09| Monokuma Matrioshka
El vídeo de los monitores se había apagado y la música había dejado de sonar. Pero lejos de ser un alivio, nos había puesto a todos la piel de gallina. El último mensaje que había salido de los monitores fue para avisar de que el tiempo límite había llegado a su fin. En otras palabras, nuestro tiempo de vida había terminado.
Pasaron muchas cosas por mi cabeza en ese momento, fue como si viera una película de mi vida en mala calidad. Me preguntaba si había hecho bien en salvar a Rantaro, si ahora todos lo íbamos a pagar con nuestras vidas. Era lo que más me asustaba: la muerte. Aún me quedaba tanto por hacer, tanto por descubrir, tanto por vivir. Podía escuchar los latidos de mi corazón dentro de mi cabeza.
De repente, se materializaron en el centro del gimnasio los cinco monokubs, que comenzaron a discutir entre ellos. Daban muchísimo más miedo en persona que a través de una pantalla, y aunque no eran muy inteligentes, podían matarte de un solo puñetazo.
—¿Qué hacemos? —preguntó Monophanie, preocupada—. Esto nunca había pasado.
—No lo sé, el que se encarga de estas cosas es Monotaro —declaró Monosuke, quitándose el muerto de encima.
—¿Yo? —dijo Monotaro, sudando—. ¡El encargado es Monodam!
—¡Ese inútil no puede hacer nada bien! —le increpó Monokid a Monodam.
Pero Monodam no dijo ni una sola palabra.
—Tenemos que hacer algo ya —insistió Monophanie—. Todos nos están mirando.
Antes de que alguno de nosotros pudiera abrir la boca para hablar, retumbó en las paredes una característica risa espeluznante.
—Pupupupu.
Ese sonido fue suficiente para dejarnos a todos petrificados. No sabíamos lo que nos iba a pasar. Imaginé una horda de Monokumas entrando por la puerta y matándonos sin piedad. Tragué saliva y dio un paso hacia detrás, manteniendo mis ojos clavados en la puerta.
La tensión en aquella habitación podía cortarse con un simple alfiler. Empezaron a escucharse golpes detrás de la puerta del gimnasio, y todos adoptamos una posición de defensa. De reojo, vi que Rantaro me miraba buscando la manera de acercarse a mí. Quise caminar hacia él, pero alguien me sujetó de la muñeca y me tambaleé hacia detrás. Kokichi había tirado de mí hacia él mientras observaba fijamente la puerta del gimnasio. Parecía... ¿asustado? Y no lo juzgaba, todos estábamos igual.
—No te muevas —me ordenó, y sentí su mano temblar en mi muñeca.
Le hice caso y no moví un músculo. No porque me dejara mangonear por el líder supremo definitivo, sino porque tenía la sensación de que moverme empeoraría las cosas, que entrarían mil máquinas asesinas con dagas puntiagudas a cortarnos la garganta. Un escalofrío muy desagradable subió por mi espalda hasta mi cuello. Mierda, odiaba tener tanta imaginación.
Kokichi afianzó su agarre en mi muñeca, y volví a la realidad. Ahora la puerta del gimnasio estaba siendo aporreada por algo muy grande. Me atrevería a decir que detrás de ella había un gigante de la altura de esos edificios de doce plantas que vi en mi viaje a New York. Pensar en las bonitas vacaciones que pasé con mi familia me reconfortaba, pero era mala señal, la gente solo recordaba su vida cuando estaba a punto de morir. Al menos eso decían en las películas.
De repente, la puerta se abrió causando un fuerte estrépito, parecía que un pistolero acababa de dar la señal de salida de una carrera de coches, con la única diferencia de que aquí la señal era la muerte. El polvo que había acumulado en el suelo se levantó haciendo imposible distinguir la enorme figura parada en el umbral de la puerta. Escuché a algunos estudiantes toser y quejarse. Y otros chillaron cuando la figura dio un paso adelante, haciendo retumbar el eco en las paredes.
Poco a poco fui reconociendo la forma de aquella figura, que no era más que un oso. Sí, un oso mitad blanco y mitad negro. En otras palabras, un Monokuma de tres metros que de milagro no rozaba el techo, aunque se llevó una lámpara por delante. Kokichi y yo estábamos al fondo del gimnasio, por lo que había una distancia prudencial entre el Monokuma gigante y nosotros. Pero los estudiantes más cercanos a la puerta se apresuraron a retroceder, sin quitar la vista de aquel monstruo.
El Monokuma gigante no volvió a dar otro paso, en cambio, se escuchó un clik y se abrió un compartimento en la zona de su panza. Cuando se abrió al completo, vimos que en su interior había otro Monokuma gigante aunque más pequeño que el primero. El segundo salió y se colocó ante nosotros, haciendo que algunos estudiantes soltaran un gemido de terror.
Para nuestra sorpresa, el segundo Monokuma repitió la misma acción que el primero: su panza se abrió y salió de él otro Monokuma más pequeño. El proceso se repitió tantas veces que nuestro miedo desapareció, incluso empezamos a ver graciosa la situación. Era una matrioshka de Monokumas. Solté un suspiro de alivio y me di cuenta de que había estado aguantando la respiración hasta ese momento.
Finalmente, salió el último Monokuma, el real, aquel que no era más alto que mi cintura. No tenía ni idea de a qué se debía tanto espectáculo, pero estaba feliz de que no hubiera un ejército de tostadoras gigantes intentando asarnos vivos.
Inmediatamente, Kokichi soltó mi muñeca, la cual había olvidado que tenía agarrada, y su expresión volvió a adquirir ese matiz malicioso de siempre. Sin apartar la vista de Monokuma, sonrió de medio lado. Me dio la sensación de que también había suspirado de alivio, pero esto último podía haber sido mi imaginación.
—¡Madre mía! —exclamó Kokichi con un entusiasmo exagerado—. ¡Esa entrada ha sido increíble! Increíblemente aburrida, por supuesto.
—¿¡Qué cojones es ese bicho!? —chilló Miu, señalando al Monokuma gigante.
—Es mi arsenal de osos —repuso Monokuma, enfadado—. Lo he tenido que sacar porque parece que el tiempo límite ha llegado a su fin ¡y no hay ni una sola muerte!
—¿Realmente era necesario todo este espectáculo? —preguntó Kaito.
—¿Qué pasa? —dijo Monokuma de mala gana—. A los oso también nos gusta el drama. Es una pequeña actuación antes de cumplir mi objetivo final.
—Espera... —balbuceó Tenko—. ¿Objetivo final? Significa eso que...
—Seremos todos aniquilados —completó Ryoma—. Yo os avisé, debisteis haberme matado.
—Aún estamos a tiempo, ¿no? —comentó Miu, dirigiéndole a Ryoma una mirada desesperada.
—Pero esto no es posible. —dijo Tsumugi, que sabía fingir bastante bien el terror—. No nos puedes matar, ¿o sí?
—Me gustaría hacerlo —farfulló Monokuma, poniéndose rojo de la ira.
—¿Eso qué significa? —preguntó Kaito, rascándose la coronilla.
—¡Escuchadme bien, bastardos! —rugió Monokuma—. La máquina que crea nuevos monokumas está en mantenimiento, así que, desgraciadamente, debo prolongar vuestra insignificante vida hasta mañana por la noche.
—Eso suena a excusa —dijo Himiko, pensativa—. Yo siempre dejo para mañana por la noche lo que no me apetece hacer hoy.
—Si no ocurre ningún asesinato hasta mañana por la noche —empezó a decir Monokuma a voces—, os convertiréis en abono para las plantas.
Dicho esto, Monokuma y todo su arsenal desaparecieron del gimnasio sin dejar rastro. Nos habíamos quedado atónitos con los Monokumas matrioshkas, pero a su vez aliviados de que nuestra vida se prolongara un día más. Aunque tendríamos que pensar en algún plan para combatir a Monokuma al día siguiente.
—¿Qué ha sido todo ese espectáculo? —preguntó Tenko alarmada.
—No tengo ni idea —canturreó Angie—. Pero se ve que Atua se ha apiadado de nosotros un día más.
Justo en ese momento, sonó el anuncio de la noche, ya eran las 22:00H.
—Ha anochecido —anunció Kirumi—. Deberíamos descansar en nuestros aposentos y reunirnos mañana a primera hora para discutir esto.
—Entonces ¿qué vamos a hacer con la sucia traidora? —preguntó Miu, desdeñosa, señalando a Kaede.
—Dejemos las cosas estar por hoy —sugirió Ryoma.
—Gonta poder vigilar a Kaede toda la noche —se ofreció Gonta como buen caballero.
—¿Estás seguro de que no te quedarás dormido? —preguntó Kiyo, alzando una ceja.
—Gonta no dormirse, Gonta prometer —repuso el gigante con una sonrisa.
—!Entonces está decidido! —exclamó Kokichi con alegría—. Gonta vigilará a Kaede.
—P-Pero... —Shuichi intentó oponerse, pero no supo muy bien cómo hacerlo.
—¡Nada de peros! —le reprendió Kokichi—. Da gracias a que no te ponemos a ti bajo vigilancia también.
Shuichi volvió a abrir la boca para replicar, pero Kaede se acercó a él y apoyó una mano en su hombro.
—Está bien, Shuichi, me lo merezco —sonrió forzosamente—. Te engañé, engañé a todos, solo quería acabar con la mente maestra...
—No importa, Kaede, no te disculpes más —comentó Kaito—. Tus intenciones era buenas, eso es lo que cuenta, lo hiciste por todos nosotros.
—Kaede, y-yo también c-creo en ti —tartamudeó Shuichi—. S-Sé que s-solo querías s-salvarnos a todos.
Esas palabras parecieron animarla, y luego se dirigieron hacia la salida, al igual que la mayoría de los estudiantes. Busqué a Rantaro para hablar con él antes de irnos a nuestros dormitorios, pero no lo vi por ninguna parte. Se había ido ya. Me mordí el labio y solté un chasquido de molestia. Mierda, me quería disculpar con él por mi comportamiento en la biblioteca. Aunque igual debía empezar con Kaede.
Seguía creyendo que lo que había hecho Kaede estaba mal. No podía tratar de matar a alguien así como así, y mucho menos después de darnos discursos sobre la amistad. Me parecía hipócrita. Pero eso no nos daba el derecho a humillarla. Podíamos castigarla y vigilarla por precaución, pero sabía que en el fondo Kaede no era mala persona.
Cuando salí de mi aturdimiento, me di cuenta de que la mayoría de los estudiantes ya habían salido del gimnasio, así que me apresuré a hacer lo mismo. Avanzando por el pasillo camino a las habitaciones, me fijé en que Himiko y Angie hablaban con soltura mientras Tenko caminaba detrás de ellas con el ceño fruncido. Delante de ellas iban Kaede y Shichi uno al lado del otro. Y a poco metros de mí vi a un pequeño chico con el cabello color violeta ondeándole con cada paso.
Me acerqué a él y me adapté a su andar. Estaba inmerso en sus pensamientos, pero mi presencia pareció devolverlo a la realidad. Sus ojos se clavaron en los míos con curiosidad y curvó los labios en una maliciosa sonrisa.
—Hey, Kokichi —le saludé, intentando ser más simpática.
Me iba a proponer ser más agradable con él. No podía negar que me había levantado la moral cuando me senté a llorar entre los sauces del jardín de la academia. Aunque a su manera. Y seguía pensando que tener a alguien tan inteligente como él de mi lado, me beneficiaría.
—¿No puedes estar ni un minuto sin mí, eh? —bromeó.
Respiré profundamente y traté de mantenerme simpática, aunque me estuviera costando.
—No te hagas tantas ilusiones —le atajé, sin ser muy brusca—. Quería saber a qué venía eso de antes, ¿tenías miedo?
—No sé de qué hablas —dijo, alzando una ceja.
—Hablo de cuando agarraste mi muñeca y me dijiste que no me moviera.
Él se llevó una mano a la cabeza como si acabara de acordarse de ello.
—Ah, eso —murmuró, encogiéndose de hombros—. Tenía que asegurarme de tener a alguien a quien tirar a los Monokumas para escabullirme yo.
Vale, retiro lo dicho, se acabó la (t/n) simpática.
—No sé por qué me esperaba que dirías algo así —farfullé, poniendo mis ojos en blanco—. Que sepas que no te habría funcionado, probablemente todos los Monokumas habrían ido primero a por ti. Ya sabes, los fanfarrones siempre mueren primero.
—Así que soy un fanfarrón, eh.
—Solo a veces, el resto del tiempo simplemente eres imbécil.
—Un imbécil al que le debes un favor —me recordó con picardía—. Yo que tú me andaría con cuidado.
—¡Vamos, ni siquiera te pedí el maldito pañuelo! —me quejé, y ambos giramos la esquina del pasillo—. Es injusto.
—La vida no es justa —murmuró, encogiéndose de hombros.
—¿Y si no me da la gana devolverte el "favor"?
—Entonces mandaré a mi organización a por ti.
—¡Ja! Como si pudieras —me burlé—. Los derribaré uno a uno.
—¿Quién es la fanfarrona ahora? —dijo con una sonrisa de medio lado.
Mierda.
Kokichi colocó una expresión de suficiencia al ver que me había quedado sin palabras. No sabía cómo responder a eso, porque tenía razón. Me había emocionado y había hablado de más. Él había aprovechado ese momento para devolverme mis propias palabras contra mí.
—¿Qué, te ha comido la lengua el gato? —se burló, colocando los brazos detrás de su cabeza.
—Puede que hayas ganado esta conversación, mister dictador —mascullé—, pero yo ganaré la guerra.
—¿Mister dictador? —dijo, achicando los ojos—. Me gusta.
La manera en la que dijo esa última frase me cortó la respiración. Parecían palabras sinceras, y me sorprendió viniendo de él.
—Te llamaré así a partir de ahora.
—No, si lo dices tú pierde el encanto —dijo con cara de asco.
—Vete a la mierda.
—¡Ey, chicos! —nos llamó Tenko, que estaba sujetando la puerta que llevaba a la zona común de los dormitorios—. Daos prisa, está puerta pesa un poco.
Me apresuré a atravesar el umbral de la puerta, dándole las gracias a Tenko por habernos esperado, y me adentré en la zona común de los dormitorios. El mío estaba justo en la entrada al lado del de Kaede. Delante de su puerta ya estaba Gonta haciendo guardia, así que deduje que la chica ya había entrado. Tendría que posponer mis disculpas para mañana.
Tenko se despidió de mí a voces y entró en su habitación. Para cuando me quise dar cuenta, Kokichi había entrado en la suya. Me acerqué a mi puerta, busqué las llaves en mi bolsillo y le dediqué una sonrisa a Gonta.
—¿Podrás aguantar toda la noche? —le pregunté mientras metía la llave en la cerradura.
—Gonta querer mantener a todos a salvo —proclamó con alegría—, por eso Gonta vigilar a Kaede sin quedarse dormido.
—Genial, solo ten cuidado, ¿vale? —dije, preocupada.
—Gonta agradecer que (t/n) preocuparse por Gonta —comentó con una sonrisa sincera—. Gonta tener cuidado.
Le dediqué una última sonrisa, me adentré en mi habitación y cerré la puerta tras de mí. Estaba agotada. Tiré las llaves encima de la mesa y me dejé caer encima de la cama. Los anuncios de Monokuma por las mañana eran peor que las siete alarmas que me ponía para ir a clase, así que decidí acostarme cuanto antes para aprovechar el sueño.
⭑
—Esto es un anuncio oficial de la academia de...
Di una vuelta en la cama y tapé mis oídos con la almohada. ¿Es que no me podían dar un minuto de respiro? Había estado la mayor parte de la noche en vela, pensando en el juego de matanza, mis amigos y mi familia. Tenía muchísimo sueño, así que decidí ignorar el anuncio y volverme a dormir.
Cerré los ojos e inmediatamente escuché dos toques en mi puerta. Esperé unos segundos y recé para que fuesen en la habitación de al lado, porque no tenía intenciones de levantarme. Pero era una desgraciada, y los toques persistieron. Esta vez escuché claramente que había alguien tras mi puerta.
Suspiré y aparté las sábanas. Cuando me senté en el borde de la cama, me froté los ojos y grité:
—¡Ya voy!
«Maldición, espero que sea importante», mascullé para mis adentros mientras caminaba hacia la puerta.
El sueño es sagrado.
Cuando abrí la puerta, me encontré de cara con una camiseta azul de rayas negras. Alcé la mirada y encontré los ojos de Rantaro observándome de arriba a abajo. Mierda, había salido con el pijama puesto y estaba hecha un desastre. Intenté colocarme bien el pelo en un intento fallido por no parecer una vagabunda.
—Buenos días, (t/n) —me saludó con su habitual sonrisa, no parecía molesto conmigo por lo que había pasado ayer en la biblioteca, por lo que suspiré internamente—. Aunque tengo la sensación de que no son tan buenos para ti.
Rantaro se quedó observando uno de mis pelos que había quedado en pico, asemejándolo a una antena. Rápidamente, lo alisé y los colores me subieron a las mejillas. Menuda vergüenza. Esto solo me pasaba a mí.
—Buenos días —le saludé, y traté de esconderme tras la puerta—. ¿Querías hablar conmigo?
Él se llevó una mano a la nuca y titubeó antes de hablar.
—Estaba preocupado por todo lo que pasó ayer... ¿Estás bien?
Su pregunta me pilló desprevenida. No esperaba que estuviese preocupado por mí, siendo yo la que había armado un espectáculo en la biblioteca.
—¿Eres consciente de que es a ti a quien casi matan? —dije, alzando una ceja—. Soy yo la que debería hacer esa pregunta.
—Sí, supongo que tienes razón —sentenció, apretando los labios—. Pese a ello, estaba preocupado, ayer parecías algo... estresada.
No sabía si estresada era la palabra, pero desde luego que se me había ido de las manos todo el asunto de Kaede. Aún tenía en mente disculparme. Ayer mis sentimientos se habían descontrolado, y es que me había dado cuenta de que no iba a volver a casa. Al menos no por ahora.
—Sí, lo siento por eso, creo que exageré un poco la situación —me disculpé.
—No, en realidad tu reacción fue muy natural. Cualquiera en tu lugar hubiera actuado de la misma manera.
—Tú estuviste muy tranquilo —le recordé.
—Digamos que he pasado por cosas que me han dado inmunidad, se me da bien mantener la calma.
—Deberías enseñarme —suspiré—. Este juego parece ir en serio, y me da la sensación de que vamos a vivir más situaciones de este estilo.
—No te preocupes, encontraremos la manera de terminar esto —me aseguró, mirándome a los ojos—. Y esta vez no lo intentaré solo.
¿Me estaba diciendo que iba a confiar en mí?
—¿Vienes conmigo al comedor? —añadió sonriente, y me di cuenta de que sus dientes eran perfectos—. Puedo esperar aquí fuera si necesitas tiempo para cambiarte.
—Dame un minuto.
Dicho esto, cerré la puerta, fui al baño y me vestí. Lo hice lo más rápido que pude, pero los nudos de mi pelo no eran fáciles de quitar, así que en lugar de un minuto tardé diez. Cuando salí, Rantaro me esperaba apoyado en la pared mientras charlaba con Gonta, que seguía delante de la puerta de Kaede. Le hice un gesto afirmativo para indicarle que ya estaba preparada y nos encaminamos hacia el comedor.
—Me muero de hambre —me quejé, y sentí mi estómago crujir.
—Escuché que Kirumi ha hecho el desayuno, y tengo la sensación de que se le da muy bien cocinar.
—No esperaría menos de la Maid definitiva —solté una risita.
—Oye, (t/n) —dijo Rantaro, poniéndose más serio —. ¿Después de desayunar vendrías a mi habitación? Me gustaría enseñarte algo.
Tuve que apagar mi lado pervertido, porque esa frase se podía mal pensar. O quizá era yo, que había perdido la pureza hace mucho tiempo.
—¿Qué me vas a enseñar? —pregunté con curiosidad.
—Ya lo verás, no quiero decir nada aquí. Alguien podría estar escuchándonos.
—Eres muy cuidadoso con eso, por lo que veo.
—Nunca viene mal tomar precauciones —comentó con una pequeña sonrisa.
No tardamos mucho en llegar a nuestro destino. Rantaro abrió la puerta y se apartó para darme paso a mí primero. Entró detrás de mí y volvió a cerrar la puerta. Apenas habían estudiantes en el comedor. Ryoma estaba revolviendo una taza de café mientras Kaito babeaba con cada plato que sacaba Kirumi de la cocina.
—¿Has hecho todo esto tú, Kirumi? —pregunté cuando Rantaro y yo nos acercamos a la mesa—. Es una maravilla.
Habían platos de todos tipo, desde cruasanes hasta galletas caseras. Me volvió a crujir la barriga solo de ver una torre de pancakes con chocolate por encima. Me entraron una ganas inmensas de comérmelos de un solo bocado. Desde luego aquel desayuno era propio de la realeza. Se notaba que estaba hecho con mucho cariño, solo con el olor ya comenzaba a salivar.
—Mi deber como maid es satisfacer vuestros deseos —dijo Kirumi, haciendo una pequeña reverencia—. A partir de hoy prepararé todas las comidas.
—Gracias Kirumi, es todo un detalle —sonrió Rantaro.
—¡(t/n)! ¡Rantaro! —nos llamó Kaito con la boca llena, haciéndonos un gesto para que nos sentáramos—. Tenéis que probar esto. ¡Es un manjar!
—Debo admitir que esta comida me hace querer prolongar mi vida un día más —bromeó Ryoma, halagando a Kirumi a su manera.
—Por favor, servíos —nos indicó Kirumi, señalando la mesa, y Rantaro y yo tomamos asiento—. Escoged lo que sea de vuestro agrado.
Empecé a llenar mi plato de cruasanes, gofres, galletas y todo lo que encontrara por el camino. A mi lado Rantaro soltó una risita al ver que había llenado mi plato hasta el tope, mientras que él simplemente eligió una tostada.
—¿Quién demonios elige comer una tostada cuando hay galletas y pancakes? —comenté, señalando su plato.
—Soy un chico simple —repuso, sonriente—. Veo que tú estás aprovechando al máximo.
—Hacía años que no tenía un desayuno tan contundente —dije con los ojos brillantes de emoción—. Normalmente, me tengo que despertar temprano para ir a clases, y prefiero dormir que comer.
—Yo no tengo ese problema. Me suelo despertar temprano sin necesidad de ninguna alarma, y aprovecho ese tiempo para hacer el desayuno.
—Eres un alien —dije, llevándome una galleta a la boca, y él rió ante mi comentario.
—Estoy de acuerdo con (t/n) —coincidió Kaito—. Nadie en este mundo es capaz de despertarse antes que la alarma.
—Cuando estás en prisión te acostumbras a levantarte temprano —añadió Ryoma—. Si no lo haces, te quedas con las sobras del comedor. Y las sobras suelen ser carne de rata.
Volví a dejar en el plato el trozo de gofre que estaba a punto de llevarme a la boca y adopté una expresión de asco. Al parecer, Kaito hizo lo mismo que yo.
—¡Oye! —le reprendió Kaito, asqueado—. ¿¡Podrías no hablar de ratas cuando estamos comiendo!?
Ryoma soltó un pequeño gruñido que se transformó en una sonrisa, pero no tardó ni un parpadeo en borrarla.
En ese momento, la puerta del comedor se abrió de par en par y entraron en estampida cinco de los estudiantes. En la cabeza iban Angie y Himiko, que parecían llevarse bastante bien, y Tenko arrastraba los pies detrás de ellas con el ceño fruncido. Por último, entraron Tsumugi y Kiyo con cara de no haber dormido en toda la noche.
—Atua os da los buenos días —anunció Angie cuando se sentó enfrente de mí—. Y también agradece a Kirumi por la comida.
—Es como la comida de mi madre —comentó Himiko con un puñado de cereales en la boca.
—¡Yo puedo intentar cocinar para ti, Himiko! —exclamó Tenko, intentando llamar la atención de la maga de forma exagerada.
—Debemos agradecer que tengamos entre nosotros a un individuo con tales habilidades culinarias —proclamó Kiyo, guardando su kit de mascarillas—. Solo con olerlo ya puedo saborearlo.
—¡Qué aproveche! —exclamó Tsumugi, empezando a zampar.
—Por favor, no hace falta que me lo agradezcáis —declaró Kirumi con una sonrisa amable—. Es mi deber como maid.
—Qué pena que seamos tan pocos... —comenté, echando un vistazo a todos los que estábamos en el comedor—. Falta mucha gente. Se va a desperdiciar comida.
—No os preocupéis —dijo Kaito, poniéndose en pie con una mano en el pecho—, yo acabaré con todas las sobras, os lo aseguro.
Se pudieron oír algunas risitas entre los presentes. Era un hecho que Kaito animaba el ambiente. Y añadido a la maravillosa comida de Kirumi, todos estábamos la mar de contentos.
—He preparado bolsas de cartón para llevarles la comida a aquellos que no acudan hoy —explicó Kirumi, enseñándonos las bolsas de color marrón.
Kirumi realmente había pensado en todos nosotros. Se le podía considerar la figura perfecta de madre, y en cierto modo me recordaba a la mía...
De repente, se hizo el silencio en la sala. Y no comprendí el motivo hasta que miré hacia la puerta. Shuichi estaba parado en el umbral con esa característica gorra que ocultaba la mitad de su rostro. Después de lo que había ocurrido en el gimnasio, todos lo miraban de una manera diferente; pues él había estado con Kaede cuando intentó asesinar a Rantaro, y muchos tenían dudas sobre si había colaborado con ella o no.
Nadie se atrevió a decir nada y Shuichi no movió ni un músculo. Todas las miradas del comedor estaban puestas en él. Estuve a punto de decir algo para romper la tensión, pero Kaito lo hizo en mi lugar.
—Shuichi, compañero —le saludó, como si nunca hubiese ocurrido aquello en el gimnasio, y eso me alegró—. ¿Qué haces ahí parado? Únete a disfrutar de este manjar.
—Hum —asintió éste con timidez y se acercó para tomar asiento al lado de Kaito.
—¿Kaede no vino contigo? —preguntó Kaito con normalidad, y todos esperaron con ansias la respuesta de Shuichi.
—G-Gonta no me d-dejó tocar en s-su puerta —repuso, bajando la mirada.
—¿QUÉ? —chilló Kaito, dando un golpe en la mesa que hizo temblar la taza de Himiko—. ¡Esto esta yendo demasiado lejos! ¿Cómo no van a permitir que venga con nosotros a desayunar? ¡No tienen derecho a hacer eso! ¡Shuichi, vamos a buscarla ya!
—Pero Gonta... —musitó Shuichi con temor.
—Yo hablaré con Gonta y lo convenceré —aseguró Kaito con decisión—. ¡Vamos, Shuichi!
—Kaito —lo llamó Kirumi acercándose a él con las bolsas de cartón en las manos—. ¿Podrías llevarles la comida a los estudiantes ausentes de paso? Si no te importa.
—¡Sin problema! —exclamó, cogiendo las bolsas llenas de comida y haciéndole un gesto a Shuichi para que lo siguiera.
—No te la comas por el camino, Kaito —bromeé antes de que los dos chicos cruzaran el umbral de la puerta.
—¡Ey, (t/n)! —se quejó Kaito, nervioso—. ¿Por qué piensas que yo haría algo así? Vamos, yo nunca me comería la comida de otro. No, no, nunca haría eso. ¿Por quién me tomas? Eso sería muy maleducado por mi parte. Sí. Eh... Bueno, eso, nos vamos.
—Será mejor que Shuichi le eche un ojo —advirtió Tenko, entornando los ojos—. No me fio de ese hombre degenerado.
Kaito y Shuichi salieron del comedor y los demás continuamos disfrutando del desayuno que Kirumi había preparado. Cuando Rantaro y yo terminamos, nos despedimos de los demás y no encaminamos hacia su habitación. Estaba ansiosa por descubrir qué era aquello que me quería enseñar. Me alegraba que Rantaro comenzara a confiar en mí, aunque fuese solo un poquito.
Llegamos a la zona común de los dormitorios y nos fijamos en que Kaito estaba discutiendo con Gonta delante de la habitación de Kaede. Shuichi estaba a su lado, cabizbajo. Gonta era tan grande que ocupaba toda la puerta y le pedía amablemente a Kaito que le dejara completar su misión, pero éste seguía insistiendo en que era injusto dejar a Kaede encerrada.
Decidimos no meternos dentro de la discusión, pero Kaito se dio cuenta de nuestra presencia y nos hizo un gesto para que nos acercáramos.
—¡Ey chicos! —dijo, tendiéndonos las bolsas de cartón vacías, con solo los restos de los cubiertos y los platos—. ¿Podéis llevarle esto a Kirumi? Son los cubiertos que les dio a los ausentes, ya terminaron su desayuno y estos son los restos.
—Está bien —resoplé, agarrando la mitad de las bolsas, mientras que Rantaro cogió la otra mitad.
—Ah, y ésta también —añadió Kaito, dándole a Rantaro una bolsa de cartón intacta, con toda la comida dentro—. Miu no aceptó la comida, balbuceó algo de estar envenenada, ni idea.
—Miu y sus paranoias —dije, poniendo los ojos en blanco.
—Bueno —resopló Kaito—, voy a seguir insistiéndole a Gonta.
Muy a mi pesar, tuvimos que dar media vuelta para llevar las bolsas con los cubiertos al comedor. Cuando llegamos, Kirumi insistió en que le diéramos las bolsas a ella para fregar todos los cubiertos. Rantaro se negó en un principio, diciendo que no era justo que la dejásemos hacer todo el trabajo, pero Kirumi terminó saliendo victoriosa y consiguió que le diéramos todas las bolsas a ella.
Finalmente, decidimos volver a la zona común de las habitaciones para hablar sobre aquello que Rantaro quería enseñarme. Ya no había nadie delante de la puerta de Kaede. Me preguntaba si Kaito y Shuichi habrían conseguido convencer a Gonta para que la dejase salir. Rantaro me guió hasta la puerta con el dibujo de su figura y buscó las llaves dentro de su bolsillo.
Justo cuando encontró la llave, se escuchó el sonido que hacían los monitores de Monokuma al encenderse.
*Ding Dong Bing Bong*
—¡Un cadáver ha sido descubierto!
—¿Cómo? —balbuceé, volviéndome hacia Rantaro para confirmar que él también lo había oído. Y por la expresión de su rostro pude deducir que no habían sido imaginaciones mías.
—Por favor, diríjanse a la sala de juegos —continuó anunciando el Monokuma de los monitores—. Después de un pequeño periodo de tiempo, que podéis usar como queráis, comenzará el juicio escolar.
Rantaro y yo no dijimos una sola palabra, tan solo nos miramos con los ojos bien abiertos. Esperaba que Monokuma admitiese que había sido todo una broma, pero no ocurrió. No tenía ni idea de quién podía ser la primera víctima. Lo que sí sabía era que había cambiado la historia porque la supuesta primera víctima estaba delante de mí, mirándome con ojos verdes y brillantes y la mandíbula apretada.
El juego había comenzado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro