aunque una de ellas, en concreto la última del lado izquierdo, era distinta, ya que era una máquina específica para robots. Las demás estaban diseñadas para humanos, ofreciendo un ochenta por ciento de probabilidad de supervivencia; menos yo, claro, que siempre rompía con los esquemas y esta no iba a ser la excepción: mis probabilidades de supervivencia eran casi nulas.
Mal, (t/n), mal, ¿no se suponía que ibas a intentar ser positiva?
—Lo conseguirás —susurró Shuichi, tan bajito que solo lo escuché yo.
—¿Ahora puedes leer mis pensamientos? —pregunté, para disipar la tensión.
—Tus pensamientos aún no, pero tus expresiones sí —repuso, con una sonrisa casi imperceptible.
Estuve a punto de añadir algo más, cuando Keebo alzó la voz.
—Perfecto, ¿quién quiere ser el primero?
El robot había abierto la puerta de la primera cápsula del lado derecho. Nos miró uno a uno esperando que alguno se prestara voluntario, cosa que no ocurrió. Estábamos muy asustados como para levantar la mano, parecía esa clase de situaciones en las que el profesor pide a los alumnos que salgan a la pizarra a resolver un problema muy complicado, pero al final nadie se levanta, con la pequeña diferencia de que en nuestro caso nos jugábamos la vida.
—Por favor, no lo hagáis todos a la vez —ironizó mini Miu—. Hay una cápsula para cada uno, no hace falta tanto entusiasmo por entrar el primero.
A pesar de todo, la situación no cambió. Nos miramos entre nosotros esperando que alguno se ofreciera, pero nadie lo hacía. Me habría prestado voluntaria de no ser porque el terror me había dejado muda y prácticamente paralizada. Me di cuenta de que Kokichi me miraba de reojo, y estaba segura de que si no se había prestado voluntario todavía, era porque no quería irse antes que yo.
Keebo abrió la boca para decir algo, pero sus palabras quedaron en el aire, pues un fuerte estruendo procedente de detrás de la puerta del gimnasio captó la atención de todos nosotros. Fue como si miles de calderos se cayeran al suelo al mismo tiempo. Mentiría si dijera que no se me subieron los ovarios a la garganta.
—¡Es el exisal! —exclamó Himiko, agazapándose detrás de Kaito—. Al final sí que nos ha seguido.
—¿Qué hacemos? —preguntó Kaito, irguiéndose delante de Himiko en modo protector—. Si entra en el gimnasio, se acabó; se cargará todas las cápsulas de un solo soplido. Por no hablar de lo que nos haría a nosotros... Aunque, claro, si hay que luchar, me iré corriend... Quiero decir, seré el primero en luchar si hay que hacerlo.
—Buena idea —coincidió Kokichi—. Propongo que le demos a Kaito como sacrificio para que se entretenga.
—¡Oye! —se quejó este—. ¿No se supone que soy tu amigo?
—El instinto de supervivencia va antes que los amigos, lo siento. —Kokichi se encogió de hombros.
—Tenemos que intentar cubrir la puerta con algo para que no entre —razonó Shuichi, y luego señaló la mesa de trabajo que estaba en medio de las hileras de cápsulas—. Quizá esto nos sirva.
—No, eso solo nos ayudará a ganar un par de segundos —discrepó Keebo—. Los exisal tienen mucha fuerza, más de la que te puedas imaginar. Una simple mesa no los detendrá más de treinta segundos. No nos dará tiempo a todos de entrar en las cápsulas.
—Entonces, ¿qué propones? —quise saber.
—Yo entretendré al exisal —se ofreció Keebo.
—¿Qué? —proferimos todos casi al mismo tiempo, incluso mini Miu se mostró en desacuerdo.
—Es nuestra única opción si no queremos dejar a nadie atrás —añadió Keebo, convencido.
—No quiero ser quien arruine el plan —empezó a decir Kaito—, pero, ¿mini Miu no era la única que sabía colocar los electrodos? No os podéis separar, así que si os vais, ¿cómo vamos a meternos en las cápsulas?
—(t/n) sabe colocarlos —repuso Keebo, señalándome con la cabeza—. Mini Miu le estuvo enseñando ayer, y estoy seguro de que lo recuerda perfectamente, ¿no, (t/n)?
Inmediatamente, todos me miraron. Los cachetes se me encendieron de la vergüenza, pero al mismo tiempo una agradable sensación me recorrió el cuerpo: me sentía importante. Esta vez sí que iba a tener un papel útil en nuestro plan de huída, así que no pude evitar emocionarme.
—Sí, lo recuerdo perfectamente —afirmé. Rápidamente, empecé a repasar el mapa mental que me había enseñado mini Miu el día anterior. Agradecí que para algunas cosas sí tuviera buena memoria—. Lo tengo. Un electrodo se coloca en la zona paraesternal derecha y el otro en el ápex del corazón. Además hay que tener en cuenta la altura de la persona, su peso y su ancho... Sí, estoy lista. Puedo hacerlo.
—Perfecto —convino Keebo—. Entonces...
—No estoy de acuerdo con el plan —intervino Kokichi.
Lo miré con el ceño fruncido.
—¿Es que no confías en mí? —pregunté, un tanto ofendida.
—No, no es eso —aseguró, mordiéndose el labio con nerviosismo—. Sabes que confío plenamente en ti.
—Entonces, ¿qué problema hay? —espeté, y me di cuenta de que la tensión entre nosotros aún subsistía.
Se escuchó otro sonido detrás de la puerta, esta vez más fuerte, lo que nos daba una idea de lo cerca que se encontraba el exisal.
—Es que no me gusta este plan —insistió Kokichi, mirando a Keebo—. Mini Miu debería ser quien nos pusiera los electrodos. Eso es lo que acordamos en un principio. Si (t/n) nos pone los electrodos a todos, ¿quién se los pondrá a ella y tirará de su palanca?
—Lo haré yo —dijo Keebo—. Cuando consiga destruir o distraer al exisal, volveré para ponerle los electrodos a ella, y luego me meteré yo mismo en mi cápsula especial.
—Todo saldrá bien, Kokichi —dije, intentando tranquilizarlo.
Al principio pensé que no estaba de acuerdo con el plan porque no confiaba en mí lo suficiente, pero resultó que ese no era el problema. Lo que le preocupaba era que yo me quedase la última y nadie pudiera tirar de mi palanca. Me alegró un poco descubrir que, a pesar de nuestra discusión, aún le importaba mi seguridad.
—No mientas —espetó Kokichi, bruscamente—. Este plan puede salir mal de muchas maneras y no estoy dispuesto a correr ese riesgo. ¿Y si Keebo nunca vuelve y no hay nadie que pueda activar la cápsula de (t/n)?
—Me alegra saber que también te preocupas por nuestra seguridad —comentó mini Miu, sarcástica.
—Soy yo la que decide correr ese riesgo, Kokichi, no tú —dije, intentando sonar lo más segura posible—. No tenemos otra opción. Si tienes una idea mejor que pueda evitar que el exisal entre al gimnasio, ahora es el momento de compartirla con nosotros, pero si no la tienes entonces estoy dispuesta a quedarme la penúltima.
—No, no voy a permitirlo —sostuvo Kokichi, con testarudez—. Iré yo a distraer al exisal si hace falta.
—Eso sería un acto suicida —repliqué—. Keebo y mini Miu tienen el armamento necesario para enfrentarse a ellos, pero tú no, así que deja de hacerte el héroe y déjame ser yo quien os salve esta vez.
Kokichi hizo una mueca de desacuerdo, pero antes de que abriera la boca para volver a discutir conmigo, le hice una señal a Keebo para que saliera a distraer al exisal.
—Vete ya, Keebo, no tenemos mucho tiempo —declaré, y éste asintió y se dirigió a la salida.
—Tened cuidado —murmuró Himiko, preocupada.
—Lo tendremos —dijo antes de que su brazo se transformara en una ballesta y que mini Miu sacara su arco electrificado—. Confío en ti, (t/n). —Acto seguido, salió por la puerta y se escucharon sonidos de pelea, que cada vez se iban alejando más.
Las últimas palabras de Keebo me habían dado la seguridad que necesitaba para completar mi tarea. Si él confiaba en mí, era porque tenía las capacidades para hacerlo bien, ¿no? Aun así, tenía que tener cuidado, pues ponía en riesgo las vidas de mis amigos.
Al ver la expresión de Kokichi, me acerqué a él para intentar relajar sus nervios.
—Confía un poco más en Keebo —le dije—. Volverán. Estoy segura de ello, y cuando lo hagan me colocaran los electrodos. No te preocupes por mí.
—Me pides algo imposible —masculló en voz baja, de modo que los otros no escucharan nuestra conversación—. No puedo dejar de preocuparme por ti.
—Ya te he dicho que Keebo volverá —insistí en un susurro.
—Eso no es lo que me asusta. Me da miedo que cuando vuelva tú ya no estés viva.
—Lo estaré, te lo prometo.
—No puedes prometerme algo que no está en tu mano. Mira, ¿sabes qué? Ya sé lo que podemos hacer. Enséñame a poner los electrodos y lo haré yo.
—No hay tiempo para eso, Kokichi. Además, ¿te crees que así yo estaría más tranquila? A mí tampoco me gustaría que te quedases el penúltimo.
Antes de que Kokichi pudiera contradecirme, escuchamos una tos bastante forzada al otro lado del gimnasio.
—Oye, no es por cortar vuestra pequeña charla de domingo por la tarde —empezó a decir Kaito—, pero deberíamos meternos cuanto antes en las cápsulas. No sé si recordáis que hay una máquina hambrienta llamada exisal ahí fuera y que en cualquier momento se nos puede caer el techo encima. No sé vosotros, pero mi sueño no es morir aplastado.
—Sí, tienes razón. —Miré una última vez a Kokichi, que seguía con cara de pocos amigos, y me acerqué a la primera cápsula.
Estuve a punto de cometer el mismo error que Keebo: preguntar si alguien quería entrar primero. Si no se habían prestado voluntarios con Keebo, menos lo harían conmigo. La única opción que me quedaba era elegir a dedo a uno de ellos.
Por muy gracioso que pudiera sonar, los cuatro se habían colocado uno al lado del otro en orden de altura, así que mis ojos partieron de Kaito y fueron bajando hasta detenerse en los de Himiko, esta última me dedicó un gesto negativo al darse cuenta de lo que estaba haciendo.
—Venga, Himiko, tú primero —anuncié, sin estar muy segura de mi decisión.
La chica se quedó en silencio. Todos la miraron como si hubiese sido elegida para bailar claqué delante de una manada de tigres hambrientos.
—¿Yo? —preguntó esta, con la esperanza de haberme escuchado mal.
—Sí, Himiko, tú serás la primera. —Al confirmárselo, me dio la sensación de que se desinflaba por dentro como un globo pinchado.
—¿Por qué yo? —musitó, asustada—. ¿Por qué no Shuichi o Kaito o Kokichi?
—Porque las mejores personas siempre van primero —sonreí. Mi comentario hizo que los otros tres fruncieran el ceño, descontentos—. Vamos, Himiko, será muy fácil para ti. Solo tienes que imaginar que estás en medio de un escenario haciendo un truco de magia. Uno arriesgado pero impresionante. Los sorprenderás a todos haciéndoles creer que estás muerta y luego, cuando menos se lo esperen, revivirás con tu magia de una forma majestuosa y espectacular. La cápsula será la caja mágica que usaremos durante el truco y yo seré tu fiel ayudante, ¿qué te parece?
Gracias a la ingeniosa comparación que se me había ocurrido, la línea recta de los labios de Himiko se curvó en una pequeña sonrisa.
—Vale, te dejaré ser mi ayudante solo por esta vez —advirtió la chica—. Pero no puedo revelarte la magia que utilizaré durante el espectáculo. Eso es información confidencial. Ya sabes, un buen mago nunca revela sus poderes.
—Respeto el código de magos. —Sonreí y levanté las manos en señal de rendición.
Himiko llegó hasta mí dando torpes saltitos. Seguía estando un tanto nerviosa a pesar de que había logrado distraerla un poco. Pensé que era inevitable. Nadie en una situación así podría mantener sus nervios al margen. Me aparté para darle paso al interior de la cápsula. Antes de entrar, me miró con inquietud, pero finalmente metió un pie dentro y luego el otro. Se dio la vuelta para quedar frente a mí y apoyó la espalda y la cabeza en la parte de detrás.
Como la cápsula era vertical, tenía una cadena que se enganchaba en la cintura para que el cuerpo permaneciese de pie cuando se produciese el chispazo. Himiko cerró los ojos mientras se la ataba.
—Esto es un truco de magia —repetía, en voz baja—. Es solo un truco de magia y me saldrá bien.
—Eso es —la apremié, mientras tomaba entre mis manos los electrodos—. Ahora viene la parte más emocionante del truco, Himiko.
—Ah, ¿si? —dijo, y casi se me rompe el corazón al verla muerta de miedo
—Sí, ¿estás preparada?
—No sé.
—Sí lo estás.
—Creo que no.
Me mordí el labio y me volví hacia los tres chicos, que observaban cada uno de mis movimientos.
—¿Podéis daros la vuelta? —les pedí.
—¿Qué? —Kaito frunció los labios—. ¿Por qué? Quiero ver cómo...
—Si no os dais la vuelta ahora mismo, os arranco los ojos —le interrumpí, en un tono amenazante.
—¿Las chicas siempre son tan agresivas? —murmuró Kaito, mientras él, Shuichi y Kokichi se quedaban de espaldas a nosotras.
Me volví de nuevo hacia Himiko y me partió el alma verla tan pequeñita dentro de la cápsula, mirándome como un cachorro abandonado que está buscando dueño.
—Ahora, necesito que te levantes un momento la camisa —le susurré, mostrando seguridad—. Cuando te pegue los electrodos a la piel, la podrás volver a bajar. Te prometo que será rápido. Ni siquiera te darás cuenta. Pero tengo que hacerlo porque es parte del truco. ¿Te parece bien?
Ella asintió lentamente, todavía con esa mirada entre adorable y melancólica.
—Mejor tú que Keebo —dijo en voz baja.
—¿Nos podemos girar ya? —preguntó Kaito.
—Si te giras, te clavo en el ojo el destornillador que hay en la mesa —solté, porque no podía perder más tiempo.
—Esta chica está obsesionada con los ojos. —Escuché que murmuró Kaito—. Kokichi, como sigas con ella, vas a acabar con dos parches pirata.
Cuando me aseguré de haber colocado correctamente los electrodos en el pecho de Himiko, esta se bajó la camisa. Ahora que lo pensaba mejor, ya sabía por qué mini Miu quería ser la única en saber colocar los electrodos: ¡quería levantarnos a todos la camisa! Menuda pervertida.
Una vez puestos los electrodos, solo tenía que cerrar la puerta de la cápsula y darle a la palanca para que comenzara a llenarse de energía, pero las palabras de la chica me impidieron hacerlo.
—Tengo miedo, (t/n). —Fue sincera y directa.
—Lo sé, yo también lo tengo —admití, y me incliné un poco para quedar a su altura—. Pero, ¿sabes qué? También estoy segura de que no te pasará nada. Hay alguien ahí arriba que está cuidando siempre de ti, alguien que te quiere mucho.
—Tenko —musito ella.
—Exactamente. Tenko está cuidando de ti y no va a permitir que te pase nada. Bajo su protección eres intocable. Ni la mismísima muerte se atrevería a rozarte el hombro. Es por eso que estoy convencida de que lo lograrás.
Himiko sonrió.
—Ella también cuida de ti, no te olvides. Eso significa que nos veremos al otro lado, ¿no?
«No, yo no voy a conseguirlo, pero vosotros sí»
—Claro, te veo en el otro lado —mentí, pero ella no se dio cuenta—. ¿Estás preparada para poner en marcha el espectáculo de magia?
Himiko asintió.
—Estoy lista para deslumbrarlos a todos.
Miré una última vez sus ojos brillantes de color escarlata y pensé que Tenko estaría orgullosa de mí por haber cumplido una parte de la promesa: que tanto Himiko como yo saliésemos vivas de allí.
Acto seguido, cerré la puerta, tiré de la palanca y vi como aparecía una raya horizontal en la pantalla negra. Con la tercera raya se produciría el primer chispazo que pararía su corazón y con la quinta el segundo que lo reanimaría. Por desgracia, había que esperar un poco hasta la tercera raya, pues las cápsulas tardaban en cargarse.
Mientras tanto, elegí al siguiente voluntario, que en realidad no era voluntario, ya que no tenían elección. Pensé en Kokichi, porque quería que se salvase cuanto antes, pero supe que montaría un numerito antes de meterse en la cápsula, así que para agilizar el proceso elegí a Kaito, pues sabía como convencerlo.
—No estoy preparado —se excusó este—. Aún no me he despedido apropiadamente de este lugar. Por ejemplo de esa puerta. ¿Sabes cuántas veces me golpeó en la frente al cerrarse de golpe? He creado un vínculo emocional con ella. O también estas tablas de madera del suelo. ¿Es que no recuerdas las veces que apoyamos en ellas la suela de nuestro zapato? ¡Tenemos que agradecérselo!
—Vaya excusa más mala —se burló Kokichi—. Tú eras de los que decían que no habían hecho la tarea porque se la había comido el perro, ¿verdad?
—Te equivocas, ¡era mi tortuga quien se los comía! —se defendió Kaito de una manera lamentable.
—Ya has tenido tiempo suficiente para despedirte —dije, cortando su conversación inútil—. Venga, Kaito, la cápsula te espera.
—Es que ahora mismo no puedo.
Sabía que se negaría, por eso había preparado la actuación perfecta.
—¿Me estás diciendo que no vas a entrar después de todo lo que he hecho por ti? —Fingí secarme una lágrima.
—Es-Espera, n-no llo-llores —dijo, apurado.
—¡Pues claro que lloro! —exclamé, haciéndome la dramática—. ¿Sabes que decidí salvarte la vida y así me lo pagas? Te di el antídoto a ti en vez de tomármelo yo, ¿recuerdas? Lo hice todo por ti, para que vivieras. ¿Y ahora me estás diciendo que vas a tirar todo mi esfuerzo por la borda porque no quieres meterte en la cápsula? ¿Así de egoísta eres?
Créditos a Kokichi por enseñarme esa maravillosa actuación.
—¿Q-Qué? Pero yo... Yo no quería tirar tus esfuerzos por la borda. Es solo que...
—¡Entonces demuestra que estás agradecido conmigo! —dije, tapándome los ojos con las manos—. Nunca te importé, es eso, ¿no? Te da igual que haya sacrificado mi vida para salvarte.
—No, no, no, te juro que no pienso eso —se apresuró a decir Kaito, nervioso—. Vale, mira, dime cómo quieres que te lo recompense. Haré lo que quieras, te lo prometo, pero deja de llorar, por favor.
Inmediatamente, cambié mi aspecto melancólico por una sonrisa victoriosa.
—¡Vale! —exclamé sonriente—. Quiero que te metas en la cápsula ahora.
Al verle la cara a Kokichi, pude sentir lo orgulloso que estaba de mí.
—Mierda, me la has liado —refunfuñó Kaito, metiéndose en la segunda cápsula—. La próxima vez no caeré en tus artimañas.
«No creo que haya próxima vez»
—¡Siguiente! —exclamé, cuando terminé de colocarle los electrodos a Kaito, cerré la puerta y tiré de la palanca.
Kokichi y Shuichi se miraron e hicieron una mueca. Ninguno parecía interesado en meterse dentro de la cápsula. Este trabajo me estaba costando más de lo que creía.
—Que vaya Shuichi —saltó Kokichi. Sabía que no quería irse sin mí, y eso iba a ser un problema.
—(t/n) preferiría que fueras tú primero —le dijo Shuichi—. A mí no me importa quedarme de los últimos.
Vaya par de idiotas.
—A ver —anuncié, captando la atención de ambos. Entonces repasé mentalmente todas las posibilidades y llegué a la conclusión de que sería más rápido elegir a... —, Shuichi, tú serás el siguiente.
—De acuerdo. —Sabía que Shuichi no me daría problemas, pero aceptó más rápido de lo que creía.
Al igual que a Himiko y a Kaito, le coloqué los electrodos por debajo de la camisa (juraría que sonrojó un poco mientras lo hacía). No era mi pasión ir levantando camisas ajenas, pero era eso o morir aplastados por los escombros. Cuando terminé, cerré la cápsula y le di a la palanca.
Me giré hacia el último estudiante que quedaba en pie y el que sabía que me iba a dar muchos problemas.
—¿Cómo sabremos si ha funcionado? —preguntó Kokichi, sin dejarme hablar—. Quiero decir, ¿hay alguna manera de saber si su corazón ha vuelto a latir y ya se han despertado en el otro lado?
—No, no hay forma de saberlo —dije, y miré la pantalla de Himiko que ya tenía las cinco rayas completas. Tragué saliva—. La cápsula de Himiko ya tuvo que haberle dado los dos chispazos, así que si todo ha ido bien ya ella está en el otro lado —Luego miré la de Kaito: iba por la cuarta raya—. A Kaito ya le han dado el primer chispazo (con la tercera raya). Le darán el segundo cuando se completen las cinco.
—Y Shuichi está a punto de recibir la primera descarga —avistó Kokichi, mirando su cápsula.
—Sí, ya va por la segunda raya.
—Esto es lo que no me gusta —dijo, de repente.
—¿Qué exactamente?
—Tenerlo que dejar todo a manos del azar —protestó, mordiéndose el labio con nerviosismo—. ¡Odio hacer eso! Siempre me gusta tenerlo todo bajo control. Me alivia saber lo que va a pasar. Pero el azar es impredecible, ¡y odio lo impredecible! Podemos meternos en las cápsulas y sobrevivir todos, o podemos hacerlo y morir todos. No hay nada asegurado, y eso me pone nervioso.
—A mí también me da miedo, pero no tenemos más opciones que confiar en nuestra suerte.
—Entonces voy jodido, gasté toda mi suerte en conseguir que te fijaras en mí.
Abrí los ojos y sentí un cosquilleo en el estómago. Para Kokichi ese comentario había sido normal, no se dio cuenta de que mi corazón había hecho una triple voltereta mortal al escucharlo decir que prácticamente era un afortunado por tenerme a mí.
¿Es que no se daba cuenta de que la que tuvo suerte con él había sido yo? Siempre se preocupaba por mí. Anteponía todas mis necesidades a las suyas sin siquiera darse cuenta. ¡Y encima creía que él no era suficiente para mí! Era hora de que eso cambiara, así que decidí ser yo quien lo protegiese esta vez.
—Kokichi...
—Dime.
—Es tu turno —sentencié, abriendo la cuarta cápsula.
Mi tono de voz era tajante, no daba posibilidad a discusión. Cualquiera que me hubiera oído habría creído que si me desobedecía, le clavaría las uñas en los ojos (vale, quizá sí tenía una pequeña obsesión con los ojos), pero a Kokichi le gustaba vivir al límite, así que permaneció impasible en su sitio.
—No. Esperaremos a Keebo —perseveró, y me di cuenta de que había tirado toda mi autoridad a la basura con solo esa frase, pero no podía rendirme aún.
—Eso solo nos retrasará más —Le hice un gesto para que se acercase—. Venga, entra en la capsula. Yo estaré bien, en serio.
Pero él era un profesional en lo que se refería a testarudez.
—No pienso irme y dejarte aquí tirada.
—Es una estupidez que te quedes aquí conmigo. Cuando venga Keebo, tendrá que ponerle los electrodos a dos personas en lugar de a una, y eso solo nos retrasará. No sabemos cuánto aguantarán las paredes del gimnasio antes de derrumbarse. Sé inteligente y déjame colocarte los electrodos.
Del uno al diez mi discurso hizo un efecto del cero por ciento en él.
—No voy a ceder, (t/n).
—Lo sé, eres un pesado —murmuré, y puse en marcha mi plan B. Me acerqué a él muy despacio mientras pestañeaba y ponía ojos de cachorrrito—. ¿No lo puedes hacer por mí? Creía que me querías. Vamos, Kichi, déjame ganar a mí esta vez, déjame protegerte. Te lo recompensaré más tarde, te lo prometo.
—Primero que todo, no me llames Kichi. Es un apodo horrible. Segundo, lo que estás haciendo es chantaje emocional. Yo lo inventé. No te va a servir conmigo.
—Ugh, eres imposible. —Solté un suspiró agotador—. ¿No hay nada que pueda decir para que me hagas caso?
Mal, (t/n), has perdido toda tu autoridad. Ahora él controla la situación.
—Nada. —Se cruzó de brazos y se apoyó en la mesa que había entre las dos filas de cápsulas.
—Si no me haces caso, te odiaré toda mi vida. —Recurrí a lo último que se me ocurrió. Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.
—Me sirve. —Se encogió de hombro, cosa que acabó con mi paciencia—. Ya conseguiré hacerte cambiar de opinión.
—Pues puedes empezar ya, porque ahora mismo te odio de verdad.
Nuestra conversación quedó acallada por el repentino sonido de un pitido intermitente. Al principio pensé que me lo estaba imaginando como efecto secundario del veneno, pero luego me di cuenta de que Kokichi también lo estaba escuchando.
—¿Qué es eso? —preguntó, y nos miramos extrañados.
—No lo sé.
Escudriñamos nuestro alrededor antes de darnos cuenta de que provenía de la cápsula de Shuichi. Rápidamente, nos acercamos a ella. Casi se me saltan los ojos al ver que su pantalla estaba parpadeando en rojo. Se suponía que debían aparecer cinco rayas horizontales para que la máquina pudiera provocar la segunda descarga (la que reanimaría su corazón), pero en su pantalla solo aparecían cuatro, y esta última no paraba de parpadear. Se me erizó la piel de la angustia y los nervios.
—Oh, mierda —solté, apunto de darme un ataque de ansiedad.
—¿Qué pasa? —dijo Kokichi, a toda prisa—. ¿Por qué parpadea? ¿Qué es lo que falla?
—La cápsula le ha dado la primera descarga a Shuichi, lo que quiere decir que su corazón ahora mismo no late —expliqué, tan rápido que dudaba que me entendiera—. Pero no puede darle la segunda porque se ha quedado parado en la cuarta raya. ¡La segunda descarga solo se produce cuando llega a la quinta!
—¿Y por qué se ha parado? —gritó Kokichi, empezando a ponerse nervioso.
—¡No lo sé! Pero si no hacemos algo ya, Shuichi morirá.
—¿Qué hacemos?
—No lo sé. Su corazón no puede estar más de sesenta segundos parado porque si no... ¡Ay, Dios mío! Necesitamos a Keebo y a mini Miu.
—Perderíamos mucho tiempo en ir a buscarlos.
Kokichi tenía razón, pero no se me ocurría nada. Me estaba atragantando con el propio aire que respiraba. Ni Keebo ni mini Miu me habían dado instrucciones por si pasaba esto, así que tuve que poner a trabajar mi cerebro para buscar una solución en el menor tiempo posible. Pero trabajar bajo presión no era nada fácil, y menos cuando estaba al borde de sufrir un ataque de ansiedad...
¡No!
«(t/n), concéntrate, tú puedes resolver esto»
A este punto solo habían pasado diez segundos desde que comenzó el pitido, pero ya estaba tirándome de los pelos.
—Es que no lo entiendo —solté, escudriñando la cápsula entera—. ¡De verdad que no lo entiendo! La de Kaito y la de Himiko funcionaron perfectamente, no entiendo por qué esta no.
Mientras yo me estrujaba el cerebro para pensar en algo, Kokichi parecía haberse rendido desde que el pitido comenzó a sonar, hacía quince segundos.
—Ya oíste a Keebo —dijo, bajando la mirada—. Sabíamos que esto podía pasar. Era un riesgo que tomábamos. Las cápsulas no son perfectas. No tuvieron el tiempo suficiente para asegurarse de que todas funcionaran bien.
—¡Cómo puedes decir eso! ¡Tenemos que hacer algo! ¿Y si fue mi culpa? ¡Ay, no! ¿Y si le puse mal los electrodos? ¡Tengo que arreglar esto!
—No es culpa de nadie, Shuichi simplemente tuvo mala suerte.
Ignoré completamente la presencia de Kokichi, porque necesitaba concentrarme. Todavía nos quedaban algunos segundos. No sabía cuántos, pero Shuichi aún tenía posibilidades de vivir. No me podía rendir, él no lo hubiera hecho conmigo.
—Déjalo, (t/n), no podemos hacer nada.
—¡Qué te calles!
Le di la espalda a Kokichi y repasé en mi mente todo lo que sabía sobre las cápsulas. Hasta que encontré la raíz del problema: «Las cápsulas tienen cinco baterías que se corresponden con las cinco rayas que aparecerán en la pantalla». Las palabras de Keebo resonaron en mi cabeza seguido de un pequeño ¡eureka! y una repentina emoción.
¡La cápsula de Shuichi necesitaba una batería nueva! Keebo tardaría días en hacer otra. Pero había un lugar donde habían baterías intactas: en las cápsulas que no habíamos utilizado aún. Aunque, claro, esas baterías eran de un solo uso. Una vez que se gastara la energía, no podrían volverse a utilizar. Lo que se significaba que... Mierda.
Lo bueno era que ya sabía cómo salvar a Shuichi. Lo malo era que tenía que sortear un obstáculo: Kokichi.
—¿A dónde vas? —preguntó este cuando me vio caminar hasta la parte trasera de una de las cápsulas que todavía no habíamos usado.
No le respondí. Si lo hacía, me detendría. Pero no iba a ser tan fácil. Kokichi corrió hasta mí y cayó en la cuenta de lo que estaba haciendo.
—(t/n), no —dijo, agarrando mis muñecas.
No me dio tiempo de abrir el compartimento trasero para coger una de las baterías.
—Es la única manera de salvarlo.
—Si lo haces...
—Habrá una cápsula menos. Sí, soy consciente de ello. Tú utilizarás la otra y yo me quedaré aquí hasta que llegue Keebo. Ya se nos ocurrirá algo.
Era mentira. Era una gran mentira y él lo sabía. Pero no lo dije por él, sino por intentar convencerme a mi misma de que todo iba a salir bien. Pero no funcionó porque sabía que no había nada que Keebo pudiera hacer si le daba la batería a Shuihi. Para cuando construyese otra, la academia formaría parte del pasado.
—No lo hagas, por favor —me rogó, sin dejar ir mis muñecas.
Pataleé y me sacudí para zafarme de su agarre sin éxito. Kokichi tenía mucha más fuerza que yo por culpa del veneno, así que no le costó mantener mis dos muñecas pegadas a su pecho.
—¿Y qué sugieres? ¿Que lo deje morir?
Él apretó los labios y luego chasqueó los dientes.
—No... ¡Maldita sea! Sí, claro que sí. Eso sugiero. Déjalo morir. No es nuestro problema. Tuvo mala suerte, (t/n).
—¿Cómo puedes decir eso?
—Porque no quiero que uno de nosotros dos se quede atrás. Si le das esa batería a Shuichi, será el fin para uno de nosotros. Y, mierda, no voy a dejar que seas tú.
—¿Me estás diciendo que tengo que elegir?
—No, te estoy diciendo que a veces las cosas salen mal. Para Shuichi salieron mal. No es nuestra culpa. Déjalo estar, (t/n), por favor.
A diferencia de mí, Kokichi sí pensaba en las consecuencias posteriores. Yo no era así, yo quería encargarme del problema actual y luego ya pensaría en las consecuencias.
A este punto habían pasado como cuarenta segundos, pero todavía nos quedaban unos treinta para salvarlo. Eso según mis cálculos mentales, que no eran muy buenos. Tenía quedarme prisa.
—Suéltame —grité, pataleando—. Yo no soy tan egoísta como tú.
—Soy egoísta, ¿y qué? ¿Es egoísta anteponer nuestra seguridad a la de otros? Porque si ese es el caso, entonces quiero ser egoísta siempre. Además, soy el único de los dos que está siendo sincero aquí.
—Es mi decisión, Kokichi, no te estoy pidiendo que te quedes tú, yo lo haré. Ahora suéltame.
—No, no te voy a soltar. Me da igual que me odies por esto. Déjalo morir, (t/n), así es como el azar lo quiso.
—No cuando podemos cambiarlo. Ni siquiera te estás escuchando. ¿Dejarlo morir? ¡Por Dios, Kokichi! ¡Él no te hubiera dejado morir a ti!
Esto último pareció hacerlo entrar en razón porque se quedó paralizado, como si acabara de ser consciente de la gravedad de la situación. En un despiste suyo pude escurrir mis muñecas de sus manos y quedar libre. Me apresuré a abrir el compartimento y sacar una de las cinco baterías que aún no habían sido utilizadas.
—Joder, mierda. —Escuché que lanzó una patada en el aire mientras yo corría hasta la cápsula de Shuichi.
La pantalla seguía parpadeando. Eso era buena señal, ¿no?
Me agaché detrás de la cápsula de Shuichi y abrí el compartimento de las baterías. Tal y como imaginaba, una de ellas estaba chamuscada. Me sacudió un aluvión de alivio al comprobar que, efectivamente, ese era el problema. Rápidamente, intercambié la batería vieja por la nueva.
—¿Funciona? —le pregunté a Kokichi, que estaba de pie enfrente de la pantalla.
—No, la cuarta raya sigue parpadeando.
—Mierda, mierda.
—Prueba a darle la vuelta a la batería —sugirió, y me sorprendió su colaboración—. A lo mejor la pusiste al revés.
Cuando cogí de nuevo la batería, me temblaban tanto los dedos que estuve a punto de decirle a Kokichi que la colocara por mí. Por suerte, pude hacerlo sola.
—Mira a ver ahora —le avisé.
—Sigue igual.
—Joder, ¿en serio?
Estaba a nada de rendirme.
—Sí, sigue parpadeando... Espera, no. Ha dejado de parpadear. ¡Se ha completado la quinta raya!
—¿Sí? —Casi no podía creerlo.
—Sí, (t/n), lo has conseguido —declaró Kokichi, y la emoción del momento le sacó una sonrisa—. ¡Se ha producido la segunda descarga con éxito!
No me cabía la felicidad en el pecho. ¡Dios mío! Había salvado a Shuichi de una muerte segura. Me sentía realmente satisfecha. No sabíamos si había sobrevivido a la descarga, pero al menos se había producido antes de que se agotaran los sesenta segundos.
Instintivamente corrí hasta Kokichi y lo abracé, celebrando la reciente victoria. Él enrolló sus brazos alrededor de mi cintura y yo los llevé a su cuello, apoyando mi cabeza en su hombro. Era tanta la adrenalina del momento que nos olvidamos por completo de lo que venía después.
Hasta que lo recordamos, y entonces nuestras sonrisas desaparecieron. Nos separamos lentamente mientras nos mirábamos a los ojos. Sabía lo que iba a pasar a continuación. Su expresión seria me dio muchísimo miedo; sabía lo que estaba pensando, y no le iba a dejar hacerlo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro