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Capítulo 17

Rebecca

Después de varias horas de tortura al lado del demente de Lucas que no paraba de soltar sus comentarios sarcásticos, por fin llegamos a Rusia. Lucas enganchó mi mano en su brazo y aunque me negué a caminar con él, su fuerza era demasiada comparada a la mía así que no me quedó de otra que bajar del jet junto a él, como si fuéramos pareja o algo parecido.

Por supuesto el primero en bajar fue Enzo, escoltado por sus hombres. En la pista había tres hombres con aspecto realmente tenebroso, de esos que los miras y te quieres morir allí mismo. Iban vestidos con elegantes trajes y cinco hombres más que no tenía idea de quiénes eran, pero vestían todos el mismo uniforme, al parecer hacían el papel de guardaespaldas. Cabe recalcar que Davies y mi padre se excedieron demasiado con todo ese rollo de la seguridad, como si Rossetti se fuera a aparecer de repente y pegarnos un tiro a todos en la cabeza. Igual, no descartaba la idea. En esto de la mafia nunca se sabe si vas a salir muerto o vivo.

Yo estaba en modo "supervivencia".

Después de que todos los faltantes bajaran del jet, a su calma por supuesto. Llegaron unas tres camionetas negras, que nos llevarían al hotel donde nos hospedaríamos. Enzo se subió a una de ellas junto con aquellos tres hombres misteriosos, que te hacían cagarte del miedo. En la otra camioneta nos subimos yo, Lucas a mi lado como siempre, Marco, Alexander, Mariana, Jane y Javier. Y por supuesto a Rebecca la suertuda le tocó sentarse frente a los "tórtolos". Ya por último, los guardias restantes, subieron a la última camioneta.

Sentía como el aire salía de mi cuerpo, no estaba acostumbrada a este tipo de cosas, de echo parecía un secuestro. Joder, me estaba cagando del miedo. Miré los ojos de Alexander, buscando la paz que raramente me daba. Si, digo raramente porque Alexander lo único que da son problemas y complicaciones para tu vida. Aunque a mi me encantaban aquellos problemas, que no deje ver mi masoquismo.

Ya basta Rebecca, concéntrate. No viniste a admirar la belleza colosal de Alexander.

No tardamos mucho en llegar al hotel, era grande de unos diez pisos, con un toque muy elegante y refinado. Me gustaba, aunque sabía que ahora eso era lo de menos. Habíamos venido con un solo objetivo, pero seguía preguntándome el por qué de algunas cosas. Los guardias se posicionaron en la entrada del hotel, vigilándola. No había rastro de los tres hombres misteriosos. Enzo nos hizo señas para que nos acercaramos a la recepción, un chico alto y delgado, de cabello rubio que le caía desordenado por la frente casi tapando sus ojos, que aparentaba unos dieciocho nos atendió.

—Buen día, señor —saludó el chico, amablemente a Enzo.

—Necesito cuatro habitaciones para ocho personas —dijo Enzo, directo.

El chico lo miró confundido por un momento, y con razón. ¿Cuatro habitaciones para ocho personas? No pensaba compartir habitación, y menos con el demente de Lucas. Se que lo pondrían conmigo para vigilarme toda la maldita noche.

—Por supuesto... —respondió el rubio, aún confundido.

Los dedos flacos y largos del chico que se encontraba tras la barra de la recepción, empezaron a teclear con rapidez en el ordenador. En la cara de Enzo se podía ver la desesperación, no solía tener mucha paciencia. Cuando el chico por fin termino de teclear, les dió cuatro llaves de distintos colores a Enzo, eran azules, amarillas, verdes y rojas.

—Alexander y Mariana —dijo Enzo, entregándoles la llave de color rojo.

Mi mayor miedo echo realidad, la víbora duerme con el tigre. Espero que no lo mate enroscándolo en la noche.

—Jane y Javier —les entrego la llave de color amarillo.

—Rebecca y Lucas —nos entregó la llave de color azul.

Maldita sea. No quería dormir con aquel demente, no conciliaría el sueño temiendo de que le entren sus ataques de sicópata en la noche y quiera intentar besarme como hizo anteriormente. ¿Qué clase de castigo era este?

Enzo y Marco eran los últimos que quedaban, por lo que deducí que dormirían juntos. La idea que se formaba en mi cabeza era una distinta a lo que mostraba la realidad. No, tengo entendido que ninguno es gay no pasará nada.

Observé las llaves de color azul en mis manos y luego a Enzo, lo odiaba, y luego a Lucas, lo odiaba el triple, y luego Alexander, mal nacido del infierno. Me acerqué con brusquedad hasta el chico rubio de la recepción.

—No voy a dormir con ese demente.

El rubio alzó la vista dejando ver sus horribles ojeras, parecía que habían echo un tiroteo y el pobre chico no había podido dormir en semanas con tal de vigilarse el culo. Enserio, daba miedo.

—Señorita eso no lo decido yo —se excusó y bajo la vista nuevamente, pasándola en el ordenador mientras tecleaba algo.

—No me importa, no quiero dormir con él y punto. ¿Sabe lo qué es dormir con un sicópata? —insistí y el negó con la cabeza—No poder pegar un ojo porque sabes que en algún momento le entrará un ataque paranoico y querrá matarte.

La expresión del chico cambió de una cansada, a una de miedo total.

—Señorita yo...

—Dame una llave para una habitación aparte y te dejaré en paz.

El rubio me observó pensándoselo un poco, y cuando justo estaba por acceder, intervino Enzo. Maldito.

—Rebecca, deja de hacerte pasar por loca, que no lo eres —su semblante totalmente serio daba miedo.

—Locos están todos si creen que voy a dormir con Lucas —dije señalando al demente, que estaba en un rincón fumando.

—Si quieres puedes dormir en el piso —se encogió de hombros.

—O simplemente podrían darme otra habitación —le respondí, con una sonrisa.

—No —sentenció Enzo y acto seguido me tomo del brazo arrastrándome a la fuerza hasta donde estaba Lucas.

—¡Suéltame! —intenté safarme, pero era imposible. Este tipo era realmente el doble de fuerte que yo.

—Por órdenes de tu padre, Lucas debe acompañarte a todos lados, así que deja de protestar a todo y empieza a cooperar que mi paciencia tiene un límite, niña. Tanto tu padre como el señor Davies han estado de acuerdo en dejarme a cargo, así que cumple con lo que se te ordena —dijo Enzo, con un tono de voz molesto y autoritario a la vez.

Vale. Los Davies eran una familia de locos, eso lo tenía claro. Antonio Davies estaba totalmente mal de la cabeza, su hijo Alexander estaba mil veces peor que él, heredó el carácter de su padre que podemos hacer. Anthony le valía mierda si el mundo se caía, él estaba feliz en su fortuna, y la pequeña Amaya inocente a todo lo que pasa a su alrededor. Y tanto ellos como sus secuaces no estaban bien de la cabeza, si Enzo le daban ganas de matarme, lo haría. Él haría todo para que no me metiera en su camino, se veía en sus ojos la ambición por dinero y poder.

Sin previo aviso me lanzó hacia Lucas, como si fuera una puta a la que iban a vender. En mis ojos se podía ver la rabia que tenía, ¿Quién carajos se creía este tipo?

Maldito loco.

—Llévatela, y enciérrala —ordenó Enzo a Lucas y mis ojos se abrieron con asombro.

—¿Te volviste loco?

—Nos veremos a la hora de la cena, mientras tanto Lucas se encargara de mantenerte encerrada para que no hagas otra estupidez

—Gillipollas —mascullé encuanto lo ví irse.

Lucas me agarró del brazo bruscamente y me arrastró a la fuerza. Intenté safarme pero fracasé nuevamente, que mierda comían estos hombres para estar tan fuertes. Pasamos por enfrente de Mariana quien nos miraba con extrañesa pero a la vez con una sonrisa formándose en sus labios, Alexander simplemente no prestaba atención.

Esa era la segunda en mi lista de muertos después de Enzo. Si, porque planeaba cargármelos a todos aunque después Antonio mandará a todos sus hombres a buscarme por todo el mundo y torturarme hasta morir.

Llegamos al pasillo con infinidad de habitaciones, Lucas me arrastró en la oscuridad hasta la habitación 1016. Sacó las llaves azules y la introdujo en la cerradura de oro haciendo que esta se abriera lentamente. El interior era muy lujoso, mi querido padre se había encargado que no durmiera en un cuchitril por lo menos. En lo primero que me fijé fue en el balcón, tenía una buena vista y era amplio. Una cama de matrimonio con sábanas blancas muy bien planchadas, me negaba a tener que dormir allí con Lucas. Había un baño muy lujoso, creo que era lo más bonito de la habitación.

Lucas me tiró en la cama y después salió de la habitación, encerrándome. Me acerqué a la puerta rápidamente dando algunos golpes en vano, se había ido

—¡Ayuda! Alguien me escucha!? —grité, dando golpes más guertes.

—Malditos locos de mierda —susurré contra la puerta, deslizándome por ella hasta llegar al frío suelo.

Recosté mi cabeza contra la puerta y me quedé así un rato, pronto sería la cena y podría salir de aquí. Odiaba a Enzo con todas mis fuerzas, odiaba a Lucas, odiaba a Mariana pero sobre todo odiaba Alexander. Recordar su nombre me daba ganas de darle patadas a la puerta hasta partirme un pie, pero no valdría la pena. No entendía el motivo de su "nueva relación" y sinceramente nada aquí cuadraba, se me olvidaba que Alexander Davies es un hombre lleno de secretos y misterios. No era nada fácil llegar a su corazón, él no se daba el lujo de tener a su alrededor personas que lo estorbaran.

Mariana parecía ser un grandísimo grano en el culo, que por más que intentabas quitártelo, parecía infectarse. Algo tenía claro: Alexander la quería para algo, algo más, mucho más que ser su simple novia o quizás solo estaban fingiendo. ¿Querrá sacarle información?

Pero que información tan importante tendría ella para que Alexander la mantenga a su lado, era algo más a fondo. Sabía que me estaba metiendo en la boca del lobo si intentaba investigar, pero quería dejar de ser una niña inocente a la que le ocultan todo, cada paso, cada movimiento.

Después de una hora maquinando mi plan investigativo, alguien habría la puerta. Era una mujer con el uniforme de servicios a la habitación, traía unas mantas y unas toallas en sus manos. Me miró confundida al verme tirada en el piso ahí frente a la puerta. Me levanté inmediatamente dejándola entrar.

—¿Qué hacía tirada ahí? —preguntó, mientras acomodaba las mantas sobre la cama y dejaba las toallas en el baño.

—Un sicópata me encerró —respondí de brazos cruzados, observándola moverse de un lado a otro.

—Tengo entendido que usted es la señorita Rebecca Morgan ¿no?.

Asentí.

—Debería comenzar a alistarse, la cena ya casi está lista.

¡Oh por dios la dichosa cena! Cena en la que tendría que compartir con varias personas que no me apetecía ver.

—Si.

—Perfecto. En el closet hay un vestido para que use esta noche, órdenes del señor Morgan.

¿Mi padre había comprado a todos aquí?

—Vale —asentí dudosa.

La señora que parecía de unos treinta y cinco años se encaminó hacia la puerta, después de haber terminado de acomodar las cosas que trajo. Cuando estaba en la puerta apunto de irse, se volteó hacia mí.

—A y la puerta siempre estuvo abierta, señorita —dijo y después salió.

No puede ser. Empezaba a creer que definitivamente esta gente me estaba contagiando de su locura. ¡Esa puerta estaba cerrada!.

Abrí el closet en busca del vestido que me envió mi querido padre. Era un impresionante vestido azul, diseñado para resaltar mis curvas. El escote en forma de corazón acentuaba mis pechos de manera espectacular, mientras que la tela suave se ajustaba perfectamente a mi figura, delineando cada curva. La abertura en el muslo derecho añadía un toque atrevido, dejando entrever un poco de piel y dándole un aire seductor al conjunto.

Cuando me lo probé, me sentí increíble. Solté mi cabello castaño y lo dejé caer en suaves ondas. Apliqué varias capas de maquillaje para completar el look, elegí un delineado que hacía que mis ojos destacaran y un toque sutil de iluminador en mis mejillas. Me coloqué un labial en tono nude, que realzaba mis labios sin restarle protagonismo al vestido. Era una combinación perfecta sencilla pero cautivadora, y me veía absolutamente deslumbrante.

Lista para acabar con la noche.

Me observé por última vez en el espejo y salí de la habitación. Caminé con confianza por el pasillo que aún seguía oscuro, me tope con Jane saliendo con Javier de su habitación, ella tenía el brazo enganchado a él mientras reían juntos. Ambos se veían totalmente deslumbrantes. Me acerqué a ellos sin pensarlo y los saludé.

—¡Chicos, hola!

—Rebecca... —dijo Jane, observándome de pies a cabeza con la boca abierta—Te ves...

—Increíble —completó Javier, para después engacharme a su otro brazo libre.

—Ustedes también se ven espectaculares, a lo lejos parecían una pareja

Jane soltó una de sus típicas risas escandalosas.

—No, no —negó agitando las manos en el aire— Solo somos amigos muy viejos.

Los tres emitimos una risa y seguimos caminando por el pasillo en silencio, hasta que a mí se me ocurrió preguntar algo.

—¿Y Alex? —aclaré mi garganta rápidamente— Alexander.

—Está con Mariana en el restaurante, fueron los primeros en salir —comentó Javier.

Formé una o con mis labios.

—¿Y que tan importante es esta cena?

—Viste los tres hombres misteriosos que nos esperaban cuando llegamos a Rusia, cenaremos con ellos —dijo Javier.

—Esos tipos hacen que me cague en el vestido con solo una mirada.

—Tranquila, son socios —rió Jane, como siempre buscándole el lado bueno a todo.

—¿Socios de quién exactamente?

—De Antonio.

—Vaya, no me sorprende que se junte con personas que aparentan tener problemas mentales.

Todos volvimos a reír y entre risas y comentarios demás, llegamos al restaurante del hotel. No hace falta que les repita que aquí todo es extremadamente lujoso, me daba miedo tomar agua y partir el caro vaso con mis manos temblorosas. Aquí todo costaba una fortuna. Javier nos guío a mí y a Jane hasta la mesa donde se encontraban todos, bueno no todos exactamente. Faltaba Enzo y aquellos hombres, seguro estaban saldando algunas cuentas en privado.

Todos en la mesa se quedaron boquiabiertos con solo verme, incluso Alexander. Si, ese que no te dejaba ver sus expresiones, parecía totalmente soprendido. Me dió una mirada detallada desde la punta de los pies hasta la punta de la cabeza, evaluando cada parte de mi cuerpo.

Dios, me miraba así de nuevo y entro en colapso.

Aparté mi vista de él rápidamente, porque su habilidad para mojar bragas con solo mirarte era increíble y preferí evitar eso a toda costa. Aunque por el rabillo del ojo podía ver como me estaba comiendo con la vista.

Eso Alexander, sufre. Quiero que sufras mientras ves lo que no puedes tener.

Mariana 0, Rebecca 1.

Me senté al lado de Marco, quién también me dedicó una mirada que casi me ve hasta el alma, aunque logró disimularlo sonriendo de manera amable. Y me senté enfrente de Alexander, si enfrente de él porque me encantaba el masoquismo y esta era su noche de sufrir. Vamos a ver cuanto aguantas querido.

—Te ves increíble, Rebecca —dijo Marco y le sonreí en agradecimiento.

—Gracias Marco, tú también te ves genial.

Quité mi vista de Marco y la fijé en Alexander. Sonreí sarcásticamente y el solo me observaba como si no le gustara para nada mi acercamiento con Marco. A su lado Mariana, como siempre. No se veía mal, de echo se veía increíble. Traía un vestido de color rojo con perlas brillantes ajustado al cuerpo que resaltaba todas sus curvas, a la chica le quedaba muy bien aquella prenda. Tenía un tipo de belleza sobre natural, no veo el porque no podría gustarle a Alexander, es su tipo de chica.

Alexander no apartaba la vista de mí, y eso me ponía un tanto nerviosa. Nerviosa en todos los aspectos, nerviosa de que entro en un colapso total si me sigue mirando así y nerviosa de que probablemente esté planeando mi muerte. Nunca se sabe lo que pasa por la mente de Alexander.

Enzo llegó de una vez por todas con aquellos hombres que daban un miedo para cagarse y cada uno se posicionó en la mesa. Alexander aún me miraba, pero esta vez como si intentara descifrar algo en mi ojos. Aveces pienso que lo mejor es apartarme, hacerle caso a mi padre, a su padre, a Jane, a Javier a todos los que me advirtieron de su habilidad para meterte en problemas. Pero ya eso era imposible, Alexander se había vuelto un problema grandísimo en mi vida.

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