Capítulo 100 pt 2
Esta es la segunda parte del capítulo 100. Si no la has leído la primera todavía, no sé qué haces aquí. Fuera, que te spoileas.
—¿Shuichi? —Escuché que dijo una voz femenina muy familiar. Me giré y confirmé que se trataba de Kaede, que acababa de salir de una de las habitaciones junto con Maki. Esta última borró su sonrisa en cuanto nos vio—. ¿Eres tú de verdad?
Me acerqué a Shuichi para saludarlas a ellas también. No había acabado en buenos términos con ninguna de las dos, pero eso no era razón para ser una maleducada y no saludarlas. Sin embargo, sentí que mi presencia no era de buen agrado para algunos. Y con algunos me refiero solo a Maki, quien me lanzó una mirada llena de repulsión que hizo que los jugos gástricos de mi estómago se me subieran a la garganta.
Al principio no me alarmé porque era una actitud muy propia de Maki, pero luego me di cuenta de que solo me miraba a mí de esa manera.
¿Qué demonios?
Tengo miedo.
—Pero bueno, ¿qué tenemos aquí? —proclamó Kaito, colocándose entre Shuichi y yo mientras sacaba pecho—. Pero si son mis dos chicas favoritas. ¿Me habéis echado mucho de menos? Yo sé que sí, pero podéis disimularlo si queréis.
A Kaede le hizo gracia la fanfarronería de Kaito, pero Maki estuvo a punto de ahogarlo con sus propias manos. Por desgracia, Kaito interpretó esto último como una buena señal.
—Maki, no hace falta ponerse así de celosa —parloteó éste, guiñándole un ojo. Me preguntaba si Kaito había aprendido a ligar mediante un tutorial de youtube o en el wikihow—. Tú siempre serás mi favorita número uno, pero no se lo cuentes a nadie, ¿vale? Será nuestro pequeño secreto.
—Kaito, todos te estamos escuchando —dije, parpadeando, y sin pasar por alto la mirada asesina de Maki.
—Calla, (t/n), no me chafes mi momento —susurró, no muy bajo, de modo que todos le escucharon.
—Me largo —escupió Maki, y luego se volvió hacia Kaede—. Estaré donde siempre.
¿Donde siempre? Esas dos se llevaban demasiado bien considerando que una de ellas había sido asesinada por la otra. Supuse que al morir las primeras terminaron creando una amistad. Aunque con Maki nunca se sabía. Era muy rara.
Justo cuando estaba pensando aquello, un hombro golpeó con fuerza el mío. No estaría mintiendo al decir que casi me caí al suelo. Me di la vuelta y la miré a los ojos: rojos como la sangre y furiosos como una llama de fuego descontrolada. Maki me lanzó una mirada asesina por encima de su hombro antes de darme la espalda. Me froté el hombro, dolorida, y fruncí el ceño. ¿Había sido necesario el golpe al pasar por mi lado? Estaba claro que lo había hecho adrede y que lo había disfrutado.
Kaito se había dado cuenta de ello, cosa que honestamente me sorprendió, y saltó en mi defensa.
—Ey, Maki, ¿qué diablos te pasa? —le regañó, y ella lo fulminó con la mirada—. Has golpeado a (t/n) en el hombro y no le has dado ni unas disculpas.
—No me disculpo con parásitos —se limitó a decir ella, y sentí una punzada de dolor justo en mi autoestima—. Y tú —añadió, refiriéndose a Kaito— deja de hablarme como si nos conociésemos de toda la vida. No estoy interesada en ti, así que deja de ligar conmigo. Das vergüenza ajena.
Y, después de soltar esa bomba nuclear, desapareció de nuestra vista.
—¿Pero que bicho le ha picado? —preguntó Kaito, rascándose el cuello—. No la recordaba tan borde.
—Disculpadla —se apresuró a decir Kaede, algo incómoda—. Al principio es un poco borde porque no le gusta socializar con la gente, pero luego es un amor de persona, os lo aseguro.
¿Un amor de persona? Lo dudaba mucho.
A todo esto Shuichi no había dicho ni una sola palabra, y cuando me volví hacia él, me di cuenta de por qué. El chico se había quedado congelado en el tiempo mirando a Kaede como si esta lo fuese a degollar con un cuchillo de carnicero. Estaba muy tenso, y no pasó desapercibido para ninguno de los presentes.
Le puse una mano en el hombro para intentar relajarlo, pero ni se enteró de que lo había tocado.
—Bueno, olvidémonos de Maki —murmuró Kaito, encogiéndose de hombros—. ¿Cómo estás tú, Kaede?
—Si te refieres a secuelas, no tengo muchas. Al morir una de las primeras, mi cerebro no tuvo tiempo de adaptarse a la vida virtual, y eso me benefició. A veces me dan dolores de cabeza, pero son mínimos. Vosotros como sois supervivientes no tenéis nada grave, ¿no?
—No es porque sea superviviente —fanfarroneó Kaito—, es porque las secuelas esas no tienen nada que hacer contra alguien como yo.
Kaede dejó escapar unas risitas cantarinas, y luego miró a Shuichi, quien parecía estar clavado en el suelo.
—¿Y tú, Shuichi? —le preguntó, colocándose un mechón tras la oreja (no había dudas de que estaba interesada en él).
Como el chico no reaccionaba, le di un codazo en las costillas.
Momentos desesperados requieren medidas desesperadas, y mi amigo necesitaba un pequeño impulso para conquistar a Kaede.
—¿Eh? —balbuceó, con nerviosismo.
—¿No tienes ninguna secuela grave? —Kaede realmente sonaba preocupada.
—Eh, supongo que sí. Espera, ¿secuelas has dicho? No tengo secuelas, no.
Kaede rió ante su despiste, y eso convirtió a Shuichi en un tomate andante.
—Me alegra que no te rindieras y siguieras adelante hasta el final —le felicitó esta, con una sonrisa—. Mi muerte fue útil, después de todo.
Shuichi se volvió a tensar antes de responder:
—Sí, claro que fue útil. Digo no. No quería alegrarme de tu muerte, perdón. Me puse fatal cuando te fuiste. A ver, fatal de muy mal, no; sino fatal de un poquito mal. Solo un poquito. Pero que yo no me alegro de que murieras, ¿eh? Pienso que fue útil, pero porque todo lo que haces tú es útil.
Shuichi se convertía en una persona distinta cuando tenía a Kaede delante. Estaba segura de que en ese estado el chico era incapaz de sumar dos más dos.
—Colega, ¿qué narices te pasa? —Kaito frunció el ceño—. No he entendido ni una palabra. ¿Estás hablando en hindú?
—Dijo que todo lo que hacía Kaede era útil —resumí, haciendo que Shuichi se pusiera aún más rojo.
—Me lo tomaré como un piropo —sonrió Kaede.
—Lo es —dijo Shuichi sin pensar—. Es decir, es un piropo de cordialidad. Claro que yo nunca intentaría piropearte con otras intenciones. No, nunca en la vida. No pienses que estoy intentando ligar contigo porque no es así. A ver, no es que no me gustes, porque me gustas. ¿Pero qué estoy diciendo? No me gustas. Bueno, solo un poco. No te creas que me gustas mucho. Me gustas, pero como amiga. No, mentira, no solo como amiga. Quiero decir que... Ugh, olvídalo, soy un idiota
Kaede reprimió unas risitas para no avergonzar a Shuichi y luego se acercó más a él.
Shuichi casi se desmaya.
—¿Te apetece tomar algo en la cafetería conmigo? —le sugirió ella.
—¿Te refieres a ti y a mí? ¿Solos? ¿En plan cita? Ay, no. No quería decir eso, perdón. Es que me pongo nervioso. O sea la situación me pone nervioso, no tú. Tú no me pones nervioso. Solo a veces. Pero ahora no. Que va, ahora estoy perfectamente tranquilo. ¿He dicho perfectamente tranquilo? Creo que eso no tiene mucho sentido. En fin, creo que son las secuelas del mundo virtual. Sí, eso debe ser.
—Eso deber —repitió Kaede, divertida—. ¿Vienes?
—Eh...
—Claro que va —dije, dándole una palmada en la espalda al ver que dudaba.
Shuichi me miró aterrorizado y yo le mostré el dedo pulgar en señal de apoyo.
—Vamos, te enseñaré todos los sabores de batidos que tienen —comentó Kaede, cogiéndole de la mano—. Mi favorito es el de vainilla, pero también hay uno de pistacho y...
Sus voces se iban apagando a medida que se alejaban.
—¿Deberíamos avisar a la enfermera de las secuelas de Shuichi? —preguntó Kaito, inocentemente.
—¿De verdad piensas que tiene secuelas? —me reí—. Por dios, Kaito, esa fue la peor excusa del universo.
—¿Excusa por qué?
—¿No lo entiendes? La única secuela que tiene Shuichi se llama Kaede.
—Espera... ¿¡A Shuichi le gusta Kaede!? —saltó Kaito, abriendo los ojos.
—¿En serio te das cuenta a estas alturas de la vida?
—Es imposible.
—Kaito, Shuichi acaba de confesar hace unos segundos que le gusta Kaede, literalmente.
—No. Me refiero a que eso es imposible —dijo, señalando algo detrás de mí.
Al darme la vuelta, me topé con una escena que solo podía describirse como imposible, tal y como había dicho Kaito. Al fondo del pasillo habían dos enfermeras de complexión delgada empujando a Gonta por la espalda para intentar meterlo en una de las habitaciones. Pero era un despropósito. Gonta le sacaba tres cabezas a la puerta y era más ancho que el marco. Aun así, era gracioso ver cómo las enfermeras lo intentaban con todas sus fuerzas mientras Gonta se disculpaba por ser tan grande.
Por suerte, apareció Kirumi con dos martillos en las manos y las enfermeras cambiaron su plan de acción. Ahora no intentaban empujar a Gonta, sino que rompían el marco por los lados para ensanchar la entrada. Aunque Kirumi no fuese una maid de verdad, seguía teniendo los rasgos de una.
—Me alegra verlos de nuevo a ellos también —admitió Kaito, a mi lado—. ¿Crees que debamos acercarnos a decirles algo?
—Mejor después, ahora parecen bastante ocupados.
—Tienes razón —asintió, y luego me miró con nerviosismo—. Oye... Tú... Ya sabes. Em. ¿Cómo lo digo? ¿No deberías estar buscando a Kokichi?
Sí, pero me da miedo encontrarlo.
—Es que no sé dónde está. El hospital es enorme.
Excusas. No quieres ir a buscarlo porque eres una cobarde asquerosa.
—Bueno, tiene que estar por esta planta —dijo Kaito, mirando a su alrededor—. A todos los demás los hemos encontrado en esta planta. Lo lógico es que él también esté aquí. Digo yo.
¿Por qué Kaito solo usaba la lógica cuando yo no quería que la usase?
—Si quieres puedo ayudarte a buscarlo —añadió sonriente.
Me fijé que a pocos metros de nosotros Miu estaba enzarzándose a gritos con Tenko, mientras que Angie y Himiko alternaban la mirada entre ellas dos. Los médicos que pasaban por su lado las miraban muy mal, pero lo máximo que hicieron fue chistarles para que bajaran la voz.
—¿(t/n)? —Kaito pasó una mano por delante de mis ojos—. ¿Has escuchado lo que te he dicho? Sabes, creo que te pasa algo. Estás muy rara. Como en otro mundo. Tú siempre has sido un poco rarita, pero hoy tu rareza ha superado los límites permitidos. No sé. No entiendo de temas de chicas, pero sé escuchar. Creo.
—Gracias, Kaito, pero estoy bien.
Repítelo hasta que te lo creas.
—Entonces no me preocupo —sonrió este—. Es un alivio, ¿sabes? Ya pensaba que iba a tener que soltarte algún discurso motivador. No hay ningún problema con eso, pero es que tengo la boca seca. Necesito urgentemente un vaso de agua... Ey, ¿ese de ahí no es Keebo? Creo que sí. Nadie excepto él camina con la espalda tan recta.
Me volví hacia el punto que señalaba Kaito y di de lleno con Keebo. Definitivamente, nadie caminaba con los hombros tan rectos. Pero habían muchas diferencias con su personaje del juego. Primero que todo, llevaba ropa de humano normal, cosa que fue impactante. Segundo, tenía una boina en la cabeza que cubría todo su cabello blanco excepto algunos mechones rebeldes.
Y por último, tenía piel. Piel. ¡Que tenía piel! No había ni rastro de sus placas metálicas. ¡Qué tenía piel, joder!
—Em, hola —saludó este, cuando vio que Kaito y yo lo mirábamos como si fuese una serpiente de siete cabezas.
Kaito se puso a señalarlo como loco mientras balbuceaba palabras sin sentido.
—Tú... Piel. Esto. Eh, imposible. ¿Qué?
—¿Qué pasa? —preguntó Keebo, frunciendo el ceño—. ¿Tengo algo mal?
—Sí —contestó Kaito.
—¿El qué?
—Tú.
—¿Yo estoy mal? —preguntó Keebo, extrañado.
Kaito asintió con la cabeza.
—¿Por qué?
—¿No eres un robot? —quiso confirmar Kaito.
—No, soy un humano como tú.
Kaito se llevó una mano al pecho antes de hablar:
—¿Qué me estás contando? ¿No eres un robot? ¿Y ahora qué dirás cuando nos metamos contigo? ¿Que tenemos humanofobia? Vamos, esa palabra es muy fea. No pega nada. (t/n), no sé tú, pero yo me siento estafado.
—¿Qué? —Keebo comenzaba a impacientarse, así decidí arrojar algo de paz.
—Bueno, Kaito, no exageres —dije, restándole importancia, y me volví hacia Keebo—. Keebo, estás fantástico. Esa boina te queda muy bien.
—Gracias, (t/n). Me gusta mucho este estilo.
Le devolví la sonrisa, pero no tardé en borrarla cuando Kaito soltó la pregunta:
—Oye, Keebo, no habrás visto a Kokichi por algún lado, ¿no? (t/n) lo está buscando, y, bueno, yo la estoy ayudando o algo así.
—Su habitación estaba justo al lado de la mía —contestó este, mirando de reojo a Miu que estaba todavía peleándose con Tenko—. Pero no lo vi salir nunca. No sé si las enfermeras no lo dejaban o era por otra razón. No tuve la oportunidad de hablar con él. Aunque seguro que quiere verte, (t/n). Su habitación está al fondo de este pasillo, giras a la izquierda, subes las escaleras y la segunda puerta a la derecha.
Tragué saliva porque sabía que se acercaba el momento que tanto había intentado retrasar, el que tanto había estado apartando de mis pensamientos sin éxito.
«Por favor, Kokichi, no me rompas el corazón»
«No podría soportarlo»
—Ahora si me disculpáis —empezó a decir Keebo, mirando a Miu—, tengo algo muy importante que hacer.
Cuando Keebo se fue, Kaito me hizo un gesto con la mano para que lo siguiese en busca de Kokichi, pero yo decidí detenerlo.
Si iba a enfrentarme a Kokichi, tenía que hacerlo sola.
—Es mejor que te quedes aquí, Kaito.
—Pero...
—Déjanos un momento a solas —le pedí.
—Oh, ya lo pillo —dijo, guiñándome un ojo—. Vais a darle al tema.
—¿Qué? —Mis cachetes se encendieron—. ¡No es eso!
—Tranquila, (t/n) —intervino, sin dejarme replicar—. No hay nada de qué avergonzarse. Tarde o temprano acabaría ocurriendo. No quiero sonar como Miu, pero asegúrate de usar protección. No queremos que llegue ningún regalito inesperado o una enfermedad de esas raras. Y si te trata mal, dímelo y le daré una paliza. No sé por qué, pero me he dado cuenta de que me sale el instinto de padre protector contigo.
Dibujé una media sonrisa en mi rostro. No quería admitirlo, pero ese comentario me había hecho un poco más feliz, incluso viniendo de Kaito (todos sabíamos que a Kaito no se le podía tomar en serio). Así que cuando me encaminé hacia las escaleras, el miedo no era la emoción que prevalecía dentro de mi pecho, sino que se había repartido a partes iguales con el valor.
Esta vez no tengo miedo de encontrarte, Kokichi.
«Pero, por favor, no me rompas el corazón»
Iba metida dentro de mis pensamientos. Por eso, al llegar a las escaleras, no me percaté que que había alguien mirándome desde el escalón más alto. Fue gracias al olor que se coló por mis fosas nasales que levanté la cabeza y me di cuenta de que estaba allí. Esos ojos rasgados, esa cabellera larga y ese olor que me recordaba solo a una cosa: la muerte.
Volver a ver a Korekiyo fue como revivir la traumática escena en su laboratorio: me había golpeado en la cabeza dejándome indefensa, había intentando envenenarme, pero no le dio tiempo, y entonces cogió su katana y me hizo vivir un infierno. Todavía recordaba el sonido de la punta afilada raspando el suelo de madera, como un monstruo arañando la pared con sus garras. Todavía podía sentir su sombra persiguiendo la mía. Veía la puerta e intentaba llegar hacia ella, pero no lograba alcanzarla nunca, como si estuviera atrapada en una pesadilla.
Todo parecía perdido para mí en aquellos momentos, hasta que una cuerda se enrolló en el cuello de Korekiyo asfixiándolo hasta su muerte. Había estado a punto de morir en aquel mundo virtual. Todo parecía perdido para mí. Hasta que apareció él. Kokichi me salvó ese día, y lo estuvo haciendo sin darse cuenta los días siguientes. Siempre estuvo a mi lado cuando lo necesitaba. ¿Y si él me necesitaba a mí ahora? No podía fallarle.
Subí las escaleras intentando ignorar la presencia de Korekiyo. No tenía ganas de hablar con él y tampoco tiempo. Necesitaba llegar hasta Kokichi lo más rápido posible. Ya no aguantaba la incertidumbre de no saber cómo se encontraba. Había sido una idiota por no haberlo buscado antes. ¿Y si estaba esperando a que yo apareciera por su puerta? No podía decepcionarlo.
Korekiyo no se movió de su sitio. Sentía su mirada sobre mí mientras subía los escalones uno por uno. Tenía mucho miedo de pasar por su lado, pero lo tenía que hacer si quería llegar hasta la habitación de Kokichi. Cuando estaba a punto de llegar a la cima de las escaleras, cogí aire y lo solté. Me repetí a mí misma que era una chica valiente y que no debía pensar en la escena del laboratorio. Solo entonces me armé de valor y pasé por su lado dejándolo atrás.
Estoy orgullosa de ti, (t/n).
Pero cuando creía que todo el horror ya había pasado, escuché su voz, la voz de la muerte.
—Me tienes miedo.
Me frené en seco cuando lo escuché. Sentí un escalofrío recorriéndome la piel. Korekiyo no se dio la vuelta para mirarme a los ojos y yo tampoco lo hice. No quería verle la cara. El color de su iris me recordaba lo vulnerable que me sentí aquel día, y no me gustaba nada.
Hice un esfuerzo para que la voz no se me atropellara en la garganta.
—También te tengo asco.
Fui directa, y eso me gustó. Me sentí un poco más fuerte que aquel día en su laboratorio.
—Kehehe... —Otra vez esa espeluznante risa—. Eso me demuestra que en efecto me tienes miedo.
—Y asco. Por favor, no te olvides de la parte del asco. Es muy importante.
Solté el aire retenido en mis pulmones después de haberle dicho esto último.
Vamos, (t/n), eres fuerte. Él ya no puede hacerte daño. Ni físico ni mental. Ninguno de los dos.
—Estás a la defensiva —comentó, aún de espaldas a mí—. Puedo entenderlo. Creo que ambos estamos de acuerdo en que nuestra relación en el juego no fue la mejor de todas.
Cogí aire y me desahogué de las mejor forma que pude:
—Fue horrorosa, nefasta, asquerosa, vomitiva, repugnante y desagradable.
—¿Algún otro adjetivo que deba añadir a la lista?
—No. Bueno, y repulsiva.
—Tomo nota.
Me estaba dando rabia admitirlo, pero las intenciones de Korekiyo no parecían tener el objetivo de asustarme o reírse de mí, más bien, intentaba llevarse mejor conmigo.
Aun así, no podía perdonarlo, y él lo sabía.
—No se puede arreglar algo que está tan roto, (t/n) —alegó, con ese tono de voz misterioso—. Las amistades son como jarrones de cristal. Los puedes adornar con flores, hacerlas crecer y cuidarlas hasta que se marchiten. O puedes llenarlos de arena hasta que el cristal no pueda más y se agriete. Ahí todavía existe una solución; puedes tapar la grieta, y si eres inteligente incluso puedes quitar algo de arena. Pero si sigues añadiendo arena sin parar, el jarrón terminará estallando, y entonces nada ni nadie podrá repararlo.
—¿Te quedas a gusto soltando metáforas randoms?
—Es una de mis pasiones ocultas.
—Además, sí que hay esperanza para el jarrón que ha estallado. Si las personas dueñas de este se toman la paciencia y el tiempo para reunir todas las piezas, pueden reconstruir una parte de él cada día. Hasta que vuelva a ser capaz de llevar flores en su interior.
—Muy observadora, pero te olvidas de una cosa. Por mucho que reúnas las piezas, el jarrón nunca será el mismo.
—¿Qué me quieres decir con esto? —bufé, impacientándome—. No estoy para metáforas ahora mismo.
—Lo que quiero decir es que no pretendo arreglar nuestra amistad, si es que queda algún resto de ella. Pero no quiero tener este cargo de conciencia para siempre conmigo.
—Todo este rollo porque no sabes cómo pedirme disculpas.
—Veo que te gusta ir directo al grano.
—Me gusta que no me hagan perder el tiempo.
Korekiyo dejó escapar un suspiro y se dio la vuelta. Lo supe porque, a pesar de que estaba de espaldas a él, escuché que se movía. Decidí no alargar más la situación y giré sobre mis talones. Ahora ambos estábamos cara a cara. Pensaba que sentiría miedo y vulnerabilidad al mirarlo a los ojos, pero su mirada estaba decorada con un solo sentimiento: el arrepentimiento.
—Mi comportamiento hacia ti en el mundo virtual estuvo fuera de lugar. Hice cosas que creía impensables. Traicioné mis propios códigos morales. Y lo peor de todo, te hice daño a ti. No espero convertirme en tu amigo. Creo que ninguno de los dos quiere eso. Y probablemente mis disculpas no sean suficiente, pero te las ofrezco de igual manera. Lo siento, (t/n). No será fácil superar el miedo que te hice pasar esa noche, pero créeme cuando te digo que el Karma ya me las ha hecho pagar. Aquel día no solo murió mi personaje virtual, también lo hizo el real, y para este último no hay solución.
Korekiyo no me dio tiempo a responderle. Tampoco sabía qué decirle. Me habían sorprendido sus disculpas, pero desgraciadamente eso no hacía que mis pesadillas sobre aquel día desapareciesen. Lo vi bajar las escaleras y caminar por el pasillo hasta que se convirtió en un punto en la lejanía.
Tardé unos segundos en sacudir la cabeza, intentando concentrarme en mi objetivo, y continué mi camino por el pasillo del piso de arriba. Según Keebo, la habitación de Kokichi era la segunda a mano derecha. Sin embargo, cuando me puse de puntillas y miré por la ventanilla que había en la parte superior de la puerta, descubrí que la camilla estaba vacía. No había nadie allí.
Mierda. ¿Ahora qué hago?
Pensé que quizá Kokichi había salido a buscarme. O quizá estaba siendo demasiado egocéntrica y tan solo había salido a por comida. Fuera lo que fuese, esperaba que se encontrara bien. Decidí que no me rendiría y que lo buscaría por todos los pasillos del hospital. Ya no tenía la enfermedad del mundo virtual, así que no tenía excusa para quedarme sentada mirando a los enfermeros pasar.
Recorrí el pasillo entero con la imagen de ese chico de pelo violeta y complexión delgada en mi cabeza, pero lo único que encontré fueron pacientes que no conocía, familias que iban a visitar a sus seres queridos y médicos estresados correteando de una habitación a otra.
Después de diez minutos de búsqueda, reconocí un rostro entre la multitud. Pero este no pertenecía a Kokichi, sino a Tsumugi. La chica estaba apoyada en el marco de la puerta de una de las habitaciones y tenía la mirada perdida en los sillones de la sala de espera. Nunca había visto su rostro adornado con esa expresión tan distante. Parecía que había un muro enorme que la separaba a ella de los demás. Nadie le prestaba atención, y ella tampoco se la prestaba a los demás.
Como si una fuerza mística la hubiese avisado de que la observaba, Tsumugi clavó su mirada en mí. Tras las gafas, sus ojos estaban muertos, sin su habitual brillo malicioso. Se cruzó de brazos, pero no a modo de enfado, más bien lo hizo para protegerse de mi mirada. Apretó los labios hasta que estos adquirieron un color blanquecino. Pensé que se acercaría a mí y me soltaría algún comentario desagradable o burlesco, pero ocurrió lo que menos esperaba. Tsumugi apartó su pupila de la mía, como si la conexión visual le quemase por dentro, y se metió dentro de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Vale, eso ha sido lo más raro que he visto hoy.
Ignorando lo que acababa de pasar, divisé al fondo del pasillo una máquina expendedora. La búsqueda de Kokichi me había dado mucha sed, así que me acerqué para comprar una botella de agua con el dinero que me había dado Shio. Saqué las monedas, introduje la cantidad necesaria por la ranura y tecleé el número marcado debajo de una botella de agua fría.
Inmediatamente, la máquina se puso en funcionamiento. El pasillo donde me encontraba era bastante transitado, por lo que me tuve que apartar y dejar paso a varios pacientes que iban acompañados de sus enfermeros. Cuando volví a colocarme frente a la máquina expendedora, me di cuenta de que la botella de agua se había quedado atrapada en el mecanismo.
—No fastidies —mascullé en voz baja.
Esperé unos segundos a que por obra del universo el mecanismo se volviese a poner en funcionamiento, pero el muy imbécil no se movió y la botella de agua por la que ya había pagado seguía dentro de la máquina. Solté un bufido en señal de irritación. Le di un pequeño toque al cristal para recuperar lo que era mío, pero tampoco funcionó y la gente que pasaba por allí empezó a mirarme como si estuviese haciendo un show de comedia.
Genial, estaba haciendo el ridículo y encima tenía sed.
Decidí ignorar las miradas de la gente y seguí dando golpes a la máquina, cada uno más fuerte que el anterior. No pensaba perder la batalla. Había pagado dos monedas por el agua. Era mí botella. Mía. Me pertenecía. No dejaría que esa máquina asquerosa se la quedase y se burlase de mí.
—¡Venga ya! —exclamé, irritada, golpeándola de nuevo.
Tenía la sensación de que la máquina me sacaba la lengua cada vez que la golpeaba, y ese pensamiento en mi cabeza me puso de malhumor. Una persona normal se habría rendido y habría ido a la cafetería a pedir una botella de agua. Pero yo no. Yo no era normal. Por eso, seguí golpeando la máquina hasta que la mano empezó a palpitarme de dolor.
—Dame lo que es mío, maldita ladrona —mascullé, sin importarme que las personas mirándome pensaran que era una loca.
Estaba segura de que el constructor de esa máquina expendedora la había hecho mal adrede y había puesto una cámara oculta para reírse de todas las personas que intentaban comprar algo en ella.
Estuve a punto de darle otra patada a la máquina, cuando vi su reflejo en el cristal.
Se me detuvo el pulso y dejé de respirar.
No tuve el valor de darme la vuelta para comprobar que era él de verdad y no una señal de que me estaba volviendo loca. Sin embargo, cuando escuché su voz, no me quedaron dudas de que era él.
Kokichi.
—Una chica peleándose con una máquina expendedora. —Vi por el reflejo cómo levantaba una comisura de sus labios y arqueaba las cejas. Dos gestos que me provocaron un cortocircuito mental—. Parece el título de una película mala de los ochenta.
Ahora mismo mi cuerpo estaba en un conflicto: mientras que mi corazón estaba desesperado por lanzarse hacia él y darle un beso al estilo de la escena bajo la lluvia del diario de Noa, mi cerebro me ordenaba que no me moviera, como si Kokichi fuera el mismísimo dinosaurio T-rex.
La batalla terminó ganándola mi cerebro.
Vi por el reflejo que Kokichi daba un paso hacia mí mientras añadía:
—¿Se te ha quedado algo atrapado en la máquina o simplemente quieres romperte los huesos de la mano? Porque, si es este último, te puedo enseñar otras formas menos dolorosas de conseguirlo.
El tono que usó para decirlo me dejó en claro que era broma y que lo estaba haciendo para intentar entablar una conversación conmigo, pero yo me había quedado congelada. No había dicho mi nombre ni una sola vez y tampoco me había dado a entender que ya me conocía de antes. ¿Tendría secuelas graves como la pérdida de memoria o me estaba volviendo paranoica?
Inspiré hondo y me armé de valor para darme la vuelta. Aunque me arrepentí de haberlo hecho cuando me encontré con su perfecto iris de color violeta. Por poco me da un infarto. Hacía solo una semana que no lo veía, pero me habían parecido siglos. Seguía exactamente igual de guapo que como lo recordaba. Ahora lo estaba incluso más, gracias a los mechones rebeldes de su pelo que le daban un toque de chico malo. Además, llevaba una sudadera de color gris con el dibujo de una calavera y unos vaqueros que le sentaban demasiado bien.
Lo echaba tanto de menos que me faltó poco para lanzarme a sus brazos. Por suerte, me mantuve en mi sitio, sin apartar mi mirada de esa maldita sonrisa suya que derretía mi cerebro por dentro y no me dejaba pensar con claridad.
Se me encendieron las mejillas al darme cuenta de que Kokichi también me había dado un repaso con la mirada. Se había fijado en los mechones de mi pelo, en mis ojos, en mi boca, en mi camisa con estampado de «Paz y amor», en lo ceñido que estaban mis vaqueros a mi pequeña cintura y había acabado otra vez mirando a mis ojos.
El problema era que, a diferencia de él, yo no era tan guapa, así que me mordí el interior de la mejilla, avergonzada.
Nos quedamos así hasta que sus ojos se deslizaron hacia la máquina expendedora detrás de mí.
—Si la golpeas solo vas a conseguir hacerte daño en la mano —comentó, acercándose a la máquina—. Para que te devuelva la botella de agua tienes que sacudirla desde arriba.
Parpadeé muchas veces mientras él apoyaba sus manos en la parte superior de la máquina y la hacía tambalearse de un lado a otro. La botella de agua no tardó en caer, y yo me sentí muy estúpida cuando él esbozó una sonrisa satisfactoria.
—¿Lo ves? —dijo, frotándose las manos—. Ya tienes tu botella de agua. De nada.
Ahora era cuando tenía que agacharme y coger la botella, pero me había quedado paralizada. Y que Kokichi se me quedase mirando no facilitaba las cosas.
Vamos, haz algo.
Kokichi arqueó las cejas y clavó la mirada en algo que había detrás de mí. Seguramente, lo hizo porque estaba incómodo con la situación.
Que te muevas, imbécil.
¿Qué hago?
¡Coger la maldita botella! No es tan difícil.
Mientras mantenía un conflicto mental conmigo misma, sentí unos dedos enroscarse con suavidad alrededor de mi brazo y luego tiraron de mí hacia delante, de modo que mi cuerpo casi se abalanza sobre el pecho de esa persona. Cuando fui consciente de que la mano que me cogía del brazo pertenecía a Kokichi, las piernas me empezaron a flaquear.
—Cuidado —me dijo.
Al principio no entendí por qué me había acercado a él, pero, cuando seguí su mirada, me di cuenta de que me había apartado del pasillo para que pasaran unos médicos que tiraban de una camilla. No me soltó el brazo mientras los mirábamos pasar. Su cercanía me estaba volviendo loca, sobre todo porque su olor natural entró por mis fosas nasales, fomentando las ganas que tenía de hundir mi cabeza en su hombro.
Después de lo que me pareció una eternidad, los médicos que tiraban de la camilla se alejaron de nosotros y Kokichi me soltó el brazo. Automáticamente, di un salto para alejarme de él. Si seguía teniéndolo tan cerca, no aguantaría las ganas de cometer un acto poco cristiano. Estábamos en medio de un pasillo de hospital, no era el momento ni el lugar.
Te está mirando raro, ¡di algo ya!
—Em, bueno, gracias por... eh, apartarme.
Y con todos ustedes, el premio a la chica más ingeniosa va para... ¡(t/n)!
—Y gracias por lo de la máquina expendedora. —Le regalé una tímida sonrisa y me agaché a coger la botella de agua.
El corazón se me retorció porque parecíamos desconocidos.
Cuando me puse en pie con la botella en la mano, pensé que Kokichi ya no iba a estar allí porque no parecía muy entusiasmado conmigo, pero contra todo pronóstico permaneció de pie al lado de la máquina y mirándome a los ojos de una forma tan dulce que sentí una bomba de azúcar explotar en mi pecho.
Se metió las manos en los bolsillo para rellenar el silencio incómodo que se había formado entre nosotros, mientras que yo jugaba con la tapa de la botella.
Di algo, mujer.
¿Qué digo?
¡Lo que sea!
Para mi conciencia era fácil pedirlo, pero hacerlo era distinto. Tenía muchísimo miedo.
—Oye —Al final él habló primero—. Hace no mucho encontré un sitio muy cómodo que tiene vistas a la gran ciudad. Voy allí para esconderme del enfermero cuando quiere hacerme una revisión. Nunca me encuentra porque nadie suele pasar por allí. Es un lugar muy tranquilo. ¿Te gustaría venir conmigo?
El bombeo de mi corazón era tan fuerte que casi no escucho su pregunta final.
—Sí, será mejor que nos vayamos de aquí —comenté, viendo que un enfermero nos hacía señas para que nos apartásemos—. Estamos estorbando.
Después de darle un sorbo a la botella de agua, me coloqué a su lado y caminé por el pasillo siguiendo sus indicaciones para llegar a ese escondite misterioso.
—No está muy lejos de aquí, ya lo verás —me dijo, mientras esquivábamos a un grupo de personas—. Por cierto, siento no haberme presentado antes. El médico que pasó con la camilla me distrajo. Soy Kokichi Oma, pero puedes llamarme por mi primer nombre.
No, por favor.
Es una broma, dime que es una broma.
No, no, no, no.
Mientras caminábamos, ladeé la cabeza para mirarlo. Estaba esperando a que yo le dijese mi nombre. Me miraba con curiosidad a la vez que mantenía su escuálida sonrisa intacta.
Quería llorar, quería estallar en llanto y revolcarme por el suelo hasta que una camilla me atropellase.
—Creo que ahora viene la parte en la que te presentas tú —comentó Kokichi, al ver que no le decía nada.
—Muy gracioso. —Crucé los dedos rezando para que fuese una broma.
—¿Cómo? —preguntó él, frunciendo el ceño.
—Que eres muy gracioso, casi haces que me lo crea.
—Gracias, me suelen decir que soy gracioso, pero esta vez no entiendo por qué.
—Porque me conoces perfectamente, Kokichi —insistí, y tragué saliva cuando me miró como si estuviera loca.
Dios mío, no era una broma.
—Ah, ¿si? —Él parpadeó—. ¿Nos hemos visto antes? Ya decía yo que me parecías familiar. ¿Has estado en el hospital esta semana? Seguro que nos hemos visto por los pasillos o en la cafetería. No recuerdo haber hablado contigo, así que... eh, lo siento si ya me dijiste tu nombre una vez. Yo... No lo recuerdo, lo siento.
Mi cara debió hablar por si sola porque Kokichi se empezó a asustar.
—Lo siento mucho, en serio —repitió, avergonzado—. No sé cómo he podido olvidar el nombre de una chica tan... Bueno, tan guapa como tú. Pero te prometo que no volverá a pasar.
El cumplido pasó desapercibido para mí. No recordaba mi nombre. No me recordaba. Era mi peor pesadilla. Lo único que no quería era que Kokichi me rompiese el corazón, y era lo único que estaba haciendo.
Creo que tenía ganas de vomitar.
Me frené en seco dispuesta a dejarlo allí e irme corriendo. Pero él se dio cuenta y paró también.
—¿Ocurre algo? —me preguntó.
Bajé la cabeza para que no viera que se me estaban empezando a acumular las lágrimas en el párpado inferior.
—Tú... —balbuceé. La voz se me rompía—. ¿Tú no... ?¿No sabes quién soy?
Kokichi hizo una mueca de confusión y miró a todos lados como si pensara que le estaba haciendo una broma oculta. Clavé la mirada en el suelo porque mirarlo a él me dolía.
—No, no tengo ni idea de quien eres. La verdad es que me estás asustando. No serás ninguna acosadora o algo por el estilo, ¿verdad, (t/n)?
Fue inmediato, levanté la cabeza cuando dijo mi nombre. Nunca me llegué a presentar, y Kokichi parecía saberlo a la perfección, porque me lo encontré con una comisura de sus labios levantada en una sonrisa traviesa. Sus ojos me miraban con diversión y yo parpadeé repetidas veces. Me lo había creído como una estúpida. Me dieron ganas de borrar esa expresión de satisfacción que se le había dibujado en el rostro.
—¡Pero serás capullo! —Le di un pequeño puñetazo en el hombro, y él estalló en carcajadas.
—Tenías que haberte visto la cara. —Kokichi no podía dejar de sonreír, y yo tampoco, aunque luchara con todas mi fuerzas por no hacerlo—. En serio, fue buenísimo. Te quedaste blanca cuando me presenté. Por no hablar de cuando te prometí que no me olvidaría otra vez de tu nombre. Tu cara era todo un poema. No quería seguir con la broma tanto tiempo, pero es que no te lo creías, así que tuve aguantarla un poco más. Y funcionó. Oh, vaya que sí funcionó.
Fruncí el ceño y me forcé a eliminar la sonrisa de mi cara.
—Es que lo sabía —dije, dándole otro pequeño toque en el hombro en señal de protesta—. Sabía que era una de tus estúpidas bromas. ¿Por qué demonios te creí? No, mira, ¿sabes qué? En verdad nunca llegué a creérmelo. Eres malísimo fingiendo. Lo peor.
—Ya, claro, eso díselo a la (t/n) del pasado —comentó, con esa maldita sonrisa juguetona.
—Te odio.
No le di tiempo a que me respondiera porque me crucé de brazos y seguí caminando por el pasillo. Escuché que soltó unas risitas por lo bajo y a los pocos segundos volvía a estar a mi lado.
—Vamos, tienes que admitir que fue muy gracioso. Sobre todo la parte en la que abriste ojos así.
Lo miré y vi que estaba abriendo los ojos exageradamente.
—Agh, cállate. —Quería sonar enfadada, pero mi estúpida sonrisa me delataba—. Yo no abro los ojos así.
—Sí que los abres así. Y también arrugas la nariz así. Mírame.
Sentí la tentación de no mirarlo y acelerar el paso, pero terminé echándole un vistazo.
—Yo no hago eso —refunfuñé.
—Cierto, a ti te queda más bonito.
Ignoré el hecho de que la piel me ardía en las mejillas y en el cuello y aceleré el paso para dejarlo atrás.
—Me voy —le dije, adelantándome varios pasos.
Kokichi no tardó en alcanzarme.
—¿Y a dónde se supone que vas? —preguntó, todavía con la sonrisa triunfal en la cara.
—Deja de sonreír.
—No puedo dejar de sonreír si estoy contigo.
La cara me ardía tanto que estaba segura de que él podía sentir mi calor.
Aceleré el paso.
—¿A dónde vas? —insistió, llegando a mi lado otra vez.
—Al escondite ese tuyo —respondí, secamente—. Sola.
—No puedes ir sin mí —comentó con chulería—. No sabes dónde está.
—Pues me buscaré la vida para encontrarlo.
—No lo encontrarás.
—Entonces me esconderé en el baño de chicas para que me dejes de seguir.
Mi comentario lo hizo reír.
—Oh, venga. —Me dio un ligero empujón hombro con hombro—. No me digas que te has enfadado conmigo por culpa de una broma inocente.
¿Inocente? Casi me da un infarto y tiene que venir la enfermera a resucitarme.
—Tu broma fue un asco —contesté en su lugar. En la vida admitiría que me había sacado una sonrisa con su estúpida broma.
—¿Y qué vas a hacer? ¿En serio te vas a meter en el baño de las chicas para huir de mí? Porque no me importa hacerme pasar por una tía y entrar contigo. Me hago una coleta pequeña y listo.
Era mi turno de fastidiarlo.
—No hace falta que te hagas una coleta. —La sonrisa traviesa no me tardó en salir.
—¿Qué insinúas? —inquirió, frunciendo el ceño.
—Nada.
—¿Ahora sí sonríes? Como te encanta humillarme...
—Venga, deja de lloriquear y llévame hasta tu escondite secreto.
Kokichi se quedó mirándome unos segundos, y luego bajó su mirada hasta mi mano. Tragó saliva y su expresión se volvió confusa. Pensé que me iba a coger de la mano porque acercó sus dedos a los míos, pero antes de que estos se rozasen los separó.
—Estamos cerca, sígueme —me dijo, acelerando el paso.
No tardamos más de cinco minutos en llegar. Era una pequeña terraza a gran altura y rodeada por una barandilla de acero. Kokichi tenía razón. No había ni una sola persona allí y se podía ver toda la ciudad: los altos rascacielos, las carreteras llenas de coches, los grandes árboles de los parques y una infinidad de detalles que podías ver solo si prestabas atención al paisaje urbano.
—Mola, ¿verdad? —dijo él, apoyando las manos en la barandilla.
Me coloqué a su lado, dejé la botella en la barandilla (era lo bastante ancha como para saber que no se caería) y apoyé las manos a tan solo unos centímetros de las suyas. Ese último detalle no pasó desapercibido para ninguno de los dos.
—Sí, mola.
Que estuviera tan cerca de mí, me ponía nerviosa. Muy nerviosa. Sobre todo porque estábamos solos.
—Suelo venir aquí cuando quiero dejar de pensar en... Bueno, ya sabes, en todo.
Entonces, no aguanté más y solté la pregunta que había estado rondando en mi cabeza.
—¿Por qué no viniste a buscarme?
—Me dijeron que los supervivientes no estaban en este hospital.
—¿Y tú te lo creíste?
—No.
—Entonces, ¿por qué no viniste? —pregunté, un poco decepcionada.
—Tú tampoco lo hiciste.
Su respuesta me sentó como una patada en la rodilla. Especialmente porque tenía razón.
—A mí no me dejaron salir de mi habitación —mentí. Bueno, era en parte verdad y en parte mentira. Me dejaban salir de vez en cuando, pero siempre acompañada de una enfermera.
Kokichi suspiró y echó un vistazo rápido a mis manos, que tan solo estaban separadas de las suyas unos centímetros.
—Supongo que tenía miedo —confesó, mirando la ciudad.
No era necesario que me explicara a qué tenía miedo porque entendía cómo se sentía a la perfección.
Eramos algo en el juego. ¿El qué? No lo sé, pero éramos algo. Sin embargo, el juego era falso. ¿Eso quería decir que nuestra relación también lo fue?
—Yo también tenía miedo —admití, siguiendo con la mirada a un coche en la lejanía—. No sabía que estabas vivo. No sabía que todos estabais vivos. Cuando me desperté, no me explicaron nada. Estaba aterrada y confusa. Todas las noches soñaba lo mismo. Te veía a ti y a Keebo cerrando mi cápsula y luego todo se volvía un infierno.
—Dicen que las pesadillas son un efecto secundario —comentó Kokichi, desanimado—. Yo también las he tenido. Las tengo todavía. Cada día. Cada hora. Mis pesadillas no aparecen por la noche cuando me voy a dormir, aparecen ahora, a plena luz del día.
—¿Ahora mismo estás teniendo una pesadilla?
—Volver a la vida real es mi pesadilla —confesó, apretando tanto la barandilla que sus nudillos se volvieron blancos.
—¿Qué? Pero si el juego fuese real hubieras muerto. ¿Quieres morir?
—No, no me malinterpretes —dijo, negando con la cabeza—. Esto está bien. Sí, estoy vivo. Todos estamos vivos y es genial. Pero allí me sentía parte de algo, ¿sabes? Me sentía útil. Me sentía vivo —Luego, volvió a mirar mi mano, y deslizó la suya un poco hacia la mía, pero sin tocarla—. Allí tenía cosas que no sé si podré tener ahora.
Y sabía que se refería a lo nuestro.
Madre mía, el corazón me iba a estallar.
—Puedes tener lo que quieras —le dije, sabiendo que pillaría la indirecta.
Fue inmediato, Kokichi me miró a los ojos al escuchar mis palabras. Luego deslizó su mirada un poco más abajo, a mi boca, y yo también miré la suya. Por instinto, humedecí mis labios secos con la lengua. Cuando volví a mirarlo a los ojos, él estaba observando mi mano. Nuestros meñiques estaban separados por menos de cinco centímetros. Kokichi deslizó lentamente su mano por la barandilla. Casi se me corta la respiración cuando sentí su piel haciendo contacto con la mía.
Como si intentara cerciorarse de que lo que estaba haciendo no me incomodaba, Kokichi me miró a los ojos antes de hacer cualquier otro movimiento. Nuestros meñiques ahora estaban pegados. El único sonido que escuchaba era el de nuestras respiraciones; la mía estaba un poco más agitada que la suya. A ninguno de los dos nos salían las palabras. Estábamos demasiado nerviosos para eso, pero Kokichi interpretó mi pequeño gesto de cabeza como una señal para seguir moviendo su mano sobre la mía.
Primero deslizó su meñique por encima del mío, y yo sentí que el mundo se me ponía del revés. Luego deslizó el siguiente dedo con tanta suavidad que me provocó un cosquilleo. A los pocos segundos, su mano ya cubría toda la palma de la mía. Cada roce me producía una extraña pero agradable sensación en el estómago. Todo parecía multiplicarse por mil en comparación a cuando me tocaba en el juego. Todo era más real. Era real. Sus ojos volvieron a conectar con los míos, y nunca nadie me había mirado con tanto cariño como él en este momento.
Sus dedos se colaron lentamente por los huecos que dejaban los míos, y entonces entrelazamos nuestras manos. La mía estaba helada, pero la suya contrarrestaba la temperatura. Kokichi empezó a dibujar círculos sobre mi dorso con la yema de su dedo pulgar.
—¿Todo lo que quiera? —preguntó, para asegurarse de que hablábamos de lo mismo.
No me hizo falta pensar la respuesta.
—Todo.
Kokichi y yo nos alejamos de la barandilla, pero sin soltarnos las manos. Acercó su pecho al mío hasta que ambos casi se rozaban. Sus ojos me miraban con tanta dulzura que me quedé hipnotizada mirando su iris. Estaba tan cerca que pude distinguir los distintos tonos violetas que lo adornaban. Mi mirada se escapó un momento a sus labios, y eso lo hizo sonreír.
—Nunca te lo pregunté formalmente —susurró, empujando hacia detrás los mechones de pelo que caían por delante de mis hombros.
No pude evitar tensarme porque sabía lo que iba a decir a continuación, y eso le pareció muy divertido a él.
—¿Te pongo nerviosa? —preguntó, con una enorme sonrisa.
Imbécil.
—No —mentí, muy descaradamente además—. ¿Esa era tu pregunta formal?
A Kokichi le hizo gracia que le respondiese tan borde.
—No, no era esa. Esa solo era para romper la tensión. Bueno, y para molestarte también.
—¿Todavía estoy a tiempo de salir corriendo? —pregunté, sabiendo que le haría reír.
—Nadie te está reteniendo. Aunque si te vas, te vas a perder la mejor parte.
—Ah, ¿si? —Enarqué una ceja, divertida—. ¿Cuál es la mejor parte?
—Esta.
Kokichi se acercó lentamente a mi rostro con esa sonrisa juguetona. Cerré los ojos cuando sentí sus labios en contacto con mi mejilla. Millones de descargas eléctricas me sacudieron de arriba a abajo, y eso que ni siquiera era un beso en los labios. Al separarse, volvió a componer esa sonrisa traviesa.
—Perdón, me tropecé —dijo el muy imbécil.
Yo también sabía jugar a esto.
—Deberías saber que yo soy más torpe que tú.
Ni siquiera le di tiempo a contestarme. Llevé mi mano libre a su cuello y me acerqué lentamente a su rostro. Quería que sufriera un poco. Solo un poquito. Por eso hice el ademán de ir a besarle los labios, pero en realidad bajé un poco más y presioné mis labios en su mandíbula.
Kokichi se quedó con cara de embobado.
—Vale, no me disgusta que te tropieces así —dijo, recuperándose—, pero ten mejor puntería la próxima vez.
—Cállate, tú empezaste con esto.
—Lo admito, soy culpable —sonrió, pero luego se aclaró la garganta y me miró con una expresión más seria—. (t/n), no quiero seguir así.
—¿Qué? —Me estaba asustando.
—Que no quiero seguir así. —Sonaba muy frustrado.
—Explícate.
—Es difícil... Yo, em. Bueno, tú... Ugh, lo que quiero decir es que no quiero tener lo que teníamos en el juego.
¿Habéis escuchado eso? Era mi corazón rompiéndose.
—Estás de broma, ¿no?
—No, voy muy en serio. No quiero seguir preguntándome qué somos. No puedo estar contigo, y luego pensar que quizá vas a irte con otro. ¿Qué éramos, (t/n)? No lo sabíamos. No puedo seguir así. No quiero comerme la cabeza cada vez que te bese sin saber qué somos.
Ah, así que era eso.
Necesito pegamento para volver a unir las piezas de mi corazón.
—Necesito saber qué somos —dijo, muy nervioso—. Va a sonar muy mal, pero quiero tenerte solo para mí, y quiero que me tengas a mí solo para ti.
—Kokichi...
—Si quieres que seamos solo amigos que pueden besarse... Pues, bueno, vale. Pero necesito sabes qué somos. No quiero meterte presión o parecer un pesado. Tampoco quiero incomodarte, pero no sé si podré conformarme con ser tan solo tu amigo con derecho a otras cosas, ¿sabes? Yo... Es que no lo sé. Estoy muy confuso. Nunca había estado en esta situación y no sé si lo estoy haciendo bien o...
—Kokichi —le dije para que se relajara—. ¿Tú qué quieres?
—¿Yo? Pues... —Tragó saliva antes de soltarlo—. Quiero presentarte a los demás como mi novia.
Sus hombros se tensaron nada más soltó aquellas palabras. Sin embargo, mi sonrisa logró calmarlo un poco.
—Yo también quiero eso.
—¿Sí? —Abrió los ojos, entre aliviado y sorprendido.
—Pues claro, tonto.
—Vale, vale. Espera, quiero hacerlo bien —Se aclaró la garganta, y yo dejé escapar unas risitas—. (t/n) —En cuanto dijo mi nombre estallé en carcajadas—. Ey, tómatelo en serio.
—Perdón, perdón.
—(t/n)... ¡No te rías!
—Lo siento. —Intenté ponerme seria.
—(t/n), ¿me dejarías ser el único chico que tenga permiso para besarte?
No pude aguantarlo, estallé en carcajadas.
—Te odio —refunfuñó.
—Me haces mucha gracia cuando te pones en modo romántico.
—Intento hacerlo bien, como en las películas —me recriminó, con ceño.
—Así no lo hacen en las películas —me reí.
—No, en las películas a la chica no le da un ataque de risa.
—Anda, ven aquí, tonto —dije, soltando la mano que teníamos entrelazada para enrollar mis brazos en su cuello—. No hace falta que me lo preguntes como si estuviéramos en una película de Disney, porque la respuesta siempre será que sí, que sí quiero ser tuya.
A Kokichi se le formó una preciosa sonrisa en los labios.
—Si haciendo el tonto consigo que me digas estas cosas tan bonitas, me puedo acostumbrar a ser tonto.
—¿Por qué siempre chafas el momento romántico? —Puse los ojos en blanco, todavía rodeando su cuello con mis brazos.
—Aún no ha llegado el momento romántico.
Lo siguiente que sentí fueron sus labios presionándose suavemente sobre los míos. Me pilló desprevenida, pero no tarde en tirar de su cuello para acercarlo más a mí, mientras que él colocó sus manos en mis mejillas. Nunca nos habíamos besado en la vida real, y las sensaciones eran mucho más intensas que en el juego. Su boca se movía con cuidado y con calma sobre la mía, tomándose la libertad de explorar y disfrutar cada rincón.
En un punto del beso sus manos bajaron de mis mejillas a mi cintura. Sentí un torbellino en mi estómago cuando sus dedos me presionaron la cadera. Rápidamente, volví a concentrarme en el beso, que había pasado de ser uno cuidadoso, incluso tímido, a uno dulce y cariñoso, lleno de seguridad. Solo podía pensar en lo afortunada que era en este mismo momento, en la cantidad de chicas que podía haber elegido Kokichi, pero se quedó conmigo, y eso me hacía sentirme especial.
Él me hacía especial.
Nos separamos para recobrar el aliento y, cuando nos miramos a los ojos, supimos que ese era el mejor día de nuestras vidas, que lo recordaríamos siempre. Porque fue el día en que nuestra relación pasó a ser formal. El día en que comenzó nuestra historia de amor.
En ese momento todavía pensaba que sería un cuento de hadas, pero la realidad era mucho más dura que eso, y a veces las relaciones pasaban por algún de otro bache que las derrumbaba.
Especialmente, si ese bache era una persona.
FIN. (os troleé con los pandas jeje)
Omg, ya se ha acabado la historia. ¿Final feliz? Creo que necesito acurrucarme en una esquina y llorar hasta que me deshidrate.
¡Pues no! ¡Aquí no se llora! Seguro que algunos ya os habéis dado cuenta. Los últimos párrafos de este capítulo son un pequeño adelanto de la historia que se viene.
Sí, así es. La nueva historia será una continuación de esta, como una segunda parte, en la que todos tendrán que volver a sus vidas normales y donde pasaran cositas. Jeje dejémoslo en cositas.
Hay muchas cosas que pasan en este capítulo que se desarrollarán mejor en la segunda parte. Saldrán todos los personajes, aunque seguirá siendo un Kokichi x lectora.
SI QUEREIS SABER MÁS COSITAS SOBRE LA SIGUIENTE HISTORIA, ID A MI INSTAGRAM PORQUE HARÉ ADELANTOS POR ALLÍ <3 (Tenéis mi insta en mi biografía) También estaré hablando de qué os ha parecido el final por allí.
FANS DE RANTARO: No os preocupéis, después de la segunda parte, escribiré un Rantaro x lectora totalmente ajeno a esta historia, pero os gustará. Hacedme caso.
No sé cuándo nos leeremos, pero pronto, no creo que tarde mucho en subir la segunda parte <3
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