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Capítulo 100 pt1


Pequeño recordatorio: Si la protagonista elige la realidad, olvidará todo lo que pasó en la ficción. Si la protagonista elige la ficción, olvidará todo lo que pasó en su realidad (Eso incluye que la protagonista olvidará el juego original). (Si os extraña que no recuerde algo, es por esto)

Ah, y he tenido que dividir el capítulo 100 en dos partes porque escribo hasta por los codos. Sorry ;(

Entreabrí los ojos cuando la luz del sol se coló por la persiana. Lo primero que vi fue el color gris del techo. Bajé la mirada y descubrí que estaba acostada encima de una camilla de hospital. Quise llevarme una mano a la boca mientras bostezaba, pero me di cuenta de tenía un vial en el brazo que no me permitía moverlo.

Ladeé la cabeza en la almohada para fijarme en la mesita que había al lado de la camilla. En ella había una especie de casco que incluía unas gafas opacas de color negro. De su parte trasera partía un cable que lo conectaba con un ordenador de aspecto futurista.

Fruncí el ceño y me llevé dos dedos a la sien con el brazo que no estaba conectado al vial. Masajeé la zona intentando aliviar el terrible dolor de cabeza que tenía. Me llevó unos minutos darme cuenta de que ya no estaba en la academia. Lo último que recordaba era la sonrisa de Kokichi antes de que Keebo cerrara la cápsula. Que estuviera en una cama de hospital solo podía significar una cosa: había sobrevivido a la descarga con un cuarenta por ciento de posibilidades.

¿Habrían sobrevivido los demás?

Tenía muchas ganas de que alguien me diera una respuesta a esa pregunta. Sería un alivio saber si Kaito, Shuichi y Himiko estaban sanos y salvos. Sin embargo, no podía levantarme de la cama sin quitarme el vial, y la verdad era que me daba miedo tocarlo porque estaba dentro de mi vena, y no había nadie en la habitación que pudiese resolver mis dudas.

Me conformé con mirar hacia la puerta cerrada con la esperanza de abrirla por telepatía. Como si el universo me hubiese escuchado, alguien entró en la habitación en ese mismo momento. Era una una chica joven vestida de enfermera, que compuso una sonrisa cuando se dio cuenta de que estaba despierta.

—Buenos días, cielo —dijo, acercándose a la camilla—. ¿Qué tal esa siesta? ¿Cómo te encuentras?

—¿Quién eres? —la interrogué.

Supe que la enfermera estaba acostumbrada a lidiar con ese tipo de situaciones cuando me ofreció una cálida sonrisa que me reconfortó más de lo que me hubiera gustado admitir.

—Lo siento, no quería parecer borde. —Sentí la necesidad de disculparme al no ver rastro de maldad en sus ojos.

—Tranquila, es normal que quieras saber quién soy. Yo me sé tu nombre, así que lo justo es que tú te sepas el mío. Puedes llamarme Shio, soy la enfermera a tu cargo. Te prometo que haré todo lo posible para que tu salud mejore al cien por cien. Ah, y siento lo de antes. Ha sido muy descortés de mi parte no haberme presentado al llegar.

Parpadeé con desconcierto porque nunca había visto tanta bondad en una persona. La chica transmitía tanta confianza que no me costó nada confesarle mi dolor de cabeza:

—Estoy un poco mareada.

—No te preocupes —me tranquilizó, observando la pantalla del ordenador—. Los dolores de cabeza y los mareos son síntomas habituales después de haber llevado el casco durante dos meses —Tecleó algo en el ordenador, y añadió—: Tu presión arterial está en niveles normales, lo cual es una buena noticia. No tienes signos de daño cerebral y no parece que tu nervio óptico esté dañado. Quizá te cueste enfocar objetos lejanos, pero se te pasará en una semanas, cuando tu ojo se adapte a la vida real.

—¿Vida real? —pregunté, un poco aturdida—. Perdona, pero, ¿qué hago aquí? Lo último que recuerdo es estar dentro de una academia con otros estudiantes y subirme a una cápsula con electrodos en mi pecho.

—La confusión también es un síntoma habitual en este tipo de pacientes.

—¿Este tipo de pacientes?

—Eso es, cielo —asintió, con esa dulce voz, que ya me estaba empezando a dar envidia—. Hablo de los participantes del reality show de Danganronpa. Suelen estar confundidos después de haberse pasado dos meses enteros en un mundo virtual. Por eso estoy aquí, cielo, para ayudarte a volver a tu vida cotidiana.

Miré a la enfermera con una sonrisa esperando que me confesara que lo que había dicho era mentira, pero no ocurrió, y mis labios formaron una línea recta.

—¿Show? —Se me quedó la boca seca—. ¿Cómo que un show?

—Yo no soy la persona adecuada para explicarte esto, cielo —declinó ella, educadamente—. Mi deber es asegurarme de que tu cuerpo se recupere. Ahora mismo necesitas reposo. Has estado dos meses enteros sin moverte de la cama. Tus músculos todavía están un poco débiles.

—¿Qué? —me escandalicé—. ¿Me tengo que quedar en la camilla?

—Lo siento, cielo, pero me temo que no puedo dejar que te levantes hasta que hayamos comprobado que puedes volver a caminar.

—¡Venga ya! Ni que fuera un bebé a punto de dar sus primeros pasos.

—Pues casi —me sonrió la enfermera—. Tu cuerpo necesita un período de rehabilitación.

—¿Y cuánto tiempo es eso?

—Unas dos semanas.

—¿¡Dos semanas!? —protesté—. ¡Pero si me encuentro bien! No, no solo bien, espléndida. Me encuentro espléndida. Mira, puedo mover bien las piern... ¡Auch! Bueno, a lo mejor las piernas me cuestan un poco, pero mira esta mano —sacudí el brazo que no estaba conectado con el vial—. ¿Ves? No me digas que has visto una mano mejor que esta, porque es imposible.

La enfermera dejó escapar una risa cantarina que me dio bastante envidia.

—Si fuera por mí, rebajaría a cuatro días la rehabilitación. Pero tengo que atenerme al protocolo.

—¿No puedes hacer una excepción por mí? —pregunté, con ojos de cachorro.

Ella sonrió con ternura, como si fuese su hija y le hubiese pedido que me presentara al Rantoncito Pérez.

—Lo siento, cielo. Tengo que seguir el protocolo.

Resoplé y fijé la mirada en un punto del techo, exasperada.

—Tranquila, los demás están en las mismas condiciones que tú —añadió la enferma, y me incorporé de inmediato al oírla.

—¿Los demás? —Se me revolvió el estómago de los nervios.

—Vuelve a acostarte, cielo —La enfermera tiró de mi suavemente por los hombros para recostarme en la cama.

—¿A qué demás te refieres? —insistí, sintiendo el bombeo de mi corazón en la garganta.

—Se supone que no debo decirte esto.

—Pero me lo vas a decir, ¿no?

—No debería.

—Pero lo vas a hacer, ¿verdad? Si no, no me estarías diciendo esto.

La enfermera miró hacia la puerta para asegurase de que estaba cerrada y luego dejó escapar un largo suspiro.

—Está bien. Pero solo contestaré a una pregunta. Si me pillan, me despedirán. Confió en que no le dirás nada a los otros enfermeros...

—No lo haré —intervine. No pensaba delatarla—. Dímelo, por favor.

—Me refería a los supervivientes del juego. Cuando dije los demás, me refería a ellos.

—¿Quiénes son los supervivientes? —Tragué saliva.

—Era solo una pregunta, (t/n).

Cuando escuché que dijo mi nombre y no el apodo: cielo, supe que estaba empezando a cansarse de mí. Hice el ademán de volver a preguntárselo, pero ella me dio la espalda y rebuscó algo en el armario de las medicinas. Al principio no entendí porque se había girado de forma tan brusca, y un segundo más tarde lo comprendí. Había entrado otro enfermero a la habitación, y lo había hecho tan sigilosamente que no me di cuenta hasta que llegó a los pies de mi camilla.

Por suerte no parecía haber escuchado nuestra conversación. La enfermera sacó unas medicinas del armario y me fijé en que le temblaban las manos. Me dio pena verla así. Yo la había incitado a jugarse su puesto de trabajo. No quería causarle más problemas, ya que se había portado muy bien conmigo, así que decidí aguantarme la curiosidad y las ganas de saber los nombres de los otros supervivientes.

Al menos sabía que no estaba sola en ese hospital. Otros, como yo, también habían conseguido salir del mundo virtual.

¿Estarían vivos los que fallecieron en el juego? Quería creer que sí, pero la enfermera solo había nombrado a los supervivientes. Aun así, no perdía la esperanza de volverlo a ver, especialmente a él.

A Kokichi.

***

Me pasé una semana entera acostada en la camilla. Ni siquiera me dejaron un móvil o un ordenador para pasar el rato. Lo único que me dieron fue una televisión de los años ochenta con películas viejas en blanco y negro, que terminé sabiéndome de memoria, ya incluso tarareaba las canciones de vez en cuando. Según ellos, no podía tener acceso a internet hasta dentro de un mes entero. Esto era como volver a la época de los trogloditas.

Por si eso no fuera poco, cada diez minutos me asaltaban con revisiones en las que me tomaban la tensión, el pulso, comprobaban mis niveles de hierro en sangre, y otras cosas a las que no le prestaba atención. Aún estaba ansiosa por saber quienes eran esos otros supervivientes. ¿Himiko? Tenía ganas de abrazarla. ¿Shuichi? Tenía ganas de verlo. ¿Y Kaito? Ya extrañaba sus bromas estúpidas. Pero nunca conseguí quedarme a solas con la enfermera Shio, así que no tuve oportunidad para preguntarle nada.

A veces, durante las noches, me agazapaba debajo de las sábanas y me ponía a llorar recordando los últimos momentos en la academia. Yo estaba muy mal por culpa del veneno y Keebo, mini Miu y Kokichi se sacrificaron por mí. Los dos primeros murieron al darme su energía y el segundo... Lo más probable era que Kokichi muriese aplastado por los derrumbamientos.

Aun así, no quería aceptarlo. Quería creer que estaba en este mismo hospital. A pocos metros de mí. Pensé que con lo cabezota que era él, no le haría caso a los enfermeros y conseguiría escabullirse hasta mi habitación, pero nunca apareció por la puerta. Y eso me hizo pensar que no estaba en el hospital.

—¡Buenas noticias! —exclamó la enfermera Shio, entrando por la puerta.

Me costó abrir los ojos para mirarla. La noche anterior no había dormido nada. Bueno, ni esa ni la anterior ni la anterior de la anterior...

—Ay, perdona, ¿te he despertado? —Shio se tapó la boca con la mano.

—No he dormido en toda la noche. Iba a intentarlo ahora por la mañana, pero tampoco he podido, así que no te preocupes.

—Tengo unas pastillas que te pueden ayudar con el insomnio. Es normal que te cueste dormir después de haberte pasado dos meses en el mundo virtual. Al parecer el cerebro...

—Shio —la corté. Cuando se ponía a hablar de términos médicos, no paraba nunca. Lo aprendí por experiencia—. Me estabas diciendo algo de unas buenas noticias.

—Ah, sí. —Su sonrisa se agrandó—. Resulta que la directora quiere verte.

—¿Quién?

—La directora del show de Danganronpa.

—Ah, ¿esas eran las buenas noticias? —pregunté desilusionada.

—Espera un momento. Aún no he terminado. Te falta una semana para completar la rehabilitación básica, pero...

—Espera, espera —la corté—. ¿Cómo que la básica?

—Sí, la básica dura dos semanas y la especializada dura un mes entero —explicó, y rodé los ojos con angustia—. Pero la directora cree que ya estáis preparados para la reunión.

—¿Estáis? —repetí, y mis ojos se iluminaron—. ¿Quién más?

—Ya lo verás —sonrió, y luego me hizo un gesto con la mano—. ¿Quieres ir ahora o...?

—¡Voy ahora! —Aparté las sábanas y me levanté de la cama.

—De acuerdo —rió—. Iba a preguntarte si querías que te llevara en la silla de ruedas, pero ya veo que puedes caminar.

—Puedo caminar desde hace días. —Puse los ojos en blanco—. Pero los médicos sois unos exagerados.

—Solo un poco —sonrió.

Durante toda la semana estuve llevando una bata blanca muy fea que me hacía parecer un fantasma, pero que los médicos insistían en que llevara para facilitar las revisiones. Por eso, antes de salir, Shio me prestó ropa de recambio: un par de tenis de lona, unos vaqueros ajustados y una camiseta blanca con un estampado de letras negras que decía: «Paz y amor» (todo lo que a mí me faltaba).

—Te puedes quedar con la ropa —me dijo Shio, mientras caminábamos por un pasillo lleno de enfermeras y médicos correteando por todos lados—.  La usaba como recambio cuando estaba haciendo prácticas en el hospital, pero ya no me sirve, y veo que a ti te queda genial. La puedes usar hasta que te traigan algo de ropa.

—Gracias, Shio —le sonreí. La verdad era que estaba más cómoda con su ropa que con el saco blanco que se hacía llamar bata.

—Y toma algo de dinero —dijo, poniendo un par de monedas en mi mano—. Abajo hay una cafetería. Si tienes hambre puedes pedirte algo allí.

—Eres la mejor, Shio —comenté, guardándome las monedas en el bolsillo.

—¿Estás nerviosa? —me preguntó ella, al verme mirar en todas direcciones como si pensase que me seguía un psicópata.

—No —mentí.

—Cielo, te vas a reunir con la directora, es normal que estés nerviosa.

—¿Cuánto falta para llegar? —pregunté, atropelladamente.

—Ya estamos aquí —indicó Shio, señalando una puerta cerrada al fondo del pasillo.

Si estaba nerviosa al salir de mi habitación, ahora lo estaba el doble. Al contrario de lo que pensaba Shio, no estaba inquieta por conocer a la directora del supuesto show, eso no me podía importar menos; lo que realmente me revolvía los intestinos era saber que tras aquella puerta se encontraba alguien más. Puede que una, dos o tres personas, porque Shio había usado la palabra «estáis» en plural.

¿Quién más habría sido convocado a la reunión? ¿Serían los supervivientes? ¿Sería Kokichi? Mi corazón se aceleró al pensar en este último.

Cuando nos plantamos enfrente de la puerta, me empezaron a sudar las manos. Shio, al darse cuenta de que me había quedado paralizada, me frotó el brazo y me mostró una de sus cálidas sonrisas.

—Tranquila, cielo. No he hablado nunca directamente con la directora, pero me han dicho que no es mala persona.

Por mí como si era la peor persona del mundo, me daba igual. Lo que me daba miedo era descubrir quiénes habían sobrevivido y quienes no. Aunque ver a Shio tan tranquila ayudó a apaciguar mis nervios.

Shio le dio dos toques a la puerta y no la abrió hasta que desde dentro escuchamos que alguien gritaba un «¡adelante!».

—Te he traído a mi paciente —anunció desde el umbral de la puerta; yo estaba detrás y desde mi ángulo no veía la habitación al completo.

—Deja que entre —dijo una voz rasposa, que perfectamente podía ser sacada de un película de terror.

Shio asintió con la cabeza un poco cohibida por la presencia de la directora y luego se acercó a mí.

—Ya puedes pasar —me susurró—. Buena suerte, cielo.

Lo primero que vi cuando Shio me dio un pequeño empujón hacia el interior de la habitación fueron unas gafas de pasta y tras ellas unos enormes ojos amarillos parecidos a los de una serpiente.

—Buenos días, señorita (t/a). —Los ojos de la directora no fueron lo único que llamó mi atención; su pelo castaño se volvía de un gris canoso cuando llegaba a la raíz. Compuso una falsa sonrisa desde su asiento y apoyó los codos encima de su escritorio—. Tome asiento, por favor.

No me di cuenta de que habían dos sillas al otro lado de la mesa hasta que me señaló una de ellas. Tampoco me había percatado de que había un chico sentado en la otra. Me sorprendió ver a Shuichi con unos vaqueros normales y una camiseta con un estampado de un grupo de rock. Probablemente se la habría dado su enfermero. Al verlo, todo mi interior se puso a bailar de felicidad, pero por fuera permanecí inexpresiva. La felicidad era igual de grande que la conmoción, y no sabía qué decir o cómo reaccionar. Me dio la sensación de que no lo veía desde hacía años.

Después de unos segundos sin mover un músculo, Shuichi me mostró una tímida sonrisa como saludo, y yo, al ver que la directora se comenzaba a impacientar, le devolví el saludo y me senté en la silla.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté, un poco más borde de lo que pretendía.

—Cuide sus modales, jovencita —me regañó la directora, y yo hice una mueca. Ya me caía mal—. Procederé a explicaros lo que me corresponde una vez lleguéis todos.

—Eso quiere decir que hay más supervivientes —razonó Shuichi, emocionado.

—¿Le he dado permiso para hablar, caballero? —masculló la directora, con cierto desdén.

—Lo siento. —Shuichi bajó la mirada, y a mí me dieron ganas de decirle cuatro cosas a la directora, y no eran precisamente piropos.

Las gafas de la directora se habían deslizado hasta la punta de su verrugosa nariz mientras ojeaba los documentos que tenía encima de la mesa. Shuichi y yo nos miramos, confusos. Él no se atrevía a abrir la boca después del sermón de la directora y yo estaba demasiada nerviosa cómo para articular una palabra. Ambos nos encogimos de hombros y esperamos a que llegara el otro o los otros supervivientes.

Me pasé diez minutos enteros echando vistazos rápidos a la puerta cerrada, esperando que alguien conocido entrara por la puerta. A esas alturas me daba igual que fuera Kokichi, Himiko, Kaito u otra persona. Necesitaba ver a cualquiera. La semana pasada me había sentido muy sola, pero ver a Shuichi había mejorado un poco mi estado de ánimo.

La incertidumbre me estaba matando. Los nervios los expresaba en un repiqueteo de manos sobre el escritorio de la directora, la cual, molesta por el ruido que estaba haciendo con mis dedos, me lanzó una mirada fulminante y me chistó para que parase.

Dentro del despacho solo se escuchaba el sonido de los papeles cada vez que la directora pasaba las páginas del documento. Justo cuando abrí la boca para preguntarle cuánto tiempo más teníamos que esperar, el silencio quedó interrumpido por dos toques en la puerta.

—Adelante —dijo la directora, sin quitar ojo a los documentos.

Mantuve la mirada fija en la puerta como si la pudiese atravesar con unos rayos X. Se abría tan lentamente que tuve el impulso de levantarme y abrirla del todo. No soportaba escuchar mi corazón como si estuviera metido dentro de mi cabeza, pero odiaba más la incertidumbre de no saber quién se encontraba tras esa puerta.

Para mi sorpresa y la de Shuichi, no solo había una persona conocida tras ella, sino dos. Al vernos, Himiko se tapó la boca con las manos y Kaito abrió tanto la boca que me sorprendió que no se le cayese ninguna baba. Tuve el impulso de levantarme y correr hacia ellos para abrazarlos, y me di cuenta de que Shuichi también lo tuvo.

Sin embargo, Himiko se adelantó: soltó un grito ahogado que no supe diferenciar si era de felicidad o de tristeza y se me echó encima. Me envolvió entre sus pequeños brazos y apretó su mejilla contra la mía. A Kaito le costó un rato reaccionar, pero finalmente se acercó a Shuichi, le tendió la mano y se dieron un abrazo muy masculino, con palamaditas en la espalda incluidas.

—Os eché mucho de menos —gimoteó Himiko, separándose de mí para limpiarse las lágrimas.

Miré a Kaito y a Shuichi que ya se habían separado y esbocé una sonrisa antes de decir:

—Yo también os he echado mucho de menos.

—Esos médicos de pacotilla no querían decirme si estabais vivos o no —empezó a decir Kaito—, pero yo nunca perdí la esperanza en vosotros.

—¡Anda! —exclamó Himiko, señalando a Kaito y a Shuichi—. ¡Pero si tenéis la misma camiseta!

Kaito se fijó por primera vez en la ropa de Shuichi y luego bajó la mirada hasta su camiseta.

—¡Es verdad! —se sorprendió éste—. Ahora sí que somos colegas de sangre. Yo diría que hasta parecemos gemelos —Luego se acerco a mí para susurrar—: Esto que quede entre nosotros, (t/n), pero yo soy el gemelo guapo.

Estallé en carcajadas. Echaba de menos que Kaito me sacase una sonrisa.

—Por cierto, ¿dónde están Keebo y Kokichi? —preguntó Kaito. Inmediatamente mi sonrisa se apagó.

Todos se dieron cuenta de que mi corazón se había encogido por culpa de esa pregunta, así que temieron lo peor.

—Ejem, ejem —tosió la directora de una forma exagerada—. Señoritas. —Nos señaló a Himiko y a mí con la cabeza—. Caballeros. —Esta vez señaló a Shuichi y Kaito—. Tomad asiento, por favor. Al fondo de la habitación hay otras dos sillas más. Momota, hágame el favor de traerlas para que usted y la señorita Yumeno se puedan sentar.

La firmeza con la que hablaba la directora nos puso los pelos de punta. Kaito hizo lo que le dijo sin pensárselo dos veces. Una vez estuvimos sentados y callados, ella continuó.

—No creo que sean necesarias las presentaciones. Ya sabéis que soy la directora del reality show de Danganronpa. Podéis dirigiros hacia mí como la señorita Kyoto.

Nos miramos entre nosotros sin decir una palabra porque la mirada de la directora Kyoto intimidaba bastante, así que ella, después de colocarse bien las gafas, continuó:

—Como seguramente habéis deducido, sois los únicos supervivientes del juego —Al oírla, se me formó un nudo en el estomago—. Primero que todo quiero felicitaros a todos por vuestra valentía. Saihara, estaba convencida desde el principio de que usted sería uno de los supervivientes. El joven Momota y la señorita Yumeno me sorprendieron —Luego clavó sus ojos de serpiente en mí—. Y la señorita (t/a)... Bueno, me hubiera gustado otro final para ella.

¿Otro final? ¿Pero qué se creía esa vieja? Me dieron ganas de soltarle una retahíla de insultos, y lo hubiera hecho de no ser porque Shuichi me puso una mano en la rodilla para frenarme. Lo miré con el ceño fruncido y el movió la cabeza en sentido negativo.

—Debéis saber que habéis obtenido todas las ventajas del contrato al haber sobrevivido hasta el final —continuó explicando la bicha amargada—. Como pone en la cláusula treinta y dos: «las ventajas se adaptarán al tiempo de supervivencia».

—Espera, espera, ¿de qué contrato estás hablando? —quiso saber Kaito, que estaba igual de confundido que nosotros.

—Jovencito, a mí no me tutee —le regañó la bicha amargada (sí, pensaba nombrarla así a partir de ahora. Después de todo, bicha podía significar tanto culebra como mujer perversa, y las dos definiciones le iban como anillo al dedo)—. Tráteme con el mismo respeto que les he mostrado yo a ustedes.

«Ha demostrado tener el mismo respeto que le tengo yo al despertador cuando suena por las mañanas», pensé.

Kaito desvió la mirada, avergonzado, y la vieja continuó hablando:

—Es posible que no recordéis haber firmado ningún contrato. Es un efecto secundario del mundo virtual. Pero debéis saber que ustedes mismos os habéis presentado a este show en una audición y que todos fuisteis elegidos por el equipo para participar en el programa.

—¿Programa? —preguntó Himiko.

La bicha amargada suspiró y luego nos explicó todo lo que teníamos que saber sobre ese programa. Nos dijo que se retransmitía por todo el mundo, que ahora mismo millones de personas conocían nuestros nombres y apellidos y que todo lo que habíamos vivido no había sido más que una farsa.

Una parte de mí se volvió eufórica al saber que nuestros compañeros nunca llegaron a morir de verdad, tan solo habían abandonado el mundo virtual antes que nosotros. Pero otra parte de mí se aterrorizó cuando nos contó que entre los efectos secundarios de la muerte virtual se encontraba: la pérdida de memoria, dolores crónicos, pérdida del habla, pérdida del control de las extremidades, etc.

Nosotros, al ser los supervivientes, teníamos menos secuelas que el resto, pero de todas formas teníamos que pasar un mes entero en rehabilitación para cumplir con el contrato legal. Si después de ese mes presentábamos síntomas, ya no sería asunto de la empresa. Se lavarían las manos y no podríamos reclamar nada porque habíamos dado nuestro consentimiento en el contrato (todo eso se encontraba en la letra pequeña).

La bicha amargada nos comentó la cantidad de dinero que habíamos ganado al sobrevivir durante todo el juego. Era muchísimo dinero. Tanto como para vivir cómodamente toda la vida. Pero (porque siempre había un pero) si aceptábamos ese dinero, nos teníamos que comprometer a participar en el siguiente Danganronpa si nos llamaban. La vieja nos dijo que podíamos tomarnos nuestro tiempo para decidir si lo aceptábamos o no, pero a ninguno de nosotros nos gustó la idea de volver a meternos en aquel mundo virtual.

Además, nos dijo que nos habían implantado recuerdos falsos y que tardaríamos unos días en recuperar los verdaderos.

Cuando terminó de leernos el contrato como si fuese un bot, nos invitó a salir «amablemente» de su despacho. Básicamente, nos echó, pero nosotros tampoco teníamos muchas ganas de seguir allí dentro, así que no nos importó.

Teníamos un par de horas libres por el hospital antes de volver a nuestras habitaciones, así que decidimos buscar al resto de estudiantes, que debían estar en esa misma planta. El problema era que habían más de trescientas habitaciones y no sabíamos ni por donde empezar a buscar.

Tenía muchas ganas de volver a ver a Kokichi, pero al mismo tiempo tenía miedo de que sus secuelas fuesen nefastas y que ni siquiera me recordase. O que nuestro encuentro en la vida real fuese incómodo. O que sus sentimientos hacia mí hubiesen cambiado. O que...

—¿Aceptaréis el dinero? —preguntó Shuichi, mientras los cuatro caminábamos por un largo pasillo.

Cada vez que pasábamos enfrente de una habitación, mirábamos por la pequeña ventanilla que había en la parte superior de la puerta, pero en ninguna descubrimos a uno de nuestros amigos.

—¿Estás loco? —farfulló Kaito—. ¡No pienso aceptar dinero de esa gentuza después del sufrimiento que nos han hecho pasar!

—Pero si no lo aceptamos, es dinero desperdiciado —arguyó Himiko—. ¿Sabes cuántas galletas me puedo comprar con todo ese dinero? ¡Como tropecientas!

—Ya —intervino Shuichi—, pero la directora dijo que, si aceptamos el dinero, nos estamos comprometiendo a participar en el siguiente programa.

—Solo si nos llaman —recordó Himiko.

—¿Y si nos llaman? —soltó Kaito, enarcando una ceja—. ¿Estarías dispuesta a volver a entrar en el mundo virtual? Yo desde luego que no... ¡Pero no por miedo! No, eso sí que no. Es más por... pereza. Sí, exactamente. Da mucha pereza.

Himiko puso mala cara. Estaba claro que tenía un conflicto mental. Quería el dinero para sus galletas, pero no quería volver a participar en algo tan macabro.

—¡Por Dios, Himiko! —exclamó Kaito, frustrado—. Si es solo por las galletas, te compraré un par todos los días, pero ni se te ocurra volver a participar en ese programa.

—¿Me lo juras? —preguntó Himiko, tomándose en serio las palabras de Kaito.

—¿Que si te lo juro? Eh... —Kaito me miró a mí y a Shuichi en busca de ayuda, pero yo estaba perdida dentro de mis propios pensamientos—. Bueno, (t/n) sabía hacer galletas caseras, ¿verdad? Eso nos dijo en el juego, y pues... supongo que sabrá. ¿No prefieres galletas recién hechas? ¿Y con chocolate por encima? A (t/n) no le importará hacértelas, ¿verdad, (t/n)?

Sin embargo, yo no escuché mi nombre porque estaba demasiado concentrada pensando en los demás estudiantes. ¿Dónde estarían? ¿Cómo se encontrarían? ¿Tendrían muchas secuelas? ¿Me recordarían? ¿Kokichi me recordaría?

—¿(t/n)? —dijo Shuichi.

¿Y qué pasaba con Rantaro? Él también tenía que estar por aquí. ¿Estaría enfadado conmigo por no haberme quedado el antídoto? ¿Estaría bien?

—¡(t/n)! —Solo cuando los tres gritaron mi nombre paré de caminar y me giré hacia ellos.

—¿Qué? —Soné más borde de lo que pretendía.

Himiko y Kaito miraron a Shuichi con terror, como si lo incitasen a él a contestarme porque ellos dos estaban demasiado asustados como para hacerlo.

—¿Estás bien? —preguntó Shuichi, acercándose a mí.

Me encogí de hombros.

—Lo encontraremos, (t/n) —me tranquilizó este, poniendo una mano en mi hombro—. Encontraremos a Kokichi y a los demás, y estarán bien.

—Eso no es lo que me preocupa —mentí, clavando la mirada en un médico que corría a toda prisa por el pasillo.

Shuichi enarcó una ceja, sintiéndose ofendido porque yo pensara que él caería en una mentira tan obvia.

—Puede que no sea un detective de verdad. Puede que todo esto fuera el producto de un programa horrible que jugó con nuestros recuerdos. Pero sigo siendo capaz de leer las expresiones de la gente. Y lo siento, (t/n), pero las tuyas son muy obvias.

Me mordí el labio, enfadada conmigo misma. ¿Es que no podía tener eso que llamaban: cara de poker?

—Vale, tu ganas —suspiré—. Sí, estoy preocupada. Ya oíste lo que nos dijo la bicha amargada —Shuichi intentó reprimir una sonrisa al escuchar el apodo de la directora—. Morir en el mundo virtual puede dejar secuelas graves en la vida real. ¿Y si los demás no nos recuerdan? ¿Y si tiene secuelas horribles y muy dolorosas?

—Para eso está la rehabilitación.

—¿Has visto como nos miraba la bicha? A esa no le importamos un pimiento. La rehabilitación es todo un paripé. No creo que le importe dejarnos con un dolor crónico hasta el día de nuestra muerte. El contrato que firmamos es la cosa más injusta que he visto en mi vida. ¡Prácticamente todos los inconvenientes estaban en la letra pequeña! ¿Quién demonios lee eso? Y ni siquiera dimos nuestro consentimiento para que jugaran con nuestros recuerdos. Pero, claro, no podemos hablar mal de ellos en público porque en el contrato estaba prohibido hablar mal de la empresa una vez terminara el programa.

—Lo sé, (t/n), lo sé. Antes de seguir, respira, por favor. Estoy de acuerdo contigo. El contrato es muy injusto para nosotros. Ni siquiera sé por qué fuimos tan tontos como para firmarlo. Pero sé una cosa, y es que no podemos cambiar el pasado. Y tampoco podemos anticipar el futuro. Puede que ninguno de nosotros tenga secuelas.

—Eso no lo sabes —repliqué, sintiendo un sudor frío en la yema de los dedos.

—Exacto. Y tú tampoco. Centrémonos en buscarlos, y luego ya nos preocuparemos de lo demás, ¿vale?

Asentí con la cabeza no muy convencida, pero al menos algo más tranquila. Shuichi tiró de mis hombros para acercarme a él y darme un abrazo muy reconfortante. Aparte de Himiko, no había tenido un contacto tan cercano con ninguno de mis amigos hacía ya una semana. Le agradecí el apoyo correspondiendo el abrazo.

Más tarde, los cuatro continuamos caminando por el pasillo mientras compartíamos nuestra experiencia con los médicos que nos habían estado atendiendo durante esa misma semana. Al parecer, Kaito descubrió su miedo a las agujas cuando uno de ellos intentó colocarle un vial en la mano. Spoiler: acabó mal. Tiró al enfermero al suelo y el vial salió volando por la ventana que convenientemente estaba abierta.

—¡Me sedaron como si fuera un gorila a punto de darles una paliza! —protestó Kaito.

—Normal —dijo Himiko.

—¿Cómo que normal? —refunfuñó éste—. ¡Me podían haber matado!

—Si no lo hubieran hecho, tú los habrías matado a ellos —se rió Himiko—. A veces pienso que eres un gorila de verdad, pero con menos músculos.

—¿Cómo que con menos músculos?

Me hizo gracia que Kaito se quejara por lo de los músculos y no porque le había llamado gorila.

—Sí, eres un gorila pocho —concluyó Himiko.

Kaito y Himiko siguieron discutiendo hasta que llegamos al fondo del pasillo y giramos la esquina. Los dos se chocaron contra Shuichi y contra mí porque no se dieron cuenta de que ambos nos habíamos parado con los ojos bien abiertos. Quisieron quejarse, pero desecharon la idea de hacerlo cuando vieron lo que nos dejó paralizados a Shuichi y a mí.

Al principio del pasillo habían enfermeros con la cabeza metida dentro de los documentos que sujetaban en las manos. Ni siquiera se percataban de nuestra presencia. Pero lo que realmente llamó nuestra atención fueron las dos personas que venían caminando hacia nosotros. Estos tampoco se habían dado cuenta de nuestra presencia porque estaban enfrascado en una conversación. Pero, al reconocerlos, mi estomago dio vueltas.

Ryoma.

Y Rantaro.

El primero tenía las manos metidas en los bolsillos mientras asentía con la cabeza a algo que le estaba contando el segundo. La forma de caminar de ambos y sus gestos no habían cambiado, pero su ropa era distinta. Ryoma llevaba unos pantalones de chándal a juego con su chaqueta, mientras que Rantaro vestía una camiseta de asillas de color gris que le sentaba muy bien a su tipo de cuerpo.

Parecían mucho más humanos que en el mundo virtual. Se me formó una sonrisa en el rostro cuando los vi sonreír mientras seguían caminando hacia nosotros despreocupadamente. Se notaba que ambos se llevaban muy bien. No fue hasta que Ryoma me miró, se volvió hacia Rantaro y le hizo un gesto con la cabeza para señalarme que sentí el miedo corriendo por cada célula de mi cuerpo.

Tragué saliva mientras veía como Rantaro seguía las indicaciones de Ryoma y se volvía hacia nosotros. Poco después, sus ojos se encontraron con los míos. Su iris de color verde directamente sobre mi pupila. Ni siquiera se molestó en mirar a los demás. Sus ojos estaban fijos en mí. Había una considerable distancia entre nosotros, de vez en cuando pasaba uno que otro enfermero por delante nuestro. Tuve el impulso de correr hacia él para abrazarlo, pero no pude hacerlo porque me había quedado petrificada, y porque tenía miedo de su reacción.

Parecía que habían pasado siglos desde que no lo veía. Hacía unas semanas lo había dado por muerto, había llorado su pérdida y me había sentido culpable de su muerte. Pero ahora estaba delante mío. Vivo. Estaba vivo. Y delante mío.

Me puse nerviosa al pensar que quizá ya no quería saber nada de mí. Tenía razones para pensarlo. En primer lugar, no me había dado cuenta de su plan y lo había dejado morir como una idiota; en segundo lugar, le había roto el corazón y había flirteado con otro chico delante de su cara. Y por último, no había hecho caso a su deseo final porque le di el antídoto a Kaito en lugar de tomármelo.

Genial, seguro que me odiaba.

Sin embargo, Rantaro no daba señales de estar enfadado conmigo. No rompí la conexión visual con él en ningún momento, y este tampoco la rompió conmigo. Ambos, Ryoma y Rantaro, estaban caminando hacia nosotros con una expresión que no pude descifrar. Cada vez estaban más cerca y a mí me iba a dar un infarto. No estaba de broma, el corazón se me iba a salir del pecho de los nervios.

Cuando llegaron hasta nosotros, se creó una especie de tensión que ninguno rompió, ni siquiera Kaito con uno de sus comentarios estúpidos o Himiko con su tendencia natural a abrazar a la gente como si fuese un koala. No sabía si era por la conmoción o por la incomodidad, pero permanecimos en silencio hasta que alguien ajeno a nosotros decidió romperlo.

—¡AAAAAAAH!

Aunque pareciera imposible, conservé mis tímpanos después de ese grito. Solo entonces dejé de mirar a Rantaro para buscar a la persona dueña de tremendo escándalo. Sin embargo, cuando la localicé, fue demasiado tarde. Himiko, que estaba al lado mío, también sufrió la ira de la persona que venía corriendo hacia nosotras como un jabalí furioso. Se tiró sobre nosotras, envolviendo un brazo en mi cintura y otro en la de Himiko, y nos caímos las tres al suelo.

Fue una manera extraña y dolorosa de romper el hielo.

Al principio pensé que esa persona nos quería matar, pero luego me di cuenta de que nos quería abrazar con demasiada emoción.

—¡NO ME LO PUEDO CREER!

Otro grito más y me cortaba la oreja.

—¿Tenko? —Himiko se llevó una mano a la cabeza por el golpe. Parecía que le costaba enfocar la vista, pero rápidamente se dio cuenta de que Tenko estaba encima nuestra con los brazos extendidos—. ¡Tenko!

A pesar de que me estaba aplastando los pulmones yo también me alegraba de verla. Todavía tiradas en el suelo, empezó a sollozar mientras yo le pasaba una mano por la espalda para intentar calmarla. La verdad era que no me importaba quedarme ahí acostada consolándola, porque la había echado mucho de menos.

—LO SABÍA —chilló, secándose las lágrimas—. SABÍA QUE MIS CHICAS LO CONSEGUIRÍAN.

Mis chicas.

Esas dos palabras fueron suficientes para tocar mi fibra sensible y ponerme a llorar junto con Tenko y Himiko como si fuésemos tres niñas que acababan de conseguir la firma de su cantante favorito.

—Cumpliste la promesa, (t/n) —pronunció Tenko, mostrándonos una sonrisa a ambas—. Os he echado tantísimo de menos a las dos. No os hacéis una idea. He pensado en vosotras todos los días —Luego farfulló algo por lo bajo—: Y también he tenido que aguantar a Angie todos los días. No sé cómo he sobrevivido...

Cuando Tenko se quitó de encima nuestro, Himiko se agarró a ella como una garrapata.

—No me vuelvas a dejar sola nunca más —murmuró Himiko, abrazándola con toda la intensidad con la que se puede abrazar a alguien.

Me senté en el suelo mientras me frotaba la cabeza en el lugar donde me la había golpeado. Había echado de menos a Tenko, pero a su fuerza no tanto. Cuando quise levantarme, me di cuenta de que alguien me estaba ofreciendo su mano para ayudarme.

—¿Te has hecho daño? —preguntó Rantaro, mientras le daba la mano y me ponía en pie.

—No mucho —contesté, nerviosísima (¡relájate, estúpida!)—. No te preocupes.

Nos soltamos las manos y Rantaro me sonrió. Después de tanto tiempo me había olvidado de lo bonita que era su sonrisa. Definitivamente, se merecía a alguien mejor que yo, a alguien que lo quisiera de verdad.

Abrió la boca para decirme algo, pero la cerró cuando escuchamos a Himiko gritar y correr por el pasillo.

—¡Rantaro! —La pequeña había salido corriendo a abrazarlo, y Tenko fulminaba a Rantaro con la mirada mientras se cruzaba de brazos—. ¡Nos hiciste mucha falta!

—Nis hicisti michi filti. —Al principio pensé que esas palabras habían salido de la boca de Tenko, pero cuando me fijé mejor vi que habían salido de la boca de Miu, quien caminaba hacia nosotros junto con Angie—. ¿¡El buenorro de pelo verde sí os hizo mucha falta, pero no la mujer potentorra que creó a mini Miu y devolvió a Keebo a la vida!? Sin mi descomunal inteligencia habríais muerto todos, perdedores.

—¿Y tú qué haces aquí? —soltó Tenko, de una manera que dejaba claro que no le caía bien Miu, y probablemente tampoco la persona a su lado: Angie.

—Por si no te has dado cuenta, tus gritos lo escuchan hasta los aliens que viven en Plutón —replicó Miu, haciendo una mueca—. ¡Una ya no puede conservar su preciado sueño!

—¡Angie! —A Himiko parecía que iba a darle un ataque al corazón. No paraba de correr de un lado a otro. Esta vez se abalanzó sobre Angie—. Tenía ganas de verte.

—Y yo a ti, Himiko —canturreó ella, correspondiendo el abrazo—. Recé todos los días para protegerte del mal, y ha funcionado.

Juraba que Tenko podía convertirse en un volcán a punto de erupcionar, y la verdad era que no quería quemarme, así que las dejé a su rollo.

—(t/n), es un placer verte de nuevo. —La voz de Ryoma me sacó de mis pensamientos. Bajé la mirada y vi que me ofrecía su mano. Se la estreché y luego hizo lo mismo con Shuichi y Kaito.

—Vaya, Ryoma, eres más bajito de lo que recordaba —soltó Kaito, haciendo que todos nos llevásemos una mano a la frente—. Pensaba que eso era una característica que te habían añadido en el juego, pero ya veo que eres así de bajito, eh.

Kaito esbozó una sonrisa despreocupada mientras Ryoma lo miraba fijamente esperando que fuese todo una broma.

—Sí... —gruñó Ryoma, y miró a Shuichi con cordialidad—. Es un placer volveros a ver a vosotros también —Le lanzó una mirada seca a Kaito antes de añadir—: A algunos más que a otros.

Después de soltar unas pequeñas risitas, nos quedamos en silencio. Me di cuenta de que Ryoma se había enfrascado en una conversación con Shuichi sobre el tema del contrato y de que Kaito estaba defendiéndose de los continuos ataques de Miu.

Lo que nos dejaba a Rantaro y a mí en completo silencio mientras nos mirábamos de reojo.

Decidí que era hora de afrontar las consecuencias de mis actos, así que me armé de valor y murmuré:

—Lo siento mucho.

—¿Cómo? —dijo él, enarcando una ceja.

Clavé la mirada en mis zapatos y lo solté todo:

—Tengo una tendencia natural para fastidiar las cosas, y contigo las he fastidiado hasta el fondo. Es normal que me odies o que estés enfadado conmigo. Si es que no te culpo por eso. Yo también me enfadaría conmigo misma en tú lugar. Es normal, ¿sabes? No tienes que sentir pena ni nada por el estilo. Tampoco estoy intentando hacerme la víctima. Solo... Ahg, debería ir al grano. Lo siento es que estoy nerviosa.

—(t/n), ¿de qué estás hablando? —preguntó Rantaro, parpadeando.

—¿Qué? Oh, Dios mío, ya sé lo que pasa aquí. Tienes pérdida de memoria. Es eso, ¿no? No te acuerdas de nada y acabo de quedar como una idiota disculpándome por algo que no recuerdas. Vale, esto es bueno. O sea no, no lo es. Quiero decir no es bueno que se te hayan borrado algunos recuerdos, pero casi que es lo mejor.

—No se me ha borrado ningún recuerdo —aseguró Rantaro, mirándome divertido.

¿Divertido?

—¿Y por qué no me estás gritando? —Fruncí el ceño, confundida.

—¿Debería gritarte?

—¡Pues claro!

—Entonces, si es lo que quieres, te gritaré.

—Así no funcionan las cosas, Rantaro —solté, frustrada. ¿Por qué demonios estaba tan tranquilo?—. ¡No te rías!

—Creía que era yo el que tenía que gritarte, (t/n), no al revés—dijo, intentando reprimir una sonrisa sin éxito.

—Ay, sí, lo siento —murmuré, avergonzada—. Es que no sé por qué te parece todo tan divertido. Esto es serio, Rantaro.

—Estoy serio.

—No lo estás. Deberías odiarme. ¿Por qué no me estás odiando?

—No puedo odiarte.

—Pues deberías.

—¿Por qué?

—Por todo lo que te hice en el juego —confesé, bajando la mirada.

—¿No debería ser al revés? —preguntó, confuso—. Yo era el traidor.

—No, tú estuviste siempre de nuestra parte. Fui yo la que te trató fatal. Me apoyaste en todo y yo ni siquiera fui capaz de darme cuenta de que te ibas a sacrificar por todos. Encima me dejaste ese video en tu habitación —Me pareció ver que Rantaro se sonrojaba un poco al escucharme decir eso último— y yo no seguí tu deseo final. No me quedé el antídoto, sino que se lo di a Kaito.

Apreté los labios esperando un «me decepcionaste» o un «preferiría no hablar contigo nunca más», pero, en lugar de eso, escuché su risa cantarina.

—Cualquiera diría que te van a condenar a cadena perpetua por esos crímenes, (t/n) —ironizó, con su melosa voz, y yo me quedé perpleja mirándolo.

—¿Entonces no estás enfadado?

—Claro que no. —Me sonrió sin mostrar los dientes.

—Pero... Pero me porté fatal contigo. Ni siquiera tuve en cuenta tus sentimientos. No sabía que yo te gustaba y besé a Kokichi delante tuya. Claro que si lo hubiera sabido, habría dejado las cosas claras para que no sufrieras y...

—¿Me estás rechazando por segunda vez?

—¡No! Quiero decir, sí. O sea, no. A ver, sí pero no. Agh, debería callarme...

Rantaro estalló en carcajadas, que de alguna manera consiguieron aliviar parte de mis nervios.

—Lo siento, estoy nerviosa —me disculpé, con las mejillas encendidas—. Cuando estoy nerviosa digo y hago estupideces.

—Me he dado cuenta —sonrió, divertido.

—Lo siento de veras.

Bajé la mirada, muy avergonzada. Era normal que hiciese el ridículo, pero hoy me estaba pasando.

Sin embargo, Rantaro apoyó sus dedos en mi barbilla y la levantó suavemente para que mis ojos conectaran con los suyos.

—No tienes que disculparte por nada. Lo hiciste todo bien. Tú siempre lo haces todo bien. No quiero que sientas que me debes algo, (t/n), porque no me debes nada. Al contrario, yo debería disculparme por no haber sido sincero contigo desde el principio. Pero, ¿sabes qué? ¿Por qué no olvidamos lo que ocurrió en el juego, al menos lo malo, y nos quedamos con lo bueno? ¿Qué me dices?

Por fin me sentía tranquila. Me había desahogado, y Rantaro me había dicho justo lo que necesitaba oír. Le mostré la mejor sonrisa que pude y envolví mis brazos en su cintura. No podía negar que extrañaba sus abrazos de oso. Puede que tuviéramos nuestras diferencias y que sus sentimientos y los míos no fuesen los mismos, pero nunca dejaría de ser el mejor amigo que había tenido nunca. Rantaro llevó sus manos a mi espalda para corresponder el abrazo. Nos quedamos así hasta que de algún modo volvimos a ser los de siempre.

—Tengo que ir a una sesión de rehabilitación, (t/n) —comentó Rantaro cuando nos separamos.

—¿Ahora? —Hice una mueca.

—Los enfermeros se ponen de mal humor si llego tarde. De hecho, creo que ya voy con quince minutos de retraso. Pero ha valido la pena. Bueno, estar contigo siempre vale la pena.

Sentí un picor en mis mejillas, y supe que estaba ruborizada.

—¿Tienes secuelas graves? —quise saber, preocupada.

Descubrí la duda en sus ojos antes de que me contestase:

—No muy graves. Estoy bien. Solo es una revisión rutinaria.

Mentía. Lo conocía lo suficiente como para notárselo.

Además, gracias a Kokichi ahora era una experta en mentiras. Hablando de Kokichi... ¿Por qué nunca aparecía cuando tenía ganas de verlo? Aunque al mismo tiempo tenía miedo de descubrir que no era la misma persona de la que me había enamorado o de que él pensara que lo nuestro había sido igual de falso que todo el juego. Eso me partiría el corazón, y no podía permitirme un bajón así en estos instantes. Pero tampoco podía esconderme de él para siempre. Tendría que confrontarlo en algún momento.

«Por favor, Kokichi, no me rompas el corazón».

—Nos vemos luego, (t/n). —Rantaro me sonrió y me revolvió ligeramente el pelo—. No saques de quicio a muchas enfermeras.

—Eso último me va a costar —bromeé, y me regaló una última sonrisa.

—Yo también me abro —dijo Ryoma, despidiéndose con un gesto de cabeza—. Ya nos veremos por los pasillos.

Me quedé mirando como desaparecía junto a Rantaro cuando ambos giraron la esquina del pasillo.

Buscad la segunda parte, ya la he subido.

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