EXTRA
Un extra para conocer un poco más a nuestro hermoso Alex <3.
Hace 6 años
Alexander, 18 años
El sonido seco de los disparos resonaba en el aire, marcando un ritmo constante. Era temprano, tan temprano que el sol apenas asomaba sobre el horizonte, pintando todo con un tenue resplandor naranja. Estaba solo en el campo de tiro privado, como siempre prefería. Nadie para distraerme. Nadie para interrumpir. Solo el eco del arma y mi concentración absoluta.
Tomé el arma con calma, dejando que el peso se acomodara en mi mano. Sentía la fría textura del metal, familiar y reconfortante. La pistola era una extensión de mí mismo, una herramienta que debía dominar, no solo para sobrevivir, sino para mantener el control en este mundo de mierda.
Apunté al blanco frente a mí. A 30 metros, el centro de la diana parecía minúsculo, pero no necesitaba verlo del todo. Ya sabía dónde estaba.
Respiré hondo, sosteniendo el aire en mis pulmones. Mi dedo se movió al gatillo con una precisión ensayada. Un disparo. Silencio. El agujero negro apareció justo en el centro de la diana.
Volví a repetir el movimiento, cada vez más rápido, hasta que los disparos se convirtieron en un flujo constante, casi musical. Cuando descargué el último cartucho, el blanco estaba destrozado, los agujeros formando un grupo tan apretado que podría pasar por uno solo.
Bajé el arma y me quité los audífonos. El aire fresco chocó contra mi rostro sudoroso, pero no me importó. Me dirigí a una mesa cercana, donde otro juego de armas me esperaba. Era parte de la rutina: precisión, velocidad, resistencia. No había espacio para errores.
Mientras cargaba el rifle, noté un leve movimiento al borde de mi visión. Giré la cabeza, encontrándome con Anthony, quien se apoyaba despreocupadamente en una pared cercana, observándome.
—¿Adentrándote en el mundo criminal de papá, hermanito? —comentó, su tono era sarcástico y sus ojos atentos.
—Haciendo lo que el único imbécil de esta familia no hace —respondí con su mismo sarcasmo, mientras me colocaba de nuevo los protectores auditivos.
Volví al trabajo, ignorando su presencia. Aquí, en el campo de tiro, no había pasado, ni futuro, ni complicaciones. Solo el presente, el arma en mi mano y el control absoluto de mi entorno.
Antonio Davies, el líder de la mafia Italiana, mi padre. Había sido un jodido grano en el culo todos estos putos años, si no se hacía lo que él quería, no se hacía. Me hartaba estar bajo sus órdenes todo el maldito tiempo, pero en mi cabeza se repetían una y otra vez sus malditas palabras "eres el futuro de esta familia". Futuro una mierda, yo era un puto crío aprendiendo lo que según mi padre se necesitaba para sobrevivir en esta vida. Y sí, estaba muy jodido.
"Alexander concéntrate, Alexander no sirves para nada, Alexander no estás dando lo mejor de ti, ¿Qué clase de hijo tengo?"
Me decía cada vez que se le presentaba oportunidad, maldita sea esa mujer. Hoy en día no me arrepiento de a mis dieciséis años haberle pegado un tiro justo en la frente, algo que debe estar jodiéndole la cabeza en el puto infierno. Era el doble de insoportable que Antonio, aún no me llega la información sobre como carajos se casó con esa puta desgraciada. Pero estoy seguro que su amor por ella era tan inmenso, que le valió tres tiras de mierda ver a su hijo mayor matar a su madre frente a él.
Recuerdo a Anthony desplomándose en el suelo y apegándose por última vez al cuerpo de su madre, mientras me tildaba de asesino. Lloraba patéticamente, como el débil que era, al final madre e hijo. Yo permanecía en una esquina, y la sonrisa en mi rostro era inevitable, por primera vez me sentí increíblemente feliz. Y no, no me daba pena, no existía un atisbo de arrepentimiento de mi parte. La prefería muerta a ella, a terminar muerto yo a base de golpes, y como yo iba primero que ella y que todo el jodido mundo, entonces la maté.
Pero claro, aquí el único malo era yo, el malo que Antonio eligió como su hijo prodigio. Decía que Anthony era un jodido débil que le recordaba a Isabella, que la debilidad nunca serviría de nada y que él era todo el significado de palabra. Tenía razón, la muerte de Isabella lo llevó a volverse el triple inútil de lo que era. Bebía todas la noches, se iba a bares hasta el otro día, se la pasaba fuera de casa la mayoría del tiempo, gastaba dinero en cosas estúpidas y a decir verdad ya no sabía que hacer con su vida tan mediocre.
Aún seguía pensando que alguien se preocuparía por su estado mental, pero Antonio era un bloque de hielo al que sus hijos le importaban un comino y más esos que no le servían para absolutamente nada o para continuar con su perfecto legado de líder. Anthony era eso, un cero a la izquierda en esta familia y realmente a mí me daba igual lo que hiciera o dejara de hacer, como si se pegara un tiro para acompañar a su patética madre.
Flashback
—¡Eres un inútil niño! —gritó, impactando su mano contra mi rostro.
Coloqué mi mano en mi mejilla izquierda, que ahora ardía y se encontraba de un rojo intenso. Apenas podía creerlo, aunque no era la primera vez. La mujer ante mis ojos, a quien el mundo reconocía como mi madre, pero a quien yo solo veía como un monstruo disfrazado, me había vuelto a pegar.
El silencio en la habitación era sofocante, solo interrumpido por mi respiración entrecortada. Sabía que no valía la pena contestarle. Lo había aprendido a golpes, literalmente.
Las noches con ella siempre eran una ruleta rusa. Nunca sabía qué iba a desencadenar su furia. Un vaso mal colocado, una palabra dicha fuera de lugar, incluso algo tan simple como no cruzar los brazos correctamente. Cualquier cosa podía ser el detonante.
Los golpes siempre llegaban rápidos, sin previo aviso, y nunca se limitaban a una simple bofetada. Su mano abierta quemaba mi rostro, pero era solo el principio. Si algo realmente la irritaba, usaba lo que tuviera a su alcance: un cinturón, un jarrón, cualquier objeto que pudiera causarme dolor.
Recuerdo cómo me obligaba a mirarla a los ojos mientras me insultaba, su aliento cargado de alcohol invadiendo mi espacio.
—Mírame cuando te hablo, maldito ingrato. ¿Crees que puedes desafiarme?
Y yo lo hacía, aunque no porque quisiera, sino porque sabía que si no lo hacía, las cosas empeorarían.
Había noches en las que me encerraba en mi habitación, pero ella siempre encontraba la manera de entrar. Golpeaba la puerta hasta que mis oídos resonaban con el eco de sus gritos. Cuando finalmente lograba entrar, su rostro deformado por la rabia era lo último que quería ver, pero no tenía escapatoria.
—No eres más que una decepción. ¡Igual que tu padre!
Sus palabras eran tan afiladas como los objetos que a veces lanzaba. Aún podía sentir el frío del suelo en mi espalda cuando me empujaba al caer. A veces despertaba con el cuerpo adolorido, marcas en los brazos, las piernas, y una garganta seca de tanto llorar en silencio.
Era un ciclo sin fin, una pesadilla de la que no podía despertar. Por mucho tiempo pensé que tal vez me lo merecía, que quizás había algo intrínsecamente malo en mí. Pero con el tiempo entendí que no era yo el problema, era ella.
La única paz que encontraba era en los momentos de soledad, cuando la casa estaba vacía y podía pretender que vivía en otro lugar, con otra vida. Una vida donde una madre significara protección, no miedo.
Ahora, mirándola directamente, podía sentir como la ira burbujeaba bajo mi piel, mezclándose con la resignación. Pero no iba a darle la satisfacción de verme quebrar. Nunca más
—¿Ya terminaste? —pregunté con frialdad, aunque por dentro todo me quemaba.
Ella me miró, sorprendida por mi tono, pero no dijo nada más. Se dió la vuelta y se marchó, dejándome solo con el peso de su violencia y sus propios pensamientos oscuros.
Fin del flashback
Atravesé el jardín con pasos rápidos, hasta llegar a la gigantesca mansión. Una pequeña pelinegra, con ojos azules intensos que podrían joderte en segundos se acercó a mi corriendo, extendiendo sus pequeños brazos. La alcé en el aire, dándole una sonrisa mientras ella reía contagiosamente.
—Pequeña revoltosa —le acaricié la mejilla.
—Dónde estabas? te estaba esperando para comer y engordar juntitos —junto sus manitos.
Reí ante su comentario y caminé hacia la cocina.
—Estaba ocupado, pero ahora sí vamos a engordar juntitos.
La pequeña pelinegra empezó a reír nuevamente. La senté en la mesa y busqué algunas golosinas en el refrigerador, las coloqué en un tazón grande y se las llevé.
—¡Golosinas de colores! —exclamó, con emoción.
Esta pequeña revoltosa, era Amaya, mi hermana menor. Realmente era lo único bueno de esta familia, tan pura e inocente, ignorante a toda la mierda que hay detrás de todos a los que ella ama. Ella era mi razón de ser, y si soy sincero lo único que amaba que provenía de aquella señora que me jodió la vida. Aunque sabía que esta felicidad duraría muy poco tiempo, sabía que a medida que fuera creciendo, Antonio la convertiría en su nueva herramienta. Me había prometido protegerla a toda costa y ya me veía fallándole, mientras todo se resolvía al modo Antonio Davies. Es decir, si no morías en el intento, morirías torturado todo una vida con él.
Ahora mismo me sentía atrapado entre ambas opciones.
Yo debía ser el hijo prodigio y perfecto que no se limita a cometer errores, Anthony era una pérdida de tiempo y Amaya muy pronto continuaría con toda esta mierda de la que intento mantenerla apartada. Pero no hacía falta que mi madre estuviera viva para joderme, porque Antonio me bombardeaba el culo cada que podía. Daba igual lo que hiciera o no, para él yo era su hijo favorito al que defendería hasta al final, pero eso me importaba una mierda. Estaba hastiado de todo lo que me rodeaba, pero era un Davies, y los Davies éramos cualquier cosa menos débiles.
Actual
Una botella de whisky se encontraba entre mis manos, mientras observaba hacia la nada en el jardín. Fiorella, la sirvienta vino corriendo hacia mí, interrumpiendo mi corto tiempo de tranquilidad.
—¿Y ahora? —pregunté, sabiendo que se trataba de mi padre.
—El.. señor Antonio —su voz era sofocada—Lo necesita en su oficina.
Rodeé los ojos, fastidiado. Me levanté del asiento con rapidez y le estreché la botella a Fiorella. Me adentré en la casa, subiendo las escaleras hasta llegar al lugar donde se encontraba mi padre. Amaya decía que era el lugar del terror porque no dejaban que ella entrara, aquel recuerdo me hizo reír por unos segundos antes de encontrame con el rostro serio de Antonio.
—¿Puedes dejar de ser un alcohólico como tu hermano y tu madre? —su tono de voz representaba su enojo.
Chasqueé la lengua sin darle mucha importancia a sus palabras, tomé asiento en la silla frente a su mesa y estiré los pies sobre la mesa.
—No quiero ser un trastornado como tú —respondí.
Su expresión se volvió un poco más relajada ante mi comentario, aunque sabía que esas palabras le daban en su orgullo. Pero por supuesto, sabía muy bien como sepultar el sentimiento.
—No seas imbécil y concéntrate —dijo, levantándose de la silla y acercándose a la vitrina donde guardaba unos trofeos y recuerdos de no sé que—¿Ves esto? son todos mis logros.
—¿Logros de qué? ¿De él más traumado, trastornado o algo más? —me reí con sarcasmo—Vamos Antonio, sé que la muerte de tu esposa te causó trastorno.
Rodó los ojos, sin hacerme mucho caso.
—Cuando eres un buen líder, te ganas el respeto de los demás —continuó con su patética charla—Y si sigues como vas, lo único que te ganarás serán disparos.
Todos los días me hablaba de lo mismo, como si me importara ser un buen líder o la mierda esa. Antonio planeaba hacerme igual a él, aunque el mundo me recordaba constantemente que éramos igual de arrogantes e insoportables. ¿Y saben qué? me vale tres kilos de mierda.
—¿Alexander, como vas con lo que te pedí? —preguntó.
Saqué un chicle de mi bolsillo, llevándolo a mi boca.
—¿Lo hiciste, no?
Masqué el chicle, mirándolo con una ceja levantada.
—¡Te estoy hablando, hijo de puta! -se desesperó.
Reí ante su expresión desesperada y frustrada.
—Está muerto —dije con normalidad y pude ver que su rostro se relajaba.
—Bueno, por lo menos haces algo bien en toda tu puta vida —prendió un cigarro—Ahora, ya sabes que hacer con la hija de Morgan.
—Si, si lo que sea.
Rebecca Morgan, la herdera de Rafael. Vaya que hermosa familia, que pena que no todo tenga un final feliz. Ya había conocido a la mujer y había tenido ciertas... interacciones con ella. Era realmente hermosa no lo niego, pero no había tenido que mover ni un dedo para que cayera rápidamente. Aveces sentía la necesidad de buscarla y encerrarla en algún lugar para que nadie más que yo la tuviera, y pensaba que los traumas de Antonio me comenzaban a hacer efecto. Debía dejar de pensar con la cabeza de abajo, y pensar con la de arriba.
Aunque cualquier hombre se perdería con una mujer como Rebecca, pero Antonio tenía razón, debía concentrarme.
—Procura no enamorarte de ella porque te corto la cabeza —aclaró Antonio.
—¿Y verme como tú en unos años cuando le mataron a la mujer? No gracias.
Le dió una calada al cigarrillo, soltando el humo por la boca.
—Bien, eso me tranquiliza. ¿Cómo vas con eso? —preguntó.
Le dí una leve vista a mis uñas.
—¿Quieres que te cuente como me la follé?
Me observó pensándoselo.
—No, me vale mierda tu vida sexual.
—Genial.
Antes de que pudiera continuar la conversación, Viviana entró a la oficina con Anthony agarrado de la camisa. Su estado era sumamente asqueroso, parecía que se había llevado los bares de toda la ciudad y ni hablar de su deporable rostro. La expresión de Antonio lo decía todo, estaba desepcionado y cansado de su propio hijo y de las estupideces constantes que cometía.
—Lo encontré en unas cuadras antes de llegar a la mansión —dijo, Viviana.
No sé por qué, pero ella era mi chismosa favorita. Informándole todo a mi padre, y tan jodidamente enamorada de él, incapaz de desobedecerle. Su situación aparte de risa, me daba pena. Antonio puede que no le importara Isabella, pero para él, era imposible sustituirla.
—Gracias, Viviana, puedes irte —ordenó mi padre, a lo que ella obedeció.
Yo, por mi parte, observaba toda la escena, preparándome para el sermón que se venía. Anthony se tambaleaba en su lugar, cayéndose al sillón, incapaz de mantenerse firme.
—¿No pude tener un hijo más inteligente, no? —le dijo, Antonio.
—Tienes uno —me miró con una ceja alzada—Yo —me señalé.
Antonio ignoró mi comentario, concentrándose en Anthony nuevamente.
—¡No eres un puto crío, Anthony! ¡Sé hombre de una vez y deja de cometer tonterías! —su voz resonaba en la oficina.
Anthony soltó una risa, mientras sus ojos se abrían y cerraban varias veces, asimilando la situación. Intento levantarse, logrando tambalearse nuevamente.
—Claro, lo que tu digas papi —respondió riéndose—Lástima que no tengas un hijo tan perfecto como Alexander ¿verdad hermanito?
—No compares tu coeficiente intelectual con el mío, porque no me llegas —contesté a su vil provocación.
De un momento a otro Anthony caminó hacia donde yo estaba, tambaleándose en el trayecto. Me levanté de la silla, poniéndome a su altura, enfretándolo con la mirada.
—¿Te quieres hacer el pefecto, eh? —apuntó su dedo a mi pecho.
—No, porque ya lo soy —sonreí irónico—Lamentablemente nací con el don de la perfección.
Río, antes de aferrarse a mí dejándome su olor de alcohólico en la nariz. Me quedé inmóvil, cuando de repente solo... empezó a llorar patéticamente. Podía ver la expresión de Antonio por el rabillo del ojo, era de asco total. En verdad, sentía lo mismo.
—Este tipo te ha vuelto un monstruo, solo sé...el otro...quiero al otro Alex —balbuceó dramáticamente.
Ya no hay otro Alex ni una mierda, ahora soy este, este nuevo Alexander forjado por recuerdos oscuros que quedaron en el pasado, este que no le importa nada ni nadie. Algo que Isabella me enseñó, es que la debilidad no existe en este mundo, debo mantenerme firme y aguantar lo que sea. Antonio solo reforzó todo lo que aprendí con ella a los golpes. Y daba igual porque me sentía bien así, siendo el mal nacido que le da igual el mundo.
Empujé a Anthony lejos de mí, y me limpié la camisa que ahora estaba mojada por sus patéticas lágrimas.
—Deja de ser tan patético, que no te sirve de nada.
—¿Por qué la mataste? —gritó, con rabia—Era lo único bueno que teníamos... que tenía.
—No me arrepiento, era tan patética como tú —respondí, tranquilo—¿y sabes que hago con la gente así? La desaparezco.
—¡Estás tan jodido como papá, los dos están bien jodidos! —gritó, dándome golpes en el pecho—¡Deja de actuar como un imbécil!
Lo volví a apartar, tirándolo al sillón.
—Cierra tu boca antes de que una bala te penetre el pulmón derecho y te quedes sin aliento de vida, haciéndole compañía a tu madre —dije, antes de salir de aquella oficina dando un portazo.
Anthony realmente se comportaba como un imbécil, cada paso de él era una caída lentamente al infierno. Se la pasaba de fiesta en fiesta y cuando no, lo veías llorando en su habitación por el curso tan mediocre que tenía su vida. Estaba esperando pacientemente que se pegara un tiro, así, uno menos para el círculo de los patéticos. La familia de Isabella siempre lo fue, tan patética, ridícula y débil, Antonio se debe estar martiriando con eso. Y parece que Anthony le salió del otro lado, porque en él no había más que debilidad.
Y yo odiaba eso, ser débil era algo que nunca me permitiría.
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