Capítulo 94
-(t/n)-
A mi alrededor solo había oscuridad, pero sentía que mi espalda estaba apoyada en una superficie muy blanda, así que llegué a la conclusión de que había muerto y estaba en lo que muchos llaman: el cielo. Quise levantar la mano para explorar mis cercanías, pero solo logré tener un espasmo en mi dedo índice. Poco a poco recuperé el control de mis brazos y piernas, y me di cuenta de que descansaban en la misma cómoda superficie que mi espalda.
Deseché la idea de haber pasado a mejor vida cuando escuché el sonido de un lamento. Se escuchaba muy cerca de mí y me pareció reconocer a su dueño. La superficie en la que estaba acostaba se me hacía cada vez más familiar: era el colchón de una cama, y como éste estaba ligeramente hundido, supe que había alguien sentado a mi lado.
Tuve una punzada de dolor en la cabeza cuando mis sentidos se agudizaron, pero desapareció en cuanto me concentré en otra sensación: una caricia que iba desde mi frente, pasaba por mi mejilla y llegaba a mi barbilla, y luego volvía a empezar. El agradable hormigueo que dejaban aquellos dedos al acariciar mi piel me hizo olvidar por un instantes quién era y dónde se suponía que estaba.
Cuando abrí los ojos, me encontré con el rostro de la persona dueña de las suaves y dulces caricias. Me miraba como si fuera su ángel de la guarda viniendo a salvarlo de un peligro de muerte. Su mano se detuvo en mi mejilla, y noté que los dedos le temblaba. El color violáceo de sus ojos, tan bonito como los pétalos de una malva, se desdibujaba por culpa de las gotas cristalinas acumuladas en su párpado.
Sentí el impulso de secarle con mi dedo pulgar las lágrimas que bajaban por sus cachetes, pero me dolía todo el cuerpo y apenas tenía fuerzas para mantener los ojos abiertos.
—Lo siento mucho —musitó Kokichi.
Quise decirle que no pasaba nada, que solo había sido un pequeño susto y que ahora me encontraba mejor, pero de mi boca solo salió un gruñido. Era como si una mano imaginaria estuviera apretando mi garganta y no dejara salir mi voz.
Los labios le temblaron, y entonces explotó en lágrimas. Nunca lo había visto llorar de aquella manera tan histérica y me recordó al llanto de Himiko cuando supo que Tenko era culpable. Kokichi, sentado a mi lado en la cama, se inclinó hacia mí y escondió su rostro entre mi hombro y la almohada porque no quería que lo viera así. Su respiración entrecortada me hacía cosquillas en el cuello.
Eché un vistazo rápido a la habitación y descubrí que estábamos solos. El llanto de Kokichi me encogía el corazón; él intentaba reprimirlo, pero cada vez hipaba con más asiduidad. No me gustaba verlo de esa manera, parecía un niño que había perdido a su madre y se encontraba solo entre el gentío. Hice un esfuerzo por levantar el brazo y pasar mis dedos por su cabello. Él se tensó cuando sintió el contacto, pero rápidamente se relajó y dejó que mi mano lo acariciara con afecto.
Mis caricias parecieron causar el efecto contrario, pues en lugar de apaciguar sus lamentos, se hicieron más frenéticos. El malestar de mi cuerpo quedó reducido a cenizas en comparación al dolor que me producía verlo en aquel estado.
Al cabo de un rato, en el que mi mano estuvo dibujando círculos en su cabello, cuello y espalda, sus sollozos se extinguieron, aunque de vez en cuando dejaba escapar un pequeño hipo. Yo también estaba mejor; ya no sentía esa opresión en los pulmones que me impedía respirar con normalidad ni ese dolor en la garganta que me robaba la voz. Lo único que no recuperé del todo fue la fuerza.
Kokichi se separó de mí y se quedó sentado en la cama mientras se frotaba los ojos para limpiarse el desastre que habían causado sus lágrimas. Me quedé mirándolo con todo el cariño que se le puede tener a alguien. Entonces, sus ojos se encontraron con los míos, y eso bastó para comunicarnos, para decirnos mutuamente que nos queríamos, no hicieron falta las palabras.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó al cabo de unos minutos.
—Como si mini Miu me hubiera lanzado un martillo a la cabeza —bromeé—, pero de resto bien.
Él sonrió tímidamente, y verlo así me hizo un poco más feliz. Mi broma había aligerado el ambiente. Aunque me sintiera débil, intentaría aparentar lo contrario, de esa manera no lo preocuparía tanto.
—Si no te hubieras despertado, yo no sé qué habría hecho —se lamentó, agachando la cabeza—. Me habría muerto, (t/n). Me habría muerto en vida.
—Pero me he despertado. —Tomé su mano entre las mías, pero eso no le hizo levantar la cabeza—. Estoy bien, solo ha sido un pequeño mareo.
—Han pasado cuatro horas desde que te desmayaste —murmuró él.
—¿Cuatro horas? —Abrí mis ojos de par en par. Había perdido la noción del tiempo.
—Cuatro tortuosas horas en las que pensé que... —Dejó escapar un leve sollozo y le dio un ligero apretón a mi mano—. Tenía tanto miedo. Pensé que no lo lograrías, pensé que me dejarías solo.
Al escucharlo, sentí un nudo en el estómago.
—No estás solo, Kokichi. Incluso si yo me voy, tienes a los demás, a tus amigos.
—No vuelvas a decir que te vas a ir —espetó bruscamente, mirándome con fiereza—. No te vas a ir nunca, y punto final.
Pero yo opinaba lo contrario. Estaba segura de que no aguantaría mucho más, y me daba la sensación de que Kokichi, muy en el fondo, pensaba igual que yo. ¿Realmente no tenía ni idea del antídoto o estaba negándoselo a si mismo?
—Solo quiero que sepas que es una posibilidad —articulé.
—No, no es una posibilidad —se apresuró a decir—. No lo es y nunca lo será, porque vas a estar bien.
Sonaba como si estuviera convenciéndose a si mismo más que animándome.
—Vale, está bien, no lo volveré a mencionar. —Solo cuando dije esas palabras pareció relajarse un poco—. Pero quiero que sepas que no estás solo. Sé que tú piensas que sí lo estás, pero es mentira. Tienes a muchos amigos a tu alrededor, solo tienes que abrir los ojos para verlo.
—No me soportan.
—Eso era antes, antes de que los salvaras de la desesperación —dije, y él hizo una mueca—. No pongas esa cara porque sabes que es verdad. Tú fuiste el que me salvó a mí, y gracias a eso se salvaron los demás.
—Me he comportado fatal con ellos.
—¡Pero eso ya está olvidado! ¿O es que no lo viste? Todos lucharon para detener tu ejecución, todos querían que vivieras.
—No me gusta lo que estás haciendo —comentó, frunciendo el ceño.
—¿El qué?
—Eso —indicó—. Estás intentando que me sienta parte del grupo para que me duela menos tu partida, para sentirme consolado cuando tú te vayas.
Apreté los labios porque tenía razón. Quería que tuviera un hombro donde apoyarse cuando yo me fuera, y para ello tenía que demostrarle que los demás eran sus amigos. Nos miramos durante unos segundos, y fue él quien terminó desviando su mirada para clavarla en el suelo.
—No puedo perderte —musitó, y algo dentro de mí se quebró al escuchar su frágil tono de voz.
No sabía qué decir para animarlo. Principalmente porque me sentía como una mierda, tanto por el dolor de mi cuerpo como por imaginármelo a él llorando mi pérdida, así que me quedé en silencio.
Ladeé mi cuerpo bajo las sábanas, apoyando una mejilla en la almohada. Un escalofrío me sacudió de arriba a abajo cuando me di cuenta de que en la mesita de noche habían pañuelos cubiertos en sangre.
—¿Qué me pasó mientras estaba inconsciente? —Una parte de mí ya sabía la respuesta, pero aun así necesitaba oírla en voz alta.
—Casi te ahogas —repuso Kokichi, aún tenía esa voz rota que me revolvía el estómago—. Tosiste mucha sangre.
—¿Cuánto es mucha? —¿Si no quería saberlo por qué preguntaba?
—Muchísima. Pensábamos que te desangrarías, pero de repente paraste de toser. Fue un alivio. Luego tuvimos que limpiar el suelo y cambiar las sábanas. Entre todos lo hicimos bastante rápido. Estábamos muy preocupados por ti. Ninguno de nosotros te quito ojo de encima hasta que empezaste a recuperar el color.
Me incliné para mirar al suelo, pero estaba impoluto.
—No, aquí no fue —dijo al verme buscando manchas de sangre—. Esta es tu habitación. Te traje aquí para que descansaras mientras limpiábamos la mía.
—Lo siento —musité, avergonzada.
—¿Estás de broma? No te disculpes por eso. —Casi sonaba enfadado—. Si alguien se tiene que disculpar... ese soy yo. Tenía que haber estado contigo en el momento en el que te desmayaste.
—Eso es absurdo, Kokichi. Nadie sabía que me iba a quedar inconsciente. Además, tenías que ayudar a Keebo, lo entiendo.
—Lo hice mal —aseguró, afligido—. Quería mantenerte a salvo y acabé dejándote sola y atrapada en una habitación. Quizá Shuichi tenga razón y necesitas una distracción para que tu cuerpo se mantenga activo y no se deje consumir por el veneno.
—¿Quieres decir que puedo ayudaros? —Los ojos me brillaron.
Él asintió pesadamente.
—Pero me aseguraré de que ninguna de tus tareas implique la fuerza física.
Se lo agradecí internamente, pues mis músculos apenas conservaban algo de fuerza, pero no pensaba confesárselo nunca.
—¿Y cuándo empezamos? —pregunté, emocionada.
—Ey, para el carro, preciosa —dijo con una sonrisa—. Acabas de despertar después de estar cuatro horas inconsciente, tienes que descansar un poco. Además, ya es de noche.
—¿Y qué? —insistí—. Keebo y mini Miu trabajarán toda la noche, ¿no?
—¿Eres un robot?
—No, claro que no.
—Entonces a dormir.
Fruncí el ceño cuando lo vi acercarse a la puerta.
—¿Y tú a donde vas? —dije en un tono acusador.
—Voy a decirle a los demás que ya has despertado. Estarán ansiosos por saberlo.
—¿Y después...?
Kokichi compuso una dulce sonrisa cuando se volvió para mirarme.
—Después volveré a la habitación para dormir contigo.
Kokichi cumplió su palabra; después de decirle a los demás que yo me había despertado y de que éstos pasaran por mi habitación para asegurarse de que estaba bien y darme las buenas noches, se metió en la cama conmigo. Esta vez no me hizo falta tener una pesadilla para que Kokichi me atrajera hacia él y envolviera sus brazos en mi cintura. Mi espalda quedó apoyada en su pecho, que ascendía y descendía al ritmo de su tranquila respiración.
A la mañana siguiente Kokichi se levantó muy temprano y trató de no hacer ruido para no despertarme, pero lo escuché cerrar la puerta al salir de la habitación. Volvió a la media hora con la misma bandeja de desayuno que había traído el día interior. Aunque me hice la dormida, no pude evitar sonreír.
—Sé que estás despierta.
Mierda, ¿cómo lo supo?
—(t/n), te he visto sonreír —insistió en un tono divertido.
Maldita sonrisa traidora.
—Sigues sonriendo —se rió.
Me había despertado con aire juguetón y no iba a permitir que una sonrisa me delatase, así que me quedé acostada de lado sin hacer un solo ruido y sin moverme, intentando fingir que realmente estaba dormida.
Entonces sentí que el colchón se hundía a mi lado y escuché a Kokichi aproximarse a mí por detrás. Solo de pensarlo, un hormigueo me recorrió la espalda desde la lumbar hasta la nuca. Intenté no sucumbir a la tentación de mirarlo. Noté su respiración en mi cuello y acarició el lateral de mi oreja con la punta de su nariz, haciendo saltar mi corazón.
—Finges fatal —me susurró, y se me erizó el vello del cuello.
Vamos, (t/n), no caigas en sus encantos, solo te está provocando.
—Con que con esas tenemos, ¿eh? —dijo, cuando vio que permanecía inmóvil.
Su tono de voz no vacilaba, demostrando que estaba preparado para provocarme más. De modo que apartó el pelo de mi rostro con delicadeza y dejó un corto beso en mi sien. El contacto de sus labios contra mi piel hizo que mi corazón rebotara como loco dentro de mi pecho. Sabía que si continuaba así, no aguantaría mucho tiempo.
Kokichi volvió a besarme esta vez cerca de mi mejilla, que ya estaba echando fuego, y continuó haciendo un camino de besos hasta mi barbilla. Eran lentos y sonoros, lo que lo convertía en una tortura, al menos así lo pensaba mi estómago, que no paraba de hacerme cosquillas.
—¿Estás segura de que no estás despierta? —susurró, haciéndome cosquillas en la mejilla con la punta de su nariz.
—Segurísima.
Él levantó la cabeza cuando me escuchó. Mis ojos estaban cerrados, así que no podía verlo, pero estaba segura de que tenía una sonrisa en su cara.
—Creo que tienes un fantasma dentro de la habitación, (t/n). Y tiene una voz muy sexy.
Dejé escapar un pequeña risa que me delató, pero permanecí con los ojos cerrados.
—Me gustaría escuchar una vez más al fantasma —dijo, hundiendo su dedo índice en mi mejilla.
Siguió tocando mi cachete esperando que yo abriera los ojos, pero me apetecía fastidiarlo un poco más, así que los mantuve cerrados.
Kokichi chasqueó los dientes y se levantó de la cama.
—Jo, qué pena, y yo que quería demostrarte todo mi amor. Pero si estás durmiendo, supongo que me tendré que ir...
Nooooo.
Cuando sentí que se alejaba de mí, solté un bufido y abrí los ojos.
—Vale, tú ganas, sí estoy despierta —anuncié, apoyándome sobre mi codo.
Kokichi se volvió hacia mí y me dedicó una preciosa sonrisa.
—He de admitir que por un momento pensé que realmente estabas durmiendo.
—¿En serio?
—No.
—Idiota. —Fruncí el ceño y le lancé la almohada a la cara.
Me dolieron todos los músculos del brazo al hacerlo y sentí una punzada de dolor en los pulmones. ¿Solo por una almohada? ¿En serio? Estaba peor de lo que creía. ¡Hasta mini Miu me ganaría en un pulso! Y eso que su brazo era del tamaño de mi dedo pulgar.
Como era de esperar, Kokichi atrapó la almohada en el aire y la volvió a dejar en la cama.
—¿Desayunas conmigo? —le pregunté, dando unas palmaditas en el colchón para que se sentara a mi lado.
—Ya desayuné —replicó, provocando una mueca de desilusión en mi rostro—. Tengo que ir a ayudar a Keebo lo antes posible.
—¿Me provocas y ahora te vas? Eres malvado.
Él dejó escapar unas risitas, se acercó a mí y me revolvió el pelo.
—Tú empezaste. Nada de eso habría pasado si no te hubieras hecho la dormida.
—Te odio.
—Mi detector de mentiras está pitando como loco ahora mismo.
Me quedaba sin recursos para meterme con él, así que decidí enseñarle la lengua, como le había visto hacer a Himiko varias veces.
Kokichi estaba a punto de decir algo cuando escuchamos toques en la puerta. Antes de que él se acercara para abrirla, comenté:
—Quiero ir contigo.
—Ayudarás a Keebo, pero primero tienes que llenarte el estómago.
—No tengo hambre.
Se escucharon más toques en la puerta y Kokichi puso una mano en el pomo, pero no la abrió.
—Necesitas energías —aseveró—. Ahora más que nunca.
—Pero...
—Te prometo que volveré a por ti, pero come algo, por favor. Tu cuerpo lo necesita.
Apreté los dientes con rabia. Sabía que tenía razón porque mi barriga llevaba rugiendo desde hacía rato.
—Te lo advierto, Kokichi Oma, como no vengas a por mí, esta noche duermes en el felpudo.
—¿Pero entonces quién te va a abrazar mientras duermes?
—¡No vas a persuadirme! Si no vienes, felpudo. Ni siquiera voy a dejarte el sillón.
—No debería haberte enseñado a chantajear.
Compuse una sonrisa de suficiencia y Kokichi abrió la puerta por fin. Shuichi se apresuró a entrar en la habitación, pues al parecer fuera hacía mal tiempo, incluso peor que ayer. Todo provocado por La Tempestad.
—Buenos días, (t/n) —me saludó él.
—Hola —le sonreí.
—Kaito y Himiko vendrán a acompañarte enseguida —comentó éste.
—Keebo les está asignando una tarea muy importante —añadió Kokichi—, y tú podrás unirte a ellos.
—¡Genial! —exclamé. Al fin iba a ser útil en algo.
—Yo me voy ya —dijo Kokichi cruzando el umbral de la puerta—. Volveré más tarde —Y al ver mi cara de advertencia, añadió—. Prometido. Si no, felpudo.
—Así me gusta —asentí, y Kokichi salió del dormitorio cerrando la puerta tras de sí.
—¿Felpudo? —inquirió Shuichi, acercándose al borde de la cama para sentarse.
—Cosas nuestras —dije, restándole importancia—. ¿Qué te trae por aquí?
—Bueno, primero que todo quería verte —comentó él, rebuscando algo en su bolsillo—. Nos dejaste muy preocupados ayer, pero ya veo que estás mejor.
—No quiero convertirme en Kaito 2.0... pero se necesita algo más que un veneno para vencerme. —Ambos nos reímos, y luego pregunté—: ¿Y lo segundo?
—Esto —dijo sacando un pequeño bote que parecía un jarabe—. Lo he encontrado en mi laboratorio.
—¿Para curar mi enfermedad? —pregunté esperanzada.
—Ese era mi objetivo, pero no encontré nada para curarla.
—Jo, vaya...
—Pero esto te puede ayudar a sobrellevarla —aseguró, mostrándome el bote cuyo líquido interior era de color rosa—. Ayer por la noche aproveché para subir a mi laboratorio y vaciar todas las estanterías con los medicamentos. Fui leyendo los prospectos uno por uno y...
—Espera, ¿leíste todos los prospectos?
—Eh... sí.
—¿Cuantos había?
—Como unos quinientos.
—¡Dios mío, Shuichi!
—Lo sé, lo sé, me pasé toda la noche en vela —admitió—. Pero escúchame, porque ha valido la pena.
La manera en la que veía a Shuichi cambió por completo. Se había pasado toda la noche leyendo horribles prospectos con letras minúsculas y palabras aburridas solo por mí. Había que tener agallas para hacer algo así. En ese momento me di cuenta de lo buen amigo que era. Sí que era lenta para algunas cosas...
—A ver, ¿dónde lo puse? —Shuichi empezó a buscar algo en sus bolsillos como loco—. ¡Ah, sí! Aquí está. —Sacó el prospecto, que era un papel enorme con letras minúsculas—. Mira, aquí pone claramente que esto es un medicamento para evitar la coagulación de la sangre en las vías aéreas. Además, evita las crispaciones, reduce la pirexia, elimina el esputo...
—Shuichi —lo interrumpí, y él apartó la vista del prospecto.
—¿Qué pasa?
—No me estoy enterando de nada. Traduce.
—Oh, perdona, sí. —Se aclaró la garganta y dejó a un lado el prospecto—. En definitiva este medicamento es un analgésico. Te reducirá muchísimo la fiebre, la tos, las flemas y evitará que se concentre la sangre en tu garganta.
—¿O sea que no escupiré sangre? —pregunté, ilusionada.
—Sí, se puede resumir a eso —repuso, sonriente.
La felicidad que sentí en ese momento fue tan grande que no pude evitar lanzarme hacia él y estrecharlo entre mis brazos.
—¡Shuichi, eres el mejor! —exclamé, y me separé de él agarrándolo por los hombros—. No puedo creer que hayas hecho todo esto por mí. No sabes lo feliz que estoy ahora mismo. Me atrevería a decir que soy la chica más feliz del planeta.
Entonces me dejé llevar por ese impulso de alegría y le dejé un beso rápido en la mejilla. Ni siquiera supe por qué lo hice, fue un acto involuntario que mi mente no se paró a analizar, pero cuando vi lo ruborizado que estaba él, me arrepentí de haberlo hecho.
Esperaba que no se hiciera una idea equivocada o que lo malinterpretara. Hasta donde yo sabía los amigos podían darse besos en la mejilla.
Shuichi, a pesar de haber ganado confianza en si mismo, aún era algo tímido, así que no fue capaz de mirarme.
—Muchas gracias, Shuichi —dije para romper la tensión, y al parecer funcionó porque me miró a los ojos—. No tenías que haberlo hecho. No sé cómo agradecértelo...
—No lo he hecho para buscar algo a cambio —se apresuró a decir—. Solo quiero ayudarte, por todas las veces que tú nos ayudaste a nosotros.
Le sonreí y él dejó el bote al lado de la bandeja en la mesita de noche.
—Tómatelo después de comer —informó—. Basta con una vez al día para que haga efecto. No hace milagros, no te puede eliminar el veneno del cuerpo, pero te puede ayudar bastante, sobre todo con el dolor.
Al cabo de unos minutos Shuichi ya se había ido y yo me había terminado el desayuno junto con la dosis correspondiente del medicamento que me había indicado. Kokichi no tardó en volver al dormitorio. Para ese momento, yo ya me había cambiado y me había preparado para salir. Compartí con él la noticia del medicamento que había encontrado Shuichi, pero al parecer ya lo sabía.
El tiempo había empeorado: el viento era tan fuerte que arrancaba las hojas de los pocos árboles que quedaban intactos, ya que más de la mitad estaban chamuscados. La Tempestad se había hecho más grande y ahora ocupaba un tercio del cielo, lo cual hizo que mi felicidad quedara reducida a cenizas. Nos quedaba poco tiempo. Como mucho, dos días más.
Kokichi me ayudó a cruzar el camino de tierra hasta llegar al laboratorio de Keebo, donde ya se encontraban Himiko y Kaito, sentados en el suelo alrededor de un montón de cables de diferentes colores.
—¡Hola, (t/n)! —me saludó Kaito con ímpetu—. ¿Vienes a unirte a nosotros?
—Eso creo.
—¡Por fin alguien inteligente! —exclamó Himiko—. Kaito no se entera de nada y ya estoy harta de explicárselo.
—¡Ey! —se quejó éste—. ¿Es que hoy es el día de meterse con Kaito y no me he enterado?
—No es hoy, es todo el año —le pinchó Kokichi.
—Ya me he dado cuenta —gruñó Kaito.
—Bien, (t/n), te dejo con ellos —dijo Kokichi, caminado de espaldas hacia la entrada—. Himiko te lo explica todo, ¿vale?
—Espera, ¿tú a donde vas? —pregunté, desilusionada—. ¿No te quedas con nosotros?
—Em, no. —Siguió caminando hacia la puerta y me dio la sensación de que quería huir de ahí lo más rápido posible—. Tengo que irme al gimnasio a hacer algunas cosas. Nos vemos, ¿eh?
—¿Qué, pero...?
No me dio tiempo a replica porque salió disparado por la puerta después de cerrarla de un golpe.
—Se veía venir... —murmuró Himiko.
—¿El qué? —Me giré hacia ella, un tanto conmocionada por lo que acababa de pasar.
—Nos han dejado el trabajo para tontos mientras ellos hacen la mejor parte —repuso la chica.
—Oye, para tontos no es —protestó Kaito—. Esto tiene su técnica.
—¿Qué tenemos que hacer? —inquirí.
—Tenemos que separar los cables por colores —contestó Himiko, con aburrimiento—. Los de color rojo los tenemos que poner en esa caja de ahí porque no los vamos a utilizar, pero los verdes hay que meterlos en esa otra porque son importantes. Los naranjas y los azules van en la misma.
Pero... ¿eso se suponía que era una tarea importante? Oh, ya sé porque Kokichi huyó en cuanto pudo.
¡Maldito impostor, esta noche duerme en el felpudo!
—¿Y qué dificultad tiene Kaito? —pregunté, extrañada—. Si es una tarea para niños de parvulario.
—Que es daltónico y no sabe qué cable es de cada color —resopló Himiko.
—¡Por enésima vez, no soy daltónico! —se defendió él.
—Pues lo pareces —farfulló Himiko—. ¡No has metido ni un solo cable en la caja correcta!
—¡Metí uno! —destacó Kaito.
—Ah, es verdad, felicidades —soltó Himiko, con aburrimiento.
Me dejé caer al lado de Kaito y observé durante unos largos segundos la montaña de cables enrollados entre sí.
—¡Maldita sea! —pataleé—. ¡No me quiero pasar toda la mañana ordenando cables! ¿Esto siquiera es necesario?
—Al parecer sí —repuso Kaito—. Lo necesita Keebo para lo que sea que esté haciendo.
Solté un bufido, indignada. Cuando le dije a Kokichi que quería ayudar a Keebo, pensaba que me adjudicaría una tarea adaptada a mis capacidades no a las de un infante. No tuve más remedio que morderme la lengua y ponerme a separar los cables por colores. Ya le cantaría las cuarenta a Kokichi después.
Terminé perdiendo la noción del tiempo. No tenía ni idea de cuántas horas llevábamos separando cables, pero no se acababan nunca, y yo, al igual que Himiko, estaba empezando a pensar que Kaito era daltónico porque metía los cables rojos en la caja de los naranjas y viceversa.
Cuando por fin escuché que se abría la puerta del laboratorio, me giré con la expresión más sombría que pude, pensando que era Kokichi, pero resultó ser Shuichi, quien, al ver mis furiosas facciones, dio un respingo. Inmediatamente, deseché la idea de soltar la perorata de insultos que había preparado para Kokichi mientras ordenaba los cables.
—¡Shuichi, colega! —exclamó Kaito, metiendo un cable naranja en la caja de los rojos. Himiko chasqueó los dientes al darse cuenta—. ¿Vienes a unirte a nosotros?
—Dime que sí, por favor —resopló Himiko—. Con Kaito no acabaremos nunca. Encima he gastado todo mi mana en conseguir un nuevo paquete de galletas y no ha funcionado.
—No puedo unirme, lo siento —se excusó éste—. Solo he venido porque a Keebo se le olvidó el taladro.
Shuichi pasó de largo y entró en la habitación que había al fondo del laboratorio. De repente, se me ocurrió la idea de seguirlo para hablar con él de una cosa que había estado rondando mi cabeza hacía varios días, pero decidí quedarme en mi sitio.
—Ya me gustaría a mí tener que venir a buscar un taladro —se quejó Kaito—. Esa tarea es muchísimo más fácil.
—Me lo vas a tener que recompensar, (t/n) —soltó Himiko, cruzándose de brazos.
—¿Yo?
—Sí, tú —Me señaló—. Estábamos genial jugando a las cartas, pero tú convenciste a Kokichi de que debíamos ayudar a Keebo.
—Porque no pensé que nos mandaría a ordenar cables —murmuré.
—Si me das una cosa que quiero, te perdono —canturreó Himiko.
—¿Quién le ha enseñado a chantajear? —se alarmó Kaito—. ¡Kokichi la ha contaminado!
—Solo quiero una cosa mínima —sonrió Himiko con ternura.
—¿Y eso es...? —pregunté.
—Galletas —dictaminó—. Dame galletas y ordenaré todos los cables que quieras sin quejarme.
—Hecho —acepté.
—Espera, ¿qué? —Kaito parpadeó—. ¿Aceptas sin más?
—Sé hacer galletas caseras, así que ¿por qué no?
—¿Con pipitas de chocolate? —preguntó Himiko.
—Y rellenas de chocolate también.
—(t/n)... —dijo Himiko, pasmada.
—Dime.
—Creo que me voy a casar contigo —anunció ésta, emocionada.
—Que no te oiga Tenko —bromeé.
—No, no, ella sabe que es la primera —afirmó Himiko—. Tú eres la segunda, lo siento.
—¿Qué? —Kaito se había quedado en un estado de shock—. ¿Quieres casarte con ella solo por eso? ¿Así de sencillas sois las chicas? Está claro que tengo que aprender a hacer galletas.
Al escuchar el comentario de Kaito, Himiko y yo nos miramos y nos tronchamos de risa. Al menos el ambiente con ellos dos siempre era alegre. Me atrevía a decir que era imposible aburrirse.
—Shuichi está tardando mucho solo por un taladro, ¿no creéis? —dije, mirando la puerta cerrada de la habitación por la que minutos antes había entrado el chico.
—¿Crees que se ha caído y se ha hecho daño? —preguntó Himiko, asustada.
—Iré a asegurarme —soltó Kaito, preocupado.
Pero antes de que pudiera levantarse, le puse una mano en la rodilla para que permaneciera sentado en el suelo.
—Iré yo —me ofrecí—. Vosotros quedaos aquí, probablemente solo tenga problemas para encontrar el taladro.
—Pero, (t/n), déjame escaquearme...
No les di tiempo a contradecirme porque me apresuré a cruzar el laboratorio, rodeando todos los extraños artilugios del suelo, hasta llegar a la puerta de la habitación.
La razón por la que me había ofrecido era para comentarle aquello que llevaba ocupando mis pensamientos desde hacía ya unos días. Si alguien podía encontrar respuestas a mis preguntas, ese era Shuichi, y ahora que nuestra relación de amistad había mejorado, estaba segura de que me ayudaría.
Abrí lentamente la puerta y me adentré en la habitación. Detrás de una gran columna posicionada en la entrada encontré a Shuichi rebuscando en un armario para llaves.
—Hola —dije, para desvelar mi presencia.
Shuichi dio un pequeño salto, que provocó que el armario para llaves se cerrara de golpe, y se llevó una mano al pecho.
—(t/n)... —musitó, recuperándose del susto—. No esperaba que entraras.
—¿No tenías que llevarle el taladro a Keebo? —inquirí.
—Sí, exactamente.
—¿Y qué haces ahí?
—Estoy buscándolo.
—¿En un armario para llaves? —Enarqué una ceja.
¿Eran cosas mías o Shuichi parecía nervioso?
—Bueno, es que no está por ningún lado... —dijo, desviando la mirada.
Seguí el camino que hicieron sus ojos y descubrí el taladro encima de la mesa. ¡A plena vista! Había que estar muy, pero que muy ciego para no verlo. Si fuese Kaito, aún me lo habría creído, pero era imposible que Shuichi no se hubiera dado cuenta antes de que estaba allí.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté, y cuando hizo el ademán de responderme, añadí—: Y no me digas que buscar el taladro. Me refiero a qué estás haciendo de verdad.
Shuichi apretó los labios, plenamente consciente de que lo había pillado.
—Keebo nunca me pidió que le trajese el taladro —admitió, entre suspiros—. Vine para buscar una llave.
—¿Una llave? —Mis cejas se dispararon—. ¿Qué quieres abrir?
Shuichi vaciló durante unos instantes antes de decir:
—No sé si debería contártelo.
—No me digas que Kokichi también te ha prohibido que me cuentes esto —gruñí.
—No, Kokichi no sabe nada. De hecho, nadie sabe nada de esto.
—Mi curiosidad no hace más que aumentar, Shuichi —comenté, cerrando la puerta de la habitación y acercándome a él—. Si me dices que llave estás buscando, quizá pueda ayudarte.
—Es que ese es el problema, no tengo ni idea de qué tipo de llave estoy buscando.
—Bueno, pero, ¿qué quieres abrir?
—¿No te enfadarás conmigo si te lo digo?
—¿Debería enfadarme?
—No, pero quizá te molesta.
—Vale, me estoy empezando a asustar, y eso que aún no me lo has dicho.
Shuichi suspiró y se preparó mentalmente para soltar la bomba:
—Quiero abrir la caja fuerte del laboratorio de Rantaro.
«Rantaro»
Cada vez que escuchaba ese nombre, se me revolvía el estomago. Todavía me costaba aceptar lo que le había pasado. Todo lo que me recordaba a él me dolía, pero no quise mostrar debilidad delante de Shuichi, así que hice como si nada.
—No me acordaba de la caja fuerte de su laboratorio—musité, y me vino a la mente el día que Himiko, él y yo lo exploramos por primera vez. Parecía un recuerdo tan lejano...
—¿Estás bien? —quiso saber Shuichi, que había descifrado que me pasaba algo a pesar de yo haber intentado ocultarlo.
¿Tan mal fingía? Quizá Kokichi tuviera razón.
—Sí, sí. —Le quité importancia—. ¿Por qué quieres abrir la caja? ¿Qué crees que habrá dentro?
—No lo sé, pero estoy seguro de que habrá algo muy importante. Después de todo Ran... —Shuichi se dio cuenta de que me estremecía cada vez que pronunciaba su nombre, así que se corrigió—: él era uno de los que controlaba este juego. Quizá allí haya respuestas acerca de la aparición de La Tempestad.
—¿Sabes qué? —dije, decidida—. Tienes razón, tenemos que abrirla, y creo que sé cómo.
—¿En serio? —se sorprendió Shuichi—. Pero los cables...
—Le pediré a Himiko y a Kaito que me cubran —comenté—. Esto es más importante. Si de verdad hay información acerca de La Tempestad en esa caja, tenemos que abrirla como sea.
—He estado buscando llaves que puedan encajar con la cerradura, pero ninguna es lo suficientemente pequeña.
—Si no recuerdo mal, la caja fuerte también tenía un código de tres números para abrirla, ¿verdad?
—Sí, eso fue lo primero que probé —explicó Shuichi—. Inserté los números que aparecían en el diario. Los que te pertenecían a ti, a Tsumugi y a él, pero nada dio resultado.
—Eso es porque no buscaste dónde tenías que buscar —afirmé, y luego le hice un gesto con la mano—. ¿Vienes?
-Kokichi-
Si tuviera que elegir a la persona más detestable del universo, sin duda la elegiría a ella. Soportar a la copia barata de Miu cuando estaba en modo «estrés» era todo un suplicio. Empezaba a ver más factible la idea de quedarme encima de un árbol del jardín esperando que un rayo me electrocutara.
—Más a la izquierda —gritó M1-U, y las paredes del gimnasio hicieron un eco tremendo con su horripilante voz.
Chasqueé los dientes y rodé la base metálica de la placa hacia el lugar que me indicó.
—¡He dicho que más a la izquierda! —chilló la estúpida robot.
Relájate, Kokichi, tendrás muchas oportunidades para vengarte.
—No, espera, te has pasado —indicó, haciendo un movimiento con la mano—. Llévalo un pelín a la derecha.
—¿Y si te lo estampo en la cabeza? —sugerí, irritado—. ¿Qué me dices, Keebo? ¿Crees que te quedará bien un bicho aplastado en el hombro?
—Si quieres hacerlo, no te voy a frenar —repuso él, concentrado en lo que estaba haciendo.
—¿Qué? —se alarmó la copia barata de Miu—. ¡Se supone que me tienes que defender!
—Mira, haced lo que queráis —dijo éste, muy serio—. Pero dejadme trabajar.
Me senté en los escalones del escenario, agotado. Ayer, entre los tres (Shuichi, Keebo y yo), habíamos transportado todos los materiales desde su laboratorio hasta el gimnasio para montar en él la máquina misteriosa, de la cual ya tenía mucho más información. Lo único bueno de la copia barata de Miu es que a veces se iba de la lengua, así que la conseguí engañar para que me lo contara todo.
Por supuesto, no compartiría esa información con nadie aún porque probablemente cundiría el pánico.
—¿Shuichi no ha llegado todavía? —me extrañé.
—Sí, ya llegó, lo que pasa que es invisible —ironizó M1-U—. ¿Tú lo ves por alguna parte? ¡No sé para qué haces preguntas tan obvias!
Solté un gruñido y me contuve de lanzarle una lluvia de insultos.
—Hace ya veinticuatro minutos, doce segundos y noventa milésimas de segundo que se fue al baño —informó Keebo, sin separar sus ojos de la soldadora—. Es extraño que aún no haya regresado.
—Quizá se lo ha tragado el inodoro —se burló M1-U—. O a lo mejor está jugando con su cimbrel.
—¿Cimbrel? —preguntó Keebo.
—Ya sabes, miembro, pene, falo, cola...
—Ah, debí imaginármelo —resopló éste.
—Pilila, pinga, verga, plátano, salchichón, pajarito, flauta, sable láser, manguera...
—Vale, ya lo hemos pillado —la corté—. No hemos pedido que nos recites todos los sinónimos.
—¡Oye, hablar de penes es importante! —se quejó M1-U—. ¡Hay que eliminar ese tabú de la sociedad!
—Por si no te has enterado, aquí no hay ninguna sociedad —comenté, dirigiéndome a la salida—. Voy a buscar a Shuichi.
—¡Avísame si se está tocando la picha! —La escuché gritar cuando crucé el umbral—. ¡A lo mejor necesita ayuda!
¿Cómo un robot de no menos de diez centímetros podía sacarme tanto de quicio?
Una vez hube llegado a los baños de chicos de esa misma planta, toqué en la puerta.
—Shuichi, ¿estás ahí?
Silencio al otro lado.
—¿Shuichi? —Volví a tocar—. Como no te des prisa, M1-U entrará por la fuerza para ver lo que estás haciendo, y no te lo recomiendo, se pone muy pesada.
De nuevo, no hubo nada más que silencio al otro lado.
—¿No está aquí? —murmuré, extrañado, para mis adentros.
En la academia habían aproximadamente cuatro cuartos de baños, uno en cada planta. Sin contar los privados de las habitaciones, claro. Iba a ser un sufrimiento comprobarlos todos para ver en cuál se había metido Shuichi, así que decidí pasarme por el laboratorio de Keebo para ver qué tal le iba a (t/n).
El tiempo fuera era desolador: el cielo estaba perdiendo su color natural, volviéndose cada vez más amarillento, y apenas quedaban árboles frondosos; hasta los que parecían más longevos y fuertes habían desaparecido. Por no hablar de todos los insectos que habían muerto. Eso no le hubiera gustado nada a Gonta.
Nunca se lo confesaría a nadie, pero a veces lo echaba de menos.
A medida que me acercaba a la entrada del laboratorio de Keebo, veía con más claridad una figura apoyada en la puerta. Por la altura, deduje que se trataba de Kaito. Me pareció extraño que estuviese ahí fuera. El corazón se me aceleró un poco cuando me vino a la mente una imagen de (t/n) en muy mal estado.
No, si le hubiera pasado algo, me habrían avisado.
Al acercarme, Kaito tensó los hombros y la espalda. Estaba tan rígido como el tronco de árbol chamuscado que había a nuestro lado.
Vale, estaba claro que intentaba ocultarme algo.
—Kokichi... ¿cómo tú por aquí? —dijo, con nerviosismo—. ¡Q-Qué... a-agradable sorpresa!
Su sonrisa era muy forzada, sus pies se movían demasiado, no paraba de mirar a ambos lados y tartamudeaba ligeramente.
Sin duda, Kaito fingía peor que (t/n).
—¿Qué pasa? —pregunté, sin rodeos.
—¿Cómo? —Se quedó pasmado—. No pasa nada, ¿a q-qué te refieres? Está todo perfectamente, sí.
—¿Dónde está (t/n)?
Kaito empezó a sudar, y cuando intenté abrir la puerta, se colocó en medio.
—Está dentro con Himiko, ¿dónde iba a estar? —comentó, nervioso.
—Déjame pasar —demandé.
Él permaneció delante de la puerta con las manos estiradas a ambos lados.
—¡No! —gritó—. Quiero decir... no puedes.
—¿Por?
—Porque.... —Miró a ambos lados con inquietud—. Están haciendo cosas de chicas, ya sabes cómo se ponen cuando las molestas.
—¿Cosas de chicas? Podías haberte inventado algo mejor. Quítate de en medio.
—No puedo.
—Apártate o te aparto —ordené.
—No, en serio, no puedo. He pegado mi espalda a la puerta y ahora no puedo separarme... —Kaito me señaló su chaqueta y, en efecto, estaba pegada a la puerta con un adhesivo de color rosa—. Se me pegó en la chaqueta sin querer y me di cuenta cuando ya había apoyado la espalda en la puerta.
Parpadeé, estupefacto.
—A veces no sé si lo haces adrede o de verdad eres así de tonto.
—Es por eso que no puedes entrar —perseveró, con inquietud.
—Sí que puedo, quítate la chaqueta.
—Kokichi, ese tipo de proposiciones no están bien cuando tienes pareja.
—¡Deja de jugar conmigo y haz lo que te digo! —exclamé, comenzando a enfadarme.
—Em... ¡Mira eso de ahí! —Señaló algo a lo lejos, pero yo no me di la vuelta—. ¡En serio, mira, es un.... pterodáctilo!
—Eso es un dinosaurio, y se extinguieron hace siglos.
—¡Por eso es tan impresionante! ¿Cómo habrá llegado hasta aquí?
—Está bien, tú lo has querido. —Saqué las tijeras de mi bolsillo y lo apunté con ellas—. Despídete de tu pelo.
Kaito adoptó una posición de defensa y agitó las manos delante suya.
—¡Vale, vale! Te dejo pasar, pero guarda esa arma de destrucción masiva.
Sonreí satisfecho y guardé las tijeras en mi bolsillo. Kaito se quitó la chaqueta, dejándola pegada a la puerta, y se apartó para que yo pudiera entrar. Dentro solo estaba Himiko, igual de rígida que su compañero segundos antes. Todavía no habían terminado de separar todos los cables. Pero lo que más me llamó la atención fue...
—¿Dónde está (t/n)? —exigí saber.
Antes de que Himiko tuviera tiempo para responderme, Kaito se asomó por la puerta para proclamar:
—¡El pájaro está en el nido, repito, el pájaro está en el nido!
—Ya lo veo —murmuró Himiko, como si creyera que no la estaba escuchando—. Está delante mío.
—Lo siento, es que siempre quise decir eso... —se defendió éste.
Eché un vistazo rápido al laboratorio: no había ni rastro de (t/n), y estaba claro que Himiko y Kaito sabían a dónde había ido, pero me lo estaban ocultando.
—No lo vuelvo a repetir, ¿dónde está (t/n)? —Los miré a los dos con furia, y estos se estremecieron.
—La he hecho invisible con mi magia... —repuso Himiko.
—¡(t/n) te dijo que no usaras esa excusa! —le reprendió Kaito.
Di un paso hacia ellos para recordarles que yo seguía allí y ambos se agazaparon en una esquina.
—¿Si te lo digo me darás más galletas de las que me va a dar (t/n)? —preguntó Himiko.
—¿Tú que crees? —rechiné.
—Que no...
—Crees bien —refunfuñé, y cambié mi expresión a una más preocupada—. ¿Le ha pasado algo? ¿Está bien?
Himiko y Kaito intercambiaron miradas nerviosas, y se me aceleró el pulso al pensar en lo peor.
Para mi alivio, Kaito dijo:
—(t/n) está bien.
—Menos mal —suspiré, y los volví a mirar a ambos—. ¿Dónde está? ¿Por qué no está con vosotros?
—Em... Esto... —balbuceó Kaito—. Buena pregunta, je je.
—Se fue con Shuichi a no sé qué cosa de una caja —confesó Himiko.
—¡Himiko! —protestó Kaito—. ¡Has vendido a (t/n) muy rápido! ¿No se suponía que te querías casar con ella?
—¡Es que la mirada de Kokichi me intimida! —se defendió ella.
—¿Con Shuichi? —Fruncí el ceño.
Se suponía que había ido al baño, pero ya veo que tenía otros planes, a parte de escaquearse de su trabajo. Cuando lo viera, iba a...
No, celos ahora no.
—¿Una caja? —quise saber.
—Sí, creo que hablaban de una caja fuerte en el laboratorio de Rantaro —dijo Kaito.
—¿Ahora quién la está vendiendo? —le reprochó Himiko.
—La caja fuerte del laboratorio de Rantaro... —balbuceé para mí mismo, mientras que los otros dos peleaban entre sí—. ¿Cómo pude olvidarme de eso?
—¡Tú la vendiste primero! —contraatacó Kaito.
—Eso no quita que tú también lo hicieras —arguyó Himiko—. Ya verás cuando me chive.
—¿Hace cuánto se fueron? —inquirí, acallando su pelea de idiotas.
—Mmm... Creo que hace media hora —calculó Himiko.
—Ya volverán, Kokichi —empezó a decir Kaito—. ¿Por qué no te quedas con nosotros y nos ayudas a ordenar los cables?
Pero yo ya no le estaba prestando atención porque salí disparado por la puerta camino al laboratorio de Rantaro, que estaba en la última planta, la cuarta. Con todas las escaleras que había que subir, temía que (t/n) hubiera colapsado en el suelo. Pensarlo me revolvía las entrañas. Necesitaba llegar cuanto antes para asegurarme de que estaba bien. ¿Cómo se le ocurría a Shuichi dejarla hacer semejante esfuerzo?
-(t/n)-
—¿Y dices que esto lo dejó Rantaro en tu habitación? —inquirió Shuichi, escudriñando cada detalle de la caja donde estaba guardado el mensaje: «no te olvides de mí».
—Sí, hace un tiempo, antes del cuarto juicio —me senté en el sillón para descansar las piernas. Después de haber pillado a Shuichi buscando una llave que pudiese abrir la caja fuerte, lo había llevado a mi habitación para contarle aquello que rondaba mi mente: el misterioso mensaje de Rantaro—. Se lo conté a Kokichi, y él creyó que era algo más que un simple mensaje. Ahora pienso que tenía razón.
—¿Crees que aquí está la respuesta para abrir la caja fuerte?
—Estoy segura de ello —afirmé, y saqué del bolsillo el anillo que me había dejado Rantaro—. Este anillo esconde la llave que él utilizaba para activar los ascensores. Me lo dejó antes de morir. Creo que quería que tuviera acceso a toda la academia.
—Y si hizo eso, lo lógico es que también te diera una pista para abrir la caja fuerte —especuló Shuichi.
—Exacto.
—Bien, lo que está claro es que ya tenemos la llave que la abre.
—Ahora solo necesitamos el código —concluí—. Y estoy segura de que esa caja tiene la respuesta.
Salimos de mi dormitorio a toda prisa y recorrimos el pasillo hasta llegar al pie de las escaleras. Cuando subí el primer escalón, Shuichi colocó una mano en mi hombro para detenerme. Me volví hacia él con ceño.
—Puedo subir yo solo a comprobarlo —sugirió.
—¿Estás de broma? Tengo que ir —espeté—. Me dio ese mensaje a mí. Él quería que yo abriera su caja fuerte.
—De acuerdo —cedió—. Pero si necesitas que paremos un rato, dilo.
Asentí y comenzamos a subir las escaleras hacia el primer piso. Al principio pensé que podría subirlas todas sin detenerme a descansar, pero mis pulmones me hicieron saber de mala manera lo equivocada que estaba. Me ardían al respirar, como si alguien hubiera encendido una vela dentro de mi cuerpo. Así que Shuichi y yo tuvimos que pararnos un momento en el segundo piso. A él no le importó, pero yo no soportaba ser una carga. Por eso le dije que ya podíamos continuar cuando todavía me dolía el pecho.
Al llegar al tercer piso, ya no caminaba, sino que arrastraba las piernas. Me ahogaba con mi propia respiración. Por poco me tropiezo con un escalón y salgo rodando escaleras abajo; por suerte, Shuichi me sujetó antes de que eso ocurriera.
—(t/n)...
—No —le interrumpí—. Estoy bien. Puedo seguir, vamos.
—Vale, pero déjame ayudarte.
Quise decirle que no necesitaba su ayuda, pero me habría pillado una mentira tan obvia. Shuichi me rodeó la cintura con un brazo y yo me sujeté de su hombro con una mano. Gracias a él no tuve que hacer tanto esfuerzo. Y así conseguimos subir hasta la última planta sin que mis pulmones reventaran en mi pecho.
Una vez hubimos entrado en el laboratorio de Rantaro, nos agachamos enfrente de la caja fuerte, la cual no era muy grande, como mucho podría meter un pie dentro. En su parte delantera poseía un panel para introducir un código de tres dígitos y al lado estaba la cerradura en la que introduje la llave escondida en el anillo de Rantaro. Tal y como habíamos deducido, la llave encajó perfectamente. Ya solo nos quedaba averiguar el código.
Nos pasamos unos minutos discutiendo sobre el mensaje: «no te olvides de mí». Shuichi sugirió que el código podía ser la repetición de las letras en esa frase, pero nos daban demasiados números. Luego, propuso coger solo las letras que coincidían con el nombre de Rantaro y nos dio la siguiente combinación: 1, por la única «n» de la frase; 2, por las «o»; y 1, por la «t». Es decir: 121. Sin embargo, cuando introdujimos ese código, la caja no se abrió. Probamos distintas combinaciones como: 112 o 211, pero el resultado final no cambió.
—Nada, que no se abre —resoplé, abatida en el suelo—. A lo mejor me equivoqué y no hay ninguna pista en el mensaje.
—No, tiene que haberla —sostuvo Shuichi, mirando tan fijamente la caja que me dio la sensación de que se le saltarían los ojos—. Ran... Él no te dejaría este mensaje por nada.
—Quizá lo escribió solo como una despedida —sugerí, entristecida—. Ya sabes... para que no me olvidara de él.
—No, tiene que haber algo más —insistió Shuichi.
—¿Pero el qué? —protesté—. Ya nos hemos rebanado los sesos pensando en todas las posibilidades.
—En todas no.
De repente, se levantó de un salto y empezó a dar vueltas por el laboratorio al más estilo Sherlock Holmes.
—Creo que tengo algo —declaró.
—¿Algo de verdad o algo como los mil códigos que hemos probado y que no han funcionado?
—Algo de verdad.
—Ilumíname con tu mente brillante —le alenté.
Shuichi no paró de caminar de un lado a otro de la habitación, y yo, que estaba repantigada en una de las sillas que había alrededor de la alargada mesa, me limité a seguirlo con la mirada.
—Lo he estado pensando y creo que Ran... —Se detuvo un momento—. Perdón, quiero decir: él.
—Tranquilo, puedes decir su nombre —musité, cabizbaja—. Creo que oírlo me puede ayudar a acostumbrarme a su ausencia.
—Está bien. —Shuichi continuó dando vueltas alrededor de la mesa—. Creo que Rantaro daba por hecho que tú vendrías a abrir la caja.
—Puso demasiadas esperanzas en mí, entonces.
—De esa misma manera, dejó el video del que me hablaste, el antídoto y el anillo en su habitación sabiendo que tú entrarías en ella.
—En realidad entré porque... —Abrí los ojos—. Oh, dios mío. ¡Entré porque Kokichi encontró la caja con el mensaje!
—Exacto —afirmó Shuichi—. Rantaro no escribió eso para que no te olvidaras de él como persona, lo hizo para que no te olvidarás de inspeccionar su habitación y laboratorio.
—Pero, ¿a dónde nos lleva esto?
—Nos lleva a que él estaba seguro de que tú serías la que vendría aquí —Se colocó delante de la caja fuerte y señaló el suelo.
—¿Entonces, cuál es el código? —pregunté, acercándome a él—. No lo estoy pillado.
—¿Cuál sería el primer código que hubieras intentado?
—¿Yo? —Él asintió—. Supongo que los mismos que tú: los números del diario.
—¿Alguno en concreto?
—No.
—¿Segura?
—Bueno, sí... —Tragué saliva—. Creo que... Creo que hubiera probado mi número primero.
—¡Exacto! —exclamó, como si hubiese descubierto la solución de un problema muy complicado—. Él sabía que tú probarías primero tú número. Después de haberte dejado aquel video, la llave y el veneno estaba claro que te quería. Lo más lógico hubiera sido que el código fuese tu número del diario: 064.
—Pero ya lo probaste y no funcionó —recordé.
—Porque no sabía nada del mensaje en ese momento —explicó—. Rantaro también debió pensar que los probarías todos por separado. Por eso te dejó el mensaje: «no te olvides de mí». Significa que tu número no es el único que va en el código, sino el suyo también.
—Un momento, un momento que me va a explotar la única neurona que tengo. —Me tomé mi tiempo para procesarlo, y luego pregunté—. ¿Los dos números van en el código? Pero si solo son tres dígitos.
—¡Claro, porque hay que sumarlos! —exclamó, con júbilo—. Estaba tan claro, no sé cómo no pude verlo.
—¿Sumar mi número con el suyo?
—Mira —Shuichi sacó del bolsillo el diario, un pequeño cuaderno desgastado de color lavanda, y comenzó a buscar entre las páginas polvorientas.
—¿Sigues teniendo eso?
—Me pareció importante, así que me lo quedé —dijo, un tanto avergonzado—. Espero que no te importe. Te lo puedo dar si...
—No, no, quédatelo —comenté—. No lo quiero.
Él sonrió y prosiguió:
—Su número según el diario es: 178, y el tuyo es: 064.
—Lo que hace un total de doscientos cuarenta y dos —calculé, y la emoción de Shuichi me contagió.
—2.4.2 —asintió—. Ese el código de la caja fuerte.
—Y yo preguntándome si las matemáticas servían para algo —bromeé.
—Aquí está la prueba de que sí —sonrió, feliz.
—Bueno, no cantemos victoria todavía y probémoslo.
Nos agachamos delante de la caja fuerte e introdujimos el código: 242. Al principio pensé que no iba a funcionar, pero mi emoción llegó a su punto máximo cuando escuchamos un click. Giré la llave que ya estaba dentro de la cerradura y la caja se abrió.
—¡Dios mío, lo hemos conseguido! —chillé, y miré a Shuichi con una sonrisa—. Bueno, más bien, lo has conseguido tú.
—Qué va, lo hemos hecho juntos —dijo, sonriéndome de vuelta.
Su comentario me hizo sentir menos inútil, así que se lo agradecí internamente.
—Veamos que hay dentro —dije, y abrí del todo la puerta de la caja, provocando que sus bisagras chirriasen.
Imaginé que dentro podía haber cualquier cosa, desde una bola mágica que nos diera las respuestas a todas nuestras preguntas, hasta una pequeña arma para eliminar a La Tempestad. Quizá tenía las expectativas muy altas. Porque lo único que había dentro de la caja era una montaña de papeles aburridos.
—Qué guay, más papeles —comenté, sarcástica—. Siempre fue mi sueño leer miles de páginas aburridas antes de morir.
—No son papeles cualquiera —advirtió Shuichi, sacándolos fuera de la caja—. Son expedientes.
—¿Crees que...?
—¿Que son los expedientes del caso de la desesperación? Sí, creo que sí.
—Entonces tiene que estar el mío por alguna parte.
—Están organizados por orden alfabético —comentó Shuichi, rebuscando entre las páginas—. Deberían aparecer también los de los otros dos supervivientes.
—Qué decepción —protesté, agarrando un par de hojas—, pensé que habría algo importante dentro de la caja, pero solo son cosas de un pasado que no recuerdo.
—Murieron... —murmuró Shuichi, de repente.
—¿Qué? ¿Quiénes murieron?
—Los otros dos supervivientes —repuso, con las cejas alzadas—. Mira, en este informe dice que solo tres niños sobrevivieron a la primera criba, pero que solo una chica sobrevivió a la segunda, que se hizo tres años más tarde.
—A ver si lo estoy entendiendo... ¿Soy la única superviviente?
—Sí, porque los otros dos acabaron muriendo más tarde. —Me hizo una seña para que me pusiera a su lado y me enseñó el informe—. Aquí están sus nombres y su foto, mira.
—No son Rantaro ni Tsumugi —dije, haciendo una mueca—. Ni siquiera se parecen a los chicos de la foto rota, el del pelo blanco y la pelirroja.
—Porque no son ellos —advirtió Shuichi—. Tsumugi dijo la verdad, ellos no estaban relacionados con este caso directamente.
—Entonces, ¿qué hacían allí conmigo?
—Buena pregunta.
—¿Quizá eran del personal? —sugerí—. Los que se encargaban de los niños o algo así.
—No creo, la pelirroja y el chico del pelo blanco parecían de tu misma edad.
—¿Y si los secuestraron después?
—Puede ser, pero hay algo que aún no me cuadra...
Mientras Shuichi seguía ojeando algunos informes, yo me dediqué a leer una hoja escrita a mano, y me pareció que la letra era la misma que la del mensaje que me había dejado Rantaro.
—Mira esto, Shuichi. —Le mostré la hoja—. Esto es lo mismo que dijo Tsumugi en el juicio.
—«La única forma de salir de este lugar es mediante la muerte, pero ésta conllevará una muerte real» —leyó Shuichi.
—¿Significa eso que no hay otra salida? ¿Para salir tenemos que morir, pero si morimos desaparecemos?
—Eso parece.
—¡Mira esto, Shuichi! —exclamé, y procedí a leer—: «Otra manera de salir es llegando al núcleo y abriendo esa puerta, pero solo puede hacerlo una persona».
—Y esa persona eres tú.
—¿Crees que esta llave —Señalé mi collar— abrirá esa puerta de la que habla?
—Es lo único que me cuadra.
—¿Y a qué se refiere con núcleo? —quise saber.
—No lo sé, pero creo que esto confirma mis sospechas —dijo, pensativo.
—¿Tus sospechas?
—Los demás creen que La Tempestad ha aparecido por la muerte de Tsumugi —empezó a decir—, pero yo creo que...
—Que apareció por mí —completé, y él asintió—. Sí, yo también lo sospechaba, pero no quise decir nada.
—Lo tuve muy claro cuando me dijiste que Rantaro quería que tú vivieras a toda costa —comentó—. Creo que quería evitar que se destruyera la academia.
—Aun así, no me arrepiento de salvar a Kaito. Pero tengo una pregunta, ¿por qué no apareció antes? Quiero decir, llevo con el veneno desde hace semanas, ¿por qué aparece ahora La Tempestad?
—Porque ahora has gastado todas tus posibilidades de vivir —especuló él—. Al darle el veneno a Kaito te has condenado a ti misma y a todos sin darte cuenta.
—Además de que estoy mucho peor que antes —musité.
—Lo que no entiendo es la manera en la tú y este lugar están conectados —caviló Shuichi—. Le he dado muchas vueltas, pero aún no logro comprender cómo...
—¿Interrumpo algo? —dijo una voz desde la puerta.
Shuichi y yo dimos tal fuerte respingo que casi nos chocamos las cabezas. Cuando busqué el origen de la voz, descubrí a Kokichi apoyado en el marco de la puerta con aspecto de haber subido las escaleras corriendo: estaba jadeando y tenía el pelo revuelto, lo que le daba un toque sexy (¡No, (t/n), concéntrate!). Hasta ese momento no me di cuenta de lo pegada que estaba a Shuichi (porque estábamos leyendo el mismo informe), así que me separé un poco disimuladamente.
Y entonces caí en que se suponía que debía estar ordenando cables.
Mierda.
—Hola, Kokichi —saludé con toda la alegría del mundo—. Te veo muy cansado, deberías sentarte en una silla.
Sin embargo, él no se movió, sino que me miró fijamente, después a Shuichi y luego a mí otra vez.
—¿Cansado? ¡Estoy exhausto! —se quejó—. He subido las escaleras corriendo porque no sabía si estabas bien.
—Lo siento —se disculpó Shuichi, poniéndose en pie—. Fue culpa...
—¡Mía! —exclamé, y los dos me miraron.
—¿Tuya? —se extrañó Shuichi.
—Sí, eso es, yo le dije a Shuichi lo de la caja fuerte y le chantajeé para que me acompañara.
—Eso no es ver...
—¡Todo es mi culpa! —interrumpí a Shuichi—. Así que si te vas a enfadar con alguien, hazlo conmigo.
Kokichi le lanzó una mirada recelosa a Shuichi y luego sus ojos se encontraron con los míos. Estaba preparada para el sermón, pero, para mi sorpresa, nunca llegó, es más, Kokichi me sonrió.
¿Estaba soñando?
—Me alegra que estés bien —dijo, acercándose a Shuichi y a mí—. Me preocupé muchísimo por ti cuando Kaito y Himiko me confesaron que estabas aquí.
—¡Esos dos me han vendido! —protesté, y ambos chicos dejaron escapar una risita.
Kokichi miró a Shuichi y por un momento pensé que lo iba a echar de la habitación a patadas, pero en su lugar dijo:
—Gracias por cuidarla, Shuichi. Sé que estuviste toda la noche buscando un medicamento para ella. No pude agradecértelo antes, así que lo hago ahora.
Tanto Shuichi como yo nos quedamos atónito.
—D-De nada —dijo Shuichi.
—¿Estás bien, Kokichi? —pregunté, extrañada.
—Sí, ¿por qué?
—No sé... ¿Seguro que no tienes fiebre ni nada? —Llevé una mano a su frente, pero éste la apartó con delicadeza.
—Estoy bien, (t/n) —aseguró, con una sonrisa—. Es solo que... me ha aliviado verte.
Sentí un picor en las mejillas y supe que me estaba ruborizando.
—Por lo que veo habéis abierto la caja fuerte —observó Kokichi.
—Dentro encontramos estos expedientes —informó Shuichi, y le contamos todo lo que habíamos descubierto hasta ese momento, así como nuestras deducciones y especulaciones.
—¿Has encontrado mi expediente, Shuichi? —pregunté con curiosidad.
—Lo he buscado por todas partes, pero es el único que no aparece —replicó éste, colocando la montaña de papeles en la mesa.
—Vaya... —musité, desilusionada—. Estaba convencida de que podría saber un poco más sobre mi pasado.
—Podemos mirar otra vez —sugirió Kokichi—. Quizá Shuichi se lo pasó sin querer.
Quise avanzar hasta la mesa, donde Shuichi ya estaba repasando de arriba a abajo todos los informes, pero una repentina oleada de dolor me sacudió la cabeza y di un paso hacia atrás con torpeza, tratando de no perder el equilibrio.
—¿Te encuentras mal? —preguntó Kokichi, sujetándome del brazo con suavidad.
—Un poco mareada, pero solo un poco —repuse—. Creo que necesito sentarme un rato.
—Te acompaño a la habitación —dijo Kokichi, guiándome hacia la salida—. ¿Vienes, Shuichi?
—No, me quedaré un rato más leyendo los informes —contestó éste.
Kokichi y yo salimos del laboratorio de Rantaro. Cuando nos acercamos a las escaleras, me apegó a él y pasó un brazo por mis hombros para que yo no tuviera que hacer tanto esfuerzo al bajar, pero sobre todo para evitar que me tropezase y rodara escaleras abajo.
—¿No debería ayudar a Himiko y a Kaito con los cables? —pregunté, mientras bajábamos.
—Se las pueden apañar ellos solitos. Además, tú ya has hecho demasiados descubrimientos por hoy.
—Pobre Himiko, me va a matar.
—No si le doy un par de galletas.
—Está obsesionada con ellas.
—Culpa mía, yo le di el primer paquete.
-Kokichi-
Dejé a (t/n) acostada en su habitación para que descansara un rato. No porque yo la obligase, sino porque ella misma me pidió que lo hiciera, y eso me preocupó. (t/n) siempre era lo suficientemente testaruda como para negar que se encontraba mal, y que lo admitiera solo era una señal de que estaba empeorando demasiado rápido.
Aunque el medicamento de Shuichi le aliviara el dolor y le evitara el mal trago que suponía escupir sangre, no la curaría del todo, así que seguía teniendo ese aspecto pálido de persona enferma. Tampoco me pasó desapercibido el color de sus labios. Antes eran de un color rosa reluciente, uno que era imposible no mirar, pero ahora habían perdido su brillantez y tan solo eran los restos de una rosa marchita. Me dolía verla, pero me dolía más pensar en un futuro sin ella.
Aun así, mantenía mis esperanzas a flote porque sabía que había una oportunidad para ella. Si Keebo lograba crear a tiempo su máquina, podríamos salir de aquí, y entonces el veneno desparecería, porque, como había dicho Tsumugi, esto no era más que ficción. Así que el veneno fuera de este mundo no existía, y ella se salvaría, al igual que todos nosotros.
Quizá me estaba agarrando a un clavo ardiendo, pero era ese clavo el que me mantenía cuerdo.
Esa máquina era nuestra última esperanza, pero también podía ser nuestra perdición, lo dejaba todo a manos del azar.
• ────── ❋ ────── •
A manos del azar.... O en otras palabras: en mis manos, jijiji
¿Es normal que a ratos shipee a Shuichi con (t/n)? Se me va la pinza, pero es que Shuichi es muy mono >_<
Perdón, le soy fiel a Kokichi, lo prometo T-T
Un poco de spoiler: en el siguiente capítulo veremos qué máquina está construyendo Keebo y para qué sirve. Creo que la mayoría no se lo va a esperar xD
Gracias a todos los que me acompañáis en cada capítulo. No sabéis lo mucho que me animáis. Un fuerte abrazo virtual, nos leemos este jueves ❤️
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