6.- Culpas.
"A veces es preferible una falsa alegría a una tristeza de causas verdaderas"
René Descartes
—Así que ¿ahora está viviendo contigo? —indaga Colton mientras se deja caer sobre el banco de una de las mesas de la cafetería.
—Ella y su hijo —expreso en un suspiro—. Realmente no tengo idea de cómo mi padre considera que es buena idea.
—Bueno, sabemos que, si hablamos de buenas ideas, él no es precisamente el mejor en eso.
Sonrío. Colton abre la botella de la bebida energizante y le da un largo trago antes de volver a hablar.
—En todo caso, debe ser bueno ¿no? Que ella esté ahí.
Me encojo de hombros.
—A veces creo que mi padre tiene una habilidad secreta para convencer a las personas. —admito con gesto pensativo—. No entiendo como Gema puede haber aceptado mudarse a nuestro hogar. Es decir, salir con un hombre y que una semana antes de pedirte que te mudes con él te confiese que tiene un hijo ¿debería ser motivo de alerta, no lo crees?
—¿Alerta de qué? —inquiere Jennie colocándose a mi costado.
—Dereck tiene una nueva madrastra malvada —informa Colton y lo observo con molestia.
—¿Cómo? ¿Cuándo pasó eso? —Jen me observa con preocupación—. ¿Estás bien?
—Primero, no es una madrastra malvada —mascullo—. Segundo, me he enterado de su existencia hace menos de dos semanas, así que apenas estoy intentando procesar el hecho de que ahora ya vive con nosotros.
—Y un hermanastro también, que no se te olvide. ¿Cómo dijiste que se llama?
—Austin, tiene cinco. —Jen luce cada vez más intrigada.
—De acuerdo ¿Cómo es que no sabías de ella y ahora ya viven en tu casa?
—Es que...—intenta explicar Colton, pero lo interrumpo.
—¿Quieren cerrar la boca los dos? —pido—. Suficiente tengo en la cabeza ahora como para tolerarlos, están haciendo demasiadas preguntas.
—Lo siento —se disculpa Jen—. Solo estoy algo preocupada, Dereck. ¿Estás bien con eso?
Como la mierda que no. Pero ¿qué puedo hacer?
—Es agradable, no parece querer hacerme la vida imposible. Podría decirse al contrario que está siendo gentil.
—¿Quién está siendo gentil? —inquiere Lucie.
—La nueva madrastra malvada de Dereck.
—Que no es malvada —insisto con molestia—. Y no es mi madrastra.
Mi amigo sonríe.
—Las madrastras son gentiles al inicio —dice Lucie—. Luego demuestran sus verdaderas intenciones.
—¿Tú qué sabes? —cuestiono con molestia.
—¿Qué acaso nunca viste Disney? ¿Blanca nieves? ¿La cenicienta? ¿Rapunzel?
—¿Estás comparando mi vida con una película de Disney? —hay un poco de incredulidad en mi voz—. Y hasta donde sé, Rapunzel no tenía una madrastra.
—Tienes razón, ella fue secuestrada...
Frente a mí se desata entonces una discusión sobre si Rapunzel tuvo o no madrastra, sobre si todas eran malvadas, y la conversación amenaza con hacerme perder la poca paciencia que tengo.
Me incorporo, tomando la bandeja de comida dispuesto a salir de ahí y mi acción parece hacer que las tres personas discutiendo se callen. Sin embargo, no planeo quedarme ni un solo segundo más ahí.
El apetito se me ha esfumado, así que termino dejando la bandeja de nuevo sobre la barra en donde sirven los alimentos y salgo de la cafetería.
—Rapunzel no tenía una madrastra —una voz se deja escuchar a mis espaldas. Halley Williams está detrás de mí, sosteniendo un pequeño empaque mientras me observa.
—¿Escuchaste la conversación? —ella sonríe.
—No hablan particularmente suave —admite—. Y quería darte esto.
Extiende la caja hacia mí, arrugo la frente mientras observo lo que sostiene en manos intentado entender por qué.
—Sé que dijiste que debía ahorrarme mis agradecimientos, así que quiero ofrecerte una disculpa. Ya sabes, por lo de los altavoces y el director Brooke. No debí de haber hecho eso, y me disculpo.
—¿Con muffins? —inquiero tomando la caja. El plástico trasparente de la parte superior me deja ver el contenido. Dos pequeños Muffins de chocolate rodeados con lo que creo es papel decorativo.
—Los mejores que vas a probar —dice con orgullo.
—Deberías de dejar de obligar a las personas a ayudarte —señalo—. Los muffins no lo arreglarán todo siempre.
—Lo tendré en cuenta —dice con una sonrisa—. Gracias otra vez—. Retrocede algunos pasos y eleva la mano en señal de adiós.
Cuando me da la espalda, caigo en cuenta de que no di las gracias, así que la llamo:
—Halley —ella voltea. Solo en ese instante reparo que no es completamente rubia, como deduje cuando hablé con Lucie, sino que la mitad de su cabello se encuentra de un color más oscuro.
Elevo la caja, enseñándosela antes de decir:
—Gracias.
No oculto la leve sonrisa que aparece en mis labios, ella me corresponde el gesto y luego, continúa su camino.
Y quién diría que un par de Muffins de chocolate me regresarían el apetito.
¿Cuántas veces hemos coincidido con personas en el mismo lugar sin ser conscientes de ello? ¿Sin saber de su existencia?
Es curioso como cuando, una vez que conoces a alguien, el universo te deja ver todos esos sitios "casuales" en los cuales se encuentran conviviendo.
Antes de coincidir en la oficina del director, no tenía idea de que Halley y yo compartíamos un par de clases: Matemáticas avanzadas e Historia.
No era de la clase de estudiantes que se sientan al fondo, yo era más de los lugares medios, y con casi cuarenta personas compartiendo espacio por poco más de una hora, una vez a la semana, era poco probable recordar los rostros y nombres.
Pero la reconocí tan pronto ingresó al aula. Ella se sienta al fondo, junto con un par de chicas más y dejo de mirarla cuando el profesor entra.
Los cálculos matemáticos y yo no nos entendíamos, y con cada curso que pasaba lo confirmaba cada vez más.
—Señor Jones, si no quiere reprobar la materia debe mejorar las notas en el siguiente examen —dice el profesor dejando la hoja del examen frente a mí.
Un bonito sesenta se deja ver en marcador rojo, bueno, al menos he aumentado una décima respecto a la calificación anterior.
La campana anunciando el fin de las clases se deja escuchar y me siento aliviado. Guardo la hoja del examen en la mochila y salgo de la sala. Los pasillos están inundando de personas repartiendo volantes para el baile de bienvenida, le doy una sonrisa amable a una chica que me extiende el volante del baile y continúo con mi camino.
¿Cuál era la necesidad de hacer un baile para todo? A pesar de que no era afecto, Jennie siempre terminaba arrastrándome con los demás hacia el baile. Colton no podía faltar por Lucie, y según en palabras de Jen, ella no quería ir sola.
Además de que ir juntos nos ahorraba a ambos todas esas formalidades estúpidas de buscar pareja.
¿Por qué uno no solo podía presentarse solo y ya?
Colton me alcanza a la salida, Lucie viene con él y tras prácticamente asegurar nuestra asistencia al baile, se marchan.
Localizo la motocicleta en el mismo sitio en donde suelo dejarla, ese había sido uno de los pocos regalos que papá me había hecho para mi cumpleaños número 16, aunque yo lo relacionaba más al hecho de que quería librarse de la responsabilidad de llevarme a la escuela cada día.
Sin embargo, sin importar la razón, lo apreciaba.
—Así que ¿los muffins fueron buenos? —Halley se coloca a mi costado. Me regala una sonrisa y la miro por un par de instantes.
—No debes de preguntarle a alguien si algo fue bueno, o por compromiso te dirá que si —señalo.
Me subo a la moto, acomodándome el casto y ella no se mueve.
—¿Qué esperas?
—¿Siempre eres así de grosero? —cuestiona cruzándose de brazos.
Sonrío.
—¿Qué es lo que quieres, Halley? —inquiero con fingido tono amable.
Ella resopla. Acomoda su cabello y permanece en silencio por un par de instantes antes de elevar la mirada.
—¿Estamos en paz? —inquiere—. No me gusta ir por la vida sabiendo que alguien aún está resentido conmigo.
Una leve risa me invade.
—No estoy resentido contigo, despreocúpate —mascullo. Me ajusto el casco y bajo el visor.
Ella se aparta cuando enciendo la motocicleta y no me preocupo por mirar si tiene algo más por decir.
Cuando llego a casa, parece que la mudanza ha acabado porque las cajas que había en la sala antes de marcharme han desaparecido. Gema está en medio del salón, colocando un par de adornos cuando ingreso.
Es extraño no volver y encontrar el completo silencio al que había estado acostumbrado.
—Hola —saluda—. ¿Cómo fue tu día?
—Bien, gracias —respondo—. Estaré arriba.
—Dereck...—me detengo al borde de la escalera cuando ella pronuncia mi nombre—. ¿Crees que podamos hablar un momento?
Suspiro. Me recuerdo a mí mismo que ella solo está siendo amable, así que me doy la vuelta y regreso sobre mis pasos.
—Seguro.
—Escucha, sé que todo esto puede ser complicado para ti. Y entiendo perfectamente si te sientes incómodo con nuestra presencia. Pero quiero que nos llevemos bien, vamos a ser una familia después de todo ¿no lo crees?
Una familia, estábamos muy lejos de ser una.
—¿Cuánto tiempo es que sales con mi padre? —cuestiono.
—Poco más de un año —responde.
—Y en ese tiempo no te habló de mí ¿no te parece extraño? —inquiero con curiosidad.
—Él dijo que podría ser complicado para ti. No quiso presentarnos hasta que lo que sea que tuviésemos en esos momentos fuese lo suficientemente serio como para hacerlo saber.
Una parte de mi me repite que debo decirle quien es mi padre en realidad. Y la otra insiste en que es probable que ya lo sepa, pero como todos los demás, no están dispuestos a hacer nada al respecto.
—Si lo que quieres saber es si tendrás algún problema conmigo, la respuesta es no. —sentencio, le doy la espalda, queriendo marcharme, pero su mano se envuelve alrededor de mi muñeca en un gesto suave, impidiéndome avanzar.
—Dereck, por favor. No quiero ser una extraña aquí, sé que este es tu hogar y...
—Te equivocas ahí —la interrumpo librándome de su agarre—. Hace mucho tiempo que esta casa dejó de ser mi hogar.
Y tras decir eso, camino hasta las escaleras y ella no hace nada para detenerme esta vez.
Gema no se aparece por mi habitación en el resto de la tarde, Colton llamó un par de veces para preguntar si todo estaba en orden y tenía la leve sospecha que desde que vio los golpes, estaba actuando un tanto más preocupado que de costumbre.
Me encuentro frente a la computadora, intentando terminar un ensayo sobre el renacimiento para la clase de literatura, cuando mi padre entra.
—¿Qué le dijiste a Gema? —inquiere cerrando la laptop en un rápido movimiento que resuena.
—No le dije nada —me defiendo.
—No quieras verme la cara de estúpido, Dereck. ¿Qué fue lo que le dijiste?
Suspiro, me incorporo de la cama y mi padre me observa con mayor molestia.
—Le dije que no iba a tener ningún problema conmigo. ¿Qué no es eso lo que querías? —cuestiono—. Le dejé saber que no había inconvenientes.
—¿Y por qué mencionó que no sientes esta casa como tu hogar? —maldigo mentalmente—. No necesita que le estés contando tus putos problemas, Dereck.
Muerdo el interior de mi mejilla, en un intento de contenerme.
—Responde —ordena.
—Solo le dije la verdad, y ya está. No pensé que ella fuese a contarte, sabes que odio molestarte. No volverá a ocurrir.
—Eso espero —dice alejándose—. Baja a cenar.
—Cenaré aquí.
—Dije que bajes a cenar —repite con firmeza—. Ella quiere que cenes con nosotros.
Me dedica una última mirada antes de marcharse, suspiro.
Si pensé por un solo instante que la presencia de Gema en la casa calmaría todo, no pude estar más equivocado.
Me vi en la obligación de bajar, Gema y mi padre ya están en la mesa, y Austin a un costado. El niño me observa por un par de segundos y luego sonríe.
—Si no bajabas, iba a subirte la cena —admite Gema—. ¿Tienes demasiada tarea?
—Solo la suficiente como para hacerme desvelar —confieso. Cuando se incorpora para servir la cena en un plato, mi padre la detiene.
—Él puede servirse solo, Gema.
—Tonterías, siéntate, Dereck. Yo me encargo.
No recuerdo la última vez que tuvimos una verdadera cena en casa, un plato de lo que creo es algún tipo de carne y verduras es dejado frente a mí.
La cena trascurre sin inconvenientes, me esfuerzo en no participar y los únicos que hablan son Gema y mi padre. En un par de ocasiones me limito a contestar las preguntas que ella me dirige, pero es todo.
Hasta que deja una rebanada de pan de nuez sobre mi plato.
—No, gracias, Gema.
—Dereck, no seas grosero y acéptalo —dice papá.
—No es eso...
—No hay problema, si estás satisfecho...—intenta hablar Gema.
—Dereck la comida no se rechaza. —insiste con autoridad.
—Patrick...
—No es que...
—¡Solo acéptalo, joder! —me sobresalto ante su grito. Gema también y Austin pega un leve brinco en su asiento—. ¿Tienes que causar un conflicto en una cena, Dereck?
El silencio nos envuelve. Me siento repentinamente avergonzado, aunque sé que no tengo motivo.
—Patrick, no grites en la mesa —reprende Gema—. Si él no quiere...
—Es que soy alérgico a la nuez —expreso en un susurro. El rostro de papá cambia, Gema luce apenada—. Lo comería con gusto, pero eso significaría tener que ir al hospital porque no podría respirar. No es que sea grosero, Gema, de verdad...
—No, no hay problema. Si tu padre me hubiese dicho de tu alergia, hubiese hecho otra cosa —manifiesta—. No te preocupes.
—Lamento haber...
—No, tonterías, Dereck —dice con suavidad—. No ha sido culpa tuya.
Desearía creerle, pero sé que sí. He molestado a papá y eso siempre es culpa mía.
—Lo siento, Gema —dice papá luego de un par de minutos en completo silencio.
Ella se incorpora, lo observa con molestia y se acerca hasta Austin para tomarlo en brazos.
—No es a mí a quien me debes disculpas, y lo sabes. —sonríe en mi dirección antes de cruzar por mi lado, y salir del comedor.
Mi corazón late con rapidez, con tanta que lo siento golpear contra mi caja torácica, mi cuerpo entero está tenso, como si esperara cualquier indicio de lo que viene.
—No sabía que eras alérgico —dice con calma y por alguna razón eso me asusta más de lo que debería.
—Nunca has preguntado. Lo descubrí en quinto grado, luego de probar una galleta que la maestra me ofreció. Estuve algunas horas en la enfermería, nunca te llamaron porque pedí, casi supliqué que no lo hicieran porque sabía que ibas a enojarte.
Cierra los ojos, apoyando la frente en una de sus manos.
—Lamento haber arruinado la cena.
Me incorporo porque me es intolerable seguir un momento más con él.
—Debí suponerlo, ella también era alérgica —me detengo. Retengo la respiración ante el entendimiento de a quien se refiere. —Supongo que tienes medicinas para eso ¿no?
No respondo de inmediato.
—No las he necesitado.
Nuestras miradas coinciden, no luce molesto, más bien podría decirse que parece avergonzado.
Retomo mi camino hacia la habitación, el repentino cansancio que me ha invadido me obliga a echarme en cama, y no sé en qué punto me quedo dormido. Creo que el incidente no volverá a mencionarse, sin embargo, a la mañana siguiente un par de cajas antialérgicos se encuentran sobre mi escritorio.
"Cárgalas contigo siempre. Si llega a ocurrir un incidente, toma un par de pastillas y el efecto será casi inmediato, no te pasará nada."
No hay firma, pero reconozco la caligrafía de manera inmediata.
Es de papá.
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