Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 86


¡Qué mejor forma de celebrar el cumpleaños de Kokichi que con un nuevo capítulo! xD

Aviso que os explotará la cabeza al leer esto y seguramente tengáis cientos de preguntas y teorías, pero es normal, no os preocupéis, todo se irá descubriendo en los próximos capítulos <3

• ────── ❋ ────── •

El caso había llegado a su fin. Era game over para Tsumugi. Mi teoría ya no era una simple especulación, eran hechos. Pero Tsumugi no parecía querer aceptarlo. Se inclinó sobre su podio apoyando las manos en él mientras se reía en voz baja. Sus ojos daban vueltas y sus carcajadas fueron en aumento.

—¿Qué se supone que es tan gracioso? —refunfuñó Kaito.

—¡Cuéntanos el chiste para que nos riamos todos! —soltó mini Miu.

Tsumugi no contestó. Bajó la mirada, escondiendo su rostro tras su pelo, y empezó a reírse con histeria para sus adentros. Me daban escalofríos solo de escucharla. Me apoyé en el lateral de mi podio más alejado de ella, pues tenía la sensación de que en cualquier momento se me tiraría encima para ahorcarme con sus propias manos.

—Está pirada del todo —farfulló Kokichi—. Pero a nadie le importa. Es hora de las votaciones. No os hacéis la menor idea de cuántas ganas tengo de ver su ejecución.

—Pagarás por lo que le hiciste a los demás —gruñó Kaito, apretando el puño.

La única respuesta de Tsumugi fueron más risas. Cada una más macabra que la anterior.

—Le haremos justicia a Tenko y a Gonta —proclamó Himiko, muy decidida.

—Y a Kaede —añadió Shuichi, apenado.

—¡No te olvides de mi creadora! —exclamó mini Miu con altivez.

—Tampoco nos olvidemos de Rantaro —agregué, sintiendo un pinchazo en el pecho—. Sin él, no hubiésemos podido acabar con Tsumugi.

—Se sacrificó por nosotros; eso es un acto muy valeroso —proclamó Kaito—. Rantaro era un verdadero hombre.

—Sabía que en el fondo nos quería mucho —musitó Himiko, con una sonrisa nostálgica.

—Nunca olvidaremos lo que hizo por nosotros donde quiera que esté —añadió Keebo—. Retiro todo lo dicho contra él anteriormente.

—Sí... —murmuró Kokichi, intentando tragarse su orgullo—. Puede que Rantaro no fuera tan malo, después de todo.

Le mostré una de mis mejores sonrisas a Kokichi. Me sentí bien escuchando esas palabras viniendo de él. Fueron sus disculpas hacia Rantaro, donde quiera que estuviera. Él pudo haber sido un traidor, pero nos eligió a nosotros antes que a su aliada, sacrificando su vida en el proceso.

Kokichi me devolvió la sonrisa, y el corazón saltó de mi pecho.

—Creo que es el momento de comenzar con las votaciones, Monokuma —indicó Shuichi.

Tsumugi levantó la cabeza en ese mismo instante. Ya no se estaba riendo, pero no borró la repugnante sonrisa de su cara en ningún momento.

—Estáis muy equivocados si creéis que Monokuma me va a ejecutar —se jactó ésta.

—Sí, yo estoy un poco confundido —admitió Kaito—. Si Tsumugi controla a Monokuma, ¿cómo va a ejecutarla?

Todos nos volvimos hacia Monokuma, quien estaba de pie encima de su trono. El oso no se movió ni colocó ninguna expresión. Esperamos una respuesta de su parte, pero nunca la obtuvimos.

—Sois muy ingenuos... —se burló Tsumugi—. No puedo morir, soy la mente maestra. —Tsumugi se llevó las manos a la cabeza y sus ojos empezaron a dar vueltas—. NUNCA VOY A MORIR. LA DESESPERACIÓN NO PUEDE MORIR.

—Dijiste que había que cumplir las normas —le recordó Himiko, valientemente—. Así que tienes que ser ejecutada por el asesinato de Rantaro.

—Puta niña ingenua —escupió Tsumugi, riendo entre dientes—. ¿Es que no te das cuenta? ¡Las normas las pongo yo!

Himiko bajó la mirada, dolida por el comentario de Tsumugi.

—¡Admite de una vez que es tu final! —le encaré a Tsumugi en cólera—. Y no le hables así a Himiko.

Tsumugi se volvió hacia mí con una sonrisa que me dio arcadas. Tuve que reprimir mis ganas de pegarle un puñetazo. Principalmente porque sabía que saldría perdiendo si lo hacía. Tsumugi se acercó a mí y se inclinó sobre mi podio con aires ufanos.

—Tú... ¿Tú diciendo que es mi fin? ¿Que soy una asesina? —se mofó ella, mirándome con esos ojos de víbora—. Casi parece un chiste. Uno muy malo.

Me eché hacia atrás para separarme de ella y fruncí el ceño. No entendía a qué se refería, y Tsumugi pareció pillarlo enseguida, porque añadió:

—Sí, (t/n), yo no soy la única con las manos manchadas de sangre.

¿Manos manchadas de sangre? ¿Estaba insinuando que yo...?

—Yo no he matado a Rantaro —sentencié.

—¿Quién ha dicho nada de Rantaro? —espetó Tsumugi con regocijo.

—Yo nunca he matado a nadie —aseguré.

Tsumugi se echó para atrás y soltó una carcajada estrepitosa. Algo dentro de mí quería que se callase para siempre, quería lanzarme hacia a ella y partirle la nariz, pero no moví un músculo y esperé a que parase de reírse de forma tan descarada.

—Eres muy graciosa cuando quieres —se trinchó ésta, limpiándose las lágrimas de la risa—. Que lo hayas olvidado no significa que no haya pasado. 

Miré a Tsumugi a los ojos esperando que admitiera su mentira, pero, en su lugar, amplió la sonrisa. No podía ser verdad. Tsumugi no sabía nada de mi vida. Estaba claro que solo quería confundirme, era su último recurso. Quería rebajarme a su nivel, y no lo iba a permitir.

—No le hagas caso, (t/n) —intervino Kokichi—. Está acorralada y ya no sabe qué hacer.

—Sí, has caído muy bajo, Tsumugi —convino Kaito—. ¿Culpar a (t/n) de un asesinato? Es la mentira más mala que he escuchado hasta ahora.

—(t/n) es la persona más buena que conozco —aseguró Himiko—. Bueno, después de Tenko.

—Como la propia Tsumugi dijo hace unos minutos —empezó a decir Shuichi—, está alargando lo inevitable: su inminente muerte.

—Además, prefiero mil veces a la cara rata que a Tsumugre —añadió mini Miu.

—¡Deja de llamarme así, imitación de vertedero! —explotó Tsumugi.

—¿Llamarte cómo? ¿Tsumugre? —le picó mini Miu, con una sonrisa picaresca—. ¡Pero si te va como anillo al dedo! En serio, Tsumugre, no hueles nada bien. Hay una cosa que se llama ducha, te la recomiendo.

—¡Ni siquiera puedes oler! —contraatacó ésta.

—Cierto, M1-U es muy afortunada —bromeó Kokichi—. Otros tenemos que tragar con tu mal olor.

Tsumugi apretó los labios y se volvió roja de la ira. Parecía que en cualquier momento iba a explotar. Normalmente, no le importaban ese tipo de comentarios, pero esta vez saltaba ante cualquier burla.

—No me hace falta olerte, T-s-u-m-u-g-r-e —se tronchó mini Miu—. Solo con verte ya me dan arcadas.

—Podéis reíros todo lo que queráis —gruñó Tsumugi, rabiosa—, pero aquí mando yo.

—Sí, sí, lo que tú digas, Tsumugre —se burló Kokichi—. Monokuma, haznos un favor a todos y comienza con las votaciones.

—¿Estás sordo o tienes cera en el oído? —le increpó Tsumugi—. Yo soy la que está al mando y se hace lo que YO diga.

Sin embargo, su sonrisa no tardó en decaer.

—¿Qué es esto que escuchan mis oídos? —anunció Monokuma. El oso había salido de su trance y había vuelto a su habitual comportamiento—. ¿Ya estáis seguros de saber quién es el culpable? ¡En ese caso, qué comiencen las votaciones!

—¿Qué? —Tsumugi se quedó de piedra, como si la mismísima medusa la hubiese mirado a los ojos—. ¿Votaciones?

—Como lo oyes —asintió Monokuma, como si no tuviera nada que ver con Tsumugi—. A estas alturas pensaba que ya había quedado claro. Después de un asesinato siempre hay un juicio, unas votaciones y una ejecución.

—¡Una ejecución! —exclamó Tsumugi, escandalizada, y arrugó la frente—. Muy gracioso, pero necesitarás algo más que eso para meterme miedo, Monokuma.

—No es un chiste, Tsumugi —repuso el oso, tornando su expresión a una más seria—. Y no pretendo meterte miedo, solo estoy anunciando lo que pasará a continuación.

—¿Cómo? —Tsumugi soltó una risa nerviosa—. Estás de coña, no puedes...

—Sí puedo —interrumpió Monokuma—. Lo sabes.

—Pero... —Tsumugi borró de su rostro cualquier signo de diversión y empezó a ponerse histérica—. Tú me diste protección, me dijiste que no podía morir, que nadie podía matarme.

—Te dije específicamente que ningún estudiante podría matarte, y cumplí mi palabra, por eso estás aquí, pero también te dije que para mí no eres inmortal. —Monokuma no apartó su mirada de la de Tsumugi. La tensión entre ambos podía cortarse con un alfiler—. Y si te soy honesto, me arrepiento de haberte dado dicha inmunidad.

—Espera, ¿Monokuma y Tsumugi son personas distintas? —preguntó Kaito, confundido—. Quiero decir, ¿Monokuma no está siendo controlado por ella?

—Nadie me controla, soy una inteligencia artificial libre —repuso Monokuma, y luego miró a Tsumugi con una sonrisa maquiavélica—. Y el que manda aquí soy yo, Tsumugi, no te confundas.

—Vamos, no puedes hacerme esto —replicó ella, comenzando a alterarse—. Hice todo lo que me pediste, hice que el juego fuese entretenido. Me aseguré de que todo fuese como planeamos.

—Te di demasiado poder sobre el juego y te descontrolaste —la atajó Monokuma—. Fue un gran error por mi parte. Abusaste de las ventajas que te di y olvidaste nuestro objetivo principal.

—Lo sabía —escupió Tsumugi, resentida—. Sigue siendo tu favorita.

—No es cuestión de favoritismo —terció Monokuma—. Me debo remitir a las normas, y tú has matado a alguien, Tsumugi.

—¿Qué es eso de favoritismo y objetivo principal? —inquirió Keebo con curiosidad.

Pero fue ignorado por completo.

—¡Cómo si yo hubiese querido matarlo! —gruñó Tsumugi en cólera—. ¡Rantaro se mató él solito!

—Sabías que esto podía ocurrir —sentenció Monokuma—. Tenías que haber estado más atenta. Rantaro te advirtió de que estabas yendo demasiado lejos varias veces, pero no lo escuchaste. Pusimos unas normas, Tsumugi, y tú te las saltaste por completo.

—¿Alguien puede decirme de qué va esto? —quiso saber Kaito, rascándose la coronilla.

—Monokuma, Rantaro y Tsumugi pusieron sus propias normas cuando organizaron el juego de matanza —aclaró Shuichi, que estaba muy atento a la conversación—. Al parecer, Tsumugi se las ha saltado. Me gustaría saber cuáles eran esas normas.

Pero una vez más ni Monokuma ni Tsumugi respondieron.

—¡Venga ya! —protestó Tsumugi, clavándose las uñas en las palmas de sus manos—. Ni siquiera tú te tomabas en serio esas estúpidas normas.

—Dejé pasar que fallaras en tu cometido de destrozar la máquina de las memorias de Keebo —empezó a decir Monokuma, con cansancio—, pero lo otro no lo iba a permitir.

—No fue culpa mía, fue Rantaro quien cambió las máquinas para confundirme —se justificó ella, histérica—. Por eso, hice pedazos la máquina equivocada y ese maldito robot volvió a la vida. Luego Rantaro me vino con ese discursito de que tener al robot vivo nos podía beneficiar, y resultaron ser puras patrañas.

—Esto quiere decir que Rantaro fue quien pausó y guardó la máquina, pero Tsumugi fue quién intentó romperla —murmuró Shuichi, a pesar de que nadie le estaba haciendo caso, pues todos estábamos enfrascados en la conversación de Monokuma y Tsumugi.

—Te dejé al mando de todo porque pensé que eras la persona adecuada —empezó a decir Monokuma—, que no te dejarías llevar por los sentimientos, y no me equivocaba. A diferencia de Rantaro, tú te mantuviste firme y no estableciste vínculos emocionales con ninguno de los estudiantes. Pero cruzaste la única línea que no tenías que cruzar, Tsumugi.

—Ella quería matarme —sentenció Tsumugi, con el rostro oscurecido.

—Por eso te hice inmortal —intercedió Monokuma—. Tus actos no tienen justificación. Creo que te has olvidado de quien nos dio la vida.

—¿De quien os dio la vida? —repitió Himiko—. No entiendo nada.

—¿Cómo es posible que puedas hacer a Tsumugi inmortal? —quiso saber Shuichi.

—¡Ugh, cállate ya! —le increpó Tsumugi a Shuichi, y luego se volvió hacia Monokuma—. ¡Me importan tres pimientos de quién formemos parte! Yo lo único que quería era el control total.

—Pero sabes que eso es imposible —terció Monokuma, con seriedad—. Me estás montando un numerito peor del que imaginaba, Tsumugi.

—¡Porque esto no es lo que acordamos! —bufó ella, y luego chistó con rabia—. Mira, ¿sabes qué? ¡No me importa! Mátame. Ya me imaginaba que acabaría así de todas maneras. Estoy harta. Haga lo que haga desapareceré para siempre.

—Solo desaparecerás si la puerta permanece cerrada —puntualizó Monokuma.

—¿Qué puerta? —preguntó Kaito, estresado, mirando en todas direcciones con la esperanza de que esa misteriosa puerta apareciese—. En serio, ¿de qué diablos va esta conversación?

—¡Yo no me estoy enterando ni de la mitad! —protestó mini Miu.

—Seguro que están hablando bajo algún código mágico —saltó Himiko, con júbilo—. No os preocupéis, soy experta en descifrar estas cosas.

—No la va a abrir —aseguró Tsumugi, ignorándonos por completo, y luego volvió a colocar esa sonrisa tan repugnante en su rostro—. No va a ser un mal final para mí, después de todo. Al fin podré sentir lo que es la verdadera desesperación. Podré oler la muerte y tenerla a mis pies.

—No te decepcionaré —comentó Monokuma, volviendo a su tono irritante y malicioso de siempre—. He preparado un castigo que te va a encantar.

—Tengo expectativas muy altas, te aviso —dijo Tsumugi, riendo de forma macabra—. Quiero que mi ejecución sea la mejor de todas. Una que le revuelva a todos las entrañas. ¡Que los haga vomitar! Quiero que la recuerden como la más sangrienta, tortuosa y grotesca ejecución jamás vista. Solo así, habrá valido la pena.

—No dudes que lo será —carcajeó el oso con maldad.

—Genial. —Tsumugi se quitó la chaqueta y la dejó a un lado de su podio—. Cuánto antes mejor. Comienza con las votaciones y abre la sala de ejecuciones, puedo ir por mi propio pie.

—Oído, cocina —proclamó Monokuma, activando el panel de las votaciones.

Cada uno de nosotros pinchó en el cuadrado de la pantalla donde aparecía la imagen de Tsumugi, la cual se ganó todos nuestros votos. Como era de esperar, se proyectó un «felicidades» en la pantalla, que indicaba que habíamos descubierto al verdadero asesino.

—Mentiría si dijera que no voy a disfrutar de este momento —sonrió Kokichi con maldad—. Estoy hasta ansioso.

—Oh, Kokichi. —Tsumugi amplió su sonrisa y sus ojos recayeron en mí—. Las diversión no te va a durar mucho.

—Lo que tú digas —contestó éste, sin darle importancia—. Espero que tu ejecución sea igual de asquerosa que tú.

—Bien, comencemos con el espectáculo —anunció Monokuma, muy emocionado—. He preparado las más grotesca y sangrienta ejecución para Tsumugi Shirogane, la cosplayer defini...

—¡Espera! —intercedió Shuichi.

Todos en la sala nos volvimos hacia éste, quien parecía avergonzado por haber captado tan rápido nuestra atención.

—Me gustaría hacerte algunas preguntas antes de la ejecución —le pidió a Tsumugi, con nerviosismo.

—No —denegó ésta—. Date prisa, Monokuma. Antes de que el detective se ponga pesado.

—Está bien, haré la repetición —suspiró Monokuma, cansado—. Es hora de la ejecución de...

—¡Por favor! —insistió Shuichi—. Será rápido, solo quiero preguntarte por este diario —Shuichi rebuscó algo en su bolsillo y sacó una pequeña libreta de color lavanda. Algo dentro de mí se activó al verla—. Quiero saber si esto te pertenece.

Tsumugi amplió los ojos más de lo normal y entreabrió la boca, como si ese comentario le hubiese pillado desprevenida. Sin embargo, no tardó ni un segundo en volver a mostrar una soberbia sonrisa.

—Así que abriste la caja de música —se limitó a decir la chica, como si no le importase lo más mínimo—. No entraba en mi planes que vierais eso, pero Rantaro fue descuidado y dejó que entrarais en la habitación de las cámaras. O quizá lo hizo a propósito. A estas alturas, quién sabe.

Tsumugi estaba realmente molesta con Rantaro. Al parecer, sacrificarse para matarla no era lo único que había hecho en su contra, sino que también había rescatado la máquina de Keebo y les había permitido a Shuichi y a los demás entrar en la zona donde estaban las cámaras.

—No has respondido a mi pregunta —presionó Shuichi, mostrando el diario—. ¿Es tuyo?

—Quién lo diría, eres muy exigente. —Tsumugi rodó sus ojos—. Y también muy pesado.

—¿Qué hay en el diario? —quiso saber Kokichi, quien no lo había leído aún.

Y aunque yo tampoco lo había leído, algo dentro de mí me decía lo contrario. Hice un esfuerzo por intentar recordar si alguna vez había tenido un diario parecido, pero la respuesta fue negativa. Nunca en mi vida lo había visto. Estaba empezando a pensar que no podía fiarme de mí misma ni de mis propios recuerdos.

—Pertenece a uno de los supervivientes de la cúspide de la desesperación —explicó Shuichi—. También habla de los otros dos niños, pero el diario está escrito desde la perspectiva de una chica.

—Tiene que pertenecer a Tsumugi sin lugar a dudas—declaró Keebo, con aplomo—. Lo encontramos en su guarida.

—Gracias a mi poderes de adivinación puedo confirmar que ese diario pertenece a Tsumugi —aseguró Himiko, soonriente.

—Genial —murmuró Tsumugi, con aburrimiento—. Ya tenéis los poderes de adivinación de Himiko, no me necesitáis.

—¡Dinos si es tuyo o no, carajo! —se quejó Kaito.

Tsumugi resopló e hizo el ademán de contestarle a Kaito, pero yo fui más rápida.

—Es mío, ¿verdad?

No tenía ni idea de por qué había dicho eso. Todos mis sentidos racionales me decían que ese diario no era mío, pero algo muy dentro de mí no estaba de acuerdo con eso. Cuando Shuichi me acusó de ser uno de los supervivientes del caso de la cúspide de la desesperación, me pareció una locura. Ahora pensaba que tenía razón y que quizá era yo la loca.

Como era de esperar, todos me miraron con los ojos bien abiertos, incrédulos, sin entender por qué había preguntado aquello. Todos excepto una persona: Tsumugi. Ella no se sorprendió en absoluto, como si ya supiera que esto iba a ocurrir.

Tsumugi suspiró y murmuró para sus adentros algo como «ya qué más da».

—Sí y no —fue su respuesta a mi pregunta.

—¿Qué clase de respuesta es esa? —se apresuró a preguntar Kokichi, quien, con la frente arrugada, intercambiaba miradas conmigo y con Tsumugi—. Habla claro.

—Mira, no espero que lo entendáis —terció Tsumugi—. Principalmente porque no estáis capacitados para ello. La respuesta correcta a la pregunta de (t/n) es: sí y no.

—¿¡Cómo que no estamos capacitados!? —gruñó mini Miu, muy ofendida—. Puede que Kaito no, pero los demás sí. Bueno, y Himiko tampoco.

—¡Oye, no te burles de nosotros en nuestra cara! —exclamaron ambos susodichos a la vez.

—Hasta que no sepáis dónde estamos, no vais a entender nada —soltó Tsumugi, agotada—. ¿Podéis dejarme morir en paz? Estoy harta de vivir en estas condiciones.

—Entonces dinos dónde estamos —pidió Shuichi con ansias.

—¡Ja! Y si quieres te hago un masaje de pies también—se burló Tsumugi—. Ni hablar. Moriré sin deciros una sola palabra.

—¡Al menos dinos cómo salir! —exigió Kaito.

—De acuerdo, eso sí puedo hacerlo. —Tsumugi se aclaró la garganta y esbozó una tétrica sonrisa—. La única manera de salir de aquí es... ¡La muerte! Para salir tenéis que morir. ¿Qué me decís? ¿Os ha servido de ayuda?

—Serás una zorra hasta el final —gruñó Kokichi, desdeñoso.

—Kokichi, insultarme no te va a servir para conquistar a (t/n) —le pinchó Tsumugi.

—Tampoco me hace falta, Tsumugre —dijo éste, haciendo énfasis en el nombre.

—¿Por qué no puedes explicarnos lo que pasa? —intervino Himiko—. Vas a morir de todas maneras...

—¡Tenemos derecho a saberlo! —protestó Kaito.

—Vosotros perdisteis vuestros derechos hace mucho tiempo —repuso Tsumugi con maldad—. De todas formas, no me necesitáis. Tenéis a (t/n), seguro que ella puede explicaros lo que pasa a aquí.

Inmediatamente, todas las miradas se clavaron en mí.

—Ya se lo contaste a Kokichi, no tendrías que tener ningún reparo en contárselo a los demás —comentó Tsumugi con frialdad—. Aunque eso sería inútil, claro. Una mentira no os va a llevar a ninguna parte.

—¿Una mentira? —repitió Kokichi, arrugando la frente—. Espero que no estés insinuando lo que creo que estás insinuando.

—Es exactamente lo que crees que estoy insinuando —canturreó Tsumugi—. (t/n) te dijo que erais todos producto de la ficción de un juego y que ella había entrado a él no sabía cómo. Así fue cómo supo que yo era la mente maestra. Todo eso...

—¿Un juego? —la interrumpió Keebo, confundido.

—¡Pero eso es surrealista! —exclamó mini Miu—. (t/n) necesita un loquero inmediatamente, y también un psiquiatra, y quizá un sicario. Espera, no. Esto último no era.

—¿A qué te refieres con que somos ficción? —preguntó Kaito, alterado—. Sería absurdo que mis diálogos estuviesen escritos en un libro o algo así.

De inmediato, se generó un murmullo en la sala. Nadie podía dar crédito a las palabras de Tsumugi, y tampoco a que hubiese sido yo quien las había dicho anteriormente. Himiko se asustó tanto que se tapó el rostro con las manos; Keebo y mini Miu comenzaron a discutir con ímpetu; Kaito le susurraba algo a Shuichi mientras éste negaba con la cabeza; y Kokichi asesinaba a Tsumugi con la mirada.

Mientras tanto, sentía que mi cabeza iba a explotar, como si hubiese algo luchando por salir.

—¿Quieres decir que la única que existe es (t/n)? —preguntó Shuichi, tres octavas más agudo para acallar el murmullo—. ¿Que la única real es ella y todos los demás somos ficticios?

—Eso es lo que ella cree —resopló Tsumugi—, pero no puede estar más equivocada.

—¿Todos somos reales? —preguntó Kokichi, casi esperanzado.

—Más bien, todo lo contrario —lo atajó Tsumugi.

—¿Soy ficción? —pregunté, incrédula.

No, de ninguna manera.

—Sí y no —volvió a responder Tsumugi.

—¡Tus respuestas difusas me están poniendo de los nervios! —protestó mini Miu.

—Ese el problema con vosotros —bufó Tsumugi—. Lo veis todo blanco o negro cuando en realidad es una escala de grises.

—Estás intentando confundirme —repliqué—. Yo sé que soy real.

—¿Acaso he dicho lo contrario? —espetó Tsumugi—. Que seas ficticio no significa que no puedas ser real al mismo tiempo. Mira, lo que quiero decir es que en el lugar en el que estamos nadie puede ser real.

—No te entiendo —protesté.

—Porque para entenderlo, tienes que verlo desde dos puntos de vista —sentenció ella—, pero vosotros solo sois capaces de fijaros en uno de ellos. Cuando en realidad son los dos al mismo tiempo.

Nadie articuló palabra. Intentábamos procesar las palabras de Tsumugi, pero no tenían ningún sentido dentro de nuestras cabezas. ¿Era real pero al mismo tiempo ficción? No tenía ni la menor idea de qué significaba eso.

—Es divertido ver vuestras caras confusas, creo que he encontrado un nuevo hobby —se mofó Tsumugi—. Os pondré un ejemplo. El diario que encontró Shuichi pertenecía a (t/n), y fue escrito por mí, pero al mismo tiempo no lo fue.

—¡Pues vaya ejemplo de mierda! —se quejó mini Miu.

—Fue escrito por mí y por la chica de la foto —añadió Tsumugi.

Shuichi abrió los ojos de par en par, como si algo hubiese hecho click en su cabeza, y rebuscó algo en su bolsillo.

—¿Esta chica? —preguntó, enseñando la fotografía de un chica joven y pelirroja.

Tsumugi asintió.

De inmediato, me di cuenta de que la fotografía que sujetaba Shuichi estaba rota por un lado. Justo el lado contrario a la mía. No podía ser coincidencia. Estaba segura de que esas dos partes encajarían a la perfección.

—¿Quién es? —quiso saber Himiko.

—Soy yo —repuso Tsumugi.

—Nos estás tomando el pelo, ¿verdad? —escupió Kokichi.

—Os lo dije —terció Tsumugi—. Si creíais que esto era fácil de resolver, estabais muy equivocados.

—¿Cómo vas a ser tú la de la foto si sois totalmente diferentes? —exigió saber Kaito—. ¿Acaso es otro cosplay?

—No lo es —aseguró ésta.

Tsumugi era conocedora de aspectos que nosotros ignorábamos, y supe que era el momento para resolver todas mis dudas. Lo que estaba a punto de hacer me podía costar la confianza de todos, pero me armé de valor para hacerlo. Quería descubrir la verdad, por muy dolorosa que fuese. Esta vez no me escondería y afrontaría la realidad.

—Yo tengo la otra parte de la foto —anuncié, mientras la sacaba de mi bolsillo para mostrársela a todos.

En mi mitad de la foto salía yo misma abrazando un peluche de Monokuma. Los demás, al verlo, se quedaron paralizados. Tanto por el hecho de que yo tuviera la fotografía y no les hubiera dicho nada como por la forma en la que sonreía abrazando ese peluche. Me dolió ver que me miraban como a una extraña.

Pero lo que más me dolió fue ver la expresión de decepción de Kokichi. Fue como una patada en mi estómago. Una dada con muchas fuerzas. Nunca le enseñé la foto, y eso le disgustó.

—Vaya, has tenido las agallas para conservarla —se sorprendió Tsumugi—. Pensé que la quemarías cuando la coloqué en tu habitación.

Shuichi dejó su podio y caminó hacia el mío. Al acercarse, distinguí un brillo de desconfianza en sus ojos, pero desapareció tan rápido como parpadeé. Cuando llegó a mi lado, me hizo un gesto para que juntara mi parte de la foto con la suya. Mi mano, a diferencia de la de él, no paraba de temblar.

Pero cuando por fin conseguimos unir ambas partes, nos dimos cuenta de que éstas no encajaban.

—No concuerdan —se sorprendió Shuichi—. Pero no tiene sentido. El fondo y la calidad de la foto es la misma en ambas partes. Deberían encajar.

—Eso es porque habéis dado por hecho que solo hay dos partes de la foto —terció Tsumugi, inclinándose para buscar algo en el bolsillo de su chaqueta, la cual se había quitado minutos antes y se encontraba en la base de su podio—, cuando en realidad hay tres.

Fue entonces cuando encontró lo que estaba buscando, y resultó ser la parte de una fotografía que estaba rota tanto por su lado izquierdo como por su derecho, mientras que los bordes superior e inferior estaban intactos.

—Esta parte es el centro de la fotografía —aclaró Tsumugi.

En ella se veía a un chico sonriendo a la cámara. Su figura se asemejaba a la de Rantaro: era alto y delgado, pero con los cabellos blancos como la nieve. Sus facciones eran suaves y nada pronunciadas. Parecía un ángel caído del cielo. Todo lo contrario a la chica que aparecía en la parte que sujetaba Shuichi.

Tsumugi estiró el brazo para que su parte quedase entremedio de la mía y la de Shuichi. De esta manera, las tres encajaron a la perfección y la fotografía se completó en su totalidad. Eran dos chicas y un chico, que podían rondar la misma edad, posando ante la cámara. Una de las chicas era idéntica a mí y llevaba un peluche de Monokuma en los brazos. La otra, quien se suponía que era Tsumugi, miraba al chico con cara de pocos amigos. Éste último desprendía un aura repleta de felicidad y sosiego.

—¿Quién es él? —pregunté.

Aunque, por alguna razón, ya me imaginaba la respuesta.

—Es lo que ahora conoces como Rantaro —repuso Tsumugi.

—¿Rantaro? —Shuichi no daba crédito a lo que estaba ocurriendo, y mucho menos lo hacían los demás, quienes no se atrevían a articular palabra y observaban la escena, estupefactos—. ¿Sois tú, Rantaro y (t/n)?

Tsumugi asintió con pesadumbre.

—Pero no os parecéis en nada a ellos —replicó Shuichi, escudriñando cada rincón de la fotografía—. (t/n) es la única que se ve exactamente igual.

—Ya —se limitó a responder Tsumugi—. Así éramos Rantaro y yo antes de que nos dieran un nombre y una forma.

¿Un nombre y una forma? ¿Qué quería decir con eso?

—Entonces, sois los niños del diario —confirmó Shuichi—. Rantaro debe ser 178, Tsumugi: 025 y (t/n): 064.

Tsumugi volvió a asentir.

—Vosotros tres sois los supervivientes del caso de la cúspide de la desesperación —comentó Shuichi, alzando ambas cejas.

—Te equivocas —le contradijo Tsumugi—. Rantaro y yo no somos supervivientes de ese caso, solo (t/n).

—¿A qué te refieres con que solo ella es una superviviente? —exigió saber Kokichi, quien se negaba a mirarme a los ojos—. ¿Y qué es esa fotografía, entonces?

—Esta fotografía tiene trampa, se puede mirar desde dos perspectivas —explicó Tsumugi—. Rantaro y yo nunca estuvimos relacionados con ese caso directamente, pero (t/n) sí. Por eso, ella es el sujeto de pruebas definitivo. Porque experimentaron con ella hasta llevarla al límite. Le hicieron todo tipo de vejaciones inimaginables.

—¿Sujeto de pruebas? —se horrorizó Himiko.

Sentí que mi corazón paró de latir y que mi sistema nervioso dejó de funcionar. ¿Shuichi había estado en lo correcto todo este tiempo? ¿De verdad me habían hecho daño? ¿Era la superviviente de un crimen tan atroz? Era demasiada información en muy poco tiempo. Y, para colmo, mi talento tenía que ver con ello. Fui un sujeto de pruebas para las personas que experimentaron conmigo, fui su conejillo de indias.

—Aguantaste cada una de las pruebas que te hicieron —añadió Tsumugi—. De esa manera, acabaste obteniendo el título de: sujeto de pruebas definitivo. Tan solo eres una marioneta para los demás, ese es tu estúpido e inútil talento, que conseguiste a partir de un largo y terrible sufrimiento. No te convenía recordarlo. La amnesia de la que hablaba Shuichi era real.

—¿Pero por qué la amnesia? —pregunté con un hilo de voz, mientras me ganaba las miradas compasivas de los demás—. ¿Por qué no debería recordarlo?

—Por tu bien —repuso Tsumugi, bruscamente.

—Pero, mi familia... —intenté replicar, pero Tsumugi me cortó de inmediato.

—Es todo falso, son memorias falsas. Nunca tuviste una buena familia, amigos con los que quedar ni un equipo con el que jugar a voleibol. Pero eso ya te lo imaginabas, ¿verdad?

Por mucho que no quisiera darle la razón a Tsumugi, esta vez la tenía. No me sorprendió escuchar que toda la vida que pensaba tener era falsa, como si lo hubiese sabido desde el principio y solo intentara convencerme a mí misma de lo contrario.

Tragué saliva y pregunté:

—¿Vosotros me pusisteis esas memorias?

—No, fuiste tú misma —contestó Tsumugi con frialdad—. Ya sabes, eso que llaman mecanismo de defensa para no perder la cordura.

—¿Tú lo supiste desde el principio? —quise saber.

—Por supuesto, y Rantaro también —afirmó, con una sonrisa de medio lado—. Te acompañamos desde el primer momento en el que empezó la tortura para ti.

—No lo entiendo —intervino Shuichi—. Si la acompañasteis, es porque también fuisteis víctimas, ¿no?

—No estoy hablando contigo, Shuichi —soltó Tsumugi—. Hazme el favor de no ser tan pesado. Hay cosas que no vas a entender hasta que esas puertas se abran.

—¿Os borré a vosotros de mi memoria? —inquirí, mirando a Tsumugi—. ¿Significa eso que sois reales?

—Demasiadas preguntas, me estás agobiando —se quejó ésta—. Todas esas respuestas están en tu cabeza, pero pareces ser la única incapaz de acceder a ellas. Rantaro y yo éramos conscientes de tu pasado falso, por lo que sabíamos que tú recordabas ese juego llamado Danganronpa V3 y, por ende, todo lo que ocurre en él.

—¿Y por qué Rantaro fue a la biblioteca si sabía que Kaede lo iba a intentar matar? —espeté, contrariada.

—Porque sabíamos que tú vendrías a impedirlo —repuso ella—. Rantaro sabía que Kaede tiraría la bola, por lo que se mantuvo alejado de la estantería hasta que tú abrieras la puerta. Obviamente, yo en ningún momento tenía intenciones de matarlo, a diferencia del juego original. Fue todo un papel para que creyeras que realmente habías entrado a tu juego favorito. Yo me encargué de que todo saliera a pedir de boca, así que deberías darme las gracias.

—Entonces, ¿(t/n) realmente fue víctima de ese tal Connor, quien era el mandamás del crimen? —inquirió Keebo, estupefacto.

Tsumugi asintió.

—Y ella borró todo de su memoria para no sufrir... —añadió Himiko, apenada.

—Asumo que creasteis este juego con el objetivo de hacerle olvidar —intuyó Shuichi, quien no paraba de caminar de un lado a otro, pensativo—. Ese es el objetivo del que hablaba Monokuma, ¿verdad? Es una escapatoria de su realidad, una que es incluso peor que ésta. Pero tú intentaste asesinar a (t/n), y eso iba en contra de las reglas, ¿me equivoco?

Tsumugi alzó ambas cejas y soltó una carcajada.

—Vaya, tu título va en serio —comentó ésta—. Te has acercado bastante a eso que llaman: verdad. Solo te queda un empujón más y resolverás este caso, Shuichi.

—Antes dijiste que en este lugar nadie podía ser real —recordó el detective—. ¿Quiere decir eso que en otra parte está nuestro cuerpo real y que ahora mismo esto no es más que una simulación? Es la única explicación que encuentro para lo de la inmortalidad.

—No es así, y podría darte una respuesta correcta a esa pregunta —empezó a decir Tsumugi con malicia—, pero entonces lo descubrirías todo y no voy a ser tan simpática.

—¡Entonces, vete y muérete ya! —bramó Kokichi, furioso.

—No te enfades conmigo, Kokichi —espetó Tsumugi, poniendo los ojos en blanco—. Yo no tengo la culpa de lo que tuvo que pasar (t/n).

—¡Si no vas a resolver nuestras dudas, lárgate! —le encaró Kokichi, quien seguía siendo incapaz de mirarme.

—Chicos... —intervino Himiko, con voz queda, pero nadie le prestó atención.

—He respondido a la mayoría de vuestras estúpidas dudas —contraatacó Tsumugi—. ¡Qué no lo entendáis no es mi problema!

—Tus respuestas han sido muy difusas —se quejó Keebo.

—En lugar de aclararnos las dudas nos has sembrado aún más —protestó mini Miu.

—Oye, chicos. —Himiko volvió a alzar la voz con timidez—. Creo que...

—¡Porque sois unos cerrados de mente! —rebatió Tsumugi—. Ya os dije que hay que entenderlo desde dos perspectivas distintas, la realidad y la ficción. No es problema mío que no sepáis distinguirlas y las mezcléis todo el tiempo.

—¡Qué te calles de una vez! —rugió Kokichi, rojo de la ira—. No pienso creerme nada que salga por tu sucia boca.

—¡Hacedme caso! —chilló Himiko para hacerse notar. Solo en ese momento reparamos en que la chica llevaba un rato alzando la mano para captar nuestra atención. Parecía asustada. —. Creo que Kaito no se encuentra bien.

Himiko lo señaló y seguimos el recorrido de su dedo índice hasta el podio del susodicho. Nadie, excepto Himiko, se había percato de que Kaito llevaba un rato sin hablar. Eso no era propio de él, y enseguida nos dimos cuenta de la razón.

Su rostro estaba muy pálido, como el de un cadáver; su cuerpo temblaba mientras él intentaba sujetarse con ambas manos al frontal de su podio; la chaqueta morada que siempre llevaba en los hombros se le había caído; y de su boca goteaba un rastro de sangre.

—Kaito, ¿estás bien? —se apresuró a preguntar Shuichi, quien se había quedado paralizado por el miedo.

—No te... preocupes —contestó éste a duras penas—. Estoy perfectament...

Kaito no tuvo tiempo de completar la frase. Sus músculos no pudieron soportar más su peso y se soltó del podio. Se escuchó un golpe seco seguido de un lamento y unos gritos. Lo siguiente que vi fue a Kaito tirado en el suelo, boca arriba, y a Shuichi corriendo con desesperación hacía él.

Himiko se había tapado la boca con las manos y miraba a Kaito, inmóvil en el suelo, con los ojos vidriosos; Mini miu y Keebo se habían quedado paralizados, hasta que éste último consiguió reaccionar y seguir los pasos de Shuichi; Kokichi, al darse cuenta de la situación, olvidó su reciente ira; y yo miré de reojo a Tsumugi, quien sonreía descaradamente, como si hubiera llegado la mejor parte de su serie favorita.

Cuando Shuichi llegó al lugar donde yacía Kaito, el cual había cerrado sus ojos hacía apenas unos segundos, se arrodilló a su lado y zarandeó su cuerpo varias veces con el fin de que abriera los ojos, pero eso no ocurrió. Keebo se acercó a ellos corriendo y se agachó para comprobar el pulso de Kaito.

Nadie se atrevió siquiera a respirar cuando Keebo presionó dos dedos en el cuello de Kaito, buscando su pulso carotídeo. Pasaron dos segundos que se volvieron eternos. Mis hombros se tensaron mientras esperábamos una respuesta de Keebo.

—Tiene pulso —anunció, y sentí cómo mis hombros se relajaban al mismo tiempo que soltaba el aire acumulado en mis pulmones—. Pero es muy débil.

—¡Kaito! —gritaba Shuichi, mientras intentaba despertarlo—. Abre los ojos, por favor.

—Pensaba que iba a ser ejecutada sin poder disfrutar de este momento —comentó, entre carcajadas, una voz a mi lado—. Al final he tenido suerte.

Miré a Tsumugi con desprecio, y ésta me devolvió una de sus repugnantes sonrisas.

—Hay que colocarlo de lado, en la posición de seguridad —advirtió Keebo—. Está tosiendo sangre y si lo dejamos boca arriba puede ahogarse.

Shuichi estaba a punto de entrar en pánico, pero consiguió mantener la cabeza fría y hacer caso a las palabras de Keebo. Ambos, con sumo cuidado y asegurándose de que la cabeza de Kaito no sufría daños, lograron acostarlo de lado.

—Kaito, no te mueras. —Himiko comenzó a sollozar mientras se tapaba la cara con las manos.

—¡Ha abierto los ojos! —anunció Shuichi, esperanzado, con las manos temblorosas—. Kaito, ¿me oyes?

El chico a penas podía articular palabra, de su boca salieron balbuceos que solo Shuichi consiguió interpretar como un «estoy bien», pero estaba muy lejos de estarlo. De su boca seguían brotando gotas de sangre y sus ojos se cerraban de vez en cuando.

—No sé por qué estáis todos tan tensos —comentó Tsumugi a carcajadas—. Era obvio que este momento iba a llegar.

Pero nadie le estaba haciendo caso. Lo único que nos importaba en ese instante era la salud de Kaito, quien se tambaleaba entre la vida y la muerte.

—Así que me ignoráis, eh. —Tsumugi soltó un chasquido de molestia y rebuscó algo entre su ropa—. ¿Dónde lo puse? ¡Ah! Aquí está.

La chica había sacado de su bolsillo un pequeño bote de color rojo que guardaba un líquido transparente en su interior.

—Creo que os interesará saber que lo que tiene Kaito no es una enfermedad ni un virus —anunció Tsumugi, jugando con el pequeño bote—. Y, por supuesto, no es nada que sea contagioso. De hecho, es imposible que alguien se contagie con lo que él tiene.

Tsumugi me lanzó una mirada rápida y amplió su sonrisa.

—¿Nadie se puede contagiar? —repetí, agrandando mis ojos.

Entonces, ¿cómo es que yo...?

—¿Qué es lo que tiene? —preguntó Shuichi a toda prisa, y noté como su voz se resquebrajaba.

—¿Nunca te preguntaste por qué el ascensor de Kaito no tenía polvo? —sonrió Tsumugi de una manera siniestra—. Digamos que todo es culpa mía, de una jeringuilla y de un veneno que te mata lentamente.

—¡Lo envenenaste! —saltó Himiko, con lágrimas de furia—. ¿Cómo pudiste?

—¿Eso no va en contra de tu estúpido reglamento? —escupió Kokichi—. Hablas de normas cuando tú te las has saltado todas.

—Relajaos, solo me colé una noche en su dormitorio y le inyecté, sin que se diera cuenta, un veneno que mata lenta y dolorosamente —se regocijó Tsumugi—. No es mi culpa, tenía que hacerlo para que cuadrara con el juego original. Aunque, ahora que lo pienso, debería haberle inyectado un poco más.

—Él no te hizo nada —se lamentó Shuichi, al lado de Kaito, quien a penas pudo reaccionar a la noticia—. Solo quería ayudarnos a todos, él nunca hizo nada para merecerse esto.

—¿Sabes qué? Tienes razón —asintió Tsumugi, y todos entrecerramos nuestros ojos, recelosos—. Kaito acató mis mandamientos a rajatabla. Activó la alarma, intercambió las etiquetas de los botes y dejó la tarjeta en la habitación de Shuichi sin que éste se diese cuenta. ¡Sorprendentemente lo hizo todo más o menos bien! Todo eso para conseguir esto.

Tsumugi estiró el brazo para que tuviésemos una mejor visión del pequeño bote que llevaba en la mano.

—Por suerte, guardé un antídoto para el veneno en cuestión —indicó, con entusiasmo—. Creo que Kaito se lo merece. Hice un trato con él y cumplió su parte. Me sentiría mal si yo no cumpliese con la mía. Así que aquí está, el antídoto que puede evitar su muerte.

La mayoría la miramos con desconfianza.

—¿Tan fácil? —cuestionó Keebo, escéptico—. Yo no me creo que...

—Dáselo, por favor —suplicó Shuichi, desesperado.

—Pero, ¿y si nos está mintiendo? —dijo Himiko con un hilo de voz.

—Sí, aquí hay gato encerrado —convino mini Miu.

—Kaito se está muriendo —replicó Shuichi—. Si no hacemos nada, morirá igualmente. Lo único que nos queda es confiar en ella.

Los demás no parecían estar de acuerdo con Shuichi, pero era cierto que Kaito moriría de todas maneras, tenía muy mal aspecto.

—Entonces, ¿se lo darás? —quiso saber Shuichi, mirando a Tsumugi con súplica.

—Oh, claro que sí —sonrió ella, y se volvió hacia mí. Cuando sus ojos se clavaron en los míos, se dispararon todos mis nervios—. Pero seguro que no queréis que me acerque yo, así que por precaución se lo daré a (t/n) para que ella misma lo entregue. No te importa, ¿no, (t/n)?

En los ojos de Tsumugi brillaba la euforia. Ella sabía que yo también había sido envenenada, pues ella misma se había encargado de inyectarme el veneno mientras dormía. Al principio, estaba convencida de que Kaito me había contagiado su enfermedad debido a que yo venía de otro mundo, pero eso era lo que ella me había hecho creer. La realidad era que la enfermedad no existía y ella nos había inyectado a ambos un veneno que había estado acabando poco a poco con nuestras vidas.

Y ahora me pedía que entregara el antídoto que también podía curarme a mí.

—¡Casi se me olvida! —exclamó Tsumugi, señalando el bote, que seguía agarrando en una de sus manos—. Solo queda este antídoto, me encargué personalmente de destruir los demás, así que ten mucho cuidado, (t/n), no desperdicies esta dosis única. Con única me refiero a que solo sirve una vez, solo para una persona, ¿entiendes? Si se te cae o algo así, Kaito estaría perdido. Pero estoy tranquila porque sé que serás muy cautelosa.

Sentí un vacío en mi estómago al escuchar esas palabras. Solo una dosis. Para una persona. Kaito y yo éramos dos. Empecé a notar una carga muy pesada en mis ojos, pero luché por reprimirla. Tsumugi estiró el bote hacia mí, con una asquerosa sonrisa en sus labios, y lo colocó en mis manos. Me aseguré de agarrarlo bien para que no se cayese y miré a Tsumugi a los ojos con mucha rabia.

—Menos mal que dejé ese bote intacto —añadió ésta—. Quién sabe qué hubiera pasado si los hubiera destrozado todos, pobre Kaito.

«Quédatelo», gritó una voz en mi cabeza.

—Vamos, (t/n) —me instó Tsumugi—. Kaito te espera.

«No lo hagas, bébetelo tú», insistía esa voz.

Me di la vuelta, hacia donde estaba el podio de Kaito, y el mundo se me vino abajo. Agarré con firmeza el bote con el antídoto y empecé a caminar hacia ellos. Sin embargo, todo a mi alrededor se distorsionó. El suelo se curvó, haciendo que me fuese complicado avanzar, y una estela de color oscuro me impidió ver con claridad. Me estaba mareando. A pesar de ello, noté todas las miradas clavadas en mí, como si me estuvieran juzgando por haber sido tan egoísta de pensar que me podía quedar el antídoto para mí sola.

«Tu vida es más importante, quédate el antídoto», chillaba la voz en mi cabeza.

Mi vista se llegó a nublar tanto que tuve que detenerme unos segundos para no tropezar. Me dolía muchísimo la cabeza. Estaba a punto de tirar por la borda la última oportunidad que tenía para salvar mi vida. Aun así, continúe caminando hacia ellos. Me costaba agarrar el bote porque mis manos temblaban, así que lo apreté contra mi pecho para asegurarme de que no se caía.

—Corre, (t/n), dámelo —gritó Shuichi, haciendo un gesto con la mano para que me diese prisa.

Todo ocurría a cámara lenta en mi cabeza. Shuichi movía muy despacio su mano incitándome a acercarme a él mientras Kaito, tumbado hacia un lateral, balbuceaba palabras sin sentido. Me dio tiempo de ver cómo Tsumugi agrandaba muy lentamente su sonrisa; cómo Himiko se tapaba la cara con las manos dejando dos huecos para sus ojos; cómo Kokichi se dignaba a mirarme de nuevo; y cómo Keebo y mini Miu mantenían a Kaito en la posición de seguridad.

«¿Qué tiene de malo ser egoísta cuando tu vida depende de ello? Cualquiera en tu lugar haría lo mismo, se lo bebería. ¿Sabes por qué? Porque el ser humano es egoísta por naturaleza. Kaito fue un buen amigo, pero no vale la pena perder tu vida por él»

Intenté acallar esa voz en mi cabeza que no me dejaba pensar con claridad. Esa voz que me incitaba a quedarme con el antídoto. Sabía que Kaito merecía vivir más que yo, pero al mismo tiempo no quería morir. Al verlo a él tirado en el suelo y escupiendo sangre, me aterré. No quería acabar igual, no quería que mi cuerpo acabase así. Lo correcto era dárselo a él, pero, ¿sería capaz de hacerlo?

—¡(t/n)! —me presionó Shuichi—. ¡Date prisa!

¿Sería capaz de renunciar a mi vida tan fácilmente?

Había aceptado mi muerte cuando pensaba que no había otra posibilidad para mí. Pero ahora que sabía que había un antídoto que podía curarme, todo era distinto. Me había llenado de esperanzas, y no quería que se fueran otra vez. Era una sensación muy agradable. ¿Pero quién era yo para decidir quién de los dos vivía? No era nadie.

—Vamos, dámelo. —Shuichi estiró el brazo cuando llegué a su lado.

«No se lo des»

Tsumugi había dicho que borré mis memorias por mi bien, para evitar recordar eventos que, muy probablemente, me llevarían a la locura. Así que quizá no valía la pena vivir. Al menos, no para mí. Si mi yo del pasado decidió crear recuerdos falsos para olvidar los reales fue por una buena razón.

Al fin y al cabo, había disfrutado mi recorrido por el juego, me había llenado de emociones que quizá antes no era capaz de sentir. Pero era hora de aceptar mi derrota. Era hora de aceptar que todo lo bueno tenía un final.

Y cuando vi los ojos llorosos de Shuichi y el débil cuerpo de Kaito a su lado, tomé una decisión.

Estiré mi brazo y dejé el bote en las manos de Shuichi, quien rápidamente lo agarró y se lo acercó a Kaito. Ni siquiera me había dado tiempo a asimilarlo cuando el arrepentimiento me sacudió el pecho. Lo había hecho. Le había dado a Shuichi mi única esperanza de sobrevivir, para que él se las diese a Kaito. Me gustaba pensar que se lo merecía, que era mi regalo por haber sido tan buen amigo y habernos apoyado siempre, pero eso no apaciguaba el dolor dentro de mí.

«Mírate, qué patética, ni siquiera has tenido los ovarios de bebértelo. Maldita cobarde. Te mereces morir», me martillaba la voz en mi cabeza.

—Kaito, ¿qué estás haciendo? —protestó Shuichi, quien, con ayuda de Keebo, había incorporado a Kaito del suelo—. Vamos, tienes que bebértelo.

Pero Kaito negaba con la cabeza y sus ojos se fijaron en mí.

Mierda, no iba a bebérselo.

—Dáselo ya, Shuichi —me apresuré a decir.

«Antes de que me arrepienta y te lo quite de las manos», añadí para mis adentros.

—Eso intento, pero no para de moverse —se quejó éste—. Kaito, ¿qué pasa? Sé que no confías en Tsumugi, pero es nuestra única oportunidad de salvarte, tenemos que arriesgarnos. Por favor, bébetelo. Si no confías en Tsumugi, confía en mí.

Pero ese no era el problema que estaba teniendo Kaito. Él había tenido el mismo dilema que yo y se había negado a beber del bote.

—Oblígalo si hace falta —espeté con brusquedad, mientras le lanzaba a Kaito una mirada que gritaba «bébetelo»

—Keebo, ayúdame a sujetarlo —le pidió Shuichi.

—No... —consiguió murmurar Kaito, y después balbuceó cosas sin sentido.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Himiko, asustada, acercándose a nosotros.

—No puedo... bebérmelo —logró decir Kaito, aunque con mucho esfuerzo.

Mierda, mierda, mierda.

—¿Que no puedes? —farfulló mini Miu—. A ver, ¿y eso por qué? ¡No me digas que quieres una puta pajita!

—Kaito, te prometo que es un antídoto, estoy seguro —afirmó Shuichi—. Tiene que serlo, no puedes morir, así que, por favor...

—Ese... no es el... problema —murmuró Kaito, entre carraspeos.

—¡Dinos que ocurre! —exclamó Himiko, agachándose para tomar la mano de Kaito entre las suyas.

Me quedé inmóvil, mirando la escena. Sabía lo que iba a pasar a continuación y no estaba preparada para ello. Kaito me miró con una expresión compasiva y tuvo fuerzas para sonreírme. Fue todo tan surrealista que por un momento pensé que lo había soñado, pero, por desgracia, no fue así.

Maldición, que me sonriera en esas circunstancias me hacía sentir mal por haberme planteado beberme yo misma el antídoto.

—Lo siento, (t/n)... —balbuceó Kaito. Inmediatamente, todos me miraron—. Tengo que romper nuestra promesa.

—¿Promesa? —inquirió Kokichi, quién aún estaba en su podio, con el ceño fruncido.

—Yo no soy el único que... —Kaito carraspeó varias veces—. No soy el único al que Tsumugi envenenó.

• ────── ❋ ────── •

¡Abortemos misión! ¡La han descubierto! Esto es un F total para la protagonista x,D

Pero tengo una buena noticia para vosotros. No tendréis que esperar al lunes para el siguiente capítulo, porque lo subiré el jueves. Sí, tendréis dos capítulos esta semana. Es mi regalo por ser tan buenos conmigo T-T  

Y, por supuesto, habrá otro el próximo lunes. Gracias a todos por leerme, os amo mucho <3

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro