Capítulo 89
Me puse nerviosa en cuanto escuché a Rantaro pronunciar mi nombre, aunque fuese a través de un aparato electrónico. Me atrapó una sensación de nostalgia que me trajo mucho recuerdos con él, como aquellas veces que acariciaba mi cabello mientras sonreía, o cuando tocaba en mi puerta para que fuésemos juntos a desayunar, o como todas aquellas veces en las que me animaba a seguir adelante solo con su presencia.
Todo eso se había terminado, y ya solo quedaría en mi memoria.
En el video aparecía Rantaro de cintura para arriba en una habitación con escasa iluminación, y la poca que había provenía de una bombilla vieja que parpadeaba de vez en cuando. Detrás de él habían dos enormes estanterías de hierro repletas de armas. Llegué a distinguir varios cuchillos de defensa, botes de distintos colores que reconocí como veneno, tásers eléctricos y granadas.
Se me cortó la respiración cuando escuché su risa nerviosa a través de la tableta.
»Estuve cinco minutos dándole vueltas porque no sabía cómo empezar esto, así que opté por un saludo normal. Si estás viendo este video es porque todo ha ido como planeé, y me alegra, porque eso significa que estás bien.
Tragué saliva y me obligué a mi misma a seguir viendo el video. No estaba siendo fácil para mí volver a ver a Rantaro a través de una pantalla, sin poder responderle, sin poder decirle que lo extrañaba y sin poder abrazarlo.
Rantaro hizo una pausa y su sonrisa decayó.
»Aunque no sé si querrás escucharme. Supongo que me odiarás por haber pertenecido al otro bando, trabajando codo con codo con Tsumugi.
—Claro que no te odio... —musité, como si pudiese escucharme—. A pesar de todo, siempre serás alguien importante para mí.
Rantaro suspiró, y continuó hablándole a la cámara:
»Pero no te culpo. Al principio, me acerqué a ti para seguir el plan. En parte lo hice por tu bien, para protegerte, aunque también para vigilarte. Nosotros teníamos que asegurar tu supervivencia, era nuestra normal principal. El por qué lo hicimos es algo que ahora no podrás entender y no voy a ser yo quien te lo explique, eso tendrás que descubrirlo tú misma.
Hice una mueca al ver que Rantaro decidía ocultarme información de la que estaba ansiosa por descubrir. El chico se revolvió el pelo, gesto que solía hacer cuando estaba nervioso, tomó aire y prosiguió.
»Te mentí desde el principio, te hice creer que yo era inocente, que no sabía nada de lo que estaba pasando, que era una víctima más. Fui amable, simpático y divertido. Intenté ser el chico perfecto para engatusarte y ganarme tu confianza. Fue un acto muy rastrero, y... no sabes cuánto me arrepiento.
Sus palabras transmitían remordimiento y dolor, pero fueron interrumpidas por un fuerte estruendo en la lejanía. Rantaro se tensó y ladeó la cabeza hacia el lugar donde se produjo tal estrépito. Permaneció en silencio durante unos segundos, como si estuviese en alerta, hasta que se relajó y volvió a mirar a cámara.
»Entonces llegó el día en que me di cuenta de que te buscaba con la mirada sin sentirme obligado a hacerlo. Ya no tenía que fingir una sonrisa a tu lado porque siempre conseguías sacarme una. Empecé a sentir verdadera preocupación por ti y un enorme sentimiento de protección. Te comportaste tan bien conmigo y confiaste tanto en mí que llegué a verte como una verdadera amiga, llegué a quererte de verdad.
Escuchar esas palabras salir de su boca fue reconfortante, y no pude evitar, al igual que hizo él detrás de la pantalla, dibujar una sonrisa nostálgica en el rostro.
»Incluso pensé en confesarte mi talento, el traidor definitivo, pero decidí no hacerlo porque no quería que tu expresión de decepción fuese lo último que quedase grabado en mi mente. Por eso, voy a llevar a cabo mi plan solo. Lo siento mucho, de verás, siento mucho irme así y que te hayas enterado de todo esto por otras personas. Esa es otra de las razones por las que grabo esto, para disculparme, porque te lo debo.
Rantaro volvió a ladear la cabeza y se mantuvo en silencio. De fondo se escuchaban voces, pero parecía que provenían de otra habitación. De hecho, identifiqué una de ellas como la de Kaito. Rantaro respiró hondo, y continuó:
»Te tengo mucho aprecio, (t/n). A veces, incluso, me duele verte tan unida a Kokichi.
Esa simple frase me impidió vencer la presión que crecía en mis ojos y derramé el dolor en forma de lágrimas.
»A Ryoma y a Kirumi también llegué a tenerles aprecio, y me costó dejarlos ir. Supongo que por eso he decidido sacrificarme, porque no quiero dejar ir a nadie más. No quiero que pierdas a más de tus amigos. Aunque tampoco quiero traicionar a Tsumugi, y me gustaría disculparme, pero imagino que a estas alturas ella también está muerta.
Usé la manga de mi camisa para limpiar las gotas que habían caído sobre la pantalla. No quería llorar, pero era imposible no hacerlo. Dolía mucho escuchar su voz sabiendo que él ya no estaba aquí, que ya no volvería nunca.
»Tsumugi no es tan mala como parece, ¿sabes? Sé que no me creerás, pero ella solo quería lo mejor para ti. Después de todo, ella fue la que te impulsó a... Bueno, no importa.
De repente, se materializó en mi cabeza el recuerdo de aquel tétrico sueño en el que apuñalaba repetidas veces a una persona sin rostro. Solo tuve que hilar las palabras de Rantaro con lo sucedido en ese sueño para darme cuenta de que la voz que me susurraba «mátalo» pertenecía a Tsumugi. Ella fue quien me impulsó a matar a Connor para liberarme de sus tortuosos experimentos.
Aun sabiendo eso, me negaba a creer que Tsumugi era buena persona, estaba muy lejos de serlo.
»El problema con Tsumugi vino cuando Monokuma le dio todo el control del juego, eso la cegó. Incumplió la norma principal, te inyectó el veneno mortal que en un principio era solo para Kaito. No me enteré hasta que me lo contaste, y entonces la encaré. Tuvimos una discusión, y me di cuenta de que se había vuelto muy codiciosa. Ella siempre ha tenido un impulso hacia la maldad, pero estaba irreconocible.
»Tenía tantas ganas de ocupar tu lugar, de dejar de ser una sombra, que después de que discutimos fue a romper todos los antídotos para yo no tuviera oportunidad de salvarte. Por eso he entrado a la habitación tras la puerta del escáner de retina, con tan mala suerte que Shuichi casi me pilla. Aquí es donde guardamos armas de repuesto, venenos, antídotos, kits de primeros auxilios y esas cosas. He venido a comprobar si quedaba algún antídoto intacto.
Rantaro señaló su alrededor y luego rebuscó algo en su bolsillo.
»Cuando vi todas las estanterías vacías, me asusté muchísimo, pero por suerte había un antídoto debajo de una de ellas, uno que Tsumugi no llegó a romper.
El chico encontró lo que estaba buscando y lo mostró ante la cámara. Era un bote idéntico al que Tsumugi había hecho pedazos segundos antes de su ejecución.
»Te lo he dejado dentro de la gaveta de mi escritorio, para ti, para que veas que lo que cuento no es otra mentira, sino la verdad.
Agrandé tanto los ojos que mis lágrimas se secaron. No podía creerlo. Dejé la tableta sobre la mesa y me apresuré a abrir la gaveta. Efectivamente, allí se encontraba el bote que Rantaro había enseñado a la cámara.
Oh, Dios mío.
»No puedo decirte por qué, pero tu vida es la más importante de todas. Todos nosotros dependemos de ti, así que tienes vivir sin importar qué, ¿me oyes?... También dejé mi anillo en la gaveta, el que contiene la llave de los ascensores, úsalo si lo necesitas. Por favor, no hagas que mi esfuerzo haya sido en vano.
Cuando cogí el antídoto, me di cuenta de que en el fondo de la gaveta se encontraba uno de los anillos que siempre llevaba puesto Rantaro. Al tocarlo, me percaté de que no era un anillo normal, ya que su consistencia era demasiado blanda y fácil de moldear. Como no estaba cerrado del todo, pude abrirlo y estirarlo hasta que quedó con la forma de una lengüeta de color gris. Deslicé el dedo por la superficie activando un mecanismo que hizo aparecer la llave escondida dentro, la cual también era moldeable.
Un anillo falso, claro, ¿cómo no lo pensé?
»De nuevo, lo siento mucho...
Era tanta mi impresión que había olvidado que el video seguía reproduciéndose. Dejé tanto el antídoto como el anillo en la mesa y tomé la tableta entre mis manos, viendo los últimos minutos del Rantaro del pasado.
»Hasta siempre, (t/n).
El chico esbozó su última sonrisa y acercó una mano a la cámara, poniéndole fin al video. Vi mi demacrado rostro reflejado en la pantalla cuando ésta se quedó en negro.
—Hasta siempre, Rantaro —susurré.
Una torbellino de intensas emociones me golpeó violentamente causándome un leve mareo. Estaba destrozada por la muerte de Rantaro, y el video sólo intensificó ese sentimiento, pero al mismo tiempo estaba agradecida de haber podido escuchar su voz una última vez y animada al corroborar que me llegó a tener cariño. Sin embargo, ver el antídoto en mis manos fue lo que realmente revivió mis esperanzas.
Tuve el impulso correr hacia Kokichi con el antídoto en la mano para compartir con él la noticia. Sabía que se pondría a saltar de alegría. Pero cuando puse una mano en el pomo de la puerta, me detuve, y mi sonrisa desapareció.
Kaito.
Volvía a estar en una encrucijada. Solo había un antídoto, pero éramos dos personas, lo que significaba que uno de los dos tendría que morir. Solté el pomo y apoyé mi espalda en la puerta. Hacía unos segundos estaba eufórica y ahora tenía ganas de gritar de agonía.
¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser yo quien tomase una decisión tan difícil? No era justo. Una parte de mí quería salir corriendo de la habitación a contárselo todo a Kokichi para que me ayudase, pero si lo hacía, éste me obligaría a tomarme el antídoto, y Kaito estaría perdido. La otra parte de mí ya se había rendido y no quería dejar morir a Kaito.
«Tu vida es la más importante... Por favor, no hagas que mi esfuerzo haya sido en vano», esas fueron unas de las últimas palabras de Rantaro.
Nadie sabía que yo tenía el antídoto, así que si me lo tomaba, nadie se enteraría. Me recuperaría pronto y podría poner la excusa de que tuve suerte, de que Tsumugi me inyectó menos veneno a mí. Kokichi estaría feliz por la mejoría de mi salud, y yo podría empezar una nueva vida junto a él.
Sonaba genial, ¿verdad?
Pero dentro de esa fantasía, Kaito estaría muerto, y tendría que cargar con la culpa toda mi vida.
Aunque Kaito, en estos momentos, estaba muy mal. ¿Y si el antídoto no funcionaba porque el veneno estaba muy avanzado? Entonces desperdiciaría mi oportunidad de vivir. ¿Y si el antídoto lograba salvarlo de una muerte segura? Entonces estaría siendo egoísta si me lo quedaba.
Metí el anillo y el antídoto en mi bolsillo antes de darme la vuelta y enfrentar la puerta. Tomase la decisión que tomase, alguien saldría herido. Si me lo quedaba yo, Shuichi sufriría, pero si se lo daba a Kaito, Kokichi se derrumbaría.
No había una opción correcta, tan solo una decisión con consecuencias fatales.
Me obligué a poner buena cara antes de abrir la puerta. No iba a ser fácil engañar a Kokichi porque como descubriese el antídoto escondido en mi bolsillo, Kaito estaría sentenciado a muerte. Al salir del dormitorio, cerré la puerta y me encontré a Kokichi, todavía apoyado en la pared bajo la lámpara que iluminaba el oscuro pasillo, hablando con Shuichi. Por sus expresiones, sabía que hablaban de Kaito.
Cuando se dieron cuenta de mi presencia, su conversación se apagó y se quedaron mirándome en silencio.
—¿Todo bien? —preguntó Kokichi, fijándose en cada uno de mis gestos y movimientos, como si tratase de averiguar lo que había pasado dentro del dormitorio.
Asentí muy despacio porque tenía la sensación de que si hablaba mi voz se rompería, y no quería delatarme tan rápido.
—¿Segura? —inquirió Kokichi, que se había dado cuenta de que algo no iba bien.
Volví a asentir sin abrir la boca.
Shuichi y Kokichi se miraron, como si estuviesen comunicándose por telepatía, y luego volvieron a mirarme a mí.
—¿Cómo te encuentras? —quiso saber Shuichi.
—Más o menos —me limité a responder, encogiéndome de hombros.
—Keebo ha entrado en la habitación que hay detrás de la puerta con escáner de retina —dijo Shuichi, con la intención de animarme—. Está buscando algo para detener el veneno, y tengo esperanzas en que lo encontrará.
Pero yo opinaba lo contrario. Rantaro había cogido el último antídoto que quedaba intacto en toda la academia, y ahora mismo estaba en mi bolsillo.
—¿Cómo abrió Keebo la puerta? —pregunté.
—Bueno... —Shuichi titubeó antes de contestar—. Tú no lo viste porque te desmayaste, pero cuando terminó la ejecución de Tsumugi, Keebo entró a la sala donde estaba su cabeza y...
—Oh, no —proferí, horrorizada.
—Sí —aseguró Shuichi—. Le arrancó un ojo.
—Era la única manera que teníamos de entrar por esa puerta —añadió Kokichi—. Y a Keebo no le importó hacerlo. Supongo que a su creador se le olvidó instalar la aprensión en su sistema. Tenías que haber visto la cara de M1-U, parecía que se había tragado un limón entero, por no hablar de los gritos que pegó...
Se me revolvieron las tripas al recordar la dolorosa ejecución de Tsumugi, pero lo hicieron aún más cuando noté el antídoto bailar en mi bolsillo, recordándome que todavía tenía que tomar una decisión.
—¿Cómo está Kaito? —me atreví a preguntar.
Shuichi bajó la mirada.
—Está muy mal. —Su voz se quebró, y yo sentí un vacío en mi estómago al escucharlo—. No creo que pase de esta noche. A penas puede hablar o moverse, pero él sigue diciendo que está bien y que se va a recuperar.
Joder.
—Y si él se mantiene positivo, yo también lo haré —continuó Shuichi, levantando la mirada—. Estoy seguro de que Keebo encontrará algo. Miró en mi laboratorio y no encontró nada, así que ahora está buscando en esa habitación que antes no pudimos explorar por culpa del escáner. Al parecer allí es donde Tsumugi guardaba los antídotos, así que tiene que haber alguno que no haya roto, alguno que se le haya escapado.
—Esperemos que sean dos —se apresuró a decir Kokichi.
—Sí, sí —asintió Shuichi, con nerviosismo—. Esperemos que sean dos.
Pues no, solo había uno.
De pronto me empecé a agobiar. Tenía que tomar una decisión, y tenía que hacerlo ya, porque quizá Kaito no despertaba para ver el amanecer.
—Chicos, creo que me voy al comedor un momento —me excusé, alejándome poco a poco de ellos—. Me ha entrado mucha sed, así que necesito beber algo.
—Voy contigo —saltó Kokichi, acercándose a mí.
—No. —Estiré los brazos hacia él para frenarlo—. Necesito... Necesito estar a solas.
Kokichi hizo una mueca porque no quería separarse de mí, y mucho menos después de ver la cara que puse al salir de la habitación de Rantaro. Además, era muy entrada la noche y él prefería que yo descansase.
—¿Seguro que no quieres que te acompañe? —insistió éste, mirándome a los ojos.
—Segura —asentí, y tragué saliva—. Solo será un momento, lo prometo.
—De acuerdo —cedió, a regañadientes—. Pero si pasa cualquier cosa...
—No dudaré en ir a buscarte —le aseguré, forzando una sonrisa.
—Más te vale —me advirtió, enarcando una ceja.
Aunque Kokichi me dejase salir de la zona común de los dormitorios sin poner ningún impedimento, camino al comedor me giraba cada seis pasos para comprobar que no me seguía. Lo conocía lo suficiente para saber que se había quedado muy preocupado por mí, y no me extrañaría que me hubiese seguido. Pero no lo hizo, así que supuse que quería darme espacio.
Crucé el comedor para llegar a la cocina, la cual tenía su propia puerta que la separaba del resto de la sala, y me aseguré de no hubiera nadie por los alrededores cuando la cerré. Como no habían ventanas, era imposible que alguien pudiera ver lo que estaba a punto de hacer.
Porque sí, había cavilado mucho acerca del tema mientras caminaba hacia el comedor, y ya había tomado una decisión. Si era la correcta, eso no lo sabía, pero era la que iba a llevar a cabo.
Abrí la nevera y saqué un bote de jugo de naranja. Después cogí una botella de medio litro vacía y un colador. Cuando lo coloqué todo sobre la encimera, añadiendo el antídoto que saqué de mi bolsillo, me puse manos a la obra.
Primero vertí el zumo de naranja en la botella vacía, que se llenó hasta la mitad, y luego, utilizando el colador para asegurarme de que no se desperdiciaba ni una gota, vertí el antídoto. Mientras lo hacía, miraba de vez en cuando a la puerta para comprobar que seguía cerrada. Como no era una buena idea tirar el bote vacío del antídoto a la basura donde cualquiera podía verlo, me lo guardé de nuevo en el bolsillo.
Me aseguré de cerrar bien la botella y la agité con las manos, haciendo que el transparente líquido del antídoto se mezclase con el zumo de naranja, y de esa manera fuese imperceptible a la vista. Ahora tenía el aspecto de un zumo normal y corriente.
Cuando iba camino a los dormitorios con la botella en la mano, me quedé mirando el oscuro cielo estrellado durante un breve instante, y no pude evitar formar una sonrisa al verla. Era una señal de que estaba haciendo lo correcto.
El pasillo de las habitaciones estaba desolado, el lugar donde minutos antes estaban hablando Shuichi y Kokichi, ahora estaba vacío. Respiré hondo e intenté mentalizarme antes de tocar en la puerta del dormitorio de Kaito, y cuando lo hice, supe que no había vuelta atrás. Me recibió una Himiko muy afligida que no paraba de hipar y sorber. Al verme, sus ojos se iluminaron, pero rápidamente volvió a sollozar.
—¡(t/n)! —gritó la chica, mientras se lanzaba sobre mí para abrazarme—. Kaito está muy mal, no quiero que se muera, y tampoco quiero que te ocurra lo mismo a ti.
Himiko se aferraba a mi camisa como si fuese su última reserva de oxígeno. Intenté calmarla acariciándole el pelo con la mano que no sostenía la botella, pero la chica lloraba como una magdalena.
—Himiko, ten cuidado —advirtió Shuichi, acercándose al umbral de la puerta, donde estábamos nosotras—. (t/n) también está débil.
Himiko volvió a sorber y despegó su rostro de mi camisa, que ahora estaba empapada con sus lágrimas.
—Tienes razón, lo siento mucho, (t/n) —gimoteó ésta, sin dejar de agarrar mi camisa—. Es que no puedo evitarlo.
Apoyé mis manos en los hombros de Himiko, y hablé con un tono sereno.
—Seguro que Keebo encuentra algo para ayudarnos. —Miré a Himiko, y luego a Shuichi—. Y seguro que Kaito mejora.
Shuichi forzó una media sonrisa y asintió. Él quería mantener sus esperanzas por Kaito, pero se notaba que cada vez le quedaban menos.
—¿Vienes a verlo? —preguntó éste.
—Me gustaría hablar con él —repuse, ocultando cualquier signo de nerviosismo—. Además, le he traído algo para beber. Estos días he estado bebiendo más de lo normal por culpa del veneno, así que seguro que Kaito está sediento.
Shuichi miró la botella que sostenía en mi mano izquierda, pero no pareció sospechar nada porque rápidamente volvió a mirarme.
—Gracias por preocuparte por él —me agradeció.
Himiko se separó de mí con los ojos enrojecidos y sacó un pañuelo de su bolsillo para secarse las lágrimas, y a juzgar por el estado del pañuelo, no era la primera vez que lo hacía. Shuichi se echó a un lado y me hizo un gesto para que me adentrara en el dormitorio, pero yo no me moví.
—Me gustaría estar un rato a solas con él —le pedí—. Si no te importa.
Shuichi se quedó un poco desconcertado. Miró de nuevo la botella en mis manos, observándola durante más tiempo que la última vez, y luego me miró con el entrecejo fruncido. Sin embargo, mantuve mi expresión firme y convincente, así que Shuichi se relajó y asintió.
—Estaremos fuera —me indicó, llevando a Himiko hacia la salida—. Si le ocurre algo a Kaito, llámanos.
—De acuerdo —afirmé.
—¡Pero yo no me quiero ir! —protestó Himiko, entre sollozos, mientras Shuichi la arrastraba fuera de la habitación.
—Por cierto, (t/n) —dijo Shuichi antes de salir—. Kokichi está en su dormitorio, por si lo necesitas. Me pidió que te lo dijera si te veía.
—Gracias —sonreí, y vi cómo Shuichi y Himiko salían de la habitación.
Al segundo de cerrar la puerta, mi sonrisa decayó, pero no podía acobardarme ahora, así que me adentré poco a poco en el dormitorio. Éste estaba sumido en la oscuridad total excepto por la pequeña lámpara que había en la mesita de noche, cuyos débiles rayos de luz alumbraban el pálido rostro de Kaito, quien estaba acostado bajo las sábanas con los ojos cerrados.
Al lado de la cama habían dos sillas, las cuales supuse que había colocado Shuichi para él y para Himiko. Caminé con sigilo hasta ellas, apartando una para sentarme en la otra, justo en la que estaba más cerca de la cabecera de la cama. Al mirar de cerca la mesita de noche, me percaté de la gran cantidad de pañuelos con sangre que había.
Dios mío.
Apoyé la botella en mi regazo y observé a Kaito en silencio: de su frente caían gotas de sudor, pero su cuerpo entero estaba temblando, a pesar de que estaba cubierto por varias capas de mantas.
Kaito entreabrió los ojos al darse cuenta de mi presencia.
—Hola —susurré, y me forcé a sonreír.
El chico se quiso incorporar, pero solo consiguió soltar un gruñido de dolor.
—No te levantes —le aconsejé, y me incliné hacia él para colocarle las sábanas por encima de los hombros—. Es mejor que no gastes fuerzas de forma innecesaria.
—No deberías... estar... aquí —musitó éste, con la voz raspada.
—Quería ver cómo estabas —murmuré.
Kaito inspiró con fuerza emitiendo un sonido parecido a un silbido. Antes de que pudiera responderme, añadí:
—Y no me digas que estás bien porque es evidente que no lo estás.
El chico soltó un gruñido y cerró los ojos.
—Vete a descansar —dijo con esa voz ronca.
—No me voy a ir a ninguna parte —persistí.
—Lo sé... eres muy cabezota. —Intentó reírse, pero terminó con un breve ataque de tos—. Pero tenía que... intentarlo.
Cogí un pañuelo sin usar de la mesita de noche y le sequé las gotas de sudor de la frente.
—Estás ardiendo —observé—. Probablemente tengas fiebre.
—Fiebre o no, nada puede... vencer a... Kaito Momota.
Le sonreí y dejé el pañuelo en la mesa.
—Te he traído algo para beber —dije, enseñándole la botella—. Es zumo de naranja, seguro que estás sediento.
—Me asusta que... te preocupes más por mí que por ti misma —admitió Kaito—. Deberías... estar descansando en tu... habitación.
—Kokichi me dijo lo mismo, y aquí estoy —perseveré.
—Deberías... hacerle caso —murmuró.
Negué con la cabeza y le señalé la botella.
—He oído que el zumo de naranja es un buen remedio casero —inventé, mostrando convencimiento—. Por eso te lo he traído, estoy segura de que te puede ayudar a combatir el veneno. Ya sabes, por la vitamina C y todo eso.
Sabía que la vitamina C poco podía hacer para combatir un veneno, pero sabía que Kaito se lo tragaría.
—En ese caso... es mejor que te lo bebas tú —propuso, decidido.
—No te preocupes, yo ya me he tomado el mío hace unos minutos —mentí—. Éste es para ti.
Kaito me sonrió, y cuando intentó incorporarse, lo ayudé.
—Muchas gracias, (t/n).
Me forcé a sonreírle de vuelta
—Pero te lo tienes que tomar todo —le advertí, y le di la botella cuando consiguió apoyar su espalda en el cabecero de la cama—. Porque si no, el remedio no funcionará.
—Entendido —asintió, abriendo la tapa de la botella—. No dejaré... ni una gota.
—Bien. —Sentí una punzada de arrepentimiento y unas fuertes ganas de arrebatarle la botella de las manos, pero me contuve.
Kaito se aclaró la garganta antes de llevarse la botella a los labios. Supe que estaba sediento cuando comenzó a tragarse el contenido a gran velocidad. Sin embargo, todavía le quedaba la mitad del zumo cuando separó la botella de él con una mueca de asco.
—Este zumo de naranja sabe un poco raro —comentó, con aprensión—. No estarían las naranjas podridas o algo, ¿no?
—Puede ser por el ingrediente secreto —alegué.
—¿Qué ingrediente? —preguntó, oliendo el zumo.
—Si te lo dijese, ya no sería secreto —dije, forzando una sonrisa.
—Buen punto —reconoció Kaito.
—Confía en mí, es un buen remedio casero —le aseguré.
Kaito se encogió de hombros y se volvió a llevar la botella a los labios. Se terminó todo el zumo aunque en contra de su voluntad, ya que con cada trago su expresión se tornaba más aprensiva. El chico inspiró hondo, se secó los labios y me tendió la botella vacía para que yo la colocase en la mesa de noche.
Mi plan había funcionado estupendamente. Kaito se había bebido el antídoto sin darse cuenta y esperaba que en pocas horas su salud mejorase. No sabía si su recuperación iba a ser lenta o rápida, pero me alegraba saber que tendría una oportunidad de vivir.
Sí, estaba feliz por él.
Muy feliz.
Ya, claro, ¿a quién intentaba engañar? No estaba feliz. Tenía ganas de romper a llorar. Me había sentenciado a muerte, y Kokichi nunca me lo perdonaría.
—¿Estás bien? —preguntó Kaito, mirándome, preocupado.
Hice un esfuerzo enorme por recomponerme, y desvié el tema:
—Esta noche la vi, ¿sabes? —comenté, cruzándome de piernas—. Vi la sonrisa en el cielo.
—La Corona Borealis... —sonrió Kaito, con nostalgia.
—La primera vez que me la enseñaste fui incapaz de verla —recordé—. Pero esta noche la vi con claridad en el cielo, y tenías razón, es una sonrisa preciosa.
—Dicen que solo... pueden verla aquellos que... han perdido a un... ser querido —explicó Kaito—. Yo solo la vi... cuando murió mi hermano, y tú...
—Y yo cuando se fue Rantaro —completé, bajando la mirada.
—Lo siento —musitó—. Sé que estabas... muy unida a él.
Sentí un fuerte dolor en mi estómago al recordar el vídeo que me había dejado Rantaro antes de morir, era como si un monstruo me estuviera raspando las tripas.
—¿Con el tiempo deja de doler? —pregunté con la voz rota.
—Nunca deja de... doler —repuso él, carraspeando—, pero te acostumbras a vivir con ello.
—Entiendo...
Kaito consiguió aclararse la garganta antes de continuar hablando:
—Los primero días son los peores, pero poco a poco te acostumbras a vivir sin esa persona.
—Suena muy triste —musité, mirándolo a los ojos, y en los suyos distinguí el sentimiento de añoranza.
—Pero siempre... vivirá en tus recuerdos... ¿sabes? —Kaito hizo otra pausa para aclararse la garganta—. Quizá por eso... no me he dado por vencido... y sigo luchando contra este veneno. Le hice una promesa a mi hermano... y la pienso cumplir.
—Siempre me ha asombrado tu optimismo —admití, dejando escapar una sonrisa.
Él soltó una risotada fanfarrona.
—Este veneno... no va a impedir que... cumpla mi promesa. No voy a permitir... que me haga fracasar como hermano. Lucharé contra él... y estoy seguro de que... ganaré.
—Yo también estoy segura de que ganarás —coincidí, regalándole una de mis mejores sonrisas—. Después de todo eres Kaito Momota, ¿no? Nada puede vencerte.
—Eso es —se emocionó, y me miró a los ojos—. Y tú también te... recuperarás, lucharemos los dos... juntos.
Kaito estiró su tembloroso puño hacia mí, y yo se lo choqué algo desanimada.
—Pero tienes... que luchar, ¿entendido? —insistió, entre carraspeos—. No vale que.. uno se recupere y el otro no.
—Haré... —Tuve que hacer un esfuerzo para no mostrar debilidad—. Haré lo que pueda.
—No puedes... dejar a Kokichi... solo —me advirtió.
Me quedé unos instantes en silencio, cavilando sobre sus palabras, hasta que susurré:
—¿Puedes prometerme algo?
Kaito asintió, y yo continué:
—En el hipotético caso de que lo deje solo, ¿puedes ocuparte de él? ¿Consolarlo, aunque no se deje, y darle tu apoyo? ¿Podrías hacer eso por mí?
Kaito me observó en silencio. Tuve la sensación de que se negaría y me diría algo como: «eso no va a pasar porque te vas a recuperar», pero, en su lugar, me dijo:
—Por supuesto, cuenta... conmigo —sonrió—. Ese diablo... no se va a librar de mí... tan fácilmente.
—Gracias. —Por poco dejo escapar una lágrima.
—Ey, pero eso no va a ocurrir —se apresuró a decir Kaito—. Estoy seguro de que... ambos nos vamos a recuperar. Yo aún tengo una promesa que cumplir... y tú un diablo al que cuidar.
—Tienes razón —sonreí.
En ese momento, alguien tocó la puerta y escuchamos a Shuichi preguntar con inquietud:
—¿Podemos pasar ya?
Kaito y yo intercambiamos nuestras últimas miradas de complicidad y nos dedicamos una última sonrisa antes de levantarme de la silla para abrir la puerta.
—¿Ha empeorado? —se apresuró a preguntar Shuichi, una vez hubo entrado en el dormitorio con Himiko detrás.
—Solo ha tosido un par de veces —le tranquilicé—. Pero tengo el presentimiento de que mejorará.
Shuichi se fijó en mis manos vacías y luego su mirada recayó al fondo de la habitación, justo en la mesa de noche donde estaba la botella cuyo contenido se había bebido Kaito momentos atrás. Su expresión se tornó inquisitiva cuando volvió a mirarme a los ojos.
Esta vez no me esforcé en ocultar mi abatimiento. No me importaba porque ya estaba hecho. El pasado no se podía cambiar, así que, aunque me descubrieran, el antídoto ya estaba en el cuerpo de Kaito.
Y nadie podía hacer nada para remediarlo.
—Creo que me voy ya —salté, cuando Shuichi hizo el ademán de preguntarme algo.
—¿Te vas a descansar? —preguntó Himiko, con ojos vidriosos.
—Sí, nos vemos mañana —me despedí a toda prisa y me dispuse a salir de la habitación a paso ligero.
Sin embargo, Shuichi me llamó cuando pisé el umbral de la puerta y no tuve más remedio que girar sobre mi talones para volverme hacia él. Tragué saliva al ver su expresión.
—¿Qué ocurre? —pregunté, con nerviosismo.
Hubo unos segundos de silencio que fueron tortuosos.
—¿Quieres que te acompañe? —dijo él, al fin.
Sus ojos estaban clavados en los míos de una manera que ya había visto antes: cuando me quiso interrogar acerca del caso de la cúspide de la desesperación.
—Prefiero que no —rechacé, forzando una sonrisa—. Kaito te necesita, y yo estoy perfectamente.
Me di la vuelta para salir definitivamente del dormitorio, pero Shuichi volvió a llamarme:
—Espera, una cosa más.
Volví a tragar saliva y me giré hacia él.
Éste acercó a mí con esa expresión inquisitiva que tanto alteraba mis nervios y se apoyó en el marco de la puerta.
Estaba tan alarmada que escuchaba los latidos de mi corazón dentro de mi cabeza. No me importaba que me descubrieran, pero no quería que lo hicieran tan rápido. Necesitaba un tiempo para asimilar lo que acababa de hacer. No había sido fácil para mí renunciar a mi vida, y mucho menos que Kokichi, Himiko o el propio Kaito se enterasen de ello.
Sin embargo, no ocurrió lo que me temía, Shuichi no anunció en voz alta que le había dado el antídoto a Kaito, sino que rebuscó algo en su bolsillo.
—Creo que esto te pertenece —comentó, mostrándome el collar con la llave que solía llevar atado a mi cuello—. Lo he limpiado y ha quedado como nuevo.
Parpadeé desconcertada durante unos instantes, mirando su media sonrisa y luego el collar, que se balanceaba de un lado a otro entre sus manos. Solté un suspiro interno. Por un momento, me temí que me descubriese.
—Gracias. —Lo dejó caer sobre mis manos y yo lo até a mi cuello.
—Buenas noches, (t/n) —se despidió, con cordialidad.
—Buenas noches.
Me di la vuelta y esta vez conseguí salir de la habitación. Al llegar a mi puerta, busqué la llave para introducirla en la cerradura, pero paré de buscar cuando escuché que la puerta del dormitorio de Kaito se cerraba. El pasillo se quedó en completo silencio. No me gustó escuchar el canto de los grillos, el ulular de los búhos ni el silbido del viento porque todo eso me recordaba a la soledad.
Y lo último que quería en ese momento era estar sola.
Rápidamente se me vieron a la cabeza las palabras de Shuichi: «Kokichi está en su dormitorio, por si lo necesitas».
Dejé la llave en mi bolsillo y toqué en su puerta. Golpeé el suelo con la punta del pie hasta que escuché pasos al otro lado. Entonces, la puerta se abrió y me recibió un aroma a champú que indicaba que se había dado una ducha hacía tan solo unos minutos.
Cuando sus ojos se encontraron con los míos, se entrecerraron con ternura por culpa de su adorable sonrisa.
—¿Puedo pasar la noche contigo hoy? —pregunté, con timidez—. No quiero estar sola.
A Kokichi no le sorprendió mi pregunta, pero eso no evitó que sus mejillas se ruborizaran.
—Puedes pasar la noche conmigo cuando quieras —aclaró, sonriendo con picardía—. Me han dicho que estás camas son muy resistentes y que las paredes están insonorizadas, así que no hay nada de lo que preocuparse.
Sentí un picor subir por mi cuello y cachetes.
—Sabes muy bien que no lo decía en ese sentido —protesté, y quise sonar enfadada, pero la sonrisa me delató.
—¿Qué sentido? —preguntó, fingiendo una expresión inocente de niño al que acaban de reñirle por una travesura que no ha cometido—. Yo no hablaba en ningún sentido.
—Eso no te lo crees ni tú —comenté, alzando mis cejas, todavía enfrente de su puerta—. Si no, ¿a qué venía lo de la cama?
—A que son muy resistentes al peso de dos personas, por lo que podemos dormir en ella sin problemas —repuso con astucia—. Me refería a dormir, por supuesto. —Su sonrisa traviesa no tardó en aparecer—. ¿Por qué? ¿Tú en qué pensabas?
Apreté mis labios formando una línea recta y entrecerré mis ojos.
—¿Y eso de las paredes insonorizadas?
—Para que los dormitorios contiguos no oigan nuestros ronquidos —contestó Kokichi, sin ocultar que esa respuesta se la acababa de inventar en ese mismo momento. Luego negó con la cabeza—. Ay, (t/n), quién iba a decir que eres una mal pensada.
Su sonrisa burlesca indicaba que estaba disfrutando del momento. No había otra cosa que le gustase más a Kokichi que tomarme el pelo, y no había nada que me entusiasmara más a mí que devolvérsela cuando tuviese oportunidad.
—Anda, aparta —espeté, abriéndome paso hacia el interior de la habitación.
Él se echó a un lado y cerró la puerta en cuanto entré.
—Vaya manera de tratar a tu anfitrión —se quejó, pero aún tenía esa expresión traviesa en el rostro.
Entonces vi la oportunidad perfecta para vengarme. Conocía el punto débil de Kokichi: no le gustaba que hiciera o dijera cosas de forma inesperada, eso lo hacía sentir vulnerable.
Por eso, nada más terminó de hablar, me acerqué a él, dejé reposar mi mano en su mejilla y le planté un corto beso en los labios.
—¿Esta manera te gusta más? —pregunté con picardía cuando me separé de él.
Kokichi se había quedado mudo y con las mejillas encendidas, pero asintió muy rápido con la cabeza.
Solté unas risitas, a penas audibles, por su reacción, pero sentí el corazón desbocarse de mi pecho cuando me miró con una expresión tan tierna que estaba segura de que debía ser ilegal.
—De todas formas si no venías tú a mi dormitorio —empezó a decir, jugando con un mechón de mi pelo que caía por mi hombro—, iba a ir yo a buscarte. ¿O es que crees que voy a dejarte sola sabiendo que tu salud peligra?
Miré como sus dedos se entrelazaban en el mechón, dejándome un cosquilleo por todo el cuello, y decidí que no pensaría más en el veneno, que aprovecharía mis últimos momentos de vida al máximo y que no dejaría que mi cuerpo se derrumbase tan fácilmente.
No quería que la felicidad desapareciese de los ojos de Kokichi, era mi deseo más fuerte, y solo por eso valía la pena gastar todas mis fuerzas en luchar contra lo que estaba destruyendo mi cuerpo.
—Sé que contigo a mi cuidado podré superar lo que sea —dije, desbordante de esperanza—. Además, si soy la sujeto de pruebas definitiva es porque he sobrevivido a cosas peores que esta, ¿no?
Era impresionante como Kokichi, por el simple hecho de sonreírme, mirarme o tocarme, era capaz de subir mis ánimos.
—¿Quién eres y qué has hecho con (t/n)? —preguntó, alzando las cejas.
—Eres un exagerado.
—No dirías lo mismo si hubieras visto la cara que pusiste cuando abrí la puerta —comentó, y esbozó una sonrisa de medio lado—. No habrá sido por el beso, ¿verdad? Porque si es así —empezó a decir, envolviendo mi cintura con sus brazos—, puedo darte muchos más.
Su rostro estaba muy cerca del mío, pero, a pesar de que me moría de ganas de besarlo de nuevo, aparté sus brazos de mi cintura, causando una mueca de desilusión en su rostro, y negué con la cabeza.
—Estoy muy cansada —repliqué—. Voy a buscar el pijama a mi habitación, y luego quiero darme una ducha para refrescarme.
Kokichi no me presionó más, pero no desperdició la oportunidad de hacer uno de sus comentarios estrella.
—Si necesitas ayuda para ducharte, solo tienes que pedírmela —planteó con astucia.
—Buen intento. —Dejé escapar una pequeña sonrisa, que le contagié a él segundos después, y me encaminé hacia la puerta—. Vuelvo enseguida.
En menos de cinco minutos volvía a estar en su dormitorio, abriendo el grifo de la ducha para que el agua se fuera calentando, después de repetirle a Kokichi más de tres veces que me podía desvestir solita y de cerrar la puerta del baño con el pestillo, por si acaso, aunque sabía que no entraría.
Decidí no tardar mucho en ducharme para no dar mala impresión, pero si hubiese sido por mí me hubiera quedado media hora más. El medio ambiente tenía que estar muy enfadado conmigo, pero es que el agua calentita era una de mis debilidades.
Me puse el pijama y guardé en una bolsa la ropa que llevaba puesta antes. Al mirarme en el espejo, hice una mueca. El pijama no me quedaba nada bien. Monokuma nos había dado a todos el mismo modelo, y como era talla única, me quedaba como un saco; las mangas eran más largas que mis brazos y arrastraba el bajo de los pantalones por el suelo.
Me alegró pensar que a Kokichi le pasaría lo mismo, pero cuando salí del baño y me fijé en su pijama, me di cuenta de que me equivocaba. Las mangas le llegaban hasta las muñecas y sus pantalones no rozaban el suelo.
—¿Cómo lo has hecho? —le acusé, mientras me remangaba el pijama hasta las muñecas.
—¿Hacer el qué? —preguntó, confundido, llevando varias mantas al sillón.
—Tú pijama —le indiqué—. Te va perfecto, pero es talla única; somos más o menos de la misma altura, y a mí me queda como un saco.
Kokichi me miró de arriba a abajo y dejó escapar unas risitas burlonas.
—Tengo mis contactos —se limitó a responder, con aires ufanos.
—No te hagas el importante —repliqué—. Sobornaste a Monokuma, ¿verdad?
Kokichi negó con la cabeza mientras estiraba una de las mantas encima del sillón.
—Le pedí a Tsumugi que me lo ajustara. —Al ver mi cara de sorprendida, añadió—: Cuando no sabía que era una enajenada mental, claro.
—No me puedo creer que aceptara.
—Pues sí, lo hizo, y sin pegas —repuso—. Supongo que entraba dentro de su papel para hacernos creer que era una chica normal.
—Supongo. —Vi que Kokichi sacaba una almohada de repuesto de su armario—. Ojalá hubiera arreglado el mío también; es muy incómodo llevarlo así.
—Si te molesta mucho te lo puedes quitar —sugirió con sutileza.
—No llevo nada más que la ropa interior debajo, idiota.
—Mejor.
Entrecerré los ojos, intentando hacer ver que el rojo de mis cachetes era por la ira y no por el pudor, y Kokichi alzó las manos en son de paz.
—Fuera bromas, me gusta más así —opinó—. Es gracioso ver cómo te cuelgan las mangas.
—Será gracioso, pero es muy molesto —aseguré, y éste puso la almohada en un extremo del sillón—. Por cierto, ¿qué estás haciendo?
—Una cama provisional —contestó, terminando de colocar las mantas.
—Oh, gracias por preparármela.
—¿Qué? No, no, yo duermo en el sillón y tú en la cama.
—Pero es tu habitación —repliqué—. No quiero que duermas en el sillón por mi culpa.
«Quiero que duermas conmigo», añadí para mis adentros.
—Tranquila, estoy acostumbrado —comentó, con una pequeña sonrisa—. Creo que me he dejado dormir más veces en ese sillón que en la cama.
Kokichi creía que yo necesitaba espacio, y yo no sabía cómo decirle que no me importaba que durmiera conmigo sin convertirme en la viva imagen de un tomate.
—No quiero que estés incómodo en tu propia habitación —insistí—. Deberías dormir en la cama.
—No voy a dejarte durmiendo en el sillón, (t/n) —discrepó, como si fuese algo evidente.
—Yo no he dicho que vaya a dormir en el sillón —murmuré, desviando la mirada.
Kokichi captó al momento lo que yo estaba insinuando, pero decidió molestarme al respecto.
—¿Qué me estás proponiendo? —preguntó, acercándose a mí con una sonrisa burlona.
Tragué saliva, y lo solté:
—Que durmamos juntos.
Esperaba que Kokichi siguiera molestándome, pero, para mi sorpresa, se quedó callado mientras el rubor crecía por sus mejillas. Supuse que el ser tan directa lo había pillado desprevenido.
—¿En serio? —No pude evitar soltar unas risitas—. Hablas de paredes insonorizadas, de camas resistentes y de querer ducharte conmigo, ¿y ahora te sonrojas por la proposición de dormir juntos?
Kokichi se ruborizó aún más, si es que eso era posible, y frunció el ceño.
—Eso es distinto —se defendió—. Eran solo bromas.
Me pareció tierno que Kokichi se pusiera nervioso con mi propuesta, sobre todo después de haber bromeado acerca de ello con total seguridad.
—Pues esta vez va en serio —aseguré—. Podemos dormir los dos en la cama si a ti no te importa.
—Claro que no me importa —musitó con nerviosismo, pero más tarde formó una sonrisa traviesa en su rostro—. Mientras no me tires de la cama a patadas, todo bien.
Solté un bufido que se pareció más a una pequeña carcajada.
—¿Quién te piensas que soy? ¿Un karateka de cinturón negro?
—Algo parecido, das mucho miedo cuando te enfadas.
—Como sea —Rodé los ojos, y luego señalé la cama—, me pido el lado derecho.
—Ey, ese es mi lado —protestó.
—A partir de ahora es el mío.
Sin darle tiempo a replicar, me apresuré a sentarme en el borde derecho de la cama y lo miré con una expresión divertida. Al verme, se le dibujó una sonrisa de felicidad en el rostro.
—Tienes suerte de que me gustes —dijo, posicionándose en el lado izquierdo—. Si no, ya te hubiera echado de mi habitación a patadas.
—Después soy yo la del mal genio —le pinché.
—Creo que me lo estás contagiando.
—Imbécil —me reí.
Mi corazón bombeó con fuerza cuando ambos nos metimos debajo de las sábanas. Solo íbamos a dormir, pero no pude evitar ponerme nerviosa. Kokichi tampoco ayudó mucho a calmar mis nervios, pues se giró hacia mí, apoyado en la almohada que compartíamos, con una de sus adorable sonrisas y acarició mi mejilla.
—Si te empiezas a encontrar mal, despiértame sin dudarlo, ¿vale?
Asentí muy despacio porque su cercanía me había dejado demasiado aturdida como para articular bien las palabras.
—Descansa —susurró Kokichi antes de girarse hacia el lado opuesto.
Por desgracia, poco pude descansar, ya que al cabo de veinte minutos volví a tener la misma pesadilla que había tenido en mi dormitorio. Me encontraba con Rantaro, pero resultaba ser Tsumugi disfrazada, y ésta intentaba matarme de todas las maneras posibles.
No sabía si era por el miedo que había pasado en el juicio, por el dolor de haber perdido a un amigo o porque el veneno me estaba afectando al sueño, pero me desperté jadeando y sudando. Me cayeron algunas lágrimas de los ojos al mismo tiempo que sentí escalofríos por todo el cuerpo.
—¿Otra vez Tsumugi? —preguntó la voz ronca de Kokichi a mi lado.
Lo miré entre la oscuridad y asentí con la cabeza apoyada en la almohada. Quise disculparme por haberlo despertado por una tontería, pero me costaba respirar y mucho más hablar.
—Tranquila, ven aquí. —Kokichi me rodeó con sus brazos y me acercó a él.
Mi cabeza quedó apoyada en su pecho, mientras que con una mano acariciaba mi cabello. De repente me invadió una sensación de paz. Todo el miedo causado por la pesadilla desapareció sin dejar rastro y mi respiración se fue adaptando a su ritmo normal. Me sentía segura cerca de él. Mis párpados no tardaron en ceder a la presión, volviendo a cerrarse, y me dejé dormir en sus brazos.
• ────── ❋ ────── •
Quiero saber vuestra opinión, ¿creéis que la protagonista ha hecho lo correcto dándole el antídoto a Kaito? ¿Vosotros habríais hecho lo mismo en su lugar?
Añadido: como veo que mucha gente pone que Kaito se tome la mitad del antídoto y la prota la otra mitad, quiero recordaros las palabras de Tsumugi: el antídoto solo sirve para una dosis, lo que quiere decir que si no te lo tomas entero no te cura un carajo xD
Por lo tanto, dividirlo a la mitad solo sería desperdiciarlo. Espero que se haya entendido.
Quiero informaros de que el próximo capítulo será el especial del "asesinato" de Tsumugi, en el que veréis P.O.V (punto de vista) de (t/n), Kokichi y Rantaro. Y puede que algún P.O.V Tsumugi, ya veremos. He intentado resumirlo en un capítulo, pero son muchas cosas y probablemente lo divida en dos xD
Os quiero muchísimo, nos leemos el lunes❤️
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