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05| Mala suerte


A la mañana siguiente nos volvimos a reunir en el comedor a las 8:00H. La mayoría de nosotros no había pegado ojos en toda la noche, y nuestra ojeras empezaban a hacerse evidentes. A pesar de todo, la sala estaba más animada que en el día de ayer, pues habían recuperado las esperanzas por salir de este sitio. Y solo yo sabía que esa felicidad no duraría más de dos días.

Yo, por mi parte, no podía dejar de pensar en el mundo real, en cómo de preocupados debían estar mis padres al ver que no estaba en casa, en cómo de enfadada estaría la entrenadora al ver que no me presenté al partido y en cómo de feliz estaría el profesor de matemáticas al no verme en sus clases.

—Pues yo anoche dormí muy bien —anunció Himiko, orgullosa, sacándome de mis pensamientos—. Además fui al baño y me lavé los dientes yo solita.

—¿Hiciste todo eso con tu magia? —preguntó Tenko muy emocionada—. ¡Eres increíble, Himiko!

—Los halagos deben ir para Atua —le corrigió Angie con jovialidad—. Seguramente él te ayudó de manera milagrosa.

—Ese Atua actúa mucho en secreto.... —comentó Tsumugi.

«Al igual que tú, Tsumugi»

Me moría de ganas de decírselo, pero tenía que ser inteligente y no meter la pata.

—¿Por qué esa cara tan larga? —le preguntó Ryoma a Rantaro mientras removía su café con la cuchara.

—No es nada... —repuso éste—. Nadie escuchará a un tipo que ni siquiera recuerda su talento, ¿no?

—¿A qué te refieres? —quiso saber Kirumi.

—Enserio, no es nada —insistió Rantaro quitándole importancia—. Esto es un final feliz, supongo. Monokuma ya no está, así que solo tenemos que buscar una salida.

—¿Pero es realmente así como acaba? —intervino Kaede, haciendo que todos la mirasen con mala cara—. Quiero decir... parece demasiado fácil.

—No puedo dejar de preguntarme, Kaede —empezó a decir Kiyo—, ¿deseas que continue el juego de matanza?

—¡No! —se apresuró a responder ella—. ¡Claro que no!

—¡Entonces no arruines nuestro momento feliz, basura putrefacta! —protestó Miu.

—Kaede, no sé de qué te preocupas tanto —alegó Kokichi—. Monokuma está muerto, esto es un «game over».

Sin embargo, tan rápido como Kokichi terminó de hablar, apareció Monokuma en medio del comedor rascando su panza con total parsimonia, como si nunca hubiese sido aplastado por uno de sus exisals. La sala se impregnó de un silencio aterrador que Tsumugi decidió romper:

—¿Significa esto que el juego continúa? —preguntó con nerviosismo, o mejor dicho, con falso nerviosismo.

—Es lo que parece —repuse, entornando mis ojos hacia ella.

—¿Qué? —gimió Kaede, aterrada.

—¿A qué te refieres con que el juego continúa? —preguntó Kokichi imitando un tono afligido, que cambió segundo más tarde por uno de indiferencia—. Quiero decir, eso suena menos aburrido, así que está bien.

—¡No! ¡Definitivamente, no está bien! —gritó Tenko, temblando.

—Así que si queremos terminar esto —comenzó a decir Rantaro—, tenemos que derribar a Monokuma y a la persona detrás de él.

En otras palabras, Tsumugi. Quería gritarlo. Tenía ganas de decir: «encerrémosla, ella es la mente maestra». Pero sin pruebas, nadie me iba a creer.

A continuación, Monokuma anunció el nuevo motivo para matar, un tiempo límite. Si no se encontraba un cadáver dentro de veinticuatro horas, seríamos todos ejecutados. En nuestros rostros se podía leer la desesperación. Nos estaban obligando a asesinar o a ser asesinados. Este había sido uno de los motivos por los cuales Kaede había intentado matar a Rantaro.

Se empezó a crear un murmullo siseante en el comedor. Todos hablaban con desesperación del nuevo motivo, hasta que Kokichi alzó la voz por encima de todas las demás.

—¡Voy a sobrevivir! —gritó Kokichi con lágrimas en los ojos—. Lo conseguiré, pase lo que pase.

—¿Pase lo que pase? —repetí, incrédula, sabiendo que estaba de farol.

—¿Quieres decir que estás dispuesto a ensuciarte las manos? —cuestionó Kiyo con serenidad.

—¡Espera! ¡No puedes hacer eso! —gritó Kaede, desesperada.

—Entonces ¿aceptarás la culpa? —sentenció Kokichi, poniéndose serio y dirigiéndose a Kaede— ¿Aceptarás la culpa si yo muero? Hay gente que se pondrá triste si pasa eso, ¿sabes?

—Yo... Bueno... Um...

Kaede empezó a jugar con sus pulgares con nerviosismo.

—Nishishi. ¡Es mentira! —declaró, dibujando una sonrisa en su rostro—. Nadie estará triste si yo muero.

Esas palabras sonaron más triste de lo que recordaba. A pesar de que Kokichi sonreía, tenía la sensación de que detrás de esas palabras había un fuerte dolor escondido. Además, sí que habría gente que estaría triste con su muerte: los miembros de su organización, por no mencionar a todo el fandom.

—Pero... —prosiguió Kokichi con su sonrisa de medio lado—, no sé si el resto puede decir lo mismo que yo. En fin, me voy de aquí, me aburro.

—¿Te vas? —preguntó Rantaro, frunciendo el entrecejo—. ¿A dónde vas?

—Oh, veo que te interesa saber mi localización, me pregunto por qué —dijo Kokichi con malicia—. Puede que vuelva a mi dormitorio para pensar un rato. Y estaré solo, por si te interesaba.

—¿Solo? —repitió Miu, asqueada—. ¿Nos estás invitando a matarte?

Kokichi no respondió y salió a paso ligero del comedor. Algunos también abandonaron la sala, mientras que otros se quedaron conversando en el comedor. Después de unos minutos de charla, decidí salir yo también para explorar la academia por mi cuenta.

Aún no era capaz de procesar que estuviera dentro de mi juego favorito, era simplemente imposible. Era una nueva realidad que me costaba aceptar. Y tenía tantas preguntas en mi cabeza, que no sabía por cual empezar para buscar una respuesta.

Mientras avanzaba por un pasillo lleno de maleza e insectos, escuché detrás de mí que alguien me llamaba.

—¡(t/n)!

Reconocí la voz al instante, y cuando me di la vuelta me encontré cara a cara con Rantaro que se acercaba a mí a paso ligero. Como me sacaba unos cuantos centímetros, tuve que alzar la mirada para conectar mis ojos con los suyos.

—Rantaro ¿qué ocurre?

—Lo siento si esto te pilla desprevenida, pero me gustaría hacerte una pregunta —me pidió mientras se llevaba una mano a la nuca con nerviosismo.

—Dispara.

—Puede que te suene raro, pero ¿te suena el término de «caza de talentos»?

Se me había olvidado por completo que Rantaro era el único que recordaba la supuesta «caza de talentos». Los demás no sabían nada al respecto, al menos hasta que encontrasen la primera linterna de flashbacks. Y yo lo sabía gracias al juego. ¿Qué debía hacer? ¿Mentirle y decirle que no sabía de lo que estaba hablando? ¿O admitir que yo también lo recordaba? Esto último puede que me ayudara a llevarme mejor con Rantaro, o a lucir sospechosa.

—¿(t/n)? —me llamó Rantaro al ver que no contestaba.

—¿Qué? ¡Ah, sí! La caza de talentos... No, no me suena.

Rantaro torció el labio y desvió la mirada, parecía decepcionado.

—¿Qué es eso de la caza de talentos? —pregunté.

—Nada, olvídalo.

Rantaro se dio la vuelta para continuar su camino, pero entonces cambié de opinión y decidí contar la verdad.

—¿Te refieres a esa caza de la que todos estábamos huyendo?

Rantaro se frenó en seco y se volvió hacia mí, sorprendido.

—Entonces ¿sí lo sabes?

Asentí con la cabeza, y su rostro se iluminó.

—Sé que era una organización que estaba cazando talentos para...

Rantaro levantó una mano para hacerme callar.

—Espera, no hablemos de eso aquí. ¿Podemos ir a un lugar más privado?

—¿Más privado?

—Nunca se sabe si nos están vigilando —me advirtió, refiriéndose a las posible cámaras que pudieran haber por la academia.

—Entiendo, ¿te parece si ofrezco mi dormitorio? —sugerí.

Esto se podía malinterpretar, pero no era tiempo para bromas. Rantaro se veía bastante serio.

—De acuerdo.

Y dicho esto, lo conduje hasta mi habitación, abrí la puerta y la volví a cerrar cuando ambos estuvimos dentro. Rantaro parecía más relajado ahora que no estábamos siendo vigilados. Pasó por delante de la mesa, apoyó su espalda en la pared y me miró a los ojos.

—Entonces, lo recuerdas, por lo que veo —comentó con desenvoltura—. Pero dudabas si confiar en mí o no, y por eso no lo admitiste desde el principio, ¿me equivoco?

«No exactamente»

—Diste en el clavo —repuse, apoyándome en el reposabrazos del sofá—, es difícil confiar en alguien en estas circunstancias.

—Tranquila, no te culpo. Yo tampoco confío en nadie, ni siquiera en mí mismo.

—¿Ni siquiera en ti mismo?

—No sé cómo explicarlo, pero ¿crees que tenemos algo que ver con este juego de matanza?

—¿A qué te refieres? —pregunté, extrañada.

Tenía la sensación de que Rantaro hablaba bajo un código que solo él podía descifrar.

—Somos los únicos que no recuerdan sus talentos, y también somos los únicos que recordamos la caza de talentos...

—¿Los demás no recuerdan la caza de talentos? —dije, haciéndome la sorprendida, pues se suponía que yo no sabía que los demás no la recordaban.

—Me temo que no —sentenció, desviando la mirada hacia un lado—. Al menos, no los que quedaban en el comedor cuando la mayoría, tú incluida, se dispersó.

—Eso nos hace sospechosos...

—Es por eso que no me fío ni de mí mismo —dijo, volviendo a mirarme—. ¿Recuerdas algo más?

—No, solo recuerdo que la caza llegó a un punto tan extremo que tuvimos que ocultar nuestros talentos.

—Yo igual. —Rantaro se movió con nerviosismo hasta que finalmente preguntó—: ¿Sabes algo acerca de otros juegos de matanza?

—¿Otros juegos de matanza? —pregunté, volviéndome a hacer la sorprendida—. ¿Hay otros?

—No estoy seguro —repuso, tensando la mandíbula—. Supongo que son cosas mías.

—¿Tienes idea de quién puede estar detrás de todo esto? —dije con curiosidad por saber si sospechaba de alguien.

Obviamente, yo ya sabía que era Tsumugi, pero nunca me creería si se lo contara.

—No tengo ni una pista, podría ser cualquiera —comentó, y luego me observó con recelo—. Incluso uno de los estudiantes que están entre nosotros.

Vaya, había acertado.

—Es una opción muy plausible.

—De todas formas, solo son especulaciones. —Rantaro se despegó de la pared y empezó a caminar por la habitación, pensativo—. ¿Cuál crees que será la razón por la que no recordamos nuestros talentos?

—No lo sé, cabe la posibilidad de que nos borraran la memoria pero algo fuera mal con nosotros y borraran más de lo que debían.

Dije lo primero que se me había venido a la mente porque no le podía contar la verdad.

Rantaro se paró en seco y me observó divertido.

—¿Qué? —pregunté sin entender por qué me miraba así.

—Si ocurrió lo que sugeriste antes, debemos tener mucha mala suerte.

—¿Mala suerte?

—Que no recordemos nuestros talentos solo nos hace más sospechosos para los demás, y estar juntos en esta habitación hablando nos lo hace aún más.

—¿Crees que ese es el objetivo de Monokuma?

—Quién sabe —murmuró, y su expresión se tornó algo tétrica—. Al ser los más sospechosos somos los que más probabilidades tenemos de morir.

Las palabras de Rantaro hicieron eco en mi cabeza. Y es que tenía razón, que fuéramos los más sospechosos nos hacía susceptibles a morir primero, tal y como le pasó a él en el juego. Pero morir no entraba en mi planes, y mucho menos dentro de un mundo de ficción.

Mi rostro debía verse muy descompuesto porque Rantaro alzó las cejas y caminó hacia mí con parsimonia.

—Lo siento, no pretendía asustarte —me tranquilizó mientras sobaba mi cabeza con dulzura—. No suelo ser muy positivo, pero no te preocupes, creo que sé cómo terminar este juego.

—¿Cómo? —pregunté aún más asustada que antes.

Sabía a qué se refería: la puerta secreta de la biblioteca. Pero eso le conduciría directamente a su muerte, y pensarlo me ponía los pelos de punta.

—Es mejor que no lo sepas y no te veas envuelta en ello, y menos conmigo, te hará lucir más sospecha. Y no me gustaría que trataran de asesinar a la única persona que, junto a mí, recuerda más que los demás.

—No me importa —insistí—, si hay alguna manera de parar esto, dímelo.

En realidad, solo quería que confiase en mí para poder interponerme en su plan y evitar que fuese a la biblioteca. Pero estaba muy lejos de ganarme la confianza de Rantaro.

—Créeme, (t/n), es mejor que no sepas nada —sentenció sin darme oportunidad a replicar—. Me tengo que ir, nos vemos luego.

Me hizo un gesto con la mano y salió de mi habitación lo más rápido que pudo. Estaba claro que no tenía intenciones de contarme lo que tenía planeado. Lo que él no sabía era que yo ya conocía su plan. Y ya había tomado una decisión: no dejaría que matasen a Rantaro.

El resto del día transcurrió con normalidad, acabé deambulando cual zombie por la academia y de vez en cuando me paraba a saludar a algún estudiante. Aún no había mucho confianza entre nosotros, por lo que la mayoría prefería estar solo.

Al día siguiente, Monokuma anunció en el comedor la apertura de algunos de nuestros laboratorios, entre ellos el de Kaede y Miu. Esta última salió corriendo como una bala para verlo, mientras yo me preguntaba si tendría el mío propio. Sería interesante, pero lo más probable era que no tuviera uno, y eso sería un problema pues me haría lucir muy sospechosa.

Cuando terminé de desayunar, me aventuré a explorar un poco más la academia, y por azares del destino acabé en la biblioteca. Pensé que dentro encontraría a Shuichi y a Kaede, pero no había ni rastro de ellos. En su lugar, me encontré a Maki ojeando los libros de una de las estanterías.

—¿Fan de la lectura? —le sonreí, intentando entablar una conversación con ella, pero la borré en cuanto su mirada, fría como el hielo, se encontró con la mía.

—No del todo —negó ella, escaneándome con la mirada—. Solo busco algo con lo que matar el tiempo.

«Matar el tiempo, qué expresión más inoportuna», pensé para mis adentros.

—Sí, supongo que no se pueden hacer muchas cosas en la academia—repuse algo incómoda.

Maki solo asintió y continuó ojeando los libros. Si os era sincera, parecía que mi presencia le incomodaba.

—Bueno... Nos vemos en otro momento —me despedí rápidamente y salí a trompicones de la biblioteca.

Como no tenía nada que hacer, me pasé media hora vagando por los pasillos para ver si me encontraba con algún estudiante, pero, al parecer, la mayoría estaban dentro de sus habitaciones. Me preguntaba si Rantaro estaría en la suya. El día de su muerte se acercaba, y no había conseguido convencerlo de no ir a la biblioteca. Así que quería volver a probar suerte.

Me dirigí a la zona común de los dormitorios y busqué el suyo con la mirada. Estaba justo en medio de la habitación de Kiyo y de Ryoma. Golpeé con suavidad la puerta y esperé una respuesta, pero no se escuchó ni un solo ruido del otro lado. Toqué varias veces más, pero no hubo respuesta. Rantaro no estaba en su habitación.

Y mientras pensaba en dónde podía haberse metido, alguien se acercó a mí por la espalda y susurró:

—¿Buscas a tu novio?

Di un respingo y me di la vuelta solo para encontrarme con dos iris violetas que me miraban fijamente.

¿De dónde diantres había salido Kokichi?

—¿Novio? —repetí, perpleja—. ¿Te refieres a Rantaro?

Kokichi esbozó una sonrisa juguetona.

—Ayer parecíais muy unidos. ¿Las cosas escalaron tan rápido que terminasteis en tu dormitorio?

Genial, solo venía a molestarme.

—¿Ayer? ¡O sea que nos viste entrar en mi dormitorio, lo que quiere decir que me estabas espiando!

—No te creas tan importante —sentenció, impasible—Como líder supremo es mi deber espiaros a todos.

—Ya, claro. ¿Y ahora qué estabas haciendo? ¿Solo pasabas por aquí?

—¿Ya no puedo entrar ni salir de mi habitación?

Entorné mis ojos hacia él, y éste solo agrandó su sonrisa con malicia.

—¿Me estás vigilando porque piensas que soy sospechosa?

—Vaya, al final no vas a ser tan estúpida como creía —se burló—. El otro día actuaste muy raro, y ahora Rantaro y tú sois amigos del alma, ¿qué sois? ¿Cómplices?

—¿Cómplices? —repetí, con el entrecejo fruncido—. ¡Solo intentamos llevarnos bien! ¡No tenemos nada que ver con este juego de matanza!

—Eso es exactamente lo que diría alguien que es culpable.

—Si crees que tengo algo que ver con todo esto, pues vale, créelo. ¡Pero no nos sigas como un pervertido!

—Relájate, no es como si estuviera esperando el momento perfecto para matarte —dijo con un tono más tétrico.

—No te considero una amenaza, Kokichi. No das miedo.

—Pues deberías tenerlo, te tengo en el punto de mira —dijo, mostrándome una sonrisa maliciosa—. Te aseguro que si estás detrás de todo esto, me rogarás piedad.

Dicho esto, se dio la vuelta, se dirigió a la salida y desapareció de mi vista.

Mierda, no solo no me había ganado la confianza de Kokichi, sino que además sospechaba de mí.

Genial, no podría irme mejor.

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