Capítulo 93
Apenas hacía dos minutos que me acababa de enterar de la existencia de La Tempestad: una maraña de nubes anaranjadas que parecía un portal al inframundo y que engullían el resto del tranquilo y despejado cielo con su estela negra. Estaba con Kaito y Himiko en medio del pasillo de las habitaciones. Las chispas de La Tempestad se reflejaban en nuestras pupilas. En la academia nunca había hecho tanto viento como en ese momento y lo atribuí a la aparición de ese cúmulo de nubes que pronto nos mataría a todos.
Ese era el problema que habían intentado ocultarme Shuichi, Kaito y Himiko por órdenes de Kokichi.
—¿Desde cuándo está eso ahí? —pregunté, nerviosa.
No podía dejar de mirar la estela negra que serpenteaba alrededor de las nubes ambarinas, era como la lengua que alimentaba al monstruo. El cielo en torno a La Tempestad perdía su habitual tono azulado y se coloreaba de un amarillo muy sombrío, asemejándolo a un Apocalipsis, que se iba extendiendo lentamente.
—Apareció esta mañana, muy temprano —repuso Kaito, agarrando su chaqueta para que no saliese volando—. El primero en verlo fue Kokichi, que avisó a Keebo, y luego nos enteramos los demás.
—Y Kokichi no quería que yo lo supiera —mascullé, algo molesta.
—Lo hizo por tu bien —dijo Himiko, apartándose el pelo de la cara—. Quería que estuvieras tranquila para que te recuperaras más rápido.
—¡Si no hacemos nada contra eso, no importará el veneno! —repliqué, enfadada—. ¡Porque esa cosa me matará antes!
—No te enfades con nosotros —musitó Himiko.
—Solo hacíamos lo que creíamos mejor para ti —alegó Kaito—. Y para mi pelo.
Les lancé una mirada de furia, pero decidí que enfadarme con ellos no solucionaría nada y en parte entendía sus buenas intenciones, así que relajé mis malos impulsos.
—¿Sabemos por qué ha aparecido? —pregunté, con más calma.
—No. —Kaito dio un respingo al ver un chispazo salir de la maraña de nubes—. Keebo especula que ha aparecido por la muerte de Tsumugi, pero no lo sabemos con certeza.
—Quiero hablar con Keebo —sentencié, pero Kaito y Himiko no me dejaron dar un solo paso, porque me agarraron uno por cada brazo.
—Espera, (t/n) —me rogó Himiko—. No puedes ir con ellos, tienes que volver a tu habitación a descansar.
Juraba que, como volviera a oír a alguien diciendo que necesitaba descansar, empezaría a dar puñetazos a diestro y siniestro, y no respondería a mis actos.
—Además, no es seguro estar al aire libre —comentó Kaito, tirando de mí—. La Tempestad, al igual que expulsa chispas, expulsa rayos de vez en cuando. No veas la cantidad de árboles quemados en el jardín, sin una sola hoja y con los troncos negros.
Intenté zafarme del agarre, pero por culpa del maldito veneno no conseguí quitármelos de encima, ni siquiera a Himiko cuya fuerza no era superior a la de una pluma. Notaba que mis músculos ya no se contraían como antes, que mi pulso cada vez era más lento y que los pulmones me ardían con cada respiración.
—¿Dónde está Kokichi? —Me mareé nada más terminar de hacer la pregunta. Por suerte no lo notaron.
—Seguramente está en su habitación —dijo Kaito, llevándome disimuladamente hasta la puerta—, así que por qué no volvemos y...
—¿Por quién me tomas? —Me solté bruscamente de su agarre, y tuve que hacer un fuerte esfuerzo para no caerme al suelo—. No soy tan estúpida como para creerme semejante mentira. La enfermedad me debilita el cuerpo pero no la mente.
Himiko miró a Kaito con los ojos entrecerrados, como reprochándole lo penoso que había sido su intento de meterme de nuevo en la habitación.
—Tenía que intentarlo —se defendió éste, encogiéndose de hombros.
—Quiero hablar con Kokichi y con Keebo —me empeciné, y me llevé una mano a la frente: estaba ardiendo, pero no iba a decir nada.
—No puedes —negó Himiko, con timidez—. Están trabajando en algo muy importante, es mejor no molestarlos.
—Por eso mismo, quiero ayudarlos —sostuve.
—(t/n), no me obligues a cargarte a los hombros para meterte de nuevo en la cama —me advirtió Kaito, pero en lugar de sonar amenazador, parecía un conejo asustado.
—Inténtalo —le reté, encarándolo—. Pero te lo advierto, si me tocas un pelo me pongo a gritar como una loca.
—No te lo va a poner fácil —dijo Himiko con la boca llena, pues ya se había rendido y había decido disfrutar del espectáculo.
—¿Qué haces comiendo galletas? —le recriminó Kaito—. Tenemos un pequeño problema aquí —Me señaló con la cabeza.
—Sé que (t/n) no nos va a hacer caso, así que estoy aprovechando el momento para comérmelas todas —explicó la chica, metiéndose otra galleta en la boca—, así Kokichi no me las puede quitar.
—Claro, es que tú lo tienes más fácil —protestó Kaito—. A ti no te amenazó con dejarte una calva brillante.
—Ventajas de ser una chica —alegó Himiko—. Tengo al espíritu de Tenko conmigo. Matará a Kokichi si me hace algo.
—¿Y ese espíritu no puede hacer una excepción y protegerme a mí? —rogó Kaito.
—Probablemente te haga algo mucho peor que cortarte el pelo —se rió Himiko—, pero mi magia quizá pueda salvarte.
—Estoy perdido —se derrumbó Kaito.
Mientras ambos chicos discutían, aproveché para avanzar hasta la puerta del pasillo con el objetivo de escabullirme. Sin embargo, Kaito se dio cuenta y corrió hasta mí para detenerme. Segundos después llegó Himiko caminando a su ritmo mientras engullía otra galleta.
—(t/n), por favor —me suplicó Kaito, casi de rodillas—. Hazlo por mi pelo.
—No sé yo —dijo Himiko—, te vendría bien un cambio de look.
Reprimí una risita antes de hablar:
—Kokichi no te lo va a cortar. Te amenazó con eso para que le hicieras caso.
—Sí, ya, por eso lleva unas tijeras en el bolsillo —gruñó Kaito.
Hice una mueca, volviendo mis ojos hacia La Tempestad y vi que su estela negra estaba engullendo una nube normal, luego miré al jardín a través del cristal de la puerta doble de la zona de habitaciones. Se veían árboles chamuscados y zonas encharcadas de un líquido verdoso que me recordó a una ciénaga.
—Tenemos problemas más importantes de los que ocuparnos —sentencié, cuando volví a mirar a Kaito—. Voy a ir al laboratorio de Keebo, os guste o no.
Kaito miró a Himiko en busca de ayuda, pero ésta solo le ofreció un par de galletas de las que seguía zampando. Kaito se contentó con comerse una y hacerme un gesto afirmativo con la cabeza.
—Está bien, te acompañaremos al laboratorio de Keebo —cedió éste con la boca llena—. Pero tenemos que ir muy deprisa para evitar que nos alcance algún rayo de La Tempestad.
—Primero deberías cambiarte el pijama —indicó Himiko, y solo en ese momento me di cuenta de que todavía lo llevaba.
Entré en el dormitorio y me puse mi vestuario habitual. Luego los tres corrimos por el exterior protegiendo nuestras cabezas con las manos y con la espalda ligeramente inclinada hacia delante. La puerta de entrada del laboratorio de Keebo estaba fuera de la academia, así que tuvimos que recorrer varios caminos de tierra con restos de hojas, ramas y cadáveres de insectos traídos por el viento.
Maldije el no haberme hecho una coleta esa mañana porque el pelo se me metía en la boca y ojos, de modo que me lo tenía que apartar a cada momento para no tropezar con alguna roca en el camino. Kaito, Himiko y yo nos juntamos todo lo que pudimos cuando escuchamos un rayo caer a toda velocidad a tan solo unos metros de nosotros. Me atreví a echar un vistazo rápido y vi la cabaña donde se había acontecido la sesión de espiritismo de Kiyo y el asesinato de Gonta hecha pedazos.
Una vez hubimos divisado el laboratorio de Keebo a lo lejos, aceleramos el paso antes de que La Tempestad arremetiera otra vez contra nosotros. Abrimos la puerta a toda prisa, nos adentramos en el laboratorio y la volvimos a cerrar con un golpe seco. Me apoyé sobre mis rodillas para recuperar el aliento y apartarme el pelo de la cara. Himiko y Kaito también tuvieron que apoyarse en la pared para recuperarse. Sin embargo, yo era la que más cansada se veía, pues respiraba tan fuerte que parecía que había estado un minuto entero sumergida debajo del agua.
—¿Qué hacéis aquí?
Alcé la mirada y vi a Shuichi con una expresión entre asustado y sorprendido.
El laboratorio de Keebo era enorme y el techo era altísimo, pues la mayoría de las máquinas medían más dos metros. A pesar de ser bastante grande, había poco espacio por donde pasar, porque la mayor parte del suelo estaba ocupado por trastos y artilugios. Por lo que me fue imposible localizar a Kokichi y Keebo a primera vista desde la entrada.
—A mí no me mires —le dijo Himiko a Shuichi, sacando el paquete de galletas que había guardado cuando recorrimos el jardín a pie—. Yo intenté que (t/n) se quedara en la cama, pero es que Kaito lo hizo fatal.
—¡Hice todo lo que pude! —se defendió Kaito, señalándome—. ¡Pero esta chica es muy testaruda!
—Mira quien habla —le recriminé.
—Kokichi nos va a matar —balbuceó Shuichi para sí mismo, y me fijé en que sujetaba una pequeña placa metálica en una mano—. Pero si ya ha visto el problema, no podemos hacer nada.
—Exacto, no sirvió de nada que me ignoraras antes en la habitación —le dije, un tanto resentida.
—No me malinterpretes, (t/n) —murmuró Shuichi—. Intenté convencer a Kokichi de que lo mejor era contártelo, que ocultarte lo que estaba pasando no solucionaría nada, pero no me hizo caso.
—A Kokichi le gusta hacer las cosas a su manera —observó Himiko, mirando apenada su última galleta.
—Ya, pero ahora que estoy aquí no puede echarme —declaré.
—No, supongo que no —comentó Shuichi.
—Ya verás cuando te vea —se aterrorizó Kaito—. Seguro que la toma con nosotros.
—Yo te protegeré, Kaito —me reí.
—Gracias... —comentó, aliviado—. Quiero decir, no lo necesito, pero si insistes...
—¿Qué es eso que llevas en las manos, Shuichi? —le pregunté, observando cómo brillaba el metal bajo la luz de la lámpara que estaba encima de nosotros.
—Una placa metálica —repuso éste.
—Ya, eso ya lo veo —dije—. Me refiero, ¿para qué la necesitas?
—Keebo me pidió que buscara este tipo de materiales —explicó Shuichi—. Los necesita para... Lo que sea que esté haciendo.
—¿Todavía no te han contado lo que están haciendo? —Puse los ojos en blanco.
—Es que mini Miu le grita a todo el que se le acerca porque dice que la agobian —dijo Himiko, mirando desconsolada el paquete de galletas vacío.
—Yo creo que ni ella misma sabe lo que está haciendo —opinó Kaito.
—Puede ser —murmuró Shuichi, y nos hizo un gesto con la mano—. Venid, os guiaré hasta la parte de atrás donde están Keebo y Kokichi. Pero tened cuidado con los trastos del suelo, y también con los cristales sueltos; mini Miu y Kokichi estuvieron tirándose cosas hace poco.
—¿Es que no pueden comportarse como personas normales? —refunfuñó Kaito.
—Dice el chico que persiguió a Kokichi durante tres largas horas por haberse llevado la llave del Hotel del Amor —le pinché, mientras Shuichi nos guiaba por el enrevesado laboratorio.
—Eso es distinto —protestó Kaito—. Nosotros la ganamos de forma justa, y él nos la robó.
—Eso de que la ganasteis de manera justa es discutible —repliqué—. Me desconcentró la alarma de incendios, y por eso Shuichi me ganó. Además, te recuerdo que tú perdiste contra Himiko.
—Esos son detalles sin importancia —parloteó éste—. El caso es que la llave era nuestra.
—¿Y para qué se supone que la querías? —le preguntó Himiko con los ojos entrecerrados, y me pareció ver el espíritu de Tenko florecer en ella.
—Pues... —Kaito casi se tropieza con una caja de herramientas que había en el suelo—. Para... cosas.
—¿Qué «cosas»? —insistió Himiko, adoptando la actitud de un sargento del ejercito.
Me percaté de que Kaito estaba sudando, y no pude evitar carcajear para mis adentros.
—Será mejor que no respondas —le aconsejó Shuichi, quien justo acababa de rodear una montaña de papeles que había en el suelo.
—Yo solo quería la llave para disfrutar un rato en... —Kaito tragó saliva— ¡En el spa! Sí, eso es, quería ir al spa. —Se acercó a mí y me susurró—: Había un spa, ¿no?
No pude evitar troncharme de la risa con su comentario. A mi lado Shuichi también esbozó una pequeña sonrisa, pero lo peor de todo fue que Himiko lo había escuchado, así que el espíritu de Tenko encerrado en su interior empezó a retorcerse.
—Pervertido —le acusó Himiko, antes de que Kaito pudiera decir nada más.
—¡No lo soy! ¡Yo solo quería contemplar el decorado del Hotel del Amor! ¡Lo juro! —se defendía Kaito—. Además, ¡vosotras también la queríais!
—¡Nosotras sí la queríamos por el spa! —exclamó Himiko, aún poseída por el espíritu de Tenko—. ¿Verdad, (t/n)?
Di un pequeño respingo cuando escuché mi nombre y casi me tropiezo con un cúmulo de cables enrollados que había esparcido por el suelo.
—Sí, obviamente solo la quería para eso —mentí, y traté de cambiar de tema rápido—: El laboratorio de Keebo parece un laberinto, ¿adónde estamos yendo?
—En la parte de atrás hay una pequeña habitación en la que Keebo ha estado metido todo el día —repuso Shuichi—. Mirad, es aquí.
Detrás de una columna de inventos extraños, entre los que se encontraba un sombrero con un rollo de papel higiénico incrustado, un sujetador con una linterna en cada copa, un lápiz con una forma sexual muy sugerente y un zapato con un tacón de quita y pon, se encontraba la puerta que nos llevaría a la habitación de la que hablaba Shuichi.
—Tantas horas trabajando en el laboratorio para esto —se quejó Kaito, señalando una pulsera con un cepillo de dientes pegado—. Os dije que mini Miu no tiene ni idea de lo que está haciendo.
—Confía un poco más en ella —le reprendió Himiko.
Shuichi se acercó a la puerta, de la cual colgaba un cartel que decía: no molestar; y si lo vais a hacer, entonces desnudaos. Desde fuera se escuchaba el silencio absoluto, pero en cuanto Shuichi hubo abierto la puerta, se hizo presente el sonido de dos voces discutiendo acaloradamente.
Habían dos columnas en la entrada que nos impedían ver la sala al completo, así que solo alcanzamos a ver la sombra de una persona inclinada sobre una mesa, en la que habían varias placas de metal similares a la que tenía Shuichi en las manos.
—¡Te pedí el destornillador de estrella, no el hexagonal! —gritó la voz aguda y pomposa de mini Miu.
—¡Recuerdo perfectamente que me pediste el hexagonal! —rechinó una voz que reconocí al instante como la de Kokichi.
—¿Te crees que no recuerdo mis propias palabras? —bufó mini Miu.
A medida que nos acercábamos a ellos la sombra se hacía más clara. Hasta que reconocí la figura de Keebo inclinado sobre la mesa con una M1-U muy enfadada en su hombro. Éste tenía una máquina soldadora en las manos, y, cuando la presionaba contra el metal de las placas, saltaban chispas. Por esa razón llevaba puesta una máscara protectora que le cubría toda la cara y que solo dejaba una pequeña ventana para sus ojos. Mini Miu llevaba otra igual pero adaptada a su tamaño.
—En realidad, no especificaste qué tipo de destornillador debía de coger —intervino Keebo.
—¡Tú cállate! —gritaron los otros dos al unísono.
—Pobre Keebo —me susurró Himiko, pues aquellos tres aún no se habían percatado de nuestra presencia.
—Venga, deja de hacer el imbécil y vete a buscar el destornillador que necesito —ordenó mini Miu, con aires de superioridad.
—Eres incluso peor que la estúpida de tu creadora —gruñó Kokichi, y, cuando rodeé la columna que interceptaba mi visión, lo vi rebuscando algo dentro de una caja de herramientas—. Recuérdame otra vez por qué te estoy ayudando.
—Porque si no, moriremos por culpa de La Tempestad —articuló mini Miu con su voz aguda—. Y entre esas muertes se encontrará la de tu querida y amada (t/n).
—Acabas de sonar como Tsumugi —se asqueó Kokichi, todavía rebuscando en la caja.
—¡Retira eso! —se alarmó mini Miu, como si fuera el peor insulto que podía recibir—. ¡Retíralo ya!
Pero Kokichi solo le hizo un gesto muy obsceno con la mano, y mini Miu abrió la boca, ofendida.
—¡Mira cómo me trata, Keebo! —se victimizó ella—. ¡Dile algo!
—A mí no me metáis en vuestras discusiones —dijo Keebo, quien parecía bastante harto de aquellos dos—. Además, hace dos segundos sugeriste que me callara.
—Más bien te lo ordené —puntualizó mini Miu, y luego se dirigió a Kokichi —¡Date prisa, esperpento! Necesito el maldito destornillador.
—Sería más fácil si no llenaras la caja de trastos inútiles —protestó éste, dejando una taladradora en el suelo.
—Que sí, que sí —parloteó mini Miu—. Tráemelo ya. A menos que quieras que use tus partes como destornillador, lo cual me vendría de perlas porque este tornillo en concreto es de tamaño pequeño.
Antes de Kokichi soltara una retahíla de insultos por la boca, Kaito decidió emitir un gruñido lo bastante fuerte como para que los otros se dieran cuenta de que estábamos allí. Keebo alzó por primera vez la vista de la mesa y mini Miu se levantó la máscara protectora y juntó tanto las cejas que me dio la sensación de que estaba a punto de ponerse a gritar. Shuichi pareció pensar lo mismo que yo porque contrajo sus facciones esperando el inminente chillido.
Sin embargo, lo peor vino cuando Kokichi cruzó miradas conmigo. Toda la diversión y las risas que había acumulado en el trayecto desparecieron. No le hizo ninguna gracia verme ahí, y no se molestó en ocultarlo. Enserió su expresión y le lanzó una mirada asesina a Kaito, Himiko y Shuichi, los cuales se estremecieron.
—¿Qué entendéis por no molestar? —se enfadó mini Miu—. ¿Tan difícil es leer el jodido cartel de fuera? ¿Y qué coño hacéis vestidos? ¿Es que no leísteis la parte en la que decía que solo podíais entrar desnudos?
—Buen intento —gruño Kaito.
—A ti es al último al que querría ver desnudo —se defendió mini Miu, indignada.
—¿Qué hace aquí? —preguntó Kokichi, haciendo que la sala quedase en silencio.
Aunque no dijo nombres, sabía que estaba hablando de mí. Su actitud me enfureció. Yo podía hacer lo que me diera la gana e ir a los sitios que quisiera. Él no era nadie para mangonearme, incluso si lo hacía por un buen motivo: que me recuperara del veneno, cosa que no iba a ocurrir. Y recordar que había amenazado a Shuichi, Himiko y Kaito para que me ocultaran lo que estaba pasando terminó por hacerme perder los estribos.
—Oh, perdona —ironicé, con irritación—, no sabía que yo era tu nueva mascota a la que tienes que mantener encerrada en una jaula y sacar a pasear solo cuando te apetezca.
—¡Como un Hámster! —exclamó Himiko, ignorando la tensión en el ambiente—. Yo tuve uno. Pero se lo presenté a mi gato y desapareció. Mi madre me dijo que lo había hecho invisible con mi magia. Por eso, me controlo cuando estoy cerca de animales.
—Qué turbio —murmuró Kaito.
La pequeña historia de Himiko no evitó que Kokichi y yo nos enzarzásemos en un duelo de miradas.
—Por eso me trajiste el desayuno a la cama —le encaré—, porque no querías que saliera, y yo pensando que había sido un gesto muy considerado de tu parte.
—(t/n), no le eches leña al fuego —me susurró Kaito, aterrorizado por la mirada de Kokichi.
Antes de que Kokichi pudiera decir nada, mini Miu alzó la voz, ignorando que los demás estábamos allí.
—A ver, chihuahua rabioso, ¿ya has encontrado tu hueso?
Me alivió ver que Kokichi dejaba de mirarme para clavar sus furiosos ojos en los de M1-U. No lo quería admitir, pero sí que me intimidaba su mirada.
—Aquí está tu maldito destornillador de estrella —gruñó éste, sacándolo de la caja de herramientas.
—Genial, ahora dámelo —ordenó mini Miu, con autoridad.
Kokichi compuso una tétrica sonrisa que hubiera aterrorizado hasta al más valiente de nosotros. Acto seguido, le lanzó el destornillado a mini Miu, quien apenas tuvo tiempo para reaccionar, y éste la golpeó en toda la frente.
—¡Estás loco! —se quejó ella, frotándose la abolladura que le había propiciado el mango del destornillador—. ¿Por qué cojones has hecho eso?
—No especificaste cómo tenía que dártelo —se burló Kokichi—. Y, ¡wow!, vaya puntería tengo.
—¡Podías haberme matado! —gruñó M1-U.
—Sí, es una pena no haberlo conseguido —contestó éste.
—¿Tú sabes lo que tardaré en arreglar este hueco que tengo en la frente? —protestó mini Miu, sacando un pequeño espejo para mirarse—. ¡AAAAAH! ¡Parezco una lata de refresco abollada!
—Míralo por el lado positivo, ahora puedes marcar una nueva tendencia entre los robots —se mofó Kokichi.
Antes de que M1-U contraatacara de nuevo, decidí dar un paso adelante:
—Keebo, ¿puedo preguntarte qué estás haciendo?
El robot se levantó la mascara protectora y dejó a un lado la soldadora.
—Estoy construyendo una máquina que nos pueda sacar de aquí —repuso éste.
—¿Qué tipo de máquina? —quiso saber Kaito.
—Prefiero no adelantaros nada —replicó Keebo—, es mejor que esperéis a que esté construido, de lo contrario, pensareis que estamos locos.
—Ya lo pensamos —dijo Kaito—. Sobre todo mini Miu.
—Confiad en mí —insistió Keebo—. Cuando esté terminado os lo explicaré todo.
—¿Tienes alguna teoría que explique el porqué se ha formado La Tempestad? —inquirí, y caí en la cuenta de que esa pregunta era mejor hacérsela a Shuichi.
—Creemos que es obra de Tsumugi —contestó Keebo—. Ella debió planear algo por si era ejecutada. Seguramente quería asegurarse de que muriéramos todos.
—Maldita arpía —gruñó Kokichi.
Aun así, me costaba creer que La Tempestad fuese obra de Tsumugi. A ella no le importaban nuestras vidas, pero sí el entretenimiento del juego. ¿Qué diversión habría en matarnos a todos de una sola sentada? ¿Quizá por venganza? Y si no era obra de ella, ¿qué hacía esa especie de agujero negro en el cielo? ¿Y por qué había muerto Monokuma?
Me estoy mareando.
—(t/n) —me llamó Kokichi a secas—. Tú, yo, fuera, ahora.
Genial.
Cuando Kokichi hubo cerrado la puerta, ambos nos quedamos mirándonos en silencio rodeados de los trastos del laboratorio de Keebo (la mayoría, inventos chorra de mini Miu). Los demás se habían quedado dentro de la habitación y no podían oírnos.
Como no vi que Kokichi tuviera intenciones de comenzar la conversación, decidí hacerlo yo, en un tono un poco cruel, pero se lo merecía.
—¿Me vas a negar que el desayuno me lo trajiste por tu propio interés?
Inmediatamente, Kokichi frunció el ceño.
—No lo hice con esa intención —se defendió—, solo quería facilitarte las cosas.
—Eso y que no saliera de mi habitación —añadí, dejando que el enfado hablara por mí.
—No lo hice por eso.
—Ya —contesté cortante—. ¿Y qué me dices de chantajear a Kaito y a Himiko para que no me dejaran salir? ¿Eso tampoco era tu intención?
—¡Lo hice para protegerte, maldita sea!
—¿Para protegerme? Soy mayorcita, no necesito que nadie me proteja.
—Ya lo sé, pero has sido envenenada y tu cuerpo necesita descansar —intentó razonar.
—Mentira, estoy perfectamente.
—No creas que no me he fijado en cómo andas. Sé que te duelen los músculos con cada paso que das.
—¡No es verdad!
—Vas a tener que esforzarte más para inventar una mentira mejor.
—Da igual —me resigné—. El caso es que no puedes prohibirme que venga aquí a ayudaros.
—No puedo, es verdad —admitió, tratando de suavizar su tono de voz—. Pero te lo sugiero. Es lo mejor que puedes hacer. Keebo no necesita más ayuda, ya tiene suficiente, y tú necesitas reposo en cama.
—Básicamente me estás diciendo que estorbo.
—Yo no he dicho eso.
—Pero lo piensas.
—Yo no...
Se cortó a si mismo antes de terminar lo que iba a decir. Me observó con cautela y se dio cuenta de que me estaba mordiendo el labio y de que me estaba clavando las uñas en los brazos. Para mí era normal, tenía muchos nervios acumulados porque no me gustaban las discusiones, pero me dolía que me tratase como a una inútil.
—(t/n) —Esta vez dijo mi nombre con más calma y pausadamente—, entiende que solo quiero lo mejor para ti, y lo mejor ahora mismo es que descanses en la habitación. Así es como Kaito consiguió recuperarse del veneno, y así es como lo harás tú.
—Recuperarme, descansar, veneno.... ¡Estoy harta de oír esas palabras! —exploté, ya no podía aguantarlo más y se me aguaron los ojos—. ¿Y si muero qué? ¿Voy a pasar mis últimos momentos tirada en la cama como una inútil solo porque tú crees que me voy a recuperar?
Cállate, imbécil, como sigas así le vas a confesar sin querer lo del antídoto.
Kokichi rompió la distancia que nos separaba y llevó sus manos a mi espalda para atraerme hacia él. Dejé mi cabeza apoyada en su hombro mientras intentaba contener las lágrimas. Quería ser fuerte, odiaba comportarme como una niñita sensible, pero los problemas me aplastaban y no me dejaban respirar. En los brazos de Kokichi todo parecía más fácil, parecía que mis preocupaciones desaparecían, y deseé nunca separarme de su lado.
—No eres una inútil —susurró—. Sin ti no hubiéramos llegado hasta aquí.
—Mientes, solo lo dices para que me sienta mejor. —Lo abracé más fuerte.
—¿Ah, sí? ¿Y quién fue la que descubrió en el último juicio que Tsumugi estaba disfrazada de Rantaro? —Di un respingo cuando nombró a Rantaro, y él, al darse cuenta, añadió—: ¿Quién fue la que sacó a Kaito, Himiko y prácticamente a los otros, aunque de manera indirecta, de la desesperación?
El sonido de su voz, su aroma, su cercanía, todo ello conseguía llevarme a un estado de paz donde mis problemas y preocupaciones apenas tenían poder para ahogarme. Poco a poco, me fui calmando. Me sequé las lágrimas y me separé de él. Lo miré directamente a los ojos antes de decir:
—Vale, no soy una inútil, pero quiero ayudar a Keebo.
—Vas a ir con Himiko y Kaito a la habitación.
—Que no.
—Podéis hablar un rato, jugar a las cartas o hacer cualquier otra cosa para pasar el tiempo —dijo, ignorando mi negativa, aunque se dio cuenta de que yo ya no era tan insistente como antes.
—Tiempo es lo único de lo que no disponemos —repliqué—. Si no hacemos nada, La Tempestad...
—De eso se está encargando Keebo —me atajó—. Confía en él y —Kokichi puso cara de asco— en mini Miu.
Hice una mueca y me crucé de brazos.
—Lo único que harás si te quedas aquí será dar vueltas por el laboratorio —Cuando vio mi expresión de enfado, añadió—: En serio, (t/n), vete a descansar un rato. Te prometo que te mantendré al tanto con los avances.
—Sí, ya, igual que me mantuviste al tanto de La Tempestad, ¿no?
—Fue... Fue un error intentar ocultártelo, lo siento —Sonaba realmente arrepentido—. Pensé que si no lo sabías, estarías más tranquila y tu recuperación sería más rápida.
—Pues te equivocaste.
—Lo sé, y lo siento. Pero necesito que me hagas caso esta vez. Vete a la habitación a resguardarte, yo me pasaré por allí en cuanto pueda.
Al ver que fruncía los labios, Kokichi rodeó mi cintura con sus brazos y me atrajo hacia él. Compuso una de sus irresistibles sonrisas después de juntar su frente con la mía. El color violeta de sus ojos llameaba sobre los míos, atrapándome en ellos, y cuando se aseguró de que los miraba, los bajó hasta mi boca. Parecía que iba a besarme, pero no lo hizo, porque su objetivo era provocarme.
¡Ja! Buen intento, pero no iba a caer en sus encantos.
—Y quizá podemos divertirnos un rato —susurró, arrastrando las palabras de una manera seductora.
No pude evitar echar una mirada rápida a sus labios y relamer los míos.
¡Mierda, (t/n), concéntrate! Se supone que estás enfadada.
—¿Me estás sobornando? —inquirí, y cuando él acercó sus labios a mi oído, supe que estaba perdida.
—Depende, ¿funciona?
Y tanto que funcionaba, joder.
—No —contesté en su lugar.
—¿Estás segura? —Sus manos recorrieron lentamente mi espalda hasta hundirse en mi pelo, erizándome el vello de la piel.
—Vale, un poco sí funciona.
¡Vaya récord, (t/n)! Has tardado menos de treinta segundos en caer.
—Entonces sí te estoy sobornando.
—Eso es jugar sucio.
—No hay normas, ¿no? —Acarició mi labio inferior con la yema de su dedo pulgar. Sus pupilas se dilataron, y estaba segura de que las mías lo estaban desde hace rato—. Además, eres tú la que ha aceptado el soborno, pero no te culpo, es muy difícil de rechazar.
—¿Desde cuándo eres tan arrogante? —me reí.
—Mucho tiempo con la copia barata de Miu. Por desgracia.
—Te compadezco.
Kokichi sonrió al ver que la atmósfera entre nosotros volvía a ser la de siempre.
—Descansa, ¿vale? —Se acercó para darme un beso en la mejilla, y yo intenté ocultar lo ruborizada que me había puesto.
Si me daba esos besos más a menudo no me importaba ir a descansar las veces que hiciera falta, pero obviamente tenía que fingir que aún me quedaba algo de dignidad y orgullo.
—¡Pero qué sepas que mañana pienso venir a ayudar y me da igual lo que me digas! Y no voy a aceptar más sobornos.
—Eso ya lo veremos —sonrió, y me dejó otro beso, pero esta vez en los labios.
Malditos labios suyos, suaves y dulces.
Kokichi abrió la puerta de la habitación para volver con los demás, pero al hacerlo, Kaito casi se cae de bruces contra el suelo. Al parecer él, Himiko y Keebo (instado por mini Miu) tenían un oído pegado a la puerta para escuchar a escondidas nuestra conversación. Me puse roja de la vergüenza.
—¿Queréis palomitas? —dijo Kokichi, alzando las cejas.
—Esto no es lo que parece —saltó Kaito, nervioso—. Estábamos examinando el material con el que hicieron esta puerta. Es tan fascinante esta... puerta.
—¡Sí, es muy interesante! —le apoyó Himiko.
—¿Con la oreja? —Enarqué una ceja.
—¡Es un nuevo método para analizar puertas! —exclamó mini Miu—. Pegas la oreja a la puerta y de inmediato sabes su composición.
—O también lo puedes hacer con un hechizo —añadió Himiko.
—Voy a obviar el hecho de que sois unas marujas —comentó Kokichi, y luego señaló a Himiko y a Kaito—. Acompañad a (t/n) a mi habitación, y aseguraos de que tiene todo lo que necesita.
—No tienes por qué ser tan estricto —le dije, dejando escapar una risa.
—¡Eso! —exclamó Kaito enseguida.
—Tranquila, si ésta es mi parte blanda —aseguró Kokichi con una sonrisa malévola—. Aún no han visto mi lado estricto.
Por el rabillo del ojo vi que Kokichi simulaba unas tijeras con los dedos por encima de su cabeza mientras le lanzaba una mirada fulminante a Kaito. Éste captó la indirecta y rápidamente tiró de mí hacia la salida del laboratorio. Himiko nos siguió de cerca, y los tres salimos al exterior camino al dormitorio de Kokichi.
-Kokichi-
Suspiré aliviado cuando los vi salir del laboratorio. Nunca lo diría en voz alta, pero confiaba en Kaito y en Himiko lo suficiente como para saber que (t/n) estaba en buenas manos. También sabía que no necesitaba chantajearlos para que cuidaran de ella, pero era divertido ver la cara que ponía Kaito cada vez que sacaba el tema de su pelo.
—Creo que nos vendría bien la ayuda de (t/n) —escuché que dijo Shuichi a mis espaldas.
Puse mis ojos en blanco antes de girarme hacia él. Ya estábamos otra vez con lo mismo.
—No quiero que se esfuerce demasiado —sentencié.
Dando por terminada la conversación, me dispuse a volver a la mesa donde Keebo estaba soldando las placas metálicas. Sin embargo, Shuichi se interpuso en mi camino y mi cabeza rebotó en su pecho. Di dos pasos hacia atrás para mirarlo con el ceño bien fruncido.
Oh, no, esa cara la conocía. Discurso a la de una... dos... y...
—No creo que sea bueno que se pase todo el día en la cama —empezó con la perorata—. Ya sabes como es (t/n), no puede estarse quieta ni un segundo. Lo va a pasar mal, y luego cargará contra ti. Ya sabes que cuándo se enfada es como una bomba de relojería a punto de explotar. Sé que os queréis, pero esto que estás haciendo puede afectar a vuestra relación.
—Oh, ahora eres licenciado en el amor —ironicé—. Si lo llego a saber, te habría pedido consejo mucho antes.
—Kokichi, escúchame —dijo, sin vacilar—. Esto es serio. (t/n) nos puede ser de mucha utilidad. Es inteligente y se sabe desenvolver muy bien en cualquier ambiente. Tenerla con nosotros en el laboratorio podría acelerar la construcción de la máquina de Keebo, lo cual nos beneficia a todos.
—Esa es la diferencia entre tú y yo. Tú solo piensas en el beneficio del grupo, y yo en la salud de (t/n).
—Yo también pienso en la salud de (t/n).
—Sí, claro, y yo mido metro ochenta.
Shuichi se quedó mirándome en silencio hasta que dejó escapar un suspiro.
—No la puedes retener para siempre en tu habitación —comentó, con seriedad.
—Ahora me entero que para siempre son tres días.
—No aguantará tres días ahí encerrada.
—¿Qué eres, su abogado?
—Soy su amigo.
Empezaba a sentir la ira brotando dentro mí, esa ardiente sensación que se extendía por todo mi cuerpo y que me impulsaba a estamparle un puñetazo a Shuichi en toda la cara. Pero nunca había sido una persona violenta, y no lo sería ahora.
En el fondo me daba rabia porque sabía que él tenía razón.
—Si realmente te preocuparas por ella —empecé a decir—, sabrías que lo mejor es que se quede en...
—Tiene que vivir, Kokichi —me interrumpió.
—¿Qué?
—Que tiene que vivir estos días al máximo y disfrutar todo lo que pueda. No la puedes dejar encerrada y que...
Shuichi desvió la mirada, incapaz de terminar la frase.
—¿Que qué? —lo alenté, aunque ya sabía lo que iba a decir—. Completa la frase.
—No puedes dejar que muera rodeada de soledad y tristeza.
Algo dentro de mí se rompió al imaginármela en muy mal estado y sola.
—No va a morir —repliqué, fingiendo seguridad.
—Sabes perfectamente que eso no lo puedes asegurar.
—Vamos, que lo que me estás diciendo es que aprovechemos a (t/n) antes de que se muera y se desperdicie su inteligencia y su mano de obra.
—Eso no...
—Chicos. —Escuchamos la voz de Keebo a lo lejos—. ¿Podéis ayudarme con esto?
Shuichi y yo nos mantuvimos en silencio unos segundos, esperando que el otro contestase.
—Ahora vamos —grité, y volví a encarar a Shuichi—. A ti no te importa (t/n). Solo la ves como a una herramienta.
—Eso no es verdad —replicó, y distinguí sinceridad en sus palabras, pero no me importó. Estaba enfadado.
—Claro que lo es —mascullé—. Si no, ¿por qué a Kaito le recomendaste que permaneciera en cama mientras que a (t/n) la quieres mandar a trabajar?
—Kaito no podía ni mantenerse en pie —arguyó, sin perder los estribos, a diferencia de mí—. (t/n) no está tan mal como él lo estaba, y quizá dejarla en cama es peor.
—¿Peor?
—Si se mantiene activa, quizá su cuerpo no se rinda tan pronto ante el veneno.
—¿Sabes lo que me enfada? —gruñí—. Que todo el tiempo estás dando por hecho que va a morir, ni siquiera entra en tu diminuta cabeza la posibilidad de que se recupere.
Shuichi abrió los ojos, como si se hubiera dado cuenta de ese detalle ahora mismo, y frunció el ceño.
—Entonces, ¿no lo sabes? Yo creía que...
—¿Saber el qué? —pregunté, irritado, pero el corazón me latía a mil por hora.
—No, nada —dijo con nerviosismo.
Entonces, él lo sabía. No esperaba menos.
—¿Nada? ¿Toda esta discusión para que termines diciendo que no es nada?
Pero yo fingiría no enterarme de lo que estaba hablando.
—Mira, yo solo quería darte mi punto de vista acerca de esto —Shuichi intentaba por todos los medios cambiar de tema. Era tan evidente que casi me daba pena—. Si no nos vamos de aquí antes de que La Tempestad se extienda por todo el cielo, moriremos. Así que cuanto antes terminemos la máquina, mejor. Lo que quiere decir que siete personas trabajan más rápido que cuatro.
Decidí no mencionar su repentino cambio de tema y seguirle la corriente.
—Está bien, pensaré en ello —contesté secamente, y Shuichi suspiró aliviado, creyendo que había eludido mi pregunta con éxito.
Genial, se lo había tragado.
Qué fácil eres, mister detective.
—Chicos, necesito una ayudita —gritó Keebo—. Mini Miu lo ha llenado todo de pintura de uñas.
—¡Fue culpa tuya! —chilló la aludida—. ¿¡A quién se le ocurre inclinarse hacia delante cuando tengo el bote en las manos!?
—¿¡A quién se le ocurre pintarse las uñas cuando estoy soldando el metal!? —contraatacó Keebo.
—Pintarte las uñas no va a borrarte ese aspecto de ogro, M1-U —me burlé, alzando la voz para que me escuchara.
—¡Pues hacerte el gracioso no te va a quitar lo gilipollas! —exclamó ella, indignada.
Sonreí para mis adentros, satisfecho de su reacción.
—Ya vamos, Keebo —dijo Shuichi.
Me lanzó una última mirada, como si quisiera decirme algo más, pero mantuvo la boca cerrada y fue hasta la mesa donde estaba Keebo.
Antes de seguir sus pasos, me metí la mano en el bolsillo buscando el objeto que había encontrado esta mañana. Sabía que estaba mal lo que había hecho y que nunca debí rebuscar entre su ropa, pero necesitaba cerciorarme de que mi teoría era real. Tenía una pequeña esperanza de estar equivocado. Por desgracia, no fue así.
Entre mi manos había un bote vacío cuya etiqueta pregonaba ser el antídoto del veneno que Tsumugi les había inyectado a Kaito y a (t/n). Sí, todo tenía sentido. Pero no quería aceptarlo, simplemente no podía hacerlo. Engañar a mi cerebro fingiendo que nunca vi el antídoto era una mejor opción.
Pero, ¿cómo engañarlo cuando habían tantas pruebas?
(t/n) fue a la habitación de Rantaro, Kaito se recuperó y yo encontré un antídoto vacío entre su ropa.
Maldita sea, (t/n), ¿no podías haber sido egoísta por una vez en tu vida?
Y peor aún, ¿por qué demonios no te acompañé a la habitación de Rantaro? ¿Cómo se me pasó por alto que él podía haberte dejado una cura? Si tan solo hubiese entrado en el dormitorio, quizá ella estaría sana y salva, y Kaito estaría muerto.
Pero, seamos honestos, ¿a quién le importa Kaito cuando la vida de ella está en peligro?
Inmediatamente, deseché esos malos pensamientos, porque en realidad no quería que ninguno de los dos muriera. Pero todo era un juego de ¿a quién quieres más? Y por encima de todo la elegiría a ella.
Siempre a ella, incluso antes que a mí.
-(t/n)-
—¡Estas cartas están trucadas! —protestó Kaito, tras la novena derrota.
—O tú eres muy malo jugando —sugirió Himiko, ganadora de seis partidas de las nueve que habíamos jugado. Las otras tres las gané yo.
Después de que Himiko trajese una baraja de cartas de su laboratorio, nos habíamos sentado los tres en la cama de Kokichi para jugar y matar un poco el aburrimiento.
—¡Soy un profesional en las cartas! —se defendió Kaito, observando cómo Himiko las barajaba—. ¡Lo que pasa es que me odian!
—¿Las cartas? —pregunté.
—No, los Dioses de la suerte —se resignó.
—Eres un exagerado. —Puse mis ojos en blanco.
—No dirías lo mismo si vieras las cartas tan horribles que me han tocado —se quejó—. ¿Cómo es posible que no me haya tocado ni un solo chúpate cuatro en nueve rondas que llevamos? ¡Venga ya!
—Te tocó uno, ¿recuerdas? —dije.
—Sí, pero yo lancé otro y tú otro, y al final tuvo que chuparse doce cartas —recordó Himiko.
—Gracias por pregonar mis desgracias —refunfuñó Kaito.
—De nada —repuso ésta inocentemente.
—No me habrás hecho una maldición de esas de las tuyas, ¿no, Himiko? —le acusó Kaito—. Un mal de ojo o algo así.
Apoyé la espalda en la cabecera de la cama mientras observaba a Himiko repartirnos las cartas para comenzar una nueva ronda. Solo llevábamos en la habitación media hora y ya quería salir. Sentía que estaba perdiendo el tiempo ahí dentro cuando podía estar ayudando a Keebo a construir la máquina.
Maldito, Kokichi, ¿cómo diablos me convenció para volver al dormitorio?
Entonces recordé las caricias de su respiración en mi cuello, sus manos hundidas en mi cabello y sus labios presionados sobre los míos.
Ah, sí, por eso.
—Listo —anunció Himiko, cuando terminó de repartir las cartas.
Las mías eran medianamente buenas, pero al ver la cara de decepción de Kaito supe que las suyas volvían a ser malas. Su cambio de expresión fue como la de un niño que está ilusionado por su regalo de navidad pero termina recibiendo carbón.
—Me aburro —murmuré, mientras Himiko se debatía entre qué carta lanzar.
—Sí, este juego es horrible —convino Kaito.
—Eso lo dices porque no has ganado ni una sola partida —comentó Himiko, lanzando su carta.
—¿No os gustaría ir a ayudar a Keebo? —inquirí—. ¿Hacer algo útil?
—Me da pereza. —Fue la respuesta de Himiko.
—Creía que ya habías superado esa fase —le dije.
—La pereza nunca se supera —declaró.
—No, pero en serio —insistí, viendo cómo Kaito enseñaba todas sus cartas sin querer (sí que eran malas)—. ¿Por qué nosotros tres nos tenemos que quedar en el dormitorio?
—Porque, al menos yo, estorbaría más de lo que ayudaría. Lo admito —dijo Kaito, y alcé mis cejas con sorpresa. Pocas veces admitía ese tipo de cosas porque su orgullo era demasiado grande—. Además, no quiero ser calvo. Oh, pero sobre todo quiero cuidar de ti, claro, eso iba primero, sí.
—Parecemos unos marginados —protesté.
—Sí, me recuerda a mis épocas de instituto —murmuró Himiko.
—Hablas como si tuvieras ochenta años —me reí.
—Las brujas vivimos mucho tiempo —respondió ella—. En concreto tengo trescientos cuarenta y dos años.
—¿Eras una marginada en el instituto, Himiko? —quiso saber Kaito, sorprendido.
—No, pero me he visto muchas películas de Hollywood —comentó ella—. Y los marginados no lo pasan nada bien, aunque al final siempre terminan siendo populares.
—Como yo —alegó Kaito.
—¿Eras un marginado? —pregunté.
—¿Q-Qué? N-No... Para nada. Yo era popular, me refería a eso, sí. Obviamente yo era como esos quarterbacks musculosos de las películas que tienen a todas las chicas detrás.
—¿Y a dónde se fueron tus músculos? —preguntó Himiko, hundiendo su dedo índice en el brazo de Kaito.
—Eh... Pues... El veneno me debilitó un poco —se excusó éste.
—¡Pero si cuando entraste en la academia ya estabas así de flojo! —exclamó Himiko.
—¡Oye, tampoco te pases! —protestó Kaito—. Los músculos están ahí, otra cosa es que tú no los veas.
Pasamos dos largas horas hablando y otras dos jugando a las cartas. No había mucho que pudiéramos hacer. A mí cada vez me entraban más ganas de escabullirme para volver al laboratorio de Keebo y enterarme de los nuevos avances, ya que Kokichi, quien había prometido pasarse por el dormitorio, no apareció en toda la tarde.
Entonces empecé a sentirme muy mareada. Llevaba todo el día ignorando el dolor de mi cuerpo. Me había propuesto vencer al veneno y la única forma que se me ocurría era reprimiendo los pinchazos, las punzadas y las ganas de vomitar, pero llegó un momento en el que no pude más. Las caras de Kaito y Himiko delante de mí empezaron a distorsionarse. La cabeza me daba vueltas.
—¿Cómo que tengo que sumarme dos cartas? —se ofuscó Kaito.
—¡No dijiste uno cuando te quedaba una carta! —exclamó Himiko.
Ayuda...
No me salió la voz.
—¿Pero qué tontería es esa? —refunfuñó Kaito—. ¡Ni que estuvieras ciega! Se ve perfectamente que me queda una carta, no tengo porque decirlo en voz alta, me niego.
—¡Así es el juego! —replicó Himiko—. ¿Verdad, (t/n)?
Silencio.
—¿(t/n)? —repitió Himiko, y escuché su voz lejana.
—Estás muy pálida —se asustó Kaito.
Me voy a desmayar. No aguanto más.
—Duele... —Conseguí decir.
—¿Qué te duele? —Himiko sonaba aterrada—. ¿Qué te duele, (t/n)?
—Todo...
—Himiko —la llamó Kaito, y nunca lo había oído tan serio—. Llama a Kokichi —Al ver que la chica se había quedado paralizada, gritó—: ¡Vete a buscarlo, ahora! Yo me encargo de... ¡(t/n), cuidado te vas a caer de la cama!
Demasiado tarde.
Se escuchó un golpe seco, pero no supe con certeza si había sido yo cayéndome de la cama porque no sentí nada. Antes de cerrar los ojos, vi a Kaito levantándome en brazos y a Himiko saliendo corriendo por la puerta.
—Aguanta, (t/n). Tienes que quedarte con nosotros. Ya viene Kokichi. Aguanta.
La voz de Kaito se convirtió en un susurró, y entonces su eco rebotó en mi cabeza como una pelota.
«Ya viene Kokichi. Aguanta»
Kokichi...
-Kokichi-
Tuve que limpiarme el sudor de la frente con una mano. Nunca había trabajado tanto, y la presencia de M1-U lo hacía todo más insoportable. Shuichi estaba al lado mío igual de cansado y Keebo se encontraba delante de nosotros explicándonos como teníamos que llevar todas las placas de metal al gimnasio, lugar donde instalaría esa misteriosa máquina.
Antes de que empezásemos a cargar las placas, la puerta del laboratorio se abrió bruscamente. Solo me hizo falta mirar hacia allí y ver la descompuesta cara de Himiko para saber que pasaba algo grave. Inmediatamente, me vino la imagen de (t/n) a la cabeza. Pero me convencí a mí mismo de que era imposible, que seguramente no le había pasado nada a ella y que Himiko había venido por una tontería.
Al menos eso era lo que deseaba.
Porque en cuanto Himiko pronunció el nombre de (t/n), el mundo se me cayó encima. Fue como si me hubiesen pegado en la cara con una de las placas metálicas de Keebo. Ni siquiera escuché lo que dijo Himiko después de decir su nombre. Lo único que escuchaba era mi pulso acelerado.
No podía ser. Ella tenía que estar bien. No podía perderla. No, por favor. Ella no. Era lo único que me había hecho feliz en este mundo de mierda.
No me di cuenta de que cuándo había salido corriendo del laboratorio de Keebo porque mis piernas actuaban por cuenta propia, pero ya me encontraba a pocos pasos de mi dormitorio, donde ella tenía que estar. Viva. Sí, tenía que estar viva.
(t/n), no me dejes, por favor.
• ────── ❋ ────── •
AAAAAAH
Nos acercamos al final. No es por asustaros, pero la historia tendrá 98 capítulos, lo que quiere decir que faltan cinco para que termine. Y cuando acabe, anunciaré uno de los proyectos que he estado preparando.
Preguntaaaa: ¿Que creéis que está construyendo Keebo? Bueno, y también mini Miu, que si no la nombro me lanza un destornillador a la cabeza xD
Dato que no le interesa a nadie pero lo digo igual: me terminé todos los libros de Harry Potter hace poco y estoy llorando porque ya no sé qué hacer con mi vida T-T
Nos leemos el jueves, os quieroooo <3
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro