Capítulo 80
Antes de empezar, me gustaría comentaros que si os quedan dudas sobre este caso, no os preocupéis. Tengo pensado hacer un especial, cuando termine el juicio, desde el punto de vista de nuestro trío preferido. De esa manera entenderéis muchas cosas.
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-Shuichi-
—¿Que hiciste qué? —balbuceó (t/n), mirando a Kaito con perplejidad—. Pero... pero... tú...
—¡No puedo creerlo! ¡No puedo creerlo! —repetía Himiko con las manos en sus cachetes.
—Lo siento, no quería mentiros, de verdad que no quería—se lamentó Kaito, evitando el contacto visual—. No sabía que iba a pasar esto y no quería quedar como un idiota.
—¿De qué mierdas estás hablando, idiota? —le increpó M1-U—. ¡Explícate!
—¡Lo que quiero decir es que yo no soy ningún traidor! —insistió Kaito, indignado.
—¿Quieres dejar de contradecirte? —farfulló Kokichi—. Dejaste la tarjeta en la habitación de Shuichi pero resulta que no eres el traidor. ¿En serio crees que somos igual de estúpidos que tú?
—Ya has admitido haber cometido esos actos —le recordó Keebo—. No tiene sentido negarlo ahora.
—¡No los estoy negando! —Bufó Kaito—. ¡Pero yo no soy el traidor! ¡Es todo un malentendido!
—¿Y qué malentendido explica que tuvieras la tarjeta de la mente maestra? —Quiso saber Rantaro, escéptico.
—¡Os dije que estaba desesperado por encontrar una cura para la enfermedad! —explicó Kaito a voces—. Y Monokuma me hizo una oferta tentadora... Una en la que me ofrecía un tratamiento especial para mi enfermedad. En otras circunstancias no hubiera aceptado, pero estaba desesperado, no quería dejar morir a... —Kaito se lo pensó dos veces antes de contestar, y me dio la sensación de que le lanzó una mirada rápida a (t/n)—: A mí, no quería dejarme morir a mí.
—¿De qué trataba esa oferta tentadora? —Preguntó Rantaro con interés.
—Monokuma me dijo que tendría que hacerle dos favores a cambio de la cura —repuso Kaito, escondiendo las manos en sus bolsillos.
—Vamos, Kaito, córtalo ya—le atajó Kokichi—. Tú nunca harías un trato con Monokuma. Eso es más de mi estilo.
—Yo no fui a buscarlo, Monokuma vino a mí y me lo ofreció —insistió Kaito—. Él sabía que yo lo aceptaría ¡porque estaba desesperado por encontrar una cura! Además, nunca hubiera admitido haberlo hecho si realmente fuera el traidor, ¡no soy tan estúpido!
—No sé yo... —musitó M1-U, y se contuvo de hacer algún comentario jocoso.
—Confesaste porque estabas acorralado —insistió Keebo, que no se creía una sola palabra.
—¿De qué trataba ese trato? —volvió a preguntar Rantaro.
—El primero era intercambiar la etiqueta de un bote envenenado del laboratorio de Shuichi por otra de un gas inofensivo —contestó Kaito, abochornado—. Para asegurarse de que no me equivocaba, Monokuma me escribió en un papel los nombres de los botes que debía intercambiar. Aun así, tardé demasiado en encontrarlos. Y por eso Shuichi me pilló. Al principio no entendía por qué quería que intercambiara las etiquetas, me pareció irrelevante. ¡No tenía ni idea de que eso impediría el asesinato de Tsumugi!
—¿Y nosotros tenemos que creernos eso? —terció M1-U—. Esa pantomima del trato cuéntasela a otro. Monokuma nunca dejaría eso en tus manos.
—¡Os digo la verdad! —insistió Kaito, volviéndose de un color rojo.
—Yo sí le creo —declaró Himiko—. ¡Él nunca nos traicionaría!
—Las traiciones vienen de las personas que menos te esperas, Himiko —le advirtió Kokichi—. Es por eso que no debéis confiar en nadie.
—¡Pues bien que tú confiaste en Rantaro y (t/n) para intentar asesinar a Tsumugi! —le encaró M1-U a Kokichi, pero este último se limitó a sonreírle.
—Debo admitir que Kokichi tiene razón —coincidió Keebo—. Ha sido inesperada la traición por parte del Kaito falso.
—¡No hay ningún Kaito falso y no soy el traidor! —volvió a cargar Kaito, exasperado—. ¡Acepté el trato porque estaba desesperado y no quería morir!
—¿Y el segundo favor? —Quiso saber (t/n), la cual seguía consternada por la revelación.
—El de la tarjeta —sentenció Kaito, intentando relajarse, pues temblaba como un flan—. Monokuma me dio una tarjeta y me dijo que la pusiera en la habitación de Shuichi sin que se diera cuenta. ¡Yo no sabía que esa tarjeta abriría la puerta de la guarida de la mente maestra!
—¿No sabías nada? —inquirió Keebo—. ¿Ni siquiera sospechaste que podías estar haciéndole el trabajo sucio a la mente maestra?
—¡Claro que no! —se apresuró a responder Kaito—. Si lo hubiera sabido, nunca hubiera aceptado el trato.
—Si lo piensas bien, eso tiene más sentido —se mofó Kokichi—. Llegué a pensar que podías ser inteligente, Kaito, pero resultaste ser más estúpido de lo que creía.
—¿¡Y vamos a creerle sin más!? —saltó M1-U.
—Yo le creo —afirmó Himiko—. Kaito solo quería ponerse bueno, él nunca trabajaría con la mente maestra.
—Yo también le creo —le apoyó (t/n), y esbozó una pequeña sonrisa— Kaito solo cayó en la trampa de Tsumugi. Lo usó para que hiciera el trabajo sucio por ella, y así se aseguraba de que no la pillaran, ya que cualquier error recaería en Kaito. Por eso lo dejó en sus manos, su objetivo era inculparlo a él.
Kaito le correspondió a (t/n) la sonrisa y me dio la sensación de que se lanzaron una mirada de complicidad, como si supieran algo que nosotros no.
—Estoy de acuerdo con (t/n) —añadió Rantaro—, pero deberíamos asegurarnos de que Kaito es inocente. ¿No hay alguna pista que lo pueda descartar como ayudante de Tsumugi?
—¿Shuichi? —me llamó Keebo para saber mi opinión, y solo en ese momento desperté de mi ensimismamiento—. Fuiste tú quien destapó a Kaito, ¿crees que es inocente?
Kaito rehusaba mi mirada porque estaba molesto conmigo, pero no tuve elección. Me sentía avergonzado porque nunca quise acusarlo de esa manera, pero era lo correcto. Aunque, en el fondo, siempre quise pensar que había una explicación lógica que justificara sus actos. Y resulta que la había. Kaito nunca trabajaría para la mente maestra, así que yo también le creí.
—Kaito... es mi amigo y, a pesar de que sospeché de él en un principio, le creo —anuncié, consiguiendo que Kaito me volviera a mirar a los ojos con una pequeña sonrisa en el rostro, la cual correspondí—. Lo conozco, sus palabras fueron honestas. Y aunque colocase la tarjeta e intercambiara las etiquetas, él no interfirió en el plan de Kokichi, Rantaro y (t/n) porque estuvo conmigo todo el tiempo.
—Interfirió cambiando las etiquetas —insistió M1-U, que seguía empeñada en culpar a Kaito.
—¡Él no sabía que eso interferiría en el asesinato! —le defendió Himiko.
—Entonces ¿no hay traidor ni ayudante? —espetó Kokichi—. ¿Fue solo Kaito y su estupidez?
—¡Ey! —se quejó Kaito, avergonzado—. ¡Tampoco te pases!
—La afirmación de que hay un traidor entre nosotros sigue en pie —sentencié, y todos se lanzaron miradas acusatorias—. Kaito hizo el trabajo sucio, pero alguien más tuvo que ayudar a Tsumugi.
—Eso es lo que estaba pensando —coincidió Rantaro—. Cuando creímos que Tsumugi había muerto por el gas, la transportamos dentro del saco hasta la cámara frigorífica. Luego, sellamos la puerta con uno de los exisals para que nadie encontrara nunca su cadáver. Si estaba viva, alguien tuvo que ayudarla a salir.
—O sea que ese era el objetivo de la cámara —intuyó Himiko—. ¡Esconder el cuerpo!
—Tiene sentido, nadie sube nunca a la sala de máquinas —añadió Keebo—, y el material con el que sellaron la puerta era tan potente que hubiéramos tardado días en abrir la cámara.
—¡Qué listos, sin cadáver no hay anuncio! —soltó M1-U.
—No lo hicimos por el anuncio —terció (t/n)—. Al ser Tsumugi la mente maestra, estábamos seguros de que no sonaría. Lo hicimos para ocultar nuestro crimen. Con Tsumugi muerta, el juego acabaría y nadie sabría que nosotros nos hubimos encargado de hacerlo terminar.
—¡Pero fuisteis tan ingenuos de pensar que Tsumugi realmente había muerto! —les recriminó M1-U—. ¿Se puede ser más inútil?
—Oye, estaba nerviosa —Se justificó (t/n), maldiciéndose en voz baja—. Y tuvimos un... contratiempo.
—¿Qué más hicisteis? —inquirió Keebo, retomando la discusión.
—Nada más —sentenció Kokichi de mala gana, al parecer seguía empeñado en no colaborar.
—Hay varias cosas que nosotros tampoco entendimos cuando vimos el cuerpo —agregó Rantaro, ignorando las miradas fulminantes de Kokichi—. Cuando cerramos la cámara, no había ningún agujero en la parte posterior. Tuvo que haberse hecho después de que nosotros nos fuéramos de la sala de máquinas.
—En otras palabras, el traidor lo hizo —puntualizó Keebo.
—Además, nunca trituramos el cuerpo —admitió (t/n)—. Nosotros no tuvimos nada que ver con la trituradora, ni siquiera entramos en la sala de control.
—Eso fue parte del plan de Tsumugi y su ayudante —declaré.
—Entonces ¿dejasteis a Tsumugi dentro de la cámara y os fuisteis? —quiso saber Keebo.
—Sí, ni siquiera comprobamos si estaba muerta de verdad, lo dimos por hecho —admitió (t/n), disgustada—. Estaba segura de haber cogido el bote adecuado y nos confiamos...
—¿Y para qué la torturasteis? —preguntó Kaito.
—¿No es obvio, cabeza de colmena? —farfulló Kokichi, desdeñoso—. Para que nos contara cómo podíamos salir de aquí. Incluso si el juego acaba, no sabemos cómo escapar de esta jaula.
—Entonces, solo tenemos que descubrir quién hizo el agujero —comentó Himiko.
—¡El agujero lo hizo Tsumugi! —exclamó M1-U—. ¡Sí que tenía un rayo laser en el culo!
—No —le contradije—, Tsumugi no pudo haber hecho ese agujero para salir de la cámara. Lo hizo su ayudante.
—¿Su ayudante? —repitió Kaito, incrédulo—. Sigo sin creer que hay un traidor, ninguno de nosotros haría tal cosa.
—Después de saber lo que tú hiciste, me espero que la ayudante sea Himiko —se burló Kokichi—. No me sorprendería con lo fácil que sois de manipular.
—¡Yo no he hecho nada! —protestó Himiko.
—¡Venga ya, este juicio se está haciendo muy largo! —farfulló M1-U, irritada—. ¡Que dé un paso adelante el traidor!
—Mini Miu... así no funcionan las cosas —replicó (t/n).
—De hecho, no necesitamos que el traidor dé un paso adelante —intercedió Kokichi, esbozando una sonrisa maliciosa—. Sabemos perfectamente quién es.
—Ah, ¿si? —pregunté, atónito.
—No le hagas caso, Shuichi —terció Kaito—, seguramente no sepa...
—Es Keebo —sentenció Kokichi—. Hemos asumido que ese agujero fue hecho por un exisal, pero no olvidemos que Keebo también es un robot, seguro que tiene una función para ello.
—¡Pues claro que la tiene! —exclamó M1-U, orgullosa—. La instalé yo.
—¡Pero no lo delates! —saltó Himiko.
—Entiendo tu punto, Kokichi, pero yo no he usado mis funciones para hacer el mal —refutó Keebo—. Tampoco soy el ayudante de la mente maestra, estuve todo el tiempo con Himiko, ella es mi coartada.
—¡Cierto! —confirmó ésta—. Keebo y yo estuvimos todo el tiempo juntos.
—¿Segura que estuvisteis juntos todo el tiempo? —cuestionó Kokichi con perspicacia—. ¿No os separasteis ni un segundo?
—Bueno... Ahora que lo dices... —balbuceó Himiko—. Nos separamos cuando fui a buscar mi monopad a la habitación. Ahí fue cuando me encontré a Monotaro por el camino.
—¡Ahí lo tienes! —exclamó Kokichi, triunfal—. Eso es tiempo suficiente para ir a la sala de máquinas y hacer el agujero, en otras palabras, salvar a Tsumugi.
—Negativo, nunca hice algo así. —negó Keebo—. M1-U puede confirmar que estuve todo el tiempo en mi laboratorio, investigando las máquinas que habían allí.
—Sí... La verdad es que eran todas de muy baja calidad —se quejó M1-U, ignorando la situación en la que se encontraba Keebo—. ¡Hasta un coche de juguete tiene más potencia que esas inútiles máquinas!
—Esa copia china de Miu no es fiable —rebatió Kokichi—. Puede mentir para salvarse el pellejo.
—¡Ey, yo no soy como tú! —masculló M1-U, mientras hacía ondear su diminuto pelo.
—Eso es obvio, yo no soy un trozo de mierda —contraatacó Kokichi.
—Insisto —le atajó Keebo—, no me hubiera dado tiempo de ir y volver de la sala de máquinas para cuando Himiko viniese a mi encuentro.
—Lo cierto es que cuesta fiarse de Keebo sabiendo que ya fue modificado una vez —comentó Rantaro.
Keebo se estremeció en el sitio y bajó la mirada. No sabía qué más decir para defenderse, y Kokichi no paraba de atacarlo.
—¿Qué, Keebo? —le pinchó Kokichi, disfrutando del momento—. ¿Cómo se siente ser acusado y que nadie te crea? Supongo que te lo mereces, lo mismo le hiciste a (t/n), ¿no? Palabras textuales tuyas: la palabra de una sola persona debe ser cuestionada si no hay pruebas que confirmen lo que cuenta.
—¡Eso es lo que yo llamo una buena reverse card! —exclamó M1-U, que parecía ajena a lo que estaba pasando.
—Kokichi ¿estás insinuando que Keebo fue modificado por Tsumugi? —soltó Kaito, atónito—. ¡No me digas que en realidad era la ingeniera definitiva!
—No ha sido Keebo —anuncié con seguridad, antes de que Kokichi le contestase a Kaito—. Al menos es muy poco probable. La mente maestra tiene tecnología suficiente de la que beneficiarse, no creo que necesitara modificar a Keebo.
—Además, Keebo murió una vez —añadió (t/n)—. Y si no fuera por Miu, ahora mismo él no estaría aquí. Tsumugi no eliminaría a alguien que está ayudándola.
Keebo se mostró agradecido con (t/n) por haber saltado en su defensa, pero a su vez se sentía avergonzado por haberla acusado momentos atrás.
—¡Eso es cierto! —coincidió Himiko—. Keebo nunca haría algo así.
—Ya dijiste lo mismo con Kaito —le atajó Kokichi.
—¡Lo mío tenía una explicación! —se excusó Kaito.
—Sí, explotó tu última neurona, esa fue la explicación —bromeó M1-U.
—Hay otra cosa por la que sospecho que Keebo no es el traidor —intercedí, haciendo que todos se volviesen hacia mí —El cuarto exisal.
—¡Lo había olvidado! —exclamó Himiko, dándose un golpe en la frente.
—¿Qué pasa con el cuarto exisal? —quiso saber Kaito.
—Aún no sabemos por qué ese exisal estaba desactivado —tercié—, pero ¿y si lo desactivó el traidor?
—Tiene sentido —me apoyó Rantaro—, el traidor sabría cómo hacerlo. Seguramente, Tsumugi tiene el control total de los exisal, pero su ayudante no. Quizá solo sabe cómo desactivarlos en caso de emergencia sin necesidad de utilizar los martillos.
—Entonces, hemos resuelto el misterio del cuarto exisal —anunció Himiko, con voz fantasmagórica—. Lo utilizó el traidor para ayudar a Tsumugi a salir de la cámara frigorífica.
—Y luego se llevaron uno de los cerdos congelados para triturarlo y crear un señuelo —completó Keebo—. Más concretamente, un cadáver falso para fingir su propia muerte.
—Sigo sin entender por qué Tsumugi creó un cuerpo señuelo —protestó Himiko—. ¿Qué sentido tiene?
—Quizá vio que nadie estaba dispuesto a matar —sugirió Kaito—, así que creo un asesinato falso por su cuenta.
—Negativo —le contradijo Keebo—, Tsumugi sabía del plan de Kokichi, Rantaro y (t/n), seguro que quería vengarse de ellos. Los quería ejecutar injustamente como hizo con Kiyo.
—Pero ¿para qué hacer todo este espectáculo? —inquirió Rantaro—. Quiero decir, si nos quería asesinar injustamente, podía haberlo hecho como lo hizo con Kiyo, y no armar todo este juicio.
—En realidad, la verdadera pregunta es cómo se enteró Tsumugi del plan —declaré, pensativo.
—Por las cámaras, Shuichi —replicó M1-U—. ¡Pareces un principiante!
—Yo me estaba preguntando lo mismo que tú, Shuichi —admitió Kokichi, ignorando a M1-U—. Es imposible que se enterara porque maquinamos el plan en mi habitación.
—Y tu dormitorio no podía verse a través de las cámaras —recordó Keebo.
—Exacto, acabamos con todas las cámaras y micrófonos para que Tsumugi no escuchara el plan —explicó Kokichi, y luego me lanzó una mirada rencorosa—. Estuviste bastante perspicaz con esa mentira, Shuichi, diciendo que habías visto las cámaras de mi habitación y que yo no estaba allí. No podía desmentirte sin admitir que sabía que estaban desactivadas.
—Y ahora admitirás cómo las has desactivado, ¿no? —espetó Kaito, desconfiado.
—Déjame pensarlo... —Kokichi se llevó el dedo índice a los labios antes de contestar—: No.
—¿No nos vas a decir como lo hiciste? —gruñó Himiko, y Kokichi negó con la cabeza—. ¿Por qué?
—No me apetece —repuso éste, encogiéndose de hombros.
—¿QUÉ CARAJOS? —bramó Kaito—. ¿QUE NO TE APETECE? ¡Serás...! Si estuviera en plena forma no te escaparías de mí, desgraciado.
—¡Abre esa bocaza y cuéntanos cómo las desactivaste, chihuahua rabioso! —bufó M1-U, irritada.
Kokichi le mostró a M1-U una sonrisa burlesca que la fastidió aún más.
—Esto es serio, Kokichi —terció Keebo con frialdad—. Nuestras vidas están en juego.
—Me importan poco vuestras vidas —alegó, sin darle importancia.
—¡La tuya también está en juego, por si no lo sabías! —le reprendió Kaito.
Pero Kokichi seguía sin ceder. Al menos hasta que (t/n) habló:
—Kokichi...
—¿Ocurre algo? —le preguntó, como si los demás no estuviéramos allí.
—Cuéntaselo, no pasa nada —dijo (t/n), mirándolo fijamente—. Ahora todos tenemos el mismo objetivo, no tiene sentido ocultar esas cosas.
—Está bien... —suspiró Kokichi—. Solo porque no puedo resistirme a esos ojitos tuyos.
(t/n) se volvió roja como un tomate y desvió su mirada a la punta de sus zapatos. La reacción de ella pareció satisfacer a Kokichi y me dio la sensación de que le encantaba tener ese efecto en ella.
—De acuerdo, estad bien atentos, porque solo voy a explicarlo una vez —anunció Kokichi, sonriente.
—Va por ti, Kaito —bromeó M1-U.
—Resulta que los martillos eléctricos no fueron los únicos inventos que le pedí al sucio contenedor de semen —comenzó a explicar Kokichi.
—¿¡Cómo te atreves a llamar así a mi superiora!? —gruñó M1-U a punto de explotar —¡Si tuviera un cuerpo más grande, juro que te aplastaba, enano de mierda!
—¿Qué es el semen? —preguntó Himiko, inocentemente.
Todos nos volvimos hacia Himiko con los ojos como platos, pero ésta tan solo nos observó esperando una respuesta. Sabíamos que era inocente, pero esto era cruzar el límite.
—Algo que Keebo que no tiene —se burló Kokichi.
—¡Nos estamos desviando del tema! —se apresuró a responder Keebo—. ¡Por favor, hablemos de otra cosa!
—¡Eso! —exclamó Kaito con nerviosismo—. Kokichi, estabas hablando sobre otro invento de Miu...
—Así es —continuó—, cuando fui a hablar con ella para pedirle que creara un invento que derrotara los exisal, le pedí otro para destruir las cámaras de la academia. Aunque no las veamos, no soy estúpido, sabía que nos estaban vigilando.
—Miu terminó creando tres bombas capaces de desactivar cualquier aparato electrónico de Monokuma —prosiguió Rantaro—. Kokichi las escondió en su habitación cuando se llevó los martillos.
—Por eso nunca nos llegamos a enterar de la existencia de esas bombas —dijo Himiko, indignada.
—Espera un momento... Yo sí que sabía que existían —dijo Kaito, dándose un golpe en la frente— Kokichi las iba a usar en la sala de máquinas para burlar a Monokuma, pero entonces llegaron (t/n), Rantaro y Shuichi y nos chafaron el plan.
—¡Lo sabías y no dijiste nada! —gruñó M1-U—. ¡Está bien ser imbécil, pero nunca hay que abusar!
—¡No me acordaba, vale! —se defendió Kaito.
—Volviendo al tema —intervino Kokichi—, no pude utilizar esas bombas en aquel momento porque no me dejasteis completar mi plan, así que las guardé.
—Y las utilizamos para desactivar las cámaras del dormitorio de Kokichi —completó (t/n)—. Allí fue donde planeamos el asesinato de Tsumugi.
—Todo eso para que ella no descubriese vuestro plan —comprendió Keebo—. Ahora entiendo por qué no pudimos ver la cámara de la habitación de Kokichi.
—Solo teníamos que activar la bomba y ésta se encargaría de todo lo demás —añadió Kokichi, y luego esbozó una sonrisa—. ¿No es un plan perfecto?
—¡Pues al final Tsumugi terminó enterándose, así que no era tan perfecto! —le recriminó M1-U.
—Utilizasteis esa bomba en el laboratorio de (t/n) también, ¿verdad? —quise confirmar.
—En efecto, ¿cómo lo sabes? —se sorprendió Rantaro.
—Quedaron restos de pólvora en el lugar donde la hicisteis estallar —repuse.
—¿Pero por qué desactivar las cámaras de su laboratorio? —preguntó Kaito.
—Para asegurarnos de que esa puta no tenía ningún as bajo la manga que la ayudara a escapar mientras la torturábamos —escupió Kokichi—. Pero al parecer no ha servido de nada.
—Keebo —le llamó Kaito, confuso—. ¿Cómo es que no te diste cuenta de que las cámaras del laboratorio de (t/n) también estaban desactivadas?
—Lo siento, eran muchísimas cámaras y no me dio tiempo de verlas todas —se lamentó éste.
—Un momento —proclamó Himiko —, si esas bombas desactivaban cualquier aparato de Monokuma... ¡ya sabemos por qué nuestros monopads no funcionaban, Shuichi!
—Pero eso no puede ser posible, porque las cámaras de nuestras habitaciones también se hubieran desactivado —repliqué—. Y la única desactivada era la del dormitorio de Kokichi.
—Sí que es posible —terció Kokichi—. Miu me advirtió que la efectividad de la bomba iba disminuyendo a medida que se expandía la onda, la cual, además, era invisible al ojo humano.
—Lo que quiere decir que cuando la onda expansiva llegase a nuestras habitaciones —empezó a explicar Keebo—, sería demasiado débil como para desactivar las cámaras pero lo suficientemente fuerte como para desactivar los monopads.
—¡Entonces sí que se desactivaron por eso! —exclamó Himiko—. Yo me había dejado mi monopad olvidado en mi habitación.
—Yo también —añadí—. Seguramente durante el periodo en el que nuestros monopads estaban en nuestros dormitorios, ellos activaron la bomba.
—Y el mío y el de Kaito funcionaban perfectamente porque los llevábamos encima y no estábamos cerca de los dormitorios —concluyó Keebo.
—Por lo tanto, Kokichi no está mintiendo —murmuró Kaito.
—¿Ya no te fías de mí, Kaito? —se mofó Kokichi, y Kaito le lanzó una mirada fulminante.
—Vale, ya sabemos cómo desactivaron las cámaras —comentó Himiko—, pero ¿ahora qué?
—Esta nueva información solo puede significar una cosa, ¿verdad, Shuichi? —me dijo Keebo con complicidad—. Ya sabes lo que hay que hacer.
—Sí, sé lo que significa esto —declaré con firmeza—. El traidor solo puede ser una de las personas que estaban dentro del plan.
—En otras palabras, Rantaro, Kokichi o (t/n) —indicó Keebo.
—¿Qué? —profirió Kaito, atónito.
—¿Uno de ellos es el traidor? —preguntó Himiko con las manos sobre sus cachetes.
—Es lo único que cuadra —comenté con firmeza—, no hay otra manera por la que Tsumugi haya podido enterarse del plan. Las cámaras estaban desactivadas, y los micrófonos también. Si se enteró, fue porque uno de ellos se lo contó.
Inmediatamente, Rantaro miró a Kokichi y este último hizo lo mismo con Rantaro. (t/n), en cambio, estaba pálida y no era capaz de mirar a ninguno de los dos.
—Entonces vosotros tenéis que saber quién es el traidor, ¿verdad? —quiso saber Kaito, dirigiéndose a ellos tres.
Pero ni (t/n) ni Rantaro ni Kokichi respondieron.
—Estaba claro que no lo iban a delatar —sentenció Keebo.
—Pero ¿por qué? —preguntó Himiko—. Esa persona es una traidora que trabaja con Tsumugi, merece que la delaten.
—No lo harán —espeté—, la están protegiendo, por eso tenemos que descubrirlo nosotros mismos.
—¡Pero no tenemos manera de descubrirlo! —se quejó Kaito.
—Sí que las tenemos —advertí—, podemos llegar al quid de la cuestión, solo hay que pensar en las pistas que tenemos.
—Estoy de acuerdo con Shuichi —coincidió Keebo—, no los necesitamos a ellos para resolverlo. Por mucho que intenten proteger al ayudante, conseguiremos las pistas que lo identifique.
—¿Y por dónde empezamos? —preguntó Himiko, entristecida.
—Nuestra principal prioridad es descubrir quién abrió la puerta de roble cuando estábamos en la guarida de la mente maestra —comenté, pensativo—, esa persona tuvo que ser el traidor.
—Cierto, el traidor seguramente también tiene acceso a la guarida —añadió Keebo—, y, por ende, también tiene su retina registrada en la puerta tras el cuadro.
—¿Y cómo sabéis que fue el traidor el que abrió la puerta, y no Tsumugi? —preguntó Himiko, que hacía todo lo posible por negar la existencia de un cómplice.
—Cuando entramos en la habitación del monitor, la persona que abrió la puerta tuvo que ocultarse tras el cuadro del espejo —expliqué—. Lo que quiere decir que permaneció en esa habitación hasta que nosotros nos fuimos.
—¿Y cómo mierdas explica eso que no fue Tsumugi? —bufó M1-U.
—Porque si recordáis —declaró Keebo con seguridad—, al ver las constantes vitales, vimos que la de Tsumugi estaba alterada, su frecuencia cardíaca era demasiado elevada.
—No entiendo —se quejó Kaito—. ¿Eso no prueba que, efectivamente, era Tsumugi la persona tras la puerta?
—¡Exacto! —exclamó Himiko—. Tsumugi estaba alterada porque casi la pillamos y tuvo que correr hacia la puerta de retina.
—No, eso no le hubiera subido tanto su frecuencia —negué con la cabeza—. En cambio, una sesión de tortura sí.
—¿Quieres decir que en ese momento «Tsumugre» estaba siendo torturada? —soltó M1-U.
—En efecto —confirmó Keebo—, pero eso no es todo, ¿verdad, Shuichi?
—Sí, Kaito y yo vimos el exisal con el saco marrón antes de entrar a la guarida de la mente maestra —expliqué—. Lo que quiere decir que Tsumugi ya había sido secuestrada en ese momento.
—Por lo tanto es imposible que Tsumugi fuese la persona tras la puerta de roble —concluyó Kaito, que acaba de darse cuenta de ello.
—Vale, ya sabemos que el traidor fue quien abrió esa puerta, ¿y ahora qué? —espetó M1-U.
—Que Tsumugi estuviese siendo torturada también implica que había alguien torturándola —expliqué—. En otras palabras, quien estuviese torturando a Tsumugi en ese momento no es el traidor.
—¿Y quién torturó a Tsumugi? —les preguntó Kaito a los tres acusados, pero ninguno respondió—. Ts, no importa, me juego el cuello a que fue Kokichi.
—No podemos afirmarlo sin pruebas —terció Keebo—. Es por eso que tenemos que pensar en todo lo que hemos reunido hasta ahora, estoy seguro de que podemos averiguarlo.
—Podemos saber fácilmente quién fue la persona que torturó a Tsumugi —declaré—. Cuando vimos las constantes vitales de Tsumugi, salimos rápidamente de la guarida y en el pasillo nos encontramos a Rantaro y a (t/n).
—¡Lo que significa que Kokichi era la persona tras la puerta! —exclamó Himiko—. ¡Él es el traidor!
—No, Himiko —le contradije—. Eso significa que Kokichi era la persona torturando a Tsumugi.
—¡Lo sabía! —gritó Kaito—. Espera... ¿Cómo lo sabes?
—Porque Tsumugi fue torturada en el laboratorio de (t/n), es decir en el último piso —comencé a explicar—. Es imposible que Rantaro y (t/n) bajaran tan rápido desde el último piso hasta el primero, que es donde los encontramos. Lo que deja a Kokichi como la única persona posible torturando a Tsumugi.
—En efecto —coincidió Keebo—. Es imposible que les diera tiempo a bajar todas las escaleras durante el tiempo que tardamos en salir de la guarida.
—Eso descarta al chihuahua como posible traidor —sentenció M1-U, un tanto decepcionada.
—Y eso nos deja entre Rantaro y (t/n) —musitó Himiko, más triste que antes.
Kokichi apretó la mandíbula y me miró de tal manera que me dio la sensación de que tenía ganas de clavarme una daga en la garganta.
—¿Y ahora cómo adivinamos quién de los dos es? —preguntó Kaito.
—No creo que haya que discutir más al respecto —repuso Keebo, volviéndose hacia mí—, ¿verdad, Shuichi?
—Así es —coincidí—. De hecho, ya sabemos quién es el traidor.
—¿Quién es?—preguntó Himiko, asustada.
—¡Otra vez! ¡Qué manía con dejar el suspense! —se quejó M1-U.
—No cabe duda por todas las pistas que hemos recopilado —declaré—, incluso me atrevería a decir que se ha delatado sin querer, ¿me equivoco, Rantaro?
—¿CÓMO? —gritó Kaito, quedándose sin aire y dando tumbos de un lado a otro.
—Espera ¿qué? —Keebo se quedó boquiabierto—. Yo pensaba que era (t/n)...
—¿Ran-Rantaro? —tartamudeó Himiko.
Rantaro me observó, impasible. Mi acusación no había tenido ningún efecto en él, pero su mirada era intimidante.
—Dejad que me explique —les pedí—. Kaito y yo nos encontramos en el pasillo con Rantaro y (t/n), pero Himiko y Keebo pasaron antes que nosotros y no los vieron. Eso sumado a que (t/n) escondió rápidamente el hielo en la bolsa, me da a pensar que acababan de reunirse en ese momento.
—No entiendo una mierda —se quejó M1-U—. ¿De qué hablas, Shuichi?
—De que si acababan de reunirse cuando nosotros los encontramos, podemos deducir de dónde venían por las cosas que llevaban encima —expliqué—. (t/n) llevaba la cubitera de hielo, que solo pudo haber sacado de la cocina. Por lo que si venía del comedor, es imposible que estuviera en la guarida de la mente maestra.
—O sea que (t/n) no puede ser la traidora —murmuró Himiko.
—A diferencia de (t/n), Rantaro llevaba una bolsa en las manos —dije, y me volví hacia el acusado—. ¿De dónde sacaste esa bolsa, Rantaro?
Pero Rantaro no contestó ni apartó su mirada de la mía. A su lado (t/n) estaba tan pálida que juraría que se iba a desmayar. Hasta que alguien dio un golpe sobre el podio y ella dio un respingo.
—¡Eras tú! —escupió Kokichi con repugnancia—. ¡En esa bolsa habíamos guardado la máscara de gas y la cogiste de mi habitación! No dije nada antes porque llegué a pensar que (t/n) era la traidora. ¡Cómo pude dudar de ella! ¡Estaba claro que ibas a ser tú, escoria!
—No... —musitó (t/n) que se aferraba a los laterales de su podio sin comprender nada.
—Si esa bolsa la cogió de la habitación de Kokichi, entonces está claro que Rantaro es el traidor —proclamé—. Usó el ascensor de esa habitación para ir a la guarida, con la mala suerte de que al salir de la sala de los monitores se encontró con nosotros y tuvo que esconderse tras la puerta del cuadro.
—¿Qué, Tsumugi no te avisó de que le iba a dar la tarjeta a Shuichi? —le gritó Kokichi a Rantaro con rabia—. ¡Es que lo sabía! ¡Lo supe desde el principio! ¡Sabía que no eras de fiar!
—No lo sabías, eso solo eran tus celos —le increpó M1-U, pero cuando vio la fiera expresión de Kokichi decidió mantener la boca cerrada.
—Rantaro, ¿por qué? —murmuró Kaito, decepcionado.
—¿Seguro que estás en lo correcto, Shuichi? —preguntó Himiko con los ojos enrojecidos.
—Sí, ya no cabe duda —declaré—. La puerta del ascensor de Rantaro no tenía polvo porque la utilizaba para ir a la guarida, al igual que la de Tsumugi. Y la de Kokichi tampoco tenía polvo porque Rantaro la usó para bajar a la guarida cuando fue a coger la máscara de gas.
—Y cuando nos fuimos de la guarida, salió rápidamente y se encontró con (t/n) en el pasillo —completó Keebo—. Hace unos minutos, ella tuvo que deducir que Rantaro era el traidor, pero no dijo nada para protegerlo.
-No, no, no... —repitió (t/n) con la mirada perdida.
—¡Te dije que no debías confiar en él, (t/n)! —rugió Kokichi—. ¡Eres la peor basura que existe, Rantaro! ¿me oyes? ¡La peor basura que...!
—Basta, por favor —murmuró (t/n) sin fuerzas—. Rantaro, no. Él no es el traidor...
—(t/n)... —Kaito la miró con ojos compasivos.
(t/n) estaba temblando, casi no podía mantenerse en pie. Se apoyó en el lateral de su podio y miró a Rantaro que estaba a su lado, pero éste mantuvo su vista al frente, incapaz de mirarla.
—(t/n), aléjate de ese trozo de mierda —gruñó Kokichi, que se había puesto rojo de la ira, y fulminó a Rantaro con la mirada—. ¡Cómo tienes los huevos de decirnos que confiemos en ti para luego traicionarnos por la espalda!
—¡Basta! —gritó (t/n) con las pocas fuerzas que pudo reunir—. Tiene que ser un error. Él no es el traidor. No lo es. No lo es. No lo es...
—Es inútil negarlo—le advirtió Keebo—. Las pruebas son las pruebas.
—¡A la mierda tú y tus pruebas! —escupió (t/n)—. ¡Te digo que Rantaro no es el traidor! Seguro... Seguro que le ha pasado como a Kaito. Sí, eso es. Le ha pasado como a Kaito y Monokuma lo ha engañado, ¿verdad, Rantaro?
Rantaro no contestó y siguió mirando al frente, sin dibujar ninguna expresión en su rostro, tan solo tensó la mandíbula y en sus ojos noté unas pinceladas de tristeza.
—¿Ran? ¿Rantaro? —lo llamó (t/n) con voz queda, pero éste no respondió.
—No, (t/n) —me atreví a decir al fin—. Rantaro no ha sido engañado por Monokuma, es más, ha estado trabajando con Tsumugi desde el principio.
—¿Desde el principio? —se sorprendió Himiko.
—No... —balbuceó (t/n), temblando—. No, no y ¡no! ¡Estás mintiendo, Shuichi!
—¡Abre los malditos ojos, (t/n), no ves que...! —Kokichi se paró a mitad de la frase cuando vio el deplorable estado en el que se encontraba ella—. (t/n), respira, no estás respirando.
Parecía que (t/n) se había olvidado de cómo parpadear, hablar y mantenerse en pie. Estaba en estado de pánico. Su mente no era capaz de procesar lo que estaba pasando, y es que yo tampoco me esperaba esa traición por parte de Rantaro.
—Sé que Rantaro ha estado trabajando con Tsumugi desde el principio por una sencilla razón —comencé a explicar—: el primer juicio.
—¿Qué? —profirió Kaito.
—¿Podrías explicarte, Shuichi? —me pidió Keebo.
—¿Recordáis que los ascensores de Kaede y Maki no tenían polvo? —dije, llevándome una mano a la barbilla—. Eso es porque fueron utilizados para poner las cartas del primer juicio en sus respectivas habitaciones.
—Sí, eso ya lo sabíamos —repuso Keebo.
—No he terminado —comenté—. ¿Recordáis que la carta de Kaede nombraba lo ocurrido aquel día en el gimnasio?
—¿Te refieres a cuando nos reunimos todos y Kokichi anunció el intento de asesinato de Kaede? —preguntó Himiko.
—Así es —repuse—. Gracias a esa información supimos que la carta había sido escrita después de lo ocurrido en el gimnasio, y al salir de allí fuimos directamente a nuestros dormitorios. Por lo tanto, Tsumugi, la mente maestra, solo pudo escribir y colocar la carta en el periodo en el que nosotros salimos del gimnasio y fuimos hasta nuestras habitaciones.
—Pero eso muy poco tiempo, ¿no? —advirtió Kaito.
—Exacto —coincidí—, y teniendo en cuenta el tiempo que se tarda en subir a la habitación por el ascensor y apartar el armario con la palanca que hay en su parte inferior, es imposible para una sola persona dejar la carta de Kaede y Maki en sus respectivas habitaciones sin ser pillado en el acto.
—Entiendo —dijo Keebo—, es imposible para una persona, pero no para dos.
—Eso significa que Rantaro ayudó a Tsumugi a colocar las cartas —declaró Himiko, atónita—. Uno fue a la habitación de Kaede mientras que otro a la de Maki.
—Y si eso fue en el primer juicio, significa que han estado trabajando juntos desde entonces —concluyó Keebo.
—Kaede lo sabía —anuncié, dolorido—. Ella escuchó una conversación en la que al menos dos personas hablaban sobre reunirse en un lugar. Apuesto a que escuchó a Rantaro y a Tsumugi, por eso intentó asesinar a Rantaro en la biblioteca. Kaede no se equivocó, es más, casi logra matar al traidor.
—Seguramente por eso la eligieron a ella como primera víctima —añadió Keebo—. Querían eliminarla debido a esa conversación que escuchó, y engañaron a Maki para que la asesinara.
—No puede ser, no puede ser... —repetía (t/n).
—¡Maldito sucio rastrero! —exclamó Kokichi, furioso—. ¡Sabía que esa sonrisa tuya era falsa!
—Entonces, ¿Rantaro nos ha estado engañando todo este tiempo? —preguntó Himiko con lágrimas en los ojos—. Yo confiaba en él...
—Os lo dije, las traiciones vienen de quien menos te lo esperas —sentenció Kokichi, intentando no romper el podio a puñetazos—. ¡Solo confié en él porque (t/n) confiaba en él, pero sabía que había algo extraño con ese trozo de mierda!
—Ahora que lo pienso... —soltó Kaito—. ¿Rantaro no fue quien propuso la idea de la casa del terror?
—Es cierto, y también era el que se tenía que asegurar de que no habían armas allí —añadió Keebo—. Al principio no le dimos importancia, pero ahora...
—Propusiste esa idea porque sabías que habría un asesinato, ¿no es así? —bramó Kokichi en cólera, pero Rantaro seguía sin decir una sola palabra, y eso enfadó más a Kokichi—. Creaste un escenario perfecto para un asesinato y ni te molestaste en comprobar que no hubieran armas.
—También fue Rantaro quién encontró aquel libro que hablaba de Junko Enoshima —sentencié—. Es curioso, pero recuerdo que aquel libro estaba prácticamente nuevo y nadie lo había visto antes en la biblioteca, ni siquiera Kiyo que siempre andaba por ahí. Estoy seguro de que lo cogió de la guarida de la mente maestra.
—Y Rantaro estuvo de acuerdo en hacer el ritual de Kiyo —añdió Himiko, dolorida—. No me digas que ya sabía que alguien moriría...
—No solo eso, Rantaro también fue quien pausó la máquina que devolvió a Keebo a la vida —declaré—. Solo sabíamos de la existencia de esa máquina cuatro personas: (t/n), Kaito, Rantaro y yo.
—No puede ser... —(t/n) parecía haberse dado cuenta de algo, y su cuerpo se sacudió—. Rantaro fue el primero en mentir sobre mi llave. Él fue quien decidió no comentar que la llave abría mi laboratorio, y Tsumugi le siguió el juego. Pero ¿por qué?
—¿Por qué? ¡Yo te voy a decir por qué! —bramó Kokichi, dando otro golpe al podio—. ¡Porque querían usarlo en tu contra! ¿Qué pasa, Rantaro? ¿Ibais a utilizar esa mentira para incriminarla en algún asesinato? ¿Para ejecutarla injustamente?
Rantaro ya no podía evadir más preguntas, estaba acorralado. Y en el momento en el que alzó su mirada, supimos que algo había cambiado. Fue como si hubiera estado llevando una máscara todo este tiempo, y ahora se la hubiera quitado.
—Diste justo en el clavo, Kokichi —dijo, riendo por lo bajo—. Pero la muy estúpida te contó a ti también sobre la llave y nos jodió todo el plan.
(t/n) se quedó de piedra al escuchar esas palabras salir de la boca de Rantaro. Se aferró al lado del podio más alejado de él y abrió los ojos de par en par.
—¿Estúpida? —repitió ella, aturdida.
—No te atrevas a llamarla así, escoria —la defendió Kokichi, frunciendo el ceño y apretando el puño.
—¿Rantaro? —gimió Himiko muerta de miedo.
Pero Rantaro no era el mismo de antes. En su rostro se había formado una sonrisa escalofriante y sus ojos estaban llenos de desesperación.
—Debo admitir... que no esperaba esta jugada por tu parte, Shuichi —dijo, observándome fijamente—. Nos ha descubierto todo el pastel, ¿verdad, Tsumugi?
—¿Tsu-Tsumugi? —tartamudeó Kaito—. ¿Dónde está...?
—Me temo que sí, Rantaro —dijo la voz de Tsumugi, y cuando buscamos su origen nos dimos cuenta de que provenía del interior de Monokuma—. ¡Tenía que pasar tarde o temprano!
—¿Cómo es posible que Monokuma hable como Tsumugi? —se sorprendió Himiko.
—Porque ella es la verdadera mente maestra —sentencié— Rantaro es un simple cómplice, pero Tsumugi es la persona que controla a Monokuma. Nuestra teoría era cierta, Tsumugi sigue viva.
—¡Qué listo, Shuichi! —se rió la voz de Tsumugi—. No esperaba menos del detective definitivo, pero ya podías haberte esperado al sexto juicio.
—No podemos hacer nada, Tsumugi —dijo Rantaro entre carcajadas, que tenían un cierto parecido a las de Kokichi pero con verdadera maldad—. Tendremos que adelantarlo todo.
—¿Adelantarlo todo? —dijo (t/n) que no era capaz de articular bien las palabras—. ¿Qué está pasando, Rantaro?
—El Rantaro que conoces no existe, (t/n) —se mofó él—. La verdad es que eres muy fácil de manipular. Solo me hicieron falta unas cuantas frases bonitas, una historia triste sobre una hermana perdida, colocarte un mechón de pelo detrás de la oreja y abrazarte cuando más lo necesitabas. No me hizo falta nada más para que creyeras que era un chico bueno que se preocupaba por ti. Las chicas sois tan fáciles e ingenuas.
—¿Ingenua? —repitió (t/n), aturdida, con los ojos enrojecidos—. Pero... tú me diste aquel aparato para protegerme de Kiyo.
—Ah, sí, eso era un localizador —espetó éste con malicia—. Te dije que era para protegerte, pero en realidad era para saber tu ubicación en todo momento. Tsumugi me pidió que te lo diera para tenerte bien vigilada. Mientras lo llevaras encima, nos indicaría tu localización en tiempo real.
-Cabrón de mierda... —farfulló Kokichi a punto de explotar.
—Bueno, no solo era un localizador, ¿sabes? —soltó Rantaro con un tono burlesco—. Yo tenía la otra parte del aparato que me alertaba cuando tocabas botón. A Tsumugi no le interesaba que Kiyo te matase, y sabíamos que te iba a intentar matar. Después de todo, nosotros lo incitamos.
—¿Que vosotros QUÉ? —Bufó Kokichi arremetiendo contra su podio y conteniendo sus ganas de correr hacia Rantaro y matarlo con sus propias manos.
—¿Incitasteis a Kiyo a matarla? —quiso saber Keebo, atónito.
—¿Sabes esa foto que tienes, (t/n)? —dijo Rantaro, volviéndose hacia ella, lo que le hizo dar un respingo—. No eres la primera que la ve. Estuvo en manos de Kiyo una vez.
—¿Foto? —preguntó Kaito.
«Quizá se refiere a la otra parte de la foto que encontramos en el diario», deduje para mis adentros.
—Pero ¿por qué queríais que Kiyo matara a (t/n)? —pregunté.
—Para desviar la atención —contestó la voz de Tsumugi a través de Monokuma—. Rantaro fue descuidado y Kiyo casi lo pilla al salir por la puerta de la biblioteca. A partir de ahí, Kiyo siempre observaba a Rantaro con recelo, y te usamos como señuelo para matarlo.
—¿Fui un señuelo? —musitó (t/n), y pude atisbar una lágrima escaparse de sus ojos.
—Al principio iba a matar a Kiyo sin más, pero Kokichi vino con una propuesta muy interesante —comentó Tsumugi—. Él no quería que le pasase nada a la pobre (t/n) e hizo un trato conmigo. Una vida por otra vida. Yo salía ganando, me quitaba a Kiyo de encima y, además, habría otra muerte para el quinto juicio. Pero me traicionaste, Kokichi, no cumpliste tu parte del trato.
—Y me alegra no haberlo hecho —gruñó Kokichi.
—Entonces, solo querías quitarte a Kiyo de encima para que no delatara a Rantaro —concluí.
—Exactamente —canturreó Tsumugi—, y para evitar que el quinto juicio fuera aburrido. ¿Os imagináis a Himiko o a (t/n) como víctimas? No hubiera sido muy difícil averiguar quién se las había cargado. Kiyo estaba trastocado por sus traumas y nos iba a joder la diversión.
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⭑
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P.O.V -(t/n)-
No me lo podía creer, simplemente no podía creer que Rantaro, la persona en la que había confiado durante todo el juego, me hubiera engañado. No podía contemplar la idea de que me había llenado de palabras bonitas y de mentiras bien adornadas, y yo las había creído, porque lo consideraba mi amigo.
Y a pesar de todo, aún lo consideraba mi amigo. No podía asimilar una traición de ese calibre, no quería aceptarlo. Todo tenía que ser una terrible pesadilla.
Sí, era una pesadilla. Tenía que serlo, era la única explicación.
—Rantaro... —lo llamé con un hilo de voz—. Es todo una broma, ¿verdad? Una broma de mal gusto, tú no...
—¿Una broma? —Rantaro soltó una carcajada y me miró de forma burlesca—. La única razón por la que me acerqué a ti y me gané tu confianza fue para tenerte vigilada. Tsumugi necesitaba saber si tenías intenciones de matarla o de interponerte en sus planes, pero, obviamente, ella no podía acercarse a ti con todo lo que sabías sobre ella. Por eso yo hice ese trabajo.
—Entonces... —musité, y los ojos empezaron a escocerme de nuevo—. ¿Nunca te importé?
—Ni lo más mínimo —se regodeó, y en sus ojos brilló una crueldad que no había visto nunca antes—. ¿Qué me dices, (t/n)? ¿Hice bien el papel de chico bueno?
Kokichi soltó un gruñido de rabia y fulminó a Rantaro con la mirada, y cuando este último se dio cuenta, añadió:
—Lástima que terminaste eligiendo a otro. —Rantaro se inclinó sobre mi podio para acercarse a mí—. Si hubiera sabido que preferías a los chicos malos, hubiera dejado a un lado mis buenos modales. Todo el esfuerzo que puse en ganarme tu confianza se echó a perder por culpa de... —Miró a Kokichi con repugnancia—. Un insolente niñato.
—Aléjate de ella, Rantaro —le amenazó Kokichi, furioso—. ¡No te atrevas a tocarle un pelo!
Rantaro se tomó esa amenaza como un reto y se inclinó aún más sobre mi podio, de manera que su rostro quedó a pocos centímetros del mío. Pude ver sus grandes ojos desbordantes de maldad. Quería apartarme y darle una bofetada, pero mis piernas no se movían. Estaba muerta de miedo. La persona que estaba delante de mí era un completo desconocido.
La imagen que había creado en mi mente sobre Rantaro era falsa. Nunca fue mi amigo, y ahora comenzaba a darme cuenta. Él nunca había estado en mi bando, sino en el de Tsumugi. Me sentía estúpida por no haberlo visto venir, era obvio que alguien tan bueno como él no podía existir. Me dolía tanto el pecho por la decepción y la traición que deseé estar muerta. La cruel realidad me había vuelto a golpear en la cara, y no solo a mí, sino a todos.
Rantaro esbozó una sonrisa de medio lado y bajó su mirada a mis labios.
—Tenías que haberme elegido a mí —susurró, mordiendo su labio inferior—. Yo nunca te hubiera dejado con las ganas como hizo Kokichi contigo en el comedor. Nos podíamos haber divertido mucho, (t/n).
—¿¡No me has oído!? —masculló Kokichi en cólera, golpeando su podio una vez más—. ¡Apártate de ella!
Pero Rantaro hizo caso omiso a sus palabras y no se dignó a mirarlo.
—Tienes cara de niña buena, (t/n), pero apuesto a que eres una fiera en la cama —dijo éste, lanzándome una mirada lasciva—. Y no voy a mentirte, me hubiera gustado comprobarlo.
—No te acerques más—conseguí decir; y al retroceder, la parte baja de mi espalda chocó con el lateral de mi podio.
Ignorando mi advertencia, Rantaró agarró mi mandíbula y la elevó para obligarme a mirarlo a los ojos.
—Estoy seguro de que si hubiera intentado besarte, te hubieras dejado —se jactó con prepotencia, apretando mi mandíbula—. Y no te habrías arrepentido, es más, estarías rogándome por más.
Rantaro dibujó en su rostro una siniestra sonrisa que me puso los pelos de punta. Conseguí levantar uno de mis brazos para empujarlo lejos de mí, pero él lo agarró con su mano libre impidiéndome moverme, mientras que con la otra acercaba mi rostro al suyo forzándome a mirarlo a los ojos.
Nunca pensé que la palabra «repulsión» podía ir de la mano con el nombre de «Rantaro», pero era lo único que sentía al mirarlo: repugnancia. Cerré los ojos e intenté luchar contra su agarre, pero no me hizo falta. Rantaro me soltó, se tambaleó hacia atrás con brusquedad y se retorció de dolor.
Kokichi había corrido desde su podio hasta nosotros y le había arremetido un puñetazo en la barriga a Rantaro. Este último se inclinó sobre su estómago, dolorido y aturdido, mientras tosía debido al fuerte golpe. A mi lado Kokichi respiraba agitado mientras apretaba el puño con el que le había propiciado el puñetazo.
—¡No la toques con tus sucias manos! —escupió Kokichi con los ojos centelleantes de furia—. Alguien como tú, solo puede soñar con tener a alguien como (t/n). Eres patético. No la vuelvas a tratar como si fuera un simple juguete porque el siguiente puñetazo irá directo a tu cabeza.
Rantaro no tardó mucho en recuperarse del golpe. Miró a Kokichi con soberbia, haciendo notar la diferencia de altura, y se rió por lo bajo de forma muy escalofriante.
—¿Que no la trate como un juguete? —se mofó, llevándose una mano a la frente y abriendo los ojos de par en par—. Tú mismo dijiste en la azotea que ella era un juguete de usar y tirar. ¿No lo recuerdas?
—Nunca quise decir eso —rezongó Kokichi, apretando el puño—. Fue una mentira estúpida, y me arrepiento mucho de ella.
Rantaro sonrió con prepotencia y avanzó hacia nosotros, manteniendo sus ojos fijos en los de Kokichi con un matiz amenazante.
—No se te ocurra acercarte más —le advirtió Kokichi, sin dejarse intimidar y haciendo un gesto para que me quedara detrás de él.
—Chicos, creo que deberíamos calmarnos... —sugirió Kaito, siendo el único que se había atrevido a hablar, pues los demás se habían quedado petrificados, incluso M1-U.
Rantaro y Kokichi ignoraron a Kaito por completo, ni siquiera lo estaban escuchando, porque estaban centrados en fulminarse mutuamente con la mirada.
—Al final va a ser verdad lo que dice M1-U sobre ti —le dijo Rantaro a Kokichi, riendo por lo bajo—. Eres un chihuahua rabioso que intenta marcar su territorio. Ya sabes, porque hacen mucho ruido pero luego son poca cosa.
—Si das un paso más, voy a borrarte esa asquerosa sonrisa de la cara —gruñó Kokichi, apretando la mandíbula.
—¿Vas a pegarme? ¡Mira cómo tiemblo! —se burló Rantaro, haciendo un falso gesto de temor—. Intentaría defenderme, pero no quiero hacerle daño a un niño.
Kokichi apretó los puños que caían a ambos lados de su costado y se contuvo de gritarle todo tipo de improperios.
—Vamos, Kokichi —le picó Rantaro, señalándome con un gesto de cabeza—. Admite que tú nunca podrás satisfacer sus deseos como lo haría yo.
Kokichi no aguantó más. Rantaro lo había llevado hasta el límite y la ira se había apoderado de él. Pero yo sabía que empezar una pelea no nos llevaría a ningún sitio, por mucho que creyera que Rantaro se lo mereciera. Por eso sujeté a Kokichi por el brazo cuando hizo el ademán de abalanzarse sobre Rantaro.
—Solo intenta provocarte, no caigas en su juego —le advertí, tirando de él hacia mí.
Kokichi aceptó entre regañadientes sin dejar de fulminar a Rantaro con la mirada.
—Lo ves, Kokichi —le pinchó Rantaro—, hasta (t/n) sabe que no tienes nada que hacer contra mí.
—Voy a hacer que te tragues tus propias palabras —sentenció Kokichi.
—Estás disfrutando con esto, ¿verdad, Rantaro? —dije con brusquedad.
Mis ojos seguían enrojecidos, pero ahora lo estaban de la rabia. Me sentía dolida por su traición. Me había usado como había querido y todos los buenos momentos que había pasado con él eran falsos. Lo había querido como a un amigo, y ahora solo sentía repulsión hacia él.
—Oh, (t/n), no sabes cuánto estoy disfrutando de este momento —rió Rantaro con soberbia—. Todo este tiempo he estado mordiéndome la lengua ante los comentarios ofensivos de Kokichi, y ahora por fin puedo ponerlo en su sitio.
—Más bien eres tú quien está quedando como un capullo —le increpé, intentando mantenerme firme.
—Un capullo sexy —se jactó, dando otro paso hacia nosotros.
—Como te acerques más te rompo la nariz —le amenacé, ocultando la inseguridad que realmente sentía.
—Uf, eso acaba de ponerme a cien —admitió Rantaro, esbozando una sonrisa de medio lado—. Sabía que eras una fiera en la cama.
—¡Eres hombre muerto, Rantaro! —gritó Kokichi, rojo de la ira—. Te mataré con mis propias manos si hace falta.
—¿No te han enseñado a no meterte con los mayores? —se burló Rantaro con una carcajada—. ¿En serio te conformas con él, (t/n)? Vamos, sabes que puedes conseguir algo mucho mejor. Yo, por ejemplo.
Kokichi estaba a punto de volver a gritarle, pero yo me adelanté.
—Súbete la manga de la camisa, Rantaro.
Con esas palabras, todos se volvieron hacia mí frunciendo el ceño, incluso los estudiantes que se habían quedado petrificados salieron de su ensimismamiento. No entendían el cambio de tema tan brusco ni por qué le estaba pidiendo aquello.
—¿Que se suba la manga? —repitió Himiko con perplejidad.
—¡Y de paso bájate los pantalones! —exclamó M1-U con picardía; y cuando todos la miramos asqueados, se justificó—: ¿Qué? Me gusta este nuevo Rantaro. ¡Y si va a hacer un striptis que lo haga bien!
Kokichi se colocó a mi lado y me susurró:
—¿Qué estás haciendo?
—Confía en mí —le susurré de vuelta, y él asintió con inseguridad.
Rantaro, que se había quedado igual de conmocionado que los demás por mi petición, recorrió con la mirada las curvas de mi cuerpo de manera descarada.
—Si quieres verme desnudo, puedo reservar una habitación en el Hotel del Amor para los dos solos —me propuso, mordiendo su labio inferior—. Te aseguro que no te arrepentirás.
Noté que Kokichi se tensó ante el comentario, y estaba segura de que aún no se había abalanzado sobre él solo porque le dije que confiara en mí.
—Nunca me iría a una habitación a solas contigo —sentencié con frialdad—. Me das asco.
—Ambos sabemos que eso no es verdad —dijo él, con aires ufanos—Si no, ¿por qué te sonrojabas cada vez que te tocaba?
—No lo hacía —negué, rápidamente.
—Apuesto a que te imaginabas mis dedos en otra zona de tu cuerpo, ¿no es así? —siseó Rantaro.
Kokichi hizo el ademán de lanzarse sobre él, pero entrelacé mi mano con la suya para detenerlo. Esa acción captó la atención de Rantaro y su sonrisa decayó por unos instantes.
—Tienes razón —chisté burlesca—. Los imaginaba debajo de la suela de mi zapato para partírtelos uno por uno.
—Reserva esa ferocidad para cuando estemos en la cama, nena —vaciló Rantaro.
Mis ganas de abofetearlo aumentaban con cada uno de sus asquerosos comentarios.
—¿Sabes? —proclamé, y esta vez reuní el valor para mirarlo sin titubear—. Tu insistencia, a pesar de que claramente te estoy rechazando, empieza a darme mucha pena. ¿Tan necesitado estás?
—Me gustan las chicas que se hacen de rogar —comentó él, encogiéndose de hombros.
—Hay una gran diferencia entre mandar a la mierda y hacerse de rogar —espeté—. ¿Es que mis expresiones de asco no son suficientes para ti? Entérate de una vez que no te tocaría ni con un palo.
—No sabes lo que te pierdes —chistó él.
—Ahora, súbete la manga —le ordené, intentando no dejarme intimidar por su mirada.
—Acércate y hazlo tú misma —me retó con perspicacia.
Di un paso adelante, pero Kokichi tiró de mí hacia él con la mano que aún estaba entrelaza con la mía.
—No vayas —dijo con preocupación—. Va a intentar hacerte algo, y si lo hace voy a matarlo.
Rantaro agrandó su sonrisa como si estuviera encantado de que hubieran descubierto sus intenciones.
—No desconfíes tanto de mí, Kokichi —bromeó Rantaro con sorna—, no es como si fuera un traidor o algo así.
—Confía en mí, por favor —le susurré a Kokichi.
Él me miró con preocupación y asintió con la cabeza.
—Está bien, pero si te hace algo no me contendré.
Asentí y me volví hacia Rantaro.
—Voy a acercarme, Rantaro —le advertí—, y como intentes algo te pateo los huevos.
—No prometo nada —comentó con malicia.
Kokichi no parecía de acuerdo con la idea de que me acercara a Rantaro y le costó soltar mi mano. Pero en cuanto lo hizo, caminé hacia adelante y me posicioné enfrente de Rantaro. Me sacaba como mínimo dos cabezas, pero hice mi mayor esfuerzo por no dejarme intimidar.
Sus ojos recorrieron de manera descarada ciertas partes de mi cuerpo que deseé tener más ocultas, y detrás de mí escuché un gruñido de Kokichi. Me armé de valor e ignoré las miradas de Rantaro sobre mí. Con la mano temblándome, agarré la manga derecha de su camisa. Y Cuando la levanté, confirmé lo que me temía.
—Limpio —murmuré, y me tambaleé hacia detrás.
No, no, no, no, no, no, no, no.
—Espera ¿y tu herida? —preguntó Shuichi, extrañado.
Esto es una pesadilla, tiene que serlo, esto no está pasando.
—¿Herida? —preguntó Kokichi, frunciendo el ceño—. ¿De qué estáis hablando?
No, por favor, no.
—Es verdad, (t/n) había arañado a Rantaro en el brazo —explicó Kaito al recordarlo—, incluso le hizo sangre. ¿Cómo se le ha curado tan rápido?
Rantaro no supo responder a eso, pero yo sí.
—Porque ese no es Rantaro —dije con voz trémula, y me alejé lo más que pude de él. Lo miré con repulsión, y reconocí en sus ojos esa maldad propia de una víbora y esa sonrisa psicótica que solo ella podía tener—. Es Tsumugi.
—¿Qué? —profirió Kokichi, abriendo sus ojos de par en par.
—¿Tsu-Tsumugi? —gritó Himiko, aterrada.
—(t/n) eso es imposible —replicó Keebo.
—No, no lo es —proclamó Shuichi—. No es imposible para la cosplayer definitiva.
No quería creerlo, aunque lo hubiese dicho en voz alta, no quería creerlo. Ni mi mente ni mi corazón podían soportarlo. Ya estaba destrozada por la traición, pero lo que estaba a punto de ocurrir iba a rematarme del todo.
Rantaro permaneció en silencio por unos instantes. Luego soltó una carcajada seguida de unas pequeñas risitas que me helaron la sangre en las venas. Nadie dijo una sola palabra, tan solo nos quedamos mirando cómo sus carcajadas se hacían cada vez más fuertes. Reía tanto que sus ojos se aguaron.
—Eso es... Eso es...
Rantaro soltó otra carcajada que retumbó en nuestros tímpanos y se secó las lágrimas.
—Eso es... —Con un solo movimiento de mano, su apariencia cambió por completo: el pelo creció hasta sus hombros y se coloreó de un azul oscuro, el verde de sus ojos desapareció para dar lugar a un azul centelleante y su ropa cambió por completo ajustándose a su nueva figura, más pequeña y femenina—. ¡Completamente cierto! ¿Qué, chicos? ¿Me echabais de menos?
Las últimas palabras ya no las había pronunciado la voz de Rantaro, sino la de Tsumugi, que estaba delante de mí mirándome con esos ojos de víbora sedientos de sangre. Hasta el final, tuve la esperanza de estar equivocada, pero ya no podía negármelo más a mí misma.
—¿C-Cómo ha hecho...? —Kaito estaba demasiado conmocionado como para terminar la frase.
—¿Qué es esto? —Keebo, al igual que los demás, estaba boquiabierto.
—¡Esto es solo una pequeña muestra de mi talento! —exclamó, colocándose las gafas que acaba de sacar de su chaqueta—. Os habéis quedado sin palabras, lo sé, me suele pasar. Por cierto, ¿os gusta mi nuevo aspecto? Tuve que cortarme el pelo para dejar las pistas en el charco de sangre, pero creo que me favorece mucho de esta manera.
Tsumugi ondeó hacia detrás el pelo que le caía hasta los hombros, como si no le importase lo más mínimo nuestra reacción.
—Espera... Si Rantaro es Tsumugi —empezó a decir Himiko, temblando en su podio—, ¿dónde está el verdadero Rantaro?
No podía aceptarlo, me negaba a hacerlo. No podía manejar tanto dolor en un mismo día, y las palabras de Shuichi fueron una daga directa a mi pecho.
—Rantaro es la verdadera víctima de este caso —anunció Shuichi, dolorido.
De pronto, todo empezó a dar vueltas. No podía ver ni escuchar con claridad. Me di cuenta de que estaba perdiendo el equilibrio cuando Kokichi me sujetó por la cintura. Me susurró algo al oído, pero no pude escucharlo porque el zumbido dentro de mi cabeza era más fuerte.
Solo habían dos palabras que se repetían constantemente en mi cabeza de manera tortuosa: Rantaro. Víctima. Las repetí tanto que perdieron su significado. ¿Qué significaban siquiera? ¿Que se había ido? ¿Que no lo volvería a ver jamás? ¿Que todo este tiempo había estado muerto?
Todo este tiempo había estado muerto...
Fue como si pensarlo confirmara que ya no estaba entre nosotros.
No, no, no, no, no, no, no, no.
—¡No! —grité, y me di cuenta de que Kokichi me miraba con preocupación mientras me sujetaba para que no me cayese—. ¡No puede estar pasando! ¡Por favor, dime que no está pasando!
—(t/n)... —Kokichi me sujetó con más fuerzas, y mis ojos empezaron a escocer.
—Entonces, Rantaro no era ningún traidor —le dijo Kaito a Tsumugi con rabia—. Eras tú todo este tiempo.
—Te equivocas, Kaito —negó Tsumugi con la cabeza, y esbozó una sonrisa repugnante—. Él siempre fue mi ayudante, era un experto en la traición.
—¿Ese era su talento? —se sorprendió Shuichi—. ¿El traidor definitivo?
—¡Bingo! —exclamó Tsumugi—. ¿Por qué te crees que lo ocultó? Imagínate decirles a todos desde un principio que eres el mejor traidor del mundo. Sería muy estúpido.
—¿O sea que vosotros dos creasteis este juego? —quiso confirmar Shuichi.
Tsumugi decidió ignorarlo y dirigió su mirada hacia mí. Sus ojos brillaron de emoción y su rostro se iluminó de placer.
—¿Qué ocurre, (t/n)? —me pinchó la chica—. ¿Hueles el aroma de la desesperación? Las náuseas en el estómago, la cabeza dándote vueltas, la visión borrosa, tu pecho a punto de explotar del dolor y las ganas de gritar. Sí, sí, es una sensación muy placentera.
Ni siquiera pude responderle porque había descrito perfectamente cómo me sentía.
—Pues si esto te parece desesperante —continuó ella con malicia—, espera y verás, porque esto no ha hecho más que comenzar.
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OMG. PIDO PERDÓN, YO NO QUERÍA ESCRIBIR ESTO, MONOKUMA ME OBLIGÓ.
¡NO ME MATEN! ¡TENGAN PIEDAD!
*c va corriendo*
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