Capítulo 84
Primero que todo perdón por la tardanza. Me surgieron asuntos con los que no contaba.
Y segundo, quiero pediros perdón por subir el capítulo hoy en lugar del lunes, pero, como algunos ya sabéis, tuve un examen muy importante y me fue imposible traerlo.
Otra cosita. Si algún día veis que no subo capítulo, id a las publicaciones de mi perfil. Allí subo los motivos por los cuales no hay capítulo y también os digo qué día lo subiré. Y si tenéis alguna duda también me la podéis preguntar por allí.
Sin nada más que añadir, os dejo con el capítulo.
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-Narrador omnisciente-
Cuando (t/n) soltó la cadena, ésta se tensó y el brazalete tiró con fuerza de la muñeca de Kokichi obligándolo a reprimir un alarido de dolor. Sentía que en cualquier momento le iban a arrancar el brazo. Con su mano libre, seguía agarrándose del podio; Kokichi no era alguien fuerte y sabía que no aguantaría mucho más.
Pero confiaba en ella. Por encima de todo.
(t/n) se alejó de él y echó un vistazo rápido a la sala, pero ni Monokuma ni Tsumugi aparecieron por ninguna parte. Se habían esfumado. Eso no era buena señal. Ninguna mente maestra dejaría que sus enemigos unieran fuerzas, y mucho menos para evitar una ejecución. A no ser que eso les condujese a un destino peor del que ya poseían.
(t/n) sabía que Tsumugi tramaba algo y que habrían consecuencias graves, pero no tenía tiempo para pensar en ello ahora. Tenía que salvar a Kokichi. Decidió centrarse en lo importante y aprovechar la ausencia de Monokuma y la mente maestra para rescatar a los demás, cruzando los dedos para que el remedio no fuese peor que la enfermedad.
Tan rápido como pudo, llegó hasta Kaito, quien estaba más próximo a ella. Se puso de puntillas, apoyó sus manos en los hombros del chico y lo zarandeó adelante y hacia detrás. Sin embargo, no obtuvo respuesta alguna. Nada. La esclerótica de los ojos de Kaito seguía siendo negra, como el interior de la sala por la que Kokichi estaba a punto de ser arrastrado.
—¡Kaito! —gritó ella, desesperada. Sabía que no lograría nada de esa manera, pero estaba bloqueada por el miedo—. Te necesito. A ti y a tu esperanza.
Silencio. Ni un solo suspiro. Ni un solo parpadeo.
A (t/n) se le formó un nudo en el estómago al pensar en todos los segundos que estaba perdiendo. Pensó en lo inútil que era y en que Kokichi moriría por su culpa. Aun así, hizo un esfuerzo por recomponerse. Se obligó así misma a olvidarse de la enfermedad que la estaba matando, de la traición de su amigo Rantaro y de la inminente muerte de Kokichi.
Después de todo, ella era experta en eso. En olvidar.
—Un rayo de esperanza, como una sonrisa fugaz en el cielo —murmuró (t/n)—. Fue lo que me dijiste la noche en que me hablaste de tu hermano. Así fue como Tsumugi te robó las esperanzas, ¿verdad? Lo utilizó a él.
A un hermano pequeño. Qué rastrero.
—Yo soy incapaz de devolverte las esperanzas —admitió (t/n), aún sujetándolo por los hombros—, pero tu hermano sí que puede hacerlo. Aún lo quieres; y él, donde quiera que esté, también te quiere. Ese cariño entre hermanos es imposible de romper, ni siquiera Tsumugi con sus malditos disfraces baratos.
Kaito entreabrió la boca, pero no emitió ningún sonido. De fondo se escuchaba el tintineo de la cadena y los esfuerzos de Kokichi por no ser arrastrado, pero (t/n) intentó ignorarlos. Si no mantenía la calma, sería su fin.
—Por eso, te pido, hermano de Kaito, donde quiera que estés, que lo ayudes —le pidió (t/n) a la nada. Me sentí muy estúpida y sabía que no funcionaría, pero tenía que intentarlo—. Por favor, te necesita más que nunca. Necesita tu cariño y el de toda su familia.
Silencio. Otra vez.
—Pues claro que no va a ocurrir nada, (t/n) —se dijo a sí misma, soltando una risa nerviosa—. ¿Qué esperabas? ¿Que viniera el fantasma del hermano de Kaito? Esto es inútil. Ni siquiera recuerdo el nombre de la constelación que me enseñó, la que asemejaba a la sonrisa de su hermano.
(t/n) estuvo a punto de derrumbarse, de darse por vencida, hasta que sintió una brisa helada a su lado. Se le puso la piel de gallina y soltó los hombros de Kaito. Sintió que el ambiente estaba muy cargado, y tuvo que reprimir sus ganas de vomitar.
Quizá solo era imaginaciones suyas, pero al lado de Kaito parecía haber alguien.
—La Corona Borealis —susurró (t/n) al recordarlo—. Ese era el nombre de la constelación.
(t/n) se fijó en que la mano de Kaito se había cerrado como si alguien la estuviese agarrando. Pero, de nuevo, no había nadie allí aparte de ella y de él. (t/n) pensó que se había vuelto loca, que la enfermedad la había llevado al límite. Era imposible que el hermano de Kaito hubiese acudido a su llamada.
Los espíritus no existen.
Sin embargo, en el dorso de la mano de Kaito se empezaban a formar unas marcas, como si alguien estuviese presionando con fuerza esa zona.
—Me convertí en astronauta para cumplir su sueño —dijo Kaito, de repente, aún con las pupilas crecidas y com voz ronca—. Mi hermano era un crío muy ambicioso, planeó su futuro desde que tuvo uso de razón. Tenía mucho tiempo por delante, pero el mundo es injusto y le arrebató la vida muy joven. A él le quitó la vida y a mí me la jodió para siempre.
A (t/n) se le paró el corazón al escucharlo. No por que hablara de forma inesperada, sino por el dolor que escondían sus palabras. Kaito no hablaba de sus sentimiento muy a menudo. Era alguien que siempre estaba ahí cuando lo necesitaban, pero que pocas veces dejaba que estuviesen ahí para él.
Él ayudaba; pero nunca era ayudado. Y eso nadie lo entendía. Todos envidiaban su positivismo, su sonrisa y su fuerza de voluntad, pero nadie sabía el oscuro pasado que le había llevado a ser de aquella manera.
(t/n) empatizó con él.
—No hay nada que yo pueda decirte para que olvides el dolor por la pérdida de tu familia —comenzó a decir ella—, eso no se puede olvidar. Pero puedo recordarte la promesa que les hiciste cuando se fueron. Les prometiste que te convertirías en alguien de quien pudieran estar orgullosos. Y lo has conseguido. Tsumugi podrá quitarte las esperanzas, pero nunca podrá eliminar el esfuerzo que has hecho para llegar hasta aquí.
—¿Cómo van a estar orgullosos de alguien que los dejó morir? —sentenció Kaito con esa voz de ultratumba.
Sus ojos todavía eran completamente negros, pero se asomaron varias lágrimas por su párpado inferior.
—Tú no los dejaste morir —le recordó ella—. Tú mismo lo dijiste, el mundo es injusto. A veces se lleva a personas jóvenes, inocentes, honradas, y otras veces deja a los malos viviendo la buena vida.
—Es injusto —murmuró él, y apareció un destello en sus ojos. Su esclerótica estaba recuperando su color blanquecino.
—Lo sé, y siento muchísimo que no podamos hacer nada para cambiarlo —continuó (t/n)—. Pero esta vez es diferente. Aún podemos salvar a Kokichi, y necesito que me ayudes. Su muerte todavía la podemos evitar, pero os necesito a todos de mi parte. ¿Me ayudarás?
Kaito apretó una de su manos como si agarrase algo y el color violeta de sus ojos se hizo presente.
—Por supuesto —respondió él con su sonrisa de siempre. Sus lágrimas habían invadido su rostro.
—Haz que Shuichi vuelva —le ordenó ella—, yo me encargaré de Himiko. Así lo haremos más rápido.
Kaito asintió y no le cuestionó a (t/n) una sola palabra. Soltó aquello que agarraba su mano y una suave brisa volvió a sacudirlos a ambos. (t/n) nunca llegó a saber si hubo alguien ahí con ellos que ayudó a Kaito, o fue únicamente ella quien lo sacó de la desesperación y se lo había imaginado todo.
Kaito, lo más rápido que pudo, se abalanzó hacia Shuichi, quien seguía en la misma posición de hacía unos minutos. Cuando llegó a su lado, no supo muy bien qué decir, así que empezó a balbucear cosas sin sentido.
—Em, Shuichi... Esto... Yo, bueno...
Kaito se frotó la nuca con nerviosismo mientras pensaba en qué podía hacer. Estaba seguro de que pronto empezaría a salir humo de su cabeza y ni siquiera había encontrado una manera de devolverle las esperanzas a Shuichi, cuya pupila seguía ocupando toda la forma de su ojo.
—Quizá... Yo... ¡Al carajo! —Kaito sujetó a Shuichi por los hombros y lo acercó a él, envolviéndolo en un abrazo amistoso—. Shuichi, tengo que reconocer que has sido el mejor colega que he tenido nunca. Y eso que solo nos conocemos de hace meses. Diablos, me muero de la vergüenza por decir esto... ¡pero quiero que seas mi colega hasta el final de los tiempos!
Kaito apretó a Shuichi contra su pecho y cerró los ojos en un intentó fallido por retener sus lágrimas.
—¡Por favor, vuelve, necesito a mi amigo! —sollozó a moco tendido.
—¿Kaito?
—¡Carajos! —exclamó entre llantos el susodicho—. ¡Ya hasta escucho tu voz dentro de mi cabeza!
—Me estás haciendo daño —se quejó esa voz.
Kaito dejó de llorar y separó a Shuichi de él para mirarlo a los ojos. Este último lo observaba un tanto confundido mientras se llevaba una mano a la cabeza, dolorido. Cuando Kaito vio su brillante iris de color ámbar libre de desesperación, volvió estrecharlo en un fuerte abrazo.
—¡No eres una voz en mi cabeza, eres el real! —sollozó, feliz.
—K-Kaito... —murmuró Shuichi, sorprendido, pero con una pequeña sonrisa en los labios.
Mientras ocurría esto, al fondo de la sala, unos cuantos metros más alejado de los dos chicos, Kokichi luchaba por no soltarse del podio. El brazalete que estaba atado a su muñeca le estaba dejando marca y la cadena tiraba de él cada vez más con más fuerza.
Kokichi se agarró con su mano libre todo lo fuerte que pudo, pero no fue suficiente. De los nervios, el sudor de sus dedos hizo que éstos se deslizaran por la superficie del podio hasta soltarse por completo.
La cadena empezó a arrastrarlo por el suelo a gran velocidad. Kokichi intentó aferrarse al suelo con todo su cuerpo, pero no funcionó. Continuó siendo arrastrado sin posibilidad de agarrarse a nada. Cada vez estaba más cerca de la puerta cuyo interior estaba sumergido en una oscuridad total. A Kokichi le daba más pavor desconocer lo que habían dentro de esa negrura que saber que iba a morir.
Golpeó su brazalete con la esperanza de que se rompiese. Pero era acero puro y no sería tan fácil. En tan solo unas milésimas de segundo pensó arrancarse la mano como último recurso desesperado, pero ni tenía las agallas ni un arma para hacerlo. Kokichi no podía escapar de su destino.
El chico fue arrastrado por el suelo hasta llegar a la puerta. Esa que hacía regurgitar sus entrañas. La mano aprisionada por el brazalete fue lo primero que desapareció entre la oscuridad de la sala, luego su hombro y la mitad de su cuerpo. Antes de ser engullido al completo, consiguió agarrarse al marco de la puerta con su mano libre. Lo único que se podía ver de Kokichi eran sus temblorosos dedos aferrados al marco.
No le quedaban fuerzas, pero tenía que aguantar. De lo contrario, la decepcionaría a ella y rompería su promesa.
Mientras tanto, en la otra punta de la sala, (t/n) sacudía a Himiko por los hombros y le decía lo mucho que Tenko la quería, pero no parecía ser suficiente para ella. Los ojos de la pequeña seguían siendo de color negro, como la mirada de un búho, y balbuceaba por lo bajo la palabra desesperación.
—Himiko, ¿¡por qué no vuelves!? —chilló (t/n), desesperada—. ¿Qué se supone que tengo que...?
Entonces, se percató del moño verde que Tenko le había regalado antes de morir. Himiko siempre lo llevaba puesto en lugar de su antiguo sombrero. Sin pensárselo dos veces, (t/n) lo deslizó por el pelo de la chica. Se inclinó un poco para quedar a su altura y puso el moño enfrente de sus ojos.
—¿Recuerdas a quién pertenecía esto? —se apresuro a preguntarle (t/n), y obligó a Himiko a sujetar el moño con sus manos.
—Desesperación... —balbuceó la pequeña.
—Vamos, solo tienes que hacer un esfuerzo —le animó (t/n)—. ¿Quién te regalo esto para que lo abrazases siempre que tuvieras miedo?
—Ella... —musitó Himiko, hundiendo sus temblorosos dedos en el moño.
—¿Quién? —insistió (t/n)—. Vamos, Himiko. Ambas sabemos que tú puedes vencer a la desesperación. Alguien te dijo que eras más fuerte de lo que creías, y estoy muy de acuerdo con esa persona.
Himiko cerró los ojos con fuerza, apretó sus labios y estrechó el moño contra su pecho. (t/n) sabía que Himiko estaba intentando luchar contra la desesperación, y solo le quedaba cruzar los dedos para que la pertenencia de Tenko fuese suficiente.
—Fue Tenko... —murmuró—. Tenko me lo regaló.
Cuando Himiko abrió los ojos, (t/n) se dio cuenta de que habían vuelto a la normalidad y soltó un suspiro de alivio.
—Gracias por cuidarme hasta en estos momentos, Tenko —dijo Himiko con una sonrisa nostálgica.
(t/n) sonrió y agradeció internamente a Tenko por haberle regalado a Himiko aquel moño. Si no fuera por él, nunca hubiera escapado de la desesperación. La pequeña se abalanzó sobre (t/n) y le dio un corto abrazo en señal de agradecimiento. Pero pronto se pusieron en pie y se dirigieron hacia Keebo, que no estaba muy lejos de ellas.
Cuando las dos chicas se colocaron enfrente del robot, se miraron en confusión.
—A mini Miu también le han quitado las esperanzas —observó Himiko con nerviosismo—. ¿Qué hacemos?
—Olvídate de mini Miu, hay que buscar algo que le devuelva a Keebo las esperanzas —se apresuró a responder (t/n)—. Luego nos ocuparemos de ella.
—¿Y qué podemos hacer? —preguntó Himiko, preocupada.
—Mierda, no lo sé —maldijo (t/n), y sintió su corazón bombear con nerviosismo—. Quizá...
—¡Ya sé qué hacer! —exclamó Himiko, de improviso—. ¡Déjamelo a mí, (t/n)!
Himiko se acercó a Keebo, agarró su muñeca y unió la palma de su mano con la metálica del robot, mientras que gritaba: ¡chócala!
—Uf, cuánto pesa su mano... —se quejó ella, dejándola caer.
Seguidamente, se colocó de puntillas y repitió el mismo proceso con mini Miu. Con cuidado (la mano de mini Miu era diminuta), cogió su muñeca e hizo chocar su palma con la de ella.
(t/n) no tenía ni idea de lo que estaba haciendo Himiko y pensó que no funcionaría. Pero cuando se fijó mejor, vio que las pupilas de Keebo y mini Miu habían vuelto a su tamaño original.
—¡No me lo puedo creer! —exclamó (t/n), atónita—. ¡Ha funcionado!
—La primera vez que les choqué las manos se pusieron muy contentos —comentó Himiko, dándose un golpe en el pecho—, así que pensé que podría funcionar.
—¿Qué mierdas le ha pasado a mi pelo? —se quejó M1-U al ver su cabello revuelto—. ¡Parece que me hayan metido en una lavadora!
(t/n) no tenía tiempo para responderle. Ahora que todos habían escapado de la desesperación, tenían que salvar a Kokichi. (t/n) lo buscó con la mirada, pero no lo vio por ninguna parte. La bilis se le subió a la garganta. El podio donde minutos antes debía estar Kokichi ahora estaba vacío.
La sangre le bajó a los pies cuando vio sus dedos aferrados al marco de la puerta. Kokichi estaba a punto de ser engullido por la sala de ejecuciones, y lo único que confirmaba que seguía vivo era la mano que sobresalía de la oscuridad.
Sin siquiera pensarlo, (t/n) salió corriendo hacia Kokichi como si su vida dependiera de ello. Y es que dependía mucho de ello. Su corazón bombeaba tan fuerte que escuchaba los latidos dentro de su cabeza, pero no paró de correr ni un segundo. Para ella solo había un objetivo en ese instante, y era alcanzar la mano de Kokichi.
Los dedos del chico temblaban muchísimo, indicando que no aguantaría mucho más agarrado del marco. (t/n) no había corrido tan rápido en toda su vida. Pero por más que corriera, la mano de Kokichi seguía estando lejos de ella. Entonces, se dio cuenta de que no iba a llegar.
Las esperanzas de (t/n) se desvanecieron tan rápido como lo hizo la fuerza de Kokichi.
Se quedó petrificada a medio camino cuando vio que el chico había soltado el marco y se había perdido entre la oscuridad tras la puerta.
Esto no ahora algo que ella pudiese soportar. Ya ni siquiera era capaz de moverse. Empezaron a escocerle los ojos y tuvo la sensación de que colapsaría en el suelo. El mundo giraba demasiado lento para ella y ni siquiera se percató de lo que realmente había pasado hasta unos segundos después.
Justo cuando la mano de Kokichi soltó el marco, apareció otra que lo consiguió agarrar de la muñeca antes de que la oscuridad se lo tragara por completo. Esa mano pertenecía a Shuichi, que había visto cómo la cadena arrastraba a Kokichi por el suelo y había salido corriendo junto a Kaito para salvarlo a tiempo.
Shuichi tiró de Kokichi hacia él y logró sacar la mitad de su cuerpo fuera de la sala de ejecuciones. Kaito no pudo correr tan rápido como Shuichi; pero cuando llegó a su lado, agarró la cadena y tiró de ella para ayudarlo. Con la fuerza de ambos, consiguieron sacar todo el cuerpo de Kokichi fuera de la negrura de la puerta, aunque éste seguía unido a la cadena por el brazalete de su muñeca izquierda.
—No puedo dejar que mueras todavía, Kokichi —declaró Kaito, entre jadeos, mientras tiraba de la cadena—. Si no ¿quién se meterá conmigo?
—Kaito tiene razón —añadió Shuichi con la respiración agitada—. ¿Qué será de nosotros sin tus burlas? Muy aburrido, ¿verdad?
Kokichi sintió un hormigueo en su estómago, uno que no había sentido en mucho tiempo. Por primera vez se atrevía a pensar en Shuichi y Kaito como sus amigos. Una palabra que estaba prohibida para él dentro del juego de matanza. Ya no quería ocultar sus emociones tras una careta, así que les sonrió. Incluso estando en una situación de vida o muerte, lo habían conmovido.
Estaban luchando por salvarlo, y eso era algo inconcebible para Kokichi.
En ese mismo instante, llegaron (t/n), Himiko y Keebo corriendo a toda prisa. Este último les hizo una señal para que mantuviesen las distancias y se acercó a la cadena, que seguía tirando de Kokichi hacia el interior de la sala. Las manos de Kaito se enrojecían por el roce de la cadena y las fuerzas de Shuichi iban decayendo. Tenían que darse prisa.
—¡Este es un buen momento para probar mi última y más moderna función! —exclamó mini Miu, alzando ambos brazos—. ¡Vamos, Keebo, demuéstrales quien manda aquí!
—¡A sus órdenes! —exclamó Keebo.
Éste estiró el brazo y se convirtió en un aparato que se asemejaba mucho a una motosierra, en cuyos laterales había un diseño de huevos fritos con la yema de color rosa y purpurina azul.
—¡Os presento la más grandiosa, espectacular, sensacional, inaudita y fabulosa creación hecha por «moi»!—se regodeó mini Miu, danzando en el hombro de Keebo—. La llamo: la corta huevos tres mil. Sí, chicas, ningún tío os acosará nunca más si lleváis una de estas encima. Y no os preocupéis, chicos, también tengo una corta ovarios tres mil para vosotros.
—¡Asegúrate de cortar la cadena y no mis dedos! —le advirtió Kaito, asustado.
—Lo tengo todo bajo control —declaró Keebo, acercándose más a la cadena—. Pueden saltar chispas, así que cerrad los ojos.
Todos hicieron caso a la advertencia de Keebo y cerraron los ojos con fuerza. Éste levantó la corta huevos tres mil por encima de la cadena y la dejó caer a toda velocidad. Cuando el aparato hizo contacto con la cadena, ésta se partió en dos. Uno de los extremos se perdió dentro la oscuridad de la puerta justo antes de que ésta se cerrase, y el otro permaneció unido al brazalete de la muñeca de Kokichi.
Cuando se rompió la cadena, Kaito seguía tirando de ella, y cayó de espaldas contra Kokichi el cual arrastró a Shuichi también. Estos dos últimos aterrizaron de boca en el suelo, siendo aplastados por Kaito que se apartó en cuanto se dio cuenta de la situación. Keebo sustituyó la corta huevos tres mil por su brazo y mini Miu le enseñó la lengua a la puerta de la sala de ejecuciones, que ahora estaba cerrada.
-(t/n)-
Corrí a ayudar a Kokichi, que seguía tendido en el suelo, y Himiko hizo lo mismo con Shuichi. Kaito, por su parte, se había ayudado de Keebo para ponerse en pie. Mis ojos brillaron con euforia cuando me agaché delante de Kokichi y vi que estaba de una pieza, exceptuando el moretón de su muñeca causado por el brazalete, que aún seguía atado en su mano. Ni siquiera esperé a que Kokichi recuperara el aliento, me abalancé sobre él estrechándolo entre mis brazos. Si no llegamos a estar apoyados sobre nuestras rodillas, nos hubiéramos caído al suelo de la fuerza con la que me impulsé hacia él.
Kokichi tardó en reaccionar, pero rápidamente envolvió sus brazos en mi cintura y dejó caer su cabeza encima de mi hombro. Cuando comencé a sollozar, deslizó una mano por mi espalda para intentar calmarme.
—Estoy bien —repetía.
—Si vuelves a darme un susto así, creo que me dará un ataque al corazón —musité, soltando una risa nerviosa.
Kokichi respiró profundo y susurró en mi oído:
—Gracias.
Rompí el abrazo para mirarlo a los ojos. Ahí me di cuenta de que no era la única llorona.
—Sabía que podía confiar en ti —sonrió Kokichi mientras le caía una lágrima por la mejilla.
No podía dejar de mirar esa lágrima en su mejilla, se deslizaba despacio sobre su piel; y sentí el impulso de acercarme a ella. Lo hice tan rápido que a él no le dio tiempo a reaccionar. Hundí mis labios en su cachete dejándole un corto pero tierno beso.
Cuando me separé, mostré una sonrisa llena de alegría, pero Kokichi se había quedado embobado mirándome. Levantó un mano y la acunó en el cachete que yo había besado. Solo en ese momento fue consciente de lo que había pasado y le subieron los colores al rostro.
—¿¡A ella que no hizo una mierda le dejas que te dé un beso y a mí ni las putas gracias!? —le encaró mini Miu a Kokichi.
Entonces, me di cuenta de que todos nos miraban, y me volví roja como un tomate.
—Mini Miu, déjalo —le reprendió Himiko—. Acaba de salvarse de una muerte segura, es normal que esté mareado.
—Creo que no es solo por eso, Himiko —comentó Shuichi, conteniendo una risita.
—¿Kokichi? —lo llamé, al ver que no parpadeaba.
Cuando escuchó su nombre, volvió a la realidad. Se dio cuenta de que todos lo estábamos mirando y limpió lo que quedaba de sus lágrimas.
—Muchas... —Su rostro se volvió aún más rojo y trató de ocultarse tras varios mechones de su cabello—. Muchas gracias a todos... A pesar de haberme comportado como un imbécil con vosotros, me habéis ayudado. No sé cómo agradecéroslo.
—Un beso en la mejilla estaría bien —murmuró mini Miu con timidez.
—¡Ey, tampoco te pases! —gruñí, inflando mis cachetes.
—No hace falta que nos lo agradezcas —declaró Kaito, revolviéndole el pelo a Kokichi—. Para eso están los amigos, ¿no?
Kokichi correspondió la sonrisa y se puso en pie, así que yo hice lo mismo. Keebo se acercó a nosotros y se inclinó hacia Kokichi, de manera que mini Miu quedó a la altura perfecta para romper el brazalete de su muñeca con un diminuto aparato. Kokichi suspiró de alivio al ver su muñeca liberada, pero las marcas violáceas persistieron en su piel. Kokichi dio unas palmaditas en la cabeza de mini Miu en señal de agradecimiento y ésta se puso roja de la vergüenza.
Sentí una punzada de celos, pero no les di importancia porque había algo que me preocupaba más. Miré a mi alrededor, pero no atisbé ninguna señal de vida de Tsumugi ni de Monokuma. Estaba a punto de hablar cuando Keebo me quitó las palabras de la boca.
—¿No os parece extraño que Tsumugi haya desaparecido? —inquirió.
Todos nos lanzamos miradas de preocupación, porque la respuesta a esa pregunta era muy clara: Tsumugi tramaba algo.
—Sí, esto está demasiado tranquilo —musitó Himiko, agarrando a Shuichi de la camisa—. Tengo miedo.
—No os preocupéis —soltó Kaito —. Seguro que se ha dado por vencida, no puede hacer nada contra nosotros.
—¡Ja! ¡Chúpate ésa, «Tsumugre»! —carcajeó mini Miu.
—No deberíamos bajar la guardia —nos recomendó Keebo—. Nos ha dejado salvar a Kokichi sin oponer resistencia, aquí hay algo que no me cuadra.
—¡No me digas que Kokichi, en realidad, es Tsumugi disfrazada! —chilló Himiko, tapándose la boca con las manos—. ¡Has besado a Tsumugi, (t/n)!
—¿Qué? —profirió Kokichi, frunciendo el ceño—. ¡No soy Tsumugi! Me parece un insulto que... ¡Auch! ¿Qué te crees que estás haciendo, Kaito?
Kaito se había acercado a Kokichi y había tirado de varios mechones de su pelo para comprobar si era real o una peluca.
—Tenía que asegurarme... —se excusó él.
—¡Pero no arrancándome el pelo, imbécil! —masculló Kokichi.
—¿A quién llamas imbécil? —dijo Kaito, muy ofendido—. ¡Acabo de salvar tu vida!
—¡Eso no tiene nada que ver con esto! —rezongó Kokichi.
—¡Tiene mucho que ver! —replicó Kaito, torciendo la nariz.
—Y ya estamos otra vez... —rió Shuichi para sus adentros—. Su amistad no ha durado ni dos asaltos.
—Al contrario, creo que demuestran su amistad peleándose —murmuró Himiko, observando como Kokichi y Kaito seguían gritándose el uno al otro.
—Estoy de acuerdo con Himiko —comenté entre risitas—. El día que no peleen, me preocuparé.
—No quiero estropear el momento —intercedió Keebo—, pero creo que lo mejor es irnos de aquí.
—Sí, antes de que aparezca Tsumugi o Monokuma —coincidió Shuichi, acercándose a Kaito y a Kokichi para parar la pelea.
—Seguro que le hemos dado tanto miedo a Tsumugi que se ha escondido de nosotros —rió Himiko.
—¡Tsumugre está llena de mugre! —canturreaba mini Miu, mientras hacía la danza del vientre—. ¡Tsumugre está llena de mugre!
—¡Tsumugre está llena de mugre! —se unió Himiko al canto, mientras serpenteaba con los brazos de un lado a otro—. ¡Tsumugre está llena de mugre!
—Oye, no deberíais cantar tan alto —les advertí—. Quizá pueda oírnos y...
—¡Claro que no puede oírnos! —me acalló mini Miu, y siguió canturreando—. ¡Tsumugre está llena de mugre!
—¡Tsumugre está llena de mugre! —canturreó Himiko, al mismo compás que mini Miu—. ¡Tsumugre está llena de...!
—¿Mugre?
Escuché una voz detrás de mí que me erizó la piel. No me atreví a girarme, solo con ver el rostro descompuesto de Himiko sabía de quién se trataba.
—Oh, por favor, no paréis por mí. Seguid cantando, no os cortéis.
Reuní todo el valor que pude y me di la vuelta, aunque deseé no haberlo hecho. Cuando mis ojos se toparon con esa sonrisa tan repugnante y esa mirada de sabandija, se me revolvieron las entrañas. Tsumugi estaba justo delante de la puerta de la sala de juicios. Sentí un escalofrío cuando sus ojos se posaron en mí, probablemente me estuviera asesinando de mil maneras en su mente.
Mi corazón comenzó a bombear con fuerza y me sentí muy vulnerable. Noté una presencia a mi lado y una mano entrelazándose con la mía. No me hizo falta girarme para saber que Kokichi había unido mi mano con la suya para recordarme que estaba a mi lado. Nos protegeríamos mutuamente, entre todos. Esta vez no nos dejaríamos pisotear por Tsumugi.
—¡No te tenemos miedo, Tsumugi! —gritó Kaito por todos nosotros.
Tsumugi se percató en ese instante de la presencia de Kaito y frunció el ceño.
—¡Que sigues vivo! —exclamó, furiosa—. ¡Pero muérete de una vez, no!
—Ahora somos un equipo —proclamó Shuichi, dando un paso adelante.
—¿Alguien escucha algo? —se burló Tsumugi—. Porque yo solo oigo bla, bla, bla.
—Nuestras esperanzas son más fuertes que tú desesperación —continuó Shuichi, ignorándola—, así que tus sucias tácticas ya no funcionaran con nosotros.
—En cuanto a eso... —Tsumugi chasqueó los dedos y una horda de exisal entró por la puerta, situándose detrás de ella. Con cada paso hacían retumbar el techo. Eran como mínimo unos veinte —. Me ha costado reunirlos a todos, pero por fin puedo activar su modo: asesinar sin piedad. Y así puedo disfrutar de la matanza que quería.
—¿Asesinar sin piedad? —repitió Himiko, escondiéndose detrás de Shuichi.
—Como lo oyes —carcajeó Tsumugi—. Es el nuevo modo que le he implantado a los exisal. Su nombre lo dice todo, no creo que haga falta que explique cómo funciona.
—¿Nos vas a matar a todos? —pregunté, exaltada—. Pero no puedes...
—¿Hacerlo? —completó ella, ampliando su sonrisa—. Me temo, querida, que sí puedo hacerlo. ¡Este es MI juego! ¡Puedo hacer lo que se me venga en gana! De hecho, debo daros las gracias.
—¿Las gracias por qué? —escupió Kokichi, dando un ligero apretón a mi mano.
—Por haberme dado una excusa perfecta para mataros a todos —declaró Tsumugi, riendo por lo bajo—. No me puedo creer que hayáis sido tan estúpidos como para salvar a Kokichi. Ahora debéis pagar el precio, está bien claro en las normas que...
Tsumugi amplió los ojos y emitió un gemido de dolor, al mismo tiempo que nosotros nos quedábamos paralizados. Había ocurrido tan deprisa que no nos había dado tiempo a procesarlo. Una flecha había volado a toda velocidad hasta la cabeza de Tsumugi y le había atravesado la sien de un lado a otro. Sus ojos se fijaron en algo que había detrás de mí justo antes de perder el equilibrio y caer de espaldas.
El suelo retumbó cuando el cuerpo de Tsumugi lo golpeó, y luego quedó un silencio sepulcral. Ninguno de nosotros se atrevió a mover un músculo o a articular palabra. Tsumugi se había quedado inmóvil en el suelo con los ojos abiertos y un charco de sangre creciendo debajo de su cabeza. Se me heló la sangre en las venas al verla. Estaba muerta.
Kokichi y yo nos dimos la vuelta al mismo tiempo y cruzamos miradas de asombro. El brazo de Keebo había sido sustituido por una ballesta, y aún apuntaba al frente con ella. Su mirada estaba llena de determinación, como la de un héroe que acaba de vencer a su enemigo más acérrimo. Cuando se dio cuenta de que todos lo mirábamos, bajó el arma y la volvió a transformar en su brazo metálico. El robot se tambaleó con nerviosismo al ver que nadie decía una sola palabra.
—Perdonadme, ¿no debí hacer eso? —preguntó, tragando saliva.
Inmediatamente, todos clavamos nuestra mirada en el cuerpo de Tsumugi. La flecha le había atravesado el cráneo de un lado a otro y había un río de sangre saliendo de su cabeza. Los exisal que había detrás de ella no se movieron. Todos volvimos a mirar a Keebo, y esta vez soltamos un profundo suspiro de alivio.
—Está muerta... —murmuró Kaito, y la felicidad brilló en sus ojos—. ¡Está muerta! ¡Hemos ganado! ¡Lo hemos conseguido!
—Entonces, ¿he hecho bien? —quiso saber Keebo con timidez.
—¡Lo has hecho genial! —exclamó Himiko, yendo corriendo a abrazarlo—. ¡Keebo, eres el mejor del mundo mundial! ¡Eres nuestro héroe!
—¡Oye, que yo construí la ballesta! —reclamó M1-U—. ¡Ya estoy harta de que se menosprecie mi trabajo!
Himiko besó la yema de su dedo índice y la llevó hasta la mejilla de mini Miu en señal de agradecimiento. Ésta se quedó colorada de la vergüenza; pero, rápidamente, se recompuso. Colocó los brazos en jarra y trató de trasmitir desinterés.
—No me lo puedo creer, ¡te la has cargado! —sonrió Kokichi cuando salió de su aturdimiento.
—¡Ha sido brutal! —gritó Kaito, estirando el puño.
—Hubiera sido más brutal si le hubieras añadido el complemente que te recomendé —le recriminó mini Miu a Keebo, cruzándose de brazos.
—Ya te dije que ese complemento es inútil —repuso Keebo.
—¿Perdona? —dijo mini Miu, ofendida—. ¡Un cañón de confeti sirve para mucho! Imagina que la flecha hubiera atravesado su cabeza justo después de soltar una lluvia de confetis. ¡Hubiera sido épico!
—¿Ha terminado de verdad? —musité, conteniendo mis lágrimas de felicidad—. Sin la mente maestra, el juego se ha acabado.
—¡Y ha sido todo gracias a Keebo! —exclamó Himiko, dando pequeños saltitos de alegría—. ¡Ha sido impresionante!
—¡Ya te digo! —añadió Kaito, haciendo aspavientos con las manos—. Tsumugi estaba ahí tal que: bla, bla, bla. Entonces Keebo estiró su brazo y... ¡PUM! La flecha le atravesó la cabeza. ¡Menuda puntería!
—¡Keebo y mini Miu nuestros héroes! —empezó a canturrear Himiko, moviendo la cadera de un lado a otro—. ¡Keebo y mini Miu nuestros ídolos!
La felicidad que se respiraba en el ambiente era tanta que no cabía en la sala. Sentí una incontrolables ganas de ponerme a bailar y cantar con Himiko, pero por el bien de mi dignidad decidí no hacerlo. Por fin se había acabado nuestro sufrimiento. Aunque había alguien que no estaba tan contento como los demás.
—Shuichi, ¿ocurre algo? —pregunté, al ver su ceño fruncido.
—No, no es nada —murmuró Shuichi, dirigiendo su mirada al cuerpo de Tsumugi—. Es solo que... Quizá tendríamos que haberlo hecho de otra manera.
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Quizá matarla haya sido demasiado precipitado —repuso, clavando la mirada en el suelo.
—¿¡Pero te has vuelto loco!? —le increpó M1-U—. ¡Esa cosplayer de pacotilla nos quería matar a todos!
—Eso, eso —asintió Himiko—. Si no fuera por Keebo, ahora seríamos aperitivo de exisal.
—Lo sé, pero matarla solo nos convierte en lo mismo que ella —comentó Shuichi, torciendo los labios.
—¿Y cuál hubiera sido la otra opción? —farfulló Kokichi, frunciendo el ceño—. ¿Darle una palmadita en la espalda y convertirnos en mejores amigos?
—No estoy diciendo eso —balbuceó Shuichi, agachando la cabeza—. Es solo que... No importa.
—Shuichi, ¿acaso no estás contento de que todo haya acabado? —le preguntó Kaito, perplejo.
—Sí que lo estoy —respondió éste con un hilo de voz—. Pero en lugar de matarla, podíamos haber hecho que perdiera el conocimiento y vigilarla de alguna manera.
—No estoy de acuerdo —declaró Keebo—. Tsumugi hubiera conseguido la manera de escaparse y el juego nunca habría terminado.
—Ya, pero tener a Tsumugi viva nos hubiera beneficiado —insistió Shuichi—. Ella sabía todo acerca del juego y nos podía haber dado información útil.
—No nos hubiera dicho nada —terció Kokichi—. No lo hizo cuando la torturamos. No importó cuánto dolor le infligiéramos, no dijo ni una sola palabra. ¿Por qué estás tan insistente? ¿Acaso tienes algo que ver con ella?
—¡Kokichi! —le increpó Kaito—. ¡Shuichi te salvó la vida! ¿Cómo puedes hacerle una acusación como esa? ¿Es que te has olvidado de lo que hizo por ti?
Kokichi apretó los labios y desvió la mirada.
—Tienes razón —musitó éste—. Lo siento.
—Shuichi, ya no podemos hacer nada —comenté, acercándome a él—. Si Keebo no lo hubiera hecho, quizá hubiéramos estado nosotros tirados en el suelo encima de un charco de sangre, en lugar de Tsumugi. Fue una decisión precipitada, pero era nuestra única opción.
—Sí, supongo que era lo mejor —dijo Shuichi con voz queda.
—Pensé que querías vengarte de ella por lo que le hizo a Kaede —comentó Himiko, confusa—. Antes dijiste que éramos un equipo y que nuestra esperanza era mayor que su desesperación.
—Y lo sigo pensando —repuso Shuichi—. Yo quería que pagase por sus actos, pero lo quería de una manera justa.
—¿Justa? ¿Acaso ella fue justa con nosotros? —masculló Kokichi—. ¿Fue justa cuando nos obligó a matarnos entre nosotros? ¿Fue justa con vosotros cuando os robó las esperanzas? ¿Fue justa cuando ejecutó a los demás estudiantes? ¡La respuesta es que no! ¡Para ella nunca existió la compasión! ¿Por qué deberíamos tenerla nosotros con ella?
—Porque no somos como ella —murmuró Shuichi.
—¡Eso es pura basura! —exclamó Kokichi—. Matarla no nos hace ser como ella, nosotros no hemos organizado un juego de matanza.
—No peleéis —dijo Himiko, intentando calmar el ambiente.
—Le hemos quitado la vida a una persona —insistió Shuichi—. No teníamos ningún derecho a hacerlo.
—¿Que no teníamos ningún derecho? —bufó Kokichi—. ¿Te estás escuchando? ¡Iba a matarnos, y mató a los demás. ¿No te parece que eso nos da derecho de sobra? ¡Se llama asesinato en defensa propia! ¡Y tú deberías conocerlo bien!
Shuichi estaba a punto de responder a Kokichi cuando sonó una risita a lo lejos. Nos quedamos callados unos segundos para confirmar que lo que habíamos escuchado era real. La risita pasó a ser una carcajada, pero ninguno de nosotros se estaba riendo.
—Me... halaga que... peléis por... mí.
Al oír esa voz, nos quedamos petrificados. No podíamos creer lo que escuchábamos, porque se suponía que la dueña de la voz estaba muerta. Nos volvimos hacia el lugar donde estaba el cuerpo, pero solo encontramos el charco de sangre en el suelo. Y al alzar la mirada nos encontramos con ella, de pie, contrayéndose de dolor.
Tsumugi estaba viva.
—¿Cómo...? —balbuceó Kaito, temblando—. ¿Cómo es posible?
—¡Es un fantasma! —gritó mini Miu.
—No, por favor —suspiró Kaito, y se quedó blanco como la nieve.
—Está viva —gritó Himiko, asustada—. Tsumugi está viva.
—Gracias, Himiko, no me había dado cuenta —dijo Kokichi con sorna.
La flecha de Keebo seguía atravesando su cabeza de un lado a otro y la sangre caía por los laterales de su rostro hasta gotear en el suelo. Sus piernas estaban ligeramente flexionadas, al igual que su espalda. Se notaba que le costaba mantenerse en pie, pero no borró la sonrisa de su cara en ningún momento, como si estuviese disfrutando del dolor.
A todos se nos cortó la respiración y nos quedamos paralizados observando cada uno de sus movimientos. Tsumugi se tambaleó hacia la izquierda, casi perdiendo el equilibrio, y luego hacia la derecha. Cuando logró estabilizarse, levantó el brazo hacia uno de los extremos de la flecha, el que contenía la punta, y la agarró con la mano.
Inspiró profundo antes de tirar de la punta hacia fuera. Contrajo su rostro de dolor y emitió un gimoteo mientras sacaba la flecha de su cabeza. La escena era dolorosa de ver, pero no éramos capaces de apartar la mirada. Cuando sacó la mitad de la flecha de su sien, paró para recuperar el aliento. Volvió a inspirar con profundidad y aguantó un alarido de dolor. Sus ojos se encontraron con los míos por unos instantes, y en ellos brilló el resquemor.
Tsumugi volvió a tambalearse de un lado a otro. Cuando recuperó el equilibrio, continuó sacando la flecha. A medida que lo hacía, la sangre brotaba con mayor intensidad manchando su vestimenta. Cerró los ojos con fuerza cuando logró sacar el otro extremo de la flecha, dejando un agujero que perforaba su sien de un lado a otro. Soltó un suspiro y estiró la espalda. Observó con rabia la flecha ensangrentada y la tiró hacia un lado.
—Auch —dijo ésta, dando un paso hacia nosotros—. Demasiado doloroso para mi gusto.
Tsumugi pasó la mirada por todos nosotros, y me di cuenta de que la piel de su sien se estaba estirando. Los pequeños agujeros que había dejado la flecha en su cabeza empezaron a curarse. Poco a poco se fueron cubriendo hasta que no quedó ni rastro del daño que le había ocasionado el ataque de Keebo. Su cabeza estaba perfectamente. La sangre había parado de fluir y no había quedado ni una simple cicatriz.
—Keebo, has tenido muy poco tacto conmigo, así nunca serás exitoso entre las mujeres—se lamentó Tsumugi—. ¿Yo qué te he hecho? Aparte de matarte una vez, claro.
—¿Cómo has...? —balbuceó Himiko.
—Esto es imposible... —murmuró Shuichi, dando un paso atrás.
—A ver cuando os vais a enterar de que en el lugar donde estamos no hay nada imposible —declaró Tsumugi, ampliando su sonrisa—. ¿De verdad creíais que siendo la mente maestra de un juego de matanza no tendría ninguna protección?
—¿Protección? —musité, con el corazón a mil por hora.
—SOY INVENCIBLE —rugió Tsumugi, con una expresión de locura—. No podéis matarme, ninguno de vosotros puede.
—Pero esa flecha te atravesó el cráneo —arguyó Kokichi, confundido—. ¡No puedes estar viva!
—¿Qué diablos está pasando? —exigió saber Kaito, temblando.
—Es simple, soy inmortal —sentenció Tsumugi, sonriendo de medio lado—. Ningún estudiante puede matar a la mente maestra. No soy tan estúpida como para meterme dentro de un juego de matanza sin asegurar mi propia supervivencia, ¿o es que creíais que bastaba con veros a través de las cámaras? No, alguno de vosotros podía tratar de asesinarme de manera espontánea y no lo iba a permitir.
Esa última frase la dijo fijándose especialmente en mí, y tragué saliva.
—En fin, ¿dónde nos habíamos quedado? —se preguntó a sí misma—. ¡Ah, sí! Estaba a punto de activar el nuevo modo: asesinar sin piedad.
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Upsis, creo que todos están metidos en un buen lío. Qué ganas de que leáis el desenlace. El próximo capítulo va a estar muy bueno.
Por cierto, he visto algunos videos que habéis hecho en tik tok sobre la historia y me ha hecho mucha, mucha, mucha ilusión. Gracias a todos <3
Hubo uno en especial con el que me reí mucho. Era un meme de cuando Kiyo trató de asesinar a la protagonista. Estuvo muy bueno, me reí toda la tarde con mi hermano. Si no me equivoco el usuario de la persona que lo subió es «by..bloom..edits» en tik tok.
Mucha suerte a todos con vuestros exámenes finales y nos leemos el lunes ❤️
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