02| ¿Los robots tienen pene?
Abrí los ojos, pero no pude ver nada. Estaba encerrada en la taquilla. Otra vez.
¿Es que nunca me iba a despertar? Tampoco me quejaba, pero era el sueño más largo que había tenido en mucho tiempo.
Al igual que la última vez, pataleé hasta que la puerta de la taquilla se abrió. Miré a mi alrededor. Estaba en la misma clase en la que me había despertado horas antes.
¿Pero qué diablos estaba pasando?
Lo único que logró tranquilizarme fue seguir teniendo mis memorias intactas, a pesar de haber sido deslumbrada por la linterna.
Di un respingo al escuchar «¡Rise and shine, ursine!» detrás de mí. Me di la vuelta, pero no vi a nadie. Hasta que bajé la mirada y me encontré a los cinco monokubs mirándome fijamente.
¿Sabrían que yo era una infiltrada? Esperaba que no. Por ahora, lo más inteligente era fingir que no sabía nada del juego, al menos hasta que averiguase por qué estaba allí.
—¿Quiénes sois? —pregunté, haciéndome la sorprendida.
—Somos los monokubs —respondió Monosuke.
—¿Monokubs? —Les seguí el rollo.
¿Dónde estaba mi maldito Oscar?
—¿Has oído hablar de nosotros? —quiso saber Monophanie, asustada.
Hora de mentir. Por suerte, era experta, y todo gracias a las excusas que me había inventado en clase cuando se me olvidaba la tarea. Gracias, profesor de matemáticas.
—Qué va, nunca he oído ni visto nada parecido —mentí.
Los monokubs se miraron entre ellos y esbozaron una enorme sonrisa.
—¡Tómalo! ¡Ha funcionado! —exclamaron al unísono.
Idiotas, no tenían ni idea.
Después de soltarme una perorata de dos horas, uno de ellos, el de rayas amarillas y gafas ovaladas, se dirigió a mí.
—Y eso es todo lo que podemos explicarte —aseguró.
Había atendido menos a su discurso que a mis clases de historia, pero tampoco me hacía falta, porque conocía a la perfección aquella academia.
—Ahora deberás presentarte a los demás estudiantes con talento —indicó el líder, Monotaro.
—En cuanto a eso... no soy capaz de recordar mi talento, ¿tenéis alguna idea de cuál puede ser? —pregunté con curiosidad.
¿Sigues pensando que tienes un talento especial? Idiota.
—¿Creéis que realmente ha funcionado? —cuestionó Monokid a sus hermanos, mirándome de soslayo.
—Sí, sí, estoy seguro, solo está confundida —afirmó Monotaro—. Ya lo recordará más adelante.
Dicho esto, los monokubs se desvanecieron en el aire, dejándome con la palabra en la boca.
Mierda, iba a ser muy sospechoso que no tuviese ningún talento, pero inventarme uno podía ser incluso peor. Si me pillaban la mentira, estaba acabada; y sabiendo que Kokichi era un experto en ellas, no era conveniente arriesgarse.
Sin darle más vueltas, salí de la clase. El pasillo seguía teniendo ese aspecto de abandono, con moho en las paredes y maleza creciendo bajo el suelo.
—¡Chist! —exclamó alguien detrás de mí para captar mi atención.
Cual fue mi sorpresa al darme la vuelta y encontrarme con la mismísima Kaede Akamatsu, que caminaba hacia mí con una sonrisa. Detrás suya la seguía un chico, tímido, que usaba su gorra para ocultar la mitad de su rostro: Shuichi Saihara.
Estuve a punto de fastidiarlo todo y llamarlos por sus nombres de lo fascinada que estaba al verlos en persona, pero me contuve. Ellos no sabían de dónde venía y era mejor que eso siguiera así.
—¡Hola! —saludó Kaede, una vez se colocó enfrente mía—. Eres una de las estudiantes talentosas, ¿verdad?
Su expresión mostraba amabilidad y su voz era muy dulce, tal y como la tendría una buena protagonista. Nunca me gustó que la ejecutaran, así que la salvaría si tenía oportunidad.
—Así es, mi nombre es (t/n) (t/a) y mi talento es... —titubeé antes de seguir—. La verdad es que estoy algo desorientada y no recuerdo mi talento.
Le devolví la sonrisa, estaba eufórica de tener delante a dos personajes de uno de mis juegos favoritos. Al menos eso era lo que pensaba cuando no sabía lo que se me avecinaba encima.
—No te preocupes, es normal. Mi nombre es Kaede Akamatsu, soy la pianista definitiva —se presentó ella, tendiéndome la mano—, encantada de conocerte.
Cuando estrechamos las manos, Kaede le lanzó una sutil mirada a Shuichi para que éste hiciera lo mismo que ella.
—Y-Yo soy S-Shuichi S-Saihara —tartamudeó, y me tendió su temblorosa mano—. M-Me lla-llaman el detective definitivo pero...
—¡No hay peros que valgan! —le interrumpió Kaede, indignada—. Eres el detective definitivo y punto.
Me di cuenta de que Shuichi se ruborizó de tal manera que hasta su cuello y orejas se habían vuelto de un color rojo intenso. Me pareció muy tierno de su parte, así que no pude evitar añadir:
—¡Detective definitivo! ¡Entonces debes ser muy inteligente!
Mi comentario terminó por convertir a Shuichi en la viva imagen de un tomate. El pobre no sabía ni dónde meterse. Por suerte, encontró refugio escondiéndose tras su gorra.
No recordaba a Shuichi tan tímido e inseguro, pero supuse que su personaje aún no se había desarrollado.
—Nosotros vamos a seguir explorando la academia, en busca de otros estudiantes y de una salida —me informó Kaede con optimismo—. ¿Quieres unirte a nosotros?
Su pregunta me pilló desprevenida, pero decidí aceptar. Después de todo, no me vendría mal conocerlos un poco mejor. Y para andar sola por ahí, prefería hacerlo acompañada.
Continuamos avanzando por el pasillo mientras Kaede nos explicaba a Shuichi y a mí cómo había conseguido el título de pianista definitiva. No presté mucha atención porque ya conocía la historia. Minutos más tarde, Shuichi también se decidió a contar cómo había obtenido el suyo.
Me frené en seco cuando nos encontramos con la primera estudiante. Era Tsumugi, la mente maestra. Pero solo yo lo sabía. Kaede se acercó a ella con entusiasmo. Preferí no decir nada, pues no tenía pruebas para demostrar que ella era la mente maestra, y nadie me creería en esos momentos. No me apetecía quedar como una loca, y mucho menos enfadar a Tsumugi.
Como era de esperar, Kaede trató de hablar con ella, pero Tsumugi no abrió la boca. Al no obtener respuesta, Kaede comenzó a pincharle el cachete con el dedo.
—Tampoco responde —dijo, haciendo una mueca—. Chicos probad vosotros. Pinchadle los cachetes.
Shuichi se negó, pero yo no había tenido oportunidad de tocar a ningún personaje y confirmar que no eran hologramas o algo por el estilo. Así que decidí pinchar el cachete derecho de Tsumugi mientras que Kaede le pinchaba el izquierdo.
—Nunca pensé que me pincharían los dos cachetes a la vez. —Por fin Tsumugi decidió darse cuenta de nuestra presencia.
Para ser sincera, no tenía pinta de mente maestra.
Mientras Tsumugi se motivaba hablando sobre el capítulo de Doraemon que le gustaba más, yo no podía dejar de pensar en qué pasaría si ella fallecía antes de que ocurriera un asesinato. ¿Se salvarían todos y tendrían un final feliz comiendo perdices?
La podrías asesinar y quedar como una heroína.
Cállate, voz interior, yo no soy capaz ni de matar a una hormiga.
—Antes de hablar de eso... ¿Puedes decirnos tu nombre? —le cortó Kaede antes de que Tsumugi se fuera por las ramas.
—Mi nombre es Tsumugi Shirogane, y soy la cosplayer definitiva.
Tsumugi se dirigió a mí como si fuera un estudiante más. Puede que no tuviera ni idea de que era una infiltrada o puede que estuviera fingiendo. Fuera como fuese le metí prisa a Kaede para largarnos de allí lo más rápido posible.
Rantaro fue el siguiente estudiante que se topó en nuestro camino. ¡Y madre mía! Estaba buenísimo. Las fotos no le hacían nada de justicia comparado con su belleza natural. Cuando conseguí dejar de babear, me di cuenta de que era altísimo. Mínimo me sacaba dos cabezas. Además de lo bonito que eran sus ojos verdes, su nariz respingona, sus labios carnosos...
Disimula un poco, chica, que se te huelen las hormonas desde Pakistán.
Mierda.
Inmediatamente, lo miré con una expresión inescrutable y desinteresada, como si no le hubiese hecho un repaso de arriba a abajo hacía dos segundos. Había que mantener la dignidad. Si es que me quedaba algo de ella.
—Así que tú tampoco recuerdas tu talento —dijo Rantaro mirándome (¡mirándome!), después de que Shuichi, Kaede y yo nos hubiésemos presentado—. Ya no me siento la oveja negra del elenco —sonrió, mostrando unos dientes blancos y relucientes—. Mi nombre es Rantaro Amami, encantado de conoceros.
Encantada yo de que hayas dejado que mis humildes ojos aprecien tu belleza de Dios del Olimpo.
¡Niña, compórtate, que hay niños leyendo esto!
Nos despedimos muy a mi pesar de Rantaro y seguimos nuestro camino hasta acabar en un almacén, en el cual se encontraba la inventora definitiva. Nos acercamos a ella, pero parecía estar ocupada buscando algo entre unas cajas de cartón.
—Maldición... ¿Dónde cojones está? —se quejó Miu.
—¿Buscas algo? —preguntó Kaede, amablemente.
Miu dio un respingo al escuchar su voz. Estaba tan concentrada rebuscando entre las cajas que no se había dado cuenta de nuestra presencia. Cuando por fin se volvió hacia nosotros, nos miró como si tuviésemos la culpa de todos sus problemas.
—¡No os acerquéis tanto, putas! —exclamó, señalándonos a Kaede y a mí con el dedo índice.
¿Cómo que putas? Si Kaede y yo éramos angelitos caídos del cielo.
Kaede sí, tú no.
—Lo sentimos si te sorprendimos... —dijo Shuichi, intentando calmarla, pero yo sabía que eso no serviría de nada. Porque Miu era Miu—. Aun así, no deberías hablarles así a la chicas porque...
—¡Tú, pajero! —gritó, chascando los dedos delante de Shuichi—. ¿Me estás mirando las tetas?
Miu era grosera sí, pero lo era aún más cuando la tenías delante.
—¿Q-Qué? —tartamudeó Shuichi.
—Quédate mirando —se burló ella—. Un chico como tú solo se puede conformar con soñar con una chica tan bien dotada como yo.
—Y-Yo no estaba m-mirando, m-mis ojos d-de repente...
No dejé que Shuichi terminara la frase. Miu no me caía mal (por ahora), pero verla tratar así de mal a Shuichi me ponía enferma, así que decidí intervenir.
—¡Oye! ¿Puedes dejar de halagarte a ti misma por un maldito segundo y presentarte como es debido? —le increpé, frunciendo el ceño.
—¿Presentarme? Es la primera vez que alguien me dice eso. ¿No sabes quién soy?
De hecho, sí se quién eres, pero me lo tengo que callar.
—No lo sabemos —respondió Kaede algo incómoda.
—Muy bien, pues estad atentos, cucarachas pestilentes —masculló Miu, y luego procedió a presentarse con majestuosidad, como si se tratase de la presentación de un rey—: Soy la chica más hermosa e inteligente del mundo, que tiene un cerebro de oro propio de un genio que hará historia. Soy la única, legendaria y todopoderosa inventora definitiva, Miu Iruma.
Después de una larga conversación banal con Miu, y unas peleas añadidas, seguimos explorando y buscando a otros estudiantes.
Terminamos en lo que supuse que era el comedor, en el cual se encontraban Tenko y Himiko. Pasamos treinta minutos intentando convencer a Himiko de que la magia no existía, pues ella era la maga definitiva, pero fue en vano. Y Tenko, quien era la Master de Aikido definitiva, defendió por todo los medios a Himiko, y casi echa a patadas a Shuichi por el único motivo de ser, según ella, «un hombre degenerado».
En cuanto pudimos, nos escabullimos y seguimos explorando la academia hasta acabar en una de las clases de la que salían gritos procedentes de dos voces masculinas. Voces que reconocí de inmediato.
—¡Ey..! ¡Espérame...! —protestó la inconfundible voz de Kokichi, arrastrando las palabras.
Cuando entramos en la clase, fuimos conscientes de la situación. Keebo huía de Kokichi, quien lo perseguía por entre las mesas.
—¡Por favor! ¡Para! —se quejó el robot—. ¡No te acerques más!
Esa situación resultó ser más divertida en persona que detrás de una pantalla. De pronto, recordé eso que me había dicho Kokichi en el gimnasio, cuando aún estaba en su versión pregame, claro que él no lo recordaba.
—Vamos... Espérame... —insistió Kokichi, arrastrando las palabras—. Déjame tocar tu cuerpo un poco... Siempre he querido ser amigo de un robot.
—¿Un robot? —preguntó Kaede, confundida.
—¿Qué eres? ¿Otro robofóbico? —farfulló Keebo, indignado—. Tengo una función de grabación instalada. Si realizas algún comentario robofóbico, te veré en los tribunales.
—¿Eso no es ir demasiado lejos? —No pude evitar soltar una risita.
—Negativo, no pienso tolerar ningún comportamiento robofóbico hacia mi persona.
—¿Hacia tu persona? —bromeó Kokichi—. No eres una persona, tonto, no te confundas.
—¿Eres un robot de verdad? —quiso saber Kaede, desconcertada.
—¿Eres uno de los monokubs? —se exaltó Shuichi.
—Por favor, no me compares con esos juguetes —exigió Keebo, molesto—. No soy solo un viejo robot, soy K1-B0, el robot definitivo, pero, por favor, dirígete a mí como Keebo.
—¡No es justo! —rezongó Kokichi—. ¡No puedes ser el único en lucirse! ¡Quiero presentarme yo también!
—Em, adelante —le animó Kaede con una sonrisa forzada.
—Soy Kokichi Oma, el líder supremo definitivo.
Keebo aprovechó para agazaparse en la esquina de la clase mientras Kokichi se presentaba. Este último, a pesar de su baja estatura, podía llegar a ser intimidante.
—Por cierto —añadió Kokichi, dirigiéndose al Keebo agazapado en la esquina—, aprendí que el aliento de robot huele a gasolina. ¿Es verdad?
—¡Mi aliento no huele a gasolina! —gruñó el robot, incómodo—. Yo funciono con electricidad.
—Nishishi... Relájate, era broma.
—No eres gracioso —rechinó Keebo.
—Hay que admitir que un poco sí —dije si pensar.
Entonces Kokichi posó sus ojos en mí. Me observó con detenimiento de arriba a abajo. Pasó su mirada por mis ojos, la bajó hasta mis labios por una milésima de segundo y continuó bajando hasta mis zapatos. Parecía que se acababa de dar cuenta de mi presencia. No me gustaba que me mirasen. Me ponía nerviosa porque sabía que mis ojos no eran bonitos, que mi nariz era muy fea y que mi cuerpo parecía un globo deshinchado.
Rápidamente, me abracé con mis propias manos y Kokichi devolvió la mirada a Keebo, esbozó una sonrisa traviesa y proclamó:
—¡Menos mal que hay personas que entienden lo que es el humor! Pero, claro, se me olvidaba que los robot no son personas.
—¡No te burles de mí! —protestó Keebo, que ya me estaba dando pena—. ¡He estudiado toda la historia de la comedia! Además, puedo tener apariencia de robot pero soy un estudiante de instituto como tú.
Después de que Keebo nos contara un poco más sobre su creador y sobre el mismo, llegó la mítica pregunta...
—¡Ey! ¿Los robots tienen pene? —preguntó Kokichi imitando un falso tono de inocencia.
Tuve que taparme la boca con las manos para que mi carcajada no retumbara por toda la habitación. Oírlo en el juego ya era gracioso, pero en tiempo real era insuperable.
—Por favor, no preguntes ridiculeces —masculló Keebo con nerviosismo—. Eres de lo peor.
—Kokichi, no entiendo tu talento —intervino Kaede con curiosidad.
—Solo soy el líder supremo de una malvada organización secreta, eso es todo —contó como si no tuviera importancia—. Tengo que decirlo, es bastante impresionante, mi organización tiene poco más de diez mil miembros.
—¿En serio? ¿Tanto miembros? —preguntó Kaede no muy convencida.
—Suena a mentira —murmuré por lo bajo, pensando que nadie me oiría, pero estaba equivocada porque Kokichi lo escuchó alto y claro.
—¿Mentira? —repitió Kokichi con falsa afectación— Aunque quién sabe... Soy un mentiroso después de todo.
—O sea que era mentira... —Kaede parecía decepcionada.
—Bueno, soy el líder supremo de una malvada organización secreta, esa parte era verdad.
—Entonces... ¿Es mentira o no? —quiso saber Kaede, algo mareada.
—Nishishi... No te lo pienso decir... —le pinchó con voz infantil.
Shuichi se pasó veinte minutos enteros intentando descifrar algo más sobre esa supuesta organización de Kokichi. Pero este último le estuvo tomando el pelo todo el tiempo, así que decidimos salir del aula para seguir recorriendo la academia. En concreto, nos encaminamos hacia el sótano donde conoceríamos a Ryoma.
Éste estaba dentro de la sala de juegos, vagando entre las máquinas recreativas. Kaede, Shuichi y yo nos acercamos a él y nos presentamos.
—Ryoma Hoshi, el hombre llamado el tenista definitivo ya no existe —declaró, nostálgico—. No soy nada más que su envoltorio vacío.
Tenía que reconocer que sentía algo de pena por él, se notaba que había perdido toda la ilusión por vivir. Ojalá pudiera ayudarle a recuperarla.
Salimos del cuarto de juegos y acabamos en la biblioteca, donde nos presentamos a Maki Harukawa. Obviamente, ella se presentó como la canguro definitiva, pero yo sabía que eso era mentira. Ella, en realidad, era la asesina definitiva.
Había pasado bastante tiempo desde que habíamos despertado en aquellas taquillas, y aún seguíamos en el prólogo. El juego se me hacía mucho más aburrido al tener que vivir cada segundo sin poder saltarme nada.
Terminamos en la entrada principal donde había una enorme puerta que conectaba con el exterior. Kaede se ilusionó pensando que esa puerta podía ser nuestra salida, pero yo sabía que no era más que una cortina de humo. Qué inocente, pero no la culpaba. Mientras decidíamos si la puerta podía ser una trampa o no, alguien alzó la voz a nuestras espaldas. Era nada más y nada menos que Korekiyo Shinguji.
—Os estaréis preguntando... ¿Quién es esta persona? —proclamó con cierto aire de misterio—. Sí, debo aclarar eso primero.
Ninguno de nosotros dijo nada, solo nos lanzamos miradas desconcertadas.
—Mi nombre es Korekiyo Shinguji, pero podéis llamarme Kiyo. También me conocen por el nombre de antropólogo definitivo.
—Antropólogo definitivo... —repitió Kaede, pensativa—. ¿Qué hace un antropólogo?
—¿No es la ciencia que estudia al ser humano? —pregunté no muy segura.
—Un antropólogo es mucho más que eso —repuso Kiyo, impetuoso—. Estudiamos las culturas humanas y las sociedades a lo largo del tiempo y de la historia, así como los sistemas lingüísticos de los distintos grupos sociales.
Kiyo continuó explicando su talento de una forma misteriosa, pero también muy creepy. Tardamos diez minutos en librarnos de Kiyo, y, si era sincera, daba mucho mal rollo en persona. Luego salimos fuera y esperamos a que Kaede se calmase después de haberse dado cuenta de que estábamos encerrados en una especia de jaula. Una vez pudo procesar esa información, continuamos explorando el jardín.
Terminamos de presentarnos a Kaito, el cuál parecía demasiado motivado, como era de esperar del astronauta definitivo. El siguiente fue Gonta, tan caballeroso como siempre, y por último Angie, linda pero espeluznante. Finalmente, acabamos en la zona de dormitorios donde se encontraba Kirumi, decidida a completar las tareas que le asignasen. Me sorprendió su determinación como la Maid definitiva.
Escudriñé la zona de los dormitorios y me fijé que, a diferencia del juego, había un cuarto adicional con una foto de mi figura. Habían incluido también un dormitorio para mí, como si fuera realmente una estudiante talentosa, como si fuera parte del juego.
Pero si era parte del juego, eso significaba que podía morir. ¿Qué pasaría si moría? Las piernas me temblaron como si hubiese un terremoto bajo mis pies y sentí el corazón saltándome en el pecho.
Sería mejor ir con cuidado para evitar contestar a esa pregunta por las malas.
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