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Capítulo 11

Rebecca

—Alexander, ¿a dónde me llevas? —pregunté, aún confusa.

Él no respondió, solo me dedicó una sonrisa ladeada, mientras su vista seguía fija en la carretera. Me estaba desesperando, no sabía que idea tan macabra se estaba formando en su cabeza, pero de algo bueno no se trataba. Ninguna de las ideas de Alexander eran buenas, siempre había algún propósito detrás.

—¡Alexander! —exclamé, con desesperación.

Su expresión era relajada, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo.

—¿Por qué siempre tienes que ser tan impaciente? —preguntó, con total tranquilidad.

—¡No lo sé!. Tal vez porque no confío en que un maniático como tú esté apto para conducir o quizás porque no sé a dónde carajos me llevas —respondí, con una pizca de sarcasmo en mi tono de voz.

Alexander soltó una risa burlona. Como si le encantara verme así de asustada y desesperada.

—Cálmate, no te voy a matar, aún —confesó con una sonrisa maliciosa en sus labios.

El miedo comenzaba a invadirme. ¿Y si en realidad iba a matarme?.

—Alexander...

—Shh. Silencio —me interrumpió.

Me acomodé lo más que pude en el asiento y recosté mi cabeza contra la ventana. Pequeñas gotas de agua comenzaban a caer del cielo, se acercaba una gran tormenta. La neblina obstruía el camino, pero Alexander parecía conocerlo a la perfección. Dirigí mi vista hacia él y me quedé observándolo como boba durante unos segundos. Sus ojos se habían oscurecido más de lo normal, mientras que sus labios se curveaban en una pequeña sonrisa que no llegaba a ver bien desde mi posición. El cabello mojado en las puntas le caía por la frente desordenado. Realmente sus facciones eran perfectas, él era la versión jóven del señor Davies.

—Te gusta observarme ¿no? —vaciló, con aquella sonrisita pícara que me volvía loca.

Rodeé los ojos con desgana.

—¿A dónde vamos? —pregunté, intentanto cambiar de tema.

—A un lugar —respondió obvio.

Bufé con molestia.

—¿Tú padre no te comentó que tienes prohibido acercarte a mí? —pregunté, con cierto en interés.

—Tengo entendido que tú no debes acercarte a mí. Nadie dijo que yo no a ti. —replicó

Nunca se quedaba callado, y lo mejor era que sabía como responder. Aunque su respuesta era coherente, nuestros padres no dijeron nada de que él no se me acercara. Con todo este lío de que yo estaba en peligro, Alexander no era una de las personas a las que debía recurrir. Sin embargo aquí estaba, en un auto, con él conduciendo a mi lado, llevándonos a un lugar desconocido. Pero lo peor de todo esto, era que confiaba en él, confiaba a donde sea que me llevase, confiaba en que no me haría daño y confiaba en todo lo que saliera de su seductora boca.

—Me vas a decir de una vez por todas donde estamos, Alexander —insistí

—Ya llegamos —anunció, aparcando el auto al frente de una mansión gigante de tres pisos.

Formé una pequeña o con mis labios en señal de asombro. Me esperaba cualquier cosa, quizás una cabaña adentrada en el bosque, el lugar perfecto para que me tortura hasta morir, pero para mi sorpresa fue algo mucho más...reconfortante.

—Por qué estamos... aquí —pregunté, observando la lujosa casa ante mis ojos.

—Eres irritante —respondió, ignorando mi pregunta.

Alexander bajó del auto y caminó con pasos lentos hacia aquella casa que se encontraba frente a nosotros. Le seguí al mismo ritmo y luego nos detuvimos frente a la gigantesca puerta de esta. Tenía un color negro elegante y manijas doradas. Pasaron unos segundos y la puerta se abrió, detrás de ella apareció una señora de unos cincuenta años se puede decir, ella sonreía amablemente invitándonos a pasar.

Por dentro se veía muy espaciosa. Cada Rincón estaba perfectamente limpio, a la vez que todos se encontraba ordenado. Las paredes, pintadas de un suave tono blanco, reflejaban la luz natural que entraba por las grandes ventanas. Los muebles eran elegantes y minimalistas, con un toque moderno que hacía que el ambiente se sintiera acogedor y fresco.

—Haz crecido mucho pequeño monstruito. Aún recuerdo cuando corrías por los pasillos de esta casa sin parar. —le dijo la señora a Alexander, mientras sonreía dulcemente.

—Y tú te haz puesto muy vieja —dijo Alexander y ambos rieron. Yo seguía sin entender nada.

Parecía que ellos se conocían de hace mucho tiempo y que esta casa tenía algún tipo de significado especial para la vida de Alexander. De todas formas seguía sin entender por qué me había traído aquí. Alexander se despidió de aquella señora y subió las escaleras, yo por supuesto, subí detrás de él. En el segundo piso habían muchas puertas que supongo que llevaban a las habitaciones, pero ahí no fue donde nos detuvimos. Subimos hasta el tercer piso, había un largo pasillo por el que nos desplazamos hasta llegar a la terraza.

El aire fresco, impactó contra mi rostro dándome algo de paz y tranquilidad entre todo aquel misterio que se traía Alexander. Él caminaba delante de mí, con las manos en los bolsillos, mientras su cabello negro se le desordenaba con el fuerte viento. Se acercó hasta la barandilla y sacó de sus pantalones una caja de cigarros y un encendedor. Se colocó uno de los cigarrillos en sus labios y lo encendió, dándole una calada a este.

—¿Por qué me trajiste aquí? —pregunté, detrás de él, mientras me apartaba algunos mechones de la cara.

—Vengo aquí para despejarme, es como mi lugar favorito —confesó, soltando humo de su boca.

Alexander Davies llevándo a la persona que seguramente más odia, a uno de sus lugares favoritos. Eso no era normal de su parte. Lo conocía por la forma tan fría en que trataba a las personas a su alrededor y la manera en que las usaba a su conveniencia, parecía que no le importaba más nadie que él mismo. Quizás estaba conociendo una de las partes buenas de Alexander, quizás no era tan malo como lo pintaban todos...

—No te creas que me importas tanto como para traerte aquí. No eres la única que ha venido. —añadió, destruyendo todas mis expectativas.

¿Qué más me podría esperar?. Era Alexander Davies, nunca decía algo sin antes equilibrarlo con su típica frialdad. Pero si yo no era la única que había venido a este lugar, que a mi parecer es muy importante para él. Entonces...

—¿Para qué me haz traído?.

Él le dió una calada al cigarrillo, nuevamente, antes de hablar.

—Porque sí —respondió con simpleza.

Di unos pasos y me acerqué a él. El humo prácticamente me llegaba a las fosas nasales, el viento me revoloteaba el cabello haciendo que este se me metiera en los ojos. Alexander estaba parado frente a mí con su semblante totalmente serio, mientras fumaba, sus ojos se oscurecieron más.

—¿Por qué sí? —pestañee dos veces— Nadie lleva a nadie a un lugar como este porque sí.

Exhaló el humo contenido para después mirarme de una manera que no me gustaba para nada. Unas de esas miradas suyas, que pareciera que te está evaluando.

—Sabes que, me voy —dije con firmeza, para después dar un paso hacia la salida de la terraza.

Alexander colocó una mano fría sobre mi muñeca, tirando de mí hacia él con fuerza. Estábamos tan cerca que podía sentir el latido acelerado de su corazón y su respiración pausada. El olor a humo se había mezclado con su perfume, creando una fragancia que sorprendentemente, resultaba agradable.

—No te vas a ningún lado —declaró, con un tono de voz que dejaba claro quien tenía el control.

Alexander con una mirada ardiente, apartó el cigarrillo de su boca y lo arrojó al suelo. Sin un segundo de vacilación, tomó un mechón de mi cabello, inclinándose hacia mí. Sus labios se estrellaron contra los míos en un beso feroz, lleno de ansias y desenfreno. Me besaba como si cada deseo reprimido durante todo este tiempo hubiera encontrado salida, como si cada segundo que habíamos estado separados hubiera sido una agonía para él.

No me aparté, no me negué, no lo rechazé, lo besé con la misma intensidad. En ese momento el mundo a mi alrededor dejo de importar. Alexander me besaba de manera voraz, sus labios se movían sobre los míos con urgencia mientras los chupaba, provocando un calor que se extendía por todo mi cuerpo. Su lengua se aventuraba a explorarme, mientras sus manos se aferraban a mi cintura, acercándome aún más a él.

De repente, se separó un poco, dejando un espacio entre nosotros, aunque nuestras respiraciones aún estaban entrelazadas.

—No Rebecca, esto no está bien. Vamos te llevaré a casa. —dijo, con un tono entrecortado, para después separarse completamente de mí y caminar hacia la salida.

Sentí una punzada de incomodidad.

—Primero me dices que me quede y ahora eres tú el que se aleja. ¿A qué juegas? —dije, dejando que la molestia se filtrara en mi voz.

La frustración me invadía, y no podía evitar que mis palabras salieran más intensas de lo que había planeado. La confusión en su mirada solo aumentaba mi enojo. ¿Por qué tenía que ser tan complicado?

—A nada —respondió con total normalidad, como si lo que acababa de pasar no tuviera importancia.

Apreté mis labios, esforzándome por contener la rabia que bullía en mi interior. Alexander me confundía de mil maneras, y al mismo tiempo, me volvía completamente loca. Con él, todo era un laberinto de emociones, y encontrar una salida parecía imposible cuando ni siquiera ofrecía una pista sobre lo que sentía o deseaba. Alexander era como un maldito crucigrama, lleno de enigmas y sin respuestas claras.

—Vete a la mierda Alexander —dije, cansada de toda aquella situación.

Salí de la terraza y bajé las escaleras rápidamente hasta llegar al primer piso. No quería ver a Alexander, al menos no por ahora. No quería ver como actuaba tan normal, después de lo que pasó entre nosotros. Es más, no debería sorprenderme nada que viniera de parte de él, en aquella fiesta había echo lo mismo y sin embargo permití que se aprovechara de mí una vez más. No lo permitiría de nuevo, no dejaría que sus labios volvieran a rozar con los míos, no caería de nuevo en aquella tentación.

Me disponía a salir de una vez por todas de aquella casa, cuando la señora de antes apareció de nuevo.

—¿Querida ya te vas? —preguntó, con esa amabilidad que la caracterizaba.

Yo simplemente asentí.

—Creo que es mejor que tú y Alex se queden esta noche. Una tormenta se acerca y la neblina está espesa, no es seguro conducir por las calles así.

Ella tenía razón. La lluvia empezaba a caer y la tormenta se acercaba, además, no sabría conducir en esas condiciones y me negaba a ir con Alexander. Entonces, pasaría la noche aquí. Después de todo ¿Qué puede pasar?.

«Con Alexander cerca, todo puede pasar»

«¿Y aún lo dudas?»

De acuerdo —asentí, mientras me pasaba las manos por los brazos intentando darme un poco de calor debido al frío que hacía.

—Puedes subir a la habitación de Alex, es la segunda puerta. Date un baño de agua caliente, yo prepararé la cena y luego te llevaré un poco de ropa. —dijo la señora dulcemente.

Le dediqué una pequeña sonrisa y después subí las escaleras hasta el segundo piso. Allí había una largo pasillo, bastante amplio, con varias puertas. Me dirigí a la segunda y empujé suavemente haciendo que se abriera. Era una habitación muy cómoda, tenía un color negro, que reflejaba a Alexander en su totalidad, en las paredes había algunos pósters de Batman. Supongo que esta era su habitación de pequeño.

Estaba muy bien organizada, nada fuera de lugar. En una esquina había otra puerta que llevaba al baño, con mis manos aún abrazándome, caminé hasta ella y la abrí. Era un baño pequeño, pero lujoso, tenía una bañera, en la que cabía a la perfección, justo lo que necesitaba para relajarme y olvidarme de todo el estrés que traía encima. Abrí la pluma de agua caliente que esta tenía y dejé que se llenara hasta arriba, después me deshice de toda mi ropa y me metí en ella. Solté un suspiro de cansancio y me relajé lo más que pude.

Pasaron unos minutos, hasta que sentí unos golpes en la puerta. Supuse que era la señora con las prendas de ropa que dijo que traería.

—Rebecca, cariño, he dejado la ropa sobre la cama —anunció desde el otro lado de la puerta.

—De acuerdo, gracias —respondí en voz alta para que me oyera.

Después de relajarme un poco, salí del baño envuelta en una toalla suave. Al entrar en la habitación, mis ojos se posaron en la ropa doblada sobre la cama. Era una camisa ancha de un tejido ligero y unos shorts que prometían comodidad. Sin embargo, al acercarme, noté algo peculiar: la ropa tenía un sutil aroma a Alexander, una fragancia que me resultaba familiar y evocadora. Esa mezcla de frescura y su esencia me hizo sonreír involuntariamente.

De repente la puerta se abrió de golpe, y allí estaba él.

—¡Joder! —exclamé, cubriendo mis hombros con mis manos. La toalla me cubría lo suficiente como para que no se me viera nada, pero igualmente me sentía un poco expuesta ante los intensos ojos de Alexander.

Alexander arqueó una ceja, en señal de confusión y se quedó inmóvil en la puerta por un segundos, mientras me daba una mirada de cuerpo completo, las típicas evaluaciones de siempre. He de admitir que me jodía aquello.

—¿Qué esperas para salir? —pregunté, incómoda.

Alexander me volvió a mirar, fue una mirada intensa pero fría.

—La habitación es mía —dijo con su tono habitual.

Sí. Sabía que era suya ¿y?.

Alexander aún permanecía recostado a la puerta, observándome con total normalidad. De un momento a otro lo hallé sentado en la cama, de piernas cruzadas, esperando pacientemente a que yo saliera de su habitación.

—¿Te quieres ir?. Me quiero cambiar —le pedí de favor. Quería cambiarme de una vez y quizás dormir un rato,  soportar a Alexander en lo que quedaba del día no estaba entre mis planes. Era su casa, sí, estaba en su habitación, también, pero él me trajo aquí a su antojo y ahora, para colmo tenía que pasar la noche en este lugar porque afuera llovía a torrentes y conducir bajo una tormenta, no era opción segura.

—Esta es mi habitación —repitió con calma.

—Si ¿y? —dije, cansada de su comportamiento.

—Si quieres, te cambias delante de mí. Sino puedes quedarte en toalla, sin ropa o con ropa, como desees. —dijo, con total naturalidad. —Cualquier tipo de espectáculo será bienvenido.

Maldito seas mil veces Alexander. Era frustrante cómo siempre encontraba la manera de hacerme perder la calma. A veces me preguntaba si lo hacía a propósito solo para divertirse.

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