Una corazonada
Si un hombre comienza con certezas, terminará en dudas; pero si se contenta con comenzar con dudas, terminará en certezas. (Francis Bacon)
—Prométeme que vendrás—suplicó Rafael por octava vez en esa semana.
Rafael, quien había sido en algún momento el amor platónico de Crismaylin y ahora era su gran amigo y compadre, imploraba una vez más que hiciera un hueco en su autoexilio y regresara a la tierra que la vio nacer.
—Es que...—dudó Crismaylin unos instantes antes de responder—. Tengo muchas tesis que corregir.
—Por favor, es importante para Lorena que su tía favorita esté ahí apoyándola—replicó su amigo con insistencia.
Crismaylin sabía que Rafael intentaba manipularla utilizando la táctica de la culpa. A pesar de amar profundamente a su sobrina, pero era improbable que fuera la tía preferida. Se podría contar con una sola mano las ocasiones en que habían compartido momentos en persona, mientras que sus interacciones virtuales no iban más allá de un simple "Hola, ¿cómo estás?", o ¡Cuanto has crecido!
—Rafael, por favor—protestó Crismaylin con una voz carente de energía—. Mi presencia no es crucial para Lorena. Ya he revisado sus trabajos varias veces. Lo único en lo que debería basarse es en los hechos.
Crismaylin había tenido algunas conversaciones con su sobrina sobre errores históricos monumentales para un estudiante de último año. En su última charla, habían terminado en una discusión. Rafael le había contado que Lorena había sido seleccionada como finalista para competir por una beca auspiciada por la adinerada familia que volvió al país, los Bastidas. Lorena aspiraba a ser arqueóloga, un deseo que alguna vez también ocupó el corazón de Crismaylin.
—Hará su presentación en el Museo del Hombre Dominicano, frente a figuras eminentes. Por favor, Crismaylin, ayúdala—insistió Rafael con desesperación.
—Lorena es una autodidacta nata—respondió Crismaylin entre risas, aunque en realidad ansiaba poner fin a esa conversación—. Se las arreglará perfectamente por sí misma. Solo tiene que repasar sus apuntes y apegarse a los hechos.
—Me dejas sin opciones, Crismaylin —se quejó Rafael, con un dejo de frustración—. Me estás obligando a tomar el primer vuelo y traerte amarrada. —Tras una pausa, Rafael dejó caer una insinuación que Crismaylin intuyó—. No puedes seguir escondiéndote.
—No lo hago —susurró ella, mientras en la distancia percibía unas voces que luchaba por ignorar, pero como siempre, le resultaba imposible. — Estoy bien.
—Entonces, ¿por qué no vienes? —contraatacó Rafael.
Porque su corazón no resistiría, reflexionó Crismaylin. Era un verdadero milagro que, después de dos décadas, continuara respirando. Regresar sería catastrófico, derribaría los frágiles muros que había construido alrededor de su corazón herido. Aún recordaba aquel fatídico día en que despertó cubierta de sangre y desnuda. Aunque en un principio anhelaba volver con su familia, cuando finalmente sucedió, deseó todo lo contrario.
Trasladaron a Crismaylin a la clínica más cercana debido a las heridas y los impactos que habían desgarrado su cuerpo. Los médicos se entregaron con fervor a la tarea de mejorar su estado. Sin embargo, desconocían que, por más que se esforzaran, ella se obstinó en anhelar el desenlace fatal. Semanas más tarde, llegaron los interrogatorios por parte de la policía, pero ella se negó a cooperar. El peso que perdió fue notorio, forzando al personal médico a introducirle un tubo por su fosa nasal para suministrarle alimento.
Crismaylin cayó en las garras de la locura cuando finalmente pudo cuidar de sí misma. Se escapó para adentrarse en museos y exposiciones de arte taíno, donde la acusaron de vandalismo. La situación la llevó a una clínica psiquiátrica, donde le diagnosticaron varios trastornos postraumáticos. La doctora Mendoza, una mujer que desafiaba a las leyes de la edad, se convirtió en su tabla de salvación. A lo largo de cada sesión, Crismaylin liberó sus emociones con total libertad, pero con el tiempo percibió que la doctora nunca llegó a creer del todo en su historia. Entonces, encerró lo que vivió en su interior, dejándose consumir por su propio tormento.
Con los años, aprendió a identificar los confines de su locura. Cambió de rumbo académico y comenzó desde cero en el campo de las ciencias políticas. Ante su familia, montó un elaborado espectáculo de recuperación casi milagrosa. Su farsa operó a la perfección durante un tiempo, hasta que, en una conversación con su madre, prefirió entrever que las cadenas de su pasado siguieron aferrándola con fuerza, condenándola a una prisión eterna.
«—¡Mi niña amada, mira qué hermosas flores! —exclamó la madre de Crismaylin, intentando atraer su atención.
Sin embargo, Cris se hallaba absorta en sus pensamientos. Cuando esos ecos del pasado la envolvían, se dejaba llevar por ellos. Su cuerpo comenzaba a arder con el recuerdo de esas noches en las que sus cuerpos luchaban por alcanzar el clímax, cada uno a su manera; todo se mezclaba en su mente: el aroma de sus pieles, jadeos, gemidos, sollozos, respiraciones agitadas...
—Crismaylin, por favor, ¿me estás escuchando? —la reprendió su madre.
—Perdón mamá, estaba pensando en un informe que debo de terminar lo antes posible— mintió ella— ¡Qué hermosas flores!
Una vez más, Crismaylin tejía otra mentira. A su antiguo amante le encantaban las flores.
—Las envían la familia Bastidas—comentó su madre, emocionada.
—No los conozco—respondió Crismaylin con desinterés.
—Pues les debes la vida—le reprochó su madre, haciendo una pausa para controlar sus emociones.
Cuando desapareció, el mundo de su madre se desmoronó. Vivió un calvario, imaginando lo peor. No dudó en señalar como sospechoso potencial al tío Luis Emilio, sus días y noches fueron interminables hasta que finalmente pudo tenerla de nuevo entre sus brazos. Fue una bendición contar con los cuidados de la doctora Bastidas, una cirujana excepcional.
—Es comprensible si estuviste todo el tiempo sedada—la consoló su madre—. Ella hizo un trabajo magnífico contigo. Incluso tenía a su hijo interno.
—¿Su hijo? —preguntó Crismaylin.
—Sí, mi cielo. Fue el joven que te ayudó a escapar—le respondió su madre, cubriendo su mano con la suya.
Cris la miró, confundida, tratando de comprender sus palabras. Sabía que Gabriel había regresado con ella y que estaba gravemente herido. Era imposible que hubiera sobrevivido. Además, mientras estuvo en el hospital, escuchó que un hombre había muerto a causa de heridas y supuso que se trataba de él.
—Ese joven luchó por su vida de la misma forma que tú—susurró su madre—. Incluso te visitó en varias ocasiones mientras estabas en coma.
—¿Estuve en coma? —balbuceó Crismaylin, incapaz de hablar con claridad.
—La doctora Bastidas recomendó la inducción—le explicó su madre. Se acercó para abrazarla, notando la turbación en su hija—. Gabriel nos contó lo que te hizo ese demonio. Eres muy valiente, mi niña. No creo que hubiera aguantado tanto. Gracias a dios ese monstruo ya no existe.
—Está muerto—respondió Crismaylin, ausente.
—Sí, mi bebé—le aseguró su madre con cariño. Luego su tono cambió a uno más firme.— Ese maldito no podrá hacerte daño nunca más. Por eso, ni siquiera permitimos que su semilla germinara.
Crismaylin se sintió abrumada por una avalancha de emociones difíciles de asimilar.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Crismaylin con un hilo de voz.
Los ojos de su madre se llenaron de lágrimas y sentimientos reprimidos.
—Ay, mi cielo—depositó un beso lleno de amor y consuelo en su frente—. Gabriel nos aconsejó que te hicieran una prueba de embarazo. Tu padre no dudó ni un momento. No íbamos a permitir que también llevaras dentro de ti el hijo de quien te hizo daño.
Las palabras se atascaron en la garganta de Crismaylin. Un dolor visceral le recorrió el cuerpo, dejándola sin aire. Pasaron unos largos y tensos minutos antes de que pudiera romper el abrumador silencio.
—¿Cómo se atrevieron a hacerme eso? —preguntó Crismaylin con la mandíbula tensa.
Su madre se sorprendió por la dureza de sus palabras.
—Soy una mujer devota, pero no permitiría que llevaras dentro al hijo de tu violador. Hice lo que creí mejor dadas las circunstancias—explicó su madre. Hizo una pausa y siguió mirando cómo se crispaba el rostro de su hija—. Dios me perdone, pero no me arrepiento.
Crismaylin alzó las cejas con perplejidad.
—No tienes derecho a juzgarme—replicó la madre de Crismaylin—. Te eduqué en la fe cristiana, pero cada vez que recuerdo cómo te encontré, reafirmo mi decisión.
Cris se levantó de la silla, aturdida. No podía procesar lo que le estaban diciendo, temiendo que su fachada de mujer normal y adaptada a su nueva vida colapsara. No juzgaba a sus padres; habían hecho lo que consideraron correcto, aunque eso no quitaba el dolor. La idea de haber llevado en su interior al hijo de Turey fue abrumador. Al menos eso le hubiera quedado de él».
Después de esa impactante revelación, el rostro de un bebé atormentó a Crismaylin durante años. A pesar de tener algunos amantes, nunca llegó a casarse. Se mudó a Alemania y juró que nunca regresaría a su país. Sin embargo, el tiempo continuó avanzando, incluso para ella.
—Vamos Picoro, dime que vas a regresar—le suplicó Rafael.
—No puedo hacer ninguna promesa—respondió Cris, visiblemente turbada.
—Le diré a Lorena—comunicó emocionado Rafael—. Además, tengo algo muy importante que contarte.
—¿Sobre qué o quién? —indagó ella, intrigada.
—Sobre mí, no te preocupes—le contestó Rafael.
—¿Saliendo del closet? —bromeó ella.
—No lo aguantarías—contraatacó Rafael, jugando con la idea de su orientación sexual.
—Mi corazón puede resistir cualquier cosa—afirmó Crismaylin más para sí misma que para él.
—¿Cuándo comprarás los boletos? —curioseó Rafael, dando por sentado que su amiga volvería.
—Yo no he dicho, vaya a ir—reflexionó nerviosa Crismaylin—. Dije que lo pensaré.
—Le envié un mensaje hace poco—comentó Rafael—. Espera un momento, Cris. Lorena te ruega que revises unas notas que te envió por correo. Encontró algo interesante y necesita tu opinión. No dejes pasar mucho tiempo sin responder. Está esperando por ello.
Rafael percibió un suspiro al otro lado de la línea telefónica y decidió cortar la llamada antes de que ella pudiera replicar. A pesar de no estar realmente motivada para corregir nada, Crismaylin hizo el esfuerzo por su sobrina.
"El cacique taíno Cayacoa ostentaba el dominio sobre la parte oriental de la isla en la época en que Cristóbal Colón arribó en 1492. Destacaba como uno de los líderes más poderosos de La Española, gobernando con firmeza sobre una legión de valientes indígenas. Su vida llegó a un fin a manos de Gabriel de Bastidas, que se recuperó de las heridas infligidas por otro salvaje nativo. Gabriel desposó a la cacica de Higüey, quien más tarde recibió el bautismo con el nombre de doña Inés. Por su valentía y audacia, la corona española lo distinguió con el título de virrey de la parte oriental de la isla. A finales de 1508, la familia se erigió cómo la más influyente en la región del Caribe, al convertirse en el principal exportador de oro de la zona".
Crismaylin quedó atónita ante lo que había leído. Un gruñido involuntario escapó de sus labios y tuvo que separarlos para respirar. Su corazón latió con una rapidez desacostumbrada. Esa versión de los hechos no era cierta. El verdadero relato, tal como lo recordaba, era diferente: "Tras la muerte de Cayacoa, su esposa, bautizada como Inés, contrajo matrimonio con el español Miguel Díaz de Aux. Fruto de esta unión nacieron dos hijos: Miguelito, en 1496, y una hija cuyo nombre se ha perdido en la historia".
Una inquietante idea invadió la mente de Crismaylin, causándole una dolorosa opresión en el pecho. El sudor empapó sus palmas y frente, mientras un escalofrío recorrió su cuerpo. Buscó otras fechas claves en los libros, como la división de la isla, la anexión a España, los doce años de Balaguer, pero se encontró con el mismo nombre una y otra vez: Gabriel Bastida.
Eso no podía ser coincidencia. La sangre empezó a rugir en sus oídos cuando comprendió que un Reescriba del pasado, enterrado en su historia, estaba modificando los eventos históricos a su antojo. Cris tomó el teléfono y llamó a la aerolínea, al parecer viajaría una vez más a su tierra. Necesitaba con desesperación aclarar sus sospechas.
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