Capítulo 82
⚠️Quiero aclarar una cosita.⚠️
Esta historia NO es la original, por lo que puedo cambiar en la trama lo que yo quiera, eso incluye: talentos, personalidades, eventos, nuevos giros inesperados, etc...
Lo digo porque he leído algunos comentarios que dicen que Rantaro no puede ser el traidor definitivo, ya que su talento en el juego era el superviviente definitivo. Puede que en el juego fuese así, pero en mi historia hay cosas que cambian. Si no, sería aburrido.
Sin nada más que añadir, os dejo con el capítulo <3
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—Mátame a mí —supliqué, y me senté sobre mis rodillas para mirarla a los ojos.
—¿Qué? —profirió Kokichi—. Ni de broma.
—Mátame a mí en su lugar —repetí, y los ojos de Tsumugi se llenaron de curiosidad.
—¿Estás dispuesta a dar tu vida por él? —dijo, alzando ambas cejas—. Aunque no me sorprende en absoluto. La desesperación te ha consumido hasta tal punto de generarte ideas suicidas, qué interesante.
—No, ni de broma, pero es que ni de broma —renegó Kokichi—. (t/n), no estás pensando con claridad.
—Por favor, Tsumugi, te lo ruego —insistí, limpiando mis lágrimas mientras me arrastraba hacia ella. Era consciente de lo humillante que era la situación para mí, pero no me importó—. Haz conmigo lo que quieras, pero déjalo vivir.
—(t/n)... —musitó Kaito—. No puedes dejar que Tsumugi gane.
—(t/n), mírame —demandó Kokichi, pero yo no quería escucharlo.
—Sé que me odias más que a Kokichi —le dije a Tsumugi, mirando el azul intenso que coloreaba sus ojos, ansiosos de sangre—. Tienes la oportunidad de ejecutarme como tú quieras. Sin trucos, te lo prometo. No me quejaré. No intentaré huir. Solo te pido que no le hagas nada a él.
—¡No, (t/n)! —exclamó Himiko—. No puedo perderte a ti también...
—Es una oferta muy tentadora —comentó Tsumugi, mordiéndose la uña del dedo pulgar—. Sí, desde luego es una oferta difícil de ignorar. He querido asesinarte yo misma desde que empezó el juego.
—¡(t/n), escúchame! —gritó Kokichi con desesperación—. No puedes hacer esto, no quieres hacerlo. Todo saldrá bien, pero escúchame.
—Vamos, Tsumugi —la insté, ignorando los quejidos de Kokichi—. Tienes más ganas de deshacerte de mí que de Kokichi.
—Sí, tienes razón —admitió ésta—. Tengo muchísimas más ganas de asesinarte a ti que a él, pero es que he descubierto un castigo mejor que la muerte. Algo que te hará sufrir de verdad, y no quiero nada más que eso, ver el sufrimiento en tus ojos.
—¿Un mejor castigo? —preguntó Keebo—. No entiendo, ¿a qué te refieres?
—No hay mayor sufrimiento que ver morir a las personas que más quieres —rió Tsumugi—. Verlos morir enfrente de ti y no poder hacer nada para evitarlo. Eso sí que es desesperante. Por eso tu oferta pierde valor, (t/n). Si te ejecuto, no obtendré el placer que quiero. En cambio, si lo ejecuto a él, sí.
—No, no, no... —murmuré, y alcé la voz en un tono desesperado—. No puedes hacerme esto. Te estoy dando la oportunidad de matarme de mil maneras.¡Incluso de torturarme si quieres! ¿Acaso no es eso suficiente placer para ti?
—Nunca tenías que haberme desafiado, (t/n) —soltó Tsumugi con resentimiento—. ¿Recuerdas cuando robé tu llave y te dije que eso solo era el primer aviso, que lo siguiente sería mucho peor? Aquí lo tienes. Mi venganza por intentar asesinarme. Tenías que habértelo pensado mejor antes de contárselo todo a Rantaro y Kokichi. Los sentenciaste a muerte. Te dije que tuvieras cuidado, pero ignoraste mis advertencias, ahora paga las consecuencias.
—No, Tsumugi, te lo ruego —sollocé, sentada sobre mis rodillas—. Ejecútame a mí.
—Oh, cariño, lo siento de verás —se jactó ésta con malicia, disfrutando de mi humillación—. Tenías que haberte quedado quietita y calladita. ¿Tanto te costaba? Mira lo que has... Kokichi, ¿qué haces? Vuelve a tu podio.
Escuché unos pasos aproximarse a mí y vi unos zapatos detenerse a mi lado. Cuando alcé la mirada, sus ojos violetas conectaron con los míos. Mis lágrimas se deslizaron por mis cachetes al levantar la cabeza. Él se agachó para quedar a mi altura sin romper la conexión visual. Su mirada desprendía dolor y melancolía. Con la yema de su dedo pulgar limpió una lágrima que caía por debajo de mi mejilla, y al hacerlo, sonrió.
Sus labios temblaban y la esclerótica de sus ojos había enrojecido. Al verlo, sentí un vacío en mi estómago como si me hubieran estrujado las tripas. Kokichi me agarró por los hombros y me atrajo hacia él, envolviéndome en un abrazo desesperado. Sus manos rodearon mi cintura y me apretaron contra él. Entonces supe que él necesitaba más que yo ese abrazo. Apoyé mi frente en su hombro y envolví mis manos a su alrededor.
—Tranquila, estoy aquí —me susurró, deslizando su mano por mi espalda—. Llora todo lo que quieras, no me voy a mover.
—¡Kokichi, he dicho que vuelvas a tu podio! —gruñó Tsumugi con los brazos en jarra.
—Ignórala —susurró Kokichi cerca de mi oído—. Concéntrate en el sonido de mi voz.
Asentí con la cabeza y dejé que mis lágrimas empaparan su camisa.
—Quédate conmigo para siempre —susurré, y él se estremeció.
—Quiero que me prometas que vas a sobrevivir —dijo, rápidamente—. Prométeme que no te harás daño cuando me vaya.
—No, no te vas a ir —repliqué, y sentí que sus hombros se tensaron.
Escuché de fondo una discusión muy acalorada, y supe que ninguno de los otros estudiantes nos estaba prestando atención, porque se habían enfrascado en una pelea a voces con Tsumugi. Y se los agradecí internamente.
—(t/n)... —empezó a decir Kokichi.
—Te vas a quedar conmigo —le interrumpí, porque no quería escucharlo—. Tsumugi no puede hacerte nada, yo lo impediré.
—Sabes muy bien que eso no es buena idea —repuso, acariciándome el pelo de tal forma que deseé que nunca parase—. Tsumugi tiene todos los exisals bajo su control y tú mejor que nadie sabes el daño que pueden causar. No quiero que te pase nada, es lo último que querría.
—Me da igual —le atajé. Sabía que estaba siendo egoísta, porque esto también estaba siendo difícil para él. Y aun así, era yo la que estaba siendo consolada—. No puedo perderte a ti también.
—Sigues dolida por lo de Rantaro, ¿no? —Y aunque sonaba preocupado también distinguí dolor en sus palabras.
Asentí en su hombro, y musité:
—Pero nada puede compararse con el dolor que sentiré si tú te vas.
Mis palabras parecieron conmoverlo, porque rompió el abrazo para mostrarme una sonrisa que no había visto nunca antes, una que me partió el alma. Sus ojos se achicaron, observándome con cariño durante unos instantes, y enrocejí de la vergüenza. Seguramente, tenía un aspecto terrible, pero eso a Kokichi no le importó.
—Eres preciosa —susurró—. Lo sabes, ¿verdad?
En mi pecho explotó un cosquilleo agradable y sentí el calor subir hasta mi cuello y orejas. Mordí mi labio inferior para contener los sollozos que se acumulaban en mi garganta. Al ver mi reacción, Kokichi soltó una risita tan tierna que el cosquilleo se extendió hasta mi estómago.
—Dame tu mano —me pidió, extendiendo la palma de la suya.
No entendía lo que quería hacer, pero no rechisté y apoyé mi mano encima de la suya. Él la cogió con delicadeza y la llevó hasta su pecho, justo donde estaba su corazón. Sentí su pulso en la palma de mi mano, estaba muy acelerado.
—Quiero que veas lo que causas en mí —dijo, hundiendo su mirada en la mía—. ¿Lo sientes?
—Siento tus latidos —asentí, y por un momento todo lo que nos rodeaba desapareció, solo estábamos él y yo—. Van muy rápido.
Iban casi al mismo compás que el mío, pero no lo dije.
—Lo hacen siempre que estoy junto a ti —dijo con un hilo de voz, y su rostro se ruborizó—. Quiero que sepas que mi corazón siempre latirá por ti, aunque ya no esté aquí.
Esas últimas palabras borraron mi sonrisa. Me habían hecho recordar que no estábamos solos y que su vida tenía tiempo límite. Pero no lo iba a aceptar, nunca dejarían que me lo quitasen. Mis sentimientos por él eran más fuertes que nunca.
—(t/n) —susurró él; sus ojos me miraron con ternura y acarició mi mejilla con el dorso de su mano—. Te qui...
—¡Kokichi! —La voz, indignada, de Tsumugi nos exaltó a ambos—. Vuelve. A. Tu. Podio. ¡Ya!
—¡Déjalos en paz! —exclamó Himiko, furiosa—. ¡No puedes mangonearnos!
—¡Eso! No tienes ningún derecho —añadió Kaito entre dientes.
—Sorpresa, sí que lo tengo —terció Tsumugi, y nos lanzó a Kokichi y a mí una mirada de repulsión—. Es por esto que odio el amor. Vaya asco. Kokichi, hazme el favor de levantarte y volver a tu podio o habrá consecuencias.
—Cállate ya —sentenció Kokichi, y sentí su voz retumbar en su pecho—. ¿No ves que nadie quiere escucharte? Molestas.
Tsumugi soltó un gruñido y alzó la voz, irritada.
—Está bien, si esto es lo que quieres ¡qué empiecen las votaciones! Por lo que veo, no queréis escuchar el resto de la historia. Aunque tampoco hace falta. Quería prolongar tu miserable vida unos minutos más, Kokichi, pero me has hecho enfadar, así que quiero tu ejecución ¡YA!
La exigencia de Tsumugi provocó la reprobación de todos los estudiantes, que le dedicaron miradas de repugnancia. Yo, en cambio, comencé a desesperarme. Era demasiado pronto para las votaciones. Quería estar con Kokichi un rato más. ¡No! Quería estar con él toda la vida. Al pensarlo, sentí un fuerte pinchazo en mi cabeza y tuve que apoyarla en el hombro de Kokichi para no caerme al suelo.
—¿He oído bien? —anunció Monokuma, y deseé que se callase para siempre—. Si ya tenéis claro quién es el asesino, daré comienzo a las votaciones.
—Así es, Monokuma —respondió Tsumugi con brusquedad—. Ya lo tienen muy claro. Quiero recordaros que si no votáis por Kokichi todos moriremos menos él. Y (t/n) probablemente no vote por él, así que espero que los demás seáis algo más inteligentes.
—Prométeme que sobrevivirás —se apresuró a pedirme Kokichi en un susurro—. No podré estar tranquilo si no me lo prometes.
—No —contesté, tajante, hundiendo mi rostro en su pecho.
Kokichi me sujetó por los hombros para separarme de él y obligarme a mirarlo a los ojos.
—Prométemelo —insistió con desesperación—. Hazlo por mí.
Sabía que no podía negarme si me lo pedía de aquella manera, pero no quería hacerlo. Si se lo prometía, estaría aceptando que él moriría. Y no podía soportar tanto dolor, no estaba preparada. Además, estaba segura de que, al igual que a Kaito, no me quedaba mucho tiempo de vida. Aun así, lo hice por él.
—Lo prometo —susurré.
—Gracias —dijo, ocultando su rostro tras varios mechones de su pelo, y supe que estaba conteniéndose las lágrimas.
—¡NO!
Un fuerte grito nos hizo a Kokichi y a mí levantar la cabeza en busca de su propietario.
Shuichi estaba agarrando los laterales de su podio con fuerza y miró a Tsumugi de una manera que nunca había visto antes en él, fue como si algo dentro suya cambiase radicalmente. Su pelo estaba revuelto y sus ojos fueron una daga directa a los de Tsumugi. Su respiración agitada le dificultó hablar, pero todos le entendimos a la perfección.
—¡Se acabó el juego, Tsumugi! —gritó Shuichi con toda la fuerza que le permitieron sus pulmones—. Te hemos descubierto, así que ríndete.
—Vaya, qué decepción, Shuichi —rezongó Tsumugi—. Ahora suenas como Kaito.
—¡He dicho que te rindas de una vez! —rugió, y todos lo miramos atónitos—. No me voy a quedar de brazos cruzados mientras sigues matando a mis amigos. ¡Así que no! ¡No dejaré que ejecutes a Kokichi!
—¿Eres consciente del estúpido espectáculo que estás haciendo? —rechinó Tsumugi.
—¡Haré los que haga falta! —dijo éste, llevándose una mano al pecho—. No pienso dejar esta sala sin luchar.
—Shuichi... —murmuró Kaito, sorprendido.
—¡No me importa cuantos exisals haya ahí fuera! —exclamó Shuichi—. Lucharé hasta que me quede sin aliento.
—¡Ese es mi colega! —exclamó Kaito muy orgulloso, limpiándose una pequeña lágrima—. Shuichi tiene razón. Rendirnos es perder, y yo no pienso perder. No me importa que nos lleves ventaja. Si todos nos unimos contra ti, lo tendrás más complicado.
—Yo... ¡Yo también voy a luchar! —se unió Himiko—. Puede que sea pequeña y no tenga mucha fuerza, pero no pienso rendirme sin más. Tenko querría que luchara, y eso es lo que voy a hacer.
—¡Esa es mi pequeña Himiko! —proclamó Kaito, orgulloso.
Y aunque no lo dije, yo también estaba orgullosa. Y no solo de ella. El apoyo de Shuichi me había devuelto las esperanzas. Me uniría a la lucha sin importar las consecuencias.
—¡Estáis locos! —acometió Tsumugi, llevándose las manos a la cabeza—. ¿Acaso queréis morir?
—Keebo, tú también lucharás, ¿no? —dijo Kaito, volviéndose hacia él e ignorando a Tsumugi.
Keebo se quedó unos segundos meditando y luego dijo:
—Las probabilidades de que ganemos esta lucha son menores de un dos por ciento...
—Menos mal que hay alguien razonable —refunfuñó Tsumugi—. Anda, Keebo, diles que...
—Sin embargo —le cortó Keebo—, he aprendido que los amigos valen más que las probabilidades. Y si existe un dos por ciento, significa que aún tenemos posibilidades de ganar. Me aferraré a él y lucharé con todas mis fuerzas.
—¡Sí! —exclamó Himiko con alegría—. ¡Ahora todos estamos contra ti, Tsumugi!
—Me gustaría saber por qué mierdas siempre os olvidáis de mí —se quejó el mini robot que acababa de salir del sistema de Keebo.
—¡Mini Miu! —chilló Himiko llena de felicidad—. Estás con nosotros, ¿verdad?
—Em... Esto... Yo... —balbuceó ésta mirando en todas direcciones.
—¿Qué ocurre? —preguntó Keebo.
—Bueno... Es que... —musitó mini Miu, y finalmente soltó un chillido—. ¡A la mierda! Que mi dueña haya muerto es culpa de «Tsumugre», ¿no? ¡Pues démosle una lección que no pueda olvidar jamás! Quiero decir... Nena, vas a morder el polvo.
Vi que los ojos de Kokichi se iluminaron llenos esperanza por unos instantes, pero cuando me miró se volvieron sombríos.
—Chicos, Tsumugi tiene razón —dijo éste, acallando los gritos de felicidad de Himiko—. Es muy peligroso luchar. No lo hagáis. Y mucho menos por mí.
—¡Ya hemos dicho que no nos importa que sea peligroso! —exclamé con firmeza—. Yo también lucharé.
—No quiero que luchéis por mí —sentenció Kokichi, y se volvió hacia mí—. Especialmente tú.
—Gracias por alzar la voz de la razón —masculló Tsumugi.
—No lo hago por ti —escupió Kokichi, y luego se dirigió a nosotros—. No malgastéis fuerzas inútilmente. No podéis hacer nada contra todos los exisal, pero... aprecio... aprecio que lo hayáis intentado.
—Puede que nunca haya conseguido entenderte, Kokichi —empezó a decir Shuichi, negando con la cabeza—, pero por la manera en la que tratas a (t/n) sé que no eres mala persona. Por eso no voy a dejar que mueras a manos de Tsumugi. Ni tú ni nadie. Todos debemos unir fuerzas, incluso si eso implica dar hasta nuestro último aliento.
—Exacto —coincidió Kaito—. ¡Si vamos a morir lo haremos luchando!
—¡Seremos héroes! —exclamó Himiko—. No te dejaré morir así como así, Kokichi. Tú eres importante para (t/n), y ella es importante para mí. ¡Por eso lucharé para salvarte a toda costa!
—Puede que tus acciones sean incomprensible la mayor parte del tiempo —empezó a decir Keebo—, pero eres una víctima del juego al igual que nosotros. Estamos todos en el mismo bando.
Himiko miró a mini Miu con ilusión esperando a que ella también dijera algo.
—¿Qué? ¡No me mires así! —balbuceó nerviosa—. Está bien, yo también estoy a favor de salvarle el culo a ese tipo, ¡pero eso no quita que siga siendo un chihuahua rabioso!
Kokichi abrió los ojos de par en par y no pudo evitar curvar sus labios en una tímida sonrisa. Estaba sorprendido pero alegre al mismo tiempo. Él nunca había experimentado ese tipo de amistad dentro del juego, y era la primera vez que varias personas querían dar su vida por él.
—Chicos... —murmuró Kokichi, conmovido—. Yo.. Gracias.
—Todos estamos contigo, Kokichi —dije, apoyando mis manos en sus hombros—. Nadie va a ser ejecutado nunca más.
—¡No me hagáis reír! —chistó Tsumugi—. A ver, ¿quién ha sido el que ha montado todo este motín? ¡Tú, Shuichi! ¿Qué te crees que estás haciendo?
—Me he cansado de ser bueno —espetó éste con una mano en el pecho—. ¡Me he cansado de sentarme a mirar como mis amigos van muriendo de uno en uno! Es por eso que lucharé sin importar qué, por Kaede, y por todos.
—Oh, así que es por eso —resopló Tsumugi, rodando los ojos—. Es por Kaede.
—No importa el motivo, vamos a luchar de todas maneras —proclamó Kaito, decidido.
—Si es por Kaede —empezó a decir Tsumugi, quitándose la chaqueta—, eso tiene arreglo, ¿sabes, Shuichi?
—¿Qué? —profirió éste, alzando las cejas.
—Me culpas de su muerte, lo entiendo —dijo ella, tirando la chaqueta a un lado—. ¿Pero cómo reaccionarías si te dijera que puedes volverla a ver?
—¿Volverla a ver? —vaciló Shuichi—. Eso es imposible, no me dejaré manipular por tus...
Shuichi abrió tanto la boca que por poco su barbilla roza el suelo. Tsumugi había cambiado su apariencia con un solo chasquido de dedos. Su cabello había crecido hasta la altura de su pecho y se había teñido de un rubio claro, con tres horquillas en forma de notas musicales sujetando su fleco. Su vestimenta habitual había sido sustituida por un suéter rosa claro, una falda morada y una mochila blanca en su espalda. Cuando finalizó el cambio, entornó sus ojos, que ahora eran de un color morado intenso, hacia Shuichi.
—Hola, Shuichi —dijo la voz de Kaede, siendo imitada por Tsumugi—. ¿Me echabas de menos?
Shuichi se quedó petrificado. Toda la determinación que había mostrado minutos atrás había desaparecido. Se sentía vulnerable, Kaede era su punto débil. Los ojos se le salían de las órbitas y no era capaz de articular palabra, abría y cerraba la boca continuamente.
—¿Qué... Qué demonios? —gritó Kaito en pánico.
—Es idéntica a Kaede —dijo Himiko, tapándose la boca con las manos.
—Está usando su talento —advirtió Keebo—. Shuichi, cuidado, no te dejes manipular. Probablemente quiera... ¿Shuichi?
Shuichi no lo estaba escuchando, se había quedado embobado observando a la falsa Kaede, como si fuese una especie de Diosa griega. Sus ojos estaban conectados con los de ella, y daba la sensación de que Tsumugi estaba entrando en su conciencia.
—Me alegra volverte a ver, Shuichi —dijo la falsa Kaede con voz celestial—. No he podido dejar de pensar en ti durante todo este tiempo.
—¿Kae... Kaede? —murmuró Shuichi, y sus ojos se enrojecieron—. ¿Eres tú de verdad?
—¡No! ¡Shuichi, no te dejes engañar! —le advirtió Kaito—. ¡Esa no es Kaede!
—Es Tsumugi disfrazada —se alarmó Himiko.
—Shuichi, mírame a los ojos —le pidió la impostora, y éste obedeció—. Estoy tan orgullosa de lo lejos que has llegado. Sabía que eras un buen detective.
—Kaede... —dijo Shuichi en un estado de ensimismamiento—. Estás viva... Estás aquí...
—¡Shuichi, ella no es Kaede! —exclamó Kaito, zarandeándolo por los hombros, pero Shuichi no rompió la conexión visual con Tsumugi—. ¡No la mires!
—Estoy aquí, Shuichi, contigo al fin —le sonrió la falsa Kaede—. Ya nada nos puede separar. Te quedarás a mi lado, ¿verdad?
—A tu lado... —repitió Shuichi, inclinándose hacia ella desde su podio.
—Así es —asintió la impostora—, estaremos juntos por siempre.
—Juntos por siempre... —balbuceó Shuichi.
—¡No la escuches! —gritó Kaito, desesperado, intentando bloquear la conexión visual entre él y Tsumugi.
—¡Shuichi, reacciona! —sollozó Himiko.
—¿Qué le está haciendo? —gritó Kokichi con voz trémula.
—Lo está engatusando —se alarmó Keebo—. ¡Kaito, no dejes que la mire a los ojos!
—¡Eso intento, maldita sea! —protestó éste—. Si tan solo se dejase de mover... ¡Keebo, ayúdame!
—¡Voy! —gritó el robot.
—Ven conmigo, Shuichi —dijo la impostora, haciéndole un gesto con la mano—. Sígueme.
—Te sigo... —murmuró Shuichi, siendo retenido por Keebo y Kaito, uno por cada brazo.
—Eres un buen chico —le halagó ella—. Vamos, no te queda nada, solo un poco más. Acércate a mí.
—¿De qué habla? —le preguntó Kaito a Keebo—. Si no hemos dejado que se acerque a ella.
—Creo que se refiere a su conciencia —repuso Keebo, asustado.
—Shuichi —lo llamó la impostora, arrastrando las palabras, como un sirena intentando atraer a un marinero—. Únete al lado de la desesperación conmigo.
—Me uno al lado de la desesperación —repitió Shuichi, y sus pupilas empezaron a dilatarse.
—¡Maldición! —masculló Kaito—. Shuichi, no la escuches. ¡Ella no es Kaede! Kaede murió hace mucho tiempo, tienes que darte cuenta.
—Ya es tarde —se jactó la verdadera Tsumugi, pues la chica había vuelto a la normalidad con un chasquido de dedos.
Kaito alzó las cejas y se volvió hacia Shuichi. Tanto él como Himiko dejaron escapar un grito de terror al verlo. Sus pupilas habían crecido tanto que ocupaban toda la forma de sus ojos, quedando completamente negros. Su cuerpo se había quedado inmóvil, como si hubiese sido convertido en piedra. Parecía un cuerpo sin alma. Si no hubiese estado de pie, habríamos pensado que estaba muerto.
—¿Qué...? —balbuceó Kaito, y se volvió hacia Tsumugi hecho una furia—. ¿¡Qué le has hecho!?
—Lo he matado —repuso, sacudiendo el polvo de su camiseta.
—¿Que lo has qué? —dijo Himiko, tapándose la boca con las manos.
—Bueno, no exactamente —aclaró ésta—. Digamos que le he succionado la esperanza.
—¡Devuélvesela! —le exigió Kaito, sacudiendo a Shuichi por los hombros, pero éste no reaccionaba.
—Eso no se puede hacer —negó Tsumugi con el dedo—. Una vez que devoras la esperanza de una persona, ésta no la puede volver a recuperar. Todos los momentos felices en su vida y todo lo que le hacía sentir vivo ha sido eliminado. Lo siento mucho, pero el Shuichi que conoces se ha ido para siempre.
—No... Me niego a creer que... —musitó Kaito con los ojos enrojecidos puestos en la mirada vacía de su amigo—. Shuichi, soy yo, tu colega, Kaito Momota. ¿Me recuerdas? ¡Dime algo, por favor!
—Es inútil, no te va a contestar —canturreó Tsumugi con una repugnante alegría—. Eso es lo que le pasa a los rebeldes que intentan desafiarme.
—¡Shuichi, vuelve! —chilló Kaito, desesperado.
El grito de Kaito fue tan doloroso que tuve que entrelazar mi mano con la de Kokichi y apretarla para calmarme a mí misma. Él tardó en reaccionar; me devolvió el apretón y me acercó a su pecho a modo de protección. Estaba asustado, lo supe por su respiración agitada. Ambos temíamos por la vida del otro. Lo que Tsumugi le había hecho a Shuichi había logrado infundir el terror entre nosotros.
—¡Voy a acabar contigo, Tsumu... ! —Kaito no fue capaz de terminar de pronunciar su nombre; se llevó una mano al pecho y se retorció de dolor—. Mierda... No... Aún no puedo...
—Vaya, a alguien le ha llegado su hora —se burló Tsumugi.
—Me da igual lo débil que esté mi cuerpo —sentenció Kaito, contrayendo su rostro de dolor—. No voy a dejarte ganar.
—No te preocupes, Kaito, salvaremos a Shuichi —dijo Himiko, limpiándose las lágrimas—. No pienso rendirme aún. Estoy cansada de ser una inútil. Seguiré luchando hasta que no pueda más y le devolveré las esperanzas a Shuichi.
—Oh, qué valiente, Himiko —proclamó Tsumugi, sonriendo de medio lado—. Aunque elegiste un mal momento para serlo. ¿Sabes quién estaría orgullosa de ti?
—No te atrevas —conseguí decir con las pocas fuerzas que me quedaban.
Tsumugi se volvió hacia mí con una desagradable sonrisa y chasqueó los dedos con ímpetu. Su cabello cambió a un color negro verdoso y le creció hasta los tobillos envuelto en dos largas trenzas. Apareció una diadema color púrpura en su cabeza y un lunar debajo de su labio inferior. Su vestimenta fue reemplazada por un uniforme de color azul que combinaba con una falda de volantes.
Había olvidado completamente el precioso color de ojos que tenía Tenko, y al verlos sentí un fuerte dolor en mi estómago. Volverla a ver de esa manera dolía. Si yo estaba así, ni me imaginaba lo que tenía que estar sintiendo Himiko ahora mismo. Tsumugi iba a hacer con ella lo mismo que había hecho con Shuichi. Quería impedírselo, pero no podía ni levantarme del suelo.
—Te-Tenko... —tartamudeó Himiko, observándola con los ojos bien abiertos y enrojecidos.
Solté la mano de Kokichi para levantarme, pero mis huesos parecían estar hechos de goma. Por más que lo intentara no encontraba las fuerzas para gritar o correr hacia Tsumugi. No iba a permitir que le quitara las esperanzas a Himiko también, no después de haberle prometido a Tenko que la cuidaría. No quería romper mi promesa, pero mi cuerpo no respondía.
Kokichi se dio cuenta de la situación y decidió hacerlo por mí; se levantó y se abalanzó hacia Tsumugi. Quise detenerlo, porque si le ocurría algo nunca me lo perdonaría, pero no pude sujetar su mano a tiempo. Tsumugi vio a Kokichi acercarse de reojo y no dudó ni un segundo en asentarle una patada en el estómago utilizando la fuerza de Tenko, por lo que la intensidad del golpe se multiplicó por diez.
Kokichi se tambaleó hacia detrás y cayó de espaldas al suelo, sujetándose el estómago con ambas manos. Solté un chillido de terror y repté hasta él arrastrando las rodillas. Al verme, trató de fingir que no le había dolido el golpe para que no me preocupase por él, pero su respiración sibilante lo delató. Lo ayudé a incorporarse mientras carraspeaba y se contraía de dolor.
—¡Aléjate de mí, hombre degenerado! —gritó una voz muy familiar que me puso los pelos de punta—. Toma mi venganza por el puñetazo de antes.
Volverla a escuchar fue como si el mundo se me cayese encima. Algo dentro de mí quería acercarse a ella, aun sabiendo que era una impostora. Deseaba estrecharla entre mis brazos y contarle todas las cosas que habían pasado en su ausencia. Me dejé llevar por las ganas de recuperarla. Miré a mi amiga con cariño fijándome en lo bonita que era su sonrisa, y supe que la echaba muchísimo de menos.
—(t/n) —la voz ronca de Kokichi me sacó del ensimismamiento—. Esa no es Tenko.
Kokichi a duras penas podía hablar sin retorcerse de dolor, pero había conseguido devolverme a la realidad. Esa persona no era más que un disfraz cutre de mi amiga. Ella nunca hubiera pegado a Kokichi sabiendo lo que yo sentía por él y nunca hubiera intentado borrar mis esperanzas. Aunque dudaba que las tuviera.
A diferencia de mí, Himiko no podía parar de mirarla. No hacía caso a las sacudidas de Keebo ni a los gritos de Kaito.
—¡Tenko, has vuelto! —exclamó, conteniendo sus lágrimas.
—He vuelto por ti, Himiko —repuso la impostora con un tono angelical—. ¿Estás contenta de verme?
—¡Sí, sí! —gritó ésta, dando saltitos de alegría—. Te he echado muchísimo de menos. Estaba cansada de solo poder verte en mis sueños.
—¡Himiko, no la mires! —gritaba Kaito, intentando ponerse delante de ella—. Maldición, no para de moverse. ¡Keebo, haz algo!
—¡Estoy buscando la ballesta que me incorporó mini Miu en el sistema! —exclamó éste, y su mano se transformó en una cuchara, que fue sustituida segundos más tarde por un destornillador, seguido de una percha, un quita pelusas, un rizador de pelo...—. ¡Mini Miu! ¿¡Por qué me has puesto todo esto!?
—¡Lo siento! —se disculpó ella, nerviosa—. ¡Pensé que nos podían ser de utilidad en algún momento!
—Así que me ves en tu sueños... —prosiguió Tsumugi con la voz de Tenko—. ¿Qué soñabas?
—Soñaba que te abrazaba —respondió Himiko, intentando apartar a Kaito que se interponía en su camino.
—Pues, ¿sabes qué, Himiko? —dijo la impostora, extendiendo los brazos hacia ella—. Ahora puedes hacerlo, puedes abrazarme.
—¿Puedo? —preguntó Himiko con voz queda.
—Claro, ya no tiene por qué ser un sueño, puedes hacerlo realidad —canturreó la falsa Tenko—. Ven conmigo y podrás darme todos los abrazos que quieras.
—Voy contigo... —balbuceó Himiko, embelesada, pero Kaito la agarró del brazo y la detuvo.
—¡Keebo, date prisa, carajo! —bramó Kaito mientras Himiko pataleaba y extendía un brazo hacia Tsumugi.
—¡Lo hago lo más rápido que puedo! —contestó éste con nerviosismo, mientras su mano se transformaba en un rascador de espalda—. ¿En serio, M1-U?
—¿Qué? ¡Tengo los brazos muy chiquitos y no llego a rascarme! —se justificó ésta, sudando.
—Ven a mi brazos, Himiko —la instó la falsa Tenko—. Acércate a mí un poco más, déjame entrar en tu mente. No luches. Estaremos juntas por siempre, solo déjate llevar.
—Me dejo llevar... —repitió Himiko, y sus pupilas ocuparon el tamaño de su iris.
—Eso es... —le apremió la impostora—. Únete al lado de la desesperación.
—Me uno al lado de la desesperación —musitó Himiko, y sus pupilas crecieron tanto como las de Shuichi.
—¡Mierda, la hemos perdido! —se lamentó Kaito, arrodillándose para quedar a su altura—. ¡Himiko! ¿Estás ahí? ¡Himiko! ¡Por favor, responde!
Kaito empezó a sollozar en el hombro de Himiko. Nunca lo había visto así, parecía que él también estaba perdiendo las esperanzas. Quería ir con ellos, ayudarlos y luchar contra Tsumugi, pero todo daba vueltas a mi alrededor. Y para colmo, Kokichi todavía no se había recuperado del golpe.
—¡La encontré! —gritó Keebo con ímpetu—. ¡Tengo la ballesta!
Su mano derecha se había transformado en una ballesta con flechas puntiagudas, y sin dudar ni un segundo se giró para apuntar a la cabeza de Tsumugi con ella. La determinación con la que estiró la ballesta se asemejó a la que había tenido Shuichi antes de que le borrasen las esperanzas. Pero, al igual que la de Shuichi, la suya también desapareció. Keebo se quedó petrificado y el brazo que se había transformado en la ballesta le tembló.
—N-No irás a h-hacerme d-daño, ¿verdad, Keebo?
Esa voz chillona y pomposa ya no era la de Tsumugi, sino la de Miu Iruma. Tsumugi había cambiado su apariencia una vez más para intentar engatusar a Keebo. Y funcionó, porque el robot no disparó.
—¡ES MI CREADORA! —chilló M1-U con ojos brillantes—. ¡Es ella en carne y hueso!
—No... —trató de oponerse Keebo, aunque por el temblor de su brazo sabía que le estaba costando—. Es una impostora.
—¡Exacto! —suspiró Kaito, aliviado, al ver que Keebo no se dejaba manipular—. ¡Ahora dispara!
Keebo siguió apuntando a la cabeza de la impostora con la ballesta, pero no accionó la palanca para lanzar la flecha. M1-U le gritó a Keebo que bajase el arma y éste dudó por unos segundos. Ninguno de los dos apartó la vista de la falsa Miu, que apoyó las manos en su pecho y fingió temblar de terror.
—Keebo, ¿qué haces? —gritó Kokichi a mi lado, que había conseguido recuperar el aliento—. ¡Dispara!
Keebo bajó lentamente la ballesta, pero sacudió su cabeza y volvió a apuntar a Tsumugi con ella.
—Soy tu amiga, Keebo —tembló la falsa Miu—. Fui tu primera amiga, la única que no te trató como una simple máquina. ¿En serio vas a matarme después de todo lo que hemos compartido?
—Yo... No... —balbuceó Keebo, y vi la duda en sus ojos.
—¡Keebo, por el amor de Dios, dispara! —gritó Kaito a su lado mientras se aferraba a uno de los podios para no caerse.
Kokichi intentó levantarse para volver a cargar contra Tsumugi, pero un fuerte pinchazo en el costado se lo impidió. El golpe de Tsumugi le había hecho mucho daño. Levanté con sumo cuidado su camisa para evaluar la gravedad del impacto. Kokichi me miró sorprendido, pero no me lo impidió. Contuve un gemido de terror cuando vi que se le estaba empezando a formar un moretón del tamaño de su cabeza en el estómago.
—¡Mierda, los estamos perdiendo a los dos! —gritó Kaito, entonces me di cuenta de Keebo había guardado la ballesta y de que los ojos de mini Miu se habían vuelto negros.
—Vamos, Keebo —lo presionó la falsa Miu—. ¿Para qué resistirse? Puedes recuperarme, puedes recuperar a tu amiga. ¿Recuerdas lo que te dije sobre nosotros?
—Por supuesto, nunca lo olvidaría —repuso Keebo con nostalgia—. Me dijiste que tú y yo éramos diferentes al resto del mundo, y que eso nos hacía valiosos. Dijiste que las personas que se metían con nosotros lo hacían para rebajarnos a su nivel, porque ellos no eran capaz de brillar como lo hacíamos tú y yo.
—¿Miu dijo eso? —preguntó Kaito, incrédulo.
—Veo que lo recuerdas perfectamente —canturreó la impostora.
—Lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer —dijo Keebo, y su mirada se entristeció—. Esas palabras me hicieron replantearme que ser un robot no era tan malo después de todo.
—No lo es —dijo la impostora con un tono celestial—. Eres diferente y eso es lo que te da valor. Eres más que un robot, Keebo, eres mi robot.
—Tu robot... —murmuró Keebo, y estaba segura de que si hubiera podido sonrojarse lo hubiera hecho.
—Por eso quiero que vuelvas conmigo —le pidió la falsa Miu con timidez—. ¿Vendrías conmigo?
—¡No va a ir contigo! —replicó Kaito, pero por más que sacudiera a Keebo y pasara una mano por delante de sus ojos, éste no respondía.
—Únete al lado de la desesperación, Keebo —canturreó la impostora, arrastrando las palabras.
—Me uno al...
—¡No! —le interrumpió Kaito, pero fue inútil, porque tanto M1-U como Keebo habían caído en la desesperación. Al igual que Shuichi y Himiko, se quedaron inmóviles con los ojos negros y vacíos, como si estuvieran desconectados.
—Mierda, esto no puede estar pasando —escuché a Kokichi maldecir por lo bajo.
—No te muevas, te dolerá más —le aconsejé al ver que se trataba de incorporar.
Pero Kokichi no me hizo caso. Se sentó sobre sus rodillas delante de mí y atrapó mi cintura con sus brazos. Cuando me acercó a él, llevó mi cabeza hasta su pecho con sumo cuidado. Soltó un gemido de dolor cuando presioné sin querer el moretón de su costado, pero no protestó más. Hundió las yemas de sus dedos en mi cabello y acercó sus labios a mi oído para susurrarme:
—Se va a disfrazar de Rantaro para engatusarte, pero no la mires. Pase lo que pase, no la mires, quédate apoyada en mi pecho, ¿vale?
Asentí con la cabeza y envolví mis brazos a su alrededor, escondiéndome en su torso.
—Todo va a salir bien, (t/n) —musitó no muy convencido—. No permitiré que nos hagan lo mismo que a ellos.
—Tenemos que salvar a Kaito. —Fue lo único que pude balbucear.
Antes de que Kokichi pudiera responderme, Tsumugi alzó la voz con ese tono de prepotencia que tanto detestaba.
—Todo va a salir bien, (t/n) —escuché que lo remedó. Sin embargo, seguí las advertencias de Kokichi y no despegué la cabeza de su pecho—. No permitiré que te pase nada, (t/n).
—Cállate, arpía —escupió Kokichi, afianzando el abrazo.
—Qué romántico —suspiró Tsumugi—. Sí, desde luego que sois un buen ship. Al menos eso dicen ellos.
—¿Ellos? —escuché que preguntó Kaito.
—Ups, supongo que he roto la cuarta pared —se lamentó Tsumugi—. Lo siento, culpa mía.
—¿De qué carajos estás hablando? —quiso saber Kaito.
—De ellos —repuso la chica, y me jugaba el cuello a que estaba esbozando una de sus repugnantes sonrisas—. Ellos son la razón por la que me he vuelto más fuerte que nunca. Me odian, puedo sentirlo. Y ese odio alimenta mi talento, por eso ahora soy capaz de borraros las esperanzas. Ellos me están dando lo que necesito, por mucho que no quieran hacerlo.
—¿Qué? —musitó Kaito, confuso—. ¡Te has vuelto loca de remate!
—No importa —rió la chica—. No es algo que puedas comprender.
—¿A qué te...? —Kaito no pudo terminar la frase, y escuché un golpe seco contra el suelo.
—Vaya, ¿se ha muerto? —murmuró Tsumugi—. Agh, no, solo está agonizando.
Apreté mis manos en la cintura de Kokichi y cerré los ojos con fuerza cuando sentí la mirada de Tsumugi penetrar mi nuca.
—Por cierto, Kokichi —lo llamó ella—. Es el turno de tu querida (t/n), y no puedes hacer nada para evitarlo.
—No la mires —se apresuró a susurrarme Kokichi—. Quédate en mi pecho.
—Eso está muy bien, Kokichi —dijo la voz de Tsumugi—. Pero no sé si te das cuenta de que también puedo imitar su voz.
Esas últimas palabras no habían salido de la boca de Tsumugi. Conocía muy bien esa dulce voz que aún hacía eco en mi cabeza. Instintivamente, levanté la cabeza apartando los brazos de Kokichi y lo busqué con la mirada.
—¡Rantaro! —grité cuando mis ojos se encontraron con los suyos, brillantes como dos esmeraldas. Su sonrisa era tan bonita como la recordaba, y sentí un dolor insoportable en mi pecho al verla.
—¡No lo mires! —exclamó Kokichi, y me obligó a esconder mi cabeza en su pecho, rompiendo por completo mi contacto visual con Rantaro.
—No puedes hacer nada, Kokichi —dijo Rantaro, con una calidez placentera—. El simple sonido de mi voz puede provocar un efecto en ella, ¿verdad, (t/n)?
—Verdad... —escuché que decía alguien, y segundos después me di cuenta de que había salido de mi boca.
Kokichi presionó mis oídos con las palmas de sus manos y sentí su respiración en mi cuello.
—Escúchame a mí, concéntrate en el sonido de mi voz —me susurró.
Asentí a pesar de que una parte de mí quería seguir escuchando a Rantaro.
—Vale, quiero que estés bien atenta —prosiguió Kokichi con nerviosismo—, porque lo que voy a decir va a ser muy vergonzoso, sobre todo para mí. Por eso quiero que olvides todo a tu alrededor y te concentres solo en mí. ¿Lo estás haciendo?
—Sí —afirmé, intentando ignorar las llamadas de Rantaro—. ¿Qué es lo que vas a...?
—Vamos, (t/n) —canturreó Rantaro—, sé que me echas de menos.
—Voy a enumerar todas las cosas que me gustan de ti—se apresuró a susurrarme Kokichi.
Sentí un cosquilleo subir hasta mis mejillas. Dejé de escuchar la voz de Rantaro y puse toda mi atención en Kokichi. Me daba vergüenza que me dijera las cosas que más le gustaban de mí, pero al mismo tiempo sentía curiosidad. ¿Qué podía tener yo que le gustase tanto a Kokichi?
—No voy a ser capaz de mirarte a los ojos después de esto... —bromeó con nerviosismo—. Está bien, primero que todo, me encanta tu sonrisa, pero no la que pones cuando quieres ocultar que estás mal, sino la verdadera, esa en la que tus ojos se empequeñecen y tus hoyuelos se marcan en la comisura de tus labios. Aunque claro, el punto anterior lo supera la manera tan bonita en la que arrugas tu nariz cuando te sonrojas. Cada vez que lo haces me entran unas incontrolables ganas de besarte.
La calidez de su abrazo y de su voz fueron suficiente para hacer desaparecer la tentación de mirar a Rantaro. Ya no tenía miedo de que se metiese en mi mente como había logrado hacer con los demás, porque lo único en lo que pensaba era en quedarme acurrucada en los brazos de Kokichi por siempre.
—Dime más —le pedí, y sentí su corazón acelerarse.
—Hay gestos que haces que me vuelven loco —continuó, y su mejilla rozó la mía—. Por ejemplo que te muerdas el labio cuando te pones nerviosa o que te eches el pelo hacia detrás cuando te pones a reflexionar.
—¡(t/n)! —gritó Rantaro, devolviéndome a la realidad—. ¡Escúchame! Tengo otras maneras de llegar a ti, no puedes huir de la desesperación. Él no puede salvarte, déjalo ir.
—Me encanta que nunca te dejes mangonear por nadie —se apresuró a decir Kokichi—. Me encanta esa seguridad que muestras en los juicios y los cortes que le das a M1-U cuando sacas tu lado más agresivo.
—Sé que puedes oírme dentro de tu cabeza. —La voz de Rantaro interrumpía continuamente la de Kokichi, pero este último no parecía escucharla, era como si saliera de mi cabeza—. No puedes escapar de mí.
—Kokichi... —intenté avisarle de que Rantaro estaba dentro de mi cabeza, pero no fui capaz de articular bien las palabras.
A pesar de que mi cabeza estaba hundida en el pecho de Kokichi y no había mantenido contacto visual con Rantaro, sentí una inmensas ganas de correr hacia él y abrazarlo. Intenté oponer resistencia, pero fue inútil, era como si alguien se estuviese adueñando de mi mente.
—Hay tantas cosas que me gustan de ti que nunca acabarían de enumerarlas. —La voz de Kokichi cada vez se oía más lejos, como si alguien estuviera tirando de mí para alejarme de él—. ¿Sabías que tienes cinco lunares en el brazo que forman juntos un corazón? Me parecieron preciosos la primera vez que los vi. Pero lo que realmente me gusta de ti es que seas capaz de ver a través de mis mentiras, que seas capaz de comprenderme, incluso cuando yo no puedo hacerlo.
—Sé que quieres estar conmigo —volvió a interrumpir Rantaro, y apareció un pinchazo muy doloroso en mi cabeza—, sé que quieres mirarme a los ojos y sé que quieres abrazarme. ¿Por qué luchar contra esas ganas? Déjate llevar, todo será más fácil de esa manera.
—Quiero salir de aquí contigo —dijo Kokichi, levantando mi cabeza para mirarme a los ojos; su rostro estaba borroso—. Me gustaría llevarte al cine o a cenar como una pareja normal y... ¡Mierda, (t/n), tus pupilas!
Kokichi me sujetó por los hombros, pero no sentí su contacto, era como si el cuerpo ya no me perteneciese. Mi visión empeoraba por momentos, al igual que el dolor en mi cabeza. Abrí la boca para hablar, pero de ella no salió ni una sola palabra.
—¡Para! —oí gritar a Kokichi con desesperación—. ¡Para de hacerle lo que sea que le estés haciendo! Tsumugi, si quieres ejecutarme, aquí me tienes, pero déjala a ella.
—No soy Tsumugi, soy Rantaro —rió la voz, dulce y atrayente, de Rantaro—. No puedes hacer nada por ella, está a punto de caer bajo mis encantos. Cosa que no es muy complicada, las tengo a todas haciendo fila.
—¡(t/n)! —Kokichi me sacudió por los hombros, pero yo no podía mover ni un músculo—. ¡No dejes que entre en tu mente! ¡Vamos, sé que eres fuerte! Tienes que luchar, no me dejes.
Kokichi tenía razón, debía luchar; pero la voz de Rantaro era tan dulce que acaramelaba mis oídos. Sentí una sensación de bienestar en mi cabeza, como si me hubiesen inyectado un chute de azúcar en el cerebro. Lo único en lo que podía pensar era en volverlo a ver, escuchar y abrazar. ¿Qué había de malo en eso? Solo serían unos minutos...
—¿Me estás escuchando? —dijo una voz que no reconocí, y me di cuenta de que no podía ver nada, me había quedado ciega—. ¡(t/n), por favor, dime algo!
No sabía quién estaba hablando, pero su voz me molestaba, porque no me dejaba escuchar a Rantaro con claridad.
—Vamos, (t/n), solo un poco más —siseó Rantaro—. Déjame entrar en tu mente y estaremos juntos por siempre, te lo prometo.
—¡No lo dejes! —insistió esa irritante voz—. (t/n), si te pierdo no me quedará nada. Tienes que luchar contra esto. Si no lo haces por ti, hazlo por mí, te lo suplico.
Esa voz comenzaba a sonarme, y sentí un fugaz dolor en el pecho al escuchar sus palabras. Pero se fue tan rápido como volvió la sensación placentera en mi cabeza. Alguien intentaba entrar en ella y lo dejé sin resistirme. No tenía sentido oponerse a ese sentimiento tan satisfactorio. Al contrario, quería más.
De pronto, todo empezó a distorsionarse. Ya no escuchaba la voz de Rantaro y el placer había desaparecido. Ahora solo quedaba un vacío siniestro. Intenté abrir los ojos y moverme, pero el cuerpo ya no era mío. Era como si alguien se hubiera apoderado de él y me hubiese dejado atrapada en una jaula de cristal, que se hundía poco a poco en el fondo del océano, donde nunca nadie la encontraría.
Eso fue lo último que me dio tiempo a pensar antes de que mi mente se desconectara para siempre.
• ────── ❋ ────── •
Hoy solo tengo una pregunta para vosotros.
¿Os habéis unido ya al lado de la desesperación?
Porque yo sí, y ya no hay vuelta atrás.
Aunque ahora mismo estoy como este meme👇🏻
Pd: vuestra suerte me sirvió en los exámenes de la semana pasada. Ya solo me quedan dos muy tochos. Estoy llorando brillitos. T-T
Nos leemos la próxima semana ❤️
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