Capítulo 95
-Kokichi-
Me mentalicé en que debía pasar toda la tarde, y probablemente la noche, en el gimnasio para ayudar a Keebo a finiquitar los últimos detalles de la máquina misteriosa. Cuánto antes estuviera lista, antes saldría (t/n) de aquí, y eso era lo único que me preocupaba en estos instantes.
—¡Kokichi! —Reconocí la voz de Shuichi detrás de mí y me volví hacia él—. ¿Tienes un momento?
Cuando llegó a mi lado, se llevó una mano al pecho para recuperar el aliento, mientras que con la otra sujetaba una carpeta color canela. Distinguí en su mirada un atisbo de inseguridad e inquietud, pero no me sorprendió viniendo de él.
—Tengo que darme prisa y volver al gimnasio —le advertí.
Lo único que quería era terminar la maldita máquina para sacar a (t/n) de la academia, y lo único que no quería era que me hicieran perder el tiempo, así que con una sola mirada le di a entender que se diera prisa.
—Será rápido —me aseguró, recobrando el aliento—. Yo también tengo que seguir ayudando a Keebo, pero hay algo que tengo que decirte.
—¿No puedes decírmelo luego? —sugerí, dándole la espalda—. Si no es nada importante...
—Es sobre (t/n).
Abrí mis ojos y me di la vuelta de inmediato.
—Haber empezado por ahí.
—Sí, lo siento —murmuró, nervioso—. No sabía si contártelo, pero creo que te interesará saberlo.
—Dispara.
—¿Recuerdas cuando (t/n) preguntó sobre su expediente y yo le dije que no lo encontraba?
—Ajá.
—En realidad sí lo encontré —admitió, señalando la carpeta que llevaba en sus manos—. Pero no creo que sea conveniente que se lo enseñemos.
—¿Por qué? —inquirí, frunciendo el ceño.
¿Qué tan malo podía ser su expediente?
—Toma —Shuichi me tendió la carpeta para que yo la cogiera—. Lo dejaré a tu criterio.
—¿Este es su expediente? —Abrí la carpeta y le eché un vistazo rápido a las primeras páginas. Me quedé completamente pasmado—. Pero, ¿qué? ¿Esto...? ¿Esto es real?
—Me temo que sí —musitó—. Por eso no quise enseñárselo. Creo que si lo lee, perderá sus ganas de vivir. Y ninguno de nosotros quiere eso.
Empecé a sentir un enorme nudo en la garganta cuando continué echando un ojo a todas las páginas, cada cual era peor que la anterior.
—Te dejo la carpeta entera a ti —dijo Shuichi—. Creo que eres el más adecuado para tenerla. Lo dejo en tus manos si se lo quieres enseñar a (t/n) o no.
—No creo que sea conveniente que lo lea.
—Opino lo mismo, pero deberías leerlo con calma cuando tengas tiempo —me recomendó, y luego se despidió con la mano mientras se alejaba de mí—. Bueno, me voy ya, nos vemos en el gimnasio.
-(t/n)-
Me acurruqué debajo de las sábanas cuando sentí un escalofrío calarme hasta los huesos. Era el décimo que tenía esa noche. Me di la vuelta apoyando mi otra mejilla en la almohada y miré el lado de la cama donde se suponía que debía estar Kokichi, pero que ahora estaba vacío. Nunca había tardado tanto en venir al dormitorio y estaba empezando a preocuparme.
No sabía qué horas serían, pero lo que sí sabía era que estaba teniendo una noche terrible. Cada vez que conseguía dormirme, me volvía a despertar a los quince minutos. Entonces me venía a la cabeza la imagen de Kokichi y miraba su lado de la cama con la esperanza de que apareciera en algún momento, pero nunca estaba ahí.
Cerré los ojos con la intención de dormir un poco más, pero los abrí de golpe cuando escuché que alguien introducía la llave en la cerradura de la puerta. Tensé los hombros y no moví ni un músculo hasta que la persona estuvo dentro de la habitación.
Me sacudió una sensación de alivio cuando reconocí la figura de Kokichi entre la oscuridad. Caminó de puntillas hasta el baño y se encerró en él sin hacer ruido. Como el dormitorio no estaba iluminado, no se había dado cuenta de que yo estaba despierta, así que espere pacientemente a que saliera.
Al cabo de cinco minutos, Kokichi salió recién duchado y con el pijama puesto. Se acercó de puntillas a la cama, pero se detuvo en seco cuando llegó a los pies de ésta y se dio cuenta de que lo estaba observando.
—¿Te he despertado? —preguntó, en voz baja.
—Estaba despierta —comenté, apoyándome sobre mi codo—. Hoy has tardado en llegar.
—Sí, es que hemos trabajado durante largas horas —dijo, mientras caminaba hasta su lado de la cama—, pero ha valido la pena porque hemos progresado bastante.
—¿Sabes ya lo que están haciendo Keebo y mini Miu?
Kokichi vaciló un momento antes de contestarme.
—No, todavía no sabemos nada, es todo muy misterioso.
—Ya veo.
Me dio la sensación de que me ocultaba información, pero no encontré la fuerza necesaria para encarárselo.
—Pensé que ya estarías dormida —dijo, metiéndose entre las sábanas—. Son casi las dos de la mañana.
—No podía dormir. —Me encogí de hombros.
—No puedes dormir sin mí, ¿eh?
—Puedo, pero no quiero.
—Entonces me veo obligado a estar en tu cama todas las noches —bromeó—. No quiero que te mueras de sueño.
A pesar de lo oscuro que estaba, sabía que Kokichi estaba sonriendo. Las comisuras de mis labios también se habían curvado en una sonrisa. Él se había sentado en la cama apoyando la espalda en la cabecera, mientras que yo estaba apoyada sobre mi codo con el cuerpo ladeado hacia él.
—Ojalá pudiéramos estar todo el día juntos —confesé, y mi tono de voz sonó más triste de lo que pretendía.
—Cuando salgamos de aquí lo estaremos.
—¿Crees que vamos a salir?
—¿Tú no?
—No lo sé.
Me mordí el labio y desvié la mirada, entristecida, pero Kokichi me tomó de la barbilla y volvió mi rostro hacia él. A pesar de la oscuridad que nos rodeaba, pude distinguir el color brillante de sus ojos sobre los míos.
—Ey, te prometí que te sacaría de aquí, y pienso cumplirlo.
Pude sentir la determinación en su tono de voz, y eso me transmitió seguridad.
—Pero ¿cómo? —quise saber.
—Lo sabremos mañana —aseguró, y me soltó la barbilla después de dejar una suave caricia en ella.
—¿Mañana?
—Sí, Keebo cree que la máquina estará lista para mañana.
—Si que han trabajado duro... —murmuré.
—Nunca pensé que diría esto, pero me alegra que Miu reconstruyera a Keebo antes de morir. En el fondo no era tan estúpida como creía. Y eso viniendo de mí es un cumplizado.
—No te olvides de mini Miu —recordé, soltando unas risitas.
—Verdad —sonrió—. Me cuesta admitirlo, pero esa versión en miniatura de Miu ha servido de mucha ayuda. De hecho, ella fue quien diseño la máquina. Keebo solo siguió sus órdenes, al igual que nosostros.
—O sea que Mini Miu es el cerebro de la operación.
—Sí, pero eso no quita que me den ganas de aplastarla de vez en cuando.
Ambos nos reímos, pero cuando las risas cesaron y la habitación se sumió en el silencio, nos quedamos unos instantes mirándonos a los ojos. Mi corazón ya estaba saltando en mi pecho, como ocurría siempre que Kokichi estaba cerca. Nunca había sido una persona muy cariñosa, pero sentí el impulso de acurrucarme junto a él. Apoyé mi cabeza en su pecho y él pasó un brazo por mis hombros. Era muy reconfortante sentirlo así de cerca; estaba en el paraíso.
—¿Qué haremos cuando salgamos de aquí? —pregunté, cuando la idea de una vida perfecta a su lado pasó por mi mente.
—¿Y ese positivismo de repente? —comentó, sonriente, mientras acariciaba mi brazo con las yemas de sus dedos.
—A veces me gusta soñar con lo inalcanzable.
—Yo te puedo ayudar con eso.
—¿Ah, sí? —Enarqué una ceja, divertida—. Me muero por saber cómo.
—Cierra los ojos.
—Listo.
—Concéntrate solo en mi voz —dijo, en voz baja, e hice lo que me pidió—. Estamos los dos solos
caminando de la mano por un paseo marítimo. A nuestro alrededor hay un montón palmeras alineadas a ambos lados del camino. A lo lejos se escucha el romper de las olas en la orilla y el sol se está ocultando en el horizonte pintando el cielo con colores cálidos.
Intenté contener la risa para que continuara con la historia, pero me fue imposible. La manera en la que lo relataba me hacía mucha gracia, y Kokichi, al darse cuenta, ladeó la cabeza para mirarme.
—¿Qué pasa? —preguntó, y juraría que estaba frunciendo el ceño—. ¿No te gusta la historia?
—Es muy cliché —dije, dejando escapar otra risita.
—Vale, entonces vamos caminando por un parque normal y corriente. ¿Mejor así?
No sabía que me pasaba, pero me había dado la risa tonta y no podía parar de estallar en carcajadas cada vez que Kokichi hablaba.
—Ey, te lo tienes que tomar en serio —se quejó, aunque tenía una sonrisa en la cara.
—Vale, vale, te escucho. —Apreté mis labios, pero aun así me temblaron, amenazando con curvarse en una sonrisa.
—Repito. Vamos andando por un parque normal y corriente. Pero sin niños irritantes correteando por ahí.
—Me parece que eso va a ser imposible —intervine.
—De acuerdo, entonces hay muchos niños desagradables corriendo alrededor nuestro. Sin darte cuenta tropiezas con uno y te caes al suelo.
—¡Ey! ¿Cómo que me tropiezo y me caigo? Eso no es nada romántico.
—¡Tú fuiste la que dijo que tenían que haber niños!
—Sí, ¡pero no delante nuestro!
—Da igual —comentó Kokichi, con ese tono que usaba cuando se metía conmigo—. Si no te hubieras tropezado con un niño, lo habrías hecho con una baldosa del suelo. Eres muy torpe.
—¡Mentira!
—¿Cuántas veces se te ha caído la bandeja del desayuno por las mañanas?
—¡Eso es porque estoy medio dormida!
—¿Cuántas veces te has tropezado mientras caminabas tranquilamente?
—¡Me espías! —lo acusé.
—Te observo, que es diferente.
—Vale, soy torpe —admití—, pero es una historia inventada, ¡lo podemos cambiar!
—Sí, pero prefiero que sea realista —me pinchó.
—Imbécil —me reí—. Yo también sé jugar a esto. —Me aclaré la garganta y relaté—: Al caerme me hice una herida muy grave en la rodilla. Como me sangraba mucho y tú no llevabas nada encima para curármela, tuvimos que volver a casa y se acabó la cita.
—Eres malvada.
—Lo aprendí del mejor.
—Vale, digamos que no te caes y seguimos caminando. O mejor aún, estás a punto de tropezarte, pero yo te agarro en el aire y evito tu caída de una forma majestuosa.
—¿No dijiste que querías que fuera realista? —me burlé—. Tú no eres tan caballeroso.
—Eso lo crees porque aún no has visto mi lado caballeroso.
—¿Y cuándo piensas mostrármelo?
—Eh, mejor continuo con la historia...
Levanté la cabeza para mostrarle una sonrisa, que vino acompañada de unas melosas risitas. Él imitó mi gesto y se inclinó para darme un beso en la cabeza. Luego volví a acurrucarme en su pecho.
—Seguimos caminando cogidos de la mano —relató—, pero hace mucho calor, así que te empiezas a quejar como haces siempre.
—Ey, yo no me quejo siempre...
—Por suerte, nos topamos con un camión de los helados y compramos uno para cada uno.
—Vale, pero invito yo —ofrecí, imaginándome con millones de dólares en los bolsillos—. En nuestra historia soy rica, ¿vale?
—Veo que sueñas a lo grande.
—Tú también podrías ser rico.
—Ya lo soy, te tengo a ti.
Di gracias a que todo estaba oscuro y no pudo ver cómo mi cara entera ardía en llamas.
—Ugh, eso ha sonado muy meloso, ¿no? —rió, con nerviosismo.
—Solo un poco —sonreí—. Ahora que lo pienso podríamos compartir un mismo helado.
—Vale, un helado de uva.
—¿Qué? Eso ni siquiera existe. Mejor uno de coco.
—¿De coco? Solo a un rarito le gusta el helado de coco.
—¡Al menos el mío existe!
—Vale, mejor no lo compartimos —comentó, divertido.
—¿Y ahora a dónde vamos? —Cerré los ojos y me dejé llevar por el sonido de su voz y sus caricias en mi brazo. Definitivamente estaba en el paraíso.
—Nos sentamos en un banco al pie de un enorme lago.
—Me dan miedo los lagos.
—¿A quién le dan miedo los lagos? Cada vez estoy más seguro de que estoy saliendo con un marciano.
—¡El agua está muy oscura y nunca sabes lo que puede haber en el fondo! Da miedo, ¿vale?
—En ese caso, nos sentamos en el banco más alejado del lago —contó, conteniéndose la risa—. Aun así, podemos ver pequeñas barcas con personas que sí quieren disfrutar de un tranquilo paseo por esas aguas.
—Personas temerarias —le corregí entre escalofríos.
—Espera, ¿sabes qué? Nosotros también nos subimos a una barca.
—¡No!
—Oh, sí —comentó, con maldad—. Nos subimos y tú estás tan aterrada que te abrazas a mí. Yo, como soy muy caballeroso, correspondo el abrazo y te protejo con mi cuerpo tonificado y musculoso.
—¿Ahora está permitido distorsionar la realidad? —me reí—. ¿Desde cuándo tienes un cuerpo tonificado y musculoso?
—Desde siempre, pero eso no importa, el caso es que te abrazo porque tienes miedo.
—Pues yo te tiro al agua de un puñetazo por haberme obligado a adentrarme en el lago.
—Vuelvo a subir a la barca e intento tirarte a ti.
—Consigo que te caigas de nuevo.
—Me ahogo y me muero.
—Lloro tu pérdida una semana, pero luego salgo de fiesta.
—Eso me ofende —protestó.
—Es mi venganza —reí.
—Yo también sé vengarme.
No supe a qué se refería hasta que se incorporó y de un solo movimiento consiguió que mi cuerpo quedase debajo del suyo. Sus piernas se posicionaron a cada lado de mi cadera e inclinó su torso hacia delante, agarrando mis muñecas con suavidad y colocándolas encima de mi cabeza. Sentí un bomba de calor explotar en mi pecho cuando lo vi sonreír maliciosamente entre la oscuridad.
Kokichi acercó sus rostro al mío de tal manera que, aunque no hubiese iluminación en la habitación, pude distinguir cada una de sus facciones. Mi corazón había empezado a bailar al son de mi agitada respiración. Miré sus labios y por un momento pensé que me besaría, pero en su lugar bajó hasta mi cuello. Aún no había hecho contacto con mi piel y ya había aparecido un hormigueo en la parte baja de mi abdomen que pedía más.
Cerré los ojos esperando que en cualquier momento sus labios llegaran a mi cuello, pero nunca ocurrió. Volví a abrirlos, decepcionada, y entonces me di cuenta de su sonrisa vengativa en el rostro. Quería torturarme. Lo pude ver en su mirada. Aunque eso no fue lo único que descubrí, pues me pareció ver que tenía miedo de acercarse a mí y que yo lo rechazase.
Sin embargo, ese miedo despareció de sus ojos en cuanto susurré:
—Bésame.
Las mejillas de Kokichi se encendieron, pero no perdió el tiempo. Se inclinó hacia mí mientras acariciaba mis muñecas, que aún mantenía por encima de mi cabeza, y fundió sus labios con los míos. Millones de descargas eléctricas recorrieron mi cuerpo de arriba a abajo. Nuestras bocas encajaban a la perfección, como si estuvieran hechas a medida. Los movimientos eran lentos, pero en cada uno de ellos saltaban chispas de deseo.
Cuando nos separamos, el espacio entre nosotros se lleno de nuestros jadeos. Sin duda había subido muy rápido la temperatura dentro de la habitación, y ahora pensaba que tanto a mí como a él nos sobraba la ropa. O quizá el veneno me estaba haciendo delirar.
Kokichi pareció pensar lo mismo que yo, porque bajó hasta mi cuello y presionó sus labios contra mi piel. Mi corazón empezó a saltar como loco en mi pecho. Quise retener mis gemidos porque me daba vergüenza que me escuchara, pero no pude evitarlo cuando llegó a un punto sensible de mi cuello. Aunque a Kokichi no parecían molestarle mis jadeos, al contrario, me daba la sensación de que los disfrutaba. Mientras tanto, el hormigueo de mi estómago se hacía más fuerte hasta el punto de volverse insoportable.
Estaba dispuesta a dejar que Kokichi hiciese lo que quisiera conmigo para calmar ese cosquilleo que se había acumulado en la parte baja de mi abdomen. Sin embargo, después de besar mi cuello, dejó un corto beso en mis labios y se dejó caer en su lado de la cama. Me volví hacia él, con el ceño fruncido, y con un hormigueo que me incitaba a hacer cosas que la iglesia no aprobaría antes del matrimonio.
—Quiero más —protesté en voz baja.
—Y yo —admitió, pasando una mano por mi mejilla—. Pero prefiero que descanses. No puedo seguir, sabiendo lo mal que estás por el veneno, y no quiero te esfuerces más de lo necesario.
—Qué más da el veneno...
Kokichi enrolló sus brazos en mi cintura por debajo de las sábanas para acercarme a él.
—Tendremos mucho tiempo para estas cosas cuando salgamos de aquí —susurró, y me dio un dulce beso en la frente—. Te lo prometo.
Hice una mueca, que probablemente él no vio, y terminé acurrucándome a su lado. Era la segunda vez que me dejaba con las ganas, pero entendía perfectamente su posición. Él creía que si daba un paso más allá, estaría aprovechándose de mí, porque técnicamente era una persona enferma, aunque estuviera en todas mis capacidades mentales, así que no me quedo más remedio que dormirme junto a él a regañadientes.
A la mañana siguiente me despertaron unos toques frenéticos en la puerta; parecía que la persona tras ella tenía la intención de tirarla abajo. Sentí que Kokichi se deslizaba por debajo de mi brazo y salía de la cama para dejar entrar a quien quiera que estuviese haciendo tal escándalo. Resultó ser Kaito, el cual recibió muchos insultos dentro de mi mente porque había estropeado mi amanecer con Kokichi.
—¿No puedes llamar a la puerta como una persona normal? —refunfuñó Kokichi, bostezando.
—¿Kokichi...? —dijo Kaito, extrañado—. Bueno, era de esperar que estuvieras en la habitación de (t/n). No sé de qué me sorprendo.
—¡Que Kokichi está en la habitación de (t/n)! —escuché la voz de Himiko, y vi aparecer su cabeza por detrás de Kaito—. Lo siento, Kokichi, pero, por respeto a Tenko, tengo que echarte de su habitación.
Me reí para mí misma cuando me incorporé en la cama y vi la expresión de determinación que tenía Himiko, casi parecía la viva imagen de Tenko, solo que en miniatura. Estos últimos días se estaba tomando muy en serio lo de seguir sus pasos. Kokichi, por su lado, no le hizo ni el menor caso, como si fuese un papel arrugado en el suelo.
—¿Eso es todo? —dijo Kokichi, haciendo el ademán de cerrar la puerta, pero Kaito se lo impidió con la mano.
—Keebo, nos envía como mensajeros —informó éste—. Como estáis los dos juntos, será mucho más rápido.
Al oír eso, me levanté de la cama y caminé hasta la puerta, situándome al lado de Kokichi.
—¿Qué pasa? —pregunté, curiosa.
—Keebo nos va a explicar cómo funciona la máquina que ha creado —contó Himiko, sin dejar de mirar a Kokichi con los ojos entornados.
—Ha dicho que nos reunamos todos en el gimnasio —añadió Kaito.
—Estaremos allí enseguida —afirmó Kokichi, y me fijé en que su expresión había cambiado: ya no estaba furioso porque lo despertaran tan temprano, sino que parecía aterrado.
—¿Estás bien? —le pregunté, cuando Himiko y Kaito se fueron y cerramos la puerta.
—Sí, será mejor que te vistas —dijo, señalando el baño con la cabeza.
Me quedé mirándolo con el ceño fruncido. No sabía por qué le había asustado tanto saber que íbamos a conocer el funcionamiento de la máquina de Keebo. A mí también me daba algo de miedo, pero Kokichi no eran de los que se asustaban tan fácilmente. A no ser que él supiera algo que yo no.
A los pocos minutos ya estábamos caminando los dos solos por el pasillo con destino al gimnasio. Lo notaba muy inquieto, ni siquiera me miró a la cara cuando salimos del dormitorio. Decidí acercar mi mano a la suya y entrelazar sus dedos con los míos. Esa acción captó su atención. Le sonreí para tranquilizarlo, y él me devolvió el gesto segundos después.
Fuimos los últimos en cruzar la puerta del gimnasio, así que cuando llegamos ya estaban todos allí. Nos soltamos las manos y avanzamos hasta el centro, donde se encontraba Keebo en medio de dos enormes cortinas de color rosa (elección de mini Miu) que escondían cada una en su interior un objeto que podía medir poco menos de dos metros.
Saludé a Shuichi con un gesto de cabeza cuando me coloqué a su lado; él también parecía nervioso.
Me fijé mejor en los detalles que me rodeaban: había una mesa de trabajo que nos separaba a los demás de Keebo y mini Miu, también me di cuenta de que la cortina que tapaba el objeto del lado izquierdo era ligeramente más larga que la del lado derecho. Además, ambas cortinas se hundía entre los huecos del objeto que había debajo de ellas, dándoles un aspecto de guirnalda.
—Ya estamos todos —anunció Shuichi.
—Perfecto —dijo Keebo al otro lado de la mesa, con una mini Miu muy coqueta en el hombro—. Primero que todo, quiero avisaros de que aún faltan algunos detalles que finiquitar, por lo tanto todavía tenemos que quedarnos en la academia.
Algunos mostraron muecas de desilusión, como Kaito y Himiko, mientras que otros, como Shuichi y Kokichi, no mostraron ninguna emoción aparente.
—Pero pronto estará solucionado —nos tranquilizó Keebo—. Lo estará antes de que La Tempestad haya ocupado todo el cielo.
—No sé si lo habéis visto —comenzó a decir Himiko—, pero ya casi ha ocupado todo el cielo.
—Sí, ¿para cuando estará lista la máquina? —presionó Kaito, con nerviosismo—. ¿Estáis seguros de que lo lograreis antes de que...?
—¿¡Dudas de mis capacidades, mentecato!? —bufó mini Miu, ofendida—. ¡Si te decimos que la máquina estará lista antes de que La Tempestad nos trague, es que estará lista antes de que La Tempestad nos trague!
—Vale, vale, solo quería asegurarme —murmuró Kaito.
—¿Oye y por qué habéis puesto cortinas encima de las máquinas? —preguntó Himiko—. ¿No era más fácil enseñárnoslas directamente?
—En efecto, pero Mini Miu quería un poco de espectáculo —Keebo rodó los ojos.
—¡Me encanta el melodrama! —proclamó ésta, orgullosa.
—No sabía que habían dos máquinas —dije, señalando las dos largas cortinas, una a cada lado de Keebo—. Pensaba que habíais construido solo una.
—En realidad no son dos —comentó Keebo, tirando de ambas cortinas—, sino seis.
Se escuchó un «wow» cuando Keebo quitó las cortinas rosas que tapaban las seis máquinas, tres a cada lado. Mini Miu nos hizo un gesto para que nos acercáramos y las viéramos mejor. Cinco de ellas tenían el mismo aspecto que una cápsula futurista: medían al menos dos metros, con forma ovalada, en posición vertical y de color rosa y tenía una puerta de entrada completamente opaca, por lo que no podíamos ver el interior desde fuera.
La sexta máquina, en cambio, era distinta. No tenía el aspecto de una cápsula, sino que era una base circular rodeada por una pared transparente de la que colgaban un montón de cables.
—Estas son las cápsulas que nos van a sacar de la academia —explicó Keebo—. Hay una para cada uno.
—Queríamos hacer otra de repuesto —comentó mini Miu—. ¡Pero los materiales que hay en el laboratorio de Keebo son pura basura! Así que solo pudimos hacer seis cápsulas exactas. Ni una más ni una menos.
—¿Por qué la sexta es diferente? —inquirió Shuichi.
—Porque esa es la mía y la de mini Miu —repuso Keebo—. Nosotros necesitamos una distinta porque somos robots.
—¿Y eso por qué? —preguntó Kaito.
Keebo y mini Miu se miraron con nerviosismo, como si estuviera teniendo un debate mental sobre quién debía explicárselo a Kaito.
—¡Yo aporté la idea! —le dijo mini Miu a Keebo—. Te toca a ti contársela a ellos.
Keebo suspiró y nos hizo un gesto con la mano para que nos acercáramos a ver más de cerca una de las cápsulas. Cuando abrió su puerta, vimos que el interior no era muy espacioso, pero era lo suficientemente amplio para que cupiera una persona de pie. En los laterales habían dos cables cuyos extremos terminaban en una especie de pegatina blanca con forma redondeada (que se parecía muy sospechosamente a un pecho).
—Vale, no quiero os alarméis con lo que voy a decir a continuación —advirtió Keebo, pero eso solo consiguió ponernos más nerviosos—. Quiero que mantengáis la calma, ¿de acuerdo?
—Claro, tío, todo controlado —le aseguró Kaito—. ¿Por qué nos iba a alarmar una máquina que nos va a sacar de este lugar? Ni que nos fuera a matar o algo así.
—Eso es exactamente lo que va a hacer —declaró Keebo, y la sala entera quedó sumergida en un silencio sepulcral.
—¿Qué? —dijo Kaito, riendo con nerviosismo—. ¿Puedes repetirlo? Creo que no te he escuchado bien. Por un momento entendí que esa máquina nos iba a matar en lugar de salvarnos.
—No has entendido mal, Kaito —sostuvo Keebo—. Estas cápsulas nos van a matar.
Nos quedamos congelados unos segundos hasta que Himiko rompió el silencio.
—¡Ayuda! —se escandalizó, escondiéndose detrás de Shuichi—. ¡Keebo y mini Miu se han vuelto locos y nos quieren asesinar a todos!
—Propongo que los encerremos hasta que averigüemos lo que les ha pasado —sugirió Kaito.
—¡Si te me acercas, te meto el destornillador por el culo! —le amenazó mini Miu, y Kaito hizo una mueca de dolor.
—Deberíamos dejar que se expliquen —propuso Shuichi.
—Sí, voy a necesitar una buena explicación para esto —dije, estupefacta.
Keebo se aclaró la garganta y alzó la voz:
—Las cápsulas, al menos las vuestras porque la mía es diferente, están creadas para provocaros una fibrilación ventricular.
Todos parpadeamos al mismo tiempo, sin haber comprendido una sola palabra. Miré a Kokichi con las cejas alzadas, pensando que él estaría en el mismo estado de confusión que yo, pero me equivocaba, pues no se había alarmado lo más mínimo. De hecho, estaba demasiado callado y serio.
—¿Una qué? —preguntó Kaito.
—Una fibrilación ventricular —repitió Keebo, y cuando vio nuestros ceños fruncidos, añadió—. Lo que significa que entraréis en paro cardíaco. Vuestro corazón dejará de latir regularmente y no podrá bombear la sangre.
En el gimnasio volvió a reinar el silencio. Cada uno intentaba procesar a su manera las palabras de Keebo, que no eran fáciles de digerir. Incluso llegué a pensar que nos estaba tomando el pelo, pero lo descarté porque eso no era propio de Keebo.
—Chicos —advirtió Kaito, dando un paso atrás—, tengo una piedra en el bolsillo; cuando cuente hasta tres se la tiro y salimos pitando de aquí, ¿entendido?
—¡Te estamos oyendo, imbécil! —gritó mini Miu.
—Vale, ¡pues salimos corriendo ya! —exclamó Kaito, y cuando intentó huir, Shuichi lo agarró del brazo y dijo:
—Espera, aún no ha terminado la explicación.
—No me hace falta escucharla —aseguró Kaito, alarmado—. ¿Es que no habéis oído lo que ha dicho? ¡Quiere parar mi corazón de atleta de élite! ¿¡Por qué no me cortas en dos ya que estamos!?
—¡Aún no descarto esa idea! —saltó mini Miu—. ¡También te cortaría los huevos, pero ya veo que no tienes!
—No entiendo esto —intervine—. ¿No hay ninguna manera de salir de aquí y por eso haremos un suicidio colectivo?
—Yo no quiero morir —gimoteó Himiko, tirando de la camisa de Shuichi.
—No, no haremos un suicidio colectivo —dijo Keebo, con voz calmada—, porque la cápsula no solo está programada para pararos el corazón, sino que también para reanimarlo cuando hayan pasado sesenta segundos.
—¿Quieres decir que nuestro corazon volverá a latir? —preguntó Himiko, un tanto asustada.
—En efecto —confirmó Keebo
—Oh, gracias ya me dejas más tranquilo —ironizó Kaito—. Solo nos vais a parar el corazón sesenta segundos, qué alivio. Será pan comido, me pasa todos los días.... ¿¡Os habéis vuelto majaretas!?
—Kaito, démosles una oportunidad —le pidió Shuichi.
—¿Qué oportunidad ni qué nada? —se escandalizó este—. ¡Ya te dije que mini Miu no tenía ni idea de lo que estaba haciendo! Bien, ¿quién vota por coger ese martillo de ahí y destruir las cápsulas?
De repente, mini Miu sacó del interior de Keebo un pequeño arco dorado con una flecha electrificada y apuntó con ella a Kaito.
—Si intentas algo, te electrocuto —lo amenazó ésta.
—Mini Miu, será mejor que guardes eso —le pidió Keebo.
—¿Por qué debería hacerlo? —gruñó ésta, tensando la flecha en el arco—. ¡Está insultando a mi ingenio! Además, es un maldito cobarde.
—¡No soy un cobarde! —exclamó Kaito, pero al mismo tiempo se escondió detrás de Shuichi—. ¡S-Soy u-un h-hombre!
—¡Un hombre! —soltó M1-U, tronchándose de la risa—. ¡Pues a tu receta de hombre le faltan huevos!
La mayoría reprimimos una risita ante el comentario de mini Miu, pero hubo alguien a quien no le pareció divertido, y estaba empezando a preocuparme. Kokichi seguía igual de serio, incluso su voz al hablar fue cortante:
—Dejémonos de tonterías. Tú —Señaló a mini Miu, quien aún tenía el arco en las manos— guarda eso antes de que le saques un ojo a alguien. Y tú —Señaló a Kaito, quien seguía escondido detrás de Shuichi— deja de comportarte como una nenaza, hasta Himiko ha conseguido mantener la compostura mejor que tú. Esas máquinas han sido construidas por personas que te superan en inteligencia, así que calla y escucha.
Nos quedamos mudos ante sus palabras, tan afiladas y cortantes como un cuchillo de carnicería. Pocas veces había visto a Kokichi así de serio, y supe que había algo que le preocupaba, pero no lo veía con la intención de querer contármelo.
—Vale, tío, tampoco hace falta que te pongas así —refunfuñó Kaito, un tanto ofendido.
Kokichi no dijo nada más, sino que se limitó a mirar fijamente la cápsula. Quise acercarme para preguntarle si estaba bien, pero decidí no hacerlo cuando vi el oscuro aura que había a su alrededor. Algo me decía que era mejor darle espacio.
—Como iba diciendo... —empezó a decir Keebo, para romper la tensión—. La máquina os dejará en paro cardíaco durante sesenta segundos. De manera que en el ordenador donde se muestran nuestras constantes vitales, ese que descubrimos en la guarida de la mente maestra, apareceréis como muertos. Pero en realidad solo estaréis muertos durante unos segundos porque después la máquina os revivirá. Os dará un solo chispazo que reanimará vuestro corazón.
—¿Quieres decir que engañaremos al ordenador? —se sorprendió Himiko.
—¿Pero cómo nos va a ayudar eso a salir de aquí? —soltó Kaito, a la negativa.
—Veréis, ¿recordáis lo que dijo Tsumugi en el juicio? —dijo Keebo.
—«La única forma de salir de aquí es muriendo» —recordé, y Shuichi y yo nos miramos, pues en el informe que habíamos encontrado ponía exactamente lo mismo.
—Pero si morimos... ¡morimos! —bufó Kaito, alzando ambos brazos.
—En efecto —convino Keebo—. Es por eso que fingiremos estar muertos. Obtendremos la ventaja de morir, que es salir de aquí, pero sin morir realmente, como le ocurrió al resto de nuestros compañeros.
—Tiene sentido —coincidió Shuichi—. La única explicación lógica para que nuestras constantes vitales estén siendo recogidas en ese ordenador es que nuestro cuerpo real no es este que vemos, sino otro que está siendo monitorizado. Quizá estemos de verdad en una simulación, una en la que si morimos, nuestro cuerpo real también muere.
—Pero si engañamos a la simulación —empecé a decir—, podremos despertar vivos en el mundo real.
—Eso concuerda con lo que dijo Tsumugi en el juicio —añadió Shuichi—. Nos dijo que aquí nadie podía ser real, pero que eso no significaba que no lo fuéramos.
—Afirmativo, después de llegar a las mismas conclusiones que vosotros —dijo Keebo—, decidimos crear estas cápsulas con el objetivo de morir unos segundos pero revivir lo suficientemente rápido como para no morir de verdad.
—¡Un plan perfecto! —exclamó Kaito, sarcástico—. Es el mejor plan que he escuchado nunca... excepto por un pequeño detalle... ¡la parte en la que nos paras el corazón!
—¡Es la única solución! —chilló mini Miu, entre dientes—. Si no la quieres, puedes quedarte aquí para que te mate La Tempestad. Nadie lo va a lamentar, te lo aseguro.
—Sé que suena a locura —intercedió Keebo—, pero, si todo va bien, quizá engañemos al algoritmo de la simulación.
—¿Cómo que quizá? —se aterrorizó Himiko.
—¿Cómo que si todo va bien? —pregunté yo, segundos más tarde.
—Bueno, hay un pequeño problema —murmuró Keebo.
—¿Otro aparte del hecho de que nuestro corazon va a reventar en nuestro pecho? —gruñó Kaito.
—¡Ojalá el tuyo lo haga! —masculló mini Miu.
—No va a reventar ningún corazón —replicó Keebo—, pero sí que hay una pequeña probabilidad de que a alguno de vosotros no le vuelva a latir nunca más.
Otra vez nos golpeó la realidad en las narices, dejándonos a todos en completo silencio. Sabíamos perfectamente lo que significaba aquello: puede que alguno de nosotros no lograra salir nunca de la academia.
—Pero si nos nos vuelve a latir... —murmuró Himiko, que había tardado en procesar las palabras de Keebo.
—¡Morimos! —completó Kaito—. ¡Otra vez! Este plan es horrible lo mires por donde lo mires. ¿Es que soy el único que entiende lo arriesgado que es?
—¡Claro que entendemos lo arriesgado que es, incluso más que tú! —masculló Kokichi, con frialdad—. Pero es el único que tenemos, así que deja de quejarte.
Kaito hizo una mueca y le dio la espalda a Kokichi.
—¿Cuánta es la probabilidad, Keebo? —preguntó Shuichi—. Ya sabes, la probabilidad de no... despertar.
—De un veinte por ciento —repuso éste.
—¡Veinte por ciento! —se alarmó Kaito—. ¡Eso es demasiado! Me niego a meterme en una de esas cápsulas.
—Pero si eso no es nada —alegó mini Miu—. Que te rebajen a un veinte por ciento un bolso de mil pavos no es un chollo.
—¡Vamos a morir y tú pensando en bolsos! —protestó Kaito.
—Entonces, ¿estás diciendo que alguno de nosotros puede que no abra nunca los ojos después de meterse en la cápsula? —musitó Himiko.
—Por desgracia, sí —afirmó Keebo, desviando la mirada—. Es un riesgo que debemos tomar.
—Pero, si alguno de nosotros muere —dijo Kaito, que estaba empeñado en llevarle la contraria a Keebo—, se considerará asesinato y... ¡y habrá un juicio!
—Piensa que el juego ya no existe, Kaito —le advirtió Shuichi—. Monokuma está muerto, así que no habría ningún juicio.
—Además, una vez que nos metamos en las cápsulas, no hay vuelta atrás —declaró Keebo—. Estará todo puesto a manos del azar.
—Pero... —Kaito estaba a punto de quejarse otra vez, pero Kokichi lo cortó en seco:
—¿Tú no eras el que confiaba en todos nosotros?
—Sí, pero...
—Pues demuéstralo y cállate la boca —sentenció Kokichi, tajante.
—¿Cómo funciona la cápsula, Keebo? —pregunté, tratando de ignorar la repentina actitud de Kokichi.
—¿Veis estos cables que cuelgan de los laterales? —preguntó Keebo, señalando el interior de la cápsula cuya puerta había abierto minutos atrás. Cuando todos asentimos, continuó—: Estos cables que acaban en un pegatina blanca y redondeada se llaman electrodos.
—¿Electro- qué? —Kaito frunció el entrecejo.
—Electrodos —repitió éste—. Obtienen la electricidad de la propia cápsula y funcionan como un desfibrilador; los hemos modificados con ese fin.
—Como veo que no os estáis enterando ni de la mitad, os lo explicará una servidora —dijo mini Miu, señalándose a si misma—. Esos maravillosos cables, también llamados electrodos (cualquier parecido con una teta es pura coincidencia), irán conectados a vuestro flácido pecho en una posición específica que solo yo, la robot más inteligente de todos los tiempos, conozco. Una vez puestos, se cierra la puerta de la despampanante cápsula cuyo color rosa elegí yo, por si no quedaba claro, y se activa esta aburrida palanca gris (idea de Keebo) que hay en un lateral.
Keebo cerró la puerta de la cápsula para mostrarnos la palanca que había fuera en uno de los laterales, junto con una pequeña pantalla en negro.
—Cuando tiremos de la palanca —continuó Keebo—, se empezará a cargar la cápsula con energía que obtuvimos de los propios rayos de La Tempestad.
—¡Eso fue idea mía! —intervino M1-U, con pomposidad—. ¿A que Einstein y Newton se quedan cortos comparados conmigo?
—Ahora no lo voy a hacer para no gastar la energía —dijo Keebo, ignorando a mini Miu—, pero cuando le dé a esta palanca, aparecerán cinco rayitas horizontales en la pantalla que ahora está en negro, una por una. Una vez se rellenen las cinco barritas, la cápsula estará lista para producir la descarga que os parará el corazón, y a los sesenta segundos producirá otra para reanimarlo.
—Es muy fácil de entender, no sé por qué ponéis esas caras —protestó mini Miu, mirándonos a todos—. ¡Encima que he estado currando sin parar!
—Mas bien, dándonos ordenes sin parar —le corrigió Keebo.
—¡Qué más da! —resolvió mini Miu, haciendo un floreo con su diminuta mano—. El caso es que me he roto las uñas por vosotros... ¡Literalmente!
No sabía qué pensar acerca de la solución para salir de la academia. Por un lado me gustaba la idea de volver al mundo real y descubrir quién era y de dónde venía, pues todo el pasado que yo creía conocer era falso, pero por otro lado me asustaba la idea de dejar a alguien atrás.
—Tengo una pregunta —anunció Shuichi, al cabo de un rato—. Si dices que para activar la cápsula hay que darle a la palanca, ¿quién tirará de la palanca del último de nosotros?
—Los últimos seremos nosotros —aseguró Keebo, refiriéndose a él y a mini Miu—. Mini miu es la única que sabe colocar los electrodos, así que nosotros activaremos la palanca del último de vosotros.
—Pero, ¿y vosotros que haréis? —preguntó Himiko, preocupada por Keebo y mini Miu.
—Podéis estar tranquilos —dijo el robot—. Mi máquina es especial: se activa sola, así que no tendré ningún problema al quedarme el último. Queríamos hacerlas todas automáticas, pero teníamos pocos recursos y en vuestras cápsulas era más difícil añadirlo, hubiéramos tardado semanas, por lo que decidimos ponerlo solo en la mía, pero no pasa nada porque seré el último en entrar.
—Como no tenemos sistema vascular, cuando entremos a nuestra cápsula especial, nos dará una descarga distinta a la vuestra —contó mini Miu—. Una que apagará todos nuestros sistemas durante unos segundos para volver a encenderlos después.
—¿Como cuando se te acaba la bateria del móvil y lo enchufas al cabo de un rato? —preguntó Kaito.
—¡No me compares con un aparato tan ordinario y aburrido como son los móviles! —protestó mini Miu, pensándose si sacar de nuevo el arco y apuntar a Kaito con él.
—Tengo mucho miedo —musitó Himiko, y todos nos volvimos hacia ella—. ¿Qué pasará con nuestros cuerpos ficticios cuando regresemos... si es que regresamos?
—Lo mismo que les paso a los demás estudiantes —empezó a decir Keebo—: desaparecerán. La única diferencia con los demás es que nosotros estaremos vivos en el mundo real.
—¿Estás bien, Himiko? —le pregunté, al verla tan pálida.
—Sí, solo necesito estar sola un momento —murmuró, cabizbaja, encaminándose a la puerta del gimnasio.
—Yo me voy a mi habitación —indicó Kaito, dándose la vuelta camino a la salida—. Esto es mucho para digerir, así que tardaré un rato.
Quise animarlos, pero decidí darles espacio porque los entendía a la perfección. No era fácil aceptar el riesgo que teníamos que correr para salir de aquí. Sabíamos que no era culpa de nadie, en tal caso de los que nos obligaron a estar dentro de este mundo, pero no podíamos evitar sentir miedo.
Al terminarse el juego, pensábamos que también se acabaría esa amarga sensación de incertidumbre de no saber quién de nosotros sería el siguiente en morir, pero lo cierto era que esa sensación nunca se había ido. El miedo seguía entre nosotros como una infección contagiosa muy difícil de combatir. Tanto la pérdida de la vida de un amigo como la de uno mismo era una idea que nos atormentaba día y noche.
—Yo tengo algunas cosas que hacer —se excusó Shuichi—. Pero volveré en cuanto pueda para seguir ayudando.
Antes de darse la vuelta, me miró con una expresión que no pude descifrar, pero me pareció ver la compasión reflejada en sus ojos. Le sonreí en señal de despedida, y él hizo lo mismo. Segundos después cruzó la puerta y el gimnasio quedó en completo silencio.
Miré a Kokichi de soslayo y me di cuenta de que no había apartado la vista de la cápsula desde que Himiko se fuera del gimnasio. Me acerqué a él silenciosamente, o al menos eso intenté, porque el eco de mis pisadas resonaba entre las cuatro paredes. Por su parte, Keebo y mini Miu habían comenzado a trabajar en una de las cápsulas, que al parecer necesitaba un arreglo, y no nos estaban prestando atención.
—¿Estás bien? —le pregunté a Kokichi, cuando hube llegado a su lado.
Él asintió con la cabeza muy despacio.
—Te conozco —le susurré—. Sé que no estás bien. Estás preocupado por lo de las cápsulas. No te preocupes, es normal, todos estamos un poco aterrados.
Kokichi no me respondió, seguía mirando fijamente aquella cápsula.
—¿Quieres que volvamos a la habitación juntos? —pregunté, poniendo una mano en su hombro.
Él volvió a asentir.
Justo cuando estábamos a punto de dirigirnos hacia la salida, Keebo alzó la voz:
—¡Esperad! —exclamó, desde el lugar donde estaba acuclillado, al lado de la cápsula que estaba arreglando—. Kokichi, ¿puedes hacerme un favor? Te lo pido a ti porque sé que (t/n) no debe sobreesforzarse.
Solo en ese momento, Kokichi habló, aunque en un tono un tanto débil:
—¿Qué necesitas?
Lo miré algo preocupada, pero el mantuvo sus ojos fijos en Keebo.
—Pues verás... —dijo el robot—. Me he dejado la llave inglesa en mi laboratorio, al lado de la caja de herramientas, ¿podrías traérmela mientras yo reparo unas cosas?
—No hay problema —accedió Kokichi.
—Te acompaño —me apresuré a decir, pero él levantó la mano para detenerme.
—No, tú quédate aquí hasta que yo vuelva —me pidió, con seriedad—. El laboratorio de Keebo está bastante lejos del gimnasio y no quiero que hagas esfuerzos innecesarios.
Hice una mueca, pero no le llevé la contraria, porque sabía que no serviría de nada. Si yo era teca, Kokichi lo era cien veces más, y nunca me hubiera dejado acompañarlo. Además, me sentía un poco mareada, pero de eso no diría nada. Cuando él salió del gimnasio, yo me apoyé en la mesa que había en medio de las tres filas de cápsulas.
Keebo se levantó y dejó el destornillador a mi lado. Me sentía inútil mirándolo sin hacer nada, a pesar de que mis músculos me pedían constantemente un descanso, así que justo cuando me dispuse a preguntarle si podía ayudarlo en algo, él, después de echarle un vistazo a la puerta del gimnasio, le preguntó a mini Miu:
—¿Se ha ido ya?
Esa pregunta captó mi atención y lo miré con ceño, que se intensificó cuando mini Miu respondió:
—¿Tú también con las preguntas obvias? ¿Acaso ves al gremlin por algún lado?
—Tienes que dejar de llamarlo así —dijo Keebo.
—¡Yo lo llamo como se salga del aparato reproductor, que por desgracia solo tengo de decoración! —exclamó ésta.
Información innecesaria, gracias.
—¿Se lo dices tú o se lo digo yo? —chilló mini Miu, señalándome.
¡Ni siquiera se molestó en disimular!
—Hay que darse prisa, antes de que llegue el gremlin —añadió mini Miu.
—Creo que es mejor que se lo diga yo —sugirió Keebo—. Tú no tienes lo que se dice... mucho tacto.
—Esperad, esperad —articulé, captando la atención de ambos—. ¿Lo de mandar a Kokichi a por una llave inglesa fue una estratagema?
—En efecto, para quedarnos a solas contigo —convino Keebo.
—Idiota —lo reprendió mini Miu, en voz baja—. Has hecho que parezca algo sexual.
—Oh, me refería a que queríamos hablar contigo a solas —se corrigió Keebo, un tanto avergonzado.
—¿Por qué me da que no vais a decirme nada bueno? —dije, tensando los hombros.
—Porque no vamos a decirte nada bueno —repuso Keebo, sin rodeos.
—Lo que más me gusta de ti, Keebo, es que eres muy directo —lo halagué, intentando que no se notara el nerviosismo que me habían provocado sus palabras.
—Ser directo es eficaz —afirmó él—. De otra manera solo haces perder el tiempo a la otra persona.
—¿Y qué es eso tan malo que me tienes que contar? —pregunté, aunque ya sabía por dónde saldrían los tiros.
Era la primera vez que veía a mini Miu enseriar su expresión. Ella era conocedora por sus bromas, generalmente sexuales, y por su espíritu juguetón, pero esta vez permaneció en silencio sentada en el hombro de Keebo.
Me quedé tan pasmada mirándola que cuando Keebo habló, me sobresalté.
—Imagino que recuerdas lo que dije antes de las probabilidades de que alguno de vuestros corazones no vuelva a latir, ¿me equivoco?
—No, no te equivocas, lo recuerdo a la perfección —musité, y un escalofrío me recorrió de arriba a abajo. Creía saber lo que iba a decir a continuación.
—Bien, ese era el porcentaje dado para una persona normal —comentó Keebo.
—¿Me estás llamando anormal? —Enarqué una ceja y forcé una sonrisa (¡muy bien, (t/n), demuestra que no estás nerviosa, aunque en realidad si lo estés!).
—Oh, no, perdona, no era mi intención... —se apresuró a decir él, pero mini Miu habló en su lugar.
—Lo que este insensible de aquí quiere decir es que el porcentaje se aplica a personas aparentemente sanas.
—E imagino que las personas envenenadas no entran dentro de ese porcentaje —dije, tragando saliva.
—Por desgracia no —confirmó Keebo, y sentí un nudo en el estómago—. Al haber sido envenenada, tu cuerpo está más debilitado que el del resto y tú no te has recuperado como Kaito, por lo que tu porcentaje se eleva más.
—¿A cuánto? —pregunté, a pesar de que no quería saberlo.
Keebo y mini Miu se miraron antes de que esta última dijera:
—¿Estás segura de que quieres saberlo?
—Dímelo —asentí (¡pero si no quería saberlo!).
—El porcentaje de que tu corazón no vuelva a latir es de un sesenta por ciento —repuso Keebo.
—Más de la mitad... —murmuré, clavando mi vista en el suelo.
—Me temo que sí —dijo Keebo—. Solo tienes un cuarenta por ciento de probabilidad de supervivencia.
—Vale, no necesitaba tanto detalle —espeté.
—Perdona —se disculpó éste, y luego añadió—: Quisimos decírtelo en privado porque nos parecía más apropiado.
—Y porque si tu noviecito se entera de esto, nos degolla —alegó mini Miu, haciendo un gesto como si se decapitara con el dedo índice—. Prefiero mantener mi cuello intacto, gracias. Me gusta como me quedan algunos colgantes y... —Keebo la miró con una ceja alzada, y mini Miu se aclaró la garganta—. Lo siento, no quería ser insensible.
—Kokichi no es tonto. —Y antes de que mini Miu me lo discutiera, añadí—: Ya se imaginará que mi porcentaje es mayor.
Quizá por eso estaba tan decaído cuando Keebo estaba explicando el funcionamiento de las cápsulas...
—Lo tuvimos en cuenta —afirmó Keebo—. Aun así, creímos que era mejor dejarlo a tu decisión si querías contárselo o no.
—Gracias Keebo. —Me forcé a sonreír, pero dejé escapar una verdadera risita cuando escuché un «ejem, ejem» por parte de mini Miu—. Y gracias a ti también, mini Miu.
Dando por terminada la conversación, Keebo volvió a la cápsula que estaba reparando y yo clavé la vista en su mesa de trabajo, aunque sin realmente observarla de verdad, pues me había metido dentro de mis pensamientos.
Que mi porcentaje para morir fuese más elevado que el de los demás era algo que no me sorprendía, pero que fuera más de la mitad (¡sesenta por ciento!) me desmoronó más de lo que ya estaba. Para colmo, las piernas me empezaron a temblar porque a mis músculos les estaba costando mantenerme en pie.
¡A la mierda! No podía estar dejándome llevar por porcentajes. Siempre había odiado las matemáticas, y esto no era la excepción, pero si tenía un cuarenta por ciento de probabilidades de sobrevivir, me aferraría a él como la hiedra a la roca.
Fue entonces cuando me di cuenta de que encima de la mesa había un dibujo de un ser humano mal hecho con unos cables colocados en el pecho. Como estaba desnudo y tenía un aparato reproductor masculino bastante exagerado, supuse que lo había hecho mini Miu.
Lo cogí y lo llevé hasta donde estaban Keebo y mini Miu.
—¿Esto es un esquema de cómo poner los electrodos? —pregunté, señalando el dibujo.
—Correcto —repuso Keebo, mientras atornillaba un tornillo.
—¡Lo he hecho yo! —exclamó mini Miu, como si no fuese obvio.
—Lo sé, me di cuenta cuando lo vi de cintura para abajo.
—¿Qué? —se escandalizó ella—. ¿Qué te hizo pensar que lo había dibujado yo?
—Porque solo tú conoces el lugar exacto donde colocar los electrodos —repuse—. Y porque la entrepierna del dibujo es tan grande que roza el suelo de la cápsula.
—P-Puede que lo haya exagerado un poco —comentó nerviosa—. ¡Pero eso da igual! ¿Qué pasa con el dibujo? ¿Solo has venido a decirme eso?
—No, he venido porque quiero que me enseñes a colocar los electrodos —declaré, muy decidida.
—¿Q-Qué? —se aterrorizó ella—. ¡Pero eso es un conocimiento del que puedo presumir! Si tú también sabes hacerlo, pierdo la importancia que merezco.
Me limité a rodar los ojos y a agacharme para quedar a su altura, pues Keebo estaba de cuclillas arreglando la parte posterior de una de las cápsulas.
—Por favor, enséñame. —Y como vi que eso no funcionaba, añadí—: Sería un gran honor para mí que alguien tan inteligente como su señoría compartiera sus conocimientos conmigo.
Si Kokichi me escuchaba diciendo eso, se burlaría de mí toda la vida. Por suerte, aún no había llegado, pues el laboratorio de Keebo estaba bastante lejos.
—Si me lo pides así... —Mini Miu se mordió el labio—. ¡Está bien! Compartiré parte de mi maravilloso ingenio contigo.
Y así de fácil fue que mini Miu pasara diez minutos completos explicándome los lugares exactos donde había que colocar los electrodos. Por primera vez en mi vida la escuché con atención. Me contó también los sitios donde no debían ir y las diferencias que había dependiendo de lo alta y corpulenta que fuera la persona. Mientras tanto, Keebo terminó de reparar la cápsula.
—¿Te ha quedado claro? —preguntó mini Miu—. Aunque no sé para qué pregunto si es obvio que mis lecciones son las mejores.
—Un electrodo se coloca en la zona paraesternal derecha —repetí, recordando lo que me había explicado—. Es decir, esto de aquí —Señalé una parte en el dibujo—. Y el otro se coloca en el ápex del corazón, es decir en su punta, aquí —Señalé la otra parte del dibujo.
—¡Perfecto! —exclamó mini Miu—. Si que soy buena con estas cosas, debería plantearme ser profesora.
—Gracias, mini Miu —le sonreí—. Ahora que las dos sabemos cómo hacerlo podemos agilizar el proceso de las cápsulas.
—Ya esto está listo —anunció Keebo, dejando los materiales en la mesa—. Solo falta comprobar que todas las cápsulas tienen la energía necesaria y ya podríamos meternos en ellas.
—¿Cuándo crees que las tendrás listas? —pregunté.
—Probablemente en seis horas —calculó él—. Pero no creo que los demás quieran meterse en ellas tan pronto. Necesitan un tiempo para asimilar el riesgo que supone entrar en ellas.
—Ahora que lo pienso, ¿tú tienes riesgo al entrar en la tuya? —inquirí, con curiosidad—. Como es distinta a la nuestra...
—No, como somos robots, tenemos un riesgo del cero por ciento de morir —contestó Keebo—. Ya sabes, es una de las pocas ventajas de no tener un corazón.
—Aunque no tengas uno físico, sigues teniendo un enorme corazón dentro de ti —lo halagó mini Miu, para mi sorpresa.
—Gracias —dijo Keebo con una pequeña sonrisa, y esa fue la primera vez que vi a mini Miu sonreír de forma sincera.
No pude evitar sonreír al ver la escena. Fue una pena que durara tan solo unos segundos, pues rápidamente Keebo se pudo a comprobar la energía de todas las cápsulas. Al parecer en la parte posterior de estas había un compartimento donde estaban metidas cinco baterías que, cuando se activaran, corresponderían a las cinco líneas horizontales de la pantalla que había junto a la palanca.
Me volví a apoyar en la mesa y esta vez sentí una fuerte oleada de dolor sacudir mi cuerpo. Esa misma mañana me había tomado la dosis de medicamento que me tocaba, el que Shuihi había encontrado para mí, aun así el veneno estaba consumiéndome poco a poco y no sabía cuanto más podía durar.
Lo que sí sabía era que no me iba a rendir tan fácilmente. Ya lo había decidido: lucharía hasta que ya no pudiera más.
Escuché la puerta del gimnasio abrirse y me giré para ver a Kokichi entrando por ella, sujetando en las manos una llave inglesa que Keebo en realidad no necesitaba.
—Aquí tienes —le dijo a Keebo, colando la herramienta encima de la mesa, y este le hizo un gesto para darle las gracias. Luego, Kokichi se volvió hacia mí y pasó una mano por mi frente—. Estás muy pálida, ¿cómo te encuentras?
—No estoy tan mal —mentí. La verdad era que me dolía todo el cuerpo—. Solo un poco mareada para variar.
Kokichi me tendió la mano para que se la diera, así que no perdí el tiempo y entrelacé sus dedos con los míos.
—Vamos a tu habitación —murmuró, un tanto deprimido—. Allí estarás mejor.
Me dio la sensación de yo no era la única que estaba sintiéndose mal ni la única que iba a estar mejor en el dormitorio. Kokichi apenas habló durante el trayecto, aunque a veces apretaba ligeramente mi mano, como si eso lo ayudara a seguir adelante.
Quería que me contara lo que le pasaba por la mente, pero sabía que no era un buen momento para preguntas, así que disfruté en silencio de su compañía mientras pensaba en el día en que nos meteríamos en las cápsulas y en lo que pasaría después si yo o alguno de nosotros no despertaba.
¿Sería demasiado pedir que todos sobreviviéramos?
• ────── ❋ ────── •
Sí, mi querida (t/n), pides mucho, pero eso no significa que no se pueda cumplir jiji
¿Vosotros qué creéis? ¿Creéis que sobrevivirán todos o que alguno se quedará por el camino? Y si pensáis esto último, ¿quien creéis que será?
Al final la historia no tendrá 98 capítulos, sino 99, así que nos quedan cuatro. Qué nervios, omg
Cuando termine, consideraré la idea de hacer algunos capítulos especiales, así que si tenéis alguna idea podéis dejarla aquí. Me apuntaré todo lo que me digáis.
Nos leemos la próxima semana, os quiero❤️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro