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Capítulo 81


Este es el capítulo de mañana, pero lo publico hoy porque mañana no voy a poder. Así que disfrutad <3 Y recordad darle a la estrellita, comentar y compartir la historia si os gusta mucho.

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-(t/n)-

—¿A qué te refieres con que la desesperación solo acaba de empezar? —le preguntó Shuichi a Tsumugi, tensando sus hombros.

¿Que podía ser más desesperante que sentir la pérdida de un amigo, que encima había trabajado con mi peor enemigo? No pensaba que pudiera haber algo más doloroso que eso. En mi pecho sentía el enorme vacío que se había llevado Rantaro, y dolía como mil agujas atravesándome la piel. Me rehusaba a pensar que había algo más desesperante que eso.

Y no sabía lo equivocada que estaba.

—Está bien, está bien —declaró Tsumugi con las manos en su cintura—. Debéis estar muy confundidos, lo entiendo, pero para eso estoy aquí. ¡Para terminar de resolver este caso!

—Creo que voy a vomitar —musitó Himiko, inclinándose sobre si misma.

—Si vas a hacerlo, procura no manchar los podios —le regañó Tsumugi—, son difíciles de limpiar, ¿sabes?

—¡Yo me piro de aquí antes de que esto se ponga feo! —anunció M1-U, asustada, mientras se escondía dentro del sistema de Keebo.

Hasta que no me moví hacia un lateral no me di cuenta de que el brazo de Kokichi seguía enrollado en mi cintura, sujetándome para no dejarme caer. No era capaz de mantenerme en pie por mí misma, así que apoyé una mano en su hombro. La cabeza me daba vueltas, pero conseguí reunir fuerzas para hablar.

—¿Se ha ido? —dije en un tono frágil, y Kokichi me miró con preocupación—. Rantaro... ¿Se ha ido para siempre?

Mi pregunta no iba para nadie en particular, simplemente necesitaba oírlo de otra persona para confirmar que era real. De alguna manera quería torturarme a mí misma, porque creía que me lo merecía. Pasaron unos segundos de silencio hasta que la última persona a la que quería escuchar contestó mi pregunta.

—Oh, ¿te refieres a esos trozos de carne que asumisteis que eran de cerdo? —dijo Tsumugi sin cortarse un pelo—. Sí, digamos que Rantaro se convirtió en un tomate triturado. Fue un poco cruel que lo confundierais con un cerdo, ¿sabéis? Deberíais sentiros mal con vosotros mismos, especialmente tú, Shuichi.

—¿Y-Yo? —murmuró éste.

—¡No le eches la culpa a Shuichi! —saltó Kaito con aspereza—. Has sido tú quien ha matado a su propio ayudante.

—¡Por dios santísima! —exclamó Tsumugi, llevándose las manos a la boca—. No, no, no. Yo nunca haría eso. ¿Qué te hace pensar que fui yo quien lo asesinó?

—Bueno... —balbuceó Kaito, rascándose la coronilla—. Esto... Tienes que ser tú, ¿no?

—Víbora —musitó Kokichi en un tono apenas audible.

Tsumugi se volvió hacia él con una inocente sonrisa en el rostro.

—Perdona, Kokichi, no te he oído bien. ¿Decías algo?

—¡He dicho que eres una puta víbora asquerosa! —explotó Kokichi, sujetándome con el brazo izquierdo y apretando el puño con el derecho.

Tsumugi apenas reaccionó al grito de Kokichi, lo miró estática por unos segundos y luego frunció el ceño.

—Te admito lo de víbora —dijo ésta, girándole la cabeza—, pero lo de puta es inadmisible.

Estaba claro que Tsumugi no se había sentido ofendida por el comentario, tan solo quería molestar a Kokichi.

—Que te jodan —escupió éste, apretando la sujeción en mi cintura.

—Estás enfadado conmigo, lo entiendo —Tsumugi torció los labios y se llevó el dedo índice a la mejilla—, pero aún no he dicho nada por lo que debas estar enfadado de verdad.

—¿Cómo? —dijo Kokichi, analizando cada gesto de Tsumugi con detenimiento—. ¿A qué te refieres?

—Ninguno de vosotros sabéis exactamente lo que ha pasado en este caso —explicó ésta con una alegría irritante—. Bueno, Shuichi estuvo muy astuto deduciendo que el veneno no me había matado. Sí, esa parte era cierta. Manipulé a Kaito para que hiciera el trabajo sucio. ¡Muy bien, Kaito! ¡Sigue siendo así de estúpido! Mientras vivas, claro.

—Serás... —murmuró Kaito, cuyo cuerpo estaba cada vez más débil—. No voy a dejar que alguien como tú me hable así, ni a mí ni a mis amigos.

—Oh, qué bonito, eso sí que es amistad —comentó Tsumugi con un tono burlesco—. Lástima que no vayas a durar mucho. En fin, volviendo al tema, estos dos pequeños retoños —Tsumugi me señaló a mí y a Kokichi— os dijeron que la cámara frigorífica la usaron para esconder mi supuesto cuerpo, y era verdad, solo que yo estaba vivita y coleando.

—Rantaro te ayudó a salir de la cámara, ¿verdad? —quiso confirmar Keebo.

—Podría haber sido así —suspiró Tsumugi—, pero no fue el caso.

—¿Qué ocurrió, entonces? —preguntó Keebo.

—Estás muy interesado en el tema, Keebo —sonrió Tsumugi—. Puedo ver que no te ha afectado nada la muerte de Rantaro, eso está muy bien. No seas una llorica como (t/n) —Tsumugi me lanzó una mirada de asco y negó con la cabeza—. Mírala, no puede ni mantenerse en pie.

—Déjala en paz —demandó Kokichi, retándola con la mirada—. O te juro que no sales viva de esta sala.

—Tus amenazas me dan mucha pena, Kokichi —dijo Tsumugi, torciendo la nariz—, incluso siendo una chica podría mandarte a la otra punta de la habitación de una sola patada, así que yo que tú mantendría la boca cerrada.

—¡Me importa una mierda! —gritó Kokichi, y sentí su mano temblar en mi cintura—. Ya te golpeé una vez, puedo hacerlo de nuevo.

—Así que vas a comportarte así, eh —rezongó Tsumugi—. Kokichi Oma, un chico malo que amenaza a quien no debe. Está claro que debo endurecer el castigo. Por lo que veo no te importa lo que te pase a ti, pero sí lo que le pase a (t/n), ¿me equivoco? ¿Pero qué digo? ¡Claro que no me equivoco! Como ves... Conozco tu punto débil.

Kokichi soltó un gruñido de rabia, y le di un pequeño apretón en el hombro para intentar calmarlo. Cuando lo hice, sus ojos se encontraron con los míos y sus facciones se relajaron.

—Bien, creo que lo has pillado —siseó Tsumugi—. Ahora vuelve a tu podio o te ejecuto a ti y a (t/n) aquí mismo.

—¿Qué? —Kokichi aflojó su agarre en mi cintura y amplió los ojos hacia Tsumugi—. No pienso volver a mi podio y dejar a (t/n) aquí. No puede ni mantenerse en pie, necesita mi ayuda.

—Me. Importa. Una. Mierda —canturreó Tsumugi, devolviéndole a Kokichi sus mismas palabras—. Ahora vete a tu podio o acabaréis hecho trizas como Rantaro. ¿En serio vas a dejarme ejecutar a (t/n) con tanta facilidad?

—¿Qué tienes contra (t/n)? —rezongó Kaito, mirando a Tsumugi con repulsión, y luego me señaló—. ¿No ves que se encuentra mal?

—Deja que Kokichi se quede con ella —pidió Himiko, preocupada—. ¿Qué más da que no esté en su podio?

—No lo hace por ninguna razón en específico —repuso Shuichi—. Solo quiere tener el control.

—¡Correcto, Shuichi! —exclamó Tsumugi con alegría—. ¡Cuánto más queráis algo más os lo voy a quitar! Así que vuelve a tu maldito sitio, Kokichi, último aviso.

Kokichi se tensó y volvió a apretar su agarre en mi cintura, de modo que sus dedos presionaron el lateral de mi abdomen. Me fijé en su rostro y pude intuir que estaba teniendo un debate mental consigo mismo. Estaba segura de que se estaba planteando la posibilidad de abalanzarse sobre Tsumugi. Pero eso solo empeoraría las cosas. Lo último que quería era que le pasase algo a él también.

—Está bien, Kokichi —musité en un tono apenas audible, y sus ojos volvieron a recaer en mí—. No pasa nada, estoy bien...

Aunque esa era la mayor mentira de mi vida, y él lo sabía.

—Venga, Kokichi, estoy esperando —insistió Tsumugi, tamborileando con sus dedos en el podio—. No tengo todo el día, ¿sabes?

—Púdrete, Tsumugi —farfulló Kokichi, enseñándole el dedo de en medio, y ésta abrió la boca y se llevó una mano a pecho.

Cuando Kokichi se volvió hacia mí, su expresión se relajó. Sus ojos recorrieron cada detalle de mi rostro y sus manos se posicionaron a cada lado de mi cintura. Pude ver la preocupación en su mirada. Al recordar que me tenía que dejar allí, soltó un chasquido de molestia.

—(t/n), voy a tener que volver a mi podio, pero sigo estando aquí contigo ¿vale? Por favor, aguanta, agárrate a tu podio si crees que te vas a caer. ¿Me estás escuchando? Tranquila, estoy aquí contigo.

Asentí como pude y me aferré al lateral de mi podio. Kokichi no quiso apartar sus manos de mi cintura hasta unos segundos después. Estaba muy preocupado por mí, podía verlo en su mirada. Y al mismo tiempo sentía su ira hacia Tsumugi, porque yo también lo hacía. Aunque no podía expresarla, mi cuerpo estaba demasiado débil.

—Qué bonito y qué asco que dais —Tsumugi se metió dos dedos en la boca simulando una arcada—. Vamos, Kokichi, más rapidito, tenemos un juicio por delante.

Kokichi tenía ganas de estrangular a Tsumugi con sus propias manos, pero sabía que no era buena idea. Nos gustase o no, ella tenía el control del juego. En cualquier momento nos podía ejecutar si quería y tenía todo el repertorio de exisal bajo su poder. No era un movimiento inteligente intentar atacarla.

Kokichi caminó hasta su podio golpeando el suelo de mala gana. Cuando llegó, se dio cuenta de que el frontal de su podio se había roto debido a los fuertes golpes que le había propiciado anteriormente. Sus nudillos también habían sufrido consecuencias severas, se habían vuelto de un color morado muy doloroso. Pero eso a Kokichi no pareció importarle. Sus ojos buscaron los míos y me mostró una pequeña sonrisa que logró calmar una cuarta parte de mi dolor.

Al no estar sujeta por Kokichi, tuve que aferrarme bien a los laterales de mi podio para no caerme. Aún no tenía la suficiente fuerza como para hablar o caminar. En mi cabeza todo era un desastre, como si mis recuerdos se hubiesen desordenado.

—(t/n), ¿te sientes bien? —dijo Kaito, mirándome con inquietud.

Asentí a duras penas con la cabeza. Kaito era el que más preocupado estaba de todos. Entendía la gravedad de la situación, porque era el único que sabía de mi enfermedad ahora que Rantaro no estaba. Aunque mi estado no se debía solamente a la enfermedad.

—Ya dejad de preocuparos por ella —comentó Tsumugi, y luego esbozó una sonrisa burlesca—. Sois unos exagerados, no es como si se estuviera muriendo o algo así.

—¿A que ha venido ese comentario? —masculló Kokichi, entornando los ojos.

—Oh, nada, nada —se excusó Tsumugi—. Era una forma de hablar...

Kaito levantó el labio superior como un perro rabioso y Kokichi me observó cuidadosamente con el entrecejo fruncido.

—Bien, ahora que todos estamos en nuestros sitios —anunció Tsumugi, extendiendo los brazos—, continuemos con este desesperante juicio. ¡Hay que resolver el asesinato del traidor de Rantaro!

—Rantaro no era malo —le cortó Himiko con lágrimas en los ojos—. Él nunca actuaría como tú lo hiciste.

—Hum, puede que la actuación de antes fuese mía —empezó a decir Tsumugi—, pero hice un cosplay idéntico de Rantaro. No solo copié su apariencia, sino que su verdadera personalidad también, incluso sus sentimientos y emociones. Eso es lo que diferencia un buen cosplay de uno mediocre. Rantaro os mintió a todos desde el principio y caísteis directos en su trampa. Debo admitir que fue un buen cómplice.

—¿Quieres decir que su verdadera personalidad era esa que mostraste? —preguntó Shuichi, atónito.

—¿Qué esperabas del traidor definitivo? —se rió tsumugi—. Él era un experto en eso, en la traición. Y un gran actor si pides mi opinión. Nunca le importó ninguno de vosotros. De hecho, cualquiera que se acercaba un poco a él acababa muerto.

—¿A qué te refieres? —quiso saber Keebo.

—Bueno, hay varias cosas que pasasteis por alto —comentó Tsumugi, levantando su dedo índice—, como por ejemplo el segundo juicio.

—¿Qué ocurre con el segundo juicio? —espetó Kokichi, mirándola fijamente.

—Oh, ¿ahora recurres a mí, Kokichi? —soltó Tsumugi, parpadeando repetidamente—. Si quieres que conteste a la pregunta, pídelo por favor.

—Vete a la mierda —escupió éste.

—Venga, inténtalo otra vez —le pinchó Tsumugi—. No es tan complicado.

—Voy a coger tu cabeza y voy a estamparla cuantas veces pueda contra tu podio —farfulló Kokichi, torciendo la nariz.

—Me conformo —sonrió ella—. Bien, como iba diciendo, pasasteis por alto un pequeño detalle del segundo juicio. ¿Recordáis cual era el motivo para matar?

—Los videos, ¿no es así? —quiso confirmar Shuichi.

—¡Muy bien, Shuichi, por algo eres mi favorito! —bromeó Tsumugi—. Y ahora... ¿Cuales fueron los únicos videos motivo que no pudisteis encontrar cuando mirasteis en las habitaciones de todos, (t/n)?

Volví a la realidad cuando escuché mi nombre. Me di cuenta de que todos los ojos estaban puestos en mí, y quise desaparecer por unos instantes. Mi aspecto tenía que ser un desastre, porque Kokichi adoptó una expresión inquieta cuando me escaneó con la mirada.

—Preguntarte a ti es un caso perdido —resopló Tsumugi—. ¡Ey, Kokichi! ¿Cuales fueron los únicos videos que no encontrasteis en las habitaciones?

Kokichi se mordió la lengua para no insultarla, tenía muchas ganas de hacerlo, pero sabía que eso solo empeoraría las cosas.

—Los únicos videos motivo que no encontramos fueron los de Ryoma, Kirumi y Rantaro —repuso éste entre dientes.

—¡Buen chico! —se mofó Tsumugi, que se lo estaba pasando en grande—. En el juicio distéis por hecho que Ryoma tenía el video de Kirumi y viceversa, pero no caisteis en la cuenta de que era Rantaro quién tenía el video de Ryoma en realidad.

—¿Cómo? —Se sorprendió Kaito.

—Si Rantaro tenía el video de Ryoma, entonces este último tenía el de Kirumi —dedujo Shuichi—. Y ella debía tener el video de Rantaro.

—Pero sabemos que Ryoma y Kirumi se los intercambiaron mutuamente —continuó Keebo—. Lo que quiere decir que Rantaro fue quien intercambió el suyo con Kirumi en primer lugar.

—De esa manera, le daba el video de Ryoma a Kirumi, y ésta le daba a Rantaro el suyo propio —concluyó Shuichi.

—No por nada eres mi favorito, Shuichi —declaró Tsumugi, sonriente—. Es justo como dijiste. Rantaro le dio el video de Ryoma a Kirumi y él recibió su propio video.

—No... eso no puede ser —musité, utilizando todas mis fuerzas—. Rantaro me dijo que Monokuma le había puesto su propio video en primer lugar.

—Ya, eso es lo que él te dijo —comentó Tsumugi, impasible—, pero te olvidas de que era un traidor, así que te mintió. Él no recibió el suyo, sino el de Ryoma. Luego se lo dio a Kirumi, le chivó que Ryoma tenía el suyo y los incitó a intercambiarlos. Cuando los vieron, Ryoma se ofreció a morir y Kirumi aceptó encantada. Fue toda una sorpresa que Angie se adelantara.

—¡Eso es mentira! —exclamó Himiko con las mejillas rojas de la ira—. ¡Rantaro se llevaba bien con Kirumi! Él nunca...

—¡Exacto! —dijo Tsumugi sonriendo con malicia—. Rantaro comienza a llevarse bien con Kirumi y...¡Pum! Kirumi muerta. Rantaro comienza a llevarse bien con Ryoma y... ¡Pum! Ryoma muerto. ¿De verdad sigues teniendo dudas sobre si estaba actuando o no?

Himiko frunció el ceño y trató de esconder las lágrimas que volvían a brotar de sus ojos. Estaba destrozada. Y no era la única.

—La siguiente ibas a ser tú, (t/n) —comentó Tsumugi con resentimiento—. Pero le contaste a Kokichi sobre tu llave y tuvimos que cambiar nuestros planes. ¿Sabes lo mal que lo pasé pensando que no iba a haber cuarto juicio? Menos mal que Kiyo hizo de las suyas gracias a nuestro motivo. Y Tenko acabó sacrificándose por nuestra pobre Himiko. No fue un mal desenlace, no, no.

—¿¡No fue un mal desenlace!? —bufó Kaito entre dientes, y los sollozos de Himiko se intensificaron.

—Ah, que seguías vivo, Kaito —se burló Tsumugi—. Bueno, no te queda mucho.

—¿Vas a contarnos ya aquello que supuestamente sabes sobre el caso? —rezongó Kokichi, mordiéndose la lengua.

—¿Desesperado, Kokichi? —rió Tsumugi—. Está bien, démosle un repaso al caso. ¿Me ayudas, Shuichi?

—No, Shuichi —le advirtió Kaito—. No tenemos por qué escucharla, larguémonos de aquí.

—Esa decisión es muy estúpida, Kaito —repuso Tsumugi, llevándose el dedo índice a los labios—. Tengo un ejército de exisals ahí fuera y los martillos han sido destruidos por una servidora. ¡De nada!

—¿Qué? —Kokichi abrió los ojos de par en par—. ¿Te lo has cargado?

La única respuesta de Tsumugi fue una repugnante sonrisa.

—No estoy del lado de Tsumugi, pero no nos queda más remedio que continuar —dijo Shuichi, maldiciéndose en voz baja—. Tenemos que resolver el asesinato de Rantaro.

—Concuerdo —coincidió Keebo—. Repasemos rápidamente lo que sabemos.

—Sí, sí, buena decisión —se alegró Tsumugi—. Sabía que erais inteligentes.

—Los inicios de este caso se remontan a los momentos antes de que sonara la alarma —empezó a explicar Shuichi—. Por alguna razón que aún desconozco, (t/n) tenía sospechas de que Tsumugi era la mente maestra. Y compartió esas sospechas con Rantaro y Kokichi, sus personas de confianza. Sin saber que una de ellas, en realidad, trabajaba para Tsumugi.

—Kokichi activó las bombas de Miu en su habitación para desconectar las cámaras —prosiguió Keebo—. Y comenzaron a crear un plan para torturar y asesinar a Tsumugi. En teoría ésta no se tendría que haber enterado del plan, pero Rantaro, el traidor, le contó todo lo que necesitaba saber.

—Rantaro se había ganado la confianza de la mayoría de nosotros —declaró Shuichi—, así que ninguno de ellos sospechó que...

—Te equivocas —sentenció Kokichi—. Yo siempre sospeché de él.

Escucharlos hablar así de Rantaro me dolía, y no entendía por qué. Se suponía que tenía que odiarlo. Nos había engañado y había trabajado con la mente maestra desde el principio, pero no podía estar enfadada con él. Dentro de mi corazón seguía existiendo ese hueco que alguna vez llegó a ocupar su sonrisa. Rantaro fue mi primer amigo dentro de este juego. Pensar que todo había sido falso y que nunca le importé, me hacía sentir la más pura desesperación.

Necesitaba volverlo a ver. Aunque fuese una vez más, porque quería preguntarle si lo que Tsumugi decía era cierto, quería escucharlo salir de su boca. Pero su podio estaba vacío. De vez en cuando miraba hacia la puerta de la sala de juicios imaginando que entraba con su dulce sonrisa y su pelo revuelto. Me reconfortaba pensar que estaba soñando y que me iban a despertar los toques de Rantaro en la puerta de mi habitación para ir a desayunar.

Mi cabeza no podía asimilar la realidad porque ni siquiera sabía distinguirla. Mi mente estaba distorsionada. Solo quería volver atrás, a cuando todo era normal, sin traidores ni juicios. Solo quería recuperar a mi amigo. ¿Era mucho pedir? Lo único que podía hacer era mentirme a mí misma, pensar que nunca me traicionó, que nunca ayudó a Tsumugi y que nunca me dejó para siempre.

—En fin —suspiró Shuichi—, como Tsumugi conocía a la perfección el plan, utilizó a Kaito para intercambiar las etiquetas de los botes de mi laboratorio, pues sabía que usarían el bote de gas tóxico para matarla una vez la hubieran torturado.

—Kaito, siguiendo las instrucciones de Monokuma, activó la alarma como distracción —empezó a decir Keebo—, subió al laboratorio e intercambió las etiquetas.

—Luego, (t/n) y yo nos subimos a los exisal y fuimos al almacén para llevarnos el balde, la silla y las cuerdas —continuó Kokichi con un cierto deje de irritación—. Mientras tanto, la escoria de Rantaro tenía que secuestrar a Tsumugi. Él mismo se ofreció voluntario para hacerlo porque dijo que «se había ganado la confianza de Tsumugi».

—Pero se ofreció por otra razón —comentó Keebo—. Seguramente, ya había pactado con Tsumugi otro plan paralelo al vuestro. Así que deduzco que ella se dejó secuestrar y torturar en el laboratorio de (t/n).

—¡Correcto! —exclamó Tsumugi—. Y el premio gordo va para... ¡Keebo! Sí, sí, me dejé torturar por Kokichi. La desesperación que causa estar sumergida en el agua sin poder respirar es muy emocionante.

—Ojalá te hubiera ahogado allí mismo —escupió Kokichi.

—Oh, lo siento mucho, perdiste tu oportunidad —se burló Tsumugi—. Una pena, la verdad. Eso sí, tu tortura fue en vano. No dije nada que quisieras oír, ¿verdad, Kokichi? Más bien, todo lo contrario.

—¿Ese era tu objetivo? —rezongó Kokichi, apretando la mandíbula—. ¿Provocarme para que te torturara más?

—¡Por fin lo has pillado! —dijo Tsumugi con jocosidad—. Ay, chico, eres lento cuando quieres.

Kokichi soltó un gruñido y se contuvo de contestarle. No quería darle ese placer a Tsumugi. En cambio, se volvió hacia mí, me observó con detenimiento y me mostró un tímida sonrisa en señal de apoyo. No hacía falta ser un experto para saber que estaba destrozada, por dentro y por fuera.

—Cuando terminaron de torturarla —continuó Keebo—, (t/n) fue a buscar el bote de gas tóxico, pues al no obtener las respuestas que querían decidieron matarla.

—Pero para ese momento yo ya había intercambiado las etiquetas —murmuró Kaito, que había conseguido reunir fuerzas para unirse a la conversación—. ¡Maldición! Si lo hubiera sabido...

—(t/n) cogió un bote de gas inofensivo sin saberlo —prosiguió Shuichi—, y cuando lo dejaron dentro del balde de agua congelada, estalló. Pero, obviamente, no se esparció ningún gas tóxico.

—Te ha faltado una cosa —conseguí decir a duras penas, y todas las miradas se clavaron en mí—. Antes de romper el bote, Ran... Rantaro fue a buscar la máscara de gas al dormitorio de Kokichi y yo la cubitera de hielo a la cocina.

—En ese momento, Rantaro bajó a la guarida de la mente maestra —especuló Keebo—, no sabemos muy bien por qué, pero gracias a eso pudimos investigar la sala de los monitores.

—Luego salió y se reencontró con (t/n) —sentenció Kokichi—. Subieron de nuevo al laboratorio e hicimos estallar la botella.

—Rantaro fue el que entró en el laboratorio de (t/n) con la máscara de gas para meter el cuerpo de Tsumugi dentro del saco —continuó Keebo—. Kokichi y (t/n) pensaron que Tsumugi estaba muerta, pero Rantaro sabía perfectamente que aún seguía viva.

—La llevaron dentro del saco a la cámara frigorífica para esconder su cuerpo —añadió Shuichi—, por eso sellaron la puerta. Luego, Rantaro la ayudó a salir de allí.

—Y ahí es donde os equivocáis —indicó Tsumugi—. Rantaro no me ayudó a salir de la cámara frigorífica, porque nunca llegué a pisarla.

—¿Cómo? —profirió Kokichi, incrédulo—. Es imposible. El saco pesaba como si hubiera un cuerpo dentro cuando Rantaro lo colocó en la cámara.

—Es cierto, tenía un cuerpo dentro —afirmó Tsumugi—. Pero no era el mío. A ver, creo que no me estáis entendiendo. La clave de este caso es saber cuándo me disfracé de Rantaro.

—¿Cuándo? —preguntó Himiko, que había conseguido tranquilizarse un poco.

—Sí, será mejor que os lo diga —terció Tsumugi—. Si no, esto puede ponerse muy aburrido. Bien, como sabéis, uno de los tres mosqueteros tuvo que entrar al laboratorio después de que hicieran estallar la botella.

—Y sabemos que esa persona fue la que usó la máscara de gas —se apresuró a añadir Keebo—. En otras palabras, Rantaro.

—Espera... —Shuichi abrió los ojos de par en par—. No me digas que Rantaro se metió dentro del saco y tú te disfrazaste de él en ese momento.

—¿Qué? —Kokichi se quedó de piedra, y eso no era buena señal, pero yo estaba demasiado mareada para pensar.

—Muy acertado, Shuichi —le felicitó Tsumugi—. Rantaro entró con la máscara de gas, cerrando la puerta del laboratorio y dejando a los otros dos fuera, y en ese momento hicimos el intercambio. Yo me disfracé de él, y éste se metió dentro del saco marrón.

—Y cuando saliste con el saco a rastras —empezó Keebo, dirigiéndose a Tsumugi—, los demás no sospecharon nada porque nunca llegaron a ver lo que había dentro de él. Dieron por hecho que era tu cuerpo.

—Porque confiabamos en él... —masculló Kokichi— ¡No! Yo nunca confié en él. Nunca. Pero como (t/n) confiaba en él, hice un esfuerzo y... Mierda, tenía que haber dudado más de él, tenía que...

—Arrepentirse ahora no va a reparar nada, Kokichi —le atajó Keebo.

—Ya lo sé —farfulló éste.

—Entonces, a quien metieron dentro de la cámara fue a Rantaro —concluyó Shuichi—. Lo dejaron allí pensando que era Tsumugi, y luego ésta lo ayudó a salir para crear un asesinato falso.

—Casi, Shuichi —comentó Tsumugi, que había sacado de su bolsillo una lima de uñas y apuntaba a Shuichi con ella—. Ibas bien, pero te has equivocado en algo. Algo muy importante.

—¿Me he equivocado? —quiso saber éste, alzando ambas cejas.

—Nunca llegué a ayudar a Rantaro —dijo Tsumugi, limándose las uñas.

—¿Cómo? —profirió Kaito.

—¿Que nunca hiciste qué? —musitó Himiko con los ojos enrojecidos.

—Lo dejé morir en la cámara frigorífica —repitió, y soltó un chasquido de molestia cuando limó una uña más de la cuenta—. No me malinterpretéis, yo no quería dejarlo morir, fue él quien me lo propuso. Era parte del plan, nuestro plan. Él quiso sacrificarse como víctima para crear un juicio emocionante, y debo reconocerle al Rantaro del más allá que valió la pena.

—Eso quiere decir que Rantaro murió congelado —aclaró Keebo.

—Pero... —masculló Kaito—. Tú eres la asesina, tú lo tiraste a la cámara, como bien dijo Kokichi.

—No, no te has dado cuenta de un pequeño detalle —suspiró Tsumugi, y guardó la lima de nuevo en su bolsillo—. El último que realiza la acción es el asesino. Puede que yo pusiera el saco en la cámara, pero no fui yo quien selló la puerta.

—Claro... —musitó Himiko con ojos de vidriosos—. Si el último que realiza la acción es el asesino, la persona que selló la puerta de la cámara se convierte en culpable.

—Pero ¿quién selló la cámara? —preguntó Kaito, tragando saliva.

—Buena pregunta, Kaito —le felicitó Tsumugi—. Hagámosela a (t/n). ¡Ey, (t/n)! Deja de mirar al suelo ¿quieres? Te voy a hacer una pregunta.

Me volví hacia Tsumugi, pero su sonrisa me repugnaba tanto que tuve que apartar la mirada. ¿Por qué tenía que llamarme? ¿Es que no veía que mi mente era incapaz de pensar? Miré a Kokichi en busca de ayuda, pero lo único que obtuve fue un fuerte pinchazo en el pecho al ver que su rostro se había oscurecido. Tenía la mirada clavada en el suelo y la mitad superior de su cara estaba oculta tras varios mechones de su pelo. Eso no era buena señal. ¿Acaso estaba a punto de pasar algo muy malo?

—¿Quién selló la cámara frigorífica? —me preguntó Tsumugi, y comencé a escuchar su voz distorsionada en mi cabeza—. ¡Vamos, (t/n)! Ésta te la sabes, es muy fácil.

—¿Sellar? —repetí, siendo incapaz de crear una frase coherente.

—Sí, ya sabes, con el exisal —dijo ella, articulando las palabras de manera exagerada, como si estuviera hablando con un extranjero—. Ah, por cierto, la persona que lo hizo es la asesina, solo para que te quede claro.

—¿Asesina? —volví a repetir.

—Uf, eres un caso perdido —dijo mirándome con asco—. ¿Sabes siquiera dónde estamos?

—Dejala en paz... —masculló Kokichi sin levantar la mirada, parecía muy enfadado.

—Venga, (t/n) —me animó falsamente Tsumugi—. Tú puedes, solo un esfuerzo más. La pregunta del millón: ¿quién selló la puerta?

—Quien selló la puerta es el culpable... —balbuceé, tratando de pensar qué significaba aquello.

—Sí, sí, eso ya te lo he dicho —resopló Tsumugi—. Quiero que...

—¡Déjala ya, Tsumugi! —gritó Kokichi, levantando la mirada. Me preguntaba por qué sus ojos estaban vidriosos—. ¿Estás disfrutando de este maldito momento, verdad?

—Y no te imaginas cuánto —le sonrió ella con malicia—. Vamos, (t/n), no podremos avanzar si no lo dices en voz alta. Todos morirán por tu culpa.

—Por mi culpa... —repetí.

—Sí —asintió Tsumugi—. Todo será culpa tuya porque...

—¡Ya está bien! —le cortó Kokichi, dando un golpe en su podio. Su mano palpitaba, pero él no parecía sentir el dolor. Al menos no el externo—. ¡Yo responderé a tu maldita pregunta! ¡Fui yo! ¡Yo fui quien selló la cámara! Ahora déjala en paz de una maldita vez.

—¿K-Kokichi? —musitó Kaito, horrorizado—. No, espera, eso significa que...

—¡Correcto! —le interrumpió Tsumugi—. Kokichi fue la persona que selló la cámara frigorífica. Sí, sí, muy bien. Ya estamos llegando al final. De hecho, ya hemos descubierto a nuestro asesino ¡Mis felicitaciones a todos!

¿Ya habíamos descubierto al asesino? No comprendía las palabras de Tsumugi. Dentro de mi cabeza todo era un desastre. No entendía por qué todos miraban a Kokichi con lástima, ni por qué él me miraba a mí con los ojos enrojecidos. No me gustaba verlo así, quería que sonriera, porque su sonrisa me hacía sentir mejor.

—No puedes hacerle esto, Tsumugi —masculló Kaito—. Él no es ningún asesino. Maldita sea, puede que a veces me saque de mis casillas, pero no puedo permitir que lo ejecutes.

¿Ejecutar? ¿A quién iban a ejecutar? Estaba haciendo mi mayor esfuerzo por comprender las palabras de Kaito, pero no tenían ningún sentido dentro de mi cabeza.

—¡Es injusto! —dijo Himiko, secándose las lágrimas—. ¡Todo lo que haces es injusto! ¡No tienes derecho a quitarnos la vida de esa manera!

—Yo no he sido, Himiko —le recordó Tsumugi, señalando el podio de Rantaro—. Fue él. Todo fue idea suya. Él me propuso la idea, ¿recuerdas? Si quieres buscar un culpable para la ejecución de Kokichi, ese es Rantaro.

¿Ejecución de Kokichi? De repente, sentí unas ganas inmensas de vomitar. En mi cabeza algo empezó a cuadrar, como piezas de un puzzle encajando unas con otras. Y cada vez lo hacían con mayor rapidez.

—Cuando Rantaro me contó que (t/n) le había confesado la verdad, me puse muy furiosa —comentó Tsumugi—, pero él me dijo que no me preocupara, que tenía un plan para hacerle pagar, y yo tan solo me senté a escuchar.

—Les tendieron una trampa a (t/n) y a Kokichi —se lamentó Keebo—. Todo su plan trataba de sacrificarse para matar a uno de los dos.

Entonces, fue como si algo hiciera click dentro de mi cabeza. Volví a la realidad de sopetón. Ahora entendía perfectamente lo que estaba pasando. Toda esa carga que estaba intentando sujetar sobre mis hombros para no derrumbarme, me aplastó. Mis rodillas hicieron contacto con el suelo del podio y mi vista se nubló.

Ya no podía más. Pensar que había perdido a Rantaro era demasiado para mí, pero saber que iba a perder a Kokichi acabó por rematarme. Los dos en un mismo día. Las dos personas que más quería iban a abandonarme en el mismo día. No podía ser real.

—¿Qué ocurre, (t/n)? —preguntó Tsumugi, y aunque no la veía, apostaba a que tenía una sonrisa en la cara—. No tienes muy buen aspecto, ¿necesitas ayuda?

—Voy a matarte, Tsumugi —musitó Kokichi con voz trémula—. Aunque sea lo último que haga, juro que voy a matarte.

—Mucha suerte intentándolo —se burló ella.

De pronto sentí que me ahogaba. No podía respirar. Apoyé las manos en el suelo e hipé cuando intenté inspirar. La imagen de Kokichi siendo ejecutado se proyectaba en mi cabeza una y otra vez. Me retorcí de dolor y escuché un grito de agonía. Tardé unos segundos en darme cuenta de que ese grito había salido de mi boca.

Quería volver al pasado, a cuando Rantaro y Kokichi estaban a mi lado. Lo único que deseaba era que ambos me abrazasen y me dijeran que todo iba a salir bien. Si no era capaz de aceptar la muerte de Rantaro, muchos menos lo haría con la de Kokichi. Perderlo a él me terminaría de volver loca. Sentí unas inmensas ganas de abrazarlo y de llevármelo lejos de aquí, pero no podía moverme.

Apoyé mis manos en el suelo del podio y me vi reflejada en el cristal frontal. Mi pelo estaba hecho un desastre y mis ojos estaban inyectados en sangre. Ni siquiera me había dado cuenta de que llevaba un rato llorando. Tenía ganas de romper mi reflejo, de mandarlo todo a la mierda, de coger uno de los cristales y clavárselo a Tsumugi en el cuello. Pero no fui capaz de levantarme, en cambio, dejé que mis sollozos llenaran la sala, sin importarme lo ruidosos que podían llegar a ser.

—Oye, (t/n), ¿podrías bajar la voz? —dijo Tsumugi con irritación—. No me concentro con tus lloriqueos, y aún tengo que contar como saqué el cadáver de Rantaro de la cámara y lo trituré para hacerme pasar por él.

—¡Guárdatelo para ti! —bufó Kaito con voz ronca—. No queremos oír una palabra más de tu sucia boca.

—(t/n), ¿estás bien? —escuché que preguntó Himiko.

¿Cómo se suponía que podía estar bien? Necesitaba que alguien me dijera cómo podía sentirme bien. Solo quería olvidarlo todo, volver atrás. Pensaba en correr hasta Kokichi, tomarlo de la mano y arrastrarlo lejos de aquí. Lo único que quería era estar con él. Lo quería mucho y me sentía estúpida por no haberme dado cuenta antes, por no haber aprovechado mejor el tiempo.

—¡Pues claro que está perfectamente! —rió Tsumugi—. ¿No la ves? Se encuentra tan bien que está arrodillándose ante mí.

—No hables así de ella —le advirtió Kokichi—. Saborea tus últimos momentos, Tsumugi, porque si yo caigo tú también.

—Ah, ¿sí? —dijo Tsumugi, ladeando su cabeza hacia él—. Pues yo lo que veo es que estás tan asustado que no puedes ni moverte de tu podio. Pensaba que no le temías a la muerte, Kokichi.

—¡No hables como si fueras superior a nosotros! —bramó Kaito, rabioso—. Por encima de mi cadáver dejaré que lo ejecutes.

—Entonces esperaremos unos veinte minutos —calculó Tsumugi—. Más o menos lo que te queda de vida.

—Kaito no va a morir —murmuró Shuichi con nerviosismo—. Y... Kokichi tampoco. Se acabó el juego, Tsumugi.

—El juego se acabará cuando YO lo diga, ¿capisce? —gritó ella.

No aguantaba más. Me di cuenta de que si no hacía algo, Kokichi moriría. Pero, por más que pensara, no había nada que yo pudiera hacer. Quería salvar a Kokichi a toda costa, incluso si significaba perder mi vida. Y entonces, mi pecho se llenó de una sensación agradable y al mismo tiempo muy peligrosa: las últimas esperanzas.

—Tsumugi... —la llamé con voz queda.

—¿Sí, cariño? —contestó ella en un tono repelente—. Cuéntame qué es lo que te ocurre.

—Mátame a mí en su lugar.

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AAAAAAAAAAH CREO QUE ESTE CAPÍTULO ES PEOR QUE EL ANTERIOR

Me voy a quedar pobre de toda la terapia que os voy a tener que pagar ;(

Al menos deseadme suerte en los exámenes que tengo la semana que viene, porque la voy a necesitar T-T

Nos vemos el próximo lunes (mañana no, sino el siguiente). No me matéis mucho, yo os quiero <3

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