Capítulo 87
AVISO: Esta vez no voy a escribir toda la explicación del caso como suele contar Shuichi, sino que lo veréis mejor en el capítulo especial redactado desde el punto de vista de los tres implicados: Kokichi, Rantaro y (t/n), en el que entenderéis muchas cosas que no se dijeron en el juicio.
Y me callo ya, que soy una pesada xD
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Lo había dicho. Kaito había confesado que yo también me estaba muriendo y todos lo habían escuchado alto y claro. Me quedé petrificada. Se hizo el silencio entre nosotros durante varios insoportables segundos, hasta que Kokichi alzó la voz con fastidio.
—No tiene gracia, Kaito. —Luego, me miró a mí—. Esa broma ha sido muy pesada, ¿verdad, (t/n)?
Apreté los labios. Sabía que sus ojos estaban puestos en mí, pero yo no me atreví a mirarlo a la cara. No podía hacerlo sin derrumbarme. Y eso a él no le gustó nada, porque comenzó a ponerse histérico.
—¿Verdad, (t/n)? —repitió con mayor ímpetu para captar mi atención. Pero yo, simplemente, no podía mirarlo. Mis ojos seguían clavados en los de Kaito, quien tenía un aspecto terrible. Kokichi entendió que aquello no era una broma, por más que intentase convencerse a sí mismo de lo contrario, y la ira pareció apoderarse de él, porque dio una fuerte patada en el suelo—. Mierda, (t/n). ¿Por qué no me dijiste nada? Me ocultaste la foto y ahora esto. ¿Por qué? ¿Por qué no confiaste en mí? ¿Por qué me haces esto?
Kokichi hablaba muy rápido, sin siquiera respirar. Cada una de sus palabras me quemaba por dentro. Sabía que este momento llegaría algún día, pero aún no estaba preparada. No lo estaba para afrontar la verdad ni para contársela a los demás.
—No quería hacerte daño —fue lo único que pude decirle, sin mirarlo.
De reojo, vi que Kokichi se llevaba las manos a la cabeza y reprimía sus ganas de gritar.
Minutos antes, estábamos muy felices de haber descubierto que Tsumugi era la asesina... ¿Cómo pudo torcerse todo en tan poco tiempo?
Ya ni siquiera me importaba la ejecución de Tsumugi ni la reacción de los demás ante la noticia de que yo también había sido envenenada. Solo quería que todo se terminase. Me había rendido.
Por eso, murmuré:
—Dáselo a él, Shuichi. Se merece vivir.
Shuichi se había quedado inmóvil con el bote en las manos. Me miró con una expresión horrorizada y luego recayó en Kaito, el cual negaba con la cabeza mientras suspiraba «no» a duras penas.
—Los dos os merecéis vivir —me corrigió Himiko, bajando la mirada—. ¿Por qué tiene que ser todo tan injusto? ¿Por qué siempre tiene que morir alguien? Estoy harta. No quiero que se vaya nadie más.
Himiko tenía razón. Todo aquello era injusto. Pero la persona que reía en voz baja a pocos metros de mí no opinaba lo mismo. Tsumugi estaba disfrutando tanto de la escena que solo le hacían falta unas palomitas y unas gafas 3D para completar el pack de cine.
Sin embargo, nadie tenía el ánimo para hacerla callar. Ni siquiera mini Miu.
—Shuichi... si me das ese antídoto —empezó a decir Kaito—, juro que no voy a perdonarte nunca.
Shuichi alternaba miradas conmigo y con Kaito, sin saber qué hacer. Estaba asustado y nervioso. No se esperaba que yo también hubiese sido envenenada, y eso había descolocado todos sus esquemas. Pero ponerlo en la tesitura de decidir cuál de nosotros dos viviría era injusto. Él no tenía por qué elegir a uno y cargar con la culpa. No podíamos hacerle eso.
Por ello, me acerqué a él, intenté sonreírle y le quité el bote de las manos.
Si Kaito quería echarle la culpa a alguien, sería a mí y no a él.
Shuichi no reaccionó cuando le arrebaté el antídoto. Se quedó observando cada uno de mis movimientos, como si hubiese quedado hipnotizado. Keebo entristeció su expresión al comprender lo que estaba a punto de hacer, pero no me lo impidió, al contrario, mantuvo a Kaito incorporado para facilitarme el proceso.
Me agaché al lado de Kaito y vi que Himiko, que estaba sentada al otro lado del chico, negó con la cabeza mientras susurraba «no lo hagas». Pero yo ya había tomado una decisión. Una que iba a llevar a cabo les gustase o no. Al principio, Kaito intentó oponer resistencia, pero no le quedaban fuerzas, y eso fue un punto a mi favor.
Estaba a punto de abrir la tapa del bote cuando alguien me agarró del brazo para detenerme. Giré la cabeza y me encontré con los profundos ojos de Kokichi mirándome más serios que nunca. Intenté librarme de su agarre, pero éste no me lo permitió. Sin dejar de mirarme, alzó la voz.
—No hagas ninguna locura y tómate el antídoto. —Más que una petición parecía una orden.
—Sabes que no lo voy a hacer —advertí, aguantándole la mirada.
—Kaito te ha cedido el antídoto —insistió, demandante, sin soltar mi brazo—. Así que bébetelo.
—Suéltame, por favor —le pedí—. Antes de que ocurra algo y se me caiga al suelo.
Kokichi comprendió el peligro y soltó mi brazo. Aun así, no entraba en sus planes que yo le diese el antídoto a Kaito, así que no me lo iba a poner fácil.
—(t/n), escúchame —suplicó éste a la desesperada—. No puedes hacerme esto, me duele demasiado como para soportarlo.
Si a él le dolía, a mí me destruía.
—Lo siento mucho, pero es mi decisión —perseveré, intentando no mostrar resquicios de arrepentimiento en mis ojos.
Sin embargo, no pude abrir el bote. Esta vez alguien me lo quitó de las manos, y no había sido Kokichi. Keebo me lo había arrebatado mientras nosotros dos discutíamos y se lo había acercado a mini Miu para que ésta lo repasara de arriba a abajo con un aparato con forma de rombo, la cual emitía sonidos agudos intermitentes.
Cuando mini Miu guardó el aparato, le hizo un gesto negativo a Keebo, y éste asintió. Acto seguido, lanzó con todas sus fuerzas el bote contra la pared, provocando que éste se rompiera en pequeños cristales, que salieron disparados en todas direcciones, y que el líquido del interior se esparciese por la pared y se escurriese dejando un rastro hasta llegar al suelo.
Tuve que parpadear varias veces para cerciorarme de que era real lo que acababa de pasar, y no fui la única que se quedó conmocionada. Nuestras miradas fueron desde el líquido transparente, que se escurría por la pared, hasta Keebo y mini Miu, quienes parecían muy orgullosos de lo que acaban de hacer.
—Pero, ¿qué...? —No me dio tiempo a replicar, porque Kokichi saltó antes que yo.
—¿¡Estás loco!? —bramó, platándose frente a Keebo para encararlo—. ¡Dime por qué demonios has hecho eso!
Keebo levantó las manos en señal de rendición antes de responderle:
—Mini Miu no se acordaba, pero tiene un aparato para analizar las partículas de una disolución, y la del bote contenía un número muy elevado de radicales libres.
Kokichi soltó un bufido y volvió a encarar a Keebo.
—¿Y eso qué mierdas significa?
—Que no era un antídoto —aseguraron Keebo y M1-U al mismo tiempo—. Era veneno.
De inmediato, escuchamos una carcajada sonora al fondo de la sala. Tsumugi había abandonado su podio y se había colocado enfrente de la puerta que llevaba a la sala de ejecuciones. La chica no podía parar de reír, como si le hubiesen contado el chiste del siglo. Con una mano limpiaba las lágrimas por debajo de sus gafas, mientras que con la otra se apretaba el estómago.
Kokichi apretó los dientes y miró a Tsumugi con la mayor repulsión que había sentido nunca hacia alguien. Fue tan fulminante su mirada que me sorprendió que ésta no apartase sus ojos de él.
—¿De verdad creíais que os daría un antídoto? —se burló ésta, riendo a pleno pulmón—. ¡Qué ridículos sois a veces! Sobre todo tú, Shuichi. ¿Cómo de desesperado estabas para confiar en mí? ¿Es que acaso no has aprendido la lección? Aunque he de admitir que tú desesperación ha alegrado mis últimos momentos de vida. Nunca pensé que diría esto, pero gracias por tu ingenuidad.
Shuichi oscureció su expresión y se dejó caer, destrozado, al lado de Kaito.
—Quiero que sepáis que, aunque yo muera, la desesperación nunca morirá, os perseguirá hasta que soltéis vuestro último suspiro. —Tsumugi buscó algo en el bolsillo de su camiseta, y resultó ser otro pequeño bote, esta vez de color naranja—. Este es el verdadero antídoto.
—¡Métete tus antídotos por el culo! —soltó mini Miu, y enseñó un aparato que simulaba una mano haciendo un gesto grosero.
—Es normal que no me creáis, por eso daré un sorbo —canturreó Tsumugi, con entusiasmo.
Acto seguido, le quitó la tapa al bote y se lo llevó a los labios. Su garganta se movió confirmando que se había tragado una cuarta parte del contenido. Por si eso no fuese suficiente, relamió sin disimulo el líquido que se había quedado en el borde de sus labios, causando un gesto de asco entre la mayoría de nosotros.
—¿Lo veis? No es veneno —comentó, sonriente, mientras cerraba el bote—. Lo traje porque quería cumplir mi palabra. Kaito había cumplido su parte del trato, así que pensé que no estaría mal agradecérselo. Por eso, rompí todos los antídotos menos uno. Este que veis aquí. Pero, claro, hubo un problema...
—¿Qué problema? —gimoteó Himiko.
La chica aún sujetaba entre sus dos manos la de Kaito, era su manera de darle apoyo, pero éste se estaba apagando poco a poco, como la luz de una estrella.
—Pues verás... —Tsumugi lanzó el antídoto en el aire. Al verlo, me dio un vuelco al corazón. Por suerte, lo atrapó antes de que éste cayese al suelo—. Kaito fue inteligente y cumplió su parte del trato, pero hubo alguien que decidió engañarme. Alguien con quien hice un trato y no cumplió su parte.
Sabíamos que hablaba de Kokichi, pero éste no se dejó intimidar por la tétrica expresión de Tsumugi, quien, después de soltar una insufrible risa, continuó hablando:
—¿Cómo era el trato, Kokichi? ¡Ah, sí! Una vida por otra vida... Seguro que lo recuerdas bien.
—Ahora mismo estoy cumpliendo con mi parte —replicó Kokichi, jocoso—. Solo que en lugar de morir yo, he decidido que es mejor que mueras tú.
—¡Pero si nos ha salido comediante y todo! —Tsumugi amplió su sonrisa y volvió a lanzar el bote en el aire para cogerlo segundos después—. Quité a Kiyo de en medio porque me lo pediste, aunque en realidad yo también quería hacerlo desaparecer, pero eso es otro tema, y a cambio tú tenías que acabar con otra vida, no me importaba si era la tuya o la de otra persona. Pero nadie murió, en cambio, intentaste asesinarme a mí. ¡Vaya por Dios!
—No especificaste en el trato que a ti no se te pudiera matar —se mofó Kokichi.
—No te preocupes, pronto te borraré esa pequeña sonrisa de la cara —comentó Tsumugi—. No es muy inteligente de tu parte meterse con alguien que podría ayudarte. Quiero decir, tengo el antídoto que puede salvar a (t/n) en mis manos, y sería una pena que se me cayese sin querer.
Kokichi tensó su mandíbula y sus ojos recayeron en mí durante unas milésimas de segundo.
—Así me gusta, que sepas lo que te conviene —Tsumugi volvió a lanzar el bote, y lo atrapó antes de que colisionara con el suelo—. No me gusta que se burlen de mí en mi cara, ¿sabes, Kokichi? Por eso... No, no, no. No te acerques Keebo. Si lo haces, romperé el bote.
Keebo, quien había decidido aproximarse a Tsumugi para quitarle el bote de las manos, tuvo que frenarse en seco ante su amenaza.
—Como iba diciendo... —continuó Tsumugi—. No me gusta tu actitud hacia mí, Kokichi. Creo que mereces un buen escarmiento. No cumpliste tu parte del trato, pero no pasa nada, porque me lo puedo cobrar ahora y con intereses.
—¿Con intereses? —se apresuró a preguntar Kokichi, tragando saliva.
—En lugar de una vida, ahora me voy a llevar dos. —Tsumugi tambaleó peligrosamente el bote entre sus dedos—. Al final no me ha salido tan mal hacer un trato contigo.
—¡Espera! —saltó Kokichi, mirando con terror cómo Tsumugi deslizaba el bote de una mano a otra—. Podemos llegar a un acuerdo.
—Eso tendrías que haberlo pensado mejor antes de romper nuestro contrato —le increpó Tsumugi—. Que (t/n) muriese ya iba a ser muy doloroso para ti. Pero, ¿cuan doloroso sería saber que tenías el antídoto para salvarla a dos palmos de ti, pero no pudiste tenerlo porque no completaste tu parte del trato? Duele más, ¿verdad?
Keebo intentó acercarse más a ella para arrebatarle el antídoto, pero tuvo que frenarse cuando Tsumugi levantó el bote con una mano.
—Un pasó más y lo estampo contra el suelo —amenazó ésta.
—Lo harás de todas maneras, ¿verdad? —gruñó Kokichi—. No vas a darnos el antídoto.
Tsumugi amplió su sonrisa antes de contestar:
—Quizá el antídoto no, pero tengo un último regalo para ti, Kokichi. Uno que te va a encantar. Como dije antes, soy una mujer de palabra. Por eso, iba a darle el antídoto a Kaito, y seguramente éste se lo hubiera cedido a (t/n). En otras palabras, podía haberse salvado si hubieras cumplido tu parte del trato, así que espero que te pese en la conciencia.
Keebo no se contuvo más y corrió hacia Tsumugi. Sin embargo, ésta fue más rápida. Mantuvo el brazo con el que agarraba el antídoto extendido hacia el techo y pronunció en voz alta:
—¡La muerte de (t/n) y de Kaito sólo será culpa tuya, Kokichi!
Acto seguido, bajó el brazo con todas sus fuerzas, haciendo que el bote chocase directamente contra el suelo y se rompiera en mil pedazos, que salieron disparados contra Keebo, quien se encontraba a pocos metros, y contra la propia Tsumugi. Su contenido quedó esparcido por todo suelo, incluso manchó uno de los zapatos de la chica, pero a ésta no le importó en absoluto. De hecho, se encargó de chapotear encima de él para que quedase inservible.
Keebo no había podido impedir que Tsumugi rompiera el antídoto, se había quedado a escasos centímetros de lograrlo. En un acto de rabia, mini Miu sacó un pequeño taser de su sistema y le provocó un calambre en el brazo a Tsumugi, quien dio un respingo y soltó un alarido de dolor.
Vi que Kokichi se había quedado paralizado, mirando el contenido del bote esparcido por el suelo. Me acerqué a él y le di un apretón en el hombro para hacerle saber que las palabras de Tsumugi no eran ciertas, que él no tenía la culpa de nada, pero, por la forma en la que me miró, supe que él no estaba de acuerdo conmigo.
Luego, recaímos en Kaito, quien tenía un peor aspecto que antes, pero por lo menos aún estaba consciente.
—Maldito robot de vertedero —maldijo Tsumugi, frotándose el brazo al que mini Miu había enviado la descarga eléctrica—. Ya va siendo hora de comenzar con mi ejecución, Monokuma. No pienso decirle a estos zopencos nada más y tampoco creo que me quieran viva.
—Eso era justo lo que estaba pensando, Tsumugi —anunció Monokuma, levantándose de su asiento para coger el martillo—. ¡Disfruten de la ejecución más grotesca, sangrienta y perturbadora que jamás haya tenido una mente maestra!
Dicho esto, golpeó el botón rojo con el martillo para dar comienzo a la ejecución que todos esperábamos con ansias.
GAME OVER
Tsumugre ha sido declarada culpable.
¡Hora del castigo!
⚠️ AVISO ⚠️
Si eres una persona muy sensible, te recomiendo saltarte esta parte.
A diferencia del resto de ejecuciones, Tsumugi no fue obligada a entrar a la sala donde se llevaría a cabo su asesinato, sino que había entrado en ella por su propio pie, con la cabeza bien alta y la espalda recta.
Mientras tanto, Monokuma proyectó la sala de ejecuciones en la gran pantalla para que no nos perdiéramos ni un solo detalle, cosa que pareció satisfacer a Kokichi, quien no quería nada más que ver sufrir a Tsumugi.
A través de la pantalla vinos que el interior de la sala se había transformado en un gran vestidor. Habían espejos en cada esquina; armarios abiertos, con prendas de diferentes colores, pelucas y zapatos; dos percheros a cada lado de la habitación con varias chaquetas y sombreros; y un tocador de tipo camerino en el centro.
Del techo colgaban dos focos que apuntaban directamente a la cabeza de Tsumugi, quien se había quedado de pie enfrente del tocador, esperando su final. Gracias a los espejos, rectangulares y alargados, que se repetían por toda la sala, Tsumugi podía observar su propia ejecución al detalle.
Por la puerta doble entraron tres máquinas de mediano tamaño, con un gancho metálico y con ruedas que les permitían deslizarse por el suelo. Una de ellas no transportaba nada, pero las otras dos llevaban cada una un maniquí, blanco y con figura femenina, sujeto en el gancho.
La máquina que no transportaba ningún maniquí se colocó justo detrás de Tsumugi, mientras que las otras dos dejaron los maniquíes uno a cada lado de la chica. En el frontal del tocador se iluminó un cartel con luces led de color azul que decía: maniquí humano. Tsumugi sonrió al verlo. Entonces, las máquinas comenzaron a realizar su función.
Las dos que estaban detrás de los maniquíes se quedaron a la espera, pero la que estaba detrás de Tsumugi abrió un compartimento del que salieron dos manos robóticas con una aguja, un dedal y un hilo de costura de color azul. Esas manos se alargaron hasta llegar al rostro de Tsumugi, quien observaba cada movimiento de la máquina por el espejo.
Como si supiera lo que iba a pasar a continuación, Tsumugi apretó los labios y los curvó en una pequeña sonrisa, que delataba una profunda euforia. La mano robótica metió el hilo por el ojo de la aguja, la agarró entre sus dedos y la acercó a los labios de Tsumugi. Primero, la presionó en su labio inferior hasta atravesarlo, y luego hizo lo mismo con el superior. Tiró de la aguja y el hilo se tensó, manteniendo la boca de la chica cerrada por un lado.
La máquina continuó cosiéndole la boca a Tsumugi, atravesando con la aguja tanto el labio inferior como el superior, cada vez más rápido, pero ésta no borró su sonrisa en ningún momento. Ni siquiera cuando sus labios se llenaron de hematomas y comenzaron a sangrar, haciendo que el hilo, que originalmente era azul, se tornara de un color rojo oscuro. Parecía que disfrutaba del dolor.
Cuando el hilo cubrió toda su boca, la máquina tiró de él para juntar sus labios. Acto seguido, hizo un nudo y cortó el hilo, dejando la boca de Tsumugi totalmente cosida. Aunque se estuviera muriendo de dolor, la chica no podía gritar. Y si lo intentaba, solo sería más doloroso para ella.
Pero la ejecución no había hecho más que empezar.
Las otras dos máquinas, que hasta ahora estaba a la espera, abrieron el mismo compartimento que había abierto la otra minutos atrás, y de él salieron dos manos robóticas. Ambas portaban un soporte para maniquíes, el cual consistía en una base plana con una vara vertical acabada en punta. Las dos máquinas agarraron los maniquíes y los clavaron en las varas del soporte.
Ahora era el turno de la máquina que se encontraba detrás de Tsumugi. Con una de sus manos robóticas cogió un soporte idéntico a los anteriores y con la otra agarró la cintura de Tsumugi, elevándola en el aire, de modo que sus gafas cayeron al suelo y se hicieron añicos. La alzó hasta que sus pies rozaron la afilada punta de la vara. Después la impulsó hacia abajo lentamente, provocando que la punta se clavara dentro de sus dos talones, y continuó hasta que ésta llegó a su tobillos. Tsumugi se quedó incrustada en el soporte para maniquíes, el cual quedó completamente manchado de sangre.
La chica no podía gritar porque su boca seguía cosida y tampoco se podía mover porque estaba clavada en el soporte, pero cerró los ojos y dejó escapar unas lágrimas de dolor. Aun así, su sonrisa se mantuvo intacta.
Por suerte o por desgracia, la tortura no había terminado. Las dos máquinas que estaban detrás de los maniquíes cogieron cada una un corsé del armario. Lo ataron al torso de su maniquí y lo apretaron con fuerza hasta deformar su cintura, dándoles un aspecto más estilizado.
Cuando fue el turno de la máquina detrás de Tsumugi, ésta no eligió un corsé normal como las anteriores, sino uno hecho de acero puro. Lo enlazó en la cintura de la chica hasta que quedó bien ceñido a su figura. Lentamente, fue apretándolo más. Tsumugi veía por el espejo cómo su abdomen se iba haciendo cada vez más pequeño, destruyéndola por dentro.
Lo primero que se hizo añicos fueron sus costillas, una por una comenzaron a partirse y a clavarse en su interior. Después fue el turno de algunos de sus órganos, que se aplastaron entre ellos. Sin embargo, la máquina se detuvo a la mitad y no terminó de estrujar su cintura al completo, dejándole una figura artificial e inhumana. A duras penas podía respirar.
Tsumugi intentó gritar, pero el hilo raspó sus labios y solo obtuvo más dolor.
Supimos que la peor parte de la ejecución estaba por venir cuando las tres máquinas convirtieron sus brazos en motosierras, con púas puntiagudas. Dos de ellas se pusieron en marcha y empezaron a serrar los brazos de ambos maniquíes. Como éstos estaban hechos de corcho fue fácil cortarlos y separarlos del resto del cuerpo. Pero la máquina que estaba detrás de Tsumugi, no tuvo tanta suerte. Ésta tenía que serrar carne humana.
Tsumugi, al ver por el espejo las motosierras acercándose a sus hombros, agrandó los ojos con emoción. Cuando éstas se pusieron en marcha, las púas ya estaban rompiendo su piel. Se adentraron en sus brazos como si fuesen gelatina. La chica sollozaba para sus adentros, pero no de terror, sino de entusiasmo.
La motosierra arrasó con todo a su paso, arterias, huesos, músculos... Hasta que no quedó nada. Los dos brazos de Tsumugi cayeron al suelo por su propio peso, y del hueco que habían dejado comenzó a brotar un río de sangre. Sin duda, la chica terminaría desangrándose. Pero la hemorragia se detuvo cuando las máquinas cosieron los brazos que de los anteriores maniquíes a los hombros de Tsumugi. Uno de ellos estaba flexionado por el codo y el otro totalmente estirado.
Aún habiendo reemplazado sus brazos de carne y hueso por unos de corcho, cosido su boca, estrujado su cintura y clavado una vara en sus pies, la chica seguía sonriendo. Su corazón se iba apagando poco a poco, pero ella estaba disfrutando de cada segundo. O eso es lo que quería que pensáramos. Porque llegó un momento en el que no pudo aguantarlo más, y su sonrisa desapareció. Ya solo quedaban sus lágrimas, que caían desde su rostro hasta el suelo para fusionarse con la sangre derramada.
Se escuchó un pitido y comenzó a parpadear una luz roja intermitente por toda la habitación . Al parecer, no le había sentado muy bien a la máquina que Tsumugi borrase la sonrisa. Por eso, decidió deshacerse de ella finalmente.
Acercó una de las motosierras a su cuello, la activó y empezó a hundirla en su piel. Saltaron fragmentos de carne y salpicó sangre por toda la sala: en los armarios, en el espejo, en la ropa y en los maniquíes a su lado. Tsumugi abrió la boca con tanta fuerza que el hilo se soltó rompiendo sus labios y dejó escapar un grito de terror que nos heló la sangre en las venas.
Ese grito fue su último aliento.
Cuando el ruido de la motosierra cesó, la cabeza de Tsumugi ya no formaba parte de su cuerpo. Había caído dentro del charco de sangre, con los ojos y la boca abiertos.
Su cuerpo decapitado permaneció de pie gracias a que sus talones estaban anclados al soporte. Pero las máquinas no tardaron en llevárselo hasta un enorme contenedor que había aparecido en medio de la sala. Lo tiraron dentro como si fuese basura, y en la tapa de éste podía leerse: Tsumugre.
La cabeza, en cambio, no la tiraron en el contenedor, sino que la dejaron hundirse entre la sangre de la propia víctima.
⚠️ Fin de la ejecución traumática ⚠️
Nadie hizo ningún comentario sobre lo que acabábamos de ver cuando la gran pantalla que mostraba la sala de ejecuciones se quedó en negro. Principalmente, porque la mayoría, como Himiko y Shuichi, habían decidido no mirarla para prestarle toda su atención a Kaito, quien seguía acostado en el suelo con muy mal aspecto.
Monokuma saltó de su trono para anunciar unas palabras en voz alta, pero no pude escucharle. Mi cabeza estaba siendo martillada por un fuerte pitido. Entonces, alguien apoyó una mano en mi hombro. Reconocí el rostro de Kokichi a pesar de que estaba muy borroso.
Al igual que Monokuma, Kokichi abrió la boca y movió los labios, pero no conseguí escuchar ni una sola palabra de lo que me decía. Hice un esfuerzo por leer sus labios, pero solo conseguí que el pitido se hiciera más fuerte, hasta el punto de hacerse insoportable.
Todo a mi alrededor empezó a dar vueltas. El suelo se movía y el techo se acercaba a mí. Para mi cuerpo era como si la gravedad se hubiese multiplicado por diez, porque tenía la sensación de que mi cabeza pesaba más de lo normal y de que en cualquier momento me caería al suelo.
Desgraciadamente, no me equivocaba. De un momento a otro dejé de ver el rostro de Kokichi, en su lugar veía el techo moviéndose lentamente. Había perdido el equilibrio y estaba cayendo de espaldas al suelo. Pero nunca sentí el golpe, porque unas manos se enrollaron en mi cintura para frenar mi caída. Me sujetaron con fuerza, pero yo no estaba poniendo de mi parte porque mi cuerpo no respondía a mis órdenes, así que les costó mantenerme en pie.
Los párpados me pesaban demasiado. Llevaba unos minutos haciendo un esfuerzo por no cerrarlos, pero llegó un momento en que no pude aguantarlo más. Mi cerebro se desconectó, como si la sangre no estuviese llegando a mi cabeza, y perdí el conocimiento.
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⭑
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—Mátalo —susurró una voz femenina muy cerca de mi oído.
Me encontraba en una habitación a oscuras. No había ninguna rendija que dejara pasar la luz. Estaba sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared, lo supe porque el contacto con la superficie me heló hasta los huesos.
—Mátalos a todos —volvió a susurrar la voz, y por el tono que usó, supe que su dueña estaba sonriendo.
Notaba el cálido aliento de esa persona muy cerca de mi cuello, y un escalofrío subió por mi espalda. Estiré el brazo para apartar a quien quiera que estuviera a mi lado, pero no encontré más que vacío. No había nada a mi alrededor. Sin embargo, la voz persistía muy cerca de mí.
—Solo una cobarde tendría miedo de quitarle la vida a alguien que se lo merece. Porque tú y yo sabemos que se lo merece.
No fui capaz de reconocer la voz de la persona que me hablaba, pero hubo una palabra que se repitió constantemente dentro de mi cabeza: mátalo. A quién debía matar, eso no lo sabía, pero mis manos estaban sedientas de sangre.
—Eso es —susurró la melosa voz —. Utiliza lo que robamos.
Hasta ese momento no me había percatado de que empuñaba un cuchillo en mi mano. No podía verlo porque estaba muy oscuro, así que deslicé con cuidado mis dedos sobre la hoja, y descubrí lo afilado y puntiagudo que era. Probablemente atravesase con mucha facilidad la piel. Con demasiada facilidad.
—Ya viene —advirtió la voz.
Agudicé el oído, y escuché el tintineo de unas llaves acompañado del eco de unos pasos. Me quedé quieta durante unos segundos, hasta que el sonido de los pasos se detuvo detrás de la puerta de la habitación. Hubo un momento de silencio en el que solo escuché mi respiración agitada, y luego la llave siendo introducida en la cerradura.
Agarré con firmeza la empuñadura del cuchillo y miré la puerta, cuya localización descubrí gracias al sonido de las llaves. El tiempo de espera se me estaba haciendo eterno. Pero la persona tras la puerta no tardó en abrirla, y la claridad me cegó por completo.
Aun así, era mi única oportunidad. Y no podía dejarla pasar. Con cuchillo en mano salí disparada hacia la figura que acababa de entrar a la habitación, la cual, ajena a mis intenciones, había entrado desarmada. La primera cuchillada fue directa a su estómago. No le dio tiempo a defenderse y dio un paso atrás con las manos presionando su reciente herida, que no paraba de sangrar.
La segunda fue más complicada, porque sujetó mi brazo con su mano libre y me empujó lejos. Mis ojos aún no se habían adaptado a la luz, así que no pude ver su rostro con claridad. Pero no iba a detenerme hasta que expirara su último aliento.
La persona se lamentaba mientras pedía ayuda. Sus manos, mi cuchillo, las paredes y el suelo estaban manchados con su propia sangre. Intentó salir de la habitación, pero yo fui más rápida. Me lancé hacia la figura y le asesté cuatro puñaladas en la espalda. Escuchaba sus gritos de dolor, y eran música para mis oídos. Sentía su sangre correr por mis venas, y quise más, quise acuchillarlo hasta deformarle el rostro.
Cuando cayó al suelo, me coloqué encima y empecé a clavarle el cuchillo por todo su cuerpo: cara, cuello, pecho... Su sangre salpicaba en todas direcciones mientras intentaba protegerse con sus manos, las cuales terminé acuchillando también. No iba a parar hasta que me quedase satisfecha, hasta que el olor metálico de su sangre impregnara la sala.
Sin embargo, alguien entró en la habitación en estampida, me apartó del cuerpo sin vida de la persona que acababa de acuchillar y me obligó a poner las manos detrás de mi espalda mientras me quitaba el cuchillo ensangrentado.
Me habían pillado, pero no me arrepentía, y no lo haría nunca.
Escupí encima del cadáver antes de que me sacasen a rastras de la habitación.
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⭑
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El ligero balanceo de mi cuerpo hizo que poco a poco abriera los ojos y me diera cuenta de que estaba siendo cargada en la espalda de alguien. Parpadeé para aclarar mi vista. Mi cabeza estaba apoyada en el hombro de la persona que me estaba cargando, el cual me sujetaba por los muslos para evitar que me cayera de su espalda.
Estaba muy desorientada. Por eso, cuando levanté la cabeza y vi que estábamos camino a la zona de habitaciones de la academia, tuve que hacer un gran esfuerzo para recordar mis últimos momentos antes de desmayarme.
La persona, al notar movimiento en su espalda, ladeó su cabeza para mirarme.
—Menos mal que has abierto los ojos —soltó un suspiro de alivio—. Tenía miedo de que no despertaras.
Mi visión aún estaba borrosa, pero hubiera reconocido esa voz en cualquier parte.
Kokichi.
—Cuando te desmayaste, pensé en lo peor —admitió con angustia—. Me dejaste el corazón a mil por hora.
Mis ojos se fueron adaptando a la claridad, y pude ver con más detalle el rostro de Kokichi. Estaba agotado por culpa del peso en su espalda. No era capaz de dar un paso sin ahogarse con su propia respiración y a penas podía sujetar mis muslos. Aun así, había recorrido un largo tramo desde la sala de juicios.
—Puedo caminar —fue lo primero que dije.
En realidad, no sabía si podía, pero no me gustaba ver cómo agotaba todas sus fuerzas por mí, así que prefería hacer el esfuerzo de caminar yo misma.
—¿Estás de broma? —me increpó—. No voy a dejar que pongas un pie en el suelo.
—En serio, no hace falta que me cargues —insistí, y quise bajarme de su espalda, pero mi cuerpo no respondía.
Él se frenó en seco y bajó la mirada para que yo no pudiera verle el rostro.
—Deja de preocuparte por mí —exigió con brusquedad—. Ahora mismo necesito que te preocupes por ti misma.
Quise replicar, pero no tenía fuerzas para ello, y no quería discutir con él.
—¿Estás enfadado conmigo? —pregunté con un hilo de voz.
Él levantó la mirada como si le sorprendiese que hubiese hecho esa pregunta.
—¿Por qué debería estar enfadado?
—Tú mismo lo dijiste —musité, apoyando de nuevo mi cabeza en su hombro—. Porque te oculté la foto y lo del veneno.
—Olvídate de eso, ni siquiera estaba pensando con claridad en ese momento —reconoció, arrepentido—. No puedo enfadarme contigo, y menos por algo así.
Sonreí para mis adentros y él continuó caminando conmigo a cuestas.
Miré a nuestro alrededor, pero no había rastro de ninguno de los otros estudiantes.
—¿Dónde está Kaito? —me apresuré a preguntar en cuanto caí en la cuenta de lo que había pasado.
Kokichi tensó sus hombros antes de contestar:
—Está bien.
Lo dijo tan rápido que apenas pude entenderle.
—¿Bien? —repetí, incrédula—. ¿Cómo que está bien?
—Pues eso, que está bien —recalcó él, sin dejar de caminar.
—Dime la verdad.
—Esa es la verdad.
—Me mientes fatal.
—Cierra los ojos y descansa un poco —me pidió—. Ya estamos llegando a tu dormitorio.
Si hacía todo lo posible por cambiar de tema, era porque algo malo le había pasado a Kaito.
—¿Ha muerto? —Tragué saliva cuando las palabras salieron por mi boca.
No sabía si estaba preparada para la respuesta, pero prefería afrontar la realidad que dejarlo todo a mi imaginación.
—¿Quién? —preguntó, para intentar evadir el tema.
—Kaito —repuse con voz queda—. Y no me mientas, prefiero saberlo.
Kokichi cogió aire y lo soltó en un profundo suspiro.
—No, no está muerto —cercioró, levantando un poco mis muslos para evitar que me deslizara por su espalda—. Pero no le queda mucho.
—¿Dónde está? —quise saber.
—En su habitación —contestó—. Shuichi y Keebo unieron fuerzas para llevarlo hasta su dormitorio. Himiko quiso ayudarme a llevarte, pero le dije que yo me encargaba de ti y que fuera a despedirse de Kaito.
—Quiero verlo —le pedí.
—Por esto no quería decirte nada —masculló, maldiciéndose por lo bajo—. Necesitas descansar, (t/n), no puedo llevarte con Kaito ahora.
—Se está muriendo —protesté.
—¡Y tú también! —gritó, furioso, y di un pequeño respingo.
Kokichi se dio cuenta de que había elevado demasiado la voz, así que respiró profundo antes de continuar:
—Lo siento, no quería gritarte. Pero entiende que no puedo dejar que te preocupes por otra persona que no seas tú misma. Estás temblando y a penas puedes hablar. Necesitas descansar para recuperarte.
—Quiero verlo, solo un momento —insistí, y aunque quise bajarme de su espalda, no lo logré.
—Te llevaré con él, te lo prometo, pero primero quiero que descanses. Shuichi y Himiko ya están acompañándolo, y Keebo está intentando averiguar una forma de salvarlo.
—¿Y si no lo consigue? ¿Y si se va antes de que pueda despedirme de él?
—Podrás despedirte de él, lo prometo.
—No prometas cosas que no dependen de ti. Solo quiero...
—Ya hemos llegado —me cortó, y se paró enfrente de mi habitación—. ¿Tienes la llave?
—Llévame con Kaito —contesté en su lugar, negándome a darle la llave—. Quiero despedirme.
—No importa si no me la das —terció él, soltando uno de mis muslos para buscar algo en su bolsillo—. Puedo abrirla yo mismo.
—Esto es secuestro —me quejé.
—Entonces tú tienes Síndrome de Estocolmo —se burló, sacando de su bolsillo dos horquillas.
—Hablo en serio, no necesito descansar. —Nada más decirlo, apareció un dolor punzante en mi cabeza, pero él no tenía por qué saberlo—. Estoy perfectamente.
—Sí, claro, y yo no estoy colado por ti.
Hice una mueca.
—No me puedes obligar —me resigné.
—No lo estoy haciendo —determinó él—. En cualquier momento has podido bajarte e ir tú misma a ver a Kaito, pero no lo has hecho. Y eso solo me da la razón. Necesitas descansar porque no te puedes ni mover.
Odiaba que tuviera razón.
—Idiota —me limité a insultarlo para sacar toda mi rabia, y él se quedó satisfecho con mi respuesta.
Después de un rato trasteando con la cerradura, la puerta se abrió y apareció una sonrisa de suficiencia en el rostro de Kokichi. Se adentró en el cuarto conmigo a cuestas, encendió la luz y cerró la puerta con el pie.
Parecía que hacía siglos que no pisaba mi habitación. El último juicio había durado doce tortuosas horas y estaba agotada. Me costaba admitirlo, pero Kokichi tenía toda la razón en cuanto a mi estado de salud. No había ni una sola parte de mi cuerpo que no me doliese y, para colmo, tenía los músculos agarrotados.
Kokichi me llevó hasta mi cama, levantó las sábanas y me dejó en ella con cuidado. Cuando mi espalda se apoyó en el colchón, sentí un enorme alivio, pero al mismo tiempo los párpados volvieron a pesarme. Kokichi se aseguró de taparme bien con las sábanas porque sabía que estaba temblando.
—¿Tienes frío? —preguntó, mirándome a los ojos—. ¿Quieres otra manta?
Asentí muy despacio, y él fue directo al armario para buscar algo con lo que taparme.
Lo seguí con la mirada desde la cama. Estaba muy preocupado por mí, aunque lo intentara disimular. Lo sabía porque siempre apretaba los labios cuando algo le inquietaba. Sonreí para mis adentros al verlo abrir todos los cajones del armario a la desesperada. Pensé en la suerte que tenía de estar con él y en lo mal que iba a estar cuando yo me fuera.
—Aquí está —proclamó, cuando encontró lo que buscaba.
Cerró el cajón y se acercó a la cabecera de la cama. Me sonrió al ver que yo lo miraba desde hacía rato, y entonces distinguí esa expresión diabólica que ponía siempre que iba a hacer algún comentario jocoso.
—Me costó encontrar esta manta —comentó, cubriéndome con ella—. Tuve que abrir todos tus cajones, hasta el de tu ropa interior. Muy bonita, por cierto.
Inmediatamente, sentí el calor en mis mejillas, aunque decidí que era culpa de la manta y no de su comentario.
—Mientes —aseguré—. El cajón de mi ropa interior es muy pequeño. Es imposible que creyeras que iba a haber una manta ahí.
Él soltó una pequeña carcajada, que me pareció muy tierna, pero no se lo dije.
—Me pillas muy rápido. —Sin embargo, su diabólica sonrisa no desapareció—. Aunque tienes unas de osito que son muy adorables.
Entrecerré mis ojos hacia él.
—Pervertido.
—No puedo evitarlo cuando se trata de ti —admitió, encogiéndose de hombros.
Quise reprimir una sonrisa, pero me fue imposible. Kokichi se fijó en ella antes de que nuestras miradas se encontrasen. La pupila de sus ojos se había agrandado tanto que apenas veía el violeta de su iris. Se quedó un rato así, admirándome en silencio, hasta que apartó con suavidad algunos mechones de mi pelo, acercó su rostro al mío y dejó un corto beso en mi frente
—Descansa, ¿vale? —me sonrió cuando se separó—. No me iré de la habitación. Si necesitas algo, dímelo. Me quedaré despierto en el sillón, por si acaso.
Se quedó mirándome mientras esperaba una respuesta afirmativa de mi parte.
—Te quiero. —No pude evitar decirlo en voz alta.
Como lo pilló desprevenido, su rostro entero se ruborizó y se dio la vuelta para ocultarlo. Me reí al ver su reacción.
—No lo digas tan de repente —protestó en voz baja.
—Se dice yo también —me burlé.
Él me miró y se mordió la cara interna de la mejilla.
—Como sea, duérmete antes de que el mareo te haga decir más cosas como esa —sentenció, con las mejillas coloradas.
Sonreí y me di la vuelta, acomodándome en la cama. Kokichi había conseguido distraerme hasta tal punto que olvidé por completo el veneno que corría por mi sangre y por la de Kaito. Por desgracia, olvidarse del problema no lo solucionaba. Y aunque me dejé dormir en menos de cinco minutos, mis días estaban contados, y los de Kaito también.
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Si habéis leído la ejecución de Tsumugi, ¿cual ha sido la peor parte para vosotros? Yo creo que los espejos porque ver cómo te van matando es horrible :(
En fin, #tsumugreestállenademugre
Kaito y (t/n) están en problemas, ¿creéis que alguno de los dos sobrevivirá, que ambos lo harán, o que lo dos morirán?
Nos leemos el lunes. Voy a intentar traer siempre dos capítulos por semana a partir de ahora. Los lunes y los jueves <3
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