Capítulo 92
Actualidad:
La luz del nuevo día pronto se coló por la rejilla de la puerta, pues los dormitorios no tenían ventanas, y mis párpados se entreabrieron. Tardé unos segundos en recordar que estaba en la habitación de Kokichi, y no solo eso, sino que también estaba acostada en su cama. Mi rostro se acaloró cuando recordé la posición en la que nos habíamos quedado dormidos, él con sus brazos alrededor de mi cuerpo y yo con la cabeza apoyada en su pecho.
Sin embargo, hice una mueca al estirar mi brazo por su lado de la cama y no encontrarlo. Aún me costaba abrir los ojos, pero me incorporé sobre mi codo y le eché un vistazo a la habitación: vacía, no había ni rastro de Kokichi.
Solté un bostezo cuando terminé de incorporarme del todo. Miré a la mesita de noche para descubrir qué horas eran, y en lugar de encontrar el viejo reloj digital que teníamos todos en nuestros dormitorios, encontré una enorme bandeja de plata con una taza de café calentito, un huevo frito, dos tostadas sin untar, un bote de mermelada y otro de mantequilla y los cubiertos pertinentes. Mis cachetes se encendieron.
Todavía sentada en la cama, cogí la bandeja con cuidado y la dejé en mi regazo. Al hacerlo, me di cuenta de que había una nota doblada entremedio del café y las tostadas. Cuando la estiré, reconocí de inmediato la caligrafía de Kokichi:
Nunca le había hecho el desayuno a alguien antes y ha sido toda una tortura. Estoy impresionado de lo que puedo llegar a hacer por ti. Perdí la cuenta de todas las veces que se me quemaron las tostadas... Aunque lo habría hecho en menos tiempo si esa copia barata de Miu no me hubiera molestado.
Pd: Cuando termines de comer, sigue descansando.
De tu admirador secreto.
No pude evitar componer una sonrisa cuando vi el nombre que había usado Kokichi para firmar la nota: admirador secreto. Como si no me fuera a dar cuenta de su caligrafía, de que solo él utiliza la frase de: copia barata de Miu para referirse a M1-U y de que él es el único que haría algo así por mí. A pesar de que en la carta solo se estuvo quejando de lo mucho que le costó hacer el desayuno, estaba agradecida por el detalle, así que me apoyé en la cabecera de la cama y empecé a zampar.
Mi estómago se llenó rapidísimo, cosa bastante inusual, y dejé la bandeja con la mitad de la comida en la mesita de noche. Justo cuando pensaba en bajarme de la cama para salir a buscar a los demás estudiantes, escuché pasos alborotados detrás de la puerta. Instantes después se abrió de golpe y entró Kokichi con una enorme sonrisa que auguraba buenas noticias.
—Genial, estás despierta —se alegró, y cuando cerró la puerta, se apresuró a llegar al borde de la cama donde yo estaba sentada.
—¿Sabías que tengo un admirador secreto? —bromeé, señalando la bandeja de plata.
—¿En serio? —Kokichi me siguió el juego—. ¿Debería ponerme celoso de él?
—Puede. —Sonreí y lo miré a los ojos—. Es muy tierno, incluso me ha preparado el desayuno y me lo ha traído.
—Debe estar muy enamorado de ti —manifestó, sentándose en el borde de la cama sin romper la conexión de nuestras miradas.
—Tendré que buscarlo para decirle que mis sentimientos son correspondidos. —Ambos nos reímos—. A no ser que lo tenga delante.
Kokichi buscó mi mano bajo las sábanas y entrelazó sus dedos con los míos cuando la encontró. No era la primera vez que lo hacía, pero lo sentí como si lo fuera, porque apareció un hormigueo en mi estómago que me hizo pensar que alguien había montado una fiesta dentro de mi barriga, con fuegos artificiales incluidos.
—Tengo muy buenas noticias —anunció Kokichi, como si ya no pudiese aguantarse más—. No te lo vas a creer.
—¿Qué ha pasado? —pregunté, con curiosidad—. ¿A qué viene tanta felicidad?
Kokichi hizo una pausa, en la cual su sonrisa se amplió aún más, y finalmente contestó:
—Kaito se ha recuperado del veneno.
Al escucharlo, no pude evitar que su sonrisa se reflejara también en mi rostro. El antídoto había hecho su efecto. Kaito estaba bien y podría vivir para cumplir su promesa. Por un momento temí que el antídoto no funcionase porque el veneno de Kaito estaba muy avanzado, pero al parecer había surtido efecto, y eso me llenó de alegría porque por fin había tomado una decisión correcta.
—¿Sabes lo que significa eso? —dijo Kokichi, agarrándome por los hombros desbordante de felicidad—. ¡Qué tú también te puedes recuperar!
Mi sonrisa desapareció y me sacudió una inesperada sensación de desconsuelo que a Kokichi no le pasó inadvertida.
—¿Qué pasa? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Por qué pones esa cara?
Fue muy difícil para mí, pero forcé una sonrisa.
—¿Qué cara? Estoy contenta por Kaito, nada más.
—¿Es porque piensas que tú no te vas a recuperar? —inquirió, con seriedad—. Mira, si él ha conseguido superar el veneno, tú también lo harás. Solo tienes que quedarte en cama unos días y descansar.
—Sí, tienes razón —asentí, obligándome a poner buena cara—. Tengo que ser positiva.
Kokichi me miró a los ojos intentando descifrar mis pensamientos, y luego declaró:
—Te pasa algo, te lo noto.
—No me pasa nada, solo estoy un poco cansada —me excusé, intentado no mirarlo a los ojos.
—No me gusta que me mientas —sentenció, tirando con suavidad de mi barbilla para que mi rostro y el suyo quedasen enfrentados—. Dime qué ocurre.
—Te estoy diciendo la verdad —persistí, reprimiendo la tristeza que se empezaba a acumular en mis ojos—. Estoy bien, necesito descansar un poco, pero de resto estoy muy contenta de que el veneno no fuera lo suficientemente fuerte como para acabar con la vida de Kaito. Estoy segura de que yo también podré superarlo.
Él buscó signos de mentira en cada rincón de mi rostro, y supe que lo encontró cuando frunció el ceño.
—No me lo trago, (t/n) —replicó, y me miró a los ojos como si me estuviera atravesando con unos rayos X—. ¿Qué has hecho?
—No hecho nada. No sé de qué estás hablando.
—No me gusta que me ocultes cosas.
—¡No te estoy ocultando nada! —me defendí—. Estás paranoico.
—No estoy paranoico, sé distinguir cuando alguien me miente a la cara.
—¿Y en qué se supone que te estoy mintiendo?
Antes de que le diera tiempo a responderme, escuchamos toques en la puerta junto con varias voces que hablaban con mucha energía y exaltación.
Kokichi me miró una última vez antes de acercarse a la puerta, y me advirtió:
—Seguiremos con esta conversación más tarde.
—Si tuviera una madre, ahora mismo serías como ella.
Rodé mis ojos para dar una apariencia de indiferencia, pero por dentro estaba tragando saliva, porque sabía que Kokichi tarde o temprano descubriría lo que había hecho. No estaba preparada para uno de sus sermones, ya tenía bastante con el veneno que iba matándome poco a poco por dentro.
Kokichi no había ni terminado de abrir la puerta cuando Himiko se coló por debajo de su brazo y vino corriendo hasta la cama. Al llegar, se agarró a mi brazo como una garrapata, y gimoteó:
—¡Te vas a poner bien! ¡Kaito se ha recuperado, así que tú también lo harás!
Himiko no pudo contener sus lágrimas de felicidad y me apretó tanto el brazo que tuve la sensación de que me lo arrancaría. No paraba de hipar y sorber, haciendo que fuese todo un reto entenderla cuando hablaba.
—¡No... sabes... lo feliz... que estoy! —sollozaba la chica a pleno pulmón.
Pasé una mano por su cabello repetidas veces, acariciándola con suavidad para tranquilizarla.
—No hay manera de calmarla —dijo una voz familiar desde la puerta—. Ha estado todo la mañana llorando porque no se creía que me había recuperado.
Aparté la vista de Himiko, cuyos gimoteos habían cesado pero seguía agarrada a mi brazo, y clavé mis ojos en la persona que me sonreía desde el umbral de la puerta. El rostro de Kaito nunca había tenido tan buen aspecto y su cuerpo nunca se había visto tan vigoroso y saludable como ahora. Cuando se adentró en la habitación, se asomó detrás suya la cabeza de Shuichi, quien se veía igual de feliz que los demás.
—Tienes un aspecto increíble, Kaito —comenté, sorprendida de que el antídoto actuara tan rápido.
—¿Has visto? —se pavoneó él, enseñando sus bíceps imaginarios—. ¡Me siento como nuevo y lleno de energía! Podría hacer cien flexiones en menos de un minuto.
—Por ahora es mejor que no te esfuerces mucho —le aconsejó Shuichi, colocándose a su lado—. No sabemos si puedes tener otra recaída.
Cuando me quise dar cuenta, la puerta del dormitorio estaba cerrada y Kokichi había salido sin siquiera despedirse, dejándome a solas con Himiko, Kaito y Shuichi.
Mierda, tenía un mal presentimiento.
¿Y si Kokichi entraba en la habitación de Rantaro y veía el video? Se enteraría de que había tenido el antídoto en mis manos y de que había decidido dárselo a Kaito en lugar de quedármelo. Pero Kokichi respetaba mi privacidad, así que muy probablemente no lo haría. Aunque estábamos hablando de Kokichi, y él era muy imprevisible.
—¿Cómo te encuentras tú, (t/n)? —La voz de Kaito me devolvió a la realidad.
—He tenido días mejores —repuse, forzándome a sonreír, pues no podía parar de imaginarme a Kokichi en la habitación de Rantaro viendo el vídeo que este último me dejó.
Himiko me soltó el brazo, se frotó los ojos perezosamente y se sentó de un salto en el borde de la cama. Como la chica era de muy baja estatura, sus pies apenas rozaban el suelo, así que los balanceó en el aire.
—Pero estás mejorando, ¿verdad? —quiso saber ésta—. Kaito estaba peor que tú anoche, pero aun así se recuperó. Eso quiere decir que te recuperaras incluso más rápido que él.
Lo dudaba bastante, pero me callé y asentí con la cabeza.
—Aún no me explico como lo logró —manifestó Shuichi, con el ceño fruncido—. Es impresionante lo rápido que su sistema inmune combatió el veneno después de haberlo tenido en su cuerpo durante semanas —Su mirada se volvió inquisitiva—. Es como si fuera...
—¡Magia! —exclamó Himiko, agitando los brazos en el aire y botando sentada en la cama.
—No era exactamente lo que iba a decir —sonrió Shuichi—, pero sí, casi parece magia.
—Os dije que nada podía vencer a Kaito Momota —se jactó, dándose una palmada en el pecho—. Ni siquiera un veneno de pacotilla. Soy invencible.
Himiko, Shuichi y yo compusimos una sonrisa al ver a Kaito tan vigorizado.
—¿Y Keebo? —pregunté, con curiosidad.
—Quería venir a verte —aseguró Shuichi—, pero está muy ocupado ahora mismo.
—Está averiguando la manera de sacarnos de aquí, ¿sabes? —dijo Himiko, muy emocionada.
—Él y mini Miu están trabajando muy duro —apremió Shuichi—. No pararon en toda la noche, y Kokichi se ha ofrecido a ayudarlos en todo lo posible.
Quizá por eso se había ido tan rápido, y no para entrar a escondidas en la habitación de Rantaro.
—¿Kokichi ayudando a mini Miu? —Levanté las cejas, sorprendida.
—Sí, yo también tuve esa reacción —comentó Kaito—, pero parece que no se llevan tan mal.
—Aunque si vas a estar con ellos a solas en la misma habitación, lleva casco —me aconsejó Himiko.
—¿Casco? —inquirí.
—Suelen lanzarse el uno al otro lo que tengan a mano —aclaró Shuichi.
—Madre mía —me reí, imaginando sillas, tazas y herramientas volando de un lado a otro de la habitación.
—Keebo nos ha dado un mensaje para ti —anunció Himiko, con alegría—. Como no puede venir, te desea que te mejores, y mini Miu ha dicho... —Su rostro se empezó a poner rojo y agitó una mano delante suya—. No ha dicho nada.
—¿Qué ha dicho mini Miu? —pregunté, curiosa.
—No quieras saberlo —parloteó Kaito—. Cuando Kokichi la escuchó, la insultó y le lanzó una llave inglesa a la cabeza.
—Sí, y terminó dándole al pobre Keebo en un ojo —se lamentó Himiko.
—Creo que me he perdido muchas cosas mientras dormía —comenté, desconsolada—. ¿Qué dijo mini Miu para que Kokichi reaccionase de esa manera?
—Preguntó si tú y él... —Kaito titubeó antes de seguir—. Ya sabes. —Alzó las cejas y entrelazó sus dos manos muy despacio—. Eso.
—No lo pillo —Parpadeé.
—Digamos que te vio entrar anoche en su habitación... —añadió Kaito, algo incómodo—. Y has dormido en su cama. —Desvió la mirada, avergonzado—. Pues... ella quería saber si...
—¡Quería saber si habíais hecho ese proceso que se hace para crear bebes! —se escandalizó Himiko—. ¿Cómo es capaz de preguntar algo así?
—Muy propio de mini Miu. —Solté una risita.
—Yo le he dicho que tú eres muy joven para eso —dijo Himiko, haciendo un gesto negativo con la cabeza—. Yo sé que tú nunca harías algo así, (t/n).
Tuve que pellizcarme el muslo para no soltar una carcajada. Himiko era muy inocente y adorable al mismo tiempo.
—Cambiando de tema... —terció Shuichi, un tanto serio, acercándose al borde de la cama—. Necesito hablar contigo, (t/n).
No tenía por qué ponerme nerviosa, pero en cuanto escuché a Shuichi decir eso, mi corazón empezó a temblar. No había muchos temas sobre los que hablar y conocía a la perfección esa mirada suspicaz que mostraba siempre que algo no le cuadraba.
—¿Sobre qué? —pregunté, intentando esconder mi reciente ansiedad.
Shuichi se aclaró la garganta y les lanzó una mirada rápida a Himiko y a Kaito, quienes, a diferencia de mí, interpretaron perfectamente su significado.
—¿Tiene que ser ahora? —se quejó Himiko, haciendo pucheros.
—Queremos estar con ella —agregó Kaito—. ¿No puede ser más tarde?
—Después quiero ayudar a Keebo y a mini Miu —arguyó Shuichi, y adoptó una expresión de ruego—. Solo será un momento.
—Está bien —masculló Kaito—, pero no entiendo por qué no podemos estar presentes.
—Ya sabemos que te da vergüenza —rezongó Himiko, levantándose de la cama para ir hasta la puerta—. Pero no tienes derecho a echarnos de esta manera.
—Me estáis asustando. —Reí con nerviosismo.
—Tranquila, no es nada raro —dijo Shuichi, un tanto avergonzado.
—Estaremos fuera —indicó Kaito, el cual salió del dormitorio detrás de Himiko y cerró la puerta, dejándonos a Shuichi y a mí completamente solos.
Me quedé mirando el lugar por donde habían salido los dos chicos más tiempo del necesario porque estaba demasiado nerviosa como para mirar a Shuichi a los ojos. Sabía que, si me descubría, tendría que afrontar la realidad. De alguna manera, que nadie supiera que le había dado el antídoto a Kaito, lo hacía menos doloroso, pero si los demás se llegaran a enterar, no podría soportar la manera en la que me mirarían.
Cuando por fin decidí mirar a Shuichi, me di cuenta de que el chico no sabía cómo comenzar la conversación, ya que no paraba de moverse en el sitio y mirar en todas direcciones.
—¿Qué ocurre? —Me atreví a preguntar, tensando cada célula de mi cuerpo.
Él se sobresaltó un poco, y luego comenzó a divagar:
—Yo... Bueno... Ya sabes lo que pasó en este último juicio, cómo actué contigo, las mentiras que dije en tu contra, lo mal que te lo hice pasar...
Al darme cuenta de que la conversación no trataba del veneno ni del antídoto, solté un suspiro interno y mi pulso se relajó un poco.
—No quería enrollarme, pero lo he terminado haciendo —Rió con nerviosismo—. Solo quería disculparme por todo eso, por haber sospechado tanto de ti.
Shuichi apretó los labios y se obligó a si mismo a mirarme a los ojos, esperando con desazón una respuesta de mi parte.
—No es necesario que te disculpes —alegué, sin darle mucha importancia, todavía algo nerviosa por si sacaba el tema del antídoto—. Todos cometimos errores en este último juicio, fue muy... —Me vino a la cabeza la imagen de Rantaro sonriéndome— surrealista.
—Lo sé, pero quería disculparme personalmente contigo —insistió—. Me comporté fatal contigo, te hice sentir mal y seguí sospechando de ti incluso cuando habían pruebas que demostraban lo contrario. No actué como un verdadero detective, y lo debo.
—Si te ayuda a sentirte mejor, acepto tus disculpas —sonreí. Shuichi relajó los hombros y dejó escapar el aire retenido en sus pulmones, aliviado de que lo perdonara.
—Gracias —musitó, un poco avergonzado—. Me cegaron las ganas de encontrar un culpable y me olvidé de que eres mi amiga. Hice justo lo que mi tío me advertía que no debía hacer.
—Está bien, Shuichi —lo tranquilicé, y él se sentó en el borde de la cama, donde minutos antes se había sentado Himiko—. Sigues siendo un buen detective.
Él compuso una sonrisa sincera y alzó la mirada con aires soñadores.
—¿Recuerdas las primeras semanas en la academia? —comentó, con nostalgia—. Tú y yo trabamos una bonita amistad, y pensé que llegaría a ser tan fuerte como la que tengo con Kaito, pero de repente dejamos de hablar como lo solíamos hacer.
—Sí, yo también me di cuenta —afirmé, un tanto afligida—. Nos distanciamos bastante.
Él asintió con la cabeza y clavó la mirada en la mesita de noche. Di gracias a que había vuelto a arrugar la nota de Kokichi, así que no podía leerla desde allí.
—Me ayudaste mucho después de la muerte de Kaede, aunque no lo creas.
—No exageres —dije, dándole un pequeño toque en el hombro—. Fue Kaito quien realmente te ayudó.
—Sin embargo la frase que siempre recuerdo y que me ha hecho seguir adelante es una que me dijiste tú.
—¿En serio?
Él volvió a asentir.
—«Tienes que terminar lo que Kaede empezó» —parafraseó—. Eso fue lo que me dijiste, y cada vez que tenía un momento de bajón, recordaba esa frase y conseguía animarme a mi mismo, por muy absurdo que suene.
—No es absurdo —desmentí—. A veces son las pequeñas cosas las que nos ayudan a avanzar.
Shuichi sonrió, pero esa sonrisa no tardó en convertirse en una línea recta, y mis nervios se dispararon.
—Hay algo más —comentó, inquieto—. Les dije a Himiko y a Kaito que solo quería disculparme contigo, pero en realidad también quería hablar de otra cosa.
De repente sentí que se me cerraba el estómago y me costó mantenerme firme.
—Quería preguntarte, ¿por qué? —soltó, mirándome a los ojos, y nunca los había visto tan decididos.
—No te entiendo.
—¿Por qué lo hiciste? —sostuvo, sin apartar su mirada de mí.
—¿Hacer el qué? —pregunté, con bastante convicción, o al menos eso creía.
—Ya sabes de lo que estoy hablando, (t/n).
Tragué saliva, y volví a intentarlo:
—En serio, no sé de lo que me estás hablando.
—Del veneno de Kaito —sentenció.
Mierda.
—¿Qué pasa con el veneno de Kaito? —Los dientes me castañeteaban por los nervios, y eso a Shuichi no le pasó inadvertido—. Lo único que sé es que logró curarse, deberías estar feliz por él, ¿no?
—Se curó porque alguien le dio un antídoto —perseveró, con seriedad—. Y ese alguien fuiste tú, (t/n).
—Estás de broma, ¿no?
—Voy muy en serio.
—¿Cómo le iba a dar yo un antídoto si no queda ninguno? —me defendí—. Además, estás haciendo conjeturas erróneas, no tienes ninguna prueba de ello.
—No, pero sé sumar —aseguró.
Entonces supe que seguir negándolo era inútil.
—Ayer, cuando saliste de la habitación de Rantaro, te tocaste el bolsillo con nerviosismo, como si estuvieras ocultando algo —comenzó a explicar—. Luego te excusaste para ir al comedor y tiempo más tarde apareciste en el dormitorio de Kaito con un zumo de naranja, diciendo que era una especie de remedio casero. A la mañana siguiente Kaito estaba curado. Creo que no hace falta ser un genio para sumar todas las partes y deducir que Rantaro te dejó un antídoto y tú decidiste dárselo a Kaito.
Lo miré perpleja, parpadeando más rápido de lo normal.
—No sabes cómo odio que seas tan inteligente —resoplé, dejando caer mi espalda sobre la cabecera de la cama.
—Quizá Himiko se convenciera a si misma con que fue magia y Kaito con que su cuerpo es invencible —empezó a decir—, pero yo sabía que había algo más. Rantaro se preocupaba mucho por ti, así que era de esperar que te dejase un antídoto —Hizo una pausa y apretó los labios—. Lo que quiero saber es por qué.
—¿Por qué se lo di a Kaito? —murmuré, y él asintió muy despacio—. Porque era lo correcto. Se merecía vivir.
—Tú también —puntualizó—. Nadie sabía que tenías el antídoto, podías habértelo tomado y nadie se hubiera enterado.
—Pensé en hacerlo —admití—. Sobre todo después de escuchar a Rantaro decir que mi vida era más importante. Él quería que me lo bebiese yo, por eso insistió mucho en ello en el video que me dejó. Pero me habría sentido como una mierda si lo hubiera hecho.
—¿Y qué me dices de Kokichi? —espetó—. ¿No pensaste en él?
—¿Me estás echando un sermón? —me quejé—. Porque ya tengo suficiente con mi propia conciencia.
—No, lo siento, no quería sonar tan brusco —se disculpó, y suavizó su tono de voz—. Es que no logro entender por qué se lo diste a Kaito.
—No hay nada que entender. Lo único que hice fue tomar una decisión. Hiciera lo que hiciera, alguien saldría herido, y no podía cargar con la culpa de dejar morir a Kaito.
Shuichi me miró durante unos instantes sin decir una sola palabra, y me dio la sensación de que era capaz de entrar en mis pensamientos.
—Está bien, lo siento por ser tan pesado —dijo, levantándose de la cama—. Le diré a Himiko y a Kaito que entren.
Shuichi se encaminó hacia la puerta del dormitorio, pero se detuvo a medio camino cuando murmuré:
—Quizá ya me haya cansado de vivir.
El chico se volvió hacia mí con ambas cejas alzadas.
—¿Qué quieres decir? —inquirió, acercándose de nuevo al borde de la cama.
—Por mi culpa empezó este juego y por mi culpa ha muerto gente. —Por fin fui capaz de decir en voz alta lo que llevaba pensando desde el último juicio; y al hacerlo, mis ojos escocieron—. Tenko, Gonta, Kaede, Maki, Rantaro... —Mi voz se quebró—. Todos murieron por el juego, y ya oíste a Tsumugi, el juego empezó por mí. No podía dejar que Kaito también muriese por mi culpa.
¿Ya estás llorando otra vez, (t/n)? ¿No puedes estar ni cinco minutos sin montar un espectáculo?
Shuichi se metió una mano en el bolsillo, sacó un paquete de pañuelos y me ofreció uno de ellos.
—Toma. —Estiró el pañuelo hacia mí, y yo lo acepté entre sollozos—. Siempre llevaba un paquete encima por si Kaito los necesitaba.
—Gracias —gimoteé, y me sequé las lágrimas.
Cuando logré calmarme, Shuichi se volvió a sentar en el borde de la cama, esta vez más cerca de mí, y llevó una mano a mi hombro.
—Nada de esto es culpa tuya —aseguró, con una expresión compasiva—. No importa que el juego empezara por ti porque tú nunca lo pediste y no tenías ni idea de lo que estaba pasando. Nos ayudaste en todo lo que pudiste y nadie está enfadado contigo por lo que dijo Tsumugi en el juicio.
—Yo lo estoy conmigo misma —musité, jugando con el bordado de las sábanas—. Quizá lo mejor sea que desaparezca, ¿sabes?
—Eso no sería mejor para nadie. ¿No lo entiendes? Todos esperan que te recuperes, porque te quieren. Kokichi, Himiko, Kaito, Keebo, incluso mini Miu. Y, por supuesto, yo.
Apartó su mano de mi hombro después de darle un ligero apretón en señal de ánimos.
—Este último juicio ha sido una locura —añadió—, pero también nos ha unido a todos más que nunca.
—De todas formas no hay esperanzas para mí.
—No te puedes rendir —me alentó—. Tiene que haber alguna forma de curarte —Apretó los labios, y declaró—: Si la hay, la encontraré. Será mi manera de darte las gracias por haber salvado a Kaito.
—Shuichi, no tienes por qué...
—Y eso no es suficiente para agradecértelo —interrumpió—. Has hecho mucho por nosotros. Y darle el antídoto a Kaito... No muchos lo hubieran hecho en tu lugar.
Quise reprimir la repentina alegría que me había provocado su comentario, pero no pude hacerlo y se me escapó una pequeña sonrisa.
—Eres una buena persona y quiero recompensartelo de alguna manera —insistió.
—Si sigues halagándome me voy a poner roja —bromeé, para romper el ambiente melancólico.
Él sonrió y añadió:
—Quiero que sepas que si necesitas algo me lo puedes pedir. Haré lo que sea por ti.
—De verdad que no hace falta, Shuichi.
—Insisto.
—Está bien, te llamaré si necesito ayuda con algo.
—Gracias —dijo, con júbilo—. Y no te preocupes, no le diré a nadie lo del antídoto, ni siquera a Kokichi, así que puedes estar tranquila.
—Creo que ya lo sospecha —repliqué.
—¿Kokichi?
—Es increíblemente bueno captando mentiras —asentí—. Sabe que me pasa algo, así que no tardará en descubrirlo, si es que no lo ha hecho ya.
—Tienes razón. —Shuichi se llevó una mano a la barbilla—. Lo vi muy extraño cuando se enteró de que Kaito se había recuperado.
—Creo que ya sabe lo que hice, pero se lo está negando a si mismo —aduje.
Shuichi no dijo nada y clavó sus ojos en la bandeja de plata con los restos del desayuno que me había preparado Kokichi.
—Se está esforzando muchísimo para sacarte de aquí, ¿sabes? —dijo de repente.
—Lo sé —balbuceé.
—Se levantó muy temprano para ayudar a Keebo y a mini Miu.
—Pero, ¿qué están haciendo? —pregunté, con curiosidad.
—No lo sé. Cada vez que les pregunto algo, mini Miu me grita que me calle y que no la desconcentre. Llevan mentidos en el laboratorio de Keebo desde ayer.
—¿Y Monokuma? —inquirí—. ¿No les ha dicho nada?
—En cuanto a eso... —Shuichi desvió la mirada.
—¿Qué pasa?
—Encontramos a Monokuma muerto en el jardín.
—¿Muerto? —me extrañé—. Pero tiene la máquina esa... ¿Cómo se llama? ¿Madrekuma? Puede crear más, ¿no?
—No, Madrekuma se ha estropeado —aseguró.
—¿En serio?
—Después de la ejecución de Tsumugi no hemos vuelto a ver a Monokuma, y cuando entramos en su guarida vimos que Madrekuma estaba completamente destrozada. No sabemos qué ha pasado, pero ya no hay más robots como Monokuma.
—Entonces es verdad que se ha acabado el juego —concluí, con una mezcla de alegría y recelo.
—Sí, pero tenemos otro problema —soltó Shuichi, más para si mismo que para mí—, y es bastante gordo.
—¿Otro problema? —inquirí, y él abrió los ojos, como si se acabara de dar cuenta que lo había dicho en voz alta.
Shuichi miró en todas direcciones con nerviosismo, como si estuviera buscando algo que le ayudara a evadir mi pregunta. Justo cuando estaba a punto de insistir, se escuchó la voz de Kaito tras la puerta.
—¡Ey, chicos! Himiko y yo vamos a entrar porque estáis tardando mucho.
Acto seguido, se abrió la puerta y ambos chicos entraron en estampida al dormitorio. De reojo vi a Shuichi suspirar aliviado, como si la entrada de esos dos le hubiera librado de un horrible castigo.
Kaito se colocó bien la chaqueta y Himiko balanceó de un lado a otro el paquete de galletas que llevaba en la mano. Ambos se quedaron unos instantes mirándonos a Shuichi y a mí, y luego Himiko proclamó:
—No escuchábamos nada, así que pensamos que os había pasado algo.
Volví mi vista hacia Shuichi, que se había levantado de la cama y se dirigía hacia la puerta.
—Me tengo que ir, (t/n) —se despidió, con urgencia—. Keebo necesita mi ayuda. Te veré después, descansa todo lo que puedas.
—¡Espera! —exclamé—. ¿Qué es eso de que tenemos otro problema?
Pero el chico no me hizo ni el menor caso y salió lo más rápido que pudo de la habitación.
—¡Ey! —grité, antes de que la puerta se cerrara.
Fruncí el ceño, indignada por la evidente evasión que le había hecho Shuichi a mi pregunta, y clavé mis ojos en los otros dos chicos que se habían quedado dentro de la habitación.
—¿Vosotros sabéis a qué se refería Shuichi con que tenemos un problema nuevo? —les pregunté con brusquedad, como si fuera un juez a punto de firmar una sentencia.
Himiko y Kaito se encontraban uno al lado del otro, con los brazos pegados al cuerpo y la espalda recta. Aun así, la cabeza de la chica tan solo llegaba al codo de él. Ambos intercambiaron miradas nerviosas y luego recayeron en mí.
—¿Nos estás hablando a nosotros? —preguntó Kaito, señalándose a él y a Himiko.
—No, estoy hablando con la alfombra —ironicé, y luego puse mis ojos en blanco—. ¡Claro que estoy hablando con vosotros! ¿Ves a alguien más por aquí?
—Eres idiota —susurró Himiko, creyendo que no la oía—. Como sigas así se va a dar cuenta. Mira y aprende —Se aclaró la garganta, y anunció en voz alta—: ¿A qué te refieres, (t/n)? Nosotros no sabemos nada sobre un problema.
Entrecerré mis ojos antes de hablar:
—Vale, es obvio que lo sabéis. Decidme ya que está pasando o lo iré a decubrir yo misma.
Cuando hice el ademán de levantarme de la cama, Himiko pegó un grito tan fuerte que casi se le cae el paquete de galletas al suelo.
—¡No, no te puedes levantar de la cama!
—Necesitas descansar para recuperarte —añadió Kaito con nerviosismo.
—¡Pues decidme qué demonios está pasando! —exigí, cruzándome de brazos.
Ambos volvieron a lanzarse una mirada nerviosa.
—Díselo tú —le susurró Himiko a Kaito, disimuladamente.
—No, Kokichi me matará si lo hago —le contestó éste en voz baja, inclinándose hacia ella pero sin dejar de mirarme y sonreírme, como si no los estuviera escuchando alto y claro.
—Pues entonces invéntate una excusa, rápido. —Himiko le dio un golpe con el codo a Kaito.
—No se me ocurre nada —dijo éste, entrando en pánico.
—Nos está mirando —le advirtió Himiko, aterrada.
—Sois conscientes de que os he estado escuchando todo el tiempo, ¿verdad? —Alcé una ceja y adopté una posición autoritaria.
Himiko dio una sacudida de terror (que por poco hace que se le caiga el paquete de las manos) y Kaito se limpió el sudor de la frente.
—Chicos, o me contáis ya qué está pasando o salgo de está habitación —advertí, echando las sabanas a un lado.
Inmediatamente, Himiko corrió hacia el lado izquierdo de la cama y Kaito hacia el derecho (el más cercano a mí), haciendo una barrera para evitar que me levantara de la cama.
—Vale, me estáis asustando —dije, mirándolos a ambos.
—Tienes que descansar, (t/n) —repitió Kaito, con una voz que asemejé bastante al payaso de It.
—Exacto, tienes que quedarte aquí —añadió Himiko, apoyando las manos en la cama.
—¿Eso es lo que os ha dicho Kokichi? —intuí, y ambos se miraron, aterrados—. ¿Que me retengáis? ¿Que no me digáis nada de lo que está pasando?
—Tsk, qué va —desmintió Kaito, con nerviosismo—. ¿Yo obedeciendo las órdenes de Kokichi porque me ha amenazado con cortarme el pelo mientras duermo? Nunca en la vida.
—¡Eso! —exclamó Himiko, escondiendo el paquete de galletas detrás de ella—. Nunca le haríamos caso a alguien como él, ni siquiera ofreciéndome galletas recién hechas a cambio.
Fruncí el ceño y lo señalé a ambos.
—¡Os habéis vendido! —les reproché.
—¡Para nada! —exclamó Kaito, forzando una sonrisa.
—Solo queremos ayudarte, (t/n) —proclamó Himiko.
—Quiero salir del dormitorio, ahora —exigí, haciéndole un gesto a Kaito para que se apartara del borde de la cama—. No me podéis detener, yo puedo hacer lo que me plazca.
—Pero no debes esforzarte mucho —sostuvo Himiko—. Queremos que te cures.
—¡Solo voy a caminar! —mascullé—. No voy a hacer una carrera de cien metros lisos.
—Te recomendamos que... —Kaito no pudo terminar de hablar porque me bajé por el pie de la cama y salí disparada hacia la puerta.
—¡(t/n), espera! —exclamó Himiko.
Ambos chicos corrieron hacia mí para detenerme, pero fue demasiado tarde, porque yo ya había abierto la puerta, y lo que vi me dejó sin palabras.
A muchos kilómetros por encima de mí, en medio del cielo despejado, había una pequeña maraña de nubes de color ámbar unidas unas con otras, formando una masa esférica parecida a una segunda luna, pero que soltaba chispas como si hubiera una fuerte tormenta atrapada en su interior. Alrededor de ésta se desplegaba una estela de color negra dispuesta a engullir cualquier cosa que se acercase a ella.
El cúmulo de nubes ambarinas solo estaba localizado en un punto específico del cielo y era bastante pequeño en comparación a éste, pero daba la sensación de que se haría más grande con el paso del tiempo.
—¿Qué demonios es eso? —pregunté, petrificada, sin apartar mi mirada de esa maraña de nubes tormentosas.
—Eso es lo que hemos llamado: La Tempestad —contestó Kaito, tragando saliva—. Funciona de forma similar a un agujero negro. Se traga todo lo que tiene a su alrededor para seguir expandiéndose por el cielo.
—Keebo calculó que dentro de tres días La Tempestad logrará ocupar todo el cielo —añadió Himiko, asustada.
—¿Y qué pasará cuando eso ocurra? —Di un respingo cuando La Tempestad, esa maraña de nubes anaranjadas, expulsó chispazos de su interior.
—No lo sabemos con exactitud —dijo Kaito—, pero suponemos que nada bueno.
—Keebo y mini Miu creen que destruirá toda la academia cuando eso ocurra —explicó Himiko—, que la engullirá como lo está haciendo con el resto del cielo.
—Entonces si no encontramos una salida... —Tragué saliva.
—La Tempestad nos matará a todos —completó Kaito.
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Quiero llorar porque cada vez quedan menos capítulos para terminar la historia. Se alargó más de lo que esperaba, pues calculo que quedan unos cinco o seis capítulos :(
Aunque si os soy sincera estoy muy emocionada con los nuevos proyectos en los que estoy trabajando, uno saldrá antes que otro, pero los dos me encantan. Espero poder anunciar cositas de ellos más adelante.
Nos leemos la próxima semana (espero que lunes, y si no jueves). Un abrazo muy fuerte a todos <3
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