Capítulo 3
Rebecca
Faltaban pocos minutos para que Jane viniera a buscarme e irnos a esa misteriosa fiesta. Sentía un nudo en el estómago, pero no sabía si era por la emoción o por el mal presentimiento que tenía desde que Alexander dejó caer sus palabras amenazantes. Me miré al espejo por última vez, evaluando mi atuendo.
Llevaba un vestido negro ajustado, sencillo pero elegante, que me llegaba justo por encima de las rodillas. El escote era sutil, lo suficiente para no llamar demasiado la atención, pero lo bastante atractivo como para no pasar desapercibida. Me puse un abrigo largo de lana gris oscuro encima, ajustándome el cinturón a la cintura. Hacía mucho frío fuera, y lo último que quería era congelarme antes de llegar.
Miré el reloj. Las 9:00. Faltaban pocos minutos para que Jane viniera a buscarme, e irnos a esa misteriosa fiesta. Me miré una última vez en el espejo y me pasé las manos por el rostro nerviosa. Sabía que lo que me esperaba no era una simple fiesta, pero necesitaba comprobarlo por mí misma.
El sonido de un coche aparcando me sacó de mis pensamientos. Caminé hacia la puerta y cuando la abrí, Jane estaba allí, apoyada contra su coche, con una sonrisa que parecía esconder mucho más de lo que dejaba ver.
—¿Estás lista? —preguntó, observándome de arriba abajo.
Asentí en silencio, y sin más preámbulos, subí al coche junto a ella. Nos pusimos en marcha rápidamente, y mientras el coche avanzaba por las calles vacías de la ciudad, el silencio entre nosotras comenzó a hacerse incómodo. Jane rompió la tensión con una sonrisa tranquila.
—No dejes que el carácter de Alexander te arruine la fiesta —dijo, sin apartar la vista del camino—. Conocerás a sus amigos. Son muchos, no te líes con ninguno.
Solté una pequeña risa, sorprendida por su advertencia.
—¿Algo más que agregar? —pregunté, con un toque de ironía.
Jane me miró por unos segundos, evaluando su respuesta. Sabía que había mucho que debía decirme, advertirme quizá, pero optó por dejar que yo misma descubriera lo que me esperaba esa noche.
—No, es todo —respondió finalmente, con una ligera sonrisa que me inquietó.
El resto del trayecto se hizo en silencio, pero el aire estaba cargado de expectativas.
Llegamos a un lugar apartado, lejos de las luces brillantes del centro de la ciudad. A lo lejos, se distinguía una casa, bastante grande de dos pisos, iluminado por luces de neón azul que titilaban tanto en el exterior como en el interior, creando un ambiente oscuro y misterioso. A medida que nos acercábamos, pude ver una piscina al fondo, rodeada de personas que parecían disfrutar de la noche en ese rincón exclusivo.
Jane aparcó y salió del coche sin esperar una palabra más. Me quedé unos segundos observando el lugar, sin saber muy bien qué esperar de todo aquello. Finalmente, la seguí.
Jane caminó con determinación hacia una puerta lateral, alejándose de la multitud principal que se agolpaba en la pista de baile. Las luces de neón azul bañaban todo el lugar en un resplandor misterioso, dándole un aire clandestino. Pasamos junto a la piscina, donde algunos se relajaban con copas en mano, y nos dirigimos hacia una escalera que conducía al segundo piso, donde estaba la zona VIP.
Cuando llegamos, un guardia, aún más imponente que el de la entrada principal, nos bloqueó el paso. Su mirada fija y seria hizo que por un momento dudara si debía estar allí.
—¿Identificación? —preguntó con una voz profunda, dirigiéndose a Jane.
—Jane Coleman —respondió ella con su usual confianza.
El guardia asintió y se hizo a un lado, permitiéndole pasar. Justo cuando iba a seguirla, su brazo se interpuso frente a mí, deteniéndome bruscamente.
—¿Y ella? —inquirió, observándome de arriba abajo con evidente desconfianza.
Jane se giró rápidamente, sin perder la calma.
—Viene conmigo —dijo, lanzándole una mirada firme.
El guardia frunció el ceño, aún sin moverse.
—Pero... —comenzó a decir, claramente poco convencido.
Jane dio un paso adelante, su expresión se endureció.
—Viene conmigo —repitió, esta vez con una autoridad que no dejaba lugar a discusiones.
El guardia, tras una breve pausa, exhaló con resignación y finalmente apartó el brazo, dejándome pasar. Le lancé una mirada rápida a Jane, pero ella ya había vuelto a caminar hacia las exclusivas mesas de la zona VIP, como si nada hubiera ocurrido. Caminaba entre las mesas llenas de gente que charlaba y bebía despreocupadamente. Para ser sincera, todos tenían un aire peligroso, pero no me sorprendía, era típico de Alexander rodearse de personas que compartieran sus mismos problemas mentales y su oscuro estilo de vida.
Al fondo, distinguí al pelinegro sentado con un grupo de personas. A su alrededor había algunos chicos y dos chicas, todos relajados y hablando entre ellos. Parecían demasiado cómodos en este tipo de ambiente, como si lo dominaran.
Al llegar a la mesa, Jane saludó a Alexander y a los demás con un gesto que parecía formar parte de un código propio. Un leve alzar de manos y una sonrisa ladeada, algo que claramente indicaba que se conocían desde hace tiempo.
—¡Rebecca, ven! —me llamó, haciéndome un gesto para que me acercara—. Les presento a Rebecca Morgan.
Los ojos de todos se volvieron hacia mí en un instante, analizandome. Alexander me lanzó una rápida mirada desde donde estaba sentado, pero no dijo nada.
—¿Una Morgan en lugares como estos? —dijo un moreno de cabello rizado, levantando una ceja mientras me estudiaba de arriba a abajo.
—Sí, una Morgan —intervino Jane con una sonrisa maliciosa—. ¿Algún problema con eso?
Los chicos no dijeron nada más, pero podía sentir el aire denso a mi alrededor. Jane me agarró del brazo con firmeza y me obligó a sentarme a su lado, sin darme opción a negarme. El silencio se prolongó incómodo, como si cada uno estuviera esperando a que el otro hablara primero. Finalmente, fue una de las chicas, una rubia de mirada astuta, quien decidió romper el silencio.
—¿Quieren algo de beber? —preguntó, su voz calmada pero con un toque de impaciencia, mientras nos miraba a todos con cierta duda en los ojos.
—Sí, tengo la garganta seca —respondió al instante un chico castaño que estaba sentado al otro lado de la mesa, inclinándose hacia adelante.
Alexander estaba sentado en el sillón al fondo, observando todo el espectáculo con una ceja ligeramente levantada, como si nada de lo que ocurriera a su alrededor pudiera sorprenderle realmente. Su mirada oscura se paseaba entre los rostros, sin detenerse demasiado en ninguno, pero noté que de vez en cuando sus ojos se posaban en mí.
Una rubia, la misma que había ofrecido las bebidas, se acercó a él con paso seguro. Se inclinó lo suficiente para que solo él pudiera escucharla, y susurró algo en su oído mientras le sonreía de manera insinuante.
—¿No piensas divertirte esta noche, Alex? —dijo la rubia, su tono seductor, claramente intentando captar su atención. Colocó una mano en su hombro, deslizándola lentamente hacia abajo.
Alexander no la miró, manteniendo su vista fija en la mesa frente a él.
—No me interesan los espectáculos baratos, Charlotte —respondió con frialdad, sin apartar la vista de lo que sucedía alrededor, como si ella fuera poco más que una molestia en su radar.
Charlotte soltó una risa baja, pero era obvio que el desdén de Alexander le había afectado. Sin decir nada más, se alejó, lanzándome una última mirada antes de desaparecer entre la gente.
Alexander, después de que Charlotte se alejara, se incorporó ligeramente en el sillón, manteniendo su postura relajada, pero sus ojos ahora estaban fijos en Jane. Con un gesto discreto de su mano, la llamó.
Jane, que estaba charlando con uno de los chicos, notó su señal y se levantó para acercarse. Se inclinó hacia él con una sonrisa, como si estuviera esperando algún comentario sarcástico o una broma, pero Alexander habló con tono seco y autoritario.
—No le pongas alcohol en la bebida a Rebecca —ordenó, sin darle opción a discutir—. No tiene idea de lo que ocurre en estos lugares, y no pienso terminar de niñero
Jane entrecerró los ojos, pero mantuvo su sonrisa fingida. Asintió de manera leve y estaba a punto de girarse para regresar cuando Alexander añadió:
—Ah, y encárgate de esa rubia insoportable —soltó, refiriéndose a Charlotte—. No la quiero cerca de mí el resto de la noche. No tengo paciencia para sus juegos.
Jane dejó escapar una ligera risa sarcástica, pero no discutió. Sabía que cuando Alexander daba órdenes, no había mucho margen para cuestionarlo.
—Como quieras, Alex —respondió ella, lanzándole una mirada de reojo antes de volverse hacia mí, seguramente pensando en cómo cumplir con ambas "peticiones".
Mientras Jane se alejaba del salón, un chico de los que allí estaban, de cabello castaño y una sonrisa encantandora se acercó a mí. Tenía una mirada amigable y un aire despreocupado, como si esta fiesta fuera lo más normal del mundo.
—Así que eres Rebecca Morgan ¿eh?. Soy Javier. — dijo sonriendo amablemente
Yo sonreí lo mejor que pude y pase mis manos por mis piernas, antes de que pudiera responderle, una de las chicas, la pelinegra que había estado sentada al lado de Alexander, lanzó un comentario mordaz que rompió la atmósfera ligera.
—¿Morgan en un lugar como este? —dijo, su voz cargada de sarcasmo. Se acomodó el cabello con un gesto despectivo—. Debes ser muy valiente o simplemente no sabes en qué te estás metiendo.
Estaba cansada de ese tipo de comentarios todo el tiempo y más cuando las miradas frías de Alexander me recordaban el porque no debería estar aquí. Antes de que pudiera defenderme, Javier intervino.
—No le hagas caso, ella siempre es así — dijo él, sonriendo, intentando aliviar la situación.
Sonreí falsamente y me levanté de la mesa con cuidado, pasando las manos por mi vestido para alisarlo.
—Iré abajo a buscar a Jane, no me tardo —dije, sintiendo la necesidad de escapar de la incomodidad que había crecido a mi alrededor.
Alexander me miró con indiferencia y, en un gesto casi imperceptible, hizo una señal a Javier, quien pareció entender perfectamente lo que se esperaba de él.
—Voy contigo —dijo Javier antes de que pudiera dar un paso más.
Me detuve, sintiendo que mi intento de huir de la mesa había sido frustrado. Miré a Javier, intentando mantener la calma mientras una pequeña parte de mí se preguntaba si realmente quería compañía o si simplemente estaba bajo la mirada vigilante de Alexander. Sin decir más, comencé a caminar hacia la salida, con Javier a mi lado, sintiendo el peso de las miradas de la mesa en mi espalda.
Bajé las escaleras con la sensación de que Javier me seguía de cerca. Al llegar al último escalón, miré hacia arriba y me quedé paralizada al ver cómo la pelinegra se lanzaba a Alexander, llenándolo de besos apasionados. Mi corazón dio un vuelco, y una oleada de sorpresa me recorrió.
—¿Son novios? —le pregunté a Javier, con la voz entrecortada.
Javier soltó una risa, como si la idea le pareciera absurda.
—Por favor, ¿Alexander? Él no se compromete con nadie. Solo está jugando, como siempre.
Mis ojos se desviaron de la escena. La risa de Alexander resonaba en la habitación, y eso me irritó. La ligera burla de Javier no hizo más que intensificar la confusión en mi pecho. ¿Era posible que todo fuera solo un juego para él?
Con una mezcla de curiosidad y frustración, decidí dejar la escena de Alexander y la pelinegra atrás y me dirigí hacia la barra, con Javier a mi lado. La música vibraba en el ambiente, y el murmullo de la fiesta se intensificaba.
—¿Qué quieres tomar? —me preguntó Javier mientras se acercaba al bartender.
—Un vodka con limón está bien —respondí, aún con la imagen de Alexander en mi mente.
Javier pidió dos tragos y, mientras esperábamos, no pude evitar hacerle preguntas.
—¿Y qué sabes de Alexander? —pregunté, intentando mantener la voz casual.
Javier soltó una risa, como si le divirtiera mi interés.
—Oh, Alexander es un experto en meterse en problemas. Siempre está en el centro de algún drama. Y no te conviene, ¿sabes? —dijo, mirándome con seriedad.
—¿Por qué no me conviene? —insistí, intrigada.
Javier se inclinó hacía mí, su tono se tornó grave.
—Mira, no sabes de las cosas de las que es capaz y mucho menos de lo que puede hacer, para destruirte en un instante. Tiene un talento especial para manipular a la gente, y no sería la primera vez que deja a alguien en el suelo.
A pesar de sus advertencias, una parte de mí no podía evitar sentirse atraída por el misterio que rodeaba a Alexander. Pero antes de que pudiera procesar mis pensamientos, el bartender nos sirvió los tragos. Javier tomó uno y lo alzó en un brindis.
—Por nosotros —dijo, sonriendo.
Chocamos nuestros vasos, pero en mi mente, una pregunta seguía resonando: ¿realmente Alexander solo era un juego? ¿O había algo más oscuro en su sonrisa arrogante?
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