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07| A escasos centímetros


Al día siguiente me desperté con el anuncio de la mañana. Me desperecé, me acicalé y salí por la puerta camino al comedor. A mitad del trayecto, vi a Kaede y me acerqué a ella.

—Buenos días, Kaede —la saludé mientras me adaptaba a su andar.

Kaede miraba al frente mientras jugaba con el asa de su mochila.

—Hola, (t/n) —dijo, devolviéndome la sonrisa y escondiendo cierto nerviosismo—. Te diriges al comedor, ¿verdad?

—Así es.

—Eso es bueno —suspiró—. Mucha gente dijo que no acudiría hoy. Están asustados por el tiempo límite.

—Cierto, esta noche termina —recordé—. ¿Crees que realmente Monokuma acabará con todos nosotros?

Kaede se mordió el labio y abrió los ojos más de lo normal.

—No hay necesidad de preocuparse por eso —dijo no muy segura—. Shuichi y yo acabáremos con este
juego macabro.

Sabía perfectamente de lo que estaba hablando. Y pensarlo me puso la piel de gallina.

—¿Y cómo pensáis acabarlo? —pregunté, haciéndome la inocente.

—Ya lo verás, no tienes que preocuparte.

No parecía querer darme detalles sobre su plan. Sin embargo, sabía perfectamente cuál era. Y pensaba meterme en medio. Al menos evitaría que Rantaro fuese a la biblioteca.

Sin darme cuenta, habíamos llegado al comedor. Tal y como había dicho Kaede, solo habían unos pocos reunidos. Eché un vistazo rápido y reconocí a Rantaro, Ryoma, Kirumi, Angie y Kiyo.

—Oh, llegáis justo a tiempo —anunció Rantaro, dirigiéndose a Kaede y a mí—. No sé qué hacer con Ryoma, está delirando.

—¿Delirando? —pregunté, tomando asiento.

—Solo hice una sugerencia —aclaró Ryoma—. De esa manera habrán más personas que puedan sobrevivir, incluso si es solo una.

—¿A qué te refieres? —quiso saber Kaede, que no había entendido una palabra.

—¿No lo pilláis? —espetó Ryoma—. Si el tiempo se acaba, terminaremos todos aniquilados. Para evitar eso hay que jugar a este killing game.

—¿Que, qué? —bramó Kaede,alarmada—. ¡Espera un momento!

—¿Y qué propones? —pregunté, aun sabiendo a qué se refería.

—Matadme —sentenció éste.

Solo con esa palabra el comedor se impregnó de un silencio sepulcral. Parecía que la simple pronunciación de aquella palabra nos recordaba lo inevitable: alguien acabaría muriendo tarde o temprano. Y a ninguno de nosotros le hacía gracia la idea.

—Ryoma —empecé a decir—, no creo que...

—¡RYOMA! —me interrumpió Kaede, alarmada—. ¿¡Qué estás diciendo!?"

—¿Seguís sin pillarlo? —murmuró Ryoma, ocultando parte de su rostro bajo su gorro—. Estoy diciendo que os daré mi vida, ya no tengo ninguna razón para vivir.

Escuchar a Ryoma decir esas palabras sin titubear, me revolvía el estómago. No podía creer cómo alguien era capaz de valorar tan poco su vida, y sentía una enorme pena por él. Tanta que decidí reavivarle la pasión por el tenis. Sería mi segundo objetivo después de salvar a Rantaro.

—Ya os dije que solo dice locuras —sentenció Rantaro.

—Ryoma....no puedes ofrecer tu vida así como así —le increpé.

—Vosotros queréis vivir y a mí no me importa morir —dijo con frialdad—, todos salimos ganando.

—¡De ninguna manera! —gritó Kaede, levantándose de la silla—. ¡Prometimos escapar juntos de este infierno!

—Ojalá fuera así —musitó Ryoma—. Pero solo estamos esperando a que se acabe el tiempo sin hacer nada.

—Un humano sacrificando su preciada vida por salvar otras —proclamó Kiyo—, es solo una muestra de la belleza del ser humano.

—Es la mejor opción hasta el momento —farfulló Ryoma—. Y lo sabéis.

—No puedo estar de acuerdo con esto —terció Kirumi, compasiva.

—Pensadlo bien —trató de convencernos Ryoma—. La persona que me mate escapará sin un juicio, todo el mundo sobrevivirá al tiempo límite y la persona que escape podrá pedir ayuda.

¿De verdad esa sería la mejor opción? ¿Ryoma había abandonado completamente sus ganas de vivir? No. Estaba segura de que no era así. Por la forma en la que había hablado ayer sobre el tenis, notaba que su pasión seguía viva.

—¡Ryoma no podemos sacrificarte! —exclamé seriamente.

—Atua te recibirá con los brazos abiertos —anunció Angie, que era la única que estaba de acuerdo en hacer un sacrificio.

—Ryoma —le llamó Rantaro con una expresión que me puso los pelos de punta—, no hay necesidad de eso.

«Mierda, no me digas que Rantaro...»

—¿Hum? —profirió Ryoma, alzando una ceja.

—No hay necesidad —repitió Rantaro con brusquedad—, porque voy a terminar este juego. Ya lo he decidido.

«Mierda, mierda. ¿Qué hago?»

—Rantaro —lo llamé, alarmada—. ¿Qué piensas hacer?

—Voy a terminar este juego de una vez por todas —dijo con la mirada clavada en el suelo.

—¿Terminar? —A Kaede estaba a punto de darle un ataque de miocardio.

—¿Puedes lograr tal cosa? —inquirió Kiyo con interés.

—¿Cómo sugieres terminar con el juego? —cuestionó Kirumi—. ¿Entiendes que el tiempo límite llega a su fin esta noche?

—Lo siento, no puedo decirlo —negó Rantaro, y se levantó de la silla—. Ojalá pudiera, me ahorraría muchos problemas.

—¿De qué estás hablando, Rantaro? —pregunté desesperada.

«No vayas a la biblioteca, por favor.»

—Como dije antes... —comentó Rantaro, encaminándose a la puerta—, voy a acabar este juego de una vez por todas.

Y dicho esto, salió del comedor dejándonos perplejos. Kaede abrió la boca para decir algo, pero no la pude escuchar porque salí corriendo detrás de Rantaro. Era mi última oportunidad para evitar que fuese a la biblioteca, tenía que hacerle ver que podía confiar en mí.

—¡Rantaro! —grité a pleno pulmón, pero él no se giró y siguió caminando a paso ligero por el pasillo.

«Maldita sea, ¿por qué eres tan cabezota?»

Aceleré el paso para alcanzarlo.

—¡Rantaro, espera!

Ese último grito hizo que Rantaro se parase en seco y se diera la vuelta. Cuando llegué a su lado, descansé sobre mis rodillas para recuperar el aliento.

—¿A dónde vas? —pregunté entre jadeos.

—Incluso si quisiera decírtelo, no podría —dijo, rehusando mirarme—. No puedo arriesgarme a que alguien interfiera.

—¿¡De verdad crees que puedes acabar esto tú solo!?—le reproché, enfadada por su terquedad.

—No estoy seguro —murmuró, dándome la espalda—. Lo que sé es que no quiero involucrar a nadie, especialmente a ti.

«¡Solo quiero salvarte la vida!», exclamé para mis adentros.

—¡Puedo ayudar, confía en mí! —exclamé, exaltada, e intentando que se diera la vuelta para que me mirase a los ojos.

—Por favor —me pidió—, confía tú en mí.

—Pero...

—No hagas nada innecesario, todo se arreglará.

Y con esas últimas palabras, Rantaro siguió avanzando por el pasillo hasta desaparecer tras girar la esquina. Resoplé y empecé a dar vueltas de aquí para allá. No sabía qué hacer y, para colmo, Rantaro se había molestado conmigo por ser tan insistente. Y a mí me había sacado desquicio su testarudez.

Pasé casi treinta minutos dando vueltas por fuera de la biblioteca para evitar que Rantaro entrara en ella, pero sabía que estar allí me haría ver muy sospechosa. Decidí salir en busca de Rantaro, y esta vez obligarlo a quedarse conmigo sin importar qué.

Nunca había estado tan nerviosa como ahora. Le había cogido cariño a Rantaro y no quería verlo morir. De hecho, no quería ver morir a nadie, no sería capaz de ver un cadáver sin vomitar. Una cosa era el juego y otra muy distinta verlo con mis propios ojos.

Si yo fuese un personaje jugable, ya estaría gritándole a la pantalla diciendo: ¡eres inútil, actúa! Y ahora me daba cuenta de que es muy fácil decirlo cuando estás sentada en tu sofá y muy complicado cuando lo estás viviendo en tus propias carnes.

Puse patas arriba la academia buscando a Rantaro, pero no estaba por ninguna parte, y mis nervios no hacían más que aumentar. Me dolía la barriga y el corazón me latía hasta la garganta. Estaba a punto de darme un ataque de pánico cuando...

—¿Qué tal, (t/n)?

Por un momento, creí haber imaginado que alguien me llamaba.

—Tierra llamando a (t/n) —escuché que decía una voz, y una mano pasó por delante de mis ojos.

Cuando volví a la realidad, me di cuenta de que Kaito estaba delante de mí mirándome con el entrecejo fruncido.

—¿Estás bien? —preguntó Kaito con preocupación—. Parece que acabes de llegar de una misión espacial.

—Sí... —musité, aturdida—, es solo que estoy preocupada por... —No podía decir nada sobre la inminente muerte de Rantaro—. El tiempo límite.

—No te preocupes, —me tranquilizó—, en cuanto salgan esos monokumas para atacarnos les patearé el trasero.

Espera. ¿Él no bajaba ahora al sótano con Maki, Tenko, Rantaro y los demás? Podría ser un buena idea unirme a ellos, y así echarle un ojo a Rantaro.

—¿Cómo piensas hacerlo? —inquirí.

—Un grupo de estudiantes y yo hemos decidido organizar un plan para combatir a monokuma. No nos vamos a quedar de brazos cruzados.

—¿Puedo unirme? —le pedí.

Era mi última oportunidad para detener a Rantaro.

—¡Por supuesto! —sonrió—. ¡Cuántos más seamos, mejor! Vamos a reunirnos todos en la sala de juegos.

—Te sigo.

—Me gusta tu espíritu, (t/n), vamos a llevarnos muy bien. Ahora démosle su merecido a ese oso de peluche.

Kaito era muy inocente, pero no lo culpaba. Nadie, excepto yo, sabía lo que estaba a punto de pasar.

Seguí a Kaito por el pasillo hasta una pequeña habitación en la que discutían con preocupación un grupo de alumnos. Entre ellos, estaban Tenko, Himiko, Angie, Maki, Gonta y... Rantaro.

Solté un suspiro de alivio al ver que estaba de una pieza.

—¡Chicos, chicas! —anunció Kaito, parado en el umbral de la puerta mientras yo me asomaba
detrás suya—. Tenemos una nueva aliada.

—¡(T/n)! —gritó Tenko, alegre—. ¡Qué bien que hayas decidido unirte a la batalla!

—Atua está feliz de tu llegada—comentó Angie, uniendo las palmas de sus manos.

—Si (t/n) estar con nosotros, seguro que nosotros destrozar Monokuma —proclamó Gonta con mucha ternura.

—Haré todo lo que pueda —murmuré, nerviosa.

Miré a Rantaro, pero éste rehusó mirarme de vuelta. Seguía empeñado en ir a la biblioteca, pero ahora lo tenía en el punto de mira. No lo dejaría morir.

—Deberíamos ir bajando al sótano —propuso Maki.

Todos asintieron y se encaminaron hacia la puerta de la clase. Mientras avanzábamos por el pasillo con destino a las escaleras que nos llevarían al sótano, me adapté al paso de Maki y le susurré:

—Maki, no te esperaba ver aquí.

Miré al frente y vi que Rantaro ya comenzaba a bajar las escaleras con Kaito a su lado.

—Es mejor que quedarme sentada sin hacer nada —repuso Maki con frialdad—. No creo que funcione, pero es lo único que podemos hacer.

—Supongo que tienes razón.

—Además, el idiota de Kaito no me iba a dejar tranquila si no aceptaba —musitó, peinándose la coleta con las manos.

—Es muy testarudo, ¿verdad?

—Sí, no lo soporto.

No dijiste eso mismo en el quinto juicio, Maki.

—Deberías darle una oportunidad, se ve majo —comenté.

—Es un capullo.

«Duras declaraciones», pensé para mis adentros.

Maki y yo comenzamos a bajar las escaleras; y antes de que pudiera continuar la conversación, los monitores de las paredes se encendieron. Empezó a sonar una música ensordecedora y se proyectó un vídeo muy tétrico en ellos. Era el mismo video que se mostraba en el juego, pero lo que más chirriaba en mis oídos era el estruendo que salía de los altavoces, era peor que arañar un plato con un tenedor.

—Solo queda una hora para que termine el tiempo límite —me advirtió Maki—. Será mejor que nos apresuremos.

Cuando Maki y yo llegamos a la sala de juegos, cerramos la puerta y rodeamos la mesa que había en el centro de la sala. Mientras Kaito y Tenko discutían sobre el mejor plan de acción para derribar a Monokuma, yo le lanzaba miradas fugaces a Rantaro. Él sabía que lo vigilaba, porque de vez en cuando me miraba de reojo.

Entonces, vi pasar por la puerta una figura que parecía ir con muchas prisas. Se trataba de Shuichi, que echó un vistazo a nuestro grupo y continuó su camino escaleras arriba. Eso significaba que ya habían colocado las cámaras en la biblioteca y que Kaede ya estaba preparada para lanzar la bola de acero.

—¡(t/n)! —gritó Tenko para captar mi atención, pues me había quedado embobada mirando la puerta.

—¿Sí? —pregunté volviendo a concentrarme.

Me di cuenta de que el corazón me latía más rápido de lo normal.

—¿Te has enterado del plan? —me preguntó Tenko.

—El plan... —murmuré, y me fijé en que había un espacio vacío entre Maki y Angie, justo donde estaba Rantaro segundos antes—. ¿¡Dónde está Rantaro!?

Mi corazón estaba desbocado y un sudor frío comenzó a caer por mi frente. Me había despistado unos segundos y se había escabullido, y sabía perfectamente a dónde había ido.

Mierda.

—Se fue un momento a...

No esperé a que Kaito terminara la frase. Salí disparada de la sala de juegos hacia la biblioteca, que no quedaba muy lejos de allí. Mis piernas temblaban, amenazando con hacerme caer, y mi respiración se agitaba de tal manera que me ahogaba con ella.

Tenía que darme prisa. La vida de Rantaro dependía de ello, pero pensarlo no apaciguaba mis nervios. Mi corazón se movía tan rápido que podía escuchar el sonido de cada latido dentro de mis oídos. Al fondo del pasillo se encontraba la puerta principal de la biblioteca, y estaba cerrada. No dejé de correr y me abalancé sobre el pomo sin siquiera frenar; lo giré y la puerta se abrió de un estampido.

Toda la tensión que había estado acumulando desde que salí de la sala de juegos la solté en un suspiro de alivio; Rantaro estaba vivo. Mi entrada lo había sobresaltado y se había parado a medio camino de la esquina donde se encontraba la cámara cuyo objetivo era atraerlo hasta su muerte. Unos pasos más allá la estantería que escondía la puerta secreta estaba abierta. Rantaro se quedó observándome en silencio, incapaz de mover un músculo.

—¿(t/n)? —consiguió decir con un hilo de voz.

Abrí la boca para contestarle, pero me acalló el sonido de un objeto rodando a gran velocidad por encima de las estanterías. Alcé la mirada y vi la pila de libros que había colocado Kaede días antes. De repente, el sonido cesó y un objeto se abalanzó a toda velocidad sobre el suelo de madera causando un fuerte estrépito. La bola de acero que había tirado Kaede cayó a escasos centímetros de la cabeza de Rantaro, haciendo que éste diera un pequeño respingo.

—Pero ¿qué? —murmuró Rantaro, alzando la mirada para ver de dónde había caído la bola.

Por unos instantes me quedé petrificada pensando que la bola iba a caer justo en su cabeza. Imaginé a Rantaro muriendo delante de mí y una sensación nauseabunda sacudió mi estómago. Si hubiera llegado un segundo más tarde, esa bola lo hubiera matado. A pesar de que en el juego la bola de Kaede no lo llegó a matar, estaba segura de que aquí hubiera sido distinto y de que Rantaro se había salvado por los pelos.

Rantaro se volvió hacia mí y luego hacia la bola, sin comprender qué era lo que había pasado. Se agachó delante del objeto y lo examinó cuidadosamente.

Yo, por mi parte, empezaba a convertir el inconmensurable miedo que había pasado en furia. Si esa bola lo hubiera matado delante de mí, nunca hubiera perdonado a Kaede. No me importaba que en el juego no hubiera sido ella la que cometió tal atrocidad, porque esto era distinto, estaba segura de que esa bola iba directa a la cabeza de Rantaro.

—Una bola de acero... —dijo Rantaro, incorporándose y haciendo un gesto para que me acercara.

Cuando llegué a su lado, me di cuenta de que, a diferencial de él, yo estaba temblando. Tanto de miedo como de ira. Nunca en mi vida había vivido una situación similar, nunca había estado a punto de presenciar la muerte de alguien, y no sabía cómo gestionar las emociones negativas que se apoderaban de mí. Simplemente todo se me vino encima.

Por eso, le grité a Rantaro. Él no tenía culpa de nada, y lo sabía, pero no podía reprimir más el miedo y la ira. Sencillamente, exploté.

—¿¡Qué estabas haciendo!?

Rantaro me miró confundido, pero con un matiz de culpabilidad en sus ojos.

—¿¡Y qué es esa puerta!? —grité, señalando la estantería que estaba abierta de par en par.

Por un momento, me imaginé a Tsumugi saliendo de ella y matándonos a los dos, haciendo que la bilis me subiera hasta la garganta.

—No es lo que parece —se excusó algo incómodo.

—Explícate —le ordené.

—Es una larga historia. Primero déjame examinar de dónde ha caído esta bola. Si me hubiera acercado un poco más a la cámara, me hubiera caído en la cabeza y me hubiera dejado como mínimo una contusión grave.

Me sorprendió la calma con la que dijo esas palabras. ¿Es que era la única muerta de miedo?

—¿Una contusión? ¡Por dios, Rantaro! ¡Esa bola te hubiera matado!

—Tienes razón, cayó a gran velocidad. Estoy casi seguro de que alguien ha tratado de asesinarme.

—¿¡Cómo puedes decirlo con tanta tranquilidad!? —le increpé—. ¡Larguemonos de aquí!

Lo agarré del brazo para llevarlo hasta la salida, pero él no me dejó.

—(t/n), entiendo que estés enfadada y asustada, pero tenemos que investigar la estantería de arriba para...

La frase de Rantaro fue acallada por la entrada de Kaito, Tenko, Shuichi y Kaede en la biblioteca, que habían llegado corriendo y tuvieron que descansar sobre sus rodillas para recuperar el aliento. Los cuatro chicos nos observaron a Rantaro y a mí en confusión, y yo le lancé una mirada fulminante a Kaede, haciendo que ésta tragara saliva.

—¿Rantaro? ¿(t/n)? —dijo Kaede mirándonos de manera alternada.

—¿Qué está pasando? —quiso saber Kaito, que lucía más desconcertado que nunca—. ¿(t/n) y Rantaro son las mentes maestras?

—¿Mente maestra? —repitió Rantaro con el entrecejo fruncido.

—Puede que nos hayamos equivocado —musitó Shuichi con timidez.

—¿Y qué es esa puerta? —preguntó Tenko, señalando la puerta secreta, y luego se percató de la bola que tenía Rantaro en las manos—. ¿Y esa bola de acero?

Kaede estaba inmóvil delante de nosotros, mirando la bola con temor y sin decir ni una sola palabra. Ni siquiera era capaz de admitir lo que había intentado de hacer. Aunque Rantaro sobreviviera, las intenciones de Kaede eran claras. Y que fallara en su plan no la convertía en mejor persona.

Cada minuto que pasaba estaba más furiosa.

—Esa bola es la prueba de que alguien ha intentado asesinar a Rantaro —solté con brusquedad, y Kaede se estremeció.

—¿¡Asesinar!? —se sorprendió Tenko, alarmada.

—¿Cómo? —dijo Shuichi, sorprendido, pues él no conocía el plan de Kaede.

Y ésta solo bajó la mirada, incapaz de establecer contacto visual con alguno de nosotros.

Si pretendía salirse de rositas, no lo iba a permitir.

—Esta bola ha rodado por las estanterías de la parte superior y ha caído a escasos centímetros de la cabeza de Rantaro —expliqué rápidamente.

—¿De las estanterías? —preguntó Shuichi, extrañado.

Si Kaede había sido capaz de intentar asesinar una vez, estaba segura de que lo haría de nuevo, y no quería volver a pasar por el miedo de ver morir a alguien delante de mí.

—Sí, (t/n) y yo vimos caer la bola de la estantería —añadió Rantaro—. Si (t/n) no llega a entrar, probablemente no estaría aquí con vosotros.

—¿Por qué caería una bola como esas desde la estantería? —quiso saber Kaito.

—Alguien ha tenido que lanzarla —sentencié, fulminando a Kaede con la mirada.

Ésta estaba cada vez más nerviosa. Se tambaleaba sobre sus talones mientras miraba hacia todos lados y se clavaba las uñas en sus brazos.

—¿Pero desde dónde la han lanzado? —preguntó Tenko.

Ante la pregunta de Tenko, Shuichi bajó la mirada como si se hubiera dado cuenta de algo, pero no dijo nada.

—En serio, chicos, ¿que está pasando aquí? —exigió saber Kaito, aturdido.

—Explicaré la situación para que lo comprendáis mejor —comentó Rantaro—. Encontré esta puerta secreta por casualidad, me pareció extraño y quise investigarla mejor. Pero el flash de la cámara situada en esa estantería saltó y me cegó, así que fui hacia ella para investigarla. Ahí fue cuando entró (t/n) e impidió que la bola cayera en mi cabeza.

—Estoy segura de que si no hubiera entrado, esa bola lo hubiera matado —rezongué.

En mi mente estaba claro. Había visto perfectamente la trayectoria de la bola, y ésta iba a parar a la cabeza de Rantaro. Esta vez Kaede no iba a fallar. Esto ya no era el juego que yo había visto varias veces. Aquí la bola iba a matarlo. Lo sabía. Lo había visto con mis propios ojos.

—¿Quieres decir que alguien ha intentado asesinar a Rantaro de verdad? —preguntó Tenko, que no daba crédito a lo que oía.

—Sí, y está claro que el asesino es quien puso las cámaras y activó el flash —gruñí, mirando a Kaede de reojo.

—(t/n), tranquila —dijo Rantaro, poniendo una mano en mi hombro.

Pero mi furia era imposible de apaciguar en aquellos momentos.

—Solo quiero examinar la parte de arriba de la estantería —informé con frialdad.

Mi intención era coger la escalera y subir hasta la parte superior para dar con el conducto por el que Kaede había tirado la bola, y entonces tendría pruebas contra ella. Pero no me hizo falta hacer nada de eso.

—No hace falta... —musitó Kaede, temblando.

—¿Qué se supone que no hace falta? —quiso saber Kaito, confundido.

—Fui yo —anunció, mirándonos con los ojos vidriosos—. Yo traté de asesinar a Rantaro.

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