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03| Las reglas del juego


—Los diecisiete nos hemos reunido —Escuché que decía Kirumi, cuando el último de nosotros llegó al gimnasio.

—Es espectacular ver a diecisiete estudiantes talentosos reunidos en un mismo lugar —proclamó Kaito, regalándonos a todos una sonrisa muy sincera.

Para mí era la segunda vez que nos reuníamos en el gimnasio, pero para ellos apenas era la primera vez que hablaban todos juntos.

Eché un vistazo rápido a todos los estudiantes y Kokichi me pilló mirándolo. Desvié la mirada, avergonzada, y vi de reojo como esbozaba una sonrisa maliciosa. Sentí sus ojos clavados en mí. Me empecé a poner nerviosa, porque, como dije antes, odiaba que me mirasen. Finalmente, y gracias al universo, apartó su mirada de mí.

—Nyeh... ¿Qué nos va a pasar? —se quejó Himiko—. Apuesto a que será una gran molestia.

—Hmm —Tenko se quedó observando fijamente a Himiko.

—¿Qué? ¿Qué estás mirando? —Himiko apenas hacía el esfuerzo de articular bien las palabras, era como si le diese pereza hablar.

—Hum... Himiko, tú puedes usar tus increíbles poderes, ¿cierto? —voceó Tenko entusiasmada—. Porque tú eres Psíquica y todo eso, ¿no?

—No soy psíquica, soy una maga.

—¡AAAAH! —gritó Tenko con ilusión, y yo di un respingo al no esperarme que alzara tanto la voz—. ¡Eso es increíble! Definitivamente, quiero incorporar eso en el Neo-Aikido.

Me dio ternura que Tenko se empezara a interesar por Himiko desde el principio.

«Ojalá esta vez Himiko la sepa valorar», pensé.

—Perdónenme, pero no debemos bajar la guardia —intervino Keebo, cortando la conversación banal de Tenko y Himiko—. No sabemos cuándo o cómo puede aparecer el peligro.

—No digas eso... estoy muy asustado —musitó Kokichi falsamente asustado—. No sé qué hacer.

Kokichi podría ser actor. Si no supiera cómo era, me habría tragado su reciente actuación.

—No hay necesidad de preocuparse —le calmó Angie con una dulce sonrisa—. Atua nos protegerá.

—¡Uf! ¡Qué alivio! —suspiró Kokichi, pasando una mano por su frente.

Siento decirte, Angie, que a ti Atua no te protegió en el capítulo tres del juego.

—¿Tenéis el cerebro lleno de gusanos o qué? —Gritó Miu con aires de superioridad—. Voy a golpearos a todos en...

No dejé que Miu terminara la frase porque quería acabar con todo esto cuanto antes. Después de todo, el prólogo era la parte más aburrida.

—Deberíamos centrarnos en lo importante —anuncié, y todos clavaron su mirada en mí (respira, te están mirando, respira)—. ¿Cómo nos deshacemos de esos osos robots?

—No te preocupes, yo me encargo —aseguró Kaito con firmeza—. Si esos osos de peluche aparecen de nuevo, les patearé el trasero.

«No creo que sea tan fácil, Kaito, de hecho, no lo es»

—¿Hum? ¿Qué eso? —dijo Gonta, captando nuestra atención.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Ryoma con serenidad.

—Creo que lo oigo —comentó Tsumugi—. Suena como un titán de Shingeki no Kyojin...

Como por arte de magia, los monokubs aparecieron dentro de los exisals delante de nosotros. Todos dimos un brinco hacia detrás y cundió el pánico en la sala.

—Sea como sea, matad primero a los feos y dejadme la última —exigió Miu con voz trémula—. Soy muy guapa para morir.

—¡Corre, Himiko! —gritó Kokichi con burla, pues con ese comentario la estaba llamando fea.

—¿Por qué estás tan preocupado por mí de repente? —preguntó Himiko, inocentemente.

—No creo que esté precisamente preocupado, Himiko —murmuré mientras observaba cómo Kokichi agrandaba su sonrisa.

—¿No dijo alguien que les patearía el trasero a esos osos? —dijo Maki con frialdad, mirando a Kaito de reojo. Él era la persona que lo había dicho.

—¿¡Qué carajos!? —chilló Kaito, temblando de puro terror y señalando los exisals—. ¡Nadie me avisó de esos!

—Tranquilos, no hay necesidad de entrar en pánico—nos intentó calmar Rantaro—. Probablemente, no estamos en peligro.

Era verdad, yo sabía perfectamente que no estábamos en peligro, al menos por ahora.

—Así que, ¿qué queréis de nosotros? —quiso saber Rantaro mientras se acercaba con valentía a los exisals—. Déjadme adivinar, nos vais a forzar a hacer algo en contra de nuestra voluntad, y si no lo hacemos, nos haréis daño.

Rantaro lo había clavado, obviamente sabía más que los demás acerca de lo que estaba pasando. Yo podría intervenir también, pero no quería delatarme y parecer sospechosa.

Entonces, Monodam anunció con su voz robótica las palabras clave: el objetivo por el cuál todos estábamos ahí.

—JUEGO-DE-MATANZA.

—¿Qué? —profirió Kaede.

De esta manera, comenzó la pelea entre los Monokubs mientras el pánico y el miedo se apoderaba de algunos de los estudiantes.

—Mis queridos kubs, debéis dejar ya esta terrible pelea —proclamó una voz que retumbó en la sala.

Todos miraron desconcertados en todas direcciones buscando el origen de esa voz, pero yo ya sabía a quién pertenecía. Como era de esperar, Monokuma apareció y se presentó ante todos los confundidos estudiantes. Yo también me sorprendí. Era muy distinto verlo en la realidad que detrás de una pantalla.

Todos comenzaron a hacerle preguntas a Monokuma sobre el lugar dónde nos encontrábamos, pero él solo contestó las que le dio la gana. Y, finalmente, anunció:

—Quiero que ustedes, estudiantes con talento, participéis en un juego de matanza.

Las palabras de Monokuma impregnaron la sala con un silencio terrorífico, hasta que, pasados unos segundos, todos comenzaron a preguntar a grito limpio sobre ese juego de matanza. Yo permanecí callada, con el pulso acelerado e incapaz de mover un músculo. Hasta ahora no había sido realmente consciente de lo que significaba estar en Danganronpa. Podía morir en cualquier momento. Pero si moría, iría a la vida real, ¿no? No moriré de verdad, ¿verdad?

Mis piernas temblaban como gelatina, pero no era la única, ya que había cundido el pánico en la sala. Al principio, estaba eufórica por poder estar dentro de mi juego favorito, pero ahora solo podía pensar en volver a mi casa con mis padres. Tragué saliva e intenté no perder la estabilidad emocional delante de todos.

Sentía que la desesperación quería apoderarse de mi cuerpo.

—Kehehe... Arriesgar nuestras vidas por un estúpido juego es absurdo —puntualizó Kiyo.

Y, por una vez en la vida, estaba de acuerdo con él.

—Al menos no será aburrido —comentó Kokichi con diversión, como si fuéramos a jugar al escondite.

«Sé que mientes, Kokichi, esto no te parece divertido»

Kaede dio un paso hacia adelante y reunió todo el valor que pudo para enfrentar a Monokuma. Sin embargo, como era de esperar, no sirvió de nada. Tanto Monokuma como los Monokubs desaparecieron sin dejar rastro en cuanto terminaron sus explicaciones, dejando a Kaede con la palabra en la boca.

Empezamos a escuchar un pitido procedente de nuestros bolsillos. Eran los monopads. ¡Y yo también tenía uno! Sostuve en mis manos el pequeño aparato rectangular que se encendió en cuanto toqué en la pantalla.

—Así que éstas son las reglas —farfulló Ryoma por lo bajo.

—¡ESTO NO PUEDE ESTAR PASANDO! —gritó Tenko, haciéndonos dar un respingo a todos.

Esta chica nos va a dar un infarto un día de estos.

—Por favor, baja la voz —le pidió Kiyo, quien estaba justo al lado de Tenko—. Estás arruinando el ambiente.

La tensión entre nosotros comenzó a aumentar después de ese comentario, nos lanzábamos miradas acusadoras y desconfiadas, y antes de que algunos empezaran a gritarse entre ellos, Kaede puso orden. (Bendita sea la mano que caricaturizó a esta chica). Se hizo oír y logró reducir la tensión entre nosotros.

Hasta a mí, que sabía lo que iba a pasar, me animó.

Justo en ese momento, Gonta anunció el descubrimiento de un agujero en el exterior de la academia, de modo que las caras de los estudiantes se iluminaron con la esperanza de salir de ese lugar, pero yo sabía que eso solo era una trampa de Monokuma. A pesar de todo, no puse objeciones cuando decidieron ir a investigar el agujero. Si replicaba, podía levantar sospechas.

Una vez delante del agujero, Gonta se ofreció a levantar la tapa que lo cubría, que pesaba unas cien toneladas. Cuando la aparto, bajamos en hilera por una escalera que llevaba a una especie de túnel, el mismo que aparecía en el juego.

—Qué señal tan considerada —dijo Rantaro, señalando un enorme cartel con el nombre de «salida»—. Al parecer el final del túnel es la salida.

La voz de Rantaro hizo eco en las paredes del túnel, y la palabra «salida» se repitió varias veces hasta convertirse en un balbuceo.

—No creo que sea tan fácil —comenté.

Era imposible llegar a la salida en estos momentos.

—¡No seas una puta aguafiestas! —refunfuñó Miu—. Tu fea apariencia ya desmorona bastante a cualquiera.

Ugh, qué golpe tan bajo.

Pero tiene razón, querida.

—¡Yo estoy de acuerdo con (t/n)! —me apoyó Tenko—. Aquí hay algo que huele a chamusquina.

—No es mi culpa que no te hayas bañado, puerca —se mofó Miu, a lo que Tenko frunció el ceño.

—Parece demasiado fácil, pero no tiene sentido quedarnos quietos —declaró Rantaro—. Deberíamos intentarlo al menos.

Desgraciadamente, todos estuvieron de acuerdo con Rantaro. Me esperaba una tarde muy movidita. Y no me equivocaba, pues cuando llegamos al décimo intento por cruzar el túnel, todos estábamos devastados y magullados. Algunos estudiantes incluso se habían desmayado, pero Kaede seguía animándonos a intentarlo. Esto era peor que los cien burpees que teníamos que hacer en los entrenamientos de voleibol, esos que solo hacía cuando el entrenador estaba mirando.

Una vez más, fui a la entrada del túnel y me subí a una de las plataformas. Desde lejos vi como Himiko se caía de una de ellas y se golpeaba la cadera. Por suerte, Tenko fue a su rescate. Tragué saliva y me centré en la plataforma que estaba delante de mí, tenía que saltarla para llegar al otro lado y luego me quedaban otras cien para llegar al final del túnel.

Respiré hondo antes de dar un salto hacia la plataforma. Logré caer en la inestable superficie. Solté un suspiro de alivio y pensé que podría pasar por las demás plataformas sin sufrir daños, pero no podía estar más equivocada. Una bomba explotó justo encima de mí, y lo último que recuerdo fue sentir unas manos que rodeaban mi cintura para evitar que me cayera fuera de la plataforma.




Me dolía todo el cuerpo: mis músculos estaban agotados y sentía un pinchazo muy doloroso en la cabeza. Estaba desorientada, y no recordé dónde me encontraba hasta que alguien pasó una mano por mi frente para desplazar el cabello de mi rostro. Cuando abrí los ojos, me encontré con la preocupada expresión de Kirumi. Mi cabeza descansaba en su regazo; y mientras estaba inconsciente, ella había tratado todas mis magulladuras.

—Qué alivio que te hayas despertado, comenzaba a preocuparme —suspiró Kirumi.

—¿Qué me ha pasado? —pregunté, intentando incorporarme, pero Kirumi no me lo permitió.

—Debes descansar un poco más, o te marearás —me recomendó—. Te alcanzó una de las bombas cuando te subiste a la plataforma. Suerte que Kokichi te sujetó antes de que te cayeras de ella. Luego te trajo aquí y yo me encargué de ti.

—Gracias, Kirumi.

«Y gracias a Kokichi, supongo»

—Es mi deber como Maid.

Kirumi pasó una mano por debajo de mi cabeza y me ayudó a incorporarme poco a poco, para así evitar que me mareara. El pinchazo de mi cabeza no se había ido, pero estaba mucho mejor que hacía unos minutos.

—¡(t/n)! —me llamó Shuichi, corriendo hacia nosotras—. ¿Estás bien? Vi como te golpeaba esa bomba y estaba preocupado.

Me había sentado con las piernas cruzadas en el suelo mientras me frotaba la cadera, lugar donde me había golpeado varias veces.

—No es nada, Shuichi, ya estoy mejor —dije, echando un vistazo a mi alrededor—. Bueno, más o menos.

No podía ver con nitidez, pero sabía que no era la única que había llegado a su límite. La mayoría no podían ni mantenerse en pie.

—¡No podemos rendirnos! —exclamó la voz de Kaede, haciendo eco en la sala—. Esta vez...

—Déjalo ya —le cortó Kokichi con frialdad—. Eres libre de intentarlo por tu cuenta, pero obligarnos a seguirte es básicamente tortura.

Estaba de acuerdo. Al menos yo estaba acostumbrada a hacer algo de ejercicio gracias al voleibol, pero personas como Angie y Himiko, que parecían no haber hecho deporte en toda su vida, tenía que estar muriéndose.

—¿Tortura? —se sorprendió Kaede.

—Exactamente. ¿Sabes lo que duele que no nos des el derecho a rendirnos ante una situación claramente imposible? —protestó Kokichi, desdeñoso—. Eso suena a tortura para mí.

—Yo no quería que... —Kaede bajó la mirada.

—¡Ey! ¡Hombre degenerado! —le reprendió Tenko a Kokichi—. Deja de ser tan egoísta.

Sabía que las intenciones de Kaede no eran malas, pero también sabía que intentarlo otra vez no tenía sentido, porque volveríamos a fracasar.

—No está siendo egoísta, yo pienso igual que él —tercié, poniéndome en pie—. Creo que nadie debería obligarnos a seguir intentándolo. Es inútil.

—Tienen razón, estamos perdiendo el tiempo —coincidió Maki.

—Nyeh... mi mana se ha agotado —balbuceó Himiko tirada en el suelo.

—Mi espíritu... está a punto de romperse... —jadeó Kiyo.

—Dadas las circunstancias, el más lógico curso de las acciones sería rendirse —observó Keebo.

—Sí... —afirmó Tsumugi—. Me siento como Hisashi Mitsui en la segunda mitad de un partido de baloncesto.

La mayoría estaba de acuerdo con nosotros, y eso pareció derrumbar a Kaede.

—Lo ves —sentenció Kokichi—. Todos se sienten igual.

—¿Todos? —repitió Kaede al borde del colapso.

—¡Esperad! —gritó Gonta—. Nosotros no poder rendirnos.

—¡Venga ya, chicos! —soltó Kaito, indignado—. ¿De verdad estáis de acuerdo con no salir de este lugar?

—Solo debemos encontrar.... otra manera —anunció Kokichi, sonriendo con malicia.

—Estás hablando del juego de matanza, ¿me equivoco? —comentó Rantaro, cruzándose de brazos.

—Oh, así que lo vas a interpretar así... —repuso Kokichi, haciéndose el inocente.

A partir de esas palabras, el pánico volvió a cundir entre los estudiantes. Kaede terminó devastada, y se disculpó mil veces con todos nosotros.

*Ding Dong Bing Bong*

Los monokubs anunciaron la caída de la noche. Kirumi dejó caer la idea de ir a descansar a nuestros respectivos dormitorios, a lo que todos estuvimos de acuerdo. Y antes de separarnos, quedamos en reunirnos a la mañana siguiente en el comedor.

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