10| Miss Arisca
Cuando el anuncio de descubrimiento de cadáver terminó de sonar, Rantaro y yo pusimos pies en polvorosa hacia la sala de juegos, donde había tenido lugar el asesinato. Corrimos uno al lado del otro sin decir una sola palabra, atrapados en un debate mental con nosotros mismos. El desconocimiento nos mataba por dentro, no sabíamos quién era la víctima ni cómo había muerto. Y lo que más nos asustaba, la identidad de su asesino.
En lo más profundo de mi mente quería creer que no era más que una simple broma, que llegaríamos a la sala de juego y no habría ningún cuerpo. No sabía si sería capaz de ver el cadáver de uno de los estudiantes tirado en el suelo. Solo de pensarlo me entraban náuseas. Nunca había sido una persona aprensiva, pero esto eran palabras mayores.
Vi de reojo que Rantaro me lanzaba miradas fugaces, como si temiese que colapsara en el suelo. No me había dado cuenta de que me estaba quedando atrás, así que aceleré el paso. Cuanto más nos acercábamos al lugar del asesinato, más rápido bombeaba mi corazón. Estaba tan nerviosa que sentía que mis piernas estaban hechas de goma. Pero no era la única, porque comenzamos a escuchar gritos de terror provenientes de la sala de juego.
Desde el fondo del pasillo vimos la puerta entreabierta. Tragué saliva y cogí aire. Se podían ver figuras en el interior de la habitación, pero era imposible identificar a quienes pertenecían, y mi mente estaba en blanco. Rantaro y yo redujimos la velocidad al acercarnos a la puerta. Nos miramos, apretamos los labios y cruzamos el umbral.
Lo primero que vi fueron las caras aterrorizadas de algunos estudiantes que miraban fijamente algo que había en el suelo. No me atrevía a bajar la mirada. Pero cuando lo hice, el mundo se ralentizó: mi corazón se detuvo y mi respiración se cortó.
Delante de mis ojos, tirada en el suelo encima de un charco de sangre, yacía Kaede Akamatsu, la pianista definitiva.
Sentí un vacío en mi estómago como si me hubiesen absorbido las tripas y perdí el equilibrio. Rantaro al darse cuenta, me agarró por lo hombros para estabilizarme. Cuando mi cabeza dejó de dar vueltas, me percaté de la expresión, vacía y destrozada, de uno de los estudiantes.
Shuichi.
Mierda, tenía que estar derrumbado. Solo podía ver la mitad de su rostro, la otra estaba oculta bajo su gorra, pero intuí que estaba llorando. Se veía tan vulnerable que quise acercarme para abrazarlo, pero me contuve.
Un olor metálico muy fuerte entró por mi fosas nasales, aumentando mis ganas de vomitar, y me di cuenta de que provenía de la sangre. Amplié mis ojos cuando me fijé mejor en el charco que se extendía debajo del cuello de Kaede.
¡Era roja!
¡La sangre era roja! Se suponía que debía ser rosa, como en el juego. Imaginaba que esto era distinto, aquí todo era real. No solo la sangre, sino que el dolor y la muerte también eran reales. No era lo mismo verlo a través de una pantalla que con tus propios ojos, y me maldije a mí misma por disfrutar de un juego así en el pasado. Ahora me daba cuenta de lo cruel y sádico que era obligar a unos estudiantes de dieciséis años a matarse entre ellos.
Oficialmente, odiaba Danganronpa, y quería volver a mi casa antes de correr el mismo destino que Kaede.
—¡AAAAH! —gritó Tenko cuando fue capaz de reaccionar—. ¡No puede ser! ¿¡Cómo ha pasado!?
—Veo que Kaede ha sido castigada por Atua —comentó Angie, que no parecía muy afectada, todo lo contrario, se la veía feliz—. No os preocupéis, Atua le perdonará sus pecados y le dará la bienvenida a su reino.
—E-Esto n-no p-puede e-estar p-pasando —tartamudeó Kokichi de manera exagerada—. Kaede era tan buena persona...
—No decías lo mismo ayer, cara albóndiga —le recordó Miu, torciendo los labios—. Bueno, una perra menos.
—¿¡Está muerta de verdad!? —gritó Kaito con el rostro pálido.
—¿Estás ciego o qué, atontado? —le increpó Miu—. ¡Está más muerta que tus neuronas!
—¡Ey! —se quejó Kaito.
—Esto quiere decir que el juego ha comenzado, ¿no? —murmuró Maki, apoyada en la pared con los brazos cruzados.
El juego había comenzado. Maki tenía razón. ¿Era mi culpa? ¿Fue por salvar a Rantaro que Kaede había sido asesinada? ¿Y quién diantres la había asesinado? Mi cerebro no podía procesar tanta información al mismo tiempo, y tuve la sensación de que colapsaría en ese mismo instante.
—¿¡Te refieres a que Kaede ha sido asesinada!? —chilló Tenko, y se quedó rígida—. ¡Seguro que ha sido un hombre degenerado! ¡Solo ellos son capaces de algo así!
—¿¡Asesinada!? —repitió Kaito, apretando el puño—. ¿¡Quién ha sido!? ¡Le pegaré una paliza que le hará ver las estrellas!
—Alguien debería hacerme caso alguna vez —se quejó Ryoma—. Yo debería ser la víctima ahí tirada, y no esa pobre muchacha.
—Ninguno de los dos debería estar en ese estado —se lamentó Kirumi.
—Imagino que tendremos que investigar la escena —intuyó Kiyo.
—No creo qué debamos preocuparnos por eso —dijo Kokichi con una sonrisa en el rostro. Cuando me di cuenta de lo forzada que era, supe que estaba actuando—. Después de todo, Kaede era la mente maestra, ¿verdad? Parece que alguien se ha tomado la justicia por su mano. ¡Somos libres!
—¿Kaede? —cuestionó Keebo, escéptico—. ¿De verdad era la mente maestra?
—Gonta lo siente —se lamentó Gonta—. Gonta no poder proteger a Kaede.
Ahora que lo pensaba... ¿Gonta no estaba vigilando la puerta de Kaede? ¿Cómo es que acabó asesinada? ¿Acaso Gonta dejó pasar a alguien durante la noche? ¿O quizá Kaede se escabulló? Antes de sacar conclusiones precipitadas, necesitaba investigar.
—No te presiones Gonta, no es tu culpa —le consoló Tsumugi, la verdadera mente maestra.
Le lancé una sutil mirada de rabia a Tsumugi y volví a mirar a Shuichi, que seguía en la misma posición de hacía unos minutos. El chico temblaba de arriba a abajo y miraba desesperadamente la puerta de la sala. Estaba claro que quería huir de allí. Ver una y otra vez el cuerpo sin vida de Kaede era una tortura para él.
«Esto es malo», pensé para mis adentros «Si Kaede no ha conseguido que Shuichi gane seguridad en sí mismo, los juicios van a ser un desastre».
—Pupupu —escuchamos una risita que nos hizo dar un respingo, y Monokuma apareció en el centro de la sala—. ¡Qué alivio! Un asesinato ha tenido lugar antes del tiempo límite.
—Técnicamente el tiempo límite se acabó ayer, pero tú lo prolongaste —le corrigió Keebo.
—¡Qué importa eso cuando tenemos un cadáver delante! —exclamó Monokuma con emoción—. ¡Qué comience la investigación!
—¿La investigación? —preguntó Maki algo sorprendida—. ¿No dijiste que con el primer asesinato no habría juicio?
—¿Yo dije eso? —dijo Monokuma, haciéndose el loco—. No me acuerdo, ¡ahora que comience la investigación!
—¿Cómo que no te acuerdas, peluche defectuoso? —le reprendió Miu—. Te doy una patada en el hocico y verás cómo lo recuerdas todo.
—«La primera sangre derramada» fue una ventaja que puse antes de que me hicierais enfadar —rechinó el oso, enfadado.
—¿Hacerte enfadar? —repitió Himiko, confusa.
—No murió nadie durante el tiempo límite de ayer —se quejó Monokuma—. Por eso lo tuve que prolongar, así que esta es mi pequeña venganza.
—¡O sea que lo de las máquinas en mantenimiento era mentira! —exclamó Tenko, frunciendo el ceño.
—Pupupu —se rió el oso, y sin decir ni una palabra más desapareció.
—Esperad —dijo Kaito, rascando su barba—. Si Monokuma está aquí, eso quiere decir...
—Que Kaede no era la mente maestra —completó Maki.
—Vaya, Maki, estamos conectados —bromeó Kaito, y ésta le lanzó una mirada asesina.
—¿Kaede no era la mastermind? —preguntó Himiko, confundida—. Pero si lo predije con mi magia, y mi magia nunca falla...
—Kaede no era la mente maestra —confirmó Kirumi—. Sería imposible para Monokuma presentarse ante nosotros si la mente maestra ha fallecido.
—Entonces seguimos sin saber la identidad de esa mente maestra —suspiró Rantaro a mi lado—, si es que existe una.
Miré a las pantallas de los monitores y me di cuenta de que había un temporizador con el tiempo que nos quedaba para investigar antes del juicio. Me dio un respingo al corazón cuando vi que tan solo nos quedaba media hora.
No tenía ganas de investigar el asesinato de Kaede, principalmente porque me dolían las tripas al ver el cadáver, pero tenía que hacer un esfuerzo. Si no encontrábamos al asesino, todos moriríamos, yo incluida.
—Creo que tenemos que ponernos a investigar cuanto antes —sugerí, señalando los monitores.
—¿Investigar? —se alarmó Tenko—. ¡No podemos ignorar que Kaede ha muerto!
—Cierto, debemos preparar una celebración funeraria —declaró Angie, muy emocionada—. Yo puedo ser la encargada.
—¿Os dais cuenta de que tendremos un juicio en media hora? —dijo Maki de manera cortante.
—¡Pero Kaede...! —Kaito intentó replicar, pero se tragó sus palabras cuando vio la fulminante mirada de Maki.
—Por mucho que nos duela, debemos investigar para sobrevivir el juicio escolar —añadió Rantaro al ver los rostros de terror de los estudiantes.
—Pero ¿por dónde empezamos? —quiso saber Tenko.
—Yo soy solo una chica que usa magia... —se lamentó Himiko—. No hago investigaciones.
—Si no encontramos al culpable, todos seremos aniquilados —sentenció Ryoma, alzando la voz de la razón—. Por eso debemos investigar.
—No necesitamos investigar —terció Kaito, acercándose a Shuichi y dándole una palmada en la espalda—. Tenemos al detective definitivo de nuestra parte, así que será pan comido.
Shuichi se tambaleó hacia delante por la palmada y ocultó su rostro aún más, sin decir ni una sola palabra.
—Solo tenemos que conversar con el cuerpo —propuso Kiyo con ímpetu—. Un cuerpo no es simplemente una persona muerta, eso es solo una asunción hecha por los vivientes. En cada cuerpo siempre quedan restos del alma de la persona que lo ocupó en un pasado. Si encontramos el alma de Kaede, encontraremos a su asesino.
—¿¡Por qué te estás excitando!? —se alarmó Miu con cara de asco—. No te irá la necrofilia, ¿verdad?
—¡No dejaré que toques a Kaede, hombre degenerado! —bufó Tenko, poniéndose en guardia.
—Entonces, si el juego ha comenzado... —empezó a decir Tsumugi.
—Eso quiere decir, que hay un asesino entre nosotros —sentenció Kokichi con malicia—. Quiero decir, otro aparte de Kaede.
—Kehehe... —rió Kiyo por lo bajo, dirigiéndose a la puerta—. En ese caso, procederé con mi investigación.
—¡Espera! —grité, haciendo que Kiyo se volviese hacia mí, confundido—. Será mejor que investiguemos en parejas.
—Buena idea, (t/n) —afirmó Kirumi—. Así evitaremos que el asesino manipule alguna prueba a su antojo.
—Shuichi, tú y yo iremos juntos —proclamó Kaito, dándole otra palmada en la espalda—. Tú eres el experto así que... ¿Shuichi? ¡Ey! ¿A dónde vas?
El joven detective bajó la mirada y cruzó lo más rápido que pudo la sala hasta llegar a la puerta. Sin darnos tiempo a retenerlo, desapareció por la penumbra del pasillo.
—¡Es que lo has golpeado demasiado fuerte, marmota! —se burló Miu—. ¡Shuichi es una nena muy sensible!
Mis ojos se abrieron de par en par y sentí un fuerte sentimiento de culpabilidad. Al morir Kaede, Shuichi no se atrevía ni a investigar. Esto era malo, muy malo. Sin la ayuda del detective definitivo estábamos perdidos. Esto no podía ir peor...
—Está bien, (t/n), investigaré contigo —dijo Kokichi con indiferencia, acercándose a mí—. No hace falta que insistas tanto.
Corrijo, sí que podía ir peor.
—¿Qué? —dije, alzando una ceja—. No he dicho nada.
—Me has preguntado si podía hacerte el favor de investigar contigo —repuso, mirándome fijamente con una sonrisa socarrona—, ya que tú no estás capacitada para hacerlo sola.
—¿En qué momento he...? —me frené para procesar sus palabras—. Espera, ¿cómo que no estoy capacitada? ¡Puedo investigar por mi cuenta perfectamente! Además, yo nunca te pedí nada.
—¿Estás insinuando que escucho voces? —preguntó con el ceño fruncido—. ¿Me estás llamando esquizofrénico?
—¡Te estoy llamando mentiroso! —exclamé, señalándolo con el dedo índice.
—A ver, ¿no fuiste tú quien propuso la idea de investigar por parejas? —dijo, rodando los ojos.
—Sí, pero...
—¡Entonces está decidido! —exclamó con ímpetu—. Al enemigo hay que tenerlo vigilado.
—Yo no soy tu enemiga, mister dictador —le recordé.
—Ese apodo es muy bonito, no lo arruines con tu sucia boca —me increpó.
—¿Sucia boca? —repetí, muy ofendida—. ¡Está bien, a partir de ahora te llamaré: Mister Embustero! ¡Porque es lo que eres! ¡Un embustero!
—De acuerdo, Miss Arisca —se burló él.
—¡Yo no soy arisca! —mascullé, delatándome completamente.
—Veo que os lleváis muy bien —intervino Rantaro con una sonrisa forzada.
Hasta ese momento no me había dado cuenta de que Rantaro seguía a mi lado. Genial, podía decirle a Kokichi que había acordado investigar con Rantaro, y así me lo quitaba de encima.
—¡Pues claro que nos llevamos bien! —exclamó Kokichi, sarcásticamente—. De hecho, somos inseparables, ¿verdad, (t/n)? —Se acercó a mí y enrolló su brazo en el mío—. Somos BFF: Best friends forever.
—Totalmente —comenté, poniendo mis ojos en blanco.
—Ya veo... —murmuró Rantaro, llevándose una mano a la nuca.
—¡Basta de cháchara! —atajó Kokichi, soltando mi brazo y dando unas palmadas delante de mí—. Vamos, (t/n), ven aquí.
—¡No soy tu perro! —bufé entre dientes—. Además, Rantaro quería investigar conmigo, no puedo dejarlo colgado.
—Oh, no te preocupes por mí, (t/n) —dijo Rantaro, sin percatarse de mi mirada de socorro—. Puedo investigar con otra persona.
Mierda, Rantaro, date cuenta.
—Insisto, no quiero dejarte colgado...
—No quiero ser un impedimento —comentó éste, dándose la vuelta—. Investigaré con Ryoma, al parecer él tampoco tiene pareja.
Suspiré al ver como se alejaba y me volví hacia Kokichi, que me miraba como si la situación le pareciese la cosa más divertida del mundo.
—¿Y bien? —solté, torciendo los labios.
—¿Y bien qué?
—¿Por dónde comenzamos a investigar?
—Sabía que necesitabas mi ayuda —siseó con un tono impertinente.
—¡No la necesito! —rechiné—. ¿Se puede saber por qué me has elegido a mí de entre todos los estudiantes si te caigo mal?
—Eres muy fácil de molestar —contestó, con las manos detrás de su cabeza—. O quizá solo quiero evaluar la inteligencia de mis rivales.
—¡Métete en la cabeza que no soy tu rival!
—Cierto, eres demasiado cortita como para serlo.
— Será mejor que empecemos a investigar antes de que me entren más ganas de cortarte el cuello —sentencié, rabiosa.
—¿Como hiciste con Kaede? —se apresuró a decir, y su rostro se oscureció.
—¿Con Kaede? Yo no...
—¿No sabías que la causa de la muerte fue una herida en la garganta? —dijo con una tétrica sonrisa en el rostro—. Ups, (t/n), tienes que aprender a pensar antes de hablar, te has delatado tú solita.
—Yo no he matado a Kaede —rechisté, y vi la desconfianza en sus ojos—. Espera, ¿de verdad crees que he sido yo? ¿Por eso querías investigar conmigo?
—Eres una de mis primeras sospechosas, sí —admitió—. Estabas muy enfadada con ella porque intentó matar a tu cómplice.
—¿A mi cómplice?
—Rantaro.
—Dios, vale —dije, respirando hondo—. Primero que todo, yo no maté a Kaede, ni siquiera me había fijado en la herida de su cuello. Segundo, Rantaro no es mi cómplice, solo nos caemos bien. Y tercero, no puedo investigar todavía, acabo de recordar que tengo algo que hacer.
—¿Ir a tu habitación para eliminar las pruebas que te incriminan? —preguntó con recelo.
—Voy a buscar a Shuichi —sentencié, y me encaminé hacia la puerta dejándolo ahí plantado.
Lo había estado pensando. Sin el detective definitivo, iba a ser más complicado resolver el juicio. No tenía intenciones de morir, así que iba a buscar a Shuichi para animarlo como lo hizo Kaede. No era buena en esos temas, pero lo único que necesitaba Shuichi era un hombro en el que llorar por la pérdida de su amiga, y yo tenía pensado ser ese hombro.
Crucé el umbral de la puerta y salí de la sala de juegos. Cuando avancé hasta la mitad del pasillo, escuché unos pasos detrás de mí.
—¡Ey! ¡No te puedes ir así! —protestó Kokichi, acercándose a mí.
Me detuve y me volví hacia él.
—Sí que puedo —dije, mirándolo a los ojos.
—¿Para qué buscas a Shuichi? —preguntó con curiosidad.
—Le ha afectado bastante lo de Kaede y creo que no va a investigar —contesté sin pensar—. Un momento... ¡Yo no debería estar dándote explicaciones!
—Tienes razón, sin la ayuda del detective definitivo moriremos todos —comentó, haciendo aspavientos con las manos para exagerarlo—. Aunque es más divertido de esa manera. Imagina que Shuichi resuelve el asesinato al principio del juicio... ¡Qué aburrido!
—Deja de pretender que disfrutas este maldito juego —le reproché, y continué mi camino—. Me voy a buscar a Shuichi.
—Voy contigo —canturreó, adaptándose a mi andar.
—No. —Aceleré el paso.
—Tengo que asegurarme de que realmente vas a hablar con Shuichi —comentó, acelerando el paso también—. No puedo dejarte sola y que elimines posibles pruebas.
—No te vas a ir haga lo que haga, ¿verdad? —resoplé, rodando los ojos.
Él me mostró una sonrisa que intentó ser inocente y acabó siendo juguetona.
—Está bien —suspiré, y él levantó la cabeza con orgullo por haber conseguido lo que quería—. Pero yo hablo con él, ¿entendido?
—¿Y eso por qué? —se quejó, haciendo pucheros.
—Porque no creo que seas el más indicado para consolar a alguien.
—Te sorprendería.
—Prefiero quedarme con la duda.
Kokichi hizo una mueca de desaprobación y continuamos el camino hasta la habitación de Shuichi en silencio. De vez en cuando sentía su mirada sobre mí, como si estuviera tomando precauciones. Sabía que Kokichi no confiaba en mí, pero tenerme como sospechosa del asesinato de Kaede era estúpido. Yo no sería capaz de matar ni a una mosca. Antes de hacerlo, creo que me desmayaría.
A diferencia de él, yo no lo tenía en mi lista de sospechosos. De hecho, no tenía a nadie en ella. Antes de entrar al juego me consideraba una buena detective, pero ahora me daba cuenta de lo equivocada que estaba. Ni siquiera había empezado la investigación y ya me sentía inútil.
Cuando llegamos a la habitación de Shuichi, golpeé la puerta con la mano. Esperamos unos instantes, y al no obtener respuesta volví a tocar. Agudicé el oído, pero no escuché ningún ruido procedente del dormitorio. No había nadie.
—Se ve que no está en su habitación —concluí, volviéndome hacia Kokichi—. Busquemos en otro sitio, quizá haya ido al jardín de la academia o... Kokichi, ¿qué estás haciendo?
El chico había sacado dos horquillas de su bolsillo y se había inclinado sobre la cerradura de la puerta.
—Abrir la puerta.
—¡Sin permiso! —exclamé, exaltada, avizorando los alrededores por si venía alguien.
—Relájate —comentó, mientras introducía las dos horquillas en la cerradura y las movía con mucho cuidado—. Tenemos que asegurarnos de que Shuichi no está en su habitación, de lo contrario solo perderíamos el tiempo buscándolo.
—¡Hemos tocado y no contesta! —repliqué con nerviosismo—. Creo que está claro que NO está en su dormitorio.
—Estás muy amargada, (t/n) —me pinchó Kokichi, concentrando en la cerradura—. Necesitas un poco de acción en tu vida.
—¿Amargada? —protesté—. ¡Esto puede considerarse allanamiento de morada!
—Vamos, es por un buen motivo. Además, aquí no existe la ley, y las normas de Monokuma no lo prohiben.
—Aún así, creo que no deberíamos...
Click
—¡Listo! —anunció con orgullo, guardando las horquillas de nuevo en su bolsillo.
—En serio, Kokichi, no deberíamos...
—¡Con permiso! —exclamó, ignorándome y cruzando el umbral de la puerta.
Resoplé y entré de puntillas detrás de él. El cuarto de Shuichi era idéntico al mío, con la ligera diferencia de que su cama sí estaba hecha y la mía no. Siempre había sido muy desordenada. ¿Para qué hacer la cama si luego me iba a volver a acostar en ella? Era un sin sentido.
—No está aquí —concluí.
—Gracias, Sherlock —se burló él—. Si no me lo llegas a decir, no me doy cuenta.
—¡Cállate! —mascullé, y me encaminé hacia la puerta—. Y vámonos ya. No deberíamos estar aquí dentro.
—¿No vas a aprovechar para cotillear? —dijo, acercándose a la mesa de noche con la tentación de abrir la gavetas.
—¡No! Que yo sepa no somos marujas cuarentonas. Vámonos.
Kokichi puso los ojos en blanco y me siguió hasta la salida del dormitorio.
—Ya te he dicho que eres un muermo de persona, ¿verdad?
—Tres veces —calculé, y cerré la puerta cuando ambos hubimos salido.
—No me parecen suficientes —dijo, encogiéndose de hombros—. En fin, olvidémonos del emo gótico y comencemos a investigar, probablemente nos quedan veinte minutos.
—¡Veinte minutos! —exclamé con un vuelco al corazón—. ¡Y Shuichi puede estar en cualquier parte!
—Se llevaba bien con Kaede, ¿no? —comentó con desinterés—. Quizá está en su laboratorio.
—¡Tienes razón! —grité, llevándome una mano a la frente.
—Siempre la tengo —se regodeó.
Me entraron ganas de borrar esa sonrisa de suficiencia de su cara, pero no teníamos tiempo, así que salimos corriendo hasta el laboratorio de Kaede. Odiaba admitirlo, pero no se me había ocurrido la posibilidad de que Shuichi se encontrase ahí. Cuando llegamos, la puerta estaba entreabierta y Shuichi observaba el piano, cabizbajo.
Me volví hacia Kokichi antes de entrar.
—Quédate fuera, yo entro.
—Yo no acepto órdenes —masculló, cruzándose de brazos.
—Fue la única condición que pusimos —le recordé.
—No es justo.
—Si intentas entrar te estampo la puerta en la cara —le amenacé, mirándolo fijamente.
—Si algun día aparezco muerto va a ser muy obvio que has sido tú.
Suspiré e intenté calmar mis nervios.
—Por favor, será rápido —le pedí en un tono más amable.
Kokichi torció los labios y se apoyó en la pared.
—Está bien, te dejo cinco minutos. Si tardas más, entraré.
«Gracias por la presión», pensé para mis adentros.
Le lancé una última mirada de advertencia a Kokichi y abrí la puerta del todo para entrar en el laboratorio. Shuichi estabas de espaldas, así que no se dio cuenta de mi presencia hasta que cerré la puerta tras de mí. Dio un respingo y se dio la vuelta. A pesar de que su rostro estaba oculto por su gorra y varios mechones de su pelo, supe que había estado llorando.
—Perdón, no pretendía asustarte —me disculpé, nerviosa.
Él no respondió, tan solo agachó la cabeza.
Mierda, nunca se me habían dado bien este tipo de situaciones. Tenía una tendencia natural a fastidiarlo todo. Pero esta vez sería diferente. Shuichi necesitaba a alguien que lo apoyase.
—¿Cómo estás? —Fue lo único que se me ocurrió preguntar.
Shuichi no respondió.
«¿Eres imbécil, (t/n)? ¿Qué clase de pregunta es esa? ¡Obviamente está fatal!», me reñí a mí misma.
—Sé que no soy la más indicada para esto —empecé a decir, dando un paso hacia él—, pero si necesitas desahogarte, estoy dispuesta a escucharte.
Shuichi levantó la cabeza, dejándome ver sus ojos de color ámbar con gotas cristalinas acumuladas en su párpado inferior.
—Y si no quieres decir nada, no importa —continué, dando otro paso hacia él—. Puedo ser tu apoyo moral en silencio. Lo que necesites, Shuichi, estoy dispuesta a dártelo. Y si quieres estar solo, me iré, pero quiero que sepas que puedes contar conmigo.
Shuichi se quedó mirándome en silencio.
Interpreté eso como una señal negativa y me di la vuelta. Si quería estar solo, respetaría sus deseos. No iba a obligarlo a investigar. Me acerqué a la puerta y apoyé una mano en el pomo.
—No te vayas...
Dejé de girar el pomo cuando lo escuché hablar. Su voz estaba rota, pero distinguí un deje de súplica en ella. Quizá yo no era la persona adecuada para consolarlo después de cómo traté a Kaede, pero Shuichi estaba tan necesitado de apoyo que no le importó. Me di la vuelta y traté de mostrar una expresión compasiva.
—No me iré —le aseguré.
Shuichi asintió y se ocultó de nuevo tras su gorra. La habitación se sumergió en el silencio. Él no quiso decir nada más, y yo no sabía si debía mantenerme callada o romper el silencio. Di un paso hacia él, pero me detuve cuando retrocedió. ¿Me tenía miedo?
—No voy a hacerte daño, Shuichi —dije con un tono maternal.
—Hum —murmuró él, asintiendo.
—Me sentaré ahí —señalé el taburete del piano.
La situación estaba siendo un poco incómoda. No tenía ni idea de lo que estaba pasando por su mente, y mucho menos sabía lo que debía hacer para ayudarlo. En realidad, no conocía a Shuichi. Lo único que sabía de él era gracias al juego, pero se veía diferente. Todos se veían diferentes.
Me quedé sentada en el taburete mientras le daba un repaso al laboratorio. Era muchísimo más bonito de lo que recordaba: habían tres estanterías llenas de discos tan bien ordenados que daba placer observarlos. Además de una caja de plata llena de instrumentos en una esquina de la sala y una enorme pizarra pintada con la clave de sol.
Estaba tan embelesada observando el laboratorio que apoyé sin darme cuenta el codo en las teclas del piano, haciéndolas trinar con discordancia. Rápidamente, aparté el codo y Shuichi se volvió hacia mí, asustado.
—¡Lo siento! —me disculpé, avergonzada.
—Nunca la escuché tocar —musitó él.
Casi me da un vuelco al corazón al oírlo. No esperaba que me respondiera, y mucho menos que hablara de ella sin tartamudear. Me puse nerviosa por miedo a fastidiarlo todo, pero me obligué a mi misma a mantenerme firme.
—Me hubiera gustado oírla —añadió con una pequeña sonrisa.
—Seguro que tocaba de maravilla —comenté, devolviéndole la sonrisa, pero segundos más tarde esa sonrisa decayó—. Lo siento mucho.
—¿Por qué te disculpas? —preguntó, sorprendido.
—Porque la traté fatal aquel día en la biblioteca —murmuré, avergonzada—. En parte fue culpa mía lo que ocurrió en el gimnasio. Se me fue de las manos y lo exageré. Lo siento de verás.
—No es culpa tuya lo que le ha pasado a Kaede —dijo, intentando retener las lágrimas—. Es mía.
—¿Tuya? Pero si tú no...
—Se supone que soy un detective —dijo entre sollozos—. Se supone que debería haber averiguado el plan de Kaede. Se supone que debería haberla parado. ¿Cómo pueden considerarme el detective definitivo si ni siquiera fui capaz de descubrir su plan?
Ahí estaba, el Shuichi inseguro en todo su esplendor. Aquel que dudaba de sus propias capacidades.
—Que seas un detective no significa que tengas que darte cuenta de todo —dije, intentando animarle—. Sé que suena cliché, pero eres humano, y los humanos cometemos errores constantemente. Incluso al mejor detective del mundo se le pueden escapar cosas, así como al mejor cantante del mundo le puede fallar una nota. No te infravalores por eso.
—Aun así, debí haberlo sospechado —insistió, ocultando su rostro de mí—. Soy un fracaso como detective, solo hago daño. Nunca consigo hacer bien mi trabajo, y ella pagó el precio.
—Shuichi...
—No me merezco el título de detective, solo causo problemas. Si no hubiera sacado deducciones precipitadas sobre la mente maestra, ella seguiría viva.
—Eso no lo sabes.
—Estoy seguro —musitó—. Si no fuera por mí, ella seguiría viva.
—No puedes ser tan duro contigo mismo —dictaminé, levantándome del taburete y caminando hacia él—. Mira, Shuichi, no puedo saber cómo te sientes, porque no te conozco. Pero hubo un tiempo en el que yo era como tú, una chica insegura de sí misma. Una que no era capaz de mirarse al espejo sin odiarse, una a la que le afectaban los comentarios ofensivos de la gente y una que no confiaba en sí misma. Con el tiempo, me di cuenta de que el problema estaba dentro de mí. Yo era mi peor enemigo.
Cuando me acerqué a él lo suficiente como para contar sus pestañas, le cogí de la mano y le di un pequeño apretón. Sentí su mano temblar bajo la mía, pero él no rechistó. Como era más alto que yo, alcé la mirada para encontrarme con sus ojos vidriosos. Había conseguido que apartase su gorra y mostrara su rostro al completo.
Él no era el único que estaba nervioso, pues yo estaba admitiendo en voz alta mis inseguridades pasadas.
—Me costó horrores superar mis inseguridades, pero con esfuerzo pude convertirme en la chica que soy ahora. Aún me queda recorrido, pero no me rendiré. Si hay algo de lo que estoy segura, es que todos podemos cambiar a mejor. Nunca lo lograrás de un día para otro, pero puedes empezar hoy. Tienes que intentar confiar más en tus habilidades de detective, yo confío en ellas.
—¿Tú? —se sorprendió—. ¿Confías en mí?
—Tú descubriste la puerta secreta de la biblioteca, ¿verdad? —comenté, sonriente—. Eso es algo que solo tú podías haber hecho, es una pista que nos llevará hacia la mente maestra.
Shuichi abrió los ojos sorprendido. Ya no estaban vidriosos, sino brillantes. No sabía si mi discurso le había ayudado, pero lo había contado desde el corazón.
—Te pareces a ella —soltó con una sonrisa nostálgica y dolorosa.
Eso me pilló desprevenida, y no pude evitar fijarme en lo bonito que era su rostro desde cerca. Mierda, (t/n), no era el momento para pensar en eso.
—Si ambas pensamos igual es porque tenemos razón—añadí—. Eres un buen detective, y todos tenemos mucha fe en ti. ¿O es que no viste lo contento que estaba Kaito de tenerte en el equipo?
—Kaito... es extraño —murmuró—, pero me parece un buen tío.
—Lo es, deberías hacer migas con él —le recomendé, y nuestras manos se soltaron—. Lo que quiero que sepas es que tienes que utilizar toda esa tristeza y transformarla en determinación. Para así, demostrarte a ti mismo que eres más fuerte de lo que crees. Porque lo eres. Y también muy inteligente.
—No exageres... —musitó, avergonzado.
—No exagero, todos confiamos en ti.
—Nadie confía en mí, no después de lo de ayer.
—Pues demuéstrales que se equivocan. Kaede quería destapar a la mente maestra con todo su corazón. Quería terminar este juego. Como honor a su memoria, esa tarea debes terminarla tú, Shuichi.
Shuichi se colocó bien la gorra y me observó con detenimiento. Antes de separarme de él, le di un toque amistoso en el hombro.
—Pero no estás solo —agregué—. Todos te ayudaremos a alcanzar la verdad. Si tu nos guías, podremos ponerle fin a esto, entre todos. Por Kaede.
—Por Kaede...
—Entonces... —titubeé antes de continuar—. ¿Estás preparado para investigar?
Shuichi asintió sin pensárselo dos veces, parecía que mi discurso había hecho su efecto, y estaba aliviada por eso. Shuichi había ganado algo de determinación, y sin quererlo yo también. Había conseguido animarme a mí misma.
—Resolvamos esto juntos, Shuichi —le animé, antes de dirigirme hacia la puerta junto él.
Cuando giré el pomo, me encontré de cara con Kokichi, que se había exaltado por la abrupta apertura de la puerta. Maldita sea, estaba espiando. Mis ganas de arrancarle la cabeza aumentaban a pasos agigantados, de no ser por Shuichi, ya hubiera utilizado su cabeza como pelota.
Kokichi sonrió y mostró una expresión de «¡upsis!» que lo delataba completamente. Le lancé una mirada fulminante antes de encaminarnos hacia la sala de juegos. Ya solo nos quedaban diez minutos para investigar. Me iba a dar un infarto.
Shuichi se adelantó unos pasos mientras Kokichi y yo nos quedamos rezagados. Éste último aprovechó que Shuichi no podía oírnos para molestarme.
Se llevó una mano al pecho de forma exagerada y trató de imitar mi voz:
—Resolvamos esto juntos, Shuichi.
Mi ceja derecha comenzó a temblar, y eso no era buena señal, siempre que lo hacía era porque estaba a punto de matar a alguien.
—¡Lo sabía, has estado espiándonos! —le increpé.
—Nishishi, no es mi culpa que grites como una hiena cuando hablas —se mofó, entre risitas.
—¡Cállate!
—Lo ves.
—Estás pidiendo a gritos que te arranque la cabeza.
—Ya van cuatro amenazas, (t/n) —dijo, negando con el dedo—. Como líder, esto no lo puedo permitir.
—¡Me la trae al pairo que seas el líder de una tienda de chuches!
—De una organización malvada y super secreta —me corrigió.
—Lo que sea, me da igual —gruñí, acelerando el paso.
—No puedes ignorarme —se quejó, acelerando el paso también—. A los líderes se les escucha.
—¿Qué quieres? —pregunté de mala gana.
—Que te des cuenta de que las mentiras no son tan malas como crees —comentó, mirándome a los ojos—. Sobre todo si son piadosas.
—¿Mentiras? Yo no he mentido.
—Le has dicho a Shuichi que todos confiamos en él —repuso, sonriente—. Y esa mentira no te la crees ni tú.
—Cierto, tenía que haber dicho: todos menos Kokichi, él es un paranoico y no confía en nadie.
—Corrección: él es inteligente y quiere sobrevivir —alegó con soberbia.
—Voy a retractarme de hacer un comentario al respecto de eso.
—Oh, ¿Miss Arisca se ha quedado sin argumentos ante su líder?
—Uno, no me llames así. Y dos, no eres mi líder.
En cuanto terminé de hablar, me di cuenta de que habíamos llegado a la sala de juegos, donde nos esperaba una rigurosa investigación. No nos quedaba mucho tiempo, así que debíamos empezar cuanto antes. Shuichi se despidió de nosotros y se unió a Kaito para investigar. Suspiré aliviada al saber que estaba en buenas manos.
Aunque yo todavía tenía que lidiar con dos problemas muy gordos. La investigación y Kokichi.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro