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Capítulo 88


—(t/n), por aquí —susurró un niño de cabellos blancos mientras hacía un gesto con la mano—. Corre, sígueme.

Me encontraba en medio de un largo y estrecho pasillo, cuyo final escapaba al alcance de mi visión. Las paredes eran pálidas y estaban agrietadas, proporcionando un ambiente tétrico. A ambos lados del pasillo habían puertas numeradas con un aspecto que no invitaba a entrar en ellas.

Miré al niño enfrente de mí, que me sonreía con ojos angelicales, y sentí una inesperada sensación reconfortante, como si supiera que todo iba a ir bien.

—Vamos, date prisa —bisbiseó el niño antes de echar a correr por el pasillo.

Me di cuenta de que estaba descalzo, y con sus aceleradas pisadas levantó polvo del suelo, haciéndome estornudar. Lo vi alejarse hacia el final del pasillo mientras reía con entusiasmo. Decidí seguirlo para preguntarle dónde me encontraba, pero el niño no paraba de correr y me estaba quedando rezagada.

—¡Espérame! —grité, asfixiada—. No vayas tan rápido.

El niño se frenó en seco y se dio la vuelta con una sonrisa de oreja a oreja.

—Ya sabes a dónde vamos, tonta —murmuró, y luego su expresión se entristeció—. ¿O es que hoy no quieres ver las explosiones brillantes conmigo?

—¿Qué explosiones...? —Hice una mueca, pero entonces caí en la cuenta—. ¿Hablas de los fuegos artificiales?

—¿Eh? ¡Pero qué dices! —exclamó con el ceño fruncido—. Ya estás inventando palabras raras. No son fuegos, el fuego es otra cosa, eso son explosiones de colores en el cielo.

Descansé sobre mis rodillas cuando llegué a su lado. Me sentía más cansada de lo normal. A penas podía respirar sin ahogarme.

—¡Mira que eres lenta! —se rió el niño con ternura—. Si no nos damos prisa, nos vamos a perder las explosiones. ¡Vamos!

El niño volvió a salir corriendo sin darme tiempo a replicar. Era mucho más ágil que yo, así que mientras él avanzaba sin problemas, yo lo hacía con torpeza. Lo seguí hasta que se metió dentro de una habitación cuya puerta quedó entreabierta. El corazón me bombeaba a un ritmo desenfrenado, pero, aun así, me armé de valor para abrirla del todo.

Una vez dentro, la claridad me cegó. Delante de mí había un enorme ventanal por el que se asomaban los ardientes rayos del sol. Enfrente de éste, en lugar de encontrar al niño, había una figura más alta y esbelta, a contraluz, por lo que no pude detallar su rostro.

Pero lo reconocí al instante cuando habló.

—Hola, (t/n).

—¿Rantaro? —pregunté, esperanzada.

—Me alegra que no te hayas olvidado de mí —comentó, con su habitual serenidad.

No pude contener las lágrimas. Me lancé hacia él y lo envolví en mis brazos. Una sensación nostálgica me sacudió de arriba a abajo. Ya habíamos vivido esta situación antes: yo estaba dolida por las palabras que me había dedicado Kokichi en la azotea, y él había venido a consolarme. Y, al igual que en aquel entonces, ambos estábamos llorando.

—Pensé que no iba a volver a escuchar tu voz —musité, entrecortada por mis sollozos—. Y mucho menos pensé que volvería abrazarte.

Lo apreté fuerte contra mí porque quería grabar ese momento para siempre en mi memoria. No sabía cuánto tiempo iba a poder estar con él, pero esperaba poder despedirme de mi amigo.

Sin embargo, todo se torció cuando Rantaro apoyó sus manos en mis hombros y me separó bruscamente de un empujón. Me tambaleé hacia detrás con torpeza, pero logré mantener el equilibrio. Lo miré, desconcertada, y distinguí una malvada sonrisa en su rostro.

—¿Rantaro? —gimoteé, asustada.

Él no contestó a mi llamada ni me dio una explicación a su reciente actitud, en cambio, se acercó a mí a paso lento. Su sonrisa se hacía cada vez más grande, al punto de que terminó deformando su rostro. Me alejé de él hasta que mi espalda chocó con la pared.

—Me estás asustando —sollocé, y me protegí la cara con las manos cuando se detuvo enfrente de mí.

Esperaba que todo fuera una broma de mal gusto, pero cuando dejó escapar unas risotadas perversas, supe que iba totalmente en serio. Agarró muy fuerte mis muñecas y las apartó con brusquedad de mi rostro sin soltarlas, ni siquiera cuando me quejé por el dolor. Si las seguía apretando de esa manera, me dejaría marcas severas.

—Tú no eres Rantaro —sentencié, cuando me di cuenta de su diabólica mirada.

—Muy lista.

Tan pronto como terminó de hablar, su aspecto cambió por completo. Fue como si Rantaro se derritiera en el aire y apareciera en su lugar la verdadera identidad de la persona que me había acorralado en la pared.

Tsumugi.

Intenté soltarme y patalear, pero ella era muchísimo más fuerte que yo, así que lo único que conseguí fue gastar energías. Por su expresión supe que le estaba gustando verme tan asustada, y eso solo me enfureció. Me había vuelto a dejar engañar por ella.

—Ya no escaparás de mí —siseó, muy cerca de mi oído.

Acto seguido, y sin darme oportunidad para defenderme, me clavó un objeto muy afilado en el abdomen. Solté un grito ahogado por la rapidez con la que ocurrió todo, y no fue hasta unos segundos después que me di cuenta de la cantidad de sangre que brotaba de la herida.

—¡Ahora, muere! —Gritó.

Tsumugi levantó el objeto puntiagudo, que identifiqué como un cuchillo de cocina, con la intención de volver a cargar contra mí. Me intenté proteger el rostro con las manos y cerré los ojos, deseando que nada de eso fuese real.

.

.

Abrí los ojos, aterrorizada, y me incorporé de la cama a toda velocidad. Me estaba sofocando con mi propia respiración y sentía un sudor frío cayendo por mi espalda. De inmediato, levanté la camisa para mirarme el estómago, y cuando comprobé que estaba libre de heridas, suspiré aliviada.

Había sido una pesadilla.

Me llevé una mano al pecho porque mi corazón latía demasiado rápido, tanto que escuchaba los latidos dentro de mi cabeza. Intenté relajarme respirando a un ritmo lento, pero fue inútil.

Miré a mi alrededor y vi a Kokichi acostado en el sillón con los ojos cerrados. Me alivió un poco comprobar que aún estaba en la habitación conmigo. Aparté las sabanas y apoyé los pies en el suelo. En cuanto lo hice, el frío se me coló hasta en los huesos, a pesar de que estaba sudando.

—¿Qué haces?

Kokichi se había dado cuenta de que intentaba levantarme de la cama y se levantó de un salto del sillón. Se notaba que estaba muy cansado, pero lo supo disimular muy bien cuando llegó hasta mí. Yo aún estaba sentada en el borde de la cama con los pies rozando el suelo, mientras que él estaba de pie enfrente de mí. Apoyó sus manos en mis hombros y se inclinó para que nuestras miradas quedasen a la misma altura.

—(t/n), estás temblando —dijo, muy rápido—. ¿Estás bien?

Mis ojos enrojecidos contestaron a su pregunta, y es que, después de lo que acababa de ver, nadie podría encontrarse bien.

—¿Qué ha pasado? —inquirió, nervioso—. ¿Te duele algo?

Negué con la cabeza antes de responder:

—He tenido una pesadilla.

Kokichi alternó su mirada entre mis dos ojos, miraba uno y luego el otro, como si intentara encontrar algún signo de mentira en mis palabras. Cuando no lo encontró, soltó un suspiro de alivio, pues deduje que en un principio pensó que mi condición había empeorado, pero al darse cuenta de que había sido solo una pesadilla, sus hombros se relajaron.

—Entonces solo fue una pesadilla —murmuró, más calmado.

—Pero no ha sido una pesadilla normal —repliqué, con la respiración agitada—. Estaba ese niño y... y luego aparecía Rantaro, pero... pero Tsumugi estaba ahí también, y yo... ella... el cuchillo...

—(t/n), tranquila. —Kokichi apartó con cuidado un mechón de pelo de mi rostro y lo colocó detrás de mi oreja—. Primero respira, y luego me cuentas lo que ha pasado, ¿vale?

Asentí, y respiré profundo varias veces.

—Eso es, tranquila —susurró, mientras acariciaba mi mejilla con la yema de su dedo pulgar.

Gracias a su cercanía, conseguí aminorar mis pulsaciones y mi respiración se adaptó a su ritmo habitual. Era impresionante cómo Kokichi podía calmar mis nervios con tanta facilidad.

—¿Estás mejor? —preguntó, y yo asentí—. ¿Qué ocurrió en esa pesadilla?

Lo miré a los ojos y supe que me escucharía hasta el final. En pocas ocasiones lo había visto ponerse tan serio, y eso me dio confianza, porque sabía que no haría ninguna burla cuando le contase la pesadilla.

Le describí al niño de cabello blancos que había perseguido a lo largo del pasillo hasta entrar a una habitación. Le conté que en ella había visto a Rantaro, pero que, en realidad, era Tsumugi disfrazada, y que ésta había intentado matarme clavándome un cuchillo en el abdomen. Al recordarlo, sentí la presión de las lágrimas detrás de mis ojos, pero no quería llorar, no quería ser tan débil.

Cuando terminé de explicar todos los detalles, Kokichi volvió a apoyar sus manos en mis hombros y me miró a los ojos.

—Ven aquí. —Me envolvió en sus brazos, rompiendo la poca distancia que nos separaba, y susurró en mi oído—: No voy a dejar que esa zorra te torture también en sueños, ¿me oyes? Ya bastante lo hizo en el último juicio. No voy a permitir que te derrumbes por su culpa.

Uno de sus brazos acariciaba mi cabello, mientras que el otro lo usaba para apretarme más contra él. No tardé ni un segundo en corresponder el abrazo. Sentí una sensación muy reconfortante, como si todo lo malo desapareciese con el simple sonido de su voz, su delicado tacto y su dulce aroma.

—¿Y si lo que dijo en el juicio es verdad? —pregunté, y mi voz comenzó a resquebrajarse.

Él lo notó y me abrazó con más fuerza para recordarme que no estaba sola, que él estaba ahí para apoyarme.

—Tsumugi dijo muchas cosas en el juicio, y dudo que la mayoría sean ciertas —repuso, sin vacilar—. Ella nunca quiso resolver nuestras dudas, solo quería confundirnos más.

—Pero, ¿y si tiene razón sobre lo que dijo de mí?

—¿Sobre qué exactamente?

—Cuando dijo que yo también tenía las manos manchadas de sangre —musité, luchando por no dejar escapar mis sollozos—. ¿Y si realmente he matado a alguien?

Kokichi rompió el abrazo para mirarme a los ojos.

—Eso es lo que quería Tsumugi —aseguró, con seriedad—. Quería que dudaras de ti misma. (t/n), tú no has matado a nadie.

—Pero lo he visto.

—¿El qué has visto?

—Quise olvidarlo y hacer como si nada, pero... —Hice una pausa porque mi voz se rompió—. Cuando me desmayé al acabar la ejecución de Tsumugi, lo soñé.

—¿Qué soñaste?

—Que lo mataba. —Los recuerdos de aquella persona siendo apuñalada por mí volvieron a repetirse en mi cabeza.

—¿A quién? —preguntó Kokichi, confundido.

—No podía ver bien su cara porque había mucha luz, pero creo que era él. —Respiré hondo y miré a Kokichi a los ojos—. Creo que maté a Connor.

Él permaneció en silencio más tiempo del que me hubiera gustado. Cada segundo que pasaba sin decir nada era un sufrimiento, pero, finalmente, tomó aire y habló:

—Mira, en el caso de que ese sueño sea real, lo cual dudo mucho, ese cabrón se lo merecía. Si de verdad te hizo todo lo que Tsumugi nos contó, merece pudrirse entre las larvas. Lo mataría yo mismo si tuviese la oportunidad.

Respiré aliviada al ver que no se había alejado de mí, ni siquiera cuando le planteé la posibilidad de que podía estar frente a una asesina.

—Pero no quiero que te comas la cabeza con eso —terció—. Al menos hasta que hayan pruebas contundentes que demuestren que eso realmente pasó.

—Estoy segura de que pasó, Kokichi —murmuré, clavando mi vista en el suelo porque era incapaz de mirarlo—. He estado teniendo pesadillas con él desde antes de que Tsumugi dijera nada, y luego está el caso que nos mostró Shuichi. Todo eso no puede ser casualidad.

—Admito que es todo muy raro —repuso, buscando mi mirada—. Pero ahora tienes otras cosas más importantes por las que preocuparte, como tu salud.

—Tambien vi al chico de la foto que nos enseñó Tsumugi —añadí—, pero más joven, era el niño con el que iba a ver los fuegos artificiales.

—El que según ella es Rantaro —recordó Kokichi, haciendo una mueca.

—Pero no se parecía a él —repliqué, con rapidez—. No entiendo nada de lo que me está pasando, no sé quién soy y no sé nada de mi vida. Creo que me estoy volviendo loca.

—Ey, tranquila. —Kokichi acunó su mano en mi cachete y me hizo mirarlo a los ojos—. No estás loca, solo estás confundida. No te agobies por no conocer tu pasado, poco a poco lo iremos descubriendo, juntos, ¿de acuerdo?

—¿Y si no me gusta mi pasado?

—Entonces me aseguraré de que lo olvides y te ayudaré a crear un futuro mejor.

—¿Y si no te gusta a ti? —gimoteé—. ¿Y si es tan horrible que acabas alejándote de mí?

Kokichi juntó su frente con la mía y sonrió. Sus ojos estaban muy cerca de los míos y distinguí un brillo de honestidad en ellos.

—Nunca voy a alejarme de ti. No me importa lo terrible que sea tu pasado o lo que hayas hecho en él, no te voy a dejar sola, ¿entendido?

Asentí sin separar mi frente de la suya.

Hacía unos segundos estaba muy asustada, pero ahora sabía que no estaba sola, que él afrontaría mis miedos conmigo. No sabía que hubiera hecho sin él, sin sus palabras reconfortantes, sin su mirada llena de cariño o sin sus cálidos abrazos.

Hubiera estado perdida.

Kokichi no era un simple capricho amoroso para mí, era también mi amigo, y eso convertía nuestra relación en algo más fuerte que una simple pareja de adolescentes normal y corriente. Habíamos pasado situaciones peliagudas por las que un humano común nunca pasaría y había muchas incógnitas de mí que aún no sabíamos, pero, aun así, él estaba dispuesto a sujetarme si el suelo bajo mis pies se tambaleaba.

Y eso significó mucho para mí.

Dejé reposar una mano en su mejilla y me fijé en sus labios. Ahora más que nunca quería demostrarle cuánto lo quería, y las palabras no eran suficientes. Sonreí cuando me di cuenta de él también miraba mis labios. Sabía que se moría de ganas por acercarse más a mí porque sus ojos brillaban con deseo, pero también supe que tenía miedo de hacerlo por si yo no estaba preparada.

Pero lo estaba. Quizá demasiado.

Hundí mi otra mano en su suave cabello para acercarlo a mí. Kokichi todavía dudaba si acercarse o no, pero no se resistió y se dejó llevar. Cuando nuestras narices ya podían rozarse, lo miré a los ojos y susurré:

—Soy muy afortunada de tenerte.

Sus mejillas empezaron a colorearse e hizo el ademán de responderme, pero yo no le dejé. Acorté la mínima distancia que nos separaba y presioné mis labios contra los suyos.

Kokichi tardó unos segundos en reaccionar, pero, rápidamente, llevó sus manos a mi cuello para acercarme más a él. Entreabrí mi boca por la presión de nuestros labios y profundizamos el beso. Mi estómago se llenó de sensaciones que ni siquiera sabía que podía llegar a sentir. Nunca me atrevería a decírselo, pero Kokichi me tenía rendida a sus pies.

El simple roce de nuestros labios me hacía viajar a otra dimensión, una en la que no existían las preocupaciones, una en la que solo estábamos él y yo.

Cuando nos separamos, Kokichi entrelazó su mano con la mía y me sonrió.

—Eres lo único que está bien en este mundo. —Se acercó a mí y dejó un beso rápido en mi cachete.

Le sonreí de vuelta, disfrutando del cosquilleo que había dejado en mi mejilla.

—Deberías volverte a dormir —me aconsejó, soltando mi mano—. Aún es de noche, a penas han pasado veinte minutos desde que cerraste los ojos.

Abrí la boca, sorprendida. Pensaba que había estado durmiendo durante horas, y ahora por culpa de la pesadilla no tenía ganas de volver a la cama. Quise sacar el tema de Kaito, realmente quería ver cómo se encontraba, pero no quería discutir con Kokichi, sobre todo porque mi cuerpo todavía estaba débil, así que no dije nada al respecto.

—Voy al baño a lavarme la cara, lo necesito —dije, y cuando quise levantarme del borde de mi cama, él me ayudó.

—Te esperó aquí —me indicó.

Asentí y caminé hasta el baño. Como solo iba a lavarme la cara, decidí dejar la puerta entreabierta. Apoyé las manos en los bordes del lavabo y me miré en el espejo. Me llevé una sorpresa cuando vi mis pronunciadas ojeras y mi piel pálida. Estaba demacrada. Todo por culpa de ese maldito veneno.

Se me ponía la piel de gallina al pensar que Tsumugi había entrado en mi habitación mientras dormía y me había inyectado un veneno mortal sin que yo me diese cuenta.

Abrí el grifo, me empapé la cara con agua y me la sequé con la toalla. Cuando volví a mirarme en el espejo, seguía exactamente igual que hacía unos minutos. Tenía un aspecto tan terrible que podía hacerme pasar por una actriz de una película de apocalipsis zombie, siendo yo la muerta andante.

Dejé de mirarme en el espejo porque si lo seguía haciendo me darían ganas de romperlo, y salí del baño.

—¿Qué es esto? —preguntó Kokichi, cuando me acerqué a él.

En sus manos llevaba la cajita que había recibido semanas atrás en mi propia habitación y que había decidido conservar por la extraña nota que contenía en su interior.

—Es la caja que me pusiste en el dormitorio el día que desapareció mi collar —le recordé.

Él hizo una mueca y frunció el ceño.

—Yo no te dejé esta caja aquí.

—¿Qué? —Parpadeé, y luego entrecerré mis ojos—. ¿Estás de broma? Kokichi, no tienes por qué avergonzarte.

—Hablo en serio —insistió, sin vacilar—. Yo nunca puse esto en tu habitación.

—Entonces, ¿quién...? Oh, no.

Le quité la caja de las manos y la abrí. La pequeña nota que había leído semanas antes seguía dentro de ella. De pronto, sentí el corazón bombeando hasta mi garganta. Cogí la nota con las manos temblorosas y la leí en voz alta.

—No te olvides de mí. —Me quedé congelada cuando me di cuenta de un detalle que aquella vez había pasado por alto.

Cuando recibí la caja por primera vez y leí el mensaje, pensé que el garabato que había dibujado a mano en una esquina de la nota era una cabeza de conejo muy simple. Pero, lejos de serlo, era una «R» en mayúsculas escrita al revés.

No había ningún dibujo en la nota, sino una firma, la de alguien cuyo nombre empezaba con «R», y Ryoma estaba muerto en el momento en que la recibí.

Solo podía ser de una persona.

—Rantaro —murmuró Kokichi, quien había hecho la misma deducción que yo.

Mis ojos empezaron a escocer. Escuchar su nombre dolía más de lo que pensaba. Él tenía acceso a todas las habitaciones gracias a los ascensores, así que pudo haberse colado en la mía para dejar la caja. Antes desconocía esa información, y por eso di por hecho que había sido Kokichi, pero estaba equivocada.

—Él lo sabía —musité, bajando la mirada—. Él sabía que esto iba a ocurrir, que él se iba a sacrificar por todos. Lo tenía planeado desde mucho antes.

—Pero, ¿por qué te dejaría ese mensaje? —inquirió Kokichi, como si algo no le cuadrase.

—No lo sé, es que no lo sé —comencé a ponerme histérica—. No sé por qué decidió dejarme esta caja aquel día, no sé por qué no nos contó lo que pretendía hacer, no sé por qué no confió en mí, no sé...

—(t/n). —Kokichi apoyó sus manos en mis hombros y me obligó a mirarlo a los ojos—. ¿Qué te dije antes? Tienes que respirar antes de hablar.

—Es que no lo entiendo —me lamenté—. ¿Que no me olvide de él? ¡Es obvio que no me voy a olvidar! ¿Y para qué darme la caja mucho antes de que todo esto ocurriera? ¿Es que quería que lo descubriera y lo detuviera? ¿Era un mensaje encriptado que ni siquiera fui capaz de resolver?

—No creo que sea un mensaje encriptado —repuso Kokichi, con sosiego—. Y tampoco creo que te lo diera para que detuvieras su plan. Si hubiese querido eso, te lo hubiera dicho directamente.

—Entonces, ¿para qué? —pregunté, alzando la voz.

—No lo sé. —Kokichi entrelazó su mano con la mía y le dio un ligero apretón—. Pero necesito que te tranquilices y respires.

—Lo siento —musité, bajando la mirada—. Odio estar en esta situación. Se supone que tendría que estar contenta porque el juego se ha terminado, pero es que ni siquiera sabemos cómo salir de aquí. Encima, Kaito está a punto de morir, y yo seguiré sus pasos pronto.

—Lo sé, pero intenta no pensar en ello —me recomendó, mientras acariciaba el dorso de mi mano con la yema de su dedo pulgar.

Me mordí el labio inferior intentando calmar el castañeo de mis dientes que aparecía siempre que estaba a punto de ponerme a llorar. Decidí que no quería lamentarme más y que quería ser valiente. Quizá por eso, dije lo siguiente:

—Quiero ir un momento a su dormitorio.

—¿A qué dormit...?

—Al de Rantaro —le atajé.

Kokichi apretó los labios y, después de cavilarlo durante unos instantes, relajó su expresión.

—Está bien —aceptó, volviendo a poner la caja encima de la cómoda—. ¿Crees que habrá dejado alguna pista allí?

—Sí, creo que es posible que dejase algo —contesté, muy convencida.

—Su puerta estará cerrada —intuyó Kokichi, sacando dos horquillas de su bolsillo—, pero tienes suerte de que tu chico es el líder de una mafia.

—Ah, sí, esa mafia que trafica con golosinas, ¿verdad? —bromeé.

Él sonrió y presionó sus nudillos en mi hombro, en forma de queja.

—Veo que para meterte conmigo si tienes fuerzas —comentó, mientras abría la puerta de mi habitación.

—Siempre podré sacar algo de fuerzas para meterme contigo —aseguré, pasando por su lado para salir de mi dormitorio.

—Me siento privilegiado —bromeó, sonriente.

Me alegraba que el ambiente entre nosotros volviese a ser el mismo de siempre, con bromas, piques y burlas amistosas. Necesitaba olvidarme por unos instantes de todos nuestros problemas, y con él era muy fácil hacerlo.

Una vez nos detuvimos enfrente de la puerta del dormitorio de Rantaro, Kokichi me miró a los ojos, y preguntó:

—¿Estás segura de esto?

Cuando asentí, se inclinó sobre la cerradura e introdujo en ella ambas horquillas. En menos de cinco parpadeos, se escuchó un click y la puerta quedó entreabierta.

—Yo te esperare aquí —comentó, apoyando su espalda en la pared del pasillo.

—¿No vienes conmigo? —pregunté, extrañada.

—Es mejor que no —sentenció, con seriedad—. Si Rantaro ha dejado algo dentro de su dormitorio, probablemente sea solo para ti. No quiero entrometerme en tu despedida con él.

Sabía que, en realidad, prefería entrar conmigo, pero también sabía que quería respetar mi privacidad, y fue un gesto que agradecí. Necesitaba estar un rato a solas para despedirme de Rantaro como era debido.

—Gracias —sonreí.

—Me quedaré aquí fuera —recalcó—, así que si ocurre algo, tú solo grita y entraré lo más rápido que pueda.

Asentí de nuevo. Respiré hondo antes de abrir la puerta y entrar en la habitación. En cuanto lo hice, me recibió un familiar aroma a canela que ya había olido las pocas veces que había entrado en su dormitorio tiempo atrás. Cerré la puerta despacio y me quedé un rato en silencio observando cada rincón.

Como era de esperar de Rantaro, todo estaba limpio y ordenado. Su cama estaba hecha, la mesa y los sillones estaban impecables, a excepción del incienso gastado que reposaba encima de la mesa y que le daba esa fragancia tan dulce al dormitorio, y el escritorio estaba como nuevo, pero encima de él había una tableta electrónica muy llamativa.

Tragué saliva y me acerqué para inspeccionarla. Fue entonces cuando me di cuenta de que no era ni su monopad ni su video motivo, era una tableta normal y corriente, que, además, no tenía contraseña.

Desbloqueé la pantalla con el dedo y apareció una notificación para acceder a un archivo.

Era un vídeo.

No.

No, no y no.

No estaba preparada.

Pero llegué a la conclusión de que nunca lo estaría, así que me armé de valor y apreté en el mensaje. Cada segundo que tardaba en cargar era una tortura, y cuando por fin lo hizo, me tuve que sentar en la silla del escritorio porque mis piernas no paraban de temblar.

Era él.

Rantaro había grabado un video antes de su muerte, y yo solo tenía que darle al play para verlo.

Una vez más, me armé de valor y pulsé en la pantalla.

»Hola, (t/n).

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Espero que os haya gustado el capítulo de hoy aunque sea cortito.

IMPORTANTE: Por favor, lo digo miles de veces y nunca me cansaré de decirlo. Si volvéis atrás en la historia o la releéis, NO HAGAIS SPOILER. No es tan complicado, por favor, estoy muy cansada de borrar comentarios que fastidian la experiencia de los demás lectores.

No sabéis la cantidad de comentarios que he borrado en los primeros capítulos sobre Rantaro y su traición. Puedo tolerar muchas cosas, pero los spoilers son algo que me saca de mis casillas. Tampoco quiero que aviséis si hacéis spoiler, lo que quiero es que simplemente no los hagáis. Por favor, es lo único que pido.

Si sigue ocurriendo, muy a mi pesar, tendré que silenciar a los usuarios que comenten spoilers para que no puedan volver a comentar en mi historia. Siento ser tan dura, pero una ya se cansa, espero que lo entendáis.

Dicho esto, tendréis el siguiente capítulo este jueves. Un abrazo virtual a todos, os adoro un mundo ❤️

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