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Capítulo 16

Rebecca

Mi pierna se movía intranquilamente bajo la mesa, mientras observaba la puerta con desesperación. Todos los presentes estábamos esperando a una sola persona, Alexander. No era muy propio de él llegar tarde, y el presentimiento de que algo le había pasado se hacía grande en mi pecho. La puerta se abrió, y por un instante pensé que sería él, pero no. Era Enzo, uno de los hombres de confianza de Antonio Davies, me preguntaba ¿Qué hacía él aquí?.

A su derecha se encontraba Marco, vestido de traje y he de admitir que se veía increíblemente bien. Bueno, que no les queda bien a los sensuales italianos. Su cabello estirado perfectamente hacia atrás, sin dejar un mechón afuera. Unas gafas negras cubrían sus ojos y una sonrisa de dientes perfectos adornaba su rostro. No me había detenido a observar a Marco tan detalladamente, pero realmente estaba para comérselo.

—La información que daré es importante —anunció, Enzo con un tono de voz grave.

—Pues trabate esa boca hasta que llegue Alexander  —habló, Jane que se encontraba en una esquina de la mesa. Su cabello rubio que normalmente siempre iba en trenzas hoy estaba suelto. Le caía por debajo de los hombros en ondas y a decir verdad se veía muy guapa.

Como si la boca de Jane fuera mágica, detrás de la puerta apareció Alexander, pero no iba solo, una chica estaba con él. Ellos compartían el mismo color de cabello, era muy hermosa la verdad. Sus ojos verdes y grandes brillaban con intensidad y su sonrisa era perfecta. Sus manos estaban envueltas en el brazo de Alexander y al él parecía no importarle, lo que hizo que los latidos de mi corazón se aceleraran un poco más.

No tenía idea de quién era esa chica, pero el hecho de que estuviera muy cerca de Alexander me hacia incomodar de alguna manera. No hacia falta decir que él se veía estupendo, como siempre. Su semblante serio que le daba ese aire de superioridad, su cabello peinado hacia atrás con algunos mechones sueltos y un traje ajustado que le quedaba de la ostia. Vaya que casi babeo mirándolo.

—Pues bien, ya están todos —dijo Enzo. Alexander y aquella misteriosa mujer tomaron asiento en la gigantesca mesa, para ser exactos uno al lado del otro y justo frente a mí. Juro que tenía unas ganas inmensas de ahorcarlo allí mismo, pero las controlé.

—Un momento —interrumpí antes de que continuaran la reunión, todas las miradas en la mesa fueron dirigidas hacia mí. —Podemos saber, ¿quién es esa mujer? —pregunté, señalando a la extraña con mi bolígrafo.

Por primera vez en todo el día, Alexander chocó sus oscuros ojos con los míos. Me observó detenidamente unos segundos, su mirada era desafiante y la mía no se quedaba atrás. Pero lo próximo que escuché salir de su boca definitivamente no me lo esperaba.

—Les presento a Mariana, mi novia —informó, Alexander con una sonrisa que le llegaba a los ojos. Mi boca estaba entreabierta debido a la sorpresa, simplemente no me lo creía. Alexander no era un hombre que se conocía por hacer sus relaciones formales, casi todo era de un día y que esta chica fuera la excepción era algo extraño.

—Tu nuevo juguete sexual ¿no? —pregunté con indiferencia, a la chica se le borró la sonrisa y en sus ojos se podía ver el deseo de querer matarme.

Solté una risa en seco que resonó por toda la sala. Alexander no se molestó en responderme pero su expresión lo decía todo, no le había causado gracia aquel comentario. Sin embargo su noviecita, sin pelos en la lengua me respondió.

—Veo que en tu vida pasada no te tomaron en serio —insinuó con una sonrisa irritante y mi expresión cambió drásticamente.

Antes de que pudiera responderle como tenía merecido, habló Alexander. —Cielo, cálmate un poco, no vinimos a pelear —dijo con una amabilidad casi increíble.

Que le había echo esta mujer a mi Alexander arrogante, díganme masoquista pero lo amo exactamente así. Arrogante, egocéntrico, problemático, impaciente y sobre todo que no le importa absolutamente nada. Y ahora de la nada viene a decirle cielo a una mujer que seguramente conoció en un burdel y se la folló en una noche.

—Comencemos —dijo Enzo, interrumpiendo mis pensamientos—. Por órdenes del señor Antonio Davies y Rafael Morgan, deberán viajar a Rusia. Allí, cerraremos un contrato crucial, uno que no puede tener ni un solo error, porque de lo contrario… —hizo una pausa, mirándonos con mirada amenazante—. Significaría una guerra con Rusia.

—Alexander, serás el representante principal de este acuerdo. Tu padre ha puesto todo en tus manos y confía en que podrás llegar a un acuerdo con los rusos. Nada de trampas, ni fallos. Están advertidos. Rebecca, por orden de tu padre, te acompañará Lucas —añadió Enzo, sin apartar la mirada.

Lo único que me faltaba es tener a aquel demente como guardaespaldas. No era suficiente con tener que soportar a la "nueva novia de Alexander" en todo el viaje, idea que no me agradaba para nada. Me inquietaba muchísimo la curiosidad de saber que hacía ella aquí, o acaso Alexander metería a una mujer que acaba de conocer y dice ser su novia, en estos negocios tan importantes especialmente para él y su padre.

—¿Ella puede ir? —le pregunté a Enzo.

—Si.

—¡Por Dios! La acabamos de conocer —repliqué, no permitiría que incluyeran en esto a una persona que apareció de la nada.

—Señorita, yo solo cumplo órdenes, lo siento.

Me crucé de brazos en el asiento mientras observaba a la parejita frente a mí. La odio, no la conozco ni me esforzaré en conocerla, simplemente la odio. Alexander emanaba una felicidad inconfundible junto a ella, parecían ser viejos amigos de hace muchísimos años. Dios, como se puede odiar tanto a alguien, pero algo me decía que ella era más que una rostro angelical.

Aparté mi vista de ellos, de una vez por todas. Me concentré en todos los demás presentes en la sala, algunos ni siquiera sabía por qué estaban ahí. Jane y Javier se encontraban en una esquina hablando silenciosamente, claro ellos siempre estaban donde estaba su querido jefe, nada fuera de lo normal.

Luego estaba Marco, que al principio su aparición allí se me hizo extraña puesto a que él y Alexander parecen ser enemigos a muerte, pero al parecer Davies y Morgan negocian con la familia Andreade hace mucho y los han incluido en los negocios con los rusos, por lo que a Alexander no le quedó de otra que aceptar que asistiera al famoso viaje. También estaban unos tres hombres más, todos vestidos con uniformes de militar y Enzo, su jefe.

—Parece que Alexander te ha olvidado rápido, creí que era solo un rollo de una noche —reconocí la voz de Lucas.

—¿Te puedes callar un momento?

—¿Te da celos o algo así?

—Claro que no, me da igual si se lleva a toda Italia y las presenta como sus novias.

—Sabes que siempre estaré aquí si necesitas algo...

—No necesito nada de ti, así que ahórrate la ayuda —dije, levantándome del asiento y dirigiéndome a la puerta. Salí de la oficina, sintiendo que necesitaba un poco de aire fresco.

No me cabía en la cabeza la idea de que Alexander hubiera presentado a esa mujer como su novia, no era propio de él. Todo lo que hacía Alexander, cada paso que daba, tenía un objetivo detrás, no lo hacía así porque sí y esto no era la excepción. Sin embargo me sentía rotundamente incómoda con aquella noticia, desconocía el motivo de tanta incomodidad cuando él y yo no fuimos, somos ni seremos algo más que un rollo de un noche, ¿no?.

—Así que tú eres la famosa Rebecca, esperé mucho para conocerte, no me sorprende absolutamente nada de ti —dijo una voz ya conocida.

Me giré suavemente para encontrarme con los grandes ojos verdes que me miraban con desdén. Le di una rápida mirada a su atuendo: pantalones de cintura alta y pernera ancha, un top negro ajustado que dejaba entrever su figura, y un blazer oscuro que completaba el conjunto con elegancia.

—¿Y por qué tendría que soprenderte? —alcé una ceja.

—Rebecca, Rebecca, tan infantil como siempre. Aún sigues abrazada a tu papi, ¿verdad? —su sonrisa se ensanchaba cada vez más.

—No necesito estar en los brazos de mi papi para darme cuenta de que eres una ramera.

Ella soltó una risa que resonó por todo el pasillo.

—¿Qué pasa? —preguntó con incredulidad— ¿Te molesta que yo haya conseguido en segundos lo que tú no?.

Me tensé un poco.

—¿Y con eso te refieres a...?

—Alexander —completó, sonriendo con suficiencia—. De lejos se nota que te mueres por él, no tienes por qué ocultarlo. Sin embargo, él me ama a mí. ¿Qué se siente no obtener siempre lo que quieres?

Su tono era burlón, y eso solo avivó mi frustración. Esta mujer sabía como llevarme a mi límite exacto, tenía que mantener la compostura si quería enfrentarla.

—¿Qué te hace pensar que te ama? ¿Acaso ha dado alguna demostración de ello? —sonreí ante su silencio— Se nota lo poco que conoces a Alexander —y con aquello último dicho, me dirigí a la oficina nuevamente.

Una pequeña sonrisa se escapó de mis labios al recordar como había dejado en silencio a la que decía ser novia de Alexander. Él se encontraba en una esquina del salón hablando algo que parecía importante con Enzo, su mirada se posó en mí por unos segundos y luego observó la puerta como si buscara a alguien más. Rodeé los ojos ante tal acción y escuché como Enzo anunciaba que era hora de irnos.

Con Lucas a mi izquierda y Marco a mi derecha, nos dirigimos hacia una pista donde un jet de color blanco aguardaba. Enzo fue el primero en subir, seguido de sus hombres y Marco, que se acomodaron en los primeros asientos. Luego subí yo, acompañada de Lucas, quien se sentó justo a mi lado. Alexander y su arrogante novia tomaron los asientos frente a mí, su risa resonando en el aire mientras se acomodaban. Jane y Javier fueron los últimos en entrar antes de que la puerta se cerrara, marcando el inicio de un largo viaje.

Minutos después, una llamada interrumpió la calma en el avión. Uno de los guardias se acercó a Alexander y le susurró algo al oído. Él frunció el ceño levemente y asintió, levantándose de su asiento y dirigiéndose hacia la parte trasera del avión sin decir palabra.

Aprovechando el momento, me volví hacia Lucas y le dije en voz baja:

—Voy al baño. No tardo.

Lucas asintió sin darle mucha importancia, y yo me levanté con calma, dirigiéndome hacia el mismo pasillo por el que Alexander había desaparecido. Caminé despacio, asegurándome de que nadie me siguiera ni prestara atención a mis movimientos.

Al llegar al final del pasillo, encontré a Alexander en una pequeña área privada, hablando en voz baja por teléfono. Parecía concentrado en la conversación, su tono era bajo pero autoritario, como siempre. Me quedé cerca, intentando captar alguna palabra, pero justo en ese momento, él terminó la llamada y se giró, encontrándose conmigo. Alzó una ceja, visiblemente sorprendido de verme ahí.

—¿Me estás siguiendo, Rebecca? —preguntó, su voz teñida de sarcasmo.

Sonreí y me crucé de brazos, intentando aparentar una seguridad que no sentía del todo.

—Así que… Mariana, ¿eh? —comenté, intentando que mi voz sonara despreocupada, aunque por dentro la curiosidad me consumía.

Sus ojos se entrecerraron, y su expresión de fastidio me dejó en claro que no estaba dispuesto a hablar del tema.

—No es asunto tuyo.

Ignoré su tono cortante y, sin dudar, di un paso aún más cerca, hasta el punto de que apenas unos centímetros nos separaban. Puse mi dedo en su pecho deslizándolo con suavidad, pero con firmeza, como si eso pudiera atravesar sus defensas.

—¿Ah, no? —alcé una ceja, ladeando la cabeza con una sonrisa irónica—. Dime, Alexander… ¿te has acostado con ella o qué? Porque, sinceramente, no me trago ese cuento de que sea tu novia.

Él me miró con intensidad, sus ojos oscuros clavados en los míos, desafiándome. Sin moverse, permitió que mi mano quedara en su pecho, y sin previo aviso, dio un paso adelante, reduciendo aún más el espacio entre nosotros, y sus labios se curvaron en una sonrisa llena de burla.

—¿Celosa, Rebecca? —murmuró, su tono rozando la provocación mientras sus ojos recorrían cada detalle de mi rostro.

—¿Celosa? Claro que no —repliqué, quitando mi mano de su pecho con desprecio fingido— Solo me sorprende que de la nada traigas a una desconocida y esperes que todos crean que te importa. A menos que... —hice una pausa, disfrutando el silencio incómodo— que realmente te guste.

Su risa baja y profunda llenó el espacio entre nosotros, y él se inclinó aún más, casi rozando mi rostro con el suyo.

—¿Desde cuándo te importa a ti si me interesa otra mujer? —susurró, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de desafío y diversión.

Abrí la boca para responder, pero en ese momento, una voz femenina interrumpió.

—¿Amor? —dijo Mariana, acercándose con una sonrisa que irradiaba falsa dulzura.

Me giré y la vi acercarse, con una seguridad que solo empeoraba mi incomodidad. Sin perder ni un segundo, se colocó frente a Alexander y le rodeó el cuello con las manos. Luego, sin apartar la mirada venenosa que me dirigía, se inclinó y lo besó en los labios, un beso lento cargado de intensión, asegurándose de que yo fuera testigo de cada segundo.

—¿Estás bien, cariño? —le dijo en un tono dulce, y luego me lanzó una sonrisa venenosa, casi triunfante.

Contuve la rabia que se acumulaba en mi pecho y rodé los ojos, intentando no mostrar lo afectada que estaba. La escena era insoportable, y ella lo sabía. Soltando un suspiro, le lancé una última mirada desafiante a Alexander antes de darme la vuelta y alejarme, sintiendo la risa burlona de Mariana resonando detrás de mí.

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