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Capítulo 83


-Narrador omnisciente-

Kokichi no había sentido un dolor tan inmenso como aquel nunca en su vida. Tenía la sensación de que le habían succionado las tripas. Mirar a (t/n) y verse reflejado en sus ojos negros fue como una sentencia de muerte para él. Si ella ya no estaba, no tenía sentido seguir luchando. Deseó morir, deseó que millones de dagas le atravesaran el pecho. Porque eso dolería menos que verla en aquel estado.

Sacudió a (t/n) por los hombros una última vez, esperando que ella se quejara, pero no ocurrió nada. Los ojos de Kokichi empezaron a escocer y tomó entre sus manos la de (t/n). Estaba muy fría. Le dio un pequeño apretón con las pocas fuerzas que le quedaban y no la soltó. Aferrarse a ella le aliviaba parte de ese insoportable dolor.

Kokichi sabía que la había perdido, que no la había podido proteger. Se sentía el chico más inútil del mundo. Un chico que ni siquiera fue capaz de salvar a la persona que amaba.

¿Qué importaba ya lo demás si ella no estaba aquí?

—Vuelve... —musitó Kokichi con el rostro lleno de lágrimas.

Normalmente, Kokichi hubiera pretendido estar bien. Mentir era su punto fuerte después de todo. Pero el dolor era demasiado desgarrador como para fingir una sonrisa. Las esperanzas de (t/n) se habían apagado, dejándola en un estado vegetativo, al igual que los demás. Y eso había provocado que él también las perdiera, ya no tenía razones para vivir.

Pero había otra persona en la sala que no pensaba como él.

Una que había conseguido ponerse en pie con mucho esfuerzo, ignorando el dolor que le carcomía las entrañas.

—¡Tsumugi, devuélveles las esperanzas! —exigió Kaito, apoyándose en uno de los podios.

A diferencia de Kokichi, Kaito todavía tenía esperanzas. Él pensaba que aún podía salvarlos a todos. No le importaba lo mal que estuviera su cuerpo, lucharía por el bien de sus amigos hasta el final. Por eso, ignoró el dolor en su pecho y sus ganas de vomitar. Se mantuvo firme, apoyado en uno de los podios mientras desafiaba a Tsumugi con la mirada.

—Pides cosas imposibles, Kaito —espetó Tsumugi, poniendo los ojos en blanco—. Me estoy hartando un poco de tu actitud. Mira a Kokichi; está tan devastado que no puede dejar de mirar la mano de (t/n). Deberías aprender de él.

—Kokichi —lo llamó Kaito, preocupado, pero éste tenía la mirada perdida y no le hizo caso—. Podemos salvarlos, aún hay...

—¿Esperanzas? —le cortó Tsumugi, fingiendo una arcada—. Ay, Kaito. ¿Cómo es que aún no te has muerto? En serio me lo pregunto. No deberías haber llegado hasta aquí. Deja de aferrarte a la vida, ¿quieres? Haznos a todos un favor y desaparece.

—¡Soy inmune a todo lo que me digas, Tsumugi! —exclamó Kaito con la mayor determinación que había tenido jamás—. Me voy a aferrar a la vida todo lo fuerte que pueda. Les devolveré a todos sus esperanzas, es una promesa.

—Mírate, estás hecho todo un héroe —se burló Tsumugi—. Ellos tienen mucha fe en ti, eres su última esperanza. Pero son tan imbéciles que siguen odiándome, y eso solo me hace más y más fuerte. ¿Sabes lo más irónico del tema? No pueden dejar de odiarme, y al saberlo se frustran y me odian aún más. Uf, es muy excitante romper la cuarta pared...

Kaito apretó los dientes y se apoyó en el podio contiguo, con la intención de arrastrarse hasta Tsumugi para derribarla. Su cuerpo estaba muy débil, pero su mente funcionaba a todo gas pensando en mil maneras de acabar con Tsumugi.

—Bueno, se acabó lo que se daba, Kaito —anunció Tsumugi, observando como Kaito iba avanzando hacia ella muy despacio—. Ha llegado tu hora.

—Nunca me dejaré hipnotizar por tus estúpidos disfraces —sentenció él, haciendo un esfuerzo por respirar.

—Ya, eso dicen todos —se jactó Tsumugi, y luego se llevó una mano a la barbilla—. Vamos a ver... ¿Qué puede desesperar a Kaito? Literalmente, podría disfrazarme de cualquier estudiante y caerías en la desesperación. Pero tengo algo muy especial preparado para ti. ¿No te sientes privilegiado? Conozco tu punto más débil.

—¡No tengo puntos débiles! —bufó éste—. ¡Estás perdiendo el tiempo conmigo!

—¿Seguro? —siseó la chica con una sonrisa tiránica.

Tsumugi chasqueó los dedos en el aire, y su apariencia cambió de arriba a abajo. Su cabello se hizo muchísimo más corto, mostrando un corte masculino, y se tiñó de un color morado similar al de Kaito. Menguó en estatura y le adelgazaron las extremidades, el torso y la cabeza. Su piel adquirió una tez más joven y tersa, y en sus ojos violetas brilló la inocencia de un niño.

A Kaito se le encogió el corazón al ver ese rostro que tanto añoraba. Hacía años que no lo veía. Se había olvidado de esa agradable sensación que sentía cada vez que lo veía sonreír. Su hermano, quien falleció junto a su madre y su padre en un accidente de tráfico años atrás, estaba delante suyo. Ni siquiera le había dado tiempo a reaccionar y Kaito ya estaba llorando.

—¡Hermanito! ¡Hermanito! —gritó la voz del niño mientras sonreía—. ¡Mira el dibujo que te he hecho! Somos tú y yo volando al espacio. ¿Te gusta? ¡Dime que sí! Me he esforzado mucho en hacerlo; las estrellas me han costado más, pero a ti te he dibujado muy bien. ¡Mira!

El niño daba saltitos mientras mostraba un dibujo hecho a mano y pintado con crayones de diferentes colores. En él aparecían dos niños agarrados de las manos saliendo de una nave espacial. Encima de ellos habían pintadas siete estrellas que formaban una sonrisa. Una que Kaito reconoció al instante, la constelación preferida de su hermano pequeño, la Corona Borealis.

—Como a mí me da un poco de miedo, te he pintado sujetándome de la mano —explicó el niño—. Pero tranquilo, contigo a mi lado nada me da miedo, ¡te lo juro! Incluso conseguí dormir sin la luz de la mesita de noche encendida. ¡Si no me crees, pregúntaselo a mami!

—¿Eres tú? —Kaito a penas podía hablar sin atragantarse, y esta vez no era culpa de la enfermedad, sino del shock en el que se encontraba—. ¿Eres tú de verdad?

—¡Qué rarito eres, hermanito! —exclamó el niño con jubilo—. Pero no te preocupes, yo te quiero igual. ¡Te quiero de aquí hasta la luna! A esa a la que queríamos volar juntos, tú y yo. ¿Recuerdas?Prometimos trabajar duro para convertirnos en grandes astronautas.

—Lo recuerdo, trabajé muy duro por ti —sollozó Kaito—. Me pasé días y noches en vela estudiando para convertirme en el astronauta que siempre soñamos ser.

—¡Lo sé! ¡Te he estado observando desde el espacio! —comentó el niño, sonriente—. ¿Te puedes crees que ahora vivo allí? ¡El espacio es genial y algún día lo verás! Mami, papi y yo estamos muy orgullosos de ti, siempre te animamos desde arriba. ¡Aunque tú no nos veas! Eres nuestro superhéroe.

—Tú siempre fuiste el mío —murmuró Kaito, ahogándose en el dolor—. Y siempre lo serás.

—¿Por qué lloras? —preguntó el niño.

—Te he echado mucho de menos —dijo Kaito, sorbiendo y limpiándose las lágrimas.

—¡Y yo también a ti! —exclamó el pequeño—. Echo de menos pasar tiempo contigo. ¿Recuerdas cuando papá nos hizo una nave de madera en el jardín? Se convirtió en nuestro lugar secreto, donde planeábamos futuros viajes espaciales para cuando fuésemos mayores.

—Nunca podría olvidarlo... —sonrió Kaito, nostálgico—. Siempre que estabas triste te encontraba llorando dentro de la nave.

—¡Te voy a contar un secreto! —soltó el chico, bajando la voz—. Pero sh, no se lo digas a nadie, que me da vergüenza. Aquí va... Iba a la nave adrede porque sabía que tú vendrías a abrazarme.

El pequeño comenzó a reírse con aire juguetón, y Kaito no pudo evitar mirarlo y formar una sonrisa muy dolorosa en sus labios. Dolía demasiado verlo. Aun así, no podía apartar su mirada de él.

—¡Aún me tengo que vengar de ti por haberme llamado niñita llorona! —chistó el niño, inflando sus mofletes y cruzándose de brazos—. Pero sigo queriéndote, porque siempre que estaba asustado o triste venías a reconfortarme. Bueno, excepto el día del accidente...

—Lo... —Kaito cerró los ojos con fuerza para retener las lágrimas—. Lo siento mucho, tendría que haber ido con vosotros al observatorio. Si me hubiera subido a ese coche, quizá hubiera podido hacer algo. Quizá hubiéramos tardado más y no os hubiera ocurrido nada. Puede que todo hubiese sido distinto.

Su hermano negó con la cabeza.

—Mamá iba conduciendo muy feliz, ¿sabes? —dijo el pequeño—. Justo estaba sonando la canción favorita de papá, y la cantábamos él y yo a pleno pulmón. Mamá se reía cuando desafinábamos.

—A papá nunca se le dio bien cantar —sonrió Kaito—. Pero eso no le impedía hacer sus propios conciertos para nosotros.

— Sí, el ambiente era genial, como siempre; pero en menos de un segundo todo se torció —continuó el pequeño—. Empezaron a sonar las pitas de los coches y luego se escuchó un estruendo. Lo último que vi fueron los rostros asustados de mamá y papá, y lo último que escuché fueron sus gritos al ver el coche que venía directamente hacia nosotros.

—¿Fue...? —Kaito tomó aire y volvió a preguntar—: ¿Fue doloroso?

El pequeño negó con la cabeza.

—No sentí dolor, pero me asusté mucho —admitió—. Después del choque, abrí los ojos y vi mi cuerpo tirado en la carretera. ¡Me vi a mí mismo! Estaba muy herido y sangraba por la cabeza. También vi a mamá apoyada en el volante del coche; no se movía y tenía un herida muy grande en la frente.

Kaito sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. Escuchar esas palabras procedentes de su hermano era muy doloroso. Aunque nunca sería tan doloroso como el arrepentimiento de no haber evitado que se subieran al coche ese día. Era imposible que él supiera que iba a ocurrir una desgracia, pero se machacaba a sí mismo cada día con el: qué hubiera pasado si...

—Lo que más triste me puso fue ver a papá —sollozó el pequeño—. Papi estaba muy herido. Aun así, sobrevivió al choque e intentó despertar a mamá, pero ella estaba en un sueño profundo. Luego me buscó a mí. Cuando me vio en la carretera encima de un charco de sangre, gritó de dolor y tomó mi cuerpo entre sus brazos.

Kaito tomó una decisión mientras escuchaba hablar a su hermano, y es que no lo dejaría marchar esta vez. Lo abrazaría hasta el final de los tiempos y se quedaría a su lado rememorando los buenos momentos de su infancia. Después de todo, perder a su hermano fue como perder una parte de él mismo.

—Yo me acerqué a papi e intenté abrazarlo —empezó a decir el niño—, pero no pude. ¡Y jo! ¡Me fastidió un montón! Quería que supiera que estaba bien, pero papi no podía verme. La única que podía era mami, y se acercó a mí para darme la mano. Ella y yo nos quedamos con papi hasta que se lo llevaron.

Cada palabra de su hermano era una daga directa al pecho de Kaito, pero eso no impidió que se deslizara por los podios para llegar a él. Su hermano estaba muy lejos y sus piernas avanzaban demasiado lento, pero no se rendiría. Ya lo perdió una vez, y no lo haría una segunda.

—Pensé que papá sobreviviría —dijo el niño, consternado—, porque se lo llevaron los doctores en la ambulancia. Pero no consiguieron curarlo y se reunió conmigo y con mami minutos después del impacto.

—Lo siento mucho —sollozó Kaito, mientras seguía acercándose a él.

—No es tu culpa, hermanito —sonrió el niño—. He cumplido mi sueño, viajé al espacio, aunque antes de lo que había previsto. Siempre quise hacerlo contigo, pero me consuela pensar que algún día te convertirás en un verdadero astronauta y vendrás a verme.

—No puedo más... —balbuceó Kaito, dejándose caer sobre sus rodillas—. Necesito volver a veros, necesito estar con vosotros ahora.

—¡Jo! ¡Yo también quiero estar contigo! —exclamó el pequeño, entristecido—. Pero me tengo que ir ya, hermanito. Mami y papi se van a enfadar si tardo mucho. Cuídate, ¿vale?

—¡No, espera! —soltó Kaito en desesperación—. Solo unos minutos más. No soporto estar solo, no me dejéis solo otra vez.

—No te dejamos solo —murmuró el niño, y le señaló el pecho—. Seguímos contigo, dentro de tu corazón.

—¡Pero yo no os quiero dentro de mi corazón! —gritó Kaito, rompiendo a llorar de nuevo—. ¡Os quiero aquí, conmigo!

—Si tan fuerte es tu deseo... —empezó a decir el niño—, hay una manera en la que podemos estar juntos.

—¡Dímela, por favor! —se apresuro a decir Kaito, haciendo un esfuerzo por ponerse en pie.

—Puedes unirte a mí —susurró el niño, tendiéndole la mano a su hermano con una traviesa sonrisa—. Si lo haces, podrás vernos cada día. Podremos volver a contar estrellas por las noches, como solíamos hacer los cuatro juntos. Mami, papi, tú y yo, en familia.

—En familia... —repitió Kaito, dejándose llevar por ese sentimiento tan agradable que llenaba su pecho cuando pensaba en volver a ver a sus padres y hermano—. Mi familia...

—Lo único que tienes que hacer es renunciar a tus esperanzas —insistió el niño, con una expresión algo tétrica—. Deja tu mente en blanco y únete a nosotros.

—Unirme a vosotros... —murmuró Kaito, y sus pupilas comenzaron a crecer.

—Únete al lado de la desesperación, hermanito —sentenció el niño con una sonrisa maquiavélica.

—Me uno al lado de la desesperación... —repitió Kaito, y sus esperanzas se desvanecieron como polvo estelar.

El niño dejó de sonreir y chasqueó los dedos, haciendo que Tsumugi apareciese de nuevo con una expresión victoriosa. Ella tenía el control, y eso le gustaba. Nadie saldría ileso después de amenazarla.

—Eso fue demasiado intenso para mi gusto —espetó ésta, limpiando el polvo de su chaqueta.

Tsumugi se volvió hacia Kokichi, que seguía observando la mano de (t/n) apoyada en la suya, y dio unas palmadas en el aire para captar su atención.

—Por fin estamos tú y yo solos, Kokichi —comentó Tsumugi, parpadeando más rápido de lo normal—. ¿No te parece excitante? Toda esta sala para nosotros solos, ¿sabes todo lo que podríamos hacer?

Kokichi no se dignó a mirarla, y mucho menos a responderle. No tenía fuerzas para pelear y no se quería separar de (t/n). Si iba a morir, al menos quería pasar los últimos momentos a su lado, incluso si ella no podía verlo ni escucharlo. Apretó la mano de (t/n) y observó su rostro. Sus ojos estaban completamente pintados de negro, ya no quedaba ningún rastro de aquel iris tan bonito que nunca se cansaba de mirar.

—¿Sabes qué, Kokichi? —canturreó Tsumugi, taconeando fuerte mientras se acercaba a él—. No eres tan mal partido si te pones a pensarlo. Has luchado hasta el final por salvar a (t/n). Eso habla muy bien de ti. Es una lástima que ella se haya ido para siempre.

El tono de voz de Tsumugi comenzaba a ser irritante para Kokichi. Sus ganas de estrangularla aumentaban de manera inconmensurable, pero permanecer al lado de (t/n) era más importante. Aunque estuviera devastado, tenía la ligera esperanza de que ella iba a despertar. Por eso, no quería dejar de mirarla, pero Tsumugi empezaba a ser persistente y molesta.

—Podrías mirarme cuando te hablo, ¿no? —exigió Tsumugi, dando un paso hacia él—. Eso facilitaría las cosas. Ya no te queda nadie, solo yo, así que no tiene sentido que me ignores.

—Fuera de mi vista —sentenció Kokichi.

—Me encanta cuando te pones en modo «bad boy» —rió Tsumugi, dando otro paso hacia él.

—Lárgate —escupió Kokichi, y dio un apretón a la mano de (t/n), como si de esa manera pudiera calmarse a sí mismo.

—No te conviene tratarme mal, tú vida depende de mí —le recordó Tsumugi. Cuando la chica llegó a su lado, él no la miró; sus ojos seguían fijos en (t/n)—. Agh, ¿tanto te gusta?

—Aléjate de nosotros —le amenazó éste.

—¿O qué? —se burló Tsumugi—. Sabes perfectamente que tengo el control, no hay nada que puedas hacer contra mí. Ni tú ni nadie.

—Tu papel de villana apesta —rezongó Kokichi, y la miró con un profundo odio.

—El tuyo también —repuso la chica con una amplia sonrisa, y se sentó junto a él—. No somos tan diferentes, Kokichi.

—No me compares contigo —masculló éste—. Yo no soy una sanguijuela asquerosa.

—Me sorprende que tengas fuerzas para insultarme —comentó Tsumugi, con una repugnante sonrisa—. Estás tan destrozado que no paras de temblar, ¿es por eso que aún no me has dado una bofetada?

—No voy a malgastar lo que me queda de tiempo contigo —escupió él, y volvió a mirar a (t/n).

—No lo malgastarías si te diera lo que buscas —siseó ella en un tono persuasivo.

—¿Qué? —Kokichi se volvió hacia Tsumugi, confuso.

—Lo que quiero decir es que puedo hacer realidad tu mayor deseo antes de que Monokuma te ejecute —dijo la chica con dulzura, y pasó el dorso de su mano por la mejilla de Kokichi, haciendo que éste se estremeciera—. Solo si tú quieres, claro.

—Aparta tu mano —exigió Kokichi, empujándola lejos—. No quiero nada de ti, maldita zorra. Acaba de una vez con todo esto, ejecútame ya. ¿No era eso lo que querías? Ahora tienes vía libre. Hazlo.

—Puedo darte unos minutos más —insistió ella, poniéndose en pie—. Lo que quiero decir es que puedo disfrazarme de (t/n).

—Ni te atrevas —espetó Kokichi con cara de asco—. Tú nunca podrás ser como ella, tus disfraces son una basura.

—Piénsalo bien, Kokichi —susurró Tsumugi—. Ella está muerta, pero puedes satisfacer tus deseos conmigo. Al fin y al cabo es lo mismo, sentirás que estás con ella.

—No estás bien de la cabeza, Tsumugi —soltó Kokichi, furioso—. No sé qué te habrá pasado para que acabes así ni me interesa, pero espero que te pudras en el infierno.

—En ese caso... —Tsumugi se alejó de él y le dio la espalda—. Aquí se acabó tu camino, Kokichi. Me da mucha pena de verdad. Podías haber llegado mucho más lejos si no te hubieras enamorado de esa... cosa. Realmente, tenías mucho potencial para ganar el juego, pero lo echaste todo a perder por amor.

—Ese es el problema contigo —comenzó a decir Kokichi con frialdad—, nadie te quiere. Por eso, odias el amor, porque tú no lo tienes y nunca lo tendrás.

—Yo no necesito que nadie me quiera —escupió Tsumugi, asqueada—. ¿Quién necesita amor cuando tiene desesperación?

—La desesperación te da un chute de adrenalina muy adictivo —dijo Kokichi, apretando la mandíbula—. Pero solo dura unos segundos, luego desaparece y deja un vacío muy doloroso dentro de ti.

—Hablas desde la experiencia —observó Tsumugi.

—(t/n) ocupó ese vacío dentro de mí —Kokichi acunó su mano en la mejilla de (t/n), y sintió un hormigueo en su pecho.

—Agh, cállate —masculló Tsumugi—. Vas a hacer que vomite arcoíris.

Pero Kokichi ya no estaba hablando para Tsumugi, sino para (t/n). Aunque ella no pudiera escucharlo, necesitaba decirle lo mucho que la quería, necesitaba despedirse de ella.

—Ojalá nos hubiésemos conocido en otras circunstancias —susurró Kokichi, uniendo su frente con la de ella—. Quizá de esa manera todo hubiera acabado bien, hubiéramos tenido un final feliz.

—No pienso seguir escuchando esto —bufó Tsumugi, y chasqueó los dedos delante de Monokuma—. ¡Venga! ¿Qué estás haciendo, oso de mierda? ¡Qué comience su ejecución! Y tráeme palomitas, me quiero poner cómoda.

Monokuma frunció el ceño por la soberbia de su jefa, pero no rechistó. Cogió el mazo que estaba al lado de su asiento y golpeó el botón rojo con él, dando comienzo a la ejecución.

GAME OVER

Kokichi ha sido declarado culpable.
¡Hora del castigo!

Una de las puertas que había al fondo de la sala comenzó a ser aporreada desde dentro. La magnitud de los golpes era tal que en cualquier momento se vendría abajo. Parecía que un gigante del tamaño de un edificio la estaba pateando. Aun así, la puerta resistía cada uno de los golpes. Aunque no lo haría por mucho tiempo.

Kokichi se había percatado de los porrazos en la puerta, pero decidió ignorarlos. Por mucho que le costase, eliminó cualquier ruido externo de su mente y puso toda su atención en (t/n). Sus frentes aún estaban unidas, estableciendo un vínculo cariñoso entre ellos, y eso fue suficiente para calmar los nerviosos de Kokichi.

Los golpes en la puerta persistían, y por debajo de ellos se oía la risa de Tsumugi que ya estaba sentada en el trono de Monokuma disfrutando de las mejores vistas de la escena. Kokichi conocía su cruel destino, pero se forzó a no pensar en ello. Cerró los ojos y se concentró en la dulce fragancia de (t/n), que le trajo a la mente todos los buenos momentos que había pasado con ella en la academia. Para su gusto, habían sido pocos, pero había disfrutado cada maldito segundo.

—Lo siento mucho, (t/n) —susurró con lo voz rota—. Yo no quería que esto acabase así. Cuando me contaste que Tsumugi era la mente maestra, me diste esperanzas. Pensé que podíamos salir de este infierno y comenzar una vida normal. Quería que te quedases conmigo en este mundo de ficción. Estaba tan emocionado que planeé todo lo que haríamos al salir de aquí. Te pediría una cita, te llevaría a conocer mis lugares favoritos... —Kokichi soltó una risa nerviosa—. Suena muy estúpido, ¿verdad? Haber planeado toda una vida contigo sin asegurarme de que íbamos a poder salir.

Kokichi buscó a tientas la mano de (t/n). Cuando la encontró, le dio un ligero apretón. Separó su frente de la de ella y bajó la mirada, mientras describía círculos con la yema de su dedo pulgar sobre el dorso de la mano de (t/n), acariciándola con mucha ternura.

—No sé si puedes escucharme... —murmuró él, conteniéndose las lágrimas—, pero creo que lo diré de todas maneras. Soy un cobarde por no habértelo dicho antes, por no haberlo gritado a los cuatro vientos...

Kokichi no pudo retener más sus sollozos. Odiaba llorar, pero le dolía tanto el pecho que era casi un alivio liberar esas lágrimas. Sabía que no le quedaba mucho tiempo, los golpes se hacían cada vez más fuertes y la puerta estaba a punto de ceder.

—No quiero morir sin que lo escuches salir de mi boca —susurró, cerrando los ojos con fuerza, y soltó lo que llevaba guardando dentro de su corazón desde hacía unas semanas—: Te quiero, (t/n), te quiero como nunca he querido a nadie. Joder, es lo más honesto que he dicho en toda mi vida. Ojalá pudiera decírtelo directamente y no de esta forma, decirte que estoy loco por ti.

Kokichi sintió el salado de sus lágrimas llegar a sus labios. La última vez que lloró, la situación era muy distinta. Acababa de impedir que Kiyo matase a (t/n) y estaba feliz de haberla salvado a tiempo. Aquella vez las lágrimas eran de alivio, y no de dolor.

—Yo también estoy loca por ti, Kokichi.

Al escuchar su voz, casi le da un vuelco al corazón. Kokichi abrió los ojos, levantó la mirada y se encontró con el iris más bonito que había visto nunca. (t/n) sonreía y lo miraba directamente a los ojos. Ya no estaba en aquel estado vegetativo y su pupila había vuelto a su tamaño normal. Kokichi tuvo que parpadear varias veces para asegurarse de que era real, y no alucinaciones de sus últimos momentos de vida.

—¿(t/n)? —musitó él, incrédulo.

—¿Por qué lloras? —preguntó ella, mirándolo con preocupación.

De inmediato, Kokichi se lanzó hacia ella para abrazarla. No pudo resistirlo más. La felicidad que sentía en esos momento era tan grande que no cabía dentro de su pecho. La estrechó tan fuerte entre sus brazos que (t/n) soltó un gemido de dolor. Al oírla, aflojo un poco el agarre, pero no la soltó. Ya no iba a soltarla nunca.

Era tanta la alegría de Kokichi que olvidó que había una ejecución en marcha.

—Kokichi, me estás aplastando —se quejó ella, respirando con dificultad.

El chico se separó de ella y la sujetó por los hombros. Cuando vio el rostro de (t/n), tan bonito como siempre, levantó la comisura de sus labios y dejó caer unas pocas lágrimas de felicidad.

—¿Qué ha pasado? —preguntó ella, desorientada—. Me duele un montón la cabeza.

—Te quitaron las esperanzas, pero no entiendo cómo has... —Kokichi cayó en la cuenta—. El amor... ¡Eso es! Tiene que serlo. ¡El amor puede vencer a la desesperación!

Dentro de la cabeza de (t/n) las piezas empezaron a organizarse. Y de golpe recordó lo que había pasado. Tsumugi le había robado la esperanza a todos los estudiantes, pero ella las había recuperado gracias a Kokichi. Cuando se dio cuenta de la situación, explotó un chute de adrenalina en su pecho. No podían quedarse ahí parados, tenían que hacer algo para recuperar las esperanzas de los demás.

Con lo que (t/n) no contaba es que había otro problema más gordo que ese. Antes de que ella pudiera decir una sola palabra, retumbó un fuerte estrépito en sus oídos, haciendo que tanto Kokichi como ella dieran un respingo. Buscaron la fuente del estruendo y la encontraron al fondo de la sala.

La puerta que tanto había sido golpeada se había abierto, y en su interior no se veía nada más que oscuridad.

(t/n) no tardó en darse cuenta de que la ejecución de Kokichi había empezado mientras ella estaba en aquel estado vegetativo, y un nuevo sentimiento sacudió su cuerpo: el miedo a perderlo. Se olvidó completamente de los demás y pensó en alguna manera de detener aquella ejecución.

Antes de que Kokichi o ella pudiesen reaccionar, una cadena cuyo extremo acababa en un ancho brazalete de metal salió disparada a toda velocidad de la puerta. Fue como si alguien la lanzara con todas sus fuerzas desde la negrura de aquella sala. Cuando el brazalete los alcanzó, atrapó la muñeca de Kokichi. Ambos se miraron aterrados. No les dio tiempo a reaccionar cuando la cadena se tensó y tiró de él hacia la puerta.

(t/n) trató de sujetar la mano de Kokichi en un intento por oponerse a la ejecución, pero no llegó a alcanzarla a tiempo. Por suerte, Kokichi pudo agarrarse con su mano libre a uno de los podios para evitar ser engullido por la puerta. (t/n) no dudó ni un segundo en correr hasta él y tirar de la cadena hacia ella.

(t/n) recibió otro chute de adrenalina que le permitió reunir todas sus fuerzas y concentrarlas en tirar de la cadena. No iba a dejar morir a Kokichi, y mucho menos delante de ella, era algo impensable. Escuchó a Kokichi gemir de dolor cuando la cadena dio un ligero tirón. Ni ella ni Kokichi conseguían vencer la fuerza de aquello que estaba tirando de la cadena desde dentro de la penumbra de la sala de ejecuciones.

—(t/n)... —dijo Kokichi con dificultad—. Suelta la cadena.

Ella se volvió hacia él sin dejar de tirar de la cadena y lo miró como si se hubiese vuelto loco.

—¿Qué? ¡No! —gritó, y tiró con más fuerza.

A esas alturas ni siquiera le importaba la enfermedad. Su único objetivo era detener la ejecución de Kokichi. De hecho, no se sentía débil, todo lo contrario, tenía más fuerza que nunca. Quizá era la adrenalina del momento y luego pagaría el precio, pero decidió no pensar en ello.

—Hazme caso, suéltala —insistió Kokichi, agarrándose como podía al podio con su mano libre—. Tienes que ayudar a los demás, yo estaré bien.

—¡Los demás no necesitan mi ayuda ahora mismo! —exclamó ella, desesperada—. ¡Tú sí!

—Escúchame; si no recuperan las esperanzas ahora, puede que nunca lo hagan. —Kokichi se contrajo de dolor por un inesperado tirón de la cadena—. ¡Vete con ellos! Yo puedo aguantar, lo prometo.

—¿Desde cuándo mierdas te importan los demás? —gritó ella—. ¡No pienso dejar de tirar de esta cadena! ¡Olvídate, Kokichi! Ya casi lo tenemos, solo hay que...

—No vas a conseguir nada tirando, es inútil —insistió, y la miró directamente a los ojos con una expresión de súplica—. Confía en mí.

(t/n) no quería hacerlo, no quería dejarlo a su suerte, pero sabía que Kokichi tenía razón. Estaba perdiendo el tiempo tirando de la cadena, lo único que conseguía era que se tensara más. Si despertaba a los demás a tiempo, quizá entre todos podían salvarlo. Fue ese último pensamiento el que la hizo ceder.

—Aguanta, por favor —le pidió, justo antes de soltar la cadena.

• ────── ❋ ────── •

Capítulo cortito, lo sé, pero estos días no he tenido mucho tiempo para escribir. Estoy en semanas de exámenes y mis neuronas van a petar. Espero que me perdonéis.

No me matéis mucho por haber dejado el capítulo en un punto clave. Tened piedad. Yo os pago todas las terapias y psicólogos que queráis, pero deseadme suerte en los exámenes, jeje.

Pd: Lo de pagar vuestra terapia ya se está convirtiendo en meme xD

Nos vemos el próximo lunes <3

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