¿De dónde eres?
—¿De dónde eres?
Cris oyó que Turey le susurró algo con su dedo hurgando en su interior. Ella ni podía repetir ni la tabla del dos, aunque su vida dependiera de eso. Bastante le costaba ya respirar. Lo único que hacía era morderse los labios y girar los ojos como endemoniada por todo el placer acumulándose en su centro.
Todo eso comenzó después de que tomaran su té de hierbas para observar el atardecer. El taíno le pidió que se acostará sobre sus rodillas y que separara las piernas, le pareció algo extraño; aun así, aceptó.
—¿Qué? —sollozó ella con un hilo de voz.
Turey la masturbó con sus dedos con movimientos rápidos. El pulso se le tornó tembloroso mientras se balanceaba pidiendo más. El taíno aumentó de intensidad. La tensión empezó a acumularse en el cuerpo de Cris. Finalmente, estalló.
—Te vi caer del cielo—soltó de repente.
Poco a poco Cris se fue recuperando como para entender sus palabras, quiso incorporarse, pero se lo impidió. Era el momento de decirle quien era en realidad. Después de todo lo que habían hecho era justo que le hablara sobre ella. El taíno comenzó a presionar con sus dedos el clítoris hinchado de Cris.
—Si quieres que te responda, deja de hacer eso—le suplicó jadeando.
—No, tu poder hablar así.
Cris gimió al notar sus dedos rozando por encima de su centro. Una cosa que había descubierto del callado y tímido Turey: era que le gustaba el sexo duro. Toda una contrariedad. Sin poder evitarlo, su cuerpo se tensó una vez más. Desesperada, rasguñó sus piernas y recibió como respuesta una nalgada.
—Por favor, lo que tengo que decir es importante.
Turey dejó de mover sus dedos, aun así, los enterró más en su interior. El cambio frustró a Cris, deseaba que continuara. Sin embargo, entendía que no tenía tiempo que perder.
—¿Dijiste que me viste bajar del cielo? —preguntó mientras aclaraba sus pensamientos, algo casi imposible.
—Sí, yo vi cuando caer y verte oculto por días entre las ramas.
A Cris le sorprendió esa información. Entonces, esa sensación de sentirse observada no fue producto de su histeria.
—¿Y por qué no me ayudaste? —quiso saber.
—Tu resolver bien solita—dijo torciendo la boca hasta formar una sonrisa ladeada—, después tratar de ayudar, pero rechazarme.
Recordó ese momento, estaba huyendo de Gabriel, no sabía en quién confiar, solo quería regresar a su casa, aún lo deseaba, pero ya no con tanta urgencia.
—Bueno, no sabía quién eras y tenía mucho miedo.
—Yo sentir temor ese día, Caribes querer matarme también. Luego regresé por ti y curar las heridas del cuello.
—Gracias. —Una leve sonrisa curvó sus labios. La primera vez que lo vio lo abofeteo, estaba tan indefensa y desvalida. Si no hubiera sido por él estaría muerta. Estaba indecisa. Quería decirle todo, y al mismo tiempo le daba miedo su reacción.
—¿Turey?
—Uhmm.
—Nací el 18 de abril del año dos mil uno. —Espetó mirando a un punto imaginario—. Soy quinientos años más vieja que tú.
» Sé, cuándo morirán cada cacique. Por si no lo sabes, estamos en el año 1492. Vine aquí por un objeto que permite a una persona viajar en el tiempo, era de mi tío Luis Emilio. Coloqué esta fecha porque no me creía sus palabras.
El silencio del taíno la perturbó. Logró girarse un poco y lo vio mirando a nada en particular, perdido en sus pensamientos.
—No ser Opía.
—No, no lo soy.
—Oh—murmuró Turey para sí mismo.
—¿Qué piensas? —le preguntó mientras sentía que le faltaba el aire—. Dime lo que sea.
—Yo opinar que ser ayudante de la diosa Atabeyra. Cuando yo ser pequeño, mandar mensajera que vino a cerrar mis labios, solo gente buena es enviada por ella. Yo creer que eres de allá.
Sus palabras la tomaron de sorpresa, supuso que no le creería. Sus labios temblaron, pero le sonrió en respuesta. Turey pensaba que era buena, no diría lo mismo de ella si supiera que le omitió muchas cosas importantes.
Entonces decidió contarle de las cosas de su tiempo, de cómo podían hablar a largas distancias o ver dibujos en movimiento. Le platicó de la música que le gustaba y de sus libros favoritos, de la comida y algunos centros de diversión. De cómo la gente se comportaba y el poco tiempo que tenía para pasarlo en familia.
Turey la escuchó con atención, le preguntó cada palabra que no comprendía que fue usualmente todo. Al final llegó a la conclusión que la vida en el cielo era muy rápida y sin sentido. Quiso saber si las personas respetaban la naturaleza o eran temerosos de los dioses. Si compartían sus bienes con los demás o si les gustaba nadar porque para el taíno, eso era tan natural como caminar.
El sol se puso sobre sus cabezas en preguntas y respuestas. Volvieron a hacer el amor en el interior de la hamaca, ya saciados, Turey le dio un beso, con toda la intención de dormir dentro de ella. Cris descansó su cabeza sobre su pecho, y les oró a los santos para que su cama no se rasgará como había ocurrido con las dos restantes.
Cuando sus corazones se calmaron y empezaron a latir al unísono, Cris cerró los párpados, pero Turey todavía tenía algo que decirle.
—No sentir mal porque otro guerrero te arrebatara sello de la diosa Atabeyra. A mí no importar.
Cris tardó un minuto en procesar sus palabras, reprimió una carcajada al parecerla tan medieval. Inició su vida sexual a los diecinueve, no estaba muy orgullosa de la persona con quien compartió su primera experiencia. Sin embargo, las siguientes elecciones fueron mejores. Con un pequeño suspiro se acurrucó más y, se quedaron dormidos, abrazados.
Cris giró los ojos mordiéndose el labio de puro placer. Todos los días antes de irse, Turey le acariciaba los pezones. Luego se metía uno en la boca, famélico. Hoy añadió algo más a su rutina, la alzó por el trasero para sentarla sobre su muslo y la instó a que se masturbara contra su músculo.
La viajera le suplicaba cosas que ni siquiera ella entendía. Jadeaba y respiraba con dificultad. Entonces, él se apartaba y la dejaba a medio camino alegando que así lo extrañaría, cuando hacia eso, quería arrancarle los ojos, su único consuelo era que él andaría peor, con las bolas moradas y con dolor.
Cuando se marchó, Cris hizo lo de siempre, con la gran diferencia que se sentía mal por no contarle toda la verdad, necesitaba irse a su tiempo, pero el pensar dejarlo le oprimía el pecho. ¿«Cómo demonio dejé que todo se saliera de control»?, se preguntó. Ella no pertenecía a ese lugar, su verdadera vida estaba allá con sus familiares y amigos. ¿«Qué estoy haciendo aquí»?, se cuestionó por milésima vez.
— Taiguey (Buen Sol).
Cris sintió un déjà vu al encontrar otra vez a Tanamá a la entrada. Guardaron silencio por un momento. Hasta que decidió contestarle el saludo.
— Tau (hola).
—¿Entonces, es verdad? —preguntó Tanamá de repente.
—¿Qué? —respondió mirándola con extrañeza.
—Tú amar a mi hermano.
—¿Por qué la pregunta? —añadió recelosa.
Tanamá se encogió de hombros. Luego bajó la mirada y resopló con fuerza.
—Yo también amarte. —Se llevó las manos al pecho a modo de súplica—. Prometer hacerte feliz, poder huir juntas.
Cris le enterneció las palabras de Tanamá, tal solo era una joven enamorada. El problema era que no podía corresponderle. ¿«Cómo no lo había visto antes»? Se reprochó. Estaban tan concentrada en regresar que no se detuvo ni tan solo un minuto en analizar el comportamiento de su amiga.
—Tanamá no puedo irme contigo.
—Ven conmigo, no temas a mi padre. —Su voz tenía un dolor implícito que traspasó el corazón de la viajera—. Anacaona nos ayudará.
—Tanamá, no puedo ir.
—¿Es por Turey? —indagó moviendo las manos en negación—, no preocupar por él. Lo conozco, no nos hará daño.
—¿No te importa sus sentimientos? —inquirió, sorprendida.
—Está acostumbrado a estar solo o que lo abandonen. —Tomó aire con brusquedad—. Créeme, él comprenderá.
Cris hizo una mueca.
—Él entenderá, ¿así de fácil lo pones Tanamá? —dijo temblándole la voz por el disgusto.
Al notar el enojo en su voz, Tanamá se echó a llorar. No podía soportar que la rechazara.
—Yo cuidar de ti, te juro no faltar nada.
Cris abrió la boca como si quisiera rebatir sus palabras, pero lo repensó.
—Ese no es el problema.
—Yo amar por las dos—susurró desesperada.
Una dolorosa tensión en su tórax casi la hizo suspirar. Comprendía hasta cierto punto el estado de desdicha y confusión de la taína. Así de desesperada debía de verse antes los implícitos rechazos de Rafael. Sin embargo, tenía que cerrar para siempre la puerta imaginaria que ella veía abierta.
—Elijo quedarme al lado de tu hermano.
Tanamá negó con vehemencia y se pasó una mano por la cara para limpiar las lágrimas.
—Siento mucho el no poder amarte, pero sabes algo, tampoco creo que lo estés. Me calumniaste delante de toda la aldea con la idea de que tu padre te concedería el capricho como si yo fuera un juguete. No soy un hombre encerrado en cuerpo de mujer, no puedo cambiar de sexo y ningún dios me concede poderes para transformarme. Podrían haberme matado por tu ofuscación.
Tanamá escuchó esas palabras como si hubiera recibido un golpe físico. Sus hombros subían y bajaban con cada inspiración agitada.
—Estar confundida, no saber lo que decir. —Rio para sí misma sin ningún humor.
Cris se obligó a respirar, porque el aire que le llegaba no era suficiente para soportar todo eso. Meneó la cabeza.
—Es mejor qué te vayas, si de verdad sientes algo por mí, piensa en lo que te he dicho. Trata de asimilar mis palabras y como eso lleva tiempo, es mejor que mantengamos las distancias. Me odiarás ahora, pero quizás, tal vez mañana, lo entenderás.
La taína se quedó clavada al suelo, inmóvil, se giró y se tragó el nudo que amenazaba con convertirse en lágrimas. Se fue con un pensamiento firme en la cabeza. Lucharía por su amor sin importarle el costo. De eso no tendría ninguna duda.
En cambio, Cris, la vio irse sintiendo cómo su corazón le latía desbocado. Toda esa situación le abrumó, un deseo febril de marcharse la ahogó. Cerró los ojos y dejó que unas lágrimas se deslizaran por sus mejillas. El pánico la invadió. No podía continuar creyendo que tenía un futuro aquí ni debía permitir que Turey pensara lo mismo.
Salió del bohío en dirección a la choza de Alejandro, necesitaba hablar con alguien. En el trayecto notó mucho movimiento, como si toda la aldea estuviera preparándose para marcharse. No se detuvo a preguntar el porqué de tanto alboroto, fue directo a ver al behique.
Al llegar tuvo que agarrarse del marco de la puerta para no caer al piso. Alejandro estaba recibiendo los placeres que brindaba el sexo oral mientras tenían su boca pegada a los pechos de otra mujer.
—¡Usted es un pervertido!
Alejandro giró el rostro y la miró con una expresión rara. En parte, sorprendido y en parte, escéptico.
—¿Ya se les pasó la fiebre? —preguntó al incorporarse.
La pareja que le brindaba placer al Behique salió del bohío entre carcajadas. Las vio alejarse boquiabiertas. Así que la liberación sexual no comenzó en los años setenta, sino siglos antes. No perdió tiempo y derramó todas sus preocupaciones y dudas en torno a su situación. Alejandro la escuchó mientras colocaba su hamaca y otros artículos dentro de su macuto.
—Por eso te dije que no te encariñaras...
—No me venga con sermones —escupió.
—Pues no es un reproche, es un simple recordatorio. Olvidaste que eres una viajera, no perteneces a este lugar y por lo que veo no quieres echar raíces, pero no te tembló la mano en plantar semillas. —Su voz sonó dura y firme.
Cris contuvo el aliento y apartó la mirada. Le comenzó a doler el pecho.
—Por otro lado, me parece inhumano que desees irte sin antes, por lo menos, darle una explicación a Turey.
—¿Inhumano? —Cris comenzó a caminar de un lado hacia otro, sintiéndose enjaulada, se llevó las manos a la cabeza. —Nunca deseé venir aquí, admito que fue mi error en no creer en las palabras de Luis Emilio, pero es abusivo todo lo que estoy pasando.
—Injusto o no, debes de hablar bien claro con Turey. —Cris lo miró con rabia—. Maldición muchacha, ese tipo ha pasado por tantas cosas que me sorprende que no ande como un loco por los montes. He visto vez tras vez como lo humilla y maltrata Coaxigüey, y tú solo quieres largarte y colorín colorado, el cuento del taíno se ha acabado.
Cris no podía contener tanto enojo en su interior. Comenzó a caminar hacia Alejandro, indignada.
—Me lo dice un tipo que se hace pasar por médico y ni siquiera sabe diferenciar la sábila del maguey, acabo de encontrarlo recibiendo una felación mientras estaba enganchado a una teta.
Alejandro se llevó una mano al pecho.
—No me venga con falacias—continúo—, estoy viviendo con medios salvajes que en los libros los pintan como personas felices e inocentes cuando usted sabe muy bien que en verdad muchos distan de ser así. Tuve que lidiar con unos Caribes que intentaron abrirme el cuello en canal, enterarme de que unos genocidas culturales desean destruir mi presente. Aparte de convivir con un maldito dictador que me coaccionó para que me casara con un hijo al cual odia, sin contar que tengo a su hija encaprichada conmigo.
» Y sí, vine aquí porque siento que me ahogo, necesitaba un amigo y creo que eres lo más cercano a eso. No sé en qué momento empecé a sentir cosas por Turey, no lo planeé ni tampoco pude evitarlo. Me aterra el solo pensar en abandonarlo, pero tengo miedo de quedarme atrapada en este lugar. No sé si lo amo en verdad porque hasta hace poco pensaba que amaba a otro hombre, sin embargo, ahora me imagino toda una vida con él. Esto me tiene deprimida. Me he convertido en una chica dependiente. Me abruma como mi corazón se acelera al verlo o escucharlo y, aun así, deseo irme a casa. Quiero ver a mi familia porque los extraño.
Alejandro le clavó la mirada en la garganta, donde el pulso le latía a un ritmo frenético. Caminó hacia ella y le puso una mano en el hombro, la miraba con los ojos llenos de compasión.
—He sido muy duro contigo. Lo admito, no obstante, mi mensaje sigue siendo el mismo. Les llevamos ventajas. No quisiste venir aquí, pero aceptaste muchas cosas, ya sea por desconocimiento o por lo que sea. Ahora te toca tomar la mejor decisión, no la que te convenga, sino la que te ayude a avanzar. Espero que encuentres una respuesta a todas tus preguntas. Recuerda que nadie puede vivir con el corazón dividido. Busca la manera de unificarlo.
—Lo pone muy sencillo.
—Es uno quien pasa lo difícil a fácil—expresó tomando su barbilla entre sus dedos—. Y mira una algo, soy un médico certificado por grandes series ganadoras de Emmys, con años de experiencia. Admito que casi se me van algunos con la pelona, pero hasta ahora ninguno ha estirado las patas.
Cris rio mientras se limpiaba las lágrimas que no sabía que había derramado. Abrazó a Alejandro soltando de golpe todo el aire que tenía retenido. No supieron cuánto tiempo se quedaron así, abrazados, en silencio.
—Y otra cosa, no obligo a nadie a darme mamadas ni que me ahoguen con sus tetas. Todo lo que hago es con consentimiento. Nada de viejas, tuñecos, niños ni animales.
—¿Ni hombres?
El behique sonríe como un idiota.
—Cris, cuando estás en medio del Cohoba, le entras a todo. Y lo bueno es que no me arrepiento de nada.
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