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Capítulo 20

Rebecca

¿Quién era él? ¿Quién era ella? ¿Quiénes eran ellos?

La mujer que reconocí como la hija del líder de la mafia rusa, Irene Merkalova no tardó en acercarse con pasos firmes y mentón en alto hacia nosotros. Se veía muy segura de si misma y no bajó la mirada en ningún momento. Su hermano, Alexei Merkalova yacía a su lado con las manos en los bolsillos del pantalón y la misma seguridad que portaba su hermana.

—Bienvenidos —dijo con su acento natal.

Sus ojos me detallaron por unos segundos, extendiéndome una mano a forma de saludo a lo que yo accedí. Pasó su vista Alexander reparandolo hasta conectar sus ojos con los de él, hizo el mismo gesto de saludo pero el no se esforzó en estrecharle la mano, simplemente siguió de largo adentrándose en la enorme mansión detrás del señor Merkalova.

No tardé en seguirlo mientras observaba cada rincón de la casa, todo estaba extremadamente organizado en su respectivo lugar y los lujos no faltaban. Vladimir Merkalova, conocido como el líder de la mafia rusa, se dice que es un hombre con mucho poder, pero a decir verdad no es mucho lo que sé debido a que Alexander no se le da la gana de darme información sobre las cosas, él prefiere hacerlas a su manera.

—Bienvenidos a Yastrebinye Gory —dijo el señor Merkalova, tomando asiento en uno de los sofás junto a la chimenea.

Que cosa con ponerle nombre extraño a las casas, bueno supongo que cosa de rusos.

—Vamos a lo que vine, Vladimir —habló Alexander, acomodándose en el sofá frente a él.

Valdimir se llevó un cigarro a la boca, dándole una calada a este mientras miraba el fuego de la chimenea. Me acomodé varias veces en el asiento un poco incómoda, no sé porque pero mis instintos me decía que saliera corriendo de allí. Si ya de por sí los Davies eran unos dementes, los Merkalovas deben de estar trastornados.

—Alexander, tengo entendido que haz venido en lugar de tu padre ¿Por qué? —preguntó, mirando a Alexander.

—No estoy aquí para darte explicaciones, sabes muy bien a que he venido.

—No sabía que Davies y Morgan me necesitaran a estas alturas de su miserable vida -Vladimir le dió otra calada al cigarro.

Esa acción por parte de él me ponía nerviosa a altos niveles. Irene estaba sentada junto a su hermano, ocupando espacio en uno de los sofás más grandes mientras ambos observaban atentos la conversación que se desarrollaba en la sala. Unos cuantos guardias adornaban las tres salidas, la principal, una que daba a la piscina y otra que no tenía idea a donde daba.

Mis manos se fueron a mis rodillas que temblaban incontrolablemente. Alexander y Valdimir parecían llevar un juego de miradas desafiantes y la verdad me empezaba a preguntar qué hacía allí.

—¿Me vas a ayudar o no? —preguntó Alexander, pasando una mano por los mechones sueltos de su cabello.

—¿La necesitas?

—Sabes perfectamente que no.

Valdimir sonrió de lado.

—Dime si vas a lanzar tus manos al fuego porque estoy perdiendo mi valioso tiempo, Valdimir.

—Mis hijos te ayudarán.

—No quiero gente inútil trabajando conmigo.

—Sabes de sobra que no lo son, déjate de tus terquedades y acepta lo que te estoy ofreciendo. Antonio no estará contento si llegas con las manos vacías.

—Bien, pero a la que me jodan los mato a los dos y luego vengo por ti.

—No será necesario, mañana a primera hora se van a Italia.

_Hasta nunca —Alexander se levantó del asiento.

—Salúdame a tu papi —Valdimir volvió a sonreír cínicamente.

La conversación terminó ahí y no tardé en levantarme del asiento, siguiendo a Alexander que caminaba por los pasillos que parecían laberintos con esa seguridad y arrogancia que lo caracterizaba. Irene se apareció en el umbral de la puerta antes de que diéramos con la salida.

—Espero que les haya gustado la estadía —dijo con una sonrisa cínica como la de su padre.

Para nada.

Alexander le dió un empujón apartándola de la puerta y ella no tardó en refutar.

—Alex, tan egocéntrico como siempre. No has cambiado nada, aunque te pusiste más guapo.

Rodeé los ojos ante su comentario. No dejan de llover perras.

—Tus tácticas de coqueteo ya están vencidas, Irene —dijo sin voltearse a verla.

Ella emitió una risa perturbadora.

—Ay querido, el mejor dolor de cabeza que vas a tener será trabajar conmigo -su sonrisa se ensanchó un poco más- Ah y un gusto Raquel.

—Rebecca —corregí.

—Eso, nos veremos muy pronto querida —dijo lanzándome un beso.

Esto era jodidamente terrorífico, no sabía si era peor tener al lado a un maniático como Alexander o a una trastornada como Irene. Mis piernas comenzaban a flaquear al punto de que los tacones me molestaban a la hora de caminar.

—No seas lenta y camina más rápido, quiero salir ya de aquí —dijo Alexander apresurando el paso.

Apreté los labios tratando de contener mis impulsivas respuestas.

—Tu padre no se junta con gente normal ¿no?

—Que te importa —su típica respuesta salió a la luz, dejándome claro que no me iba a decir absolutamente nada.

Decidí guardar silencio y continué mi camino, tropezando de vez en cuando. Al llegar a la imponente reja que resguardaba la fortaleza Merkalova, un hombre ataviado de negro se acercó y la abrió con un gesto solemne.

Alexander pasó rápidamente y yo a duras penas lo seguí. Afuera estaba Enzo con su típica cara de burro cabreado. Alexander le prohibió pasar y eso fue algo que Vladimir permitió, de todas formas el no pintaba nada allí. La verdad era que yo tampoco aportaba mucho, pero el señor Merkalova insistía en que yo estuviera presente.

—¿Y? —preguntó.

—¿Qué? —Alexander lo observó con una ceja alzada.

—Que si conseguiste que...

—No te importa —no lo dejó hablar.

—Pero...

—Lo que Antonio quiera saber, se lo diré yo en Italia. Ahora sube a la camioneta y deja de hacerte el curioso.

Enzo se quedó callado, atacando las órdenes de Alexander. En el trayecto al hotel ninguno de los dos se atrevió hablar, el hombre que tenía al frente parecía estar metido en sus pensamientos quién sabe con quién y yo por mi parte no dejaba de pensar en los Merkalova. Eran una familia un tanto extraña, pero no se podía esperar nada de la mafia. Aquí todos eran así, no debía haber fallos porque de ser así deberías ir preparando tu tumba.

Me había quitado los tacones incómodos, dejando al aire libre mis pies hinchados puesto a que no había caminado mucho. Bajé de la camioneta observando el enorme y lujoso hotel donde estábamos hospedados, que fastidio estar aquí. Jane, Javier y Mariana se encontraban en una de las mesas del lobby tomando un café. Mariana no dudó en saltar encima de Alexander en cuanto cruzó la maldita puerta del hotel, llenado su cara con besos que se quedaban marcados debido al labial rojo.

«Maldita perra te mato»

Respire ondo antes de que mis impulsos me guiaran a cometer una locura. Seguí de largo, dejando a la pareja perfecta dándose amor y me acerqué a la mesa donde estaban Jane y Javier. Me dejé caer en la incómoda silla, soltando un suspiro.

—¿Cómo les fue? —preguntó Jane, observando mis pies descalzos.

—Vladimir aceptó ayudarnos a través de sus hijos —le dí un sorbo al café que me brindó Jane—Irene y Alexei Merkalova.

—Si Mariana es un incordio, multiplícalo por tres con ellos.

Estiré mi cabeza hacia atrás.

—No son personas muy normales que digamos.

—Ninguno de los socios de Antonio lo es —dijo Javier.

—¿Quiénes son ellos?

—Alexei es el heredero de Vladimir. Cuando el viejo fallezca, toda la fortuna será para él, asumirá el liderazgo y su esposa se convertirá en la dama de la mafia —explicó Jane—. Irene, por otro lado, es como la sombra de su hermano; su padre no quiere dejarle nada porque la considera demasiado irresponsable.

—Vaya...

—Mañana volvemos a Italia, trata de dormir bien te veo cansada —dijo Jane, terminando su café.

Asentí, levantándome del asiento para irme a mi habitación. No sin antes darle una última mirada a Alexander, que se encontraba con Mariana en una esquina diciéndole no sé que muy cerca de ella.

Reprimí el sentimiento de celos en mi pecho y seguí a mi habitación.

●▬▬▬✯▬▬▬●

Miré la hora en mi celular, 9:00pm. Me había pasado casi todo el día durmiendo y los huesos me dolían un poco. Aún traía puesto el albornoz y el cabello estaba recojido en un moño alto, ni siquiera me tomé el tiempo de cambiarme ya que estaba demasiado cansada con todo este lío de los rusos. Me apresuré al closet y busqué alguna prenda para ponerme esta noche. Opté por una saya de color negro y corta de una tela ligera que permitía libertad del movimiento. Combinada con una blusa blanca ajustada, que aportaba un contraste fresco y elegante a la vez y para terminar unas botas negras de tacón. Me tejí el cabello en una coleta alta, sin dejar mechones afuera.

Recojí la sudadera de Alexander que yacía doblada en la esquina de la cama, me preguntaba donde carajos estaba Lucas pero a la vez me alegraba que estuviera perdido por el mundo. Mientras más lejos esté de mí, mejor.

Busqué en mi celular el número del susodicho y marqué. Dió tres timbres antes de contestar.

¿Qué? —dijo al otro lado de la línea.

¿Dónde estás?

¿Ya me extrañas?

—Por supuesto que no, te dije que iba a devolverte tu sudadera. ¿O prefieres que aparezca en tu habitación y provoque una pelea entre tú y tu novia?

Nadie te lo impide.

—No jodas y dime dónde estás.

En la piscina, no tardes cuelga.

Me abrí paso a través del inmenso lobby, abarrotado de gente, hasta que finalmente llegué a la piscina, que brillaba con un intenso azul en la oscuridad. Busqué con la mirada la figura imponente de Alexander, quien estaba sentado al borde de la piscina, fumando. Me acerqué por detrás con pasos silenciosos, haciéndole saber mi presencia allí. Él levantó la vista, observándome con su casual inexpresividad, sus ojos profundos recorriendo mis piernas descubiertas antes de ascender lentamente hasta encontrar mis ojos.

—Toma —le lanzé la sudadera e intenté irme antes de que sus frías manos me detuvieran, posándose en mi brazo.

—¿Y ya?

—¿Qué? —alcé una ceja—¿Tenías otra perspectiva del momento?

—No sé —se levantó, superándome en altura—Yo pensaba follarte en la piscina.

Con pasos decididos se acercó más a mí, cerrando cualquier espacio libre entre nosotros.

—Busca a Mariana, siempre está dispuesta a cumplir tus deseos —le respondí, apartándolo.

Intenté irme nuevamente, pero Alexander me atrajo hacia él con fuerza, dejándome atrapada entre sus fuertes músculos.

—¿Por qué no puedes dejarme en paz? —pregunté, intentando soltarme—A tu lado todo es un problema, quiero tranquilidad.

—¿Segura que quieres "tranquilidad"?

—Sí —respondí con firmeza, mirándolo fijamente a los ojos.

El me dió una sonrisa de dientes perfectos, esa sonrisa de superioridad y arrogancia que lo caracterizaba como lo que exactamente era. Sabía que aunque intentara escapar de Alexander, de alguna manera terminaría en el mismo hoyo oscuro de siempre, atrapada y sin salida. Mi vida se basaba en una completa mentira, me negaba aceptar lo que mi corazón decía cada vez que ese ser estaba cerca de mí, cada vez que me daba una sonrisa o cuando me detallaba como un lobo hambriento. Entonces me comenzaba a arrepentir de no hacer caso a los obvias advertencias que hasta su mismísimo padre me dió.

—¡Alexander! —gritó, una voz femenina que mis oídos conocían de más.

Alexander volteó rápidamente hacia el otro lado, y no tardó mucho en descifrar de quien se trataba. Su mandíbula se tensó y en cambio yo, irradiaba una felicidad inmensa en aquel preciso instante.

—Oh —sonreí con sarcasmo—¿Que pasó bebé te asustaste?

—Cállate —murmuró, con voz evidentemente molesta.

Reí maliciosamente.

—Busquemos en el bosque mientras el lobo no está —canté—¿Dónde está?

Alexander apretó los labios.

—Oh ya sé, conmigo —susurré lo último cerca de sus labios.

Sonreí satisfecha al ver lo molesto que estaba, mientras Mariana seguía gritando su nombre, buscándolo. De un momento a otro me pegó a una de las mesas que se encontraba junto a las tumbonas y susurró cerca de mi oído.

—Esto no se quedará así, Rebecca.

Sonreí.

—Claro, dime ¿qué quieres que haga? —pregunté—Me escondo, huyo o dejamos que Mariana te descubra infraganti.

—Me da igual.

—Es tu novia, no querrás que te vea conmigo —pasé mis manos por su pecho.

Él las quito rápidamente.

—Ya.

—Hace un rato querías follar en la piscina, ¿ya no te apetece?

—Hace un rato querías tranquilidad ¿ya lo has olvidado?

Maldito.

Él sonrió satisfecho al ver que sus palabras me habían dejado sin respuesta alguna. Rodeé los ojos con fastidio y lo aparté con brusquedad, no estaba dispuesta a seguir aquí esperando que su "noviecita" lo encontrase e hiciera una de sus escenitas. Atravesé las mesas, logrando que Mariana me viese.

Si Alexander quería joderme, yo haría lo mismo. Y por supuesto sabía de sobra que a él no le gustaría para nada mi próximo paso.

—Marianita —dije, sarcástica.

—¿Que haces tú aquí? ¿Y Alexander?

—Allí —le señalé el lugar.

Se había quitado la camisa y estaba reclinado en una de las tumbonas, fumando tranquilamente, como si el caos a su alrededor no existiera. A simple vista, era evidente que Mariana estaba furiosa; avanzó hacia él con pasos decididos y no tardó en enfrentarlo.

«Malditas revueltas que me encantan»

—¿Se puede saber que haces aquí? —le preguntó, colocándo las manos en su cintura, adoptando una posición de taza.

Él no se inmutó, siguió fumando con tranquilidad. Sonreí de lado al presenciar tal escena, mientras me cruzaba de brazos.

—¡Alexander! —chilló—¡Te estoy hablando, respóndeme!

Le dió otra calada al cigarro, antes de contestarle con un tono neutral.

—No estoy de humor para tus escenas, déjame fumar tranquilo y follate al recepcionista si te hace falta.

No pude contener una pequeña risita.

—¿Qué te pasa? —refutó molesta—¿Andabas de puto con esta?

Sí, puto no, putísimo.

Alexander rodó los ojos, restándole importancia a su pregunta.

—Te voy advertir Alexander que si estás engañándome...

—Shh. ¿Escuchas eso?

Ella alzó una ceja, confundida.

—Tranquilidad, sal de aquí que no me la das.

Mariana no disimuló lo molesta que estaba ante los hirientes comentarios de Alexander hacia ella. En cambio él, se veía de lo más tranquilo, como si realmente no le importara lo que ella hiciera o dejara de hacer y eso muy en el fondo me daba una chispa de felicidad. Ella no dijo nada más, simplemente se fue, no sin antes darme una de sus miradas amenazantes que me hizo reír internamente.

—Ven aquí —ordenó.

—¿Qué?

Él se levantó y caminó hacia mí, pasando junto a la piscina sin detenerse. Desabrochó sus pantalones con facilidad, dejando ver su increíble estructura anatómica bajo la tela del bóxer que mis ojos no tardaron en detallar. Se lanzó al agua y, unos segundos después, emergió con el cabello mojado, acercándose al borde de la piscina. Me miró con una expresión seductora, dejando que el agua gotease de su piel mientras me observaba intensamente.

—¿No querías follar en la piscina?

El calor subió inmediatamente a mis mejillas, lo dije simplemente para molestarlo no quería hacerlo realidad.

¿O quizás sí?

—Ni lo pienses.

Se pasó una mano por su cabello mojado, apartando los mechones que goteaban agua sobre su frente.

—Si no estás dentro de la piscina en menos de un minuto, lo haré yo a mi manera.

Vale, eso no era una opción. Sin otra alternativa, comencé a quitarme las botas, seguido de la blusa, dejando al descubierto un sostén negro de encaje. Luego, desabroché la saya, revelando las bragas del mismo modelo que acentuaban mi figura, bajo la mirada intensa de Alexander, que me detallaba descaradamente.

Impaciente, me lanzó al agua de un tirón, para luego acorralarme a la pared de la piscina.

—Esto no es...

—No me importa.

Y sin darme tiempo a decir algo más, sus labios se estrellaron contra los míos, despertando una vez más esa sensación indescriptible que solo él me provocaba. Él no besaba tiernamente, él me besaba con fiereza, él me devoraba los labios como si los necesitara todo el tiempo, como si este momento le hiciera muchísima falta.

Sus manos jugaron con las tiras de mi sostén, hasta llegar a mi espalda, desabrochando la prenda que cubría mis pechos. Masajeó cada uno de ellos al mismo tiempo, mientras su boca fue descendiendo por mi cuello dejando besos húmedos en el hasta llevar sus labios a una de mis tetas. Chupó y lameteó, mientras con la otra mano masajeaba.

Mis brazos rodearon su nuca y posé mis manos en su cabello mojado, atrayéndolo más a mí. No tardó en agarrarme las piernas y rodearlas a su cintura, arrancándome las bragas con fuerza y penetrándome de una vez con brusquedad.

—¡Joder, Alexander! —gimí, sintiendo el intenso placer que me provocaba mientras se movía dentro de mí.

Colocó sus manos en mi culo, apretándolo con firmeza mientras entraba y salía de mí con un ritmo intenso. Cada embestida era profunda y contundente, desatando una oleada de sensaciones salvajes que me hacían perder el control. Mientras gritaba su nombre indefinidas veces en un gemido de puro placer, revelando lo mucho que me gustaba esto.

—¿Te gusta? —enrolló mi pelo en sus manos, jalando hacia atrás.

No pude evitar morderme los labios con fuerza, intentado contener el gemido.

—Te hablé —dió una embestida más fuerte.

—Sí, sí, sí —dije con voz agitada, mientras me aferraba a él.

Él sonrió con suficiencia.

Alexander era un puto salvaje y yo me sentía jodidamente débil ante él. Yo no quería otros labios, yo no quería otras manos recorriendo mi cuerpo, yo no quería otra mirada, otra sonrisa. Yo no quería a otra persona, yo quería a Alexander Davies.

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