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Capítulo uno: 7 años.

"Día 2,555:

Hoy es mi cumpleaños número veintiuno. No puedo creer que hoy se cumplan siete años desde que mi vida haya dado un cambio para mal.

Ya no lo soporto más. Ésta vida no es la que elegí, sino la que eligieron por mí...ya no soporto éste lugar, a estos monstruos que se disfrazan de humanos. Simplemente es horrible lo que me han hecho, no solamente a mí, sino a cientos de mujeres más que están aquí en contra de su voluntad, haciendo asquerosidades, haciendo que aquellas bestias se pudran en dinero y poder cada vez más. Me siento sucia, sin valor; me quitaron mi dignidad y ahora estoy más que segura que no la volveré a obtener de nuevo.

Al principio pensaba que la mejor salida es la muerte, lo pienso...

Mi cuerpo y alma ya no da más."

En aquel entonces Savannah era una huérfana de catorce años cuando llegó una familia y la adoptó. Resulta que la inocente niña creyó que al fin podría tener una familia que la amara y cuidara, pero hicieron todo lo contrario...

Cada día obligaban a Savannah y a cientos de chicas más a salir a la calle a vender su cuerpo por simple papel. Unas llevaban más tiempo que otras. Algunas se suicidaron y pocas escaparon, mientras que otras estaban allí por gusto.

Ella miraba por la ventana de su cuarto mientras escribía en su libreta, como todos los días. Se quedó viendo un punto de la ventana, en donde decía "Ayúdenme" en inglés. En el primer mes se había cortado la palma de la mano con un pequeño vidrio que encontró y escribió ese mensaje, aun sabiendo que nadie lo vería. Ahora era de una tonalidad café, porque la sangre ya tenía años en esa ventana. Tenía cientos de cuadernos en donde escribía cada día cómo se sentía. Ese era su único escape de la asquerosa realidad. Lo único que esos monstruos permitían que tuviera.

—Eh, puta, es hora de trabajar —anunció Paulo con una sonrisa en su boca. Ese era el jefe—.  Deja tus idioteces para después del trabajo. —la chica, llena de temor dejó su vieja libreta en la cama.

—Ahora voy...—expresó con temor. El hombre se marchó de la pequeña habitación, cerrando la puerta con fuerza—. Aquí vamos, otro día más...—dijo en un pequeño susurro.

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