08| No te fíes de las rubias
Kaede había confesado. Lo había admitido todo, y eso tendría que haber calmado mi ira, pero no lo hizo. Es más, su confesión me hizo ser consciente de la situación en la que me encontraba. Esto ya no era un juego divertido que podía ver desde mi casa, era una tortura en la que cualquiera podía morir.
Y no había nada más que temiera en esos momentos que no poder volver a casa con mi familia.
—¿Kaede? —se sorprendió Tenko, aterrada—. ¿Cómo que fuiste tú? Es una broma, ¿verdad?
Kaede negó con la cabeza y cerró los ojos para reprimir las lágrimas.
Pero llorar no la hacía menos culpable.
—Así que Kaede, eh —murmuró Rantaro, revolviéndose el pelo.
Rantaro se veía decepcionado, pero ni de lejos estaba tan enfadado como yo.
Y es que una ola de emociones se me estaba viniendo encima.
—¿Kaede qué? —espetó Kaito, que no se estaba enterando de nada—. ¿Chicos que está pasando?
Shuichi no dijo una sola palabra y ocultó su rostro tras la gorra.
Parecía que nadie iba a castigarla por haber intentado cometer un asesinato. Me sentía como la loca del grupo, ¿acaso veían normal darle una palmada en la espalda a Kaede después de que intentara asesinar a alguien? ¡Y no me importaba que no hubiera llegado a matarlo! Las intenciones estaban ahí.
Si un asesino está a punto de matarte, pero logras escapar de él, es igual de culpable que si te hubiera conseguido matar.
Por eso, susurré:
—Asesina...
—¿Eh? —profirió Kaede, que no había escuchado bien lo que había dicho.
—¡Asesina! —grité en cólera—. Eso es lo que eres.
Después de mis palabras se hizo un silencio sepulcral en la sala. Todos bajaron la mirada porque sabían que tenía razón, pero nadie se atrevía a llamarla por su nombre: una asesina.
—(t/n), está bien —dijo Rantaro, rompiendo el silencio—. Al final no ha pasado nada...
—¿Y si hubiera pasado qué? —bramé—. ¿¡Me estás diciendo que si alguien intenta matarte y no lo consigue, hay que perdonarlo!?
—No quiero decir eso —comentó Rantaro, intentando calmarme—, pero estamos un poco nerviosos y...
—No, Rantaro —le corté—. Kaede habla de cooperar todos juntos y luego nos traiciona por la espalda. ¿¡Se puede saber por qué has intentado matar a Rantaro!?
—Vamos, chicos —me intentó calmar Kaito—, hablemos esto con más calma, estoy seguro de que Kaede no tenía malas intenciones.
—No sabía... —susurró Kaede, avergonzada—. No quería...
—¡No querías! ¡Ahora me dirás que la bola se lanzó sola! —bufé, ignorando los intentos de Kaito por calmarme.
—(t/n), por favor —me pidió Shuichi con timidez—. No es solo culpa de Kaede.
—Shuichi no tienes que defenderme... —musitó Kaede—. (t/n) tiene razón, os he engañado a todos. Creía que podía acabar con la mente maestra, pero... Lo siento.
—¿Entonces es verdad, Kaede? —quiso confirmar Kaito—. ¿Por qué?
—Porque es una egoísta —escupí más furiosa que nunca.
Una voz dentro de mi cabeza me decía que estaba descargando en Kaede todos los miedos que se habían acumulado dentro de mí, miedos de los que ella no tenía la culpa, pero no me importó.
—Bueno, (t/n)... —titubeó Tenko—. Seguro que Kaede tuvo sus razones, no la veo capaz de hacer algo así.
—Creed lo que queráis —sentencié, dirigiéndome hacia la salida—. Yo no pienso estar en la misma habitación que una asesina.
—¡(t/n), espera! —me llamó Tenko.
Pero yo ya había salido de la biblioteca y empecé a correr lejos de allí.
Los ojos me empezaron a escocer y sentí una angustia en mi pecho muy dolorosa. Sabía que había sido algo exagerada en la biblioteca, pero ya no había marcha atrás. Lo único que deseaba era salir de la academia y volver a mi casa. Ya no me parecía divertido estar dentro de mi juego favorito.
Subí las escaleras a paso ligero y seguí corriendo por el pasillo sin ningún destino en concreto. Solo quería encontrar un lugar tranquilo para llorar a solas, necesitaba liberar mis angustia mediante las lágrimas.
—Mira a quién tenemos aquí...
Me crucé con alguien en el pasillo, pero no le di tiempo a reaccionar. Pasé por su lado sin siquiera mirarlo. Seguí corriendo mientras me secaba las pequeñas lágrimas que comenzaban a asomarse por mis ojos. Llegué hasta la puerta doble que llevaba al jardín y caminé por los paseos de tierra buscando algún lugar apartado.
Finalmente, encontré una esquina oculta tras dos altos sauces y me senté a la sombra de uno de ellos. Recogí mis rodillas y oculté el rostro entre mis manos, dejando que mis ojos se desahogaran. Estaba asustada. No quería morir, pero tampoco quería ver morir a nadie. Vivir un juego de matanza en mis propias carnes era demasiado para mí, y no sabía si conseguiría soportarlo.
Por si eso no fuera poco, había quedado como una histérica en la biblioteca. ¿Acaso era la única que no veía normal perdonar a alguien que había intentado asesinar a otra persona? Sabía que todo era ficción y que no me tendría que afectar, pero se sentía muy real.
Mamá...
Papá...
Los echaba mucho de menos. Mi único deseo era volver a abrazarlos y decirles que los quería. También quería entrenar voleibol y salir con mi amiga por las tardes en la plaza. Por mucho que antes deseara estar dentro del juego, ahora solo quería salir y recuperar mi vida normal.
Mi llanto fue interrumpido por el sonido de unos pasos acercándose a mí. Mi rostro estaba hundido entre mis manos y no me atrevía a levantar la mirada para comprobar quién se acercaba. Intenté secarme las lágrimas rápidamente para disimular mis sollozos, pero estaba segura de que mi cara era un desastre.
Los pasos se detuvieron y una voz infantil se coló por mi oídos.
—¡(t/n), me has ignorado antes en el pasillo!
No me hizo falta alzar la mirada para saber que era Kokichi.
—Ahora no es el momento, Kokichi —sentencié con la voz entrecortada y con la cabeza aún oculta entre mis manos.
—Oh, ¿qué pasa? —dijo con la intención de molestarme—. ¿Tu novio te ha dejado? ¿Ya no sois cómplices de crímenes?
—No tengo tiempo para tus tonterías —le increpé, alzando por primera vez la mirada, y él se sorprendió al ver mis ojos aguados—. Déjame sola.
Kokichi permaneció en silencio unos instantes, como si estuviese teniendo un debate mental consigo mismo.
—Si te dejo sola, es muy probable que asesines a alguien —bromeó.
—Y si no te vas, probablemente ese alguien seas tú.
—Con ese mal genio te vas a quedar sin amigos.
—¿Tú hablando de amigos? No me hagas reír.
—Cierto, yo tengo sirvientes, no amigos —declaró muy orgulloso.
—Lárgate —farfullé, abrazando mis rodillas.
—¿Te he dicho ya que me gusta llevarle la contraria a la gente?
—Haz lo que quieras —resoplé—, pero no me molestes.
Kokichi sonrió con malicia y se agachó a mi lado, dándome un toque con su hombro.
—Entonces, cuéntame —dijo, ampliando su sonrisa—. ¿Cómo fue la ruptura? Y no te ahorres los detalles.
—No te vas a ir hasta que te cuente lo que ha pasado, ¿verdad? —mascullé, frotándome los ojos.
—¡Por fin lo has pillado! —suspiró—. Eres muy lenta, (t/n).
—Pues resulta que...
—¿Que...?
—Kaede ha intentado asesinar a Rantaro.
No me anduve con rodeos y eso lo pilló desprevenido, o quizá fue la impresión de saber que uno de nosotros había tratado de asesinar a otro. Fuera lo que fuese, Kokichi se quedó mirándome en silencio, procesando mis palabras.
—¿Ahora no dices nada? —quise saber, arqueando una ceja.
—Estaba pensado... ¡Vaya giro de los acontecimientos! —exclamó con emoción—. ¡La persona que quería evitar que cometiésemos un asesinato terminó ensuciándose las manos! Qué hipócrita por su parte. Aunque no me sorprende. Todas las niñas buenas acaban sacando su lado oscuro tarde o temprano. Me pregunto cuando sacarás tú el tuyo, (t/n).
Kokichi tampoco había reaccionado como yo. Ni siquiera se le veía asustado. Aunque podía estar fingiendo. Después de todo, era lo que hacía todo el tiempo.
—Esto empieza a ponerse bueno —añadió cuando vio que yo permanecía en silencio.
Definitivamente, me sentía una histérica. Fui la única a la que impactó la casi muerte de Rantaro. ¿Tan débil era?
—Vamos, (t/n) —se quejó Kokichi, zarandeándome de un lado a otro por los hombros—. ¿Estás así solo por eso?
—¿Solo por eso? —gruñí—. ¿Te parece poco?
—Sabes que soy un detector de mentiras, ¿verdad? —insistió—. No estás así solo por lo de Rantaro, hay algo más.
—Tampoco es como si te interesase —musité, apretando las rodillas contra mi pecho.
—Tienes razón, no me interesa —declaró, campante.
—Imbécil.
—Has sido tú quien lo ha dicho en primer lugar.
Mordí mi labio inferior y desvié la mirada hacia la explanada del jardín. Quizá sí que necesitaba desahogarme, y aunque pensara que Kokichi no era el indicado, decidí contárselo. A pesar de que sabía que me podía arrepentir.
—Los echo de menos... —admití, y sentí un pinchazo de dolor en el pecho—. Echo de menos a mi familia.
Kokichi me observó sin decir una sola palabra. En sus ojos brilló la incertidumbre. Se notaba que no estaba acostumbrado a lidiar con este tipo de situaciones y no sabía qué hacer. Abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar de inmediato. Quizá no fue buena idea admitir esa debilidad en voz alta, y mucho menos a Kokichi.
Dejé de mirarlo para enfocarme en la hierba bajo mis zapatos. Mis ojos escocían, amenazando con soltar un río de lágrimas, pero luché por retenerlas. Me negaba a llorar delante de Kokichi, me haría burla durante toda mi estancia en el juego.
Sentí una caricia en mi brazo y me volví hacia Kokichi. El chico había apoyado su mano en mi hombro y me había dado un pequeño apretón, que interpreté como un gesto de apoyo. Aunque su rostro no concordaba con sus acciones, ya que parecía que le habían pisado el dedo meñique del pie: sus labios se habían torcido y había arrugado su nariz.
Cuando alcé las cejas, apartó su mano de mi hombro y buscó algo entre su ropa.
—Toma —dijo, extendiéndome un pañuelo—. Tu cara me molesta, es un desastre, así que límpiatela.
Fruncí el ceño por el comentario final, pero acepté su ofrenda y me sequé las lágrimas, que había intentado retener inútilmente.
—Gracias —dije con un hilo de voz.
—El pañuelo no era gratis, ahora me debes un favor.
—¡Pero si fuiste tú quien me lo ofreció!
—¡Y fuiste tú quien lo aceptó!
—Tomo nota mental de no aceptar nada de lo que me ofrezcas —dije de mala gana, y me guardé el pañuelo en el bolsillo cuando terminé de secarme las lágrimas.
—Ya es tarde —espetó, y luego se llevó una mano al pecho de forma dramática—. Además, eres una desagradecida. Sí, una completa desagradecida. Te he dado todo mi apoyo, todo lo que podía ofrecerte.
—¿Te refieres a cuando pusiste esa cara de estreñido? —aproveché para pincharlo.
Kokichi levantó la comisura de sus labios para formar una sonrisa burlona.
—Es difícil no tenerla al mirarte, ¿sabes? Hago un esfuerzo constante, no eres muy agraciada a la vista.
Fruncí el ceño, ofendida, pero segundos después mi rostro se iluminó con picardía.
—Eso explica porque tienes cara de estreñido todo el tiempo. Tienes que dejar de mirarme tanto, Kokichi.
Reí con soberbia ante mi propio comentario, pero mi sonrisa decayó cuando él habló:
—Es imposible dejar de mirarte.
Amplié mis ojos hacia él y sentí un picor en mis mejillas. Su rostro parecía más serio de lo normal, y me empecé a poner nerviosa.
—¿Qué...?
Pero antes de que pudiera terminar de hablar, volvió a aparecer en su rostro esa sonrisa que ponía cada vez que se burlaba de mí.
—Es complicado dejar de mirarte cuando tienes la cabeza del tamaño de cuatro sandías.
—Serás imbécil —mascullé, pero no pude evitar sonreír.
—Nishishi, ¿acaso esperabas otra cosa?
—De ti desde luego que no.
Kokichi soltó varias risitas por lo bajo, y yo acabé haciendo lo mismo. No podía negarlo, me había subido el ánimo, aunque a su manera.
—Ahora, vámonos —comentó, poniéndose en pie y haciéndome un gesto con la mano.
—¿Irnos? —pregunté, confundida—. ¿A dónde?
—¿No es obvio? ¡A contarles a todos que Kaede es una asesina! No podemos dejarla suelta por ahí, ¿sabes?
Y aunque no se lo dije, pensaba lo mismo que él. Por primera vez, estaba de acuerdo con Kokichi.
—¿A todos? —quise saber.
—Todos tiene derecho a saber, ¿no? —dijo, alzando una ceja—. Ahora, vámonos.
Me puse en pie y seguí a Kokichi hasta el interior de la academia, donde pasamos más de treinta minutos buscando a todos los estudiantes para reunirlos en el gimnasio mientras le contaba a Kokichi todos los detalles sobre lo que había pasado.
Una vez en el gimnasio, me di cuenta de que el video del tiempo límite seguía reproduciéndose en los monitores y la tétrica música seguía arañando nuestros tímpanos. Sin embargo, el murmullo de los estudiantes reunidos en el gimnasio acalló el sonido de los monitores. Todos se miraban confundidos, pues Kokichi no les había comentado el motivo de la reunión.
—¿A qué se debe esta convocatoria, Kokichi? —quiso saber Kirumi, siendo la primera en alzar la voz para detener el murmullo.
—Nyeh... espero que sea importante —se quejó Himiko—. Estaba en medio de una siesta.
—Puedo oler el miedo que emana de esta habitación —anunció Kiyo de manera apasionada—. Es un olor que describe la debilidad emocional de los humanos.
—¡Más te vale empezar a hablar, gnomo! —protestó Miu—. Me estás haciendo perder mi preciado tiempo.
Di un repaso rápido al gimnasio y mis ojos se encontraron con los de Rantaro, brillantes como dos esmeraldas. Me miraba como si estuviera dudando si acercarse a mí o no. Desvié mis ojos hacia otro punto de la sala porque el contacto visual se estaba haciendo incómodo, y de reojo pude ver como él apretaba sus labios formando una línea recta.
Kokichi, que se había colocado a mi lado, se aclaró la garganta para captar la atención de todos los estudiantes. Cuando se hizo el silencio en la sala, esbozó una sonrisa maliciosa.
—Iba a proceder a explicar el motivo de esta inesperada reunión —empezó a decir Kokichi—, pero creo que dejaré que la implicada en esta historia lo cuente, ¿no es mejor así, Kaede?
Inmediatamente, todos se giraron hacia Kaede con el ceño fruncido, y ésta se estremeció en el sitio. Al lado de ella se encontraba Shuichi, que se escondía tras su gorra, y Kaito, quien desaprobaba el comportamiento de Kokichi.
—¿Kaede? —repitió Kokichi con una perversa inocencia.
Kaede no dijo una sola palabra, en cambio, agachó la cabeza dispuesta a aceptar cualquier sermón.
—¿Qué ocurre, Kaede? —insistió Kokichi con crueldad—. ¿Te ha comido la lengua el gato?
—Agradecería que alguien aclarase esta situación —pidió Kirumi.
—Gonta no entiende por qué Kokichi reunirnos aquí —comentó Gonta, rascándose la frente.
—¿Cuál es exactamente tu objetivo, Kokichi? —quiso saber Rantaro, entornando sus ojos.
—Quizá quiera hablarnos sobre el tiempo límite... —sugirió Tsumugi.
—Yo ofrecí una solución a ese problema —intercedió Ryoma, desviando la mirada—, pero nadie me hizo caso.
—Kokichi, dinos ya el motivo de la reunión —se apresuro a decir Maki—, de lo contrario volveré a mi habitación. No me gusta que me hagan perder el tiempo.
—Atua dice que debemos escuchar en silencio —anunció Angie—. Solo así encontraremos la paz.
—¿¡A quién le importa Atua!? —protestó Tenko, torciendo la nariz.
—Nyeh... —bostezó Himiko—, si esto ha terminado, me voy a continuar mi siesta.
—No me digáis que... ¿Os vais a ir ya? —murmuró Kokichi como un niño al que le han quitado su chupete—. Pero si la diversión acaba de empezar.
—Kokichi —le susurré, y él dio un respingo—, es mejor que vayas al grano.
Cuando ladeó su cabeza, sus ojos conectaron con los míos, y me di cuenta de que estaban demasiado cerca porque distinguí toda la gama de violetas que coloreaban su iris. Por unos momentos, sus ojos se agrandaron, pero volvieron a su tamaño normal en un pestañeo.
—¿Y si no quiero? —susurró de vuelta, torciendo los labios.
—Se van a ir y al final no podrás contarles nada.
—Está bien... —aceptó a regañadientes—. Vaya muermo de gente.
—Y no seas muy cruel con Kaede —añadí—. Ya sé que lo que hizo no estuvo bien, pero...
—Tranquila, déjamelo a mí —dijo con una sonrisa que me dejaba de todo menos tranquila.
Era cierto que yo había tratado mal a Kaede en la biblioteca, pero ahora me arrepentía de no haber pensando mejor las cosas. Kaede no lo había hecho bien y debía ser castigada por ello, pero eso tampoco nos daba el derecho a humillarla de aquella manera.
—Ya que la rubita se ha quedado sin palabras —dijo Kokichi, alzando la voz—, dejad que os lo explique un servidor.
—Ya suéltalo de una puta vez, enano de jardín —le abucheó Miu, tirando su pulgar hacia abajo.
—Kaede ha intentado asesinar a uno de nosotros —lo dijo tan rápido que apenas pude entenderle, y la sala se sumió en un silencio descomunal.
Kaede empezó a jugar con el asa de su mochila mientras miraba en todas direcciones. Shuichi trató de calmarla colocando una mano sobre su hombro, pero no pareció funcionar.
—¿Es eso cierto Kaede? —quiso confirmar Kirumi.
—Tiene que ser una de sus mentiras —rezongó Himiko, señalando a Kokichi con el dedo índice—. ¿No es él quien dijo ser un mentiroso?
—Gonta no poder creer que Kaede hacer algo así —Negó Gonta con la cabeza, creando una corriente de aire que despeinó a Angie.
—Yo me ofrecí para ser la víctima —comentó Ryoma con aspereza—, pero lo intentó con otro, qué desperdicio.
—Buenas personas que se debaten entre el bien y el mal —declaró Kiyo con los brazos extendidos—. Me preguntó cual será el motivo para tal desvío.
—Calmaos, chicos —dijo Kaito—. Aún no sabemos la versión de Kaede.
—¿Quién fue la afortunada víctima que fue salvada por Atua? —preguntó Angie de improviso.
—Rantaro —Mi voz se quebró al decir su nombre—. Kaede trató de matar a Rantaro en la biblioteca.
—Suerte que estaba (t/n) para impedirlo —dijo Kokichi, pasando una mano por su frente—. En fin, ¿quién vota por encerrar a Kaede? Después de todo, no queremos que lo vuelva a intentar, ¿verdad?
Kokichi fue el primero en levantar la mano y empezó a dar pequeños saltitos para alentar a los demás a hacer lo mismo.
—Me cuesta creer que algo así haya pasado —terció Keebo—. Kokichi no es una fuente fiable de información.
—Eso ha sido cruel —protestó Kokichi, cuya ilusión había sido apagada por Keebo—. Pero si realmente no confiáis en mí... ¡Qué lo explique la propia Kaede!
—¡Ya está bien, Kokichi! —saltó Kaito—. Déjala en...
—No importa, Kaito, tiene razón —le atajó Kaede con uno tono de voz frágil—. Cometí un error y debo pagar las consecuencias.
—Así que es verdad —puntualizó Ryoma.
—Puta cerda —farfulló Miu, elevando el tono de voz—. Nos llena de discursos basura sobre la amistad y nos termina traicionando. Sabía que no nos podíamos fiar de las rubias.
—Pero tú eres rubia —indicó Keebo, confundido.
Miu se quedó mirándolo durante unos segundos sin pestañear, y luego cogió un mechón de su pelo para observarlo mejor. La chica abrió los ojos como si algo hubiese hecho click en su cabeza.
—C-Cállate, p-pedazo de c-chatarra —le increpó Miu a Keebo, sudando—. ¡Se ve rubio por culpa de las luces!
—Chicos, calmaos, al final no ha pasado nada —comentó Rantaro con sorprendente serenidad—. Estoy vivo, después de todo.
—No, Rantaro, debo disculparme —intervino Kaede con la cabeza gacha—, especialmente contigo.
Todos nos volvimos hacía Kaede en silencio, y la chica comenzó a jugar con sus dedos pulgares mientras pensaba en las palabras correctas para continuar sus disculpas.
—No hay nada que pueda decir para suavizar lo que he hecho —empezó a decir Kaede con la mirada clavada en el suelo—. Sé que os dije que había que trabajar juntos y que saldríamos de aquí sin matar a nadie, pero el miedo pudo conmigo. No es excusa, lo sé. Simplemente, estaba tan asustada que quise convencerme a mí misma de que podría acabar sola con la mente maestra. Lo siento mucho, chicos, y lo siento de verás, Rantaro.
—Está bien, Kaede —la perdonó Rantaro con una sonrisa forzada.
—¿Puedo preguntar a qué te refieres con mente maestra? —cuestionó Kirumi.
—Sí, Gonta no entender —se lamentó Gonta.
—Parece que vuestro conocimiento acerca de esta situación es superior al nuestro —observó Kiyo—. Por favor, ¿podríais aclararlo?
—Creemos que la persona que controla a Monokuma, la mente maestra, se encuentra entre nosotros —explicó Shuichi con voz trémula—. Aunque es solo una teoría, no tiene por qué...
—¡Está muy claro quién es esa estúpida mente maestra! —se jactó Miu.
—¿Tienes esa información? —preguntó Keebo.
—Es Kaede —contestó Angie, oscureciendo su rostro.
De nuevo, todos en el gimnasio se volvieron hacia Kaede con sospecha. Yo sabía que ella no era la mente maestra, pero no podía confesar la verdad sin pruebas. No sería un movimiento muy inteligente por mi parte, pero tampoco podía dejar que todos sospechase de alguien inocente.
—No saquemos conclusiones precipitadas —anuncié, captando la atención de todos, y de reojo vi como Rantaro asentía de acuerdo conmigo—. Debemos pensar en qué hacer con Kaede primero.
—¿Qué hacer con Kaede? —quiso saber Tenko—. ¿A qué te refieres?
—Como bien dijo Kokichi —empecé a decir—, no podemos olvidar el hecho de que Kaede ha intentado asesinar una vez, y no sabemos si volverá a hacerlo.
—¡(t/n)! —me reprochó Kaito—. No hace falta ir tan lejos, Kaede también nos ha ayudado mucho.
—¿Cómo cuando? —cuestionó Maki con frialdad.
—Esto... Pues... —balbuceó Kaito, intimidado por la mirada de Maki—. Esa vez que... Pues, bueno. Ya sabes, aquella vez.
—Pues eso —escupió Maki, malhumorada—. Estoy de acuerdo con (t/n), lo mejor será tenerla vigilada.
—¡Mejor sacarle las entrañas! —bufó Miu—. ¡Esa sucia engreída nos ha traicionado!
—Atua está enfadado contigo Kaede —espetó Angie.
—¡Pero eso es ridículo! —gritó Tenko— ¡No podemos encerrarla!
—Yo puedo convertirla en sapo con mi magia —propuso Himiko con una pequeña sonrisa.
—¡La idea de Himiko es mucho mejor! —la apoyó Tenko con entusiasmo.
—Gonta poder vigilar a Kaede, así Kaede no poder dañar amigos. —Gonta se prestó voluntario.
—¿Quién está a favor de que Gonta aplaste a Kaede? —sugirió Kokichi con jocosidad.
—¡Kokichi! —le susurré, apretando los labios.
Y éste puso los ojos en blanco.
—Gonta verdadero caballero, Gonta nunca hacer eso —declaró Gonta con una mano en el pecho.
—Está bien, está bien —comentó Kokichi, decepcionado—. ¿Quién vota por encerrar a Kaede y que Gonta la vigile?
—Tienes mi voto —se apresuro a decir Maki.
—¡Maki! —protestó Kaito, y luego frunció el ceño—. Mi voto es en contra.
—¡Yo voto por cargarnos a esa cerda! —gruñó Miu.
—Por la seguridad de todos, creo que se debe tomar medidas para prevenir otro incidente —se posicionó Kirumi a favor.
—No podemos tratar a Kaede así —negó Tenko en contra.
—Las discusiones entre seres humanos tienen cierto encanto —empezó a decir Kiyo, y no estaba muy segura de qué lado estaba—, sin éstas nunca se llegaría a un consenso global.
—Atua dice que es mejor echarle un ojo —añadió Angie con su característica alegría.
—Afirmativo, por nuestra propia seguridad —comentó Keebo.
—Rantaro... —lo llamó Kokichi con una sonrisa maliciosa—. ¿Tú qué opinas? Eres la víctima después de todo.
Rantaro no contestó, en cambio, sus ojos buscaron los míos, pero no supe identificar la emoción que había escondida tras ellos.
—Parece que está decidido —canturreó Kokichi—. Encerraremos a Kaede en su habitación, y Gonta la vigi....
—Yo puedo vigilarla —se ofreció Shuichi de repente.
—Pero, Shuichi, tú sabías del plan de Kaede y no la detuviste, ¿cierto? —comentó Kokichi con malicia—. No podemos confiar en ti para esta tarea.
Kokichi tenía razón, pero me sentía mal por Shuichi. Sabía que él no tenía ni idea del plan de Kaede. De una manera u otra me sentía responsable por lo que estaba pasando. Salvando a Rantaro había conseguido que todos se pusiera en contra de Shuichi y Kaede.
¿Realmente hice bien evitando la muerte de Rantaro?
—No dejaré que le pongáis un dedo encima —la defendió Kaito, dando un paso adelante—. Todos cometemos errores, algunos peores que otros, pero creo en Kaede y confío en que no tenía malas intenciones.
—¿Cómo puedes intentar matar a alguien con buenas intenciones? —preguntó Maki de manera cortante.
Tras esas palabras, se formó un murmullo de palabras ininteligibles en toda la sala. Los estudiantes empezaron a discutir entre ellos. Unos a favor de encerrar a Kaede y otros en contra.
Hasta que una voz robótica retumbó en la sala, acallando en seco las conversaciones de los estudiantes.
—EL TIEMPO LIMITE HA LLEGADO A SU FIN.
Mierda.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro