Capítulo 96
Hola, vengo a pediros que respiréis un poco mientras miráis al panda de la imagen antes de leer este capítulo. Inspirar. Expirar. Inspirar. Expirar. Si tenéis un arranque de ira, volved a mirar al panda. Os quiero.
• ────── ❋ ────── •
Me senté en el borde de la cama y suspiré. Me encontraba sola en mi habitación, pues Kokichi había ido a por algo de comer, a pesar de mis insistencias en que no tenía hambre. Desde hacía unos días mi estómago se negaba a probar bocado, y dudaba que él fuera a cambiar eso. Aun así, apreciaba que se preocupara por mí. Pensarlo me sacó una de esas sonrisas tontas.
Dejé caer mi espalda sobre la cama mientras mis piernas aún colgaba por el borde. Al hacerlo, todas las vértebras me crujieron. A esas alturas no había nada que me diferenciara de una anciana; tenía el mismo pálido aspecto y la misma debilidad corporal que una. Eso me frustraba.
Me coloqué de lado y me hice bolita; abracé mis rodillas y escondí mi cabeza entre ellas. Sin embargo, supe que era mala idea. Cada vez que adoptaba la posición fetal, acababa llorando como un cachorro, y no podía permitir que Kokichi me viera así cuando entrase por la puerta, así que volví a mi posición original y me quedé mirando el techo.
Al estirar las piernas, sentí un pinchazo en el lateral de mi cadera. Cuando me metí la mano en el bolsillo, encontré al culpable del dolor: era el anillo de Rantaro. Lo sostuve entre mis dedos mientras lo inspeccionaba de cerca con la mirada. A primera vista parecía una accesorio normal y corriente, pero, si te fijabas bien, veías que en su interior había un pequeño mecanismo oculto, cuya función era sacar la llave escondida dentro.
—¿Me diste el anillo solo por la llave o también para dejar una parte tuya conmigo? —pregunté a la nada.
Me gustaba pensar en los segundo.
Probé el anillo en mi anular, pero este bailó dentro de mi dedo porque me quedaba demasiado grande. Aun así, estiré la mano y cerré un ojo para comprobar qué tal me quedaba. Sin duda, le favorecía más a Rantaro que a mí. Me lo puse en el dedo corazón, pero el anillo seguía quedándome grande, hasta que lo probé en el pulgar, donde encajó a la perfección.
Al ponérmelo, activé sin querer el mecanismo interno y la llave se deslizó hasta hacerse visible. Era tan pequeña que me dio la sensación de que podía aplastarla con mis dedos.
Como si una bombilla se hubiera encendido encima de mi cabeza, se me ocurrió una idea para combatir el aburrimiento: podía probar la llave en mi ascensor. No serviría de mucho y no aportaría nada al hacerlo, pero el monstruo que adormitaba en mi interior llamado curiosidad se había despertado. Por eso, cuando conseguí rodar el armario, utilicé la llave para abrir el elevador y entré en él.
De alguna manera, saber que Rantaro había estado en ese mismo ascensor tiempo atrás para dejarme la nota, me acercaba un poco más a él. Como si creyera que las paredes del elevador tuvieran memoria, apoyé lentamente mi mano en una de ellas, imaginando que Rantaro estaba al otro lado haciendo lo mismo que yo.
Seguro que parecía una estúpida.
Corrección: lo era.
Casi pierdo el equilibrio cuando los engranajes del elevador se pusieron en marcha. El traqueteo del ascensor se detuvo cuando llegó a su destino. Ante mí se encontraba el pasillo del que Shuichi nos había hablado, pero en el que nunca había estado en persona. Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando sentí una corriente de aire frío. Fue extraño porque estaba en un sótano sin ventanas que conectaran con el exterior.
—¿Rantaro? —pregunté, mirando en todas direcciones.
Como era de esperar, no ocurrió nada y el pasillo permaneció en silencio absoluto.
«Soy imbécil»
«¿Qué hago hablándole a un muerto? Me estoy volviendo loca»
Me di la vuelta para volver al ascensor que conectaba con mi cuarto, pero escuché un sonido que me hizo girar de nuevo sobre mis talones. Lo asemejé al ruido que hacen los cuadros cuando rozan la pared. Le eché un vistazo al pasillo buscando la posible fuente de aquel extraño sonido. Por encima de todos los ascensores había un cartel pegado a la pared con el nombre del propietario del dormitorio con el que conectaba, y me di cuenta de que uno de ellos se había inclinado un poco.
Se trataba del cartel con el nombre de «Kokichi». El ruido que oí fue éste deslizándose por la pared. Cualquier persona normal lo hubiera ignorado y vuelto a su habitación, pero yo era de todo menos normal, así que utilicé la llave para abrir el ascensor que conectaba con la habitación de Kokichi y me subí en él.
Pensé en lo fácil que lo tuvo Tsumugi para envenenarme a mí y a Kaito, y apreté los puños con rabia hasta el punto de hacerme daño. Me había jurado a mí misma no volver a pensar en ella ni en las cosas que hizo, pero no pude evitarlo. Al igual que no pude evitar echarme parte de la culpa por no haberle parado lo pies antes o por no haberme dado cuenta de que Rantaro al principio solo quería engatusarme.
Cuando llegué a la habitación de Kokichi, después de apartar el armario, me golpeó en la cara un fuerte olor a productos de limpieza. Recordé lo que me había dicho Kokichi ayer: que había tosido un montón de sangre y que habían tenido que limpiar a fondo su dormitorio. Mis mejillas se encendieron de la vergüenza. Por suerte, Kokichi no estaba allí para burlarse de mí.
De pronto, me vino a la mente una imagen de su rostro descompuesto al entrar en mi habitación con un plato de comida y no verme allí. Decidí que lo mejor era volver antes de que eso ocurriera; no quería que le diera un infarto, y no precisamente el que nos iba a provocar la máquina de Keebo, sino uno mucho peor.
Apoyé las manos en el lateral del armario y lo rodé un poco para poder acceder mejor al ascensor. Sin embargo, cuando lo hice, algo cayó de la parte superior y me golpeó en la coronilla. Después de soltar una fuerte palabrota, me froté la cabeza, dolorida, y bajé la mirada en busca de aquello que me había atacado.
Fruncí el ceño cuando vi que se trataba de una carpeta color canela. Algunos de los papeles guardados en ella sobresalían por fuera por culpa de la caída. Me agaché para cogerla y devolverla a su sitio original, pero, cuando la tuve en mis manos, me sacudió una pequeña sensación de deja vù.
«Yo he visto esta carpeta antes», pensé.
Pero, ¿dónde?
Cerré los ojos tratando de hacer memoria, y entonces lo recordé.
¡Pues claro! Era una de las carpetas que Shuichi había sacado de la caja fuerte de Rantaro. Un momento, ¿qué hacía en el dormitorio de Kokichi?
«Vale, esto es raro», pensé, y mordí mi labio y miré los alrededores antes de abrirla.
Se me formó un nudo en la garganta cuando leí el título de la primera página. En el centro de la hoja y en letras mayúsculas estaba escrito: «Informe psiquiátrico».
Me negué a mí misma que ese informe tuviera algo que ver conmigo. Una voz en mi cabeza me gritaba que cerrara la carpeta y la devolviera a su sitio, pero no pude hacerlo. Algo me había guiado hasta ella y ahora necesitaba leerla. Me senté en el borde de la cama de Kokichi para acomodarme. Inspiré profundo y me atreví a pasar la página.
Esta vez el título se encontraba en la parte superior y decía: «datos del paciente». Debajo estaba el nombre del paciente en cuestión: «(t/n) (t/a)». Tragué saliva y lo volví a leer, como si creyera que repitiéndolo en mi cabeza las letras cambiarían. Más abajo estaba escrito mi fecha de nacimiento, sexo, edad... Paré de leer para respirar hondo. Las hojas temblaban entre mis manos.
En la siguiente página el encabezado pregonaba: «motivo de evaluación: determinar la salud mental y emocional de la paciente y analizar su comportamiento en busca de trastornos conocidos». Al lado debía estar escrito el nombre del examinador/psiquiatra, pero lo único que habían eran letras tachadas de tal manera que eran imposibles de leer. Más abajo había una advertencia: «paciente peligroso».
No quería leer más, quería tirar la carpeta contra la pared y gritar lo más fuerte que pudiese, pero estaba paralizada. Miré la siguiente página, pero no pude leer nada, todas las letras estaban borrosas. Entonces me di cuenta de que estaba llorando. Tuve que secarme las lágrimas varias veces para continuar leyendo el informe. Aun así, solo me atreví a leer algunas palabras por encima: «altamente dependiente, escaso control emocional, tendencia a manipular, presencia de delirios y alucinaciones, altamente violenta (ha atacado a todos sus examinadores; la mayoría han renunciado a tratarla), trastorno desconocido, trauma infantil...».
Ver mi nombre al lado de palabras que solo se utilizaban para referirse a personas enfermas mentalmente, hizo que todo el mundo se me cayese encima. ¿Eran esas las consecuencias de los experimentos que aquel hombre me había hecho? Tan solo de pensarlo me entraban ganas de gritar y romper las páginas, como si ya no pudiera controlarme a mí misma, pero, en lugar de hacer eso, pasé la página.
«La paciente presenta incapacidad para recordar información personal importante y posee lagunas de memoria demasiado amplias como para ser explicadas por el olvido ordinario. Creemos que se debe al fuerte trauma que le ocasionó su secuestrador durante diez años. Por esta misma razón, es incapaz de reconocer a su familia más cercana. Hemos decidido que por ahora no haya contacto entre ellos».
¿Mi familia? ¿Llegué a ver a mi familia? ¿Diez años? Durante diez años ese hombre estuvo experimentando conmigo hasta dejarme en un estado casi inhumano. Pero si éste informe existía, significaba que en algún momento conseguí librarme de él, y creía saber como lo había hecho: asesinándolo a sangre fría.
Según el informe, los análisis que me hicieron no mostraban signos de algún trastorno conocido, pero la paciente, es decir yo, era incapaz de comportarse como lo haría un humano normal, pues su cerebro estaba severamente dañado. Ningún tratamiento hasta la fecha había funcionado; lo único que encontraron para calmarme fue...
«El peluche de un oso que la acompañó durante los terribles experimentos es lo único que logra calmarla, como si de un sedante se tratara. Creemos que su secuestrador se lo daba a los niños al terminar las sesiones de tortura para calmar sus llantos. Por eso mismo, especulamos que la paciente lo relaciona con un estado de calma y quietud».
No había duda de que se referían al peluche de Monokuma de la foto, esa que ahora estaba guardada en mi habitación y cuyas partes pegué con cinta adhesiva.
Empecé a pasar las páginas tan rápido que apenas me daba tiempo a leer lo que había escrito en ellas, hasta que leí: «Expediente de incidentes» y algunas frases sueltas como: «Ataca a una enfermera con unas tijeras, presenta alucinaciones que la han llevado a autolesionarse, rechaza todo tipo de tratamientos, ha sido trasladada a una celda de aislamiento...»
Me tapé la cara con las manos. No podía creer que yo hubiera hecho todas esas cosas. ¿Autolesionarme? ¿Atacar a alguien? No era capaz de reconocerme a mi misma, y era un sensación muy frustrante, como si mi vida nunca hubiese sido mía. Y encima nada de eso explicaba cómo había acabado en el mundo ficticio.
Me sequé las lágrimas con la intención de seguir leyendo, pero me sobresaltó el fuerte estrépito de la puerta del dormitorio abriéndose de par en par. No sabía cuánto tiempo llevaba leyendo el informe, pero, cuando vi lo preocupado que parecía Kokichi mirándome desde el umbral, supuse que había regresado a mi dormitorio y se había asustado al no encontrarme allí.
Su expresión se relajó al verme, aunque solo duró unas milésimas de segundo, pues frunció el ceño cuando descubrió mis lágrimas, ajeno a lo que me había hecho llorar. Hasta que vio la carpeta en mis manos, entonces sus cejas se dispararon.
Kokichi se quedó paralizado y clavó sus ojos en los papeles de mis manos como si de aquella manera estos fuesen a desaparecer. De repente, me invadió una furia externa; estaba enfadada con él por haberme ocultado el informe. Sabía que en ese estado no podría controlar ni mis palabra ni mis acciones, así que dejé bruscamente los papeles sobre la cama, pues no tenía ánimos para seguir leyéndolos. Lo único que necesitaba era salir de esa habitación e irme muy lejos.
Por eso, mientras Kokichi seguía petrificado en la entrada, yo me levanté y caminé hasta la salida sin mirarlo a los ojos. No porque estuviera enfadada, que lo estaba, sino porque sabía que él había leído el mismo informe que yo, ese donde se me tachaba de loca mental. No podía mirarlo a la cara sin avergonzarme de mí misma.
Pasé junto a él por el umbral de la puerta, pero este no se movió, sino que permaneció en silencio mirando los papeles que yo había dejado en su cama, como si aún no se hubiera dado cuenta de que yo ya no estaba allí. Dudé por unos instantes si quedarme o no, pero finalmente salí de la habitación y avancé por el pasillo sin mirar atrás.
«Lo ha leído todo», pensé, entrando en un estado de ansiedad.
«Pensará que estoy loca de remate. Querrá deshacerse de mí en cuanto pueda. Seguro que se arrepiente de estar conmigo y desea que la máquina de Keebo me mate definitivamente, para así librarse de mí»
Al cabo de unos segundos, cuando todavía no había salido del pasillo de los dormitorios, escuché que Kokichi cerraba la puerta de su habitación y me llamaba:
—¡Espera!
No me detuve y continué caminando por el pasillo. No tenía ningún destino en concreto; solo quería irme muy lejos, a algún lugar donde nadie pudiera encontrarme. A uno donde pudiera estar apartada de todo el mundo, que es donde deberían estar los psicópatas.
—(t/n), espera un momento, por favor.
Lo escuché seguirme a grandes zancadas por detrás de mí. Sabía que si no me daba prisa me alcanzaría, así que aceleré el paso. Por desgracia para mí, él fue más rápido, o yo demasiado lenta, quizá algo muy dentro de mí quería que me alcanzara y que me rescatara de ese pozo en el que me estaba hundiendo. Cuando llegó a mi lado, me cogió del brazo para detenerme.
—(t/n)...
—¿Qué? —Ni siquiera me molesté en mirarlo a los ojos. Mi tono de voz fue cortante, aunque no todo lo que me hubiera gustado por culpa del nudo que se había formado en mi garganta.
—Lo siento. —Fue su respuesta.
Eso fue suficiente para alimentar mi vena de la furia, localizada justo en mi sien.
—¿Ya está? ¿Eso es lo único que vas a decirme? «Lo siento, (t/n)» y mágicamente todo se va a solucionar. Dime, Kokichi, ¿qué sientes exactamente? ¿Que yo sea una puta loca o que mi informe estuviera escondido en tu dormitorio?
Me di cuenta de que había elevado demasiado el tono de voz. Él trago saliva.
—Siento no habértelo enseñado antes. Pensaba hacerlo cuando saliéramos de aquí, cuando las cosas se hubieran calmado. Era lo mejor para ti.
—¿Lo mejor para mí? —Estaba tan enfadada pero a la vez tan rota por dentro que no sabía si ponerme a gritar o a llorar—. ¿Tú qué sabrás lo que es mejor para mí? Eso tendría que haberlo decidido yo, ¿no crees?
—Lo sé, (t/n), déjame explicarte que....
—No quiero escucharlo —sentencié, tajante. Había momentos en los que mi furia se transformaba en tristeza, pero evité por todos los medios llorar delante de él—. Me estoy hartando de tus excusas y de tus falsas disculpas. Me ocultaste la aparición de La Tempestad, según tú «por mi bien», y quedé como la frágil niña del grupo a la que hay que mentirle para que no se asuste. También me obligaste a quedarme encerrada un día entero en mi dormitorio como si fuera la mismísima Rapunzel, otra vez «por mi bien». Luego te disculpaste y prometiste que no me ocultarías nada más, que hacerlo había sido un error. Pero mira tú por donde, lo has vuelto hacer, así que he de asumir que tus disculpas eran más falsas que la magia de Himiko. ¿Hay algo más que me hayas estado ocultando? Porque a estas alturas no sé qué pensar.
Él parpadeó durante unos instantes antes de contestar:
—De acuerdo, metí la pata todas esas veces. Pero esto es distinto. El informe era un tema delicado de verdad, solo estaba esperando el momento oportuno para que no reaccionaras como lo estás haciendo ahora. Pero ha sido un completo fracaso. Y a tu pregunta: no, no te estoy ocultando nada más, ¿qué insinúas con eso?
—Nada. Me voy.
Conseguí que me soltara el brazo y caminé hasta llegar a la puerta de la zona de habitaciones. Cuando la abrí, vi de soslayo que Kokichi seguía detrás mío, así que, al pasar, le cerré la puerta en las narices para que captara la indirecta de que quería estar sola. Principalmente porque no quería descargar contra él la furia que sentía contra mí misma. Y aunque le encarase el haberme ocultado el informe, lo que realmente me dolía era saber que lo había leído y que seguramente pensaba lo mismo que yo: que era una perturbada mental.
Aun así, no tardó en llegar a mi lado otra vez. Me alegró que no estuviera enfadado por el portazo, porque justo después de dárselo me había arrepentido. No podía mirarlo a los ojos porque estaba muy avergonzada de mi misma. Por muchas razones: mi reciente actitud, mi incapacidad para controlar los impulsos de ira, lo escrito en ese informe... y podría seguir hasta el infinito.
Sin embargo, él, en lugar de echarme en cara todo eso, suavizó su tono de voz como si estuviera midiendo sus palabras una por una.
—No te vayas, por favor —me pidió.
Y me di cuenta de que ese «no te vayas» tenía más de un significado. Kokichi no quería dejarme sola, porque cualquiera que me viera en ese estado sabría que cometería alguna locura. Tampoco quería que me rindiera con él, que lo dejara ahí plantado y que cortara cualquier lazo que nos unía. Pero sobre todo no quería que me diera por vencida con mi propia vida.
Apreté los puños hasta hacerme daño para olvidar el dolor que me estaba provocando toda esa situación. ¿Es que no podía irse y dejarme sola? Acababa de leer un informe dónde se me tachaba de loca, ¿es que tenía que seguir avergonzándome más de lo que ya estaba?
Al ver que no le hacía caso, Kokichi volvió a agarrar mi brazo para detenerme. Él quería que lo mirase a los ojos, pero yo no me atreví a hacerlo, así que clavé mi mirada en el suelo.
—Suéltame. —Quise que mi voz sonara firme, pero los labios me temblaban, y todo indicaba a que pronto estallaría en lágrimas—. Por favor. No quiero estar contigo ahora mismo.
—No voy a dejarte sola. —Intentó coger mi mano, pero yo la aparté—. No lo voy a hacer sabiendo que el veneno puede hacer que te desmayes de nuevo. ¿Qué crees que te pasaría si no hay nadie contigo cuando eso ocurra? Me dan escalofríos solo de pensarlo, así que no, no voy a dejarte sola.
—Me importa una mierda lo que me pase.
—A mí no.
Solté un bufido y moví el brazo en vano para liberarme de su agarre.
—Que me dejes sola —insistí, elevando mi tono de voz peligrosamente. Me di cuenta tarde de que el enfado había nublado mi mente y que estaba hablando sin pensar—. ¿Qué parte de «no quiero estar contigo» no entiendes? Déjame sola. ¿Tengo que deletreártelo? Quiero que te largues lejos de mí y no vuelvas a hablarme en tu vida.
Cuando procesé lo que acababa de decir, supe que mis palabras le habían hecho daño y que había metido la pata, para variar.
En realidad, no fue mi intención hablarle así, pero en esos momentos no podía pensar con claridad. Cuando conseguí mirarlo a los ojos por primera vez, sentí una punzada de dolor en el pecho. Me di cuenta de que efectivamente le habían afectado mis palabras, aunque intentara ocultarlo.
—¿Eso es lo que quieres? —preguntó, tensando los hombros—. ¿Que me vaya y no te vuelva a hablar?
Sabía que su pregunta iba en serio. Sabía que si decía que sí, Kokichi se iría y no me volvería a hablar jamás, por mucho que le doliese hacerlo. Pero yo no quería eso, tan solo lo había dicho en un momento de rabia. Dentro de mi mente todo era un caos, y no supe cómo saqué el valor para decirle:
—No, no quiero eso.
—Bien. —Escuché a Kokichi suspirar por lo bajo. Estaba más aliviado—. Sabes que me tienes aquí para lo que sea, (t/n). Conozco esa cara que pones cuando estás a punto de mandarlo todo a la mierda. Ahora mismo la tienes, y no puedo permitir que lo mandes todo a la mierda cuando estamos tan cerca de salir de aquí. Quiero ayudarte con esto, déjame ayudarte.
Nunca había visto a Kokichi suplicar tan a la desesperada. Me dolió un poco verlo así. Pero unas cuántas palabras no consiguieron ordenar el desastroso potaje mental que tenía en la cabeza.
—Si quieres ayudarme, ¿por qué escondiste el informe?
—No lo quería esconder de ti, solo quería esperar a que estuvieras preparada para leerlo.
—Ya, claro, por eso estaba en tu dormitorio, lugar al que yo no podía acceder sin ti. Mala suerte que no contaste con que tenía la llave de los ascensores.
Continué caminando por el pasillo mientras él seguía mis pasos. Ni siquiera sabía en qué parte de la academia me encontraba porque no estaba prestando atención a mi alrededor.
—Iba a dártelo, lo prometo —dijo él a la desesperada—. Pero no ahora, porque sabía que pasaría esto.
—No mientas, joder —mascullé, y me mordí el labio para retener las lágrimas—. Lo escondiste porque te avergüenzas de mí, porque piensas que soy una deficiente mental.
—Sabes que no me avergüenzo de ti y que no pienso eso. No digas esas cosas.
—Bueno, pues yo sí me avergüenzo de mí, ¿vale? Tú también leíste el informe. ¡Estoy chalada, Kokichi! Soy una maldita chalada mental.
—No voy a permitir que te trates así —sentenció, con seriedad.
—¡Cállate! —No quería escucharlo. A la única a quien quería oír era a la voz de mi cabeza que me decía que era una maldita psicópata, como si torturarme de esa manera fuese lo que me merecía—. Eres un mentiroso. Debí haberlo visto venir. Dijiste que me querías ayudar a encontrar respuestas sobre mi pasado. ¿Y qué has hecho? ocultármelas. Qué gran ayuda, vaya.
—Te he dicho que era por tu propio bien.
—¿Y tú sabes más de mi propio bien que yo misma? —Él no se merecía que lo tratase así, y no sabía por qué lo estaba haciendo. Simplemente me sentía rota—. Espera, ¿sabes qué? Tienes razón, tú sabes más que yo sobre mi propio bien, porque soy una enferma mental y no sé pensar por mí misma. Ahora todo tiene sentido.
—(t/n), no digas eso, no eres una enferma mental.
—Lo siento, pero el informe que me ocultaste dice lo contrario.
—Me da igual el informe.
—¿Te da igual? ¿No leíste la parte en la que atacaba a una enfermera? Vas a tener que dormir con un ojo abierto porque a lo mejor te clavo unas tijeras mientras duermes.
—Para —espetó, y me sobresaltó la firmeza en su tono de voz—. Para de hablar así de ti. Me importa una mierda lo que diga el informe, porque yo lo único que veo cuando te miro es a una chica muy inteligente, incluso más que yo, aunque me duela admitirlo. No he terminado —dijo cuando hice el ademán de replicar—. También eres más astuta que yo, conseguiste que ninguno de nosotros sospechara de ti al principio del juego a pesar de que sabías todo lo que iba a pasar, lograste salvar a Rantaro sin llamar la atención, e incluso conseguiste que yo mismo te descartara de mi lista de sospechosos.
»Además de eso, tienes un don para la comunicación que muy poca gente tiene. Eres risueña. Conseguiste encantarlos a todos con un simple gesto como sonreír. Incluso a mí me dejaste embobado con tu sonrisa, y no sabes todo lo que luché por no caer. Todos te adoran, (t/n), y te defenderán ante cualquier cosa. Ese es el efecto que tienen las personas como tú. Esas que consiguen ser amadas por todos muy fácilmente porque lo llevan en la sangre. Y eso que aún no he hablado de lo preciosa que eres. Joder, eres perfecta. Y créeme que yo no le digo esto a cualquiera. Ahora mismo me estoy maldiciendo a mí mismo porque no suelo admitir estas cosas en voz alta, pero contigo puedo hacer una excepción. Así que si todo eso que he dicho es lo que ese informe define como enferma mental, entonces yo también quiero ser un enfermo mental.
El corazón se me detuvo en seco al escuchar en voz alta todas esas cosas que Kokichi pensaba de mí. Fue como si el mundo empezara a girar más lento a nuestro alrededor. Por un momento olvidé por qué estaba enfadada. Solo quedó la tristeza acumulándose en mi interior, como un hilo enrollándose hasta formar una enorme bola.
—Ahora mismo no puedo pensar con claridad —murmuré, bajando la mirada—. No sé qué es lo que siento al conocer el contenido del informe y tampoco sé cómo debería sentirme al respecto. En mi cabeza todo es un desastre. Cada vez que pienso en mi pasado, me cuesta respirar, como si alguien me presionara con fuerza el pecho. Todo lo que creía saber de mí era mentira, ¿cómo puedo continuar viviendo si no sé ni quién soy?
—Sí sabes quién eres. Eres (t/n), la chica que ha logrado dejar huella dentro de todos nosotros, la que ha desbancado a Tsumugi de su trono, la que junto a los demás saldrá de aquí y empezará a vivir la vida que se merece. No importa quien fueras en un pasado, importa quien eres ahora.
No merecía que Kokichi me tratara tan bien después de lo que le había soltado en mi arrebato de rabia. Y lo peor de todo es que aún tenía ganas de insultarlo. No lograba comprender cómo seguía a mi lado después de haber leído aquello, hasta yo misma me hubiese echado de patitas en la calle y hubiera deseado estar lo más lejos posible de mí. Pero Kokichi no, él seguía ahí de pie delante de mí, mirándome con esos ojos violetas que hacían que mi mundo diera vueltas.
¿Cómo se atrevía a ser tan bueno conmigo después de haber leído el informe?
Seguí caminando dejándolo ahí plantado y me metí a toda prisa en la primera habitación que encontré. Huir de los problemas en lugar de afrontarlos era algo muy propio de mí, y esta vez no iba a ser la excepción. Sin embargo, el universo no me quería dar ni un minuto de tregua. La habitación en la que había entrado resultó ser el comedor y, como era de esperar de mi mala suerte, no estaba vacío.
—(t/n), ¿qué pasa? —preguntó Shuichi, levantándose inmediatamente de su silla—. ¿Estás bien?
Fantástico. El que faltaba.
—(t/n), por favor, habla conmigo.
La voz de Kokichi detrás de mí fue la gota que colmó el vaso. La cabeza me iba a estallar, como una bomba de relojería cuyo contador está a escasos segundos de explotar, y no quería que esa explosión salpicara a personas que no tenían la culpa de mi crisis existencial, como Shuichi o Kokichi. Por desgracia, esas personas se acercaron a la bomba, y no solo eso, sino que apretaron el detonador.
—¿Qué pasa? —volvió a preguntar Shuichi, esta vez dirigiéndose a Kokichi.
—Lo ha leído —contestó este.
—¿Te refieres a...?
—Sí, me refiero a eso —le cortó Kokichi rápidamente.
¿Ahora hablaban en código? Lo que me faltaba. No me podía creer que siguieran intentando ocultarme algo que ya había descubierto.
—Lo podéis decir, ¿eh? —solté, sarcástica—. ¿O es que la palabra «informe psiquiátrico de (t/n)» está maldita? Ups, supongo que eso era más de una palabra. Pero, ¿qué más da? Ya he asumido que estoy pirada, podéis hablar de ello con total tranquilidad. No os cortéis. Oh, y prometo no clavaros ningunas tijeras.
Pero, ¿qué diablos me pasaba? Yo no era así, no actuaba de aquella manera. Entonces, ¿por qué lo hacía? Parecía que quería darle veracidad a las palabras del informe, como si de verdad quisiera convencerlos de que estaba loca, y probablemente lo estaba, porque tenía muchas ganas de estampar contra el suelo la taza de café que Shuichi había dejado en la mesa.
Una cosa estaba clara: algo se había activado dentro de mi cabeza al leer ese informe, algo que antes no estaba.
Shuichi miró a Kokichi en busca de respuestas a mi reciente actitud, pero este estaba tan desconcertado como él.
—(t/n), lo sentimos mucho —dijo Shuichi, bajando la mirada.
—¿Tú también? —bufé—. Aquí todo el mundo lo siente, pero nadie lo demuestra de verdad. ¿Sabéis qué? No quiero escuchar ni un palabra que venga de vosotros dos. Pensaba que eras mi amigo, Shuichi, pero, ¿qué hiciste cuando te pregunté si habías encontrado mi expediente? Ah, sí, mentirme y dárselo a la persona que quiero para que piense que estoy loca. Un amigo excelente, ¡sigue así! Y tú, Kokichi, en lugar de enseñármelo como haría una pareja normal, de estas que confían el uno en el otro y esas cosas, me lo ocultaste también. Con amigos así, para qué tener enemigos.
Eso, muy bien, (t/n), échalos de tu vida y quédate sola, que es como deberías estar.
—No pensábamos ocultártelo eternamente —se defendió Shuichi, avergonzado—. Queríamos esperar al momento adecuado.
—¿Y cuándo se supone qué es el momento adecuado para decirme que estoy como una puta cabra?
—Para de hablar así de ti misma —saltó Kokichi, acercándose a mí.
—Solo digo en voz alta lo que vosotros dos no os atrevéis admitir —mascullé.
—No vas a conseguir alejarnos de ti, por mucho que te estés esforzando en ello —comentó Kokichi, con astucia—. ¿Crees que no sé lo que estás haciendo? ¡Pero si fui yo quien inventó esa táctica! Piensas que eres un peligro para nosotros y que estaremos mejor cuanto más lejos estemos de ti. Intentas hacernos daño con palabras para que te demos la espalda, pero te advierto una cosa: eso no va a pasar. Nada de lo que digas va a hacer que me aleje. Ya te he dicho lo que pienso de ti, y esa opinión no va a cambiar, hagas lo que hagas.
Cuando miré a Kokichi a los ojos, supe que no vacilaba. Era la testarudez en persona. No iba a dejarme sola, no me iba a dejar recibir lo que merecía.
—Yo también te apoyaré en lo que sea, (t/n) —añadió Shuichi—. Has pasado por muchas cosas horribles, cosas que nadie puede imaginar. Eres muy valiente. Y no voy a dejarte de lado porque tengas un momento de bajón.
«Mierda, dejad de ser buenos conmigo. No lo merezco»
—Sé que vosotros me veis de esa manera —dije, en un tono de voz menos elevado, y ambos chicos se relajaron un poco—, pero yo no me veo así. Nunca he tenido la mejor autoestima, tampoco la peor, pero leer el informe me ha destrozado; ha sido como si me dieran una brutal paliza.
Kokichi dio otro paso hacia mí al ver que me había relajado un poco. Sus ojos me miraban con lástima, y eso me hizo sentir peor de lo que ya estaba.
—Lo sé, (t/n), por eso nos necesitas —dijo, e hizo el ademán de acercar su mano a mi rostro, pero al último momento se arrepintió y la dejó caer en su costado—. Mírate, estás temblando, llevas así todo este tiempo. Tu cuerpo está muy débil. Necesito que te tranquilices.
—Que me tranquilice no va ayudar en nada —solté. Ya no me importaba seguir ocultando lo que había hecho—. La verdad es que no me voy a recuperar como hizo Kaito.
—(t/n)... —murmuró Kokichi.
—No —interrumpí—. Ahora quiero que me dejes terminar, porque creo que mereces saber la verdad, no quiero ser como vosotros, no quiero seguir con las mentiras. Shuichi lo sabe, así que, ¿por qué tú no? Si no te lo dije antes es porque temía que te enfadaras conmigo, ¿pero ya qué mas da? Mereces saberlo, mereces saber que todos los esfuerzos que hiciste por mantenerme dentro de la habitación fueron inútiles. Estoy condenada a morir. Yo no me voy a recuperar como hizo Kaito porque él bebió un antídoto, uno que yo misma le di. Rantaro me lo dejó antes de morir, y yo elegí dárselo a Kaito en lugar de tomármelo yo. Elegí la muerte, y... y no me arrepiento.
—(t/n)... —volvió a murmurar Kokichi.
—Si vas a darme un sermón, más vale que lo hagas ya —espeté, apretando los puños—. Pero eso no va a cambiar lo que ya está hecho.
—Ya lo sabía —dijo, finalmente, bajando la mirada.
Inmediatamente, miré a Shuichi, pero este levantó ambas palmas y negó con la cabeza:
—Yo no se lo dije.
—Lo sabía porque encontré esto entre tu ropa —admitió Kokichi, sacando el bote vacío del antídoto. Como acto reflejo, metí la mano en mi bolsillo y efectivamente el bote no estaba allí. Ni siquiera me di cuenta cuando desapareció.
No me sorprendió que Kokichi supiera lo del antídoto, pero que lo admitiera en voz alta me dejó congelada.
—¿Lo supiste todo este tiempo y aun así querías encerrarme en la habitación? —Di un paso atrás para alejarme de él. Me temblaban tanto las piernas que temí doblarme por la mitad.
—No quería aceptarlo, no podía hacerlo. —Fue su única defensa.
Quería morirme, quería que el veneno actuase deprisa y me matara allí mismo. Nunca había tenido tendencias suicidas, pero este momento era una excepción. Necesitaba morir.
Quizá era eso lo que me pasaba, quizá no era solo el informe, sino el veneno deteriorándome lentamente.
—Deberíamos hablar esto cuando estemos todos más calmados —propuso Shuichi.
—Para ese momento probablemente ya esté muerta —rezongué.
—No lo vas a estar —terció Kokichi—. Nos vamos a salvar con la máquina de Keebo y...
—¡Deja de negarlo! —exclamé, mirando furiosa a Kokichi—. Ugh, me pones de los nervios. ¿Qué parte de «le di el antídoto a Kaito» no entiendes?
—¿Qué le diste el qué a Kaito? —preguntó una voz aguda e infantil desde la puerta.
Abrí los ojos todo lo que pude. Creo que debí morir por unos instantes; porque se me paró la respiración y el corazón se me detuvo. No me hizo falta mirar hacia la puerta para saber que Himiko estaba allí, de pie en el umbral. Y detrás de ella se escuchaban más voces y pasos.
Mierda, mierda y mierda. Mierda al cubo.
—¿Qué pasa, chicos? —preguntó Kaito, apareciendo por la puerta con Keebo—. ¿Qué son todos esos gritos?
¿Tan fuerte estábamos hablando?
—¡No me digas que hay pelea de pareja! —exclamó mini Miu, con emoción—. No me la quiero perder. Las peleas de pareja son las más entretenidas. Siempre se sacan los trapos sucios unos a otros. Que si uno le puso los cuernos al otro, que si la otra le mandaba fotos en ropa interior al vecino, que si el marido no es el padre del niño... ¡Cuántos plot twist!
—¿Qué clase de culebrones ves tú? —preguntó Kaito, haciendo una mueca de asco.
Sin embargo, Himiko no se reía, sino que me miraba fijamente con una expresión seria muy impropia de ella.
—Escuché que (t/n) le dio algo a Kaito —musitó la chica.
—¿A mí? —se sorprendió Kaito—. ¿Qué me dio?
—Ojalá que hayan sido tres puñetazos y una patada; a ver si así te empieza a funcionar el cerebro—le pinchó mini Miu, y Keebo la reprendió por lo bajo.
—Nada —respondí, temblando de la cabeza a los pies—. No le di nada.
—Pero si yo escuché que...
—Pues escuchaste mal —atajé a Himiko.
—¿A qué viene esta tensión, chicos? —preguntó Kaito—. Ya sé que lo que dije antes sobre la máquina de Keebo estuvo mal, y me arrepiento. Lo he pensado mejor y creo que vale la pena correr el riesgo si a cambio salimos de aquí.
—Creo que no están así por la máquina —comentó Keebo—. ¿Va todo bien, (t/n)?
Di un respingo cuando dijo mi nombre. Ahí me di cuenta de que estaba muy tensa. Tenía tanto miedo que deseé hacerme tan pequeña como una hormiga para desparecer del campo de visión de todos.
—Sí, todo va estupendamente —mentí—. Podéis seguir a vuestro rollo, yo ya me iba...
—No. —Kokichi me impidió el paso colocándose delante mío.
—¿Qué? —Tragué saliva, y Kokichi continuó:
—Esto no va a ninguna parte si lo sigues ocultando. Es algo que te carcome por dentro, ¿verdad, (t/n)? Tienes que soltarlo. Desahógate con nosotros. Una vez que lo saques, te sentirás mejor, porque recibirás el apoyo de todos.
—No, ni se te ocurra —le advertí a Kokichi, con el corazón bombeándome a mil por hora.
—Yo también pienso que deberías desahogarte —añadió Shuichi. ¿Él también? ¡No fastidies!—. No puedes seguir guardándote las cosas para ti sola porque al final terminas explotando, como has hecho ahora.
—No, no lo hagáis —rogué, desesperada.
—Perdóname —dijo Kokichi, y, cuando lo miré a los ojos, supe que no había vuelta atrás; se lo iba a contar a todos.
—¿Qué cojones tienes en las manos? —le preguntó mini Miu a Kokichi—. Ah, es el bote del antídoto. Por un momento pensé que era un vibrador. Me he emocionado para nada.
—Un momento, ¿has dicho el bote del antídoto? —Las cejas de Kaito se dispararon—. ¿El antídoto para el veneno que tenía yo y que tiene (t/n)? ¡Esto es maravilloso! —Pero Kaito no se dio cuenta de que nadie estaba sonriendo excepto él—. ¡Significa que se lo podemos dar a (t/n) para que se cure del todo, ni siquiera tenemos que esperar a que su propio cuerpo actúe.
—¿Es que la estupidez te ha llegado al nervio óptico y ahora estás ciego? —escupió mini Miu—. ¡El bote está vacío! Mala suerte, (t/n), será para la próxima.
Entonces, sin previo aviso, Kokichi apretó el detonador de la bomba, una que me salpicó de lleno, pero no solo a mí, sino a todos.
—(t/n) le dio el antídoto a Kaito, por eso él se ha curado.
Toda la habitación se quedó congelada en el tiempo, como si la temperatura cayera en picado y retrocediéramos a la edad de hielo. El único movimiento que había era el de sus miradas, que lentamente se desplazaba desde Kokichi hasta mí. Fueron como flechas atravesándome el cráneo. Me atreví a mirarlos a algunos a los ojos, y fue mi mayor error, porque sus expresiones de lástima solo me hicieron sentir más vulnerable.
Cuando Kokichi admitió en voz alta lo que había hecho, comprendí realmente la gravedad de la situación: había renunciado a mi vida. Era extraño, pero cuando nadie lo sabía excepto Shuichi, era más fácil de sobrellevar. Podía retener todos los sentimientos negativos dentro de mí, pero ahora querían salir y no había nada que los retuviera.
—¿Cómo consiguió el antídoto? —preguntó Keebo, rompiendo la tensión, y me alegró que su pregunta no fuese dirigida a mí. No me sentía capaz de hablar.
—Rantaro se lo dejó antes de morir —contestó Kokichi, todavía con la mirada clavada en el suelo.
—Eso explica porque no encontramos ninguno cuando exploramos el sótano —comprendió Keebo—. Él debió llevarse el único que quedaba.
—Pero esto no es verdad —murmuro Kaito, conmocionado—. ¡Estás mintiendo, Kokichi! No me puedo creer que mientas sobre algo así, y encima relacionado con (t/n). Yo puedo dar fe de que ella en ningún momento me dio un antídoto.
—El zumo de naranja, Kaito —soltó Shuichi, en voz baja.
—¿Qué zumo...? —Entonces lo comprendió, y me miró aterrorizado—. Mierda, (t/n), ¿qué, por qué...?
«No puedo seguir aquí un minuto más»
Aparté a Kokichi a un lado para poder pasar. Pensaba que iba a oponer resistencia, pero llevaba todo este tiempo mirando al suelo y no se molestó en detenerme. Lo dejé atrás y comencé a caminar hasta la puerta del comedor. Necesitaba salir. No podía aguantar ni un segundo más las miradas de lástima. Si antes estaba agobiada, ahora lo estaba el cuádruple. Y sobretodo no quería que me atosigaran con preguntas que no sabía ni cómo responder.
Sin embargo, cuando estaba a pocos pasos de la puerta, un torso se interpuso en mi camino y tuve que dar un traspiés hacia detrás para no chocarme contra él. Alcé la mirada, desconcertada, y vi a Kaito mirándome fijamente. Su seria expresión me adelantaba que estaba a punto de echarme un sermón o darme alguno de sus discursos sobre por qué yo debería haber tomado el antídoto en lugar de él.
Consideré todas mis opciones para llevar a cabo un plan de huida, pero Kaito era muy alto y ocupaba todo el hueco de la puerta. Solo me quedó apretar los labios mientras esperaba la reprimenda. Lo curioso fue que nunca llegó. En cambio, sentí un par de brazos rodear mis hombros y atraerme hacia un pecho. En lugar de enfadarse conmigo, Kaito me estaba abrazando, o más bien estrujando los órganos.
Fue un gesto inesperado que me tomó por sorpresa. Por eso mismo tardé en entender que eso era justo lo que necesitaba para sentirme mejor: el apoyo de todos mis amigos, tal y como había dicho Kokichi.
Entonces escuché a Himiko gritar:
—¡Abrazo colectivo!
Acto seguido, sentí dos pequeños brazos abrazándome desde detrás y una cabeza apoyada en mi espalda.
—¡Corre, Keebo, mueve el culo! —exclamó mini Miu, con prisas—. No quiero ser la pringada que se pierda el abrazo grupal.
Otro par de brazos rodeó mis hombros desde mi lado izquierdo, y a su vez otros por mi lado derecho.
—¡Bien, Shuichi se ha unido también! —escuché que dijo Himiko, con alegría—. Solo faltas tú, Kokichi. ¡Vamos!
—No será un abrazo grupal completo si tú no estás —añadió Kaito.
Al segundo, sentí que el abrazo se hacía más grande y más cálido. Kokichi se había unido. Eran tantas manos las que me apoyaban que no pude evitar ponerme a llorar. Por suerte, pude esconder mi cabeza en la chaqueta de Kaito. Un simple abrazo significó más para mí de lo que ellos nunca podrían imaginar.
La sensación que sentí al desahogarme fue liberadora, como si hubiera conseguido desatar las enormes bolas de acero que tenía ancladas en los tobillos. Ya no tenía que tragarme el dolor hasta ahogarme porque ya todos sabían que no me podía recuperar como le había pasado a Kaito. Ese peso que antes cargaba yo sola, ahora estaba repartido entre todos nosotros y era mucho más fácil de llevar.
En equipo habían hecho una cuerda humana para sacarme del pozo en el que me estaba hundiendo, y por primera vez en mucho tiempo vi realmente la luz del día.
Todo este tiempo no había hecho más que convencerme a mi misma con que podía superar el veneno yo sola, pero lo cierto es que me mentía. Sin el apoyo de las personas que me querían era mucho más difícil vencer ese enorme obstáculo. Me di cuenta cuando mis lágrimas ya no era de tristeza, sino de felicidad.
Entonces supe que había perdiendo el tiempo hurgando en mi pasado para buscar quienes eran mis seres queridos, cuando en realidad los tenía ante mis ojos. Ellos no eran solo mis amigos, eran también mi familia.
—Te queremos mucho, (t/n) —dijo Himiko, y supe que estaba llorando por el temblor de su voz.
—Acabaré las cápsulas lo más rápido posible para irnos antes de que empeores —aseguró Keebo—. Siempre has sido una chica con suerte, (t/n), y eso ahora no va a cambiar.
Supe perfectamente a qué se refería. Me estaba diciendo que ese cuarenta por ciento de supervivencia para mí era más que suficiente. Y aunque no fuese cierto del todo, oírlo me reconfortó.
—Ya verás como nos reímos de esto cuando seamos viejos —gimoteó Kaito, que no paraba de sorber e hipar como un niño llorón—. Le contaré a mis hijos tu historia una y otra vez; se llamará: la heroína sin capa.
—¿No crees que te estás pasando, Kaito? —dijo Shuichi, y tanto él como yo contuvimos una risita.
—Pues ha hecho llorar a mini Miu —señaló Himiko.
—¿Q-Qué? —se alarmó ésta—. ¡M-Mentira! Es que... Bueno, es mi nueva función de extracción de líquido, ¿sabéis? No es que esté llorando, no. Alguien tan prestigioso como yo no lloraría por semejantes plebeyos. Solo necesito lubricar mis ojos de vez en cuando, pero bajo ninguna circunstancia penséis que estoy llorando. ¡Keebo, tápame!
—Que lo digas de esa manera me hace pensar que estás meando por los ojos, y la verdad no sé que me parece más perturbador —murmuró Kaito, haciendo que todos estallásemos en carcajadas.
⭑
A pesar de que la tarde acabó medianamente bien, pues nos pasamos horas riendo y hablando entre nosotros mientras le hacíamos compañía a Keebo, quien todavía trabajaba para terminar las cápsulas, Kokichi y yo no dormimos juntos esa noche. La discusión que habíamos tenido esa mañana había creado cierta tensión entre nosotros, así qué decidimos darnos un poco de espacio.
Durante toda la noche fui incapaz de concebir el sueño, no solo porque Kokichi no estaba a mi lado para abrazarme, sino porque sentía punzadas de dolor por todo el cuerpo. Incluso llegué a tener miedo de cerrar los ojos y no volverlos a abrir. Tenía muchísimo frío, a pesar de las mil mantas que llevaba encima. Pensé que estaría dando vueltas hasta que amaneciera, pero sin darme cuenta me dejé dormir.
Tuve un sueño bastante extraño. La tempestad se había expandido por todo el cielo, tragándose todas las estrellas y la luna. De modo que la noche ya no era oscura, sino que el color ambarino del cielo iluminaba la tierra como si estuviésemos en pleno día. El exterior de la academia había dejado de ser una bonito jardín bien cuidado, ahora parecía un desierto en el que apenas quedaban restos de vida.
Pero eso no fue lo peor, ya que la mitad de la academia estaba en llamas. Las partes más altas del edificio se habían derrumbado en un fuerte estrépito parecido al de una bomba nuclear. El derrumbe levantó tanto polvo que apenas se podía ver nada. El suelo se rompía en pedazos, dejando huecos vacíos y oscuros cuyo final era desconocido, y en el techo se abrían grietas que auguraban otro inminente derrumbamiento.
De entre las sombras aparecieron cuatro enormes exisals que, movidos por un rayo que les llegó del cielo, contribuyeron al desastroso final que le esperaba a la academia, y por consiguiente a nosotros.
Me incorporé rápidamente en la cama, con el corazón latiéndome a mil por hora. Entonces escuché que alguien llamaba frenéticamente a mi puerta mientras gritaba mi nombre. Empujé las sábanas y me arrastré hasta la puerta. Justo antes de girar el pomo, retumbó en mis oídos un fuerte ruido parecido al de una bomba nuclear.
Al otro lado de la puerta se encontraban Kaito y Kokichi con expresiones que hablaban por si solas.
—Nos tenemos que ir ahora mismo —pronunció Kokichi, tirando de mi muñeca.
Entonces lo tuve claro. Mi sueño había sido real.
• ────── ❋ ────── •
Uf, lo corté en la parte más interesante, perdonadme xD
¿Quién más quería unirse a ese abrazo grupal? Me dejaron desconsolada 🥺
El siguiente capítulo va a ser muy intenso y muy muy largo. Preparaos porque prácticamente es el final, aunque habrán otros dos, pero no serán tan intensos como el siguiente.
Quiero decir que nos leemos el jueves, pero no sé si podré terminar el capítulo a tiempo, así que simplemente nos leemos ❤️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro