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06| ¿Te gusta espiar a la gente?


Había pasado las dos últimas horas dentro de mi habitación, meditando sobre todo lo que estaba pasando. No era capaz de explicar mi existencia en ese mundo de ficción y seguía preocupada por mi familia. Además, no tenía ni idea de cómo impedir la muerte de Rantaro.

De alguna manera u otra me sentía como un Dios dentro de juego, pues sabía todo lo que iba a pasar, dándome ventaja para modificar la historia a mi placer. Pero siempre me quedaba la duda de si era mejor dejar que las cosas siguieran su curso o interponerme y cambiarlo todo.

Como estar sola en mi habitación no ayudaba a resolver mis problemas, decidí dar un paseo por el jardín de la academia. Los rayos del sol iluminaban la hierba que crecía entre los caminos de piedra y la fresca brisa mantenía una temperatura idónea. En estos momentos deseaba tener una pelota de voleibol para entrenar un poco, lo añoraba.

No muy lejos de donde me encontraba, divisé tres figuras femeninas que hablaban agitadamente. A medida que me acercaba a ellas, escuchaba mejor la conversación que estaban manteniendo. No tenía pensado quedarme con ellas, pues me apetecía seguir caminando a mi propio rumbo, pero Tenko se dio cuenta de mi presencia y me hizo un gesto con la mano para que me acercase.

—¡(t/n)! —me llamó, exaltada, y señaló a Angie—. ¡Dile algo!

—¿Qué está pasando? —quise saber, mirándolas a ambas.

—¡Angie está tratando de lavarnos el cerebro a Himiko y a mí con sus creencia sin sentido de Atua! —repuso Tenko con brusquedad.

—¿Lavaros el cerebro? —repitió Angie, sorprendida—Solo estoy respondiendo las dudas que tiene Himiko sobre Atua.

—¿Que, QUÉ? —gritó Tenko, dejándonos sordas a las tres—. ¿Me estás diciendo que Himiko cree en Atua antes que en la magia?

—Creo que ese no es el problema, Tenko —repuse con una sonrisa forzada.

—Nyeh... No creo en Atua —alegó Himiko con cansancio, como si hubiera hecho tres maratones y una vuelta al mundo—. Solo me parece extraño que Angie no esté asustada por el tiempo límite que acaba mañana.

¡Había olvidado por completo el tiempo límite! Pero no importaba, porque habría un asesinato antes de eso. Aunque si lo impedía, entonces el tiempo límite nos mataría...

«¿Qué se supone que tengo que hacer? No quiero que Rantaro muera, pero tampoco quiero que el tiempo límite nos mate a todos», debatí mentalmente.

—¡Nyahaha! —rió Angie con soltura—. Es porque Atua ya me ha dado la bienvenida a su reino.

—¡Para con esas cosas de Atua! —le increpó Tenko con repugnancia—. Tu Dios no nos va a sacar de esta situación.

—Me gustaría decir que Tenko está equivocada, —comencé a decir—, pero no es así, creer en un Dios es inútil ahora mismo.

—¿Hum? —Angie nos observó a Tenko y a mí como si fuésemos extraterrestres—. ¿No creéis en Atua?

—La única cosa en la que creo es en el Aikido —sentenció Tenko muy orgullosa.

—Yo creo en la ciencia —repuse con firmeza.

«Aunque me gustaría saber cómo explicaría la ciencia esto que me está pasando»

Pero eso último solo lo pensé para mis adentros.

—Hmm, ya veo —dijo Angie con decepción— ¿Y tú, Himiko?

—¿Yo? —Himiko no se había enterado de nada de lo que habíamos hablado, así que simplemente musitó—: Yo soy una maga, no necesito aprender ningún hechizo.

—Ya veo, ya veo —repetía Angie mientras emblandecía su expresión a una más amigable—. Supongo que está bien, por ahora. Atua es un Dios misericordioso, así que perdona a todos, incluso a los que no creen.

—Me alegra ver que Atua respeta nuestras... —No pude terminar la frase, porque Angie adoptó una postura muy tétrica y me interrumpió:

—Aunque los que no creen terminarán por creer. De una manera u otra, incluso en contra de su voluntad.

—¡Nadie me puede obligar a creer! —gruñó Tenko—. ¡No me dejaré engañar por tus palabrerías! ¡Y Himiko y (t/n) tampoco!

—La verdad es que creer en Atua suena como una gran molestia —se quejó Himiko.

—¡Deberías creer en Aikido antes que en Atua! —le exclamó Tenko a Himiko.

—No creo que esa sea la solución, Tenko —comenté con una sonrisa forzada.

—Eso es una molestia también —añadió Himiko.

Pasamos veinte minutos completos discutiendo sobre nuestras creencias, aunque mayormente se trataba de Angie la que nos intentaba convencer de creer en ese tal «Atua». Finalmente, conseguí escabullirme y seguí mi camino.

Como no había comido nada en horas, decidí dirigirme al comedor. Ryoma estaba sentado en la alargada mesa mientras conversaba con Kiyo que daba vueltas a la taza de té que tenía en las manos.

—No me importa —sentenció Ryoma con frialdad—. No tengo voluntad para vivir.

—No tienes voluntad para vivir... interesante —comentó Kiyo.

Entré en la cocina, cogí una manzana y le quité la cáscara. Cuando fui al comedor de nuevo para sentarme con ellos, solté un suspiró y Ryoma se volvió hacia mí.

—¿Un día duro? —me saludó.

—No mucho, no hay nada que hacer por aquí, así que me recorrí de arriba a abajo la academia —repuse, mirándolos con curiosidad—. ¿Sobre qué hablabais?

—Kiyo parece interesado en mis cero ganas de vivir —contestó Ryoma sin darle importancia.

—Es un tipo de comportamiento extraño, —espetó Kiyo con pasión—, los seres humanos se suelen aferrar a la vida, esa es la fuente de su belleza. Pero Ryoma no parece afectado por ello.

—Quizá deberías incorporarte al tenis de nuevo —le sugerí a Ryoma, pues la última vez nos había dicho que había abandonado el deporte.

—La afición por el tenis pertenece al Ryoma del pasado —terció con brusquedad.

—Me pregunto que clase de infierno has experimentado —comentó Kiyo con interés mientras removía el té con su cuchara—. Me mata la curiosidad.

Ryoma bajó la mirada, parecía que no le gustaba hablar de ello.

—¿Y tus amigos del tenis? —pregunté, sin percatarme de que estaba entrando en terreno pantanoso.

Él rehusó mi mirada y permaneció en silencio.

Mierda, quizá no debí haber preguntado, pero solo quería animarlo, no me gustaba verlo tan decaído.

Entonces, Ryoma levantó la mirada y esbozó una sonrisa casi imperceptible.

—El que más sobresalía era ese chico.... —comenzó a contar—. Era el capitán de nuestro equipo. Me arrepiento de no haber sido capaz de romper su zona.

—¿Su zona? —repetí, sin entender a qué se refería—. Lo siento, no estoy muy metida en el tenis, soy más de voleibol.

—La zona es una habilidad en la que un jugador puede permanecer en un solo lugar y devolver la pelota continuamente —explicó Ryoma, que parecía ocultar el entusiasmo que le causaba hablar sobre ello.

—Yo tampoco estoy cualificado para entender la lógica del tenis —añadió Kiyo—, pero dicha habilidad requiere un esfuerzo muy bello por parte del ser humano.

—¿Tú tienes esa habilidad, Ryoma? —pregunté, curiosa.

—Hum... yo no, nuestro capitán era el único que la tenía —dijo con nostalgia—. Aunque yo fuera nombrado el tenista definitivo, comparado con él me quedaba mucho que aprender.

—En ese caso, debía ser un buen capitán —comenté, dándole otro mordisco a la manzana.

—Sí lo era —musitó.

Tenía la sensación de que Ryoma no quería hablar más sobre su vida privada, así que decidí cambiar de tema.

—Kiyo, siempre llevas la máscara puesta, me preguntaba cómo bebes el té —quise saber.

—Ah, esto —dijo, señalando su mascarilla—. Me la quito en momentos como este.

—Tiene sentido. Si no, no podrías beber... —reí por lo bajo.

—Pero me la reemplazo por una específica para las comidas —añadió, sacando un estuche con distintos tipos de mascarilla.

—¿Qué? —casi me atraganto con un trozo de manzana—. Eso no me lo esperaba.

De reojo, vi como Ryoma reprimía una risita.

—Tengo una para el baño, otra para dormir y otra para ejercitarme —explicó Kiyo, orgulloso—. Es el culto de las mascarillas, siempre hay que elegir la mejor para la ocasión.

—¿Es una broma? —solté, incrédula, viendo toda la gama de colores que tenía.

—Así que tienes variedad, eh —comentó Ryoma, sonriendo ligeramente.

—Es muy importante utilizar una mascarilla adecuada para que la oxigenación del cuerpo no se vea afectada —alegó Kiyo, apasionado.

—Deja que lo entienda —dije, estupefacta—, la que llevas puesta ahora mismo es para las comidas, ¿verdad?

—En efecto, así es como bebo mi té —explicó—, es una mascarilla permeable, especializada para estos casos.

A mí me parecía las dos iguales, pero sería mejor que me guardara eso para mí. En cierta manera, me perturbaba hablar con Kiyo sabiendo el trauma que tenía con su hermana. Por mi propio bien, debía mantener las distancias. Ryoma, en cambio, parecía un buen tipo, me daba pena que no valorase su vida.

Fue entonces cuando escuché que alguien golpeaba el marco de la puerta del comedor para llamar nuestra atención. Rantaro estaba parado en el umbral y nos saludó con una sonrisa; seguidamente, me hizo una señal para que me acercara a él. Y como ya había terminado la manzana, me despedí de Ryoma y de Kiyo.

—Me ha encantado la charla, chicos, nos vemos luego.

Ellos correspondieron mi despedida y me uní a Rantaro en la puerta. Ambos continuamos caminando por el pasillo en silencio. No sabía a dónde me quería llevar, pero decidí romper el silencio.

—Hoy has estado perdido —sonreí—. No te he visto por ningún lado.

—He estado comprobando algunas cosas, no tiene importancia —contestó con rapidez, y luego me analizó con la mirada—. ¿Y tú? Te ves cansada.

—Solo he estado vagando por ahí —repuse—. No tengo nada que hacer, la academia es un poco aburrida.

—Aburrida y antigua, parece que nadie haya un puesto pie aquí dentro desde hace siglos. ¿Donde crees qué estamos?

—¿Qué quieres decir?

—Nos despertamos en este sitio sin recordar nada. Puede que nos hayan secuestrado y estemos en la otra punta del mundo.

—Si lo miras de esa manera, da bastante miedo.

Avanzamos por el pasillo hasta llegar al jardín de la academia, y allí nos sentamos en una pequeña mesa de madera que había al aire libre. Rantaro se apoyó en el respaldo de su asiento y observó el horizonte con nostalgia.

—Quieres salir cuanto antes, ¿verdad? —le pregunté.

—¿Y quién no? —repuso, volviéndose hacia mí—. Hay muchas cosas que me quedan por hacer, pero ni siquiera soy capaz de recordar mi talento, así no me será fácil salir.

«Que lo diga de esa manera me hace pensar que sería capaz de matar a alguien para salir, espero equivocarme»

—Seguro que lo recordamos pronto, no te agobies —dije en un intento fallido por animarlo—. ¿No tienes una idea de cuál podría ser?

Él emblandeció su mirada y devolvió su vista hacia el horizonte.

—El inútil hermano mayor definitivo —sentenció con una pequeña sonrisa—, eso me pegaría bastante.

Eso me pilló por sorpresa, no me acordaba de que Rantaro tenía una hermana pequeña. Pero, claro, yo tenía que hacerme la sorprendida.

—¿Tienes hermanos?

—Lo siento, no tenía que haberlo mencionado. Es extraño hablar de nuestras vidas fuera de este lugar, es mejor que lo olvides.

—Está bien, no me molesta, puedes hablar de ello si quieres —le sonreí—. Siempre me han dicho que se me da bien escuchar.

Rantaro tensó la mandíbula y permaneció en silencio, y yo me puse muy nerviosa al pensar que había metido la pata. Por suerte, él volvió a sonreír y le quitó importancia.

—¿A quién le importa eso? Mejor centrémonos en descubrir nuestros talentos —propuso para cambiar de tema—. Quizá hablar de nuestros pasatiempos nos da una idea de cuáles son.

—Suena genial.

—Me preguntó cuáles serán tus hobbies —dijo, y se llevó dos dedos a la sien como si me estuviese leyendo la mente—. Pareces una chica con bastante aficiones.

—No vas mal encaminado, sigue —le alenté.

—Mmm, algo me dice que tienes una vena artística.

—Te has desviado un poco —negué con la cabeza—, nací sin vena artística. Creo que soy la persona con menos creatividad que existe en este planeta.

—En ese caso, eres más de deportes, ¿no es así?

Asentí con la cabeza, y él me sonrió.

—Entreno voleibol —comenté.

—Tuve que habérmelo imaginado, tienes cuerpo de atleta.

Su comentario no iba con intenciones de halagarme, pero no pude evitar que un cosquilleo apareciese en mis mejillas y las pintase de un color rojizo.

—Puede que seas la jugadora de voleibol definitiva —añadió Rantaro.

—No lo creo, me gusta mucho, pero ni de lejos soy la mejor del equipo. Nuestra capitana fue fichada en una de las mejores ligas, ella sí merecería ese título.

—A veces no solo basta con ser bueno, la pasión por ese hobbie es importante también.

—Puede que tengas razón, la verdad es que no me importaría ser la jugadora definitiva —dije, y lo miré fijamente—. Me toca a mí.

—Prueba suerte.

—Yo creo que eres de esos a los que le gusta viajar por todo el mundo.

Vale, había hecho trampa, porque ya sabía que le gustaba, pero él no tenía por qué enterarse.

—Vaya, eso ha estado muy acertado —dijo, sorprendido—. De hecho, me has leído la mente, quizá seas la psíquica definitiva.

Reí ante su comentario, y él hizo lo mismo.

—Qué va, es que a todo el mundo le suele gustar viajar —comenté, sonriendo—. ¿Tienes lugar favorito?

—Antes de acabar aquí, estaba viajando al Norte de Europa.

—¿Y cómo es?

—Las ciudades y los paisajes parecen sacados de libro. Solo con eso puedes hacerte una idea. La gente también era muy amable, aunque a veces un poco distantes.

—La diferencia de culturas, supongo —comenté—. Aunque no les culpo, yo también suelo ir a mi rollo. ¿Tienes alguna anécdota peculiar?

—Muchísimas, te encuentras con todo tipo de personas cuando viajas —explicó con emoción—. Una vez intenté obtener información turística y acabaron interrogándome. Se pensaron que era un espía o algo así.

No pude contener una carcajada, que le contagié a él.

—Rantaro, el espía definitivo —bromeé—. No te va nada mal ese título.

—Sería un pésimo espía —dijo entre risas—. A veces soy muy torpe. ¿Y cuando fui a Sudamérica? Casi me atracan, hay algunas áreas turbias por ahí, pero por lo general es muy agradable, sobre todo la gente.

—Me das envidia —suspiré—. Me gustaría viajar tanto como tú, pero en mi familia éramos más de quedarnos en casa, aunque algunas vez sí que viajábamos.

—Viajar con la familia es incluso mejor —dijo, y su sonrisa se borró.

Estaba claro que la conversación le había recordado a su hermana, así que decidí cambiar de tema, sobre todo porque aún no había conseguido evitar que fuese a la biblioteca.

—Oye, ayer mencionaste una manera de acabar el juego. ¿A qué te referías? Ya sé que no quieres decírmelo pero...

—No creo que debas verte envuelta en esto —me cortó—. Me sentiría culpable si pasara algo. Prefiero hacerlo solo.

—Si hay alguna manera de acabar con esto, no puedes llevarla a cabo tú solo —insistí—. Yo puedo ayudarte.

—Es solo que... no sé si funcionará de todas maneras.

—Entiendo que aún no confíes lo suficiente en mí, pero siempre estaré dispuesta a ayudar, así que si necesitas algo solo dímelo.

Rantaro pareció sorprendido pero aliviado a la vez, ya que no lo presioné con el tema, y eso me lo agradeció.

—Estoy algo cansado, iré a mi dormitorio a descansar, estaré ahí si me necesitas.

—Vale, yo iré a mi dormitorio dentro de un rato también.

Me quedé diez minutos más disfrutando de la suave brisa mientras debatía mentalmente sobre lo que debía hacer con Rantaro. No iba a mentir, cada parte de mí quería salvarlo, pero me daba miedo que el tiempo límite nos matara a todos. ¿Valía la pena arriesgarse? Rantaro era la persona con la que más había hablado hasta ahora.

Me levanté y me encaminé hacia los dormitorios. Y antes de llegar a la puerta de mi habitación, escuché una voz detrás de mí que reconocí al instante.

—¿Que? ¿Planeando un asesinato entre los dos?

Suspiré profundamente y me di la vuelta.

—Kokichi, ¿te gusta espiar a la gente?

—Ya te lo dije, es mi trabajo —declaró sonriente, y luego frunció el ceño fingiendo estar enfadado—. Además, no es justo que Rantaro acapare toda tu atención, yo soy más divertido, ¿sabes?

El tono que había usado para decir eso último me dio a entender que era mentira y que en realidad le daba igual. Y por eso decidí molestarle.

—¿Me estás invitando a pasar tiempo contigo? —dije, aun sabiendo que esas no eran sus intenciones.

—¿Tan obvio fui? —preguntó con un tono de falsa tristeza—. De todas formas no tengo tiempo para nadie. Un líder supremo siempre está ocupado.

—Eso explica por qué se te dan tan mal las interacciones con otras personas.

A Kokichi le gustaba molestar y vacilar a la gente, lo que él no sabía era que a mí también.

—Si yo fuera tú, no hablaría tan rápido —me advirtió, y luego sonrió divertido—. Porque... ¿hablar de hobbies, en serio? ¿Qué tienes, ochenta años?

—¿Qué tiene de malo hablar sobre nuestros hobbies? —me apresuré a preguntar, exaltada—. Un momento... ¡Has escuchado nuestra conversación!

—Solo un poco.

—¿Cuánto?

—Lo suficiente para saber que parecéis dos viejos jubilados hablando con sus nietos —se burló.

—¿Y qué es lo que consideras tú una conversación normal? Si se puede saber.

—Una en la que estén involucradas las palabras: asesinato, robo, tortura, armas de fuego...

—¡Así pareces un presidiario! —exclamé, frunciendo el ceño.

—Oh, vamos, no me digas que prefieres jugar al bingo antes que atracar un banco, ¿sabes cuánto te sube la adrenalina al hacerlo?

—No, no suelo ir robando bancos por ahí, la verdad —sentencié vacilante—. Además, el bingo también puede subirte la adrenalina cuando estás a punto de ganar millones «legalmente», y no robándolos.

—¿Qué diversión tiene ganarlos de forma legítima? —preguntó con aversión.

—No sé qué concepto tienes de la diversión, pero no es el mismo que el mío.

—Eso es porque eres un muermo de persona.

—Y tú un acosador. Para de seguirme. ¿Tienes un flechazo conmigo o qué?

—Pues claro que sí —dijo con sarcasmo—. ¡Cómo no podría estar detrás de alguien que en absoluto parece un elfo de las cavernas!

—Que te den.

—Nishishi, si frunces tanto el ceño te saldrán arrugas.

—Y si sigues sonriendo así voy a dejarte sin dientes.

—Con tanta agresividad no me extrañaría que fueses la primera en matar a alguien.

—Sí, y tú serás mi primera víctima.

—¿V-Vas a m-matarme? —preguntó con un tartamudeo fingido—. Eres muy mala, discúlpate por hacerme sentir inseguro.

—Si quieres me arrodillo también —comenté de manera irónica.

—Gracias por la idea, hazlo —me ordenó, volviendo a colocar esa sonrisa maliciosa.

—Adiós, Kokichi —le atajé, dándome la vuelta—. Se hace tarde y quiero dormir. A no ser que quieras perseguirme hasta mi habitación también.

—Si insistes...

—Sabes muy bien que no era una invitación —sentencié con frialdad—. Deja de ser un perturbado. Te recomiendo que hables con la gente en lugar de espiarla.

—Me gusta más dar órdenes que recibirlas —gruñó.

—Adiós, Kokichi, no me hagas replantearme el asesinarte aquí mismo.

—Quizá esas sean mis intenciones.

Dicho esto, me dedicó una de sus sonrisas maliciosas y se encaminó hacia su habitación.

«Vaya tipo más raro.»

Saqué la llave de mi habitación, abrí la puerta y la volví a cerrar con llave para evitar que alguien me asesinara mientras dormía. Ya era de noche, y mañana sería un día muy largo, así que necesitaba descansar un poco. Porque mañana era el día en el que Rantaro debía morir.

Pero tranquilo, Rantaro, prometo que te salvaré.

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