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Capítulo 90


Capítulo especial: 5º asesinato.

(1/2)

Como algunos ya sabéis, he decidido colocar aquí el capítulo especial del asesinato del quinto juicio para que comprendáis cositas que pasaron ahí y que no se vieron. Lo he divido en dos capítulos que me han quedado larguitos, lo siento, pero es que escribir los detalles es mi pasión. Disfrutad <3

• ────── ❋ ────── •

-(t/n)-

—¡No me lo puedo creer! —exclamé, cuando Kokichi nos llevó a Rantaro y a mí hasta su habitación para mostrarnos los martillos eléctricos que Miu había fabricado tiempo atrás—. ¡Los has tenido aquí escondidos todo este tiempo!

Agrandé tanto mis ojos que me dolieron. Delante de mí, apoyados en la pared, se encontraban los tres martillos de color rosa que supuestamente Kokichi había hecho pedazos semanas atrás.

Pero, por supuesto, eso solo había sido otra de sus mentiras. A veces me daban ganas de estrangularlo.

—¡Me dijiste que los habías roto porque no funcionaban! —le encaré, arrugando la frente—. ¡Podíamos haberlos usado en ese entonces!

—Baja la voz —me advirtió Kokichi, abriendo un cajón del armario—. Aún no he activado la bomba.

—¿Bomba? —preguntó Rantaro.

—Le pedí a Miu que fabricase algo para desactivar cualquier aparato electrónico de Monokuma —explicó Kokichi, sacando una bomba de color rosa del cajón—. Así que hizo esto —Activó un botón y empezó a sonar un pitido intermitente—. Esta cosita que parece tan inofensiva suelta una onda expansiva invisible al ojo humano que destruye cámaras y micrófonos.

—Bien visto —comentó Rantaro, observando la bomba, que había empezado a expulsar un humo de color rosa.

—¿Estás seguro de que no nos vas a volar la cabeza a todos con eso? —cuestioné, mirando la bomba con recelo, la cual era completamente distinta a la que recordaba haber visto en el juego.

—Tendremos que confiar en la palabra de Miu —soltó Kokichi, activando otro botón de la bomba que aumentó la velocidad de los pitidos.

—¿Solo tenemos la palabra de Miu? —me escandalicé—. Oh, no. Vamos a morir.

Kokichi soltó unas risotadas y luego dejó la bomba encima de la cómoda. Ésta seguía expulsando humo de color rosa, mientras que sus pitidos se volvían más intensos.

—Relájate, (t/n) —comentó Kokichi, con una sonrisa despreocupada, caminando hacia mí—. Al menos moriremos juntos.

—Muy gracioso. —Hice una mueca—. Por precaución me voy a esconder en el baño.

Kokichi me sujetó de la muñeca para detenerme y me miró con su habitual expresión traviesa.

—¿En serio crees que dejaría nuestras vidas en manos de la palabra de Miu? —Kokichi enarcó una ceja—. Miu me dio tres bombas y probé una de ellas hace dos semanas, con medidas de seguridad, claro. No produce efectos en humanos, y tampoco en una máquina tan compleja como Keebo.

—Eso me tranquiliza más —suspiré.

—¿Cuánto tarda en activarse? —preguntó Rantaro.

—Ya está casi —advirtió Kokichi, y un segundo después, el humo y los pitidos se detuvieron—. Listo.

—¿Se supone que las cámaras ya están desactivadas? —pregunté, desconfiada.

—Y los micrófonos también —afirmó éste—. Aunque solo en mi habitación.

—Así podemos crear un plan del que Tsumugi no sea consiente —observó Rantaro—. Muy inteligente.

—Lo sé —contestó Kokichi, impasible.

Ambos cruzaron miradas poco amistosas, pero se mordieron la lengua y miraron hacia otro lado.

—Bien —anuncié para romper la tensión—, empecemos cuanto antes.

Nos sentamos en el sillón (yo en medio de ambos para evitar peleas) y Rantaro sacó los planos de la academia que le fueron concedidos el primer día. Cuando los estiró sobre la mesa, comenzamos a urdir nuestro plan para acabar con Tsumugi.

Al cabo de media hora ya lo habíamos ideado. Estaba casi segura de que nos saldría bien, era un buen plan. Aunque la mayoría de las ideas las aportaran Kokichi y Rantaro, yo había hecho el trabajo de mediadora, así que me consideraba satisfecha. Lo único que no me acababa de gustar era...

—¿En serio es necesario torturarla? —pregunté, haciendo una mueca.

—No creo —comentó Kokichi, con tono irónico—. Mejor invitémosla a una merienda del té para que nos cuente todos sus secretos por cuenta propia.

Miré a Kokichi con el ceño fruncido, y éste esbozó una amplia sonrisa.

—Yo tampoco quiero torturarla —me dijo Rantaro—, pero no nos deja otra opción.

—Está bien, está bien —resolví.

—Y recordad —recalcó Kokichi, alternando miradas entre Rantaro y yo—. Si el plan A no funciona, pasamos al plan B.

Asentimos al mismo tiempo y nos pusimos manos a la obra.

—Yo puedo ir a buscar la máscara de gas a tu laboratorio —me ofrecí, dirigiéndome a Kokichi.

—De acuerdo —convino éste—. Rantaro, tú guarda los planos que no hemos utilizado en tu dormitorio para que no nos confundamos, y yo terminaré de concretar la última parte del plan.

—Tienes madera de líder —le elogié, cuando Rantaro salió del dormitorio.

—Pues claro, ¿qué te esperabas del líder supremo definitivo? —se jactó.

—No lo sé, estaba convencida de que habías conseguido tu talento en una lotería o algo así —le pinché.

Kokichi intentó reprimir una sonrisa, pero le fue imposible. Dejó los planos en la mesa y se acercó a mí con una expresión picaresca que hizo aparecer un cosquilleo en mi estómago.

—Será mejor que te vayas a buscar la máscara de gas ya. —Cuando llegó hasta mí, sostuvo mi mandíbula con suavidad y acercó sus labios a los míos sin llegar a rozarlos—. Antes de que decida no dejarte ir.

Miré sus ojos y luego sus labios. Estaban muy cerca, y sentí el impulso de acortar la distancia para rozarlos, pero, tan pronto como lo pensé, Kokichi ya se había separado. Esa era su venganza por haberme burlado de él. No me quedó más remedio que salir a regañadientes de la habitación para cumplir mi objetivo.


-Rantaro-

—¿Eso es todo? —inquirió Tsumugi, cuando terminé de contarle el plan que habíamos maquinado los tres en la habitación de Kokichi.

—Eso es todo —aseguré, apoyando mi espalda en la pared.

Después de que Kokichi me pidiera que guardara los planos que no utilizaríamos, había entrado en mi dormitorio y encontrado a Tsumugi acomodada en el sillón limpiando sus gafas con papel gamuza mientras esperaba a que yo la pusiera al día. Había tenido que contarle cada detalle del plan sin distinción para no levantar sospechas sobre mi inminente traición.

—Me van a torturar... —caviló Tsumugi, apoyada en el respaldo del sillón—. ¡Qué emoción!

—Ese es el plan A —le recordé, cruzándome de brazos—. Si ese no funciona...

—Te adelanto que no les va a funcionar —intervino Tsumugi.

—Si ese no funciona —repetí—, pasaremos al plan B.

—Que consiste en matarme con un gas venenoso —resumió Tsumugi, recordando lo que le había contado minutos antes.

—Efectivamente —asentí.

Tsumugi frunció el ceño como hacía siempre que estaba reflexionando sobre algún tema importante, y tiempo después distinguí ese brillo en sus ojos que aparecía cuando se le había ocurrido una idea innovadora. Se levantó del sillón de un solo movimiento.

—¡Lo tengo! —exclamó con la emoción por las nubes—. Le diré a Kaito que intercambie las etiquetas del veneno por un gas inocuo, de esa manera cogerán el bote equivocado.

—¿Y en qué nos beneficia eso? —pregunté, enarcando una ceja—. Monokuma te ha hecho inmortal, no importa que cojan el bote correcto.

—Ya. —Tsumugi fue hasta mi escritorio para abrir la gaveta y sacar un mechero. Luego volvió a sentarse en el sillón y encendió el incienso que había encima de la mesa—. Me sorprende que siempre tengas uno de estos aquí. Déjame adivinar, es de canela, ¿verdad?

Dejé escapar un bufido mientras sonreía y me separé de la pared para sentarme en el sillón contiguo a ella.

—Me relaja el olor de la canela, y me ayuda a pensar.

—Nunca entenderé tus manías —comentó, dejando el mechero en la mesa—. En fin, como iba diciendo, utilizaré a Monokuma para hacer un trato con Kaito.

—¿Para qué quieres que Kaito cambie las etiquetas? —inquirí, y de pronto lo entendí—: Quieres dejarlo como sospechoso.

—Piénsalo, el mejor amigo del detective es sospechoso del caso, y éste tiene que ponerlo en duda para continuar con el juicio, ¿no es maravilloso?

—Es retorcido —le corregí.

—Tienes razón, gracias —se ufanó—. Además, quiero que Kaito haga algo más por mí, quiero que deje la tarjeta de la puerta del baño en la habitación de Shuichi. Podría hacerlo yo misma, pero, ¿para qué mover un dedo cuando tienes un conejillo de indias?

—Y quieres que los demás entren allí para que sospechen de (t/n) —intuí.

Que sospechasen de (t/n) podía interferir en mi plan, pero confiaba en que Shuichi, el detective definitivo, no se dejaría llevar por pruebas tan obvias.

—Puede que salga mal —puntualizó Tsumugi—, porque estamos hablando de Kaito, pero realmente no me importa. Fallar solo lo hará más sospechoso.

—Dijiste que tenías pensado hacer un trato con él —empece a decir, mirándola a los ojos—, ¿qué le darás a cambio?

—¿No es obvio? —se burló—. La cura para su «enfermedad» —Tsumugi hizo unas comillas en el aire—. Kaito lo aceptará sin pensárselo dos veces para salvar a la pobre (t/n).

Sentí una punzada de cólera cuando Tsumugi se dirigió a (t/n) de esa manera, pero la reprimí por el bien de mi plan.

—¿No habías roto todos los antídotos? —pregunté, tensando la mandíbula.

—Sí, los rompí todos, menos uno —Tsumugi se metió la mano en el bolsillo y sacó el bote que contenía el antídoto—. Este de aquí.

Mis ojos brillaron al verlo y sentí el impulso de quitárselo de las manos. Me obligué a mi mismo a pensar en mi plan para contener las ganas de robárselo. Tsumugi podía ser cruel, pero no tenía un pelo de tonta, y un paso en falso acabaría con todo lo que había estado maquinando estas últimas semanas.

—Se lo tiene que beber (t/n) —le advertí—. Ya sabes lo que nos pasará si ella muere.

—Tonterías —espetó, haciendo un floreo con la mano—. No pasará nada si soy yo la que toma el control.

—No puedes hacerlo, ella es el origen de todo —le recordé—. ¿Qué piensas hacer con el antídoto si no?

—Romperlo delante de todos —repuso, con maldad—. Quiero ver sus estúpidas caras cuando lo haga.

—Ya sabes que las normas...

—Me la traen al pairo las normas, Rantaro, y a ti también deberían darte igual. ¿No estás cansado de ser tan solo una sombra?

Atisbé un destello rojo en sus ojos cuando los mantuvo fijos en mí, pero duró tan poco tiempo que pensé que me lo había imaginado. Apreté la mandíbula y desvié la mirada.

—Hacerles daño no solucionará nada —me empeñé.

—Agh, no se puede hablar contigo, me largo. —Tsumugi apagó el incienso, se levantó del sillón y se fue directa al ascensor escondido detrás del armario—. Voy a decirle a Monokuma lo del trato con Kaito. Si escuchas que salta la alarma de incendios, que no te extrañe.


-(t/n)-

Balanceé de un lado a otro la bolsa en la que llevaba la máscara de gas mientras regresaba al dormitorio de Kokichi. No quería admitirlo, pero estaba bastante nerviosa. Aunque fuese un plan muy meditado, sabía que muchas cosas podían salir mal, y tenía miedo de que Tsumugi tuviese un as bajo la manga que nosotros no conociésemos.

Un estruendoso sonido me despertó de mis pensamientos, y por poco me da un vuelco al corazón, era la alarma de incendios. Hice una mueca porque eso no entraba en nuestro plan. Escondí la bolsa bajo mi suéter y me apresuré a llegar a la zona común de los dormitorios, donde ya se habían reunido todos con expresiones confusas, todos menos Kaito, a él no pude verlo por ningún lado.

—No has sido tú, ¿no? —le volví a preguntar a Kokichi cuando Rantaro, él y yo entramos en su habitación después de que parara de sonar la alarma.

—Por enésima vez, (t/n), ¿para qué iba yo a hacer saltar la alarma? —se defendió él—. No tiene sentido.

—Centremonos en el plan y olvidemos este altercado —sugirió Rantaro, con serenidad—. Hay que decidir quien raptará a Tsumugi.

—Lo haré yo —decidió Kokichi, sacando dos horquillas de su bolsillo—. Yo puedo abrir la puerta de su dormitorio y atacarla de improviso.

—Entonces Rantaro y yo iremos al almacén a por las cosas que necesitamos —resolví.

—Creo que es mejor que vosotros dos vayáis al almacén —propuso Rantaro, con el semblante serio—. Tsumugi me tiene confianza, así que no me será un problema entrar en su habitación. Una vez allí, puedo dejarla inconsciente con uno de los martillos y llevarla dentro del saco hasta el laboratorio.

Kokichi hizo una mueca de desaprobación y lo miró con desconfianza. Estaba segura de que se saltarían el pacto de paz imaginario que habían firmado momentos atrás y se pelearían de nuevo; sin embargo, Kokichi terminó por ceder.

—Vale, tú te encargas de Tsumugi y (t/n) y yo vamos al almacén —determinó, y luego nos advirtió—: Tenemos que tardar lo menos posible, los demás pueden estar merodeando por los alrededores.

Dejamos a Rantaro solo en el dormitorio para que se encargara de Tsumugi y nosotros dos nos dirigimos al jardín de la academia con los martillos a rastras, los cuales pesaban, según mis pobres músculos, cientos de toneladas, aunque Kokichi no parecía tener problemas para cargar el suyo. Supuse que la enfermedad estaba afectando a mi rendimiento, pero no podía dejar que Kokichi lo descubriese.

—¿Por qué tenemos que dar toda la vuelta? —me quejé, intentando no quedarme atrás mientras tiraba del mango del martillo para arrastrarlo por el suelo—. Llegaríamos antes si cruzásemos el pasillo principal.

—No seas tan quejica. —Kokichi se dio la vuelta y esperó a que lo alcanzase, pues me había quedado algo rezagada—. Si vamos por el pasillo principal nos podemos encontrar con los otros, y no creo que los martillos pasen muy desapercibidos.

—Sería más fácil si no pesaran cincuenta quintales —protesté, y cuando llegué a la altura de Kokichi, solté el mango haciendo que el martillo quedase tumbado en el suelo—. La tortura que tienes pensado hacerle a Tsumugi se queda corta comparado con esto.

—No exageres. —Kokichi suspiró y agarró el mango de mi martillo con su mano libre, pues con la otra arrastraba el suyo—. Te lo llevaré yo para que te dejes de quejar.

Se formó una evidente sonrisa en mi rostro que lo hizo sonreír a él también y continuamos nuestro rodeo hasta llegar a la zona donde vagaban sin rumbo los exisals. Aunque a Kokichi le costase arrastrar los dos martillos al mismo tiempo, no le costaba ni de lejos lo que a mí arrastrar solo uno. Era consciente de que la enfermedad estaba avanzando demasiado rápido porque mi cuerpo ya no se movía con la misma agilidad.

—Ya hemos llegado. —Kokichi dejó en el suelo los dos martillos, aliviado de poder librarse del exceso de peso.

Ambos cogimos nuestro respectivo martillo y golpeamos con ellos dos de los exisal que andaban merodeando por el jardín de la academia. Éstos se desactivaron en cuanto el martillo los rozó, quedando en el mismo estado que el exisal que había dejado Monotaro en el gimnasio cuando intentó matar a Keebo con él. Como los martillos se habían descargado, quedando inservibles, los escondimos tras un arbusto para encargarnos de ellos más tarde.

Me acerqué a uno de los exisal que habíamos desactivado y lo miré vacilante. No me había dado cuenta hasta ese momento de lo altos y anchos que eran. Calculé que medían cuatro veces mi altura y como veinte veces mi ancho.

Noté una presencia a mi lado y escuché a Kokichi decir:

—Hay que subir hasta la cabina de control que está en sus cabezas.

Alcé la mirada y vi en lo alto el botón que había que apretar para abrir la cabina y controlar al exisal desde dentro.

Tracé en mi mente un camino imaginario que seguir para escalar por el exisal hasta llegar a esa cabina.

—Esta muy alto, así que si necesitas ayuda...

No dejé que Kokichi terminase de hablar, ya me había hecho mi propio recorrido mentalmente y le iba demostrar que no era tan floja como había parecido cuando le dejé llevar mi martillo. Por eso, antes de que le diera tiempo a detenerme, yo ya había escalado por el cuerpo metálico del exisal hasta llegar a la parte de arriba, donde apreté el botón y abrí la cabina, dejando a la luz todos los controles

Él se quedó mirándome sin parpadear, y yo le dediqué una sonrisa bravucona.

—¿Decías? —me jacté.

Kokichi cambió su expresión de aturdimiento por una burlesca que me hizo maldecir el haberme chuleado de él hacía tan solo unos segundos.

—Decía que he tenido unas muy buenas vistas de ti desde aquí abajo —comentó, aguantándose la risa.

Hasta que no bajé la mirada a mis pies no me percaté de que ese día me había puesto falda.

Tierra, trágame.

La vergüenza que sentí se materializó en forma de rubor y picor que subió desde mis pies hasta mi coronilla.

—¡Imbécil! —solté, con las mejillas encendidas, justo antes de entrar a la cabina del exisal y cerrar el compartimento para que Kokichi no pudiera ver lo roja que estaba.

Mascullé algunos improperios por lo bajo cuando escuché su risa fuera del exisal. Hice un esfuerzo por recomponerme. Me senté en el asiento que había en el centro de la cabina y me familiaricé con los controles.

—¿Preparada? —preguntó Kokichi desde el otro exisal a través de un comunicador que nos mantenía conectados.

—Más que nunca.

Jugué con los controles y el exisal empezó a caminar siguiendo mis órdenes detrás del de Kokichi con destino al almacén.


-Rantaro-

—¿Qué? —repetí por tercera vez, incrédulo de lo que Tsumugi me estaba pidiendo.

Hacía a penas unos minutos yo había tocado en su puerta y había entrado con el tercer martillo a cuestas. Tsumugi me esperaba con una emoción muy propia de ella en este tipo de situaciones, y ahora me pedía algo que yo era incapaz de cumplir.

La chica resopló cansada de que verme parpadear delante de ella.

—Que me pegues con el martillo en la cabeza —volvió a contestar cada vez más irritada.

—No voy a hacer eso —discrepé.

—Esto tiene que ser realista, Rantaro, ¿o es que te crees que Kokichi es gilipollas? Ya sé que está cegado con (t/n), pero hay que tomar precauciones. Él ha estado sospechando de ti desde el inicio —Tsumugi agarró el martillo por el mango y me hizo un gesto para que lo cogiese—. No me pasará nada, recuerda que soy inmortal. Si me dejas inconsciente de verdad, será más creíble.

—No puedo hacerlo —me negué, apartando el martillo—. Basta con que cierres los ojos y no te muevas.

—Eso no es nada desesperante. —Hizo una mueca y volvió a coger el martillo—. Necesito sentir el dolor de ser raptada de verdad, ¿sabes? Si esto va a ser un secuestro, quiero que esté bien hecho.

—No podemos seguir discutiendo por esto —le advertí—. He dejado el exisal fuera y...

Tsumugi se acercó a mí a toda prisa, presionó mis labios con la mano que no sujetaba el mango del martillo y chistó para acallarme.

—He oído voces fuera —susurró, pegada a mí—. Creo que son Kaito y Shuichi.

—¿No decías que le habías dado a Kaito la tarjeta de la puerta del baño? —inquirí cuando dejó libre mi boca.

Tsumugi soltó el martillo y se dirigió a la puerta para quedarse escuchando a través de ella.

—Eso hizo Monokuma, sí. —La chica pegó la oreja a la puerta—. Pero imagino que a Kaito le está costando hacerlo. Maldito inútil. En fin, seguro que han visto el exisal que has dejado fuera, como para no verlo.

—No hubiera pasado si...

—No digas nada más —me acalló, volviendo a tomar el martillo entre sus manos—. Si tú eres incapaz de hacerlo, lo haré yo misma.

—Espera, ¿qué vas a...?

No me dio tiempo a reaccionar. Tsumugi empuñó el martillo y se golpeó con él en la cabeza con tanta fuerza que temí que el estampido saliera de la habitación y levantase sospechas. La chica quedó tumbada boca arriba con el martillo a tan solo tres palmos de ella y un hueco en la frente que a simple vista parecía muy doloroso.

—Tu locura llega a extremos insospechados, Tsumugi... —suspiré cuando la vi inconsciente en el suelo.

Me agaché a su lado, pasé un brazo por debajo de sus hombros y otro debajo de sus rodillas y la levanté en peso apoyándola en mi pecho con cuidado. Su cabeza se echó hacia atrás al mismo tiempo que sus brazos se quedaron colgando hacia el suelo.

La llevé hasta su cama donde dejé tumbado su cuerpo mientras yo iba a buscar el saco, que estaba en el sillón, para meterla dentro. Una vez hecho eso, abrí poco a poco la puerta con ojo avisor, y cuando me aseguré de que no había nadie en un kilómetro a la redonda, me metí dentro del exisal. Hice uso de los controles para agarrar con cuidado el saco donde se encontraba Tsumugi y me dispuse a llevarla al laboratorio de (t/n).

Por desgracia, Shuichi y Kaito salieron de uno de los dormitorios en ese mismo momento, así que decidí no poner en marcha el exisal aún. Sin embargo, me vi obligado a hacerlo cuando Shuichi se acercó demasiado a mí. Moví uno de los brazos metálicos muy cerca de él, y éste dio un traspiés hacia detrás. Cuando Kaito corrió hasta él, yo ya me había alejado con el exisal.


-Kokichi-

Intenté abrir la puerta del laboratorio de (t/n) desde dentro para comprobar por segunda vez que estaba cerrada. Necesitaba asegurarme de que todo salía como habíamos planeado, y por ahora lo estaba consiguiendo.

(t/n) y yo habíamos transportado desde el almacén hasta su laboratorio todo el material que necesitábamos y habíamos accionado la otra bomba de Miu para desactivar cámaras y micrófonos. Al mismo tiempo, Rantaro, del cual seguía sin fiarme del todo, había traído a Tsumugi inconsciente dentro del saco. Aprovechando esa ventaja, le atamos las manos a la espalda e hicimos lo mismo en sus tobillos. Por último, le enrollamos una cuerda a la cintura y al respaldo de la silla que habíamos traído.

—Habrá que esperar a que se despierte —dijo (t/n).

Desde que la miré y vi que se mordía el labio inferior, supe que estaba muy nerviosa. Me hubiera gustado intentar calmarla, pero quería sacarle toda la información posible a Tsumugi cuanto antes.

—No nos queda más remedio que esperar —añadió Rantaro.

—Olvidaos de esperar, soy muy impaciente. —Me acerqué a la silla donde estaba atada nuestra víctima y le pisé el pie con todas mis fuerzas, causando que ésta levantase la cabeza, soltase un alarido de dolor y me lanzase una mirada asesina que me hizo sonreír con entusiasmo—. Es hora de despertar, bella durmiente, aunque en tu caso habría que omitir lo de bella.

Tsumugi intentó levantarse de la silla tirando de la cuerda enrollada en su cintura, pero por mucho que se esforzase no lo consiguió. Su expresión se volvió una de terror al observar su alrededor y darse cuenta de que se encontraba en el laboratorio de (t/n). Fingía bien, pero tendría que practicar más si quería engañarme a mí. Nos miró a los tres con una confusión demasiado forzada y luego recayó en el balde de agua que había delante de ella.

—C-Chicos, ¿de q-que va e-esto? —preguntó, sin borrar esa expresión de terror.

Un tartamudeo muy bien actuado. No se le daba mal manipular. Por desgracia para ella, yo era aún mejor.

—¿Cuánto tiempo vas a seguir con el cuento? —me burlé, encarándola—. No tienes que fingir con nosotros, ya conocemos tu secreto.

Tsumugi borró su patética expresión de horror y le dedicó a (t/n) una mirada de repulsión que no me gustó nada. (t/n), aunque lo intentase ocultar, se había sentido intimidada por Tsumugi, y eso no lo iba a permitir.

—¡Ey! —le grité a Tsumugi, volviendo a pisarle el pie, esta vez con más rabia acumulada, y ésta soltó otro alarido de dolor—. Soy yo el que te está hablando, así que no la mires a ella.

Tsumugi obedeció y esta vez fui yo el que se ganó una mirada fulminante por su parte, pero eso, lejos de intimidarme, me demostró que yo tenía el control de la situación.

—Así me gusta —le sonreí con crueldad—. Ahora te diré lo que va a pasar, podemos hacer esto por las buenas o hacerlo por las malas. A mí, personalmente, me gusta más la última opción, pero está en tus manos elegir una u otra, depende de lo cooperativa que resultes.

Durante una milésima de segundo me pareció ver que Tsumugi se emocionaba con mis palabras, pero tenía que haberme confundido, a nadie le gusta que lo torturen, y no quería tener que llegar a ese punto con ella. Nunca había torturado a alguien antes, pero eso nadie lo sabía, y se me daba muy bien fingir lo contrario.

—No sé por qué tanto espectáculo, chicos —proclamó Tsumugi, riendo con sorna—. Si queríais que colaborara con vosotros, ¡habérmelo dicho! No hubiera opuesto ninguna resistencia, al contrario, estoy más que encantada de trabajar con vosotros.

No quería hacerle daño a Tsumugi, pero estaba claro que no me lo iba a poner fácil, así que tenía que meterle miedo.

—Tú lo has querido —La agarré del pelo y la obligué a mirar el balde de agua—. ¿Ves eso? Espero que se te dé bien aguantar la respiración porque si no colaboras sumergiré tu cabeza dentro de ese balde.

Maldición, no me gustaba que (t/n) me viese actuar de esa manera, ni siquiera fui capaz de mirarla.

—¿Intentando hacerte el duro, Kokichi? —carcajeó Tsumugi, con sus fulminantes ojos clavados en mí—. Déjame decirte que hay otras maneras de conquistar a una chica. No hace falta comportarse como un matón de instituto.

Dejé escapar un gruñido de rabia. Ella sabía que yo no quería actuar así, que no quería que (t/n) me viese como algo que no era, y utilizó esa debilidad para atacarme.

No podía permitir que creyese que ella tenía el control sobre mí, eso sería un gran fallo por mi parte. Me obligué a adoptar la expresión más tenebrosa que pude y me acerqué a ella sin mostrar ningún temor.

—¿Te has preguntado alguna vez qué le ocurre a tu cuerpo cuando estás mucho tiempo bajo el agua? —comenté con crueldad, y Tsumugi escuchó con atención—. Es una muerte lenta, silenciosa y angustiosa. Primero luchas por recobrar la respiración, pero sin éxito. Intentas gritar y sueltas el poco aire que tenías retenido. Entonces tu cuerpo no aguanta más y respira de forma involuntaria, ahí es cuando el agua entra en tus pulmones. Toses y respiras agua, vuelves a toser y entra el agua otra vez. Ésta va quemando tus pulmones por dentro hasta que llega tu final.

Al final de mi relato, contado al detalle para aterrar a nuestra víctima, se hizo el silencio. Me esforcé por no mostrar ningún signo de debilidad, pero Tsumugi fue muy astuta.

—Eso sí que no me lo esperaba —se mofó ésta—. Dime, Kokichi, ¿quién intentó ahogarte cuando eras pequeño? —Sus ojos desprendieron malicia, y yo endurecí mi expresión—. ¿Fue un grandullón que se metía contigo? ¿Fue en la piscina? ¿Un accidente? Espera, no, fue a propósito, ¿verdad?

Tensé la mandíbula porque Tsumugi estaba en lo correcto, pero no dejaría que el recuerdo de algo que había ocurrido hacía mucho tiempo me impidiera conseguir lo que quería.

—¿Eso es verdad, Kokichi? —escuché que preguntó (t/n), y por su tono de voz deduje que estaba preocupada.

Mierda, no tenía tiempo para esto.

—No lo es —mentí, y luego me acerqué más a Tsumugi para susurrarle—: No sabes lo que soy capaz de hacer por la gente que quiero —Luego alcé la voz para que me escucharan todos—, así que ahora vas a comportarte como una buena rehén y vas a contarnos todo lo que sabes sobre (t/n) y sobre cómo puede salir de aquí para volver con su familia, ¿entendido?

—Su familia... —Tsumugi soltó unas risotadas, y tiró de las cuerdas que aprisionaban sus muñecas—. Lo único que sé de (t/n) es que es una cobarde que no es capaz de mirarme a los ojos, incluso ahora.

—Ya me he cansado de ti —pronuncié en voz alta, y quise levantarla de la silla para ponerla en frente del balde, pero Rantaro me frenó. Lo miré con desconfianza—. ¿Qué haces?

—No tenemos por qué recurrir a la violencia tan rápido —aseguró, de una manera que me dio escalofríos—. Creo que Tsumugi puede entrar en razón si hacemos las cosas bien.

Miré a (t/n) y vi que asentía mostrándose de acuerdo con Rantaro.

Genial, ahora quedaba yo como un psicópata y él como todo un caballero.

—A lo mejor estoy ciego, pero yo no veo que tenga intenciones de razonar —mascullé—. Más bien, se está burlando de nosotros.

Y justo cuando terminé de hablar, la aludida comenzó a mofarse de la situación.

—¿Qué es esto? ¿Estáis jugando al poli bueno y al poli malo y no me habéis avisado? Oh, espera, déjame adivinar. Yo soy la acusada, Kokichi es el poli malo, Rantaro el poli bueno y (t/n)... Bueno, (t/n) puede hacer el papel de planta decorativa, solo le hace falta una maceta.

Enarqué una ceja hacia Rantaro, demostrándole que Tsumugi no estaba dispuesta a colaborar por su cuenta, pero éste insistió.

Siempre se mostraba como un chico bueno y humilde delante de (t/n), y eso me enfurecía.

—Déjame razonar con ella —me pidió éste, mirando a Tsumugi—. No perdemos nada por intentarlo.

—Vale, pero si no lo consigues lo hacemos a mi manera —sentencié, irritado.

—Me parece justo —afirmó éste, e intercambié posiciones con él.

Como era de esperar, Rantaro no consiguió que Tsumugi dijera una sola palabra, por mucho que éste lo pidiese «por favor». Estaba claro que alguien tan maquiavélico como ella necesitaba un duro castigo que la hiciera hablar. Odiaba tener que comportarme como si me gustase torturar a la gente, pero lo hacía por ella, para que pudiese salir de este infierno.

—Todo será mucho más fácil si colaboras con nosotros —repitió Rantaro por enésima vez—. Tú nos cuentas cómo ha llegado (t/n) aquí, y nosotros te dejamos libre y sin un rasguño. Todos salimos ganando, Tsumugi.

—Deja que lo piense... —La chica fingió estar cavilando (como estaba atada de pies y manos, solo pudo hacer una mueca con los labios), y luego respondió un simple—: No.

Durante un breve segundo me pareció ver un matiz de complicidad en los ojos de Tsumugi cuando miraba los de Rantaro, pero le eché la culpa a mis estúpidos celos, que lo único que querían era demostrar que Rantaro no era conveniente para (t/n).

—Se acabó tu tiempo, Rantaro —farfullé—. Lo has intentado y no lo has logrado, ahora toca hacerlo a mi manera.

Rantaro no discutió y se dio por vencido. Ocupé su lugar cuando él rodeó el balde de agua para llegar hasta donde se encontraba (t/n), a la cual notaba mucho más callada que de costumbre.

—Al fin algo entretenido, me estaba aburriendo —protestó Tsumugi, tirando de la cuerda que ataba sus manos a su espalda.

La miré con un profundo odio.

—Vamos a ver si sigues pensando lo mismo de aquí a unos minutos —la amenacé.

Me puse detrás de ella para desatar la cuerda que la ataba a la silla por la cintura y endurecí las que mantenían unidos sus tobillos y muñecas. La obligué a levantarse de la silla agarrándola por los brazos que estaban pegados a su espalda gracias a la cuerda atada en sus manos. Acto seguido, la empujé hacia abajo haciendo que ésta cayese de rodillas delante del balde de agua.

Al ver que, a pesar de haber ejercido conductas violentas contra ella, seguía sonriendo, supe que no tenía más remedio que torturarla de un modo vil y cruel. Pero eso era algo que no me entusiasmaba, y no quería que (t/n) lo viese bajo ninguna circunstancia. No soportaría que me viese actuar de esa manera.

Por eso, sentencié:

—(t/n), sal de la habitación.

Ella me miró con ceño.

—¿Qué? No. Yo me quedo —se obstinó.

Ya sabía que no se iría sin replicar, y me dolía echarla de una manera tan brusca, pero bajo ningún concepto dejaría que presenciara lo que estaba a punto de hacer.

—Rantaro, llévatela de aquí —le ordené con severidad.

Al parecer, él captó enseguida por qué quería que (t/n) se fuera y se acercó a ella muy despacio. A lo que (t/n) estiró un brazo hacia él para que no diese ni un paso más y me miró con frialdad.

—No pienso irme a ninguna parte —se empecinó—. Lo que Tsumugi tiene que contar es sobre mí, así que tengo derecho a estar aquí.

—(t/n), vamos a buscar los materiales para el plan B —propuso Rantaro, con voz calmada, dando otro paso hacia ella.

(t/n) nos lanzó a Rantaro y a mí una mirada de furia.

—No me tratéis como si fuera una niña pequeña —replicó—. He visto los cuerpos asesinados de muchos de nuestros compañeros al igual que sus ejecuciones. Ver cómo torturan a alguien no me da miedo, puedo aguantarlo.

—No es por eso —musité, y me negué a admitir la verdadera razón: no podría mirarla a los ojos si me veía hacer tal atrocidad.

—¿Y entonces por qué? —preguntó, impacientándose.

—Rantaro —le di una llamada de atención para que se apresurara.

—(t/n), necesitamos preparar el plan B por si el A no funciona —insistió éste, sin alzar la voz.

—Eso, (t/n), vete ya —la trató de pinchar Tsumugi, a quien la situación le parecía divertidísima—. No creo que tu frágil cabecita pueda aguantar una escena tan violenta.

—Tú callada —le chisté a Tsumugi, y le retorcí brevemente las muñecas, cosa que surtió efecto porque la chica no volvió a abrir la boca después de soltar un quejido de dolor.

—Si nos quedamos aquí solo perderemos el tiempo —le dijo Rantaro a (t/n).

(t/n) se cruzó de brazos e hizo una mueca.

—Está bien —accedió entre dientes—, pero no la mates, Kokichi. Espera al plan B.

—Tranquila —dije en voz baja—, solo nos vamos a divertir un poco.

—Ya lo estoy deseando —canturreó Tsumugi, con una sonrisa que borró cuando volví a retorcer sus muñecas.

—Te dejamos el collar con la llave aquí dentro —me informó Rantaro, señalando la cerradura—. Por si alguien intenta entrar. Nosotros tocaremos seis veces con una pausa de tres segundos cada dos toques, ¿de acuerdo?

Asentí para hacerle saber que había pillado la información. Nos quedamos Tsumugi y yo a solas cuando la puerta del laboratorio se cerró detrás de Rantaro y (t/n). Me aseguré de cerrarla con llave. Luego volví al lugar donde estaba Tsumugi arrodillada enfrente del balde, me agaché a su lado y la agarré por el cuello.

—Así que te cuesta ser cruel delante de la chica que te gusta —comentó Tsumugi, divertida—. Bueno saberlo.

—¿Dónde nos habíamos quedado? —dije con la intención de ignorar su comentario anterior—. Ah, sí, estabas a punto de contarme cómo puede salir (t/n) de aquí.

Ella sonrió antes de contestar:

—Hombre, hay una manera, pero no sé si te va a gustar, porque implica clavarle un objeto afilado en el corazón o ahogarla o sacarle las entrañas o también...

No dejé que dijera una palabra más porque empujé su cuello con fuerza hacia delante, de modo que su pecho se golpeó contra el borde del balde y su cabeza quedó sumergida en el agua, haciendo que ésta rebosase por fuera del cubo y me salpicase. Tsumugi se sacudió, pataleó e intentó zafarse de las cuerdas de sus manos y pies, pero yo mantuve mi mano presionando su cuello hasta el fondo del balde, sintiendo cómo su cabeza intentaba inútilmente salir del agua para recuperar el aliento.

Cuando consideré que la había sumergido durante el tiempo suficiente, alcé su cabeza fuera del balde Tsumugi inspiró profundo, aliviada de poder respirar, y tosió con fuerza soltando algunas gotas de agua. Sus gafas se habían quedado en el fondo del balde y su pelo se había empapado y pegado al rostro, pero su sonrisa seguía sin decaer.

—Eso ha sido... interesante —jadeó—. Por cierto, eres más guapo cuando eres una bola violeta borrosa.

—¿Sigues sin decir nada?

—Sí, te diré una cosa: deja de utilizar el perfume que estés usando, en lugar de atraer a las mujeres, las vas a espantar.

No le di tiempo a continuar porque volví a repetir el mismo proceso anterior. La cabeza de Tsumugi quedó sumergida en el agua, y ésta se movió con desesperación intentando soltarse de mi agarre en su cuello, pero yo lo mantuve unos segundos más.

—Puedo estar así todo el día —aseguré con dureza—. Y por cada respuesta que no sea la que quiero, añadiré cinco segundos a tu maravillosa inmersión acuática.

Cada vez que la sumergía en el agua tenía que recordarme que lo hacía por ella, por (t/n), por su bien, y que yo en realidad no era un monstruo torturador.


-(t/n)-

Salí de mi laboratorio con cara de pocos amigos. Estaba segura de que Kokichi creía que yo era demasiado débil como para ver una tortura. Y quizá lo era, porque dentro no paraba de temblar y a penas pude hablar por culpa de mi nudo en la garganta. Pero que me echara de la habitación de esa manera, me molestó.

—No te enfades con él —dijo Rantaro, cuando comenzamos a bajar las escaleras con destino al primer piso.

—No estoy enfadada —bufé, haciendo una mueca.

Vale, sí lo estaba, pero no lo iba a admitir en voz alta.

—Tú cara me dice todo lo contrario —comentó, y vi por el rabillo del ojo que me miraba—. Creo que Kokichi nos ha echado más por sí mismo que por ti o por mí.

—¿Por sí mismo? —pregunté, olvidando el enfado.

—Me da la sensación de que no quiere que veas cómo tortura a Tsumugi —especuló, mientras continuábamos bajando las escaleras.

—¿Por qué? —pregunté, confusa—. ¿Porque cree que voy a pensar mal de él?

—Tú misma lo has dicho —asintió Rantaro.

—¡Pero no voy a pensar mal de él! —protesté—. Solo intenta sonsacarle información a Tsumugi, y si esa es la única manera... pues lo entiendo.

—Lo sé, pero creo que él no opina lo mismo que tú.

—Será idiota, y yo pensando que me había echado porque me consideraba débil.

—No eres débil, (t/n), todo lo contrario —aseguró Rantaro, con esa voz que siempre lograba calmarme—, pero no debes esforzarte demasiado por... Ya sabes.

—La enfermedad —mascullé en voz baja cuando llegamos al primer piso.

—En efecto, la... enfermedad. —Rantaro me lanzó una mirada fugaz en la que distinguí un sentimiento parecido al arrepentimiento, pero pronto desapareció—. Ya hemos llegado, nos separamos aquí. Yo iré a por la máscara de gas que dejaste en la habitación de Kokichi y tú vete a por el hielo en la cocina.

—Perfecto —asentí de acuerdo y me despedí de él—. Nos vemos en unos minutos en este mismo cruce, ¿vale?

Rantaro me hizo un gesto de aprobación con la mano y ambos seguimos nuestro propio camino. El comedor no quedaba muy lejos de donde yo estaba, así que tardé menos de cinco minutos en llegar. Hoy debía ser mi día de suerte porque no había nadie allí, cosa bastante inusual. Como tan solo tenía que sacar el hielo y ponerlo en una bolsa, pensé que mi tarea era demasiado fácil y que acabaría enseguida.

Sin embargo, me encontré con una sorpresa muy frustrante cuando abrí el congelador. Éste estaba hasta arriba de carne y pescado congelado, y debajo de todos esos montones a penas se podían ver los cubitos de hielo al fondo del electrodoméstico. Si quería llegar hasta ellos tenía que apartar primero toda la comida congelada.

Esto me iba a llevar más tiempo del esperado.


-Rantaro-

Cogí la bolsa con la máscara de gas, saqué la llave escondida en uno de mis anillos y utilicé el ascensor de la habitación de Kokichi para bajar al sótano, lugar que usábamos Tsumugi y yo para reunirnos. Una vez allí, entré por la puerta detrás del cuadro del espejo enseñando mi retina al escáner que había en un lateral.

Dentro me volví loco buscando por todas las estanterías un antídoto que se le pasara por alto a Tsumugi, uno que no hubiese llegado a romper. Comencé a frustrarme cuando las vi todas vacías. Necesitaba al menos un antídoto para que (t/n) pudiese sobrevivir cuando yo ya no estuviese aquí. Lo ideal sería encontrar dos, uno para Kaito y otro para ella, pero, muy a mi pesar, iba a ser una misión imposible.

Por suerte, hubo uno que no llegó a romper y lo encontré debajo de la estantería de armas blancas. Supuse que había rodado hasta allí y Tsumugi no lo había visto. Cuando lo metí en mi bolsillo, salí de la habitación. Saqué las llaves para abrir la puerta de roble que había cerrado por precaución minutos atrás, pero cuando la entreabrí, me quedé congelado. Al fondo del pasillo se encontraban Keebo, Himiko, Kaito y Shuichi subiendo las escaleras que llevaban al piso de arriba. Cerré la puerta justo a tiempo para que Shuichi no me viera.

Sin que me diese tiempo a volver a cerrar con llave la puerta de roble, corrí hasta el escáner de retina y entré de nuevo a la habitación, donde había encontrado el último antídoto intacto. Desde allí escuché a Shuichi y a los demás entrar a la sala de las cámaras, pero suspiré aliviado al saber que no podían acceder a donde yo estaba.

Me había arriesgado mucho entrando en la guarida porque sabía que ellos se podían encontrar por allí gracias a la tarjeta que Monokuma le dio a Kaito. Aun así, no podía dejar pasar la oportunidad de coger un antídoto para (t/n). Como tenía que esperar a que los otros se fueran para salir, decidí aprovechar ese tiempo para grabar el video que le dejaría a (t/n) tras mi muerte.

Respiré hondo y, después de darle varias vueltas, comencé a grabar.

—Hola, (t/n).


-Kokichi-

Mantuve la cabeza de Tsumugi sumergida en el agua por casi ochenta segundos. Tenía miedo de matarla, pero, hiciera lo que hiciera, la chica no soltaba prenda, y eso, siendo honestos, empezó a enfurecerme.

La saqué del agua y la empujé hacia un lateral, de modo que quedó tumbada en el suelo con las manos detrás de su espalda y los pies unidos por la cuerda. Me levanté con mucha frustración acumulada para estirar las piernas mientras la escuchaba toser con fuerza.

—¿Cuál es tu problema? —grité, muy enfadado.

La chica sacudió la cabeza para intentar apartar la larga melena mojada de su cara.

—¿A cuál de todos ellos te refieres? —comentó, impasible, como si no la hubiese estado torturando durante veinte largos minutos—. Vas a tener que ser más específico.

—¿Disfrutas el sufrimiento? —mascullé.

Tsumugi intentó serpentear por el suelo para llegar hasta la pared y apoyarse en ella, pero con las manos y los pies atados poco podía hacer.

—Unos tipos más que otros, pero por lo general sí —repuso, volviendo a mostrar esa asquerosa sonrisa—. ¿Por qué? No me digas que ya te has cansado de torturarme, ¡pero si acabábamos de empezar!

—No vas a decir nada, ¿verdad? —bramé, furioso—. Aunque te amenacemos a punta de pistola no vas a decirnos una sola palabra de lo que queremos saber, ¿no es así?

—A veces eres un poco lento para pillar las cosas —se burló—. ¡Pues claro que no voy a decir nada! Por decir no os diría ni la hora.

—Espero que te pudras en el infierno —le deseé con todo mi corazón—. No vas a salir viva de este laboratorio, que te quede claro. Ya me las arreglaré para sacar a (t/n) de aquí y llevarla con su familia.

—Buena suerte —se rió, y sus ojos se entornaron con malicia—. De verdad que la vas a necesitar.

—¿De qué hablas?

—De (t/n).

—Te lo advierto, Tsumugi —Me acerqué a ella con una expresión amenazante—. Di una sola palabra mala sobre ella y vuelvo a meter tu cabeza en el balde.

—¡Pero qué mal pensado eres! —exclamó ésta—. No iba a decir nada malo, solo quería recordarte que lo vuestro no va a funcionar.

—No recuerdo haberte pedido una opinión al respecto —sentencié con dureza.

—Bueno, yo he querido dártela. Ya sabes que ella es de otro mundo y tú... tú solo eres un pixel.

—Cállate.

Me alejé de ella y empecé a dar vueltas por el laboratorio, deseando que Rantaro y (t/n) llegaran cuanto antes con los materiales para llevar a cabo el plan B: matar a Tsumugi.

—Pero, aunque tuvieseis la oportunidad de estar juntos —empezó a decir Tsumugi, con crueldad—, ¿en serio crees que (t/n) te elegiría a ti?

—Mantén tu boca cerrada —le amenacé—. Último aviso.

—Pero si solo estamos conversando, ya sabes... como hacen los buenos amigos.

—Prefiero que me den una paliza a ser amigo tuyo.

—Solo intento ayudarte —se defendió—. (t/n) es demasiado para ti, y tú lo sabes.

—Intentas enfurecerme, pero no lo vas a conseguir.

—¿En serio? —En su rostro brilló la maldad—. Creo que el constante meneo de tus piernas muestra lo contrario. Seamos honestos, (t/n) te ha elegido porque estaba asustada y necesitaba apoyo, pero en cuanto salgáis de aquí se irá con otro. Como con Rantaro, por ejemplo, él si está a su altura. Si en verdad te lo digo por tu bien, para que no te haga daño.

—Una palabra más y te ahogo en ese balde, ¿me oyes?

—Ya veo como te controlas y no te dejas enfurecer por mis palabras —se mofó, con sorna—. Me tienes que enseñar un poco de ese autocontrol que tienes.

Solté un gruñido y deseé fuertemente golpearla con la silla para dejarla inconsciente.

—Quién sabe lo que estarán haciendo (t/n) y Rantaro ahora mismo. —Tsumugi soltó un suspiro soñador—. Están tardando mucho, ¿no?

—Tardarán lo que tengan que tardar —dictaminé, apretando mis puños.

—¿Y no estás celoso? —preguntó con malicia—. Quiero decir, ¿en serio piensas que lo tuyo con (t/n) es exclusivo? Por favor, si ni siquiera estáis saliendo oficialmente, ¿qué sois, amigos con derechos?

—Eso no te incumbe.

—Es que me gusta mucho el cotilleo, no puedo evitarlo.

—A mí me va a gustar enrollarte la cuerda alrededor del cuello para ahorcarte.

—En el fondo sabes que no quieres hacerlo —canturreó, con altivez—. Te haces el valiente, pero ni siquiera querías torturarme, ¿estoy en lo cierto?

—Cambio de planes, te voy a poner una cinta en la boca —decidí.

—Oh, pero si nos lo estábamos pasando muy bien —protestó ésta.

• ────── ❋ ────── •

Os juro que quería que el especial me durase solo un capítulo, pero cuando me pongo a escribir no paro xD

Eso sí, el próximo capítulo está lleno de SALSEO. Tengo muchas ganas de que lo leáis. Además, se os va a partir el corazón, os lo adelanto ;(

Y también veremos en el próximo capítulo aquello que le pasó a (t/n), que no quisieron decir en el juicio y la pobre mini Miu se quedó con la intriga. Ya entenderéis por qué no dijeron nada jijiji

Espero que os haya encantado el capítulo de hoy, os quiero mucho y nos leemos este jueves ❤️

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