Capítulo 91
2º parte del capítulo especial.
(2/2)
El capítulo es muy largo así que os aconsejo traeros algo para picar y beber o lo podéis fraccionar en varios días, como queráis. También agradecería que le dierais a la estrellita y comentéis, adoro leeros. Ahora sí, disfrutad <3.
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-Rantaro-
Poco tiempo después de terminar de grabar el video que le dejaría a (t/n) tras mi muerte, se fueron Shuichi, Keebo, Kaito y Himiko de la habitación contigua, por lo que pude salir sin ser visto. Esta vez subí por el ascensor que me llevaría directamente a mi habitación, para así dejar la tableta encima del escritorio, y el antídoto y el anillo en la gaveta. Confiaba en que, después del juicio, (t/n) decidiera investigar mi dormitorio.
Me apresuré a reunirme con (t/n) en nuestro punto de encuentro porque el pequeño contratiempo en el sótano me había hecho tardar más de lo esperado. Cuando llegué, ella ya estaba allí, golpeando el suelo con la punta del pie y mirando en todas direcciones con la cubitera de hielo en las manos.
Al verme, soltó un suspiro de alivio y corrió hasta mí.
—¿Dónde estabas? —preguntó, muy rápido—. Pensaba que te había ocurrido algo, has tardado mucho más que yo, y eso que tuve que vaciar todo el congelador.
—Lo siento —me disculpé, e inventé una excusa—: No encontraba la bolsa con la máscara, me volví loco buscándola.
—¡Qué me vas a contar! —comentó ella—. No tienes ni idea de cuantos calamares congelados he tenido que apartar para llegar hasta el hielo...
Vi que detrás de (t/n), a lo lejos, venían Shuichi y Kaito caminando hacia nosotros. Le hizo un gesto rápido a ésta con la cabeza para alertarla de la presencia de los dos chicos, y ella se dio la vuelta con nerviosismo.
(t/n) aún llevaba la cubitera en las manos, y al darse cuenta, la metió lo más rápido que pudo dentro de la bolsa, donde yo llevaba la máscara de gas, con tan mala suerte que me arañó el brazo con la afilada punta, pero me aguanté el dolor y tapé la herida con la manga de mi camisa.
Kaito fue el primero en hablar cuando ambos chicos llegaron a nuestro lado.
—(t/n), Rantaro, no os vais a creer lo que hemos descubiert... ¡Auch! Shuichi, ¿qué haces?
Shuichi le había dado un pequeño codazo a Kaito para que éste se mantuviera en silencio. Supuse que el detective no quería compartir sus nuevos descubrimientos con nosotros. Aunque era mejor así, pues no podíamos entretenernos más.
—¿Qué habéis descubierto? —preguntó (t/n), con curiosidad.
—Nada muy importante, ¿qué hacéis? —inquirió Shuichi, con ese tono de desconfianza.
El chico intentó acercarse para ver lo que había dentro de la bolsa, pero yo fui más rápido y la aparté de él.
—Nada en particular, solo pasábamos un rato juntos —repuse, en un tono convincente.
—Por curiosidad, ¿qué lleváis en la bolsa? —preguntó Shuichi, sin quitarle los ojos de encima.
—Comida —contesté con normalidad—. (t/n) y yo queríamos pasar una tarde hablando en su habitación mientras picábamos algo.
—Qué casualidad, nosotros también vamos a la zona de habitaciones —indicó Kaito—. Podemos ir juntos.
(t/n) y yo intercambiaron miradas.
—Resulta que se nos olvidó coger la bebida, así que tendremos que pasar de nuevo por el comedor —se excusó (t/n)—. Podéis ir sin nosotros, no queremos retrasaros.
Ambos cruzamos el pasillo con gran agilidad para evitar el repertorio de preguntas de Shuichi, pero antes de que llegásemos a doblar la esquina para perderlos de vista, Shuichi volvió a llamarnos, y no nos quedó más remedio que girarnos hacia él.
—¿Habéis visto a Tsumugi y a Kokichi? —preguntó, alzando la voz.
Vi que (t/n) dio un pequeño respingo al escuchar su pregunta, así que decidí ser yo quien contestase a ella.
—No, lo siento, no los hemos visto.
Dicho esto, seguimos nuestro camino sin darles tiempo a replica.
—Eso ha estado cerca —suspiró (t/n), cuando comenzamos a subir las escaleras para regresar a la cuarta planta—. ¿Crees que sospechan algo?
—No sé Kaito, pero Shuichi no parecía muy convencido con nuestra excusa —expresé, cambiando la bolsa de mano—. No creo que se imagine lo que estamos a punto de hacer, no obstante, nos tendrá en el punto de mira.
—En realidad no importa que nos tenga en el punto de mira porque pronto acabará esta pesadilla —adujo (t/n), aunque no muy convencida—. Porque si ella desaparece, el juego termina. Todo esto lo hacemos por el bien de nuestras vidas.
—No pareces muy segura de ello —observé.
—Tengo mucho miedo, Rantaro —admitió, y se llevó una temblorosa mano al rostro—. Tengo miedo de que algo salga mal.
—Nos las hemos ingeniado para tramar cada detalle del plan con meticulosidad —argumenté, intentado transmitirle confianza—. Es muy poco probable que algo salga mal.
—Lo sé, pero tengo la sensación de que Tsumugi tiene un as bajo la manga —replicó (t/n), en voz baja—. Estaba demasiado tranquila cuando Kokichi amenazó con torturarla, como si supiera que nos tiene ventaja. No sé, parece todo... demasiado fácil.
—Actúa así para que pensemos que ella tiene el control de la situación, pero no lo tiene —aseveré—. No tiene ni idea de lo que va a pasar, te lo aseguro.
Tsumugi ni se imaginaba que yo tenía un plan aparte del suyo y del de Kokichi y (t/n). Nadie se lo imaginaba, y esa era mi mayor ventaja.
—¿Desde cuándo eres tan positivo? —se sorprendió (t/n).
—Desde que me enseñaste a serlo —respondí, dejando escapar una sonrisa.
Cuando ella me sonrió de vuelta, sentí un hormigueo en mi pecho. Creo que me quedé mirándola demasiado tiempo porque casi tropiezo con un escalón mientras continuábamos subiendo las escaleras.
—¿Y si Tsumugi consigue sobrevivir y muere otro inocente? —preguntó, al cabo de un rato—. ¿Y si se enfada y los mata a todos? A Himiko, Shuichi, Keebo, Kaito... Y todo sería por mi culpa.
—Estás asumiendo esa carga tú sola cuando no debería ser así —desmentí—. Somos tres personas implicadas en el plan, así que si falla, todos seremos igual de culpables.
—También tengo miedo de matar a Tsumugi —admitió—. Nunca he asesinado a nadie, y no sé si seré capaz de hacerlo. ¿Y si Tsumugi no muere? O peor, ¿y si muere pero continua el juego?
Me detuve en el último escalón del cuarto piso, mientras que ella siguió avanzando hasta que se dio cuenta de que yo no la seguía.
—¿Qué ocurre? —preguntó, volviéndose a mí.
Por un momento sentí el impulso de contarle la verdad, de admitir mi verdadero talento y todo el daño que había causado. Sin embargo, no quedó ningún resto de ese impulso cuando miré sus dulces ojos puestos en mí. No quería que la forma en la que me miraban cambiara cuando le contase la verdad.
—No quiero que te preocupes más por el plan —comenté, con seriedad—. Te doy mi palabra de que Tsumugi va a desaparecer y de que el juego se hundirá con ella.
—No tienes por qué darme tu palabra —replicó—. No está en tus manos lo que pueda hacer Tsumugi para desbaratar nuestros planes.
—Aun así, quiero que sepas que pase lo que pase yo siempre voy a estar de tu parte, ¿entendido?
Ella me miró en silencio durante unos segundos y luego se formó una sonrisa de felicidad en su rostro.
—Me alegra saber que siempre estarás ahí para mí —declaró, y la palabra «siempre» hizo tambalear mi sonrisa—. Teneros a Kokichi y a ti de mi parte es lo que me ha dado las fuerzas para continuar con el plan.
(t/n) y yo nos separamos un breve instante, cada uno con un destino y un objetivo distinto. Mientras que ella se dirigió al laboratorio de Shuichi para coger el gas venenoso que utilizaríamos contra Tsumugi, que en realidad era un gas inocuo por el cambio de etiquetas que había hecho Kaito, yo fui a la sala de máquinas a comprobar que la cámara frigorífica funcionaba perfectamente, lugar que usaríamos para esconder el cuerpo de la chica.
Al menos eso es lo que afirmé haber hecho, porque en realidad aproveché ese tiempo para intercambiar los cables de los botones de la sala de control. Con unos alicates que había traído antes, cambié el cable del botón que abre la puerta por el que activa la trituradora, de ese modo completaba la segunda parte mi plan. Un plan aislado del original. Además, también corté el cable del botón de emergencias para evitar que Tsumugi parase la trituradora cuando llegase el momento.
—¿Todo bien en la sala de máquinas? —preguntó (t/n) cuando volvimos a reunirnos enfrente de la puerta, todavía cerrada, de su laboratorio.
—Está todo preparado —asentí.
(t/n) ni se imaginaba lo que había hecho, y mucho menos Tsumugi que, como estaba siendo torturada por Kokichi, no pudo enterarse del intercambio de botones.
—Yo tengo el gas tóxico —aseguró, mostrándome una pequeña botella transparente cerrada—. Será mejor que me dejes meterla en la bolsa antes de que se me caiga.
Abrí la bolsa, donde estaban la máscara de gas y la cubitera de hielo, y ella colocó con cuidado la botella dentro.
—¿Cómo era la secuencia para tocar en la puert...? —empezó a preguntar (t/n), pero se calló cuando vio mi afligida expresión—. ¿Estás bien?
Me embriagó un sentimiento de tristeza en el que sabía que no volvería a verla nunca más. Lo había estado reteniendo durante semanas, pero ahora que se acercaba el momento decisivo no podía evitar sentir una terrible opresión en el pecho.
—¿Rantaro?
La miré a los ojos y la petición se escapó de mis labios.
—¿Puedo darte un abrazo?
A (t/n) le sorprendió mi pregunta, pero no puso mala cara, al contrario, aceptó mi petición con una preciosa sonrisa en el rostro, haciendo que la opresión en mi pecho se apaciguara.
—Claro, creo que yo también lo necesito —declaró.
Acto seguido, dejé la bolsa a un lado de la puerta de su laboratorio y llevé mis manos a su espalda para acercarla a mí. Cuando su cabeza se acomodó en mi pecho, ella envolvió sus brazos en mi cintura. Su cercanía hizo que mi corazón se alterara; sus manos acariciando mi espalda, su agradable aroma y su pequeño cuerpo en mis brazos me hicieron pensar en abandonar mi plan, pero me había prometido a mi mismo que le pondría fin al juego.
Yo era el único capaz de destruir a Tsumugi, y para ello tenía que sacrificar mi vida. Lo que significaba que no podía seguir viendo su sonrisa, escuchar su voz o abrazarla como lo estaba haciendo ahora.
Ante ese pensamiento, la apreté un poco más pero sin llegar a hacerle daño.
—Sabes que si necesitas hablar de algo, estoy aquí para escucharte, ¿verdad? —me recordó, al ver que no me encontraba bien.
—Lo sé —susurré—, pero me basta con esto.
Cuando nos separamos, ella me observó con preocupación. Nuestros cuerpos todavía estaban cerca el uno del otro, una cercanía que nunca me había atrevido a romper por miedo al rechazo. Sabía que mis sentimientos por ella no eran correspondidos, y aun así decidí arriesgarme.
Me incliné hacia ella para romper la distancia que nos separaba. (t/n) no se movió. Sus brillantes ojos me atraparon y me llevaron a un punto de no retorno. El abrazo había estado bien, pero de repente eso no era suficiente, quería más. Era peligroso acercarme tanto, no solo porque podía incomodarla, sino porque luego sería más doloroso dejarla ir, pero no pude reprimir las ganas que habían florecido en mi interior.
Era como si de esa semilla que había ido creciendo dentro de mí y que (t/n) había alimentado con su presencia, ahora brotaran ramas imposibles de podar.
—¿Rantaro? —Su tono de voz denotaba confusión, pero en ningún momento distinguí miedo, incomodidad o aprensión.
Mi rostro se encontraba a escasos centímetros del suyo, pero no me atreví a acercarme más porque hacerlo significaba traspasar la línea imaginaria que habíamos trazado entre la amistad y la atracción.
Sin embargo, mis dedos no quisieron escuchar a mi parte racional, que exigía que parase, y se dejaron llevar por el momento. La yema de mi dedo pulgar fue a parar a su barbilla al mismo tiempo que mis ojos bajaron hasta sus labios. (t/n), que seguía sin mover un músculo, observaba cada uno de mis movimientos como intentado descifrar lo que iba a ocurrir a continuación.
Sabía que tenía que parar, pero mi dedo pulgar, que parecía inmune a las órdenes de mi cerebro, subió hasta alcanzar su labio inferior. El suave roce envió señales eléctricas por todo mi cuerpo, y luchar contra el deseo de acercarme más se volvió una agonía. Ella entreabrió la boca y sentí su cálido aliento acariciar la yema de mi dedo.
Entonces volví a mirar sus ojos y supe que tenía que parar. Me dolió no ver reflejado en su pupila el mismo deseo que yo sentía al mirarla a ella. Pese a que (t/n) no se había apartado, sabía que solo me veía como a un amigo y que besarla sería una terrible decisión, por muchas ganas que tuviera.
Pero antes de que me diera tiempo a apartarme, escuché que la puerta delante de nosotros se abría de par en par. Por la rapidez con la que se abrió, deduje que la persona tras ella estaba muy impaciente. Sentí una pequeña sacudida de terror al saber que Kokichi acababa de encontrarnos con nuestros rostros casi pegados y mi dedo pulgar acariciando los labios de ella.
Tan rápido como pude aparté mis manos y me alejé. Vi que (t/n) había dado un respingo por la inesperada llegada de Kokichi y lo miraba con una expresión de terror, que me hizo sentir muy culpable del compromiso en el que la había metido. El arrepentimiento me golpeó antes de lo previsto.
Kokichi ni siquiera había fruncido el ceño, sino que se encontraba inmóvil, con el semblante impasible, en el umbral de la puerta mientras intercambiaba miradas conmigo y con (t/n).
Me sentí en la obligación de cargar con toda la culpa.
—He sido yo quien se ha acercado a ella —aseveré, rompiendo el espeso silencio—. (t/n) en ningún momento...
—Llegáis tarde —me cortó Kokichi, mirando un punto fijo que había entremedio de (t/n) y de mí.
Su tono de voz no mostraba enfado, rabia ni furia, es más, no mostraba ninguna emoción en particular. Su rostro era igual de inexpresivo que su voz, y eso pareció alarmar a (t/n) porque todo su cuerpo se sacudió y habló con voz trémula.
—Kokichi, no es lo que piensas —se apresuró a decir, tan rápido que apenas pude entenderla.
Kokichi apartó la vista del punto fijo detrás de nosotros para lanzarle una fugaz mirada a (t/n) que apenas duró un parpadeo.
—Ha sido todo mi culpa —expliqué, intentando arreglar la situación—. Fui yo el que tuvo la iniciativa en todo momento, y lo siento de verás, no quiero causar problemas entre vosotros. (t/n) no supo cómo reaccionar, pero ella no quería...
—No recuerdo haberos pedido una explicación—intervino él con frialdad, y sacó la llave que estaba puesta en la cerradura del laboratorio.
—Escúchame, por favor —le pidió (t/n), pero cuando intentó acercarse a él, éste le tiró el collar con la llave a las manos.
—Ahí tenéis —soltó con brusquedad—. Veo que os lo estáis pasando muy bien, así que no tengáis prisa, entrad cuando hayáis terminado de enrollaros.
Nada más terminar de decir aquellas palabras, cerró la puerta con tanta fuerza que el sonido retumbó en las paredes del pasillo, y fue apagándose hasta dejar paso a un silencio ensordecedor.
⭑
-(t/n)-
Me quedé paralizada mirando el panel grisáceo de la puerta donde segundos antes se encontraba Kokichi. Todo había ocurrido muy rápido y no me había dado tiempo a procesarlo. Cuando Rantaro se acercó a mí, no supe cómo reaccionar. Por un momento pensé habérmelo imaginado todo, pero la llegada de Kokichi, que hizo saltar mi corazón, y no de una buena manera, me confirmó que era real.
Sentí que alguien me arañó las tripas al recordar el rostro de Kokichi cuando nos vio de aquella manera. Vi el dolor reflejado en sus ojos apenas una milésima de segundo porque rápidamente se tornaron inexpresivos. Sus últimas palabras y la manera en la que me tiró las llaves, como si ya no le importase nada, hizo que me olvidara completamente del plan, porque mi cabeza solo tenía espacio para pensar en él y en cómo arreglar la situación.
—Lo siento —musitó Rantaro, cogiendo la bolsa del suelo, que contenía la cubitera de hielo, el veneno y la máscara de gas.
No fui capaz de mirarlo porque mi cabeza seguía teniendo un debate mental. Por un lado estaba en shock al comprender que Rantaro había estado a punto de besarme y que yo no había sido capaz de apartarme. Por otro lado estaba angustiada porque no quería perder a Kokichi y no sabía cómo explicarle que solo lo quería a él.
—Me dejé llevar, no tenía que haber hecho eso —añadió Rantaro, al ver que yo permanecía en silencio.
—No, está bien, fui yo la que debió apartarse —conseguí balbucear, todavía con la mirada perdida en la puerta.
—Puedo hablar con él y explicarle lo que ha pasado —se ofreció, y lo noté muy arrepentido—. Le diré que todo ha sido culpa mía, no quiero entrometerme entre vosotros.
—No hace falta —murmuré, bajando la mirada—. Yo hablaré con él.
Notaba los ojos de Rantaro clavados en mí, pero yo era incapaz de mirarlo a él.
No comprendía por qué había querido besarme, y que yo le gustase no entraba dentro de las posibilidades. Ya había sido un milagro que Kokichi se fijara en mí, era imposible que Rantaro también sintiese lo mismo. La manera en la miró mis labios me decía lo contrario, pero yo seguía negándolo, alguien como Rantaro jamás se fijaría en mí, así que lo atribuí a que estaba muy asustado y necesitaba consuelo.
Sí, tenía que ser eso.
—Lo siento de verás, (t/n) —dijo él, muy compungido.
Yo no supe qué contestar, así que le tendí la llave para que la cogiese y abriera él la puerta, pues el temblor de mis manos me impedía hacerlo yo misma.
Antes de que Rantaro introdujera la llave en la cerradura, decidí romper la incomodidad entre nosotros.
—A pesar de lo que ha pasado, sigo estando disponible si necesitas desahogarte o hablar con alguien —aseguré, obligándome a mi misma a mirarlo a los ojos.
Su mandíbula dejó de estar tensa en cuanto solté esas palabras, como si se sintiese aliviado de que nuestra amistad no se hubiese arruinado.
Cuando entramos en mi laboratorio y cerramos la puerta tras nosotros, vi a Tsumugi en el centro de la habitación sentada en la silla, atada de pies y manos y con cinta americana en la boca, la cual no impidió que sus ojos me sonrieran con maldad al verme entrar. Kokichi, por su parte, estaba apoyado en la pared con los brazos cruzados y la mirada clavada en un punto del suelo.
Pese a que no aparté mi vista de él ni un segundo, éste evitó cualquier contacto visual conmigo, haciendo que el retorcido remolino que estaba sacudiendo mis tripas se hiciera más grande.
Durante unos instantes reinó el silencio entre nosotros, lo único que se podía escuchar eran los intentos de Tsumugi por hablar, que acababan en balbuceos ininteligibles por culpa de la cinta pegada a su boca.
—Acabemos con esto de una vez —pronunció Kokichi de mala gana, dirigiéndose al lugar donde estaba Tsumugi.
Rantaro abrió la bolsa y cogí la cubitera de hielo. Mis manos se enfriaron por el contacto, así que me apresuré a dejar los cubitos de hielo dentro del balde. Al hacerlo, salpiqué agua sin querer, y algunas gotas fueron a parar a la ropa de Kokichi, quien estaba a pocos pasos de mí asegurándose de que Tsumugi permanecía sentada en la silla. El chico intercambió una mirada rápida conmigo y luego me dio la espalda.
Rantaro apareció a mi lado con la botella de gas venenoso en las manos.
—Imagino que no ha dicho nada —dijo éste, refiriéndose a Tsumugi.
—No, no ha dicho nada —respondió Kokichi, con sequedad—. Dame el veneno.
Rantaro le pasó la botella a Kokichi al mismo tiempo que yo terminaba de poner todo el hielo dentro del balde.
Kokichi observó la etiqueta con detenimiento y, después de hacer una mueca, lo colocó enfrente de Tsumugi.
—Saluda a Satanás de mi parte —se burló Kokichi.
Quise reírme, pero deseché la idea de hacerlo cuando vi su fría expresión.
Kokichi dejó el veneno dentro del balde y con la ayuda de Rantaro obligó a Tsumugi a ser la última que tocase la botella. Así, en el caso de que el juego continuase, ella sería su propia asesina.
Cuando la volvieron a dejar en la silla, la ataron por la cintura para que no se pudiera mover de allí. Kokichi canalizó toda su ira en el tirón que le dio a Tsumugi para quitarle la cinta de la boca.
—Qué delicado —comentó Tsumugi, irónicamente.
—Es mi especialidad —repuso Kokichi, apático.
Tsumugi pasó su mirada por cada uno de nosotros antes de preguntar:
—¿A qué vienen esas caras? ¿No deberíais estar felices porque por fin os libráis de mí? —Tsumugi se fijó en que Rantaro y yo desviamos la mirada, mientras que Kokichi frunció el ceño—. Oh, ya sé lo que pasa aquí. Tenía razón, ¿verdad, Kokichi?
—Ya está todo hecho —sentenció Kokichi, ignorándola por completo—. Solo hay que esperar a que la botella estalle por el hielo.
—Cuando abriste la puerta escuché que alguien se estaba enrollando con alguien —continuó Tsumugi, con la intención de fastidiar—. Oh, no, espera, eras tú quien los estabas incitando a enrollarse.
Kokichi arrugó con el puño la cinta que le había quitado momentos antes a Tsumugi y la metió de mala gana en su bolsillo. Acto seguido, fue hasta la puerta y salió dando un portazo.
—¿He dicho algo que no debía? —preguntó Tsumugi, forzando un tono ingenuo.
—¿No tienes miedo? —le pregunté, mientras Rantaro y yo caminábamos hacia la salida, él con la bolsa que contenía la máscara de gas en la mano.
—¿Miedo de qué? —dijo ella.
—De la muerte —contesté, mirándola a los ojos.
—Oh, querida —se burló—. Cuando no estás viva, no le temes a la muerte.
Fruncí el ceño, sin comprender del todo sus palabras, y salí del laboratorio junto a Rantaro, quien cerró la puerta con mi llave y luego la metió en su bolsillo.
Kokichi nos esperaba en el pasillo, apoyado en la pared contraria a la de mi laboratorio, pero ni siquiera nos miró cuando salimos porque toda su atención la acaparaba un punto cualquiera en la pared.
Los tres juntos teníamos que esperar a que el veneno hiciera efecto y matase a Tsumugi. El silencio que se formó fue casi doloroso, al menos así lo sintió mi pecho. El ambiente estaba demasiado tenso, daba la sensación de que en cualquier momento alguien se pondría a gritar, y Rantaro pareció verlo de la misma manera que yo, porque rápidamente se excusó:
—Voy a comprobar que nadie haya tocado los exisals que dejamos en la entrada.
—Vale —murmuré, y lo vi desparecer por la penumbra del pasillo.
Volví mi vista hacia Kokichi, el cual seguía concentrado en aquel punto en la pared, y decidí caminar hasta él muy despacio. Cada paso que daba lo hacía con cautela. Kokichi quitó los ojos de la pared para lanzarme una mirada fugaz. Al ver lo lento que me acercaba a él, no pudo evitar formar una sonrisa en su rostro, aunque intentó reprimirla por todos los medios.
—No muerdo, ¿sabes? —soltó con una mezcla de jocosidad y enfado.
—Tu expresión transmite lo contrario. —Quise bromear, pero al ver que él no se reía, enserié mi expresión—. Lo siento.
Kokichi volvió a centrar toda su atención en la pared, que al parecer era mucho más entretenida que yo.
—Lo siento mucho —suspiré.
—¿Por qué te disculpas? —preguntó con brusquedad, sin mirarme.
—Ya sabes por qué —musité, apoyándome a su lado—. Por lo de antes.
—¿Qué más da? —soltó—. Ni siquiera somos nada.
Nunca pensé que un «nada» podía hacer tanto daño.
—¿Eso crees? —murmuré—. ¿Que no somos nada?
—Nunca hablamos de exclusividad, ¿verdad? —dijo, esta vez mirándome a los ojos—. Podemos estar con quien queramos porque no somos nada.
Se esforzaba por mantenerse impasible, pero a veces brillaba el dolor en su pupila.
—¿Has estado con alguien mientras...?
—No —me cortó, y volvió a mirar a la pared.
—Yo tampoco —aseguré.
Kokichi soltó un bufido que me dio a entender que no se creía mis palabras.
—No he estado con Rantaro —desmentí—. Lo que pasó antes ha sido lo más cerca que él y yo hemos estado. Me quedé congelada y no supe cómo reaccionar, y lo siento porque tuve que haberlo apartado, pero no tienes que preocuparte por nada porque a mí no me gusta él y a él no le gusto yo.
—Ya, claro, solo tocó tus labios por diversión.
—Estaba asustado por el plan, así que buscó apoyo en mí.
—¿Es en serio? —bufo, mirándome a los ojos—. ¿No te has dado cuenta de que está enamorado de ti desde hace tiempo?
—Rantaro nunca se...
—¿Enamoraría de ti? —completo él, enfadado—. Pues claro que lo ha hecho. La pregunta es quién no lo haría.
Agrandé mis ojos porque Kokichi acababa de decir en voz alta algo que mi autoestima se negaba a aceptar.
—Quizá él sí está a tu altura —dijo de repente.
—¿Qué? ¿Quién te ha dicho...? Ah, Tsumugi. ¿En serio vas a dejarte llevar por sus palabras?
—No lo sé, estoy muy enfadado.
—Tsumugi no tiene ni idea de lo que tenemos —comenté, endulzando mi tono de voz—. No sé que te habrá dicho, pero no tiene razón, yo te elegí y te elijo a ti.
—Tiene razón acerca de algo —terció, esta vez con tristeza—. No tenemos un futuro, porque cuando salgas de aquí te olvidarás de mí, y entonces no existirá un «nosotros».
Me quedé en silencio cavilando sobre sus palabra, y éste volvió a desviar su mirada de la mía.
—No voy a olvidarme de ti —repliqué.
—No importa, porque no podremos volvernos a ver jamás —sentenció, volviéndose hacia mí—. ¿No lo entiendes? Tú eres real y yo...
—Y tú también lo eres.
—Sabes que no lo soy.
—Pero te tengo delante, te puedo ver y te puedo tocar —me empeciné—. Si yo he podido entrar en la ficción, ¿por qué no podrías hacerlo tú en la realidad?
—Porque es imposible.
—También lo es que yo esté aquí —declaré, y me acerqué más a él—. ¿Cuál es la línea entre la ficción y la realidad? Porque ahora mismo para mí tú eres real y nadie puede decirme lo contrario.
—No lo sé, (t/n)...
Poco a poco acerqué mi mano a la suya hasta que éstas se rozaron. Como él no se apartó, decidí dar un paso más y acariciar con la yema de mis dedos el dorso de su mano.
—Eres capaz de sentir dolor, amor, ira, felicidad... —empecé a decir—. Si eres capaz de sentir todo eso, ¿cómo no vas a ser real?
Él hizo una mueca, pero dejó que yo continuase dibujando círculos en el dorso de su mano.
—¿Sabes lo que yo creo? —dije, componiendo una sonrisa que captó su atención—. Que no existe una ficción o una realidad como tal, sino dos mundos diferentes que son vistos desde varias perspectivas, la de los que viven en él y la de los que lo ven desde fuera.
Kokichi me escuchaba con mucha atención y parecía que el enfado había quedado en el pasado, por eso di otro paso más allá y dejé de acariciar el dorso de su mano para entrelazar sus dedos con los míos.
—Cuando entré aquí por primera vez, mi perspectiva era muy diferente. Lo veía todo desde el punto de vista imaginario. Pero después de pasar una eternidad con vosotros me he dado cuenta de que la realidad que conocemos como tal no existe. Será real lo que tú quieras que lo sea.
—Tenías que haberme avisado de que tenías todo un discurso preparado para mí —bromeó, sonriendo con timidez.
Me reí antes de añadir:
—Incluso si todo esto no es más que el producto de algo imaginario... ¡Qué le den! Para mí es real y para ti también, y eso es lo único que realmente importa.
La decisión en mi tono de voz provocó una sonrisa en su rostro, pero de repente bajó la mirada.
—¿Si las circunstancias fuesen distintas, me hubieses elegido a mí? —preguntó, con la voz ahogada—. Si no hubiese existido todo este juego de matanza, tú...
—¿Me hubiera quedado locamente prendida de ti? —sonreí—. Por supuesto. El contexto no importa, me hubieras conseguido enamorar en cualquier otro lugar.
Mis palabras parecieron animarlo bastante porque le dio un ligero apretón a mi mano que estaba entrelazada con la suya.
—¿Es muy egoísta de mi parte pedirte que no regreses con tu familia? —preguntó, con timidez—. ¿Que te quedes conmigo?
—Haré todo lo posible para que estemos juntos.
Acorté la distancia entre nosotros y presioné mis labios contra los suyos. Fue un beso corto, apenas duró unos segundos, pero cerramos los ojos y nos dejamos llevar por el suave roce que hacía saltar chispas de deseo. Cuando nos separamos, ambos estábamos sonriendo, y Kokichi aprovechó para apartar un mechón de mi pelo que le impedía ver mis ojos en su totalidad.
—¿Lo prometes? —me preguntó, con esa suave voz.
—Lo prometo.
Kokichi se fijó en algo que había detrás de mí y escuché pasos que se acercaban. Solté un suspiro de alivio al ver que era Rantaro, quien, ajeno a lo que Kokichi y yo habíamos hablado, todavía estaba arrepentido por lo ocurrido.
—A estas alturas ya tuvo que haber estallado la botella —indicó cuando llegó a nuestro lado—. Me pondré la máscara de gas y entraré a comprobarlo.
—Está bien, veo que has cogido el saco también —observé, viendo que lo llevaba en las manos junto a la bolsa donde guardaba la máscara de gas.
—Sí, me ha dado tiempo de ir a buscarlo mientras tanto —contestó éste, algo incómodo.
Cuando miré a Kokichi, me di cuenta de que éste fulminaba a Rantaro con la mirada, así que le di un pequeño codazo para que no fuera tan duro con él. A lo que Kokichi dejó escapar un gruñido y relajó un poco su expresión, pero no sin antes hacerle ver a Rantaro que mi mano y la de él estaban unidas.
—Sabes que no tienes por qué marcar tu territorio, ¿verdad? —le susurré, cuando Rantaro hubo entrado en mi laboratorio.
—Nunca está de más —comentó, orgulloso—. Además, dijiste que me elegiste a mí, eso quiere decir que tenemos exclusividad, ¿no?
—Sí, pero tampoco quiero hacerle daño a Rantaro —repliqué.
—Está bien, intentaré no fardar mucho de tener una chica tan perfecta a mi lado.
Dejé escapar unas risitas, lo atraje hasta mí con la mano que teníamos entrelazada, mientras que con la otra acaricié su mejilla, y volví a besarlo esta vez con más ansias.
⭑
-Rantaro-
—Quítame ya estas cuerdas, que me están matando —se quejó Tsumugi cuando cerré la puerta del laboratorio—. Y quítate esa máscara, por lo que más quieras, pareces Karl Ruprecht Kroenen.
Me quité la máscara con desgana y me acerqué a ella para desatarle las cuerdas de las manos y pies.
—¿Qué te pasa? —preguntó Tsumugi, entrecerrando sus ojos—. Estás raro.
—Estoy cansado —mentí, y me agaché para desatar la cuerda enrollada en sus tobillos.
—Lo que hiciste con (t/n) ahora fue pura actuación, ¿verdad? —quiso corroborar ella—. Lo hiciste para distraer a Kokichi.
—En efecto, de esa manera hay muchas más probabilidades de que no comprueben que estás muerta —contesté, volviendo a mentir, y terminé de quitarle todas las cuerdas.
—¡Qué compinche tan inteligente tengo! —exclamó, sonriente—. Por un momento pensé que realmente te gustaba (t/n), pero debe haber sido mi imaginación.
Tsumugi no había sonado muy convencida con mi respuesta, pero me costaba poner buena cara después de lo sucedido, y me era aún más difícil sabiendo que me quedaba menos de una hora de vida.
—Espero que te ciñas al plan, Rantaro —me advirtió ella, frotándose las muñecas, cuyas marcas causadas por la cuerda fueron desapareciendo hasta dejar una piel libre de heridas—. Esto de la inmortalidad es un lujo, qué pena que Monokuma no te lo haya puesto a ti también.
—No confía en mí —repliqué.
—Bueno, yo sí —admitió, mirándome a los ojos—, así que espero que no me decepciones.
Lo siento mucho, Tsumugi, pero no me queda otra opción que decepcionarte.
Tsumugi se metió dentro del enorme saco marrón y yo salí del laboratorio con él a rastras. Por la manera en la que (t/n) y Kokichi se miraban, supe que habían arreglado el malentendido. Una parte de mi se alegró por ellos, pero la otra se rompió en pedazos.
—¿Listo? —preguntó (t/n), más animada.
Asentí y fuimos hasta el lugar donde habíamos dejado los exisal para entrar con ellos a la sala de máquinas. Tal y como Tusmugi y yo habíamos especulado, ni (t/n) ni Kokichi se molestaron en comprobar que Tsumugi estaba muerta, porque estaban más ocupados en ir caminando de la mano.
Pude sentir sobre mí la mirada triunfal de Kokichi que me restregaba que yo nunca podría ir de la mano con ella. En mi interior, las ramas que habían crecido de la semilla donde guardaba mis sentimientos por ella se fueron marchitando una por una.
Una vez dentro de los exisals y en la sala de máquinas, (t/n) se encargó de abrir la cámara frigorífica, yo de introducir el saco con el cuerpo de Tsumugi, la cual no movió ni un músculo, y Kokichi cerró puerta y la selló con un potente material que nos aseguraba que nadie la volvería a abrir.
⭑
-(t/n)-
Los tres llegamos al jardín de la academia dentro de nuestros respectivos exisals, después de haber escondido el cuerpo sin vida de Tsumugi en el interior de la cámara frigorífica y haber sellado la puerta. Nuestro plan estaba hecho y eso significaba que el juego había terminado, ya solo teníamos que preocuparnos en buscar una manera de salir de la academia. No era un trabajo fácil, pero al menos habíamos detenido las muertes.
—¿Necesitas ayuda? —me ofreció Rantaro, al ver que yo aún no había bajado de mi exisal—. Si tienes miedo puedes saltar que yo te atraparé.
La verdad era que no me daba miedo la altura que había desde la cabina del exisal hasta el suelo cubierto de césped. Lo que realmente me causaba el terror más absoluto era que la falda (la maldita falda) se me levantase al bajar.
—Yo también puedo ayudarte si lo necesitas —se apresuró a decir Kokichi, y se posicionó al lado de Rantaro.
Como ambos se encontraban al pie de mi exisal, era muy probable que, si no me andaba con cuidado, vieran la ropa interior bajo mi falda (Kokichi por segunda vez).
Fantástico, esto no podía ser peor.
—No es nada personal, Kokichi —empezó a decir Rantaro con serenidad—, pero creo que es mejor que la atrape yo si se tira.
—¿Estás insinuando que yo no tengo la suficiente fuerza para hacerlo? —gruñó éste, encarándolo (de puntillas).
Corrijo: sí que podía ser peor.
—Chicos, no necesito ayuda —dije, cruzando las piernas para evitar que vieran mi ropa interior—. Podéis adelantaros sin mí.
—Salta, (t/n) —bufó Kokichi, sin siquiera mirarme, pues sus ojos estaban clavados con furia en los de Rantaro—. Estoy perfectamente capacitado para atraparte en el aire.
—Esto no es una competición —le advirtió Rantaro—, se trata de la seguridad de (t/n).
—Chicos... —Intenté captar la atención de ambos para decirles que lo que quería era que se fueran adelantando, y así yo podría bajar sin problemas, pero no me estaban escuchando.
—Estoy pensando en la seguridad de (t/n) —se defendió Kokichi—. Tú eres el que está aprovechando el momento para tenerla en tus brazos.
—Deberías dejar los celos a un lado en situaciones como esta —le reprendió Rantaro—. Solo quiero ayudar.
—¿Ayudar? —masculló Kokichi—. ¿También querías ayudar cuando estuviste a punto de besarla?
—Puedo bajar sola —grité; pero la libélula que volaba próxima a mí me hizo más caso que ellos.
—Quizá deberías preguntarte por qué ella no se apartó cuando lo intenté —soltó Rantaro sin pensar, y al segundo se arrepintió—: Lo siento, no tenía que haber dicho eso.
—¿Estás insinuando que ella quería que la besaras? —bufó Kokichi, rojo de la ira—. No confundas la realidad con tus sueños.
Fruncí el ceño, harta de su estúpida pelea, y decidí bajar por mi cuenta sin separar mucho las piernas para que no se me viese nada. Ellos estaban tan enfrascados en su discusión que ni siquiera se dieron cuenta de que yo había empezado a descender por la cintura del exisal.
—Sé que me ves como tu enemigo, Kokichi, pero estamos en el mismo bando. —Escuché que decía Rantaro—. Los dos queremos mantener a (t/n) a salvo.
—¿Crees que soy estúpido? —dijo Kokichi, con tono irritado—. Quieres algo más que mantener a (t/n) a salvo.
Me deslicé por la cintura del exisal a pies juntillas, y la libélula, que parecía prestarme más atención que cualquiera de los otros dos chicos, me siguió de cerca. Entonces me di cuenta de lo grande que era, con alas alargadas y cuerpo de color verde muy feo. Deseé que respetara la distancia entre ella y yo porque, a diferencia de Gonta, no era gran fan de los insectos.
—No importa lo que yo quiera —sentenció Rantaro, poniéndose serio—, porque (t/n) es la que terminará eligiendo con cual de nosotros se queda.
—Yo creo que ya ha elegido —saltó Kokichi—. ¿O es que no viste que...?
Las palabras de Kokichi quedaron interrumpidas por mi estridente grito. ¿La causa? Cuando intenté llegar a la cadera del exisal, la libélula decidió posarse en mi brazo, cosa que mis escrúpulos no pudieron permitir. Era pasable que volara a mi alrededor, pero que tocara mi piel con sus asquerosas patas era el terror en su mayor esplendor.
Al intentar quitármela de encima sacudiendo el brazo, resbalé con el pie y mis manos soltaron el único agarre que evitaba que mi cuerpo precipitara contra la hierba. Al final había conseguido que la libélula siguiera su camino en otra parte, pero con la consecuencia de caer de espaldas desde una altura de metro y medio contra un suelo que solo estaba amortiguado por la maleza que crecía libremente.
Como los dos chicos habían estado muy ocupados encarándose el uno al otro, no tuvieron tiempo de reaccionar antes de que mi espalda impactase contra el suelo.
Lo peor de todo no fue el terrible dolor que sacudió mi columna vertebral, la cual por suerte no sufrió graves daños, sino la posición en la que había quedado mi falda tras la caída, completamente levantada hacia mi cintura de modo que cualquiera podía disfrutar de una vista de primera calidad de mi ropa interior.
¿Yo qué te he hecho, Universo?
Por muy rápido que me incorporase y bajara mi falda para tapar mi ropa interior, el daño ya estaba hecho. Delante de mí y con cara de haber visto un platillo volante, se encontraban Rantaro y Kokichi, éste último intentando taparle los ojos al otro con una mano, pero, como estaba más concentrado en mirarme a mí, no se dio cuenta de que solo llegó a cubrir su barbilla.
Me levanté de un salto mientras sentía el rubor esparcirse por todo mi cuerpo. Sacudí mi falda, ya en su sitio, por más tiempo del necesario, pues me permitía disimular la vergüenza de mis cachetes.
Nada de eso hubiera pasado si esos dos imbéciles no se hubieran puesto a discutir.
Entonces me percaté de que mi caída había tenido un punto positivo: su pelea había cesado. Pero con el precio de llevarse mi dignidad.
Como ninguno de ellos fue capaz de abrir la boca, lo hice yo, con un tono que pretendía conservar el poco orgullo que me quedaba.
—Ni una sola palabra de esto a nadie, ¿entendido? —Alterné mi mirada entre ambos hasta que asintieron con esa embobada expresión que los había dejado mudos.
La suave brisa, que se abría paso entre los árboles y mecía las hojas perezosamente, no fue suficiente para enfriar el ardor de mi cuerpo. De hecho, tenía la sensación de que cualquiera que se acercase a mí terminaría derritiéndose.
—Te hubiera atrapado en el aire si cierta persona no me hubiese distraído —murmuró Kokichi, disimuladamente.
—Te recuerdo que no fui yo quien empezó a discutir —replicó Rantaro, intentando forzar un tono sereno.
Antes de que a Kokichi le diera tiempo a contraatacar, grité:
—¡Basta! —Fruncí el ceño y los señalé a ambos—. Os estáis comportando como dos niños.
Ambos chicos se lanzaron una mirada despreciativa antes de clavar sus avergonzados ojos en un saltamontes que pasaba por ahí en ese momento.
—No me habría caído si me hubieseis escuchado —recriminé con firmeza—. Podía bajar del exisal por mi cuenta. Lo único que quería era que os apartarais para evitar que... —Mis cachetes volvieron a picar—. No importa.
Me di la vuelta y me encaminé hacia el interior de la academia sin esperar a ninguno de los dos chicos, lo cuales me siguieron de cerca sin decir una sola palabra más.
Al cabo de diez minutos, ya todos nos habíamos olvidado de mi pequeño accidente (excepto mi inseguridad, que se seguía riendo de mí). Como el plan estaba hecho, ya solo nos quedaba buscar una salida de ese lugar. Con todo lo que había pasado casi no tuve tiempo de sentirme culpable por haber acabado con la vida de Tsumugi, y ahora tampoco lo tenía porque debíamos ponernos manos a la obra.
—Vamos a tu dormitorio —le indiqué a Kokichi, una vez llegamos al pasillo de las habitaciones—. Rantaro, tú trae los planos. Con ellos podemos visualizar mejor toda la academia.
—Espera —intervino Kokichi, mirándome a los ojos—. Quiero hablar contigo un momento.
Asentí con la cabeza y le hice un gesto con la mano para que empezase a hablar.
—A solas —añadió, mirando a Rantaro de reojo—. En mi habitación.
Solté un suspiro y me volví hacia Rantaro.
—No tardaremos, lo prometo —lo tranquilicé.
—De acuerdo, estaré en mi habitación mientras tanto —dijo éste, y me pareció ver durante una milésima de segundo la melancolía en sus ojos, pero se esfumó en cuanto les dieron los rayos del sol—. Adiós, (t/n).
Mi respuesta a su despedida quiso ser una sonrisa, pero algo me impidió componerla. El tono de voz que utilizó para dirigirse a mí había sido tan triste como el piar de las crías de pájaro que lloran la pérdida de su madre.
—Nos vemos ahora —me despedí, viendo cómo se alejaba hasta meterse en su dormitorio.
Poco después sabría que esa fue la última vez que lo vi con vida.
⭑
-Rantaro-
Salí de mi habitación cuando escuché que (t/n) y Kokichi entraban en la de éste último. No pensaba llevar a cabo mi plan tan rápido, quería esperar un poco más, pero Kokichi me había dado el momento perfecto para hacerlo. Mientras que ellos estaban hablando en su habitación, yo fui de nuevo hasta los exisals y desactivé uno por mi cuenta. Tiempo atrás Tsumugi me había explicado una manera de hacerlo sin los martillos.
La razón por la que no utilicé uno de los que ya habíamos desactivado fue dejar pruebas de la existencia de un traidor. Mi plan no iba a funcionar si Shuichi, Keebo o cualquier otro no se planteaba la posibilidad de que hubiera un traidor entre nosotros.
Apenas tardé cinco minutos en llegar a la sala de máquinas subido en el exisal, con la suerte de que no me encontré con nadie por el camino. Antes de continuar con el plan que habíamos urdido Tsumugi y yo, que consistía en sacarla de la cámara frigorífica y crear un asesinato falso a partir del cuerpo de un cerdo, fui hasta el cuadro de luz para terminar los detalles del mío propio, ese del que nadie era consciente.
Hice uso de la misma sustancia con la que sellamos la puerta de la cámara frigorífica para pegar la tapa del cuadro de luz y que así Tsumugi no pudiese abrirlo para parar la trituradora cuando ésta se pusiera en marcha.
—Ya podías haber hecho más grande el agujero —protestó Tsumugi, saliendo a gatas de la cámara frigorífica cuando terminé de romper la pared de ésta con una de las funciones del exisal.
Tiré de la palanca de control para hacer retroceder el exisal, y entonces me mentalicé con lo que vendría a continuación.
—Desecharé mi idea de vivir en un iglú —alegó Tsumugi, sacando de su bolsillo unas gafas de repuesto, pues las otras se habían quedado en el balde—. He descubierto que no soy fan del frío.
Tsumugi se dio la vuelta y frunció el ceño al ver que yo seguía dentro del exisal.
—¿Qué haces ahí dentro todavía? —dijo, dando unas palmaditas en el aire—. Venga, que tenemos mucho trabajo que hacer. Quiero que entres en la cámara y saques uno de los cerdos que están colgando de los ganchos. Lo trituraremos y lo haremos pasar por mi asesinato. Nunca había fingido mi muerte antes, ¡y estoy eufórica!
Puse mis dedos alrededor de la palanca de control del exisal pero sin accionarla. Sabía que cuando lo hiciera, ya no habría vuelta atrás.
—(t/n) ya puede ir despidiéndose de Kokichi —carcajeó Tsumugi—. Lo inculparemos de mi muerte y nos lo quitaremos de en medio. Suena excitante, ¿verdad?
Tsumugi esperó pacientemente a que me bajase del exisal, pero al ver que no lo hacía comenzó a alterarse.
—¿Rantaro? —Su voz sonaba irritada—. Sal ya, no tenemos todo el día. En cualquier momento pueden subir...
Entonces lo hice, accioné la palanca. No podía atrasarlo más, así que moví el brazo del exisal hasta Tsumugi e hice que los dedos metálicos de éste se enrollasen en su cintura, asegurándome de no apretar demasiado.
—¿Qué? —A Tsumugi se le cayeron las gafas cuando intentó luchar contra el agarre del exisal—. ¿Qué narices estás haciendo?
Me dolía traicionar a Tsumugi tanto como saber que no volvería a ver a los demás, pero no podía tirar la toalla ahora. Levanté el brazo del exisal, elevándola en el aire, y la llevé hasta la sala de control, que estaba en el centro de la sala de máquinas. Ella pataleaba y gritaba mi nombre pidiendo explicaciones mientras yo conducía el exisal. Abrí la puerta de la sala de control con el botón de fuera y la dejé con suavidad en el interior.
Con esa misma rapidez me bajé del exisal, dejándolo al pie de las escaleras que llevan a la sala de control, y entré en el interior de ésta, donde encontré a una Tsumugi dolorida tirada en el suelo. La puerta se cerró automáticamente cuando me adentré en la sala.
Tsumugi me miró con la incertidumbre brillando en su pupila. Era de esperar que estuviera confundida, y me iba a doler mucho traicionarla.
—¿De qué va esto? —preguntó con brusquedad, mientras se levantaba del suelo.
—Lo siento. —Tensé la mandíbula, y lo solté—: Pero no puedo seguir trabajando contigo, no quiero continuar con nuestro plan.
⭑
-(t/n)-
—¿Qué pasa? —le pregunté a Kokichi cuando ambos entramos en su dormitorio.
—Siento lo de antes. —Su tono de voz era sincero.
—Eso me lo podías haber dicho fuera —espeté, y enarqué una ceja—. Quiero que me digas qué ocurre de verdad.
—Es que... he estado pensando.
—Eso es nuevo —le pinché, y él hundió sus nudillos en mi estómago en señal de reproche.
—Solo yo tengo el derecho de meterme contigo —protestó—. Si lo haces tú conmigo, no es divertido.
—No es divertido, es divertidísimo —le corregí, y ambos sonreímos—. Ahora en serio, ¿qué ocurre?
—No me puedo creer que le hayamos puesto fin al juego —empezó a decir—, y pronto encontraremos la manera de salir de aquí.
—Continúa —le incité.
—Pues he pensado que quizá debamos aprovechar al máximo el tiempo que nos queda juntos —musitó, desviando la mirada.
—¿Aún piensas que nos vamos a separar?
—Las cosas nunca suelen salir como yo quiero.
—Esto puede ser diferente.
—¿Y si no lo es? —Kokichi me miró a los ojos, se acercó a mí muy despacio y entrelazó su mano con la mía—. ¿Y si nunca más voy a poder cogerte de la mano?
—Eso no lo sabemos —dije, bajando la mirada a nuestras manos unidas.
—La posibilidad está ahí —recalcó, y dejó reposar su otra mano en mi mejilla con mucha delicadeza—. Lo que quiero decir es que quiero aprovechar cada segundo que nos queda juntos, y no tenemos por qué apresurarnos en buscar una salida.
Hice una mueca antes de hablar:
—¿Sugieres que nos quedemos para siempre atrapados en la academia?
—No estoy diciendo eso. —Acarició la piel de mi mejilla con la yema de su dedo pulgar—. Lo que digo es que quiero estar contigo, poder hablarte, consolarte, acariciarte, abrazarte, besarte... Y podría seguir.
No sabía si eran cosas mías, pero empezó a hacer mucho calor dentro de la habitación.
—Nunca pensé que podía querer tanto a alguien hasta que llegaste tú —admitió, causando un cosquilleo en mi estómago—. Y me molesta, porque si te pierdo me voy a volver loco.
—No me vas a perder —susurré, porque su cercanía me había dejado aturdida y mi voz era incapaz de salir de mi garganta.
—Ya sabes que...
—Y si te pierdo haré lo que sea para encontrarte de nuevo —me apresuré a decir, provocando que el abriera los ojos.
—Me encanta eso de ti —dijo, acercando su rostro al mío—. Nunca puedo intuir lo que vas a hacer o decir, y eso me gusta porque te hace menos aburrida que el resto.
—¿Solo menos aburrida? —pregunté, con ojos de cachorro.
—Vale, mucho menos aburrida —se rio, y luego hizo una mueca—. No me mires así, sabes que no me puedo resistir a ti si me miras con esos ojos.
—Quizá por eso lo hago —le pinché.
—Ah, ¿sí? —Kokichi se acercó para darme un beso cerca de la comisura de mis labios, con la intención de provocarme—. Entonces tendrás que atenerte a las consecuencias.
Me soltó la mano para llevarla a mi otra mejilla, la cual ardía bajo su tacto. Sus ojos pasaron de los míos a mis labios, y al darse cuenta de que yo también estaba mirando los suyos, lo interpretó como un permiso para dar un paso más allá. Antes de cerrar mis párpados, vi su sonrisa a poca distancia de mi boca, y deseé con ansias sentirlo más cerca.
Como si hubiese leído mi mente, Kokichi atrapó mis labios al mismo tiempo que pasaba sus dedos desde mi mejilla hasta mi cabello para presionarme más contra él. Concentré toda mi atención en el delicado contacto de su boca con la mía y conduje mis manos con suavidad a su cuello. Dejé que Kokichi liderase el beso, al principio tímido, probando con cuidado mis labios, como si estuviera pidiendo permiso para poder profundizar más, y al final, cuando nuestras bocas se entreabrieron y se entrelazaron, él deslizó su lengua con suavidad hasta que hizo contacto con la mía. Las ansias y el deseo se apoderaron de nosotros en ese mismo momento.
⭑
-Rantaro-
—¿Perdona? —Tsumugi soltó una carcajada—. Muy gracioso, casi haces que me lo crea.
Ambos estábamos de pie delante de la mesa donde se encontraban los botones y las palancas para controlar las máquinas. Tsumugi estaba más alejada de la puerta y para llegar hasta ella tenía que rodearme a mí, pero yo no tenía intenciones de dejarla ir todavía.
—Que se acabó —repetí, sin vacilar—. Estoy harto de engañarlos a todos y de hacerles daño.
Tsumugi se dio cuenta de que agarraba el collar con la llave de (t/n) dentro de mi puño cerrado y frunció los labios.
—¿A todos o a (t/n)? —masculló, señalando mi puño.
De alguna manera, tener su collar en mi mano, un objeto que siempre llevaba con ella, me tranquilizaba y me ayudaba a aceptar mi destino con más facilidad, porque era como si ella estuviera ahí, dándome la mano, diciéndome que todo iba a salir bien.
—A todos —sentencié, mirándola a los ojos, los cuales estaban llenos de furia—. Ellos confiaron en mí, y yo les traicioné. No puedo seguir jugando el papel de chico bueno que clava estacas por la espalda cuando nadie está mirando. Yo no soy así.
—¡Eres el traidor definitivo! —bramó, poniéndose histérica—. Tu único maldito trabajo es traicionarlos, es tu deber.
—Tu deber también era mantenerla a salvo, pero le inyectaste el veneno —la encaré, sin moverme de mi sitio—. Se te ha olvidado nuestro objetivo, y así el juego ya no tiene sentido.
—Eres débil y cobarde —gruñó Tsumugi, y sentí el resentimiento emerger de ella—. ¡Renuncias a todo porque te has enamorado de ella!
—Sí, me enamoré de ella —admití, apretando el puño que encerraba el collar—, pero no lo hago solo por eso. Lo hago por todos.
—¿Por todos? —se burló Tsumugi, dando un paso hacia mí—. Vamos, Rantaro. Puedes quitarte a Kokichi de encima —dijo con voz melosa para intentar convencerme—. Si tanto te gusta (t/n), sigue con el plan, y eliminarás un obstáculo en tu camino.
Me mantuve firme en mi posición y la miré directamente a los ojos.
—Creo que no entiendes lo que es querer a una persona —declaré.
—¿Qué? —Tsumugi frunció el ceño.
—Querer a alguien no es obligarla a estar contigo —dije, con la imagen de (t/n) en mi cabeza—, es querer verla feliz, y si esa felicidad la obtiene en otro lado con otra persona, yo no soy nadie para quitársela.
—¿Desde cuándo hablas así? —Tsumugi dio un paso atrás, como si no me reconociera—. ¡Lo ves! Enamorarte no trae nada bueno, estás diciendo puras estupideces.
—Lo siento, Tsumugi —musité, bajando la mirada.
—¿Sientes comportarte como un tarado? —bufó ella.
—No, siento que tú nunca pudieras tener a alguien a quien querer.
Tsumugi se quedó congelada, como si le hubieran tirado tres cubos de agua fría, y por un momento sentí que iba a recular, que iba a unirse a mí para acabar con el juego, pero eso solo fue mi imaginación tratando de buscar otra salida que no implicase sacrificar mi vida.
—Yo no quiero querer a nadie, ¡métetelo en la cabeza! —rezongó, apretando los dientes—. Amar solo te lleva a cometer desiciones estúpidas, ¡como la que estás haciendo tú ahora!
—Sin embargo tú también has cometido un grave error.
—¿Yo?
—Has confiado en mí.
Tsumugi frunció tanto los labios que pensé que se acercaría a mí para pegarme una cachetada, y probablemente me la merecía.
—¿Sabes qué? —bramó, enfadada—. ¡Que te den! —Acto seguido, se acercó a mí, me empujó a un lado y caminó hasta la mesa de control—. Si tú no quieres continuar con el plan, ¡perfecto, haz lo que te dé la gana!, pero yo voy a terminar lo que hemos empezado.
Entonces, todo ocurrió a cámara lenta. Mientras Tsumugi me daba la espalda y buscaba en la mesa de control el botón que tenía apretar para abrir la puerta, yo me colocaba justo encima de la trampilla por la que ya había caído semanas atrás cuando Himiko activó la trituradora sin querer. No fui consciente del terrible destino que me esperaba hasta que Tsumugi encontró el botón que antes abría la puerta de la sala de control y ahora, gracias al intercambio que había hecho, activaba la máquina que acabaría con mi vida.
Sentí el suelo temblar bajo mis pies cuando presionó el botón, y un segundo más tarde la trampilla se abrió y me deslicé por el interior del tubo que me llevó directamente hasta las afiladas púas de la máquina, las cuales aún no estaba en funcionamiento. Escuché a Tsumugi gritar mi nombre en un tono aterrorizado y luego retumbó en mis oídos el temporizador de la trituradora, que contaba los segundos que me quedaban con vida.
-Narrador omnisciente-
«La trituración comenzará dentro de diez segundos»
Esa frase martilló las mentes de Tsumugi, quien se había quedado paralizada mirando el lugar donde segundos antes estaba Rantaro y donde ahora solo quedaba una trampilla entreabierta, y de Rantaro, quien había sido tragado por la máquina dueña de aquel mensaje de advertencia.
«Si desea detener la operación, haga uso del botón de emergencia y sus pertenencias le serán retornadas»
Tsumugi consiguió reaccionar al escuchar ese último mensaje y recorrió con la mirada toda la mesa de control, buscando con desesperación el botón de emergencia que libraría a su aliado de la muerte. Mientras lo buscaba, dedujo que Rantaro había modificado el botón a sabiendas de que ella lo iba a apretar para salir de la sala de control, de modo que ella misma se convertiría en la culpable de su asesinato y el juego terminaría.
Al mismo tiempo que escuchaba a la máquina hablar («Si no desea cancelar la operación, por cuestiones de seguridad, manténgase alejado de la trampilla») pensó en lo estúpido que era Rantaro por haber hecho algo así y le dio más razones para rechazar la idea de amar a alguien.
Tsumugi sintió una sarta de alivio cuando encontró el redondeado y amarillento botón de emergencia. Lo apretó justo cuando comenzó el temporizador de los diez segundos. La chica pensó que había conseguido detener la máquina, pero entonces escuchó una voz robótica que decía «nueve segundos» y sintió una fuerte sacudida de terror.
Volvió a apretar el botón de emergencia, esta vez con más fuerza, pero el contador no se detuvo («ocho segundos»). Tsumugi sintió otra sacudida de terror. Ni siquiera durante la tortura de Kokichi había experimentado la sensación de ahogo que estaba sintiendo ahora. Perdió la noción del tiempo golpeando inútilmente el botón de emergencias, que acabó por deformarse y perder parte de la pintura amarilla que lo cubría.
Mientras tanto, Rantaro, que casi no podía moverse dentro del tubo, que conectaba con las púas desactivadas de la trituradora, apretó con fuerza el collar dentro de su puño y se lo llevó al pecho al mismo tiempo que cerraba los ojos. Dejó de oír los terroríficos lamentos de Tsumugi y se concentró en los buenos momentos que había vivido en aquella academia. En la mayoría de esos recuerdos aparecía (t/n), y eso le dolía tanto como le tranquilizaba.
Encima de la trituradora, en la sala de control, todavía estaba Tsumugi golpeando sin descanso el botón, como si se hubiera vuelto una acción automática que no podía parar.
«Cinco segundos»
Cuando escuchó la voz robótica, Tsumugi supo que seguir apretando el botón no detendría la máquina. Decidió golpearlos todos con ambas manos para intentar abrir la puerta y salir fuera de la sala de control. Como no tenía sus gafas, veía las letras debajo de los botones muy borrosas, pero no tenía tiempo de leerlos de cerca detenidamente. Por suerte, dio con el botón que abrió la puerta, que resultó ser el que activaba anteriormente la trituradora, por lo que dedujo que Rantaro los había intercambiado.
La chica salió como una bala de la sala de control con el objetivo de llegar al cuadro de luz y desactivar la electricidad en toda la sala. Estaba segura de que eso funcionaría, así que los nervios se le atenuaron un poco. Sin embargo, cuando bajaba las escaleras de la sala de control, trastabilló con su propio pie y rodó escalones abajo. Se golpeó la cabeza repetidas veces, se clavó en la espalda una astilla y el tobillo se le torció.
La ventaja que Monokuma le había dado, que consistía en una regeneración de los daños de su cuerpo, tardaba unos minutos en hacer efecto, pero Rantaro no tenía ese tiempo. Por eso, aguantando el horrible dolor que se acumulaba en su cabeza, tobillos y espalda, se levantó y siguió corriendo hacia el cuadro de luz.
«Tres segundos»
Tsumugi no tardó en llegar y darse cuenta de que Rantaro había cuidado cada detalle de su plan, pues en los bordes de la tapa del cuadro eléctrico había un cúmulo de una sustancia muy potente que ella misma con sus propias manos no podía quitar. Aun así, lo intentó. Tiró una y otra vez de la tapa para intentar abrirla, pero le fue imposible. Le saltó el corazón cuando escuchó a la máquina pronunciar «dos segundos».
Sin perder más tiempo, se dirigió al exisal, que había traído Rantaro para sacarla de la cámara frigorífica, y empezó a escalar por él hasta llegar a la cabina. La única manera de quitar la sustancia que sellaba el cuadro de luz era utilizando el exisal, pero cuando llegó a la cabeza de éste, la máquina anunció:
«Tiempo agotado, comenzando la trituración»
Ese mensaje fue lo último que escuchó Rantaro antes de que perdiera sus fuerzas y su puño se abriera soltando el collar que pertenecía a la persona que él tanto quería. Tal y como le ocurrió a Rantaro, Tsumugi también perdió sus fuerzas al escuchar el sonido de la trituradora poniéndose en marcha y no pudo seguir agarrándose del exisal, por lo que se dejó caer de espaldas al suelo.
Tsumugi no pudo moverse mientras escuchaba el traqueteo de la púas de la trituradora chocando unas con otras, y pronto la sala quedó embadurnada de un vomitivo olor a sangre. Se quedó mirando un punto fijo y borroso en el techo, deseando estar soñando, cuando el sonido de la máquina se fue apagando.
«La trituración se ha realizado con éxito»
Las palabras carecieron de sentido para ella, y entonces la sala se sumió en un profundo silencio, en el que solo se escuchaban las lejanas gotas de sangre escurriéndose desde la máquina hasta el suelo.
Tsumugi se llevó una mano al rostro y sintió unas enormes ganas de reírse a carcajadas. Primero dejó escapar una risita, que cualquiera hubiera podido calificar como la de un psicópata, y luego dejó escapar otra más larga. Hasta que toda la sala se llenó de sus risotadas enfermizas. Las lágrimas pronto se deslizaron por su sien y se perdieron en su cabello esparcido por el suelo, donde todavía estaba tumbada.
—Está muerto. —Intentó reprimir una risita, pero terminó por soltar una carcajada estrepitosa.
Su risa parecía no tener fin y sus lágrimas iban acompañando cada uno de sus jadeos.
—Rantaro está muerto —volvió a repetir riendo a pleno pulmón.
Apartó la mano de su rostro y se apoyó en uno de sus codos para mirar hacia la trituradora. El escenario que contemplaron sus ojos la dejó paralizada. La sangre no paraba de brotar de las púas y de vez en cuando se veían los restos de lo que alguna vez fue Rantaro.
Entonces, sus risas cesaron y solo quedaron sus lágrimas.
La única persona en la que ella llegó a confiar la había traicionado. Pero lo que más le extrañaba a Tsumugi no era eso, sino el dolor que sentía en su pecho al pensar que no lo volvería a ver. Su mente se llenó de insultos hacia Rantaro, porque no solo la había hecho quedar como culpable de su asesinato, sino que también le había dejado un desagradable e intenso dolor que no lograba eliminar.
«No, siento que tú nunca pudieras tener a alguien a quien querer», las palabras de Rantaro hacían eco en su cabeza.
A pesar de todo, no iba a dejar que bajo ninguna circunstancia la ejecutaran. No era una idea que Tsumugi concibiera como posible, así que urdió un plan rápido para cargarle la culpa del asesinato a otro. Más concretamente a Kokichi. Ya lo había hilado todo en su mente, y aunque Rantaro desbaratara sus planes, ella continuaría con ellos.
La única diferencia era que lo haría sola, sin su fiel cómplice a su lado.
Corrió de nuevo a la sala de control, y con las tijeras con las que Rantaro había cortado el cable del botón de emergencia, se cortó ella el pelo, de modo que éste le quedó por los hombros. Se quitó la chaqueta y la lanzó junto a los restos de su cabello por la trampilla. Luego activó de nuevo la trituradora y salió de la sala de máquinas subida en el exisal que había traído Rantaro.
Bajando por las escaleras se encontró a Himiko, Kaito, Keebo y Shuichi, quienes tenían cara de haber visto un fantasma, pero como no podían verla porque estaba en el interior del exisal, Tsumugi no se detuvo y continuó su camino.
⭑
-(t/n)-
Kokichi y yo rompimos el beso para recuperar el aliento. Al mirarnos el uno al otro, sonreímos. Él me llevó poco a poco hacia detrás hasta que mi espalda chocó con la pared. Sentí su aroma tan cerca que me dejó aturdida. Ni siquiera me percaté de Kokichi había empezado a hacer un camino de besos suaves y lentos desde mi mandíbula hasta mi cuello.
Dejé escapar un jadeo cuando alcanzó un punto sensible cerca de mi clavícula y hundí mis manos en su cabello. Al hacerlo, Kokichi curvó sus labios en una sonrisa y continuó su camino de besos hasta llegar a mi hombro descubierto. El hormigueo que se acumulaba en la parte baja de mi abdomen aumentaba cada vez que sentía el roce de sus labios en mi piel.
Kokichi se separó para mirarme a los ojos y pude verme reflejada en su pupila. Estaba a punto de acortar la distancia para besarme de nuevo cuando escuchamos dos toques en la puerta. Ambos nos sobresaltamos y toda nuestra libido desapareció. Miré a Kokichi con terror pensando que mis jadeos se habían escuchado fuera de la habitación y nos habían pillado, pero él no parecía disgustado, sino enfadado. Soltó un gruñido y algunos improperios por lo bajo y fue hasta la puerta.
Me coloqué bien la manga de la camisa y me acerqué a él a trompicones. Vi que Kokichi enserió su expresión al ver a la persona que se encontraba tras la puerta, y me imaginé a una Himiko traumatizada, a un Kaito en cólera y a una mini Miu haciendo comentarios jocosos sobre el tema. Por suerte, no fue ninguno de los anteriores, sino Rantaro, quien se veía más serio que de costumbre.
Mierda, seguro que habíamos tardado mucho y estaba harto de esperar.
—Lo siento, Rantaro, te prometo que ya salíamos —me apresuré a disculparme a toda prisa.
Por un momento distinguí un brillo rojo en sus ojos, pero desapareció tan rápido que supuse que era un efecto óptico causado por los rayos del sol.
—Está bien, no me importa esperar —contestó él, componiendo su habitual sonrisa—. Solo quería asegurarme de que estabais bien.
—Lo estábamos antes de que tocaras —masculló Kokichi en voz baja, y le pisé disimuladamente el pie, a lo que éste soltó un gruñido.
—¿Dijiste algo? —preguntó Rantaro.
—No, no, no dijo nada —le lancé una mirada fulminante a Kokichi, y éste rodó los ojos.
Rantaro hizo el ademán de querer decirnos algo, sin embargo, fue interrumpido por un sonido muy familiar, uno que nos dejó a los tres completamente petrificados.
*Ding Dong, Bing Bong.*
—¡Parece que tenemos un cadáver! —anunció Monokuma a través de los monitores—. ¡Todos diríjanse a la sala de máquinas! El juicio escolar tendrá lugar dentro de poco, así que aprovechad el tiempo que tenéis.
Reinó el silencio entre nosotros mientras nos lanzábamos miradas confusas.
—Si ha sonado el anuncio —empezó a decir Kokichi, y un escalofrío recorrió mi espalda—, significa que la han encontrado.
—Pero es imposible —musité, tiritando de miedo—. Ella es la mente maestra, y está muerta, así que el juego no puedo continuar, no es posible.
—¿Nos habremos equivocado? —sugirió Rantaro, que, como era habitual en él, no se había alarmado por la situación.
—No, no nos hemos equivocado —sentenció Kokichi—. Si (t/n) dice que ella era la mente maestra, es que lo era. Además, cuando lo torturamos prácticamente admitió serlo.
—En realidad no lo admitió —recordó (t/n)—. ¿Y si...?
—No —intervino Kokichi—. No dudes de ti misma. Tsumugi era la mente maestra.
—¿Entonces por qué el juego continúa? —inquirí, asustada.
—No lo sé, pero no pasa nada, porque ella tocó la botella por última vez —nos tranquilizó Kokichi—. Eso lo convierte en un suicidio, aunque mejor mantenemos la boca cerrada en el juicio.
—¡Me acabo de acordar de que hemos dejado los martillos detrás del arbusto! —salté, alarmada.
—Tranquila, nos ocuparemos de eso más tarde —terció Kokichi—. Tenemos que ir ya a la sala de máquinas. Si no, los demás pueden sospechar.
—Seguramente ya sospechen... —murmuró Rantaro.
—Vale, escuchadme. —Kokichi nos hizo una seña para que nos acercáramos más a él—. Esto es lo que vamos a hacer: yo subiré primero y actuaré como siempre lo hago, luego quiero que subas tú, Rantaro, y finjas una expresión de sorpresa —Kokichi me miró a mí—. Y tú, (t/n), llegarás la última, y no hace falta que finjas nada, con el temblor que tienes vas bien.
Rantaro y yo asentimos y los vimos alejarse por la puerta de la zona de habitaciones.
—¿Tienes miedo, (t/n)? —preguntó Rantaro, mirándome de soslayo.
—Muchísimo —admití—. Tengo miedo de perderos a alguno de vosotros, de perder a la gente que quiero.
Rantaro se volvió hacia mí, con una expresión un tanto sombría, y luego se revolvió el pelo.
—¿Más que perder tu propia vida? —quiso saber.
—Por supuesto —dije, sin vacilar—. Duele mucho más ser quien ve a sus amigos irse que ser la persona que se va.
Rantaro se quedó mudo unos instantes, dentro de sus propios pensamientos, hasta que preguntó en voz baja:
—¿Qué sentiste cuando perdiste a Tenko?
Me volví hacia él agrandando mis ojos.
¿A qué venía esa pregunta? ¿Y en un momento como éste?
—Pues... —Bajé la mirada, a veces me seguía costando recordarla—. Estaba muy unida a ella, no tanto como Himiko, pero sentí una horrible opresión en el pecho y una...
—Sensación de ahogo... —completó él.
—Eso mismo iba a decir —me sorprendí, y luego me acerqué más a él—. Oye, ¿estás bien?
Rantaro dio un pequeño respingo por mi cercanía, pero se recompuso con rapidez.
—Has estado raro todo el día —comenté, preocupada—. Sé que soy una pesada, pero si te ocurre algo puedes hablar conmigo.
Rantaro se quedó mirándome a los ojos con una mezcla de confusión y melancolía. Hubo un instante en que me pareció ver que quería un abrazo pero no sabía como pedirlo. Sin embargo, desvió la mirada y tomó distancia de mí, así que decidí darle su espacio.
—Oye —dije con la intención de cambiar de tema—, ¿tienes mi collar? Me acabo de dar cuenta de que no lo tengo y creo que te lo quedaste tú la última vez.
—Yo fui el que cerró por última vez tu laboratorio, sí —empezó a decir él—, pero te devolví la llave después de eso, ¿te acuerdas?
—Eh... Claro, sí, lo recuerdo —mentí. Había estado tan absorta pensando en Kokichi y en el casi beso de Rantaro que no recordaba el momento en el que me devolvió la llave—. Pues creo que la he perdido...
—No pasa nada —me tranquilizó Rantaro—. Ahora es mejor que nos concentremos en el juicio, y ya te ayudaré a buscarla más tarde.
—Tienes razón —afirmé, y me moví con nerviosismo.
—Creo que es mejor que vaya subiendo —comentó, con el semblante serio—. No tardes mucho, tienes que subir detrás de mí.
Asentí y me despedí de él. Una vez sola, empecé a pensar en las peores escenas que podían ocurrir en el juicio, lo que consiguió ponerme más nerviosa. No tenía por qué torturarme a mi misma, porque, como Kokichi había dicho, Tsumugi fue la última en tocar la botella, así que el asesinato era en realidad un suicidio.
Sin embargo, había algo dentro de mí, quizá el instinto, que me gritaba que el juicio no iba a salir bien, que iba a perder a alguien a quien quería.
Lo que no sabía era que ya lo había perdido.
• ────── ❋ ────── •
No estoy llorando, tú estás llorando T-T
Pregunta: ¿Creéis que Tsumugi llegó a considerar a Rantaro un amigo o simplemente fue una herramienta para ella?
Aviso: me voy de vacaciones la próxima semana con lo cual no sé si voy a poder subir capítulo el lunes. Lo voy a intentar por todos los medios, pero tened en cuenta que no voy a tener mucho tiempo para escribir. Si el lunes no consigo traerlo, lo subiré el jueves.
Pido mil perdones y os prometo que intentaré traerlo, pero si al final no puedo ya sabéis por qué es.
Muchas gracias a todos por leerme y nos vemos la próxima semana (lunes o jueves) <3
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