Capítulo 12
Rebecca
Me quedé observándolo, sosteniendo su mirada con la misma intensidad con la que él me había lanzado su maldito comentario. Mi corazón latía rápido, pero no estaba dispuesta a darle la satisfacción de saberlo. Si esperaba que me intimidara, se llevaría una decepción.
—¿Esperas que me sonroje? —murmuré, alzando una ceja con una mezcla de desafío y burla.
Alexander soltó una risa baja, casi en un susurro.
—No sería lo primero que logre contigo, ¿verdad? —dijo, cruzando los brazos mientras se apoyaba en la pared con aire de satisfacción.
Frustrante. Eso es lo que era. Su mirada, su postura, esa maldita sonrisa arrogante, todo en él lograba sacarme de quicio y, al mismo tiempo, despertaba algo que no quería admitir. Sabía que si me quedaba en su habitación, sería un juego de resistencia, de quién cedía primero. Pero antes de poder moverme, escuché un golpe fuerte en la puerta, y ambos nos giramos hacia el sonido.
Alexander se tensó de inmediato, como si algo le hubiera sacado del personaje. Observó la puerta con una seriedad que no le había visto antes, y yo lo noté. Algo andaba mal.
—Quédate aquí —me dijo en voz baja, con un tono de autoridad. Luego caminó hacia la puerta, abriéndola lo justo para mirar quién estaba afuera.
La voz del otro lado era apagada, pero el rostro de Alexander perdió el usual aire de superioridad. La mandíbula se le tensó, y en su mirada apareció algo... ¿preocupación? Eso era nuevo. Aproveché el momento para acercarme y escuchar, intentando entender qué estaba pasando.
—Matteo ha hecho un movimiento inesperado. Dice que tiene algo que te interesa —dijo la voz, que reconocí como la de uno de sus hombres.
Alexander no respondió. Cerró la puerta con un susurro y, al girarse, su rostro era el mismo de siempre, aunque sus ojos mostraban una tormenta que no sabía interpretar. Sin decir una palabra, se acercó hasta mí, y en ese momento comprendí que, fuera lo que fuera lo que había escuchado, esto era más grande de lo que imaginaba.
—No te vayas a mover de aquí, Rebecca—dijo con una frialdad que me caló los huesos.
Alexander no esperó una respuesta de mi parte, simplemente salió de la habitación a pasos apresurados. El sonido de la puerta al cerrarse resonó en el silencio de la habitación. Me quedé inmóvil, observando el lugar vacío donde Alexander había estado de pie hace unos segundos, intentando procesar todo lo que acababa de pasar.
¿Qué podría tener Matteo que mantuviera a Alexander tan controlado, tan furioso?
Decidí que no me quedaría de brazos cruzados. No podía simplemente quedarme allí, esperando que Alexander volviera para aclarar nada; necesitaba respuestas, y él era la única persona que podía dármelas... aunque significara seguirlo hasta el mismo infierno.
Me coloqué las prendas de ropa que estaban sobre la cama a toda prisa, agradecida de que al menos fueran cómodas. Alcancé a ponerme los zapatos mientras daba pequeños saltitos hacia la puerta, intentando no hacer ruido. Mi cabello estaba aún húmedo y alborotado, pero no tenía tiempo para preocuparme por eso. Salí de la habitación casi corriendo, y bajé las escaleras con la mayor rapidez posible. Desde una de las grandes ventanas del salón, observé a Alexander hablando con el hombre que, supuse, era el mismo que le había dado el mensaje.
Alexander mantenía el rostro inexpresivo, pero pude notar la seriedad en su mirada, fija y oscura como nunca antes. El hombre asintió, girándose para alejarse, mientras Alexander subía a uno de los coches. Mi corazón latía con fuerza, dudando por un segundo sobre lo que estaba a punto de hacer. Pero sabía que, si perdía esta oportunidad, no obtendría las respuestas que tanto necesitaba.
Sin pensarlo más, salí de la casa por una de las puertas traseras y corrí con sigilo hacia uno de los coches de los guardaespaldas estacionados cerca. Uno de ellos estaba de pie junto a la puerta, observándome con el ceño fruncido.
—Señorita, ¿qué está haciendo? —preguntó, visiblemente confundido.
Ignorando su pregunta, me subí rápidamente al asiento del conductor y cerré la puerta. Mientras él reaccionaba, alcancé a encender el motor y pisé el acelerador, sin darle tiempo a detenerme. Sentí el pulso acelerado mientras el coche avanzaba. Alexander estaba unos metros adelante, y yo me aseguré de seguirlo a una distancia prudente para no levantar sospechas.
Con cada kilómetro, la ansiedad iba en aumento. Sabía que, si Alexander se daba cuenta de que lo estaba siguiendo, las consecuencias serían impredecibles. Pero necesitaba respuestas, y esta vez no me echaría atrás.
Mientras conducía, mantenía la vista fija en el coche de Alexander, que avanzaba rápido por las calles desiertas. Me concentraba en seguirlo sin llamar demasiado la atención, intentando mantener suficiente distancia para que no me descubriera.
Los minutos pasaban y me di cuenta de que nos dirigíamos hacia las afueras de la ciudad, a una zona que desconocía por completo. Un escalofrío me recorrió al pensar en qué clase de lugar sería el destino de Alexander y por qué parecía tan decidido a llegar allí.
Finalmente, después de un largo trayecto, vi cómo su coche giraba hacia lo que parecía ser un antiguo almacén abandonado en las afueras. Alexander se detuvo frente a la entrada y bajó del coche, mirando alrededor antes de entrar.
Aparqué a una distancia segura, escondiéndome tras algunos arbustos. Cuando él desapareció en el interior, bajé del coche y me acerqué con cautela, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza.
Me acerqué a una de las ventanas rotas del almacén, tratando de no hacer ruido. Dentro, escuché pasos pesados y una voz profunda resonando en el eco del lugar. Me acerqué un poco más y lo vi: Matteo Rossetti.
Era un hombre de aspecto imponente, alto y robusto, con un aire intimidante que hacía que cualquiera dudara en cruzarse en su camino. Su cabello oscuro y canoso le daba un aspecto severo, y sus ojos, de un marrón profundo y penetrante, parecían observarlo todo con una frialdad calculadora. Llevaba una barba bien cuidada que acentuaba su mandíbula marcada, y sus labios estaban curvados en una mueca que transmitía una mezcla de desprecio y superioridad. Vestía un traje negro perfectamente ajustado, que parecía reforzar aún más su poder y autoridad.
Cada movimiento que hacía parecía estar lleno de una seguridad aplastante. Observé cómo se acercaba a Alexander con calma, como si fuera el dueño de todo el lugar, incluso del aire que respiraba.
Alexander permaneció impasible cuando Matteo se acercó, observándolo con su típica expresión fría y calculadora. Parecía haber anticipado el encuentro, pero aún así había tensión en el aire.
—Alexander —saludó Matteo, con una media sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Supongo que ya sabes por qué estás aquí.
Alexander asintió, sin soltar palabra, y Matteo continuó, sus ojos oscuros resplandecientes de interés.
—Últimamente he notado que ciertos... intereses comunes están siendo manejados de una forma que no me agrada. Y tú eres quien tiene los contactos y los recursos para arreglarlo.
—¿Qué es exactamente lo que quieres? —replicó Alexander, manteniendo un tono firme.
—Paz —respondió Matteo, aunque la sonrisa burlona en su rostro traicionaba sus palabras—. Al menos, una tregua temporal. Las cosas están volviéndose incómodas para mí, y prefiero que mis asuntos fluyan con menos... obstáculos.
Alexander arqueó una ceja, evaluando cada palabra. Sabía que detrás de esa solicitud de paz había algo más oscuro y peligroso. Matteo no era de los que pedían algo sin un motivo oculto.
—¿Y qué obtengo yo de esta "tregua"? —preguntó Alexander, cruzándose de brazos.
Matteo rió suavemente, como si hubiera estado esperando esa pregunta.
—Información, Alexander. Información sobre alguien que ha estado en tu mira, alguien que puede darte el control que tanto deseas...
Matteo se inclinó ligeramente hacia adelante, bajando el tono de voz, como si quisiera asegurarse de que sólo Alexander pudiera oír lo que estaba a punto de decir.
—Esa chica, Rebecca... -murmuró, y una chispa de malicia cruzó por sus ojos—. Me sorprende verte tan cerca de ella. Debo decir que no es común verte así de... ¿involucrado?
Alexander no mostró reacción, aunque Matteo percibió un leve endurecimiento en su mirada. Alexander mantuvo su postura, aparentemente imperturbable, pero Matteo no se detuvo.
—La hija de Morgan... —continuó Matteo, en un tono calculador—. Es un arma poderosa, lo sabes, ¿verdad? Tiene valor para ti... o para cualquiera de nosotros.
Alexander lo fulminó con la mirada.
—¿Qué intentas insinuar, Matteo?
—Nada, nada —respondió Matteo, encogiéndose de hombros con fingida inocencia—. Pero sólo piensa en lo que significa tener a alguien así cerca. La sangre de los Morgan es peligrosa y poderosa. Tal vez incluso peligrosa para ti.
Alexander mantuvo la mirada fija en Matteo.
—Cuida tus palabras, Matteo —advirtió Alexander, con voz gélida—. Si intentas involucrar a Rebecca en tus asuntos, no vivirás para ver el resultado.
Matteo soltó una carcajada, alzando las manos en señal de rendición.
—Tranquilo, Alexander, sólo es un consejo de amigo.
Matteo mantuvo su sonrisa, esa sonrisa que se veía tan falsa como sus promesas. Alexander lo observó en silencio, con una expresión que no dejaba dudas de su desprecio.
—No necesito tus consejos —replicó Alexander, cortante—. Menos aún cuando vienen de alguien que sólo busca su propio beneficio.
Matteo hizo una pausa, mirándolo con interés, y luego se cruzó de brazos, inclinando la cabeza en un gesto de burla.
—Ah, Alexander, no te pongas a la defensiva. Sabes que, en este juego, siempre ganan los más astutos. No estoy aquí para hacerte daño. Todo lo contrario —dijo, mirando a Alexander con una intensidad calculada—. Imagina lo que podríamos lograr tú y yo, trabajando juntos.
Alexander lo fulminó con la mirada y dio un paso hacia él.
—Lo único que necesitamos es que tú y tu influencia desaparezcan, Matteo. Ya no eres más que una sombra de lo que fuiste —le espetó, la voz impregnada de desdén.
Matteo dejó escapar una risa baja, pero sus ojos no reflejaban ninguna diversión.
—Recuerda mis palabras, Alexander. Cuando todo se vuelva en tu contra, me buscarás. Y entonces veremos quién es la verdadera sombra en esta historia.
Alexander no le dio el gusto de responder, y simplemente le dio la espalda, comenzando a caminar de vuelta hacia su coche. Me quedé inmóvil, procesando todo lo que había oído. Las palabras de Matteo resonaban en mi cabeza una y otra vez, mientras él estuviera cerca, sería una amenza constante. Algo me decía que mi vida estaba más ligada a este mundo de lo que hubiera imaginado.
★
Muchas preguntas pasaban por mi mente, las advertencias de mi padre y el señor Davies se repetían una y otra vez. Alexander estaba más involucrado en esto de lo que yo pensaba, y me preguntaba cuál era mi lugar en todo esto. Quería, quería alejarme de él, distanciarme de todo aquello, pero ya era muy tarde. Estaba metida hasta la médula en su mundo, un mundo que no podía dejar atrás tan fácilmente. Alexander me había llevado hasta el fondo de la oscuridad que tanto lo rodeaba, y no podía evitar sentirme atrapada.
Mientras los hombres discutían sobre las acciones que debían tomar, una creciente sensación de inquietud se apoderó de mí. ¿Realmente sabía en qué me estaba metiendo? A cada momento, la realidad se volvía más aterradora. El peligro se sentía tangible, como una sombra acechante en la penumbra.
—No podemos esperar más —dijo Alexander, rompiendo el silencio que se había instalado en la habitación. Su voz era firme, decidida—. Si Matteo siente que lo estamos evitando, tomará medidas. Necesitamos ser proactivos.
El hombre mayor frunció el ceño, su expresión era de preocupación. -Pero arriesgarte así podría ser un grave error. No olvides lo que está en juego, Alexander. Las vidas de todos están en peligro.
Me acerqué un poco más, sintiendo que tenía que intervenir. —¿Qué es lo que realmente está pasando? —pregunté, mi voz temblando ligeramente, pero intentando sonar segura—. ¿Por qué Matteo es una amenaza?
Alexander giró la cabeza hacia mí, y por un momento, vi una chispa de reconocimiento en su mirada, como si se diera cuenta de que no podía dejarme fuera de esto. —Matteo es un hombre peligroso, Rebecca. Ha estado buscando recuperar lo que perdió, y no se detendrá hasta conseguirlo.
El hombre mayor asintió, como si entendiera la gravedad de la situación. —Él tiene un pasado con tu familia, algo que puede desatar una tormenta si no se maneja con cuidado.
Mis pensamientos giraban. ¿Qué conexión podía haber entre Matteo y mi familia? La idea de que mi vida estuviera enredada en una red de secretos y traiciones era abrumadora.
—Rebecca, estos asuntos no son de tu incumbencia. Yo me encargaré de solucionarlos —dijo, Alexander utilizando el mismo tono autoritario de siempre.
—¿Por qué? —pregunté confusa—El problema es conmigo, no contigo. Yo debo solucionarlos.
Alexander me observó seriamente y chasqueó la lengua antes de darse un trago de la botella de whisky que había sobre la mesa.
—¿Ah, sí? —inquirió con un tono de burla—. Y dime, ¿cómo planeas hacerlo? Eres el blanco principal de Matteo, y en cuanto te tenga en sus manos, todo se irá a la mierda.
Algo en mi interior me decía que no solo se trataba de mí. Era cierto que yo era el objetivo principal de aquel hombre; su intención era vengarse de mi padre, y para ello, necesitaba lo más preciado que tenía: yo. Sin embargo, la expresión inquietante de Alexander me decía que él y su familia también estaban involucrados en esto. Era como si, al conocer la verdad, estuviera dispuesto a protegerse a sí mismo, incluso si eso significaba entregarme en bandeja de plata a su mayor rival.
—Nos vamos —ordenó, su voz resonando con una autoridad que no dejaba lugar a dudas.
—¿Qué?
—Es una orden—su voz firme como el acero—Vuelves a casa ahora.
Sin previo aviso me tomó del brazo bruscamente y me condujo hacia la puerta. Intenté soltarme de su agarre, pero él no aflojaba, en cambio, apretaba más, como si quisiera asegurarme de que no tuviera la oportunidad de escapar.
—¡Suéltame! —grité, sintiendo como la frustración y el miedo se mezclaban en mi pecho.
Él continuó avanzando, ignorando todas mis protestas como si fuera un simple ruido de fondo, su expresión imperturbable y decidida. Su mirada se mantenía fija en la salida, como si el mundo exterior fuera lo único que importaba. A medida que nos acercábamos a la puerta, un impulso de resistencia me llevó a intentar empujarme hacia atrás. Pero él, con su típica frialdad, simplemente me giró y me levantó del suelo con una facilidad sorprendente.
—¡Bájame! —exclamé, golpeando su pecho con mis puños en un intento desesperado por liberarme. Pero él solo ajustó su agarre, manteniéndome segura mientras avanzaba con paso decidido hacia el auto.
Cuando llegamos al vehículo, él abrió la puerta de golpe y me lanzó con brusquedad en el asiento del pasajero. Antes de que pudiera hacer algo más, cerró la puerta con un golpe seco se metió al coche. La tensión en el aire era palpable mientras encendía el motor.
Miré por la ventana, sintiéndome atrapada entre la confusión y la ira. "¿Por qué no puede simplemente explicarme lo que está sucediendo?" pensé mientras nos alejábamos rápidamente del lugar.
Pero no podía ignorar quién era realmente; era Alexander Davies, un hombre impredecible. Con él, nada es sencillo, y te sumerge en los laberintos más oscuros de sus problemas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro