21.- Merecedor de más.
«El dolor, cuando no se convierte en verdugo, es un gran maestro.»
La profesora de inglés habla sobre el ensayo para la universidad. Me apoyo contra el respaldo de la silla mientras cruzo los brazos, prestándole atención.
—Deberán escoger un tema para el ensayo —informa la maestra Miller—. Recuerden ser ustedes mismos, mostrar algo más allá que solo logros académicos.
Un silencio recorre la sala.
—El personal encargado de la revisión de ensayos, esperan encontrar una perspectiva de ustedes que un buen curriculum no puede mostrar. Las universidades quieren conocerlos.
Una chica que se encuentra a varios asientos de distancia eleva la mano.
—¿Podemos hablar sobre cualquier cosa? —pregunta cuando la profesora le cede la palabra.
—Así es, deben elegir una historia y contarla, puede ser sobre cualquier cosa, sobre algo que les guste, lo que les apasiona hacer, sobre los miedos o dudas, los encargados esperan descubrir en sus letras, la verdadera esencia de cada uno.
Bien, la esperanza de tener un buen ensayo cada vez más se iba por la borda.
No era el mejor redactor, y ¿de qué se supone que hablaría?
—No se angustien ni se presionen, iremos trabajando en sus borradores para que cuando la fecha de envío llegue, tengan el mejor resultado posible.
La campana suena en ese momento, guardo las cosas dentro de la mochila y abandono la sala con el resto de los estudiantes, la última clase había llegado así que eso significaba ir al taller. Voy hasta mi casillero para tomar lo necesario, el par de pinceles que había conseguido y un par de cosas más que serían necesarias.
—Hola—. Sonrío cuando observo a Halley.
—Hola —respondo.
—Lamento haberte lanzado por la ventana anoche —dice con una sonrisa a modo de disculpa—. No fue mi intención. ¿Me perdonas?
—No —la leve sonrisa que comenzaba a aparecer en sus labios se esfuma en segundos.
—¿No? ¿A caso te lastimaste o...?
—No traes muffins contigo —señalo—. Creo que las disculpas deben ir acompañadas de esos deliciosos muffins de chocolate.
Su gesto se relaja.
—No tuve tiempo —se excusa encogiéndose de hombros.
—No hay muffins, no hay disculpas —Halley ríe—. Tengo que ir al taller.
—¿Qué te parece si en vez de que te entregue muffins hacemos algo mejor? —sugiere.
—¿Cómo qué? —cierro la puerta del casillero, colocándole la clave y me giro por completo hacia ella.
—Me ayudas a prepararlos —dice—. ¿Qué dices? Será súper divertido.
—¿Quieres que te ayude a hacer los muffins? —inquiero—. Tengo habilidades en la cocina, pero no son las mejores.
Se acerca, se coloca en puntillas y deja un rápido beso sobre mis labios.
—No importa ¿qué dices?
—¿Podré marcharme por la puerta principal esta vez? —cuestiono haciéndola reír otra vez.
—Claro que sí, avisaré a mis padres —manifiesta—. Esta noche, a las ocho.
—Bien, es una cita—. La mirada de Halley se ilumina, sonríe antes de asentir y se aleja algunos pasos.
—Es una cita.
Eleva la mano en un ademán de adiós, y sin decir más se marcha por el pasillo.
Trazo con cuidado la línea de color azul en el contorno de la boquilla del jarrón. Coloco el pincel dentro del agua, agitándolo un poco y luego lo limpio.
—Maya, creo que este año tendrás competencia —el profesor Jackson se coloca a mi costado.
Ella voltea, una sonrisa se dibuja en sus labios cuando mira el jarrón.
—Será interesante, es aburrido ganar con facilidad —sonrío sin poder evitarlo.
—Creo que me estás dando más importancia de la que debería, seguramente hay otros aquí con habilidades mejores que las mías —Maya ríe.
—El profesor Jackson estará de acuerdo conmigo de que a nadie parece importarle demasiado el taller. La mayoría viene por los créditos fáciles de obtener.
Yo soy uno de ellos.
—Pero tú pareces tener habilidad ¿considerarás el concurso? —cuestiona el profesor—. Será interesante verlos a los dos.
—Aún lo estoy pensando —admito.
Él parece satisfecho con eso, la campana suena así que dejo el pincel a un costado, y me aparto del jarrón, observando el resultado.
—¿Será para alguien especial? —inquiere Maya.
—No lo sé —expreso—. No quiero regalar algo de mala calidad.
La escucho reír. Se quita el delantal y deshace el moño que sujeta su cabello.
—Si es para una chica, a mí me gustaría recibir la primera creación de mi novio —dice con seguridad.
—¿Cómo sabes que es para una chica? —inquiero.
—No lo sé en realidad —admite encogiéndose de hombros—. Solo es un pequeño consejo.
Se cuelga la mochila al hombro y sale, termino de recoger mis cosas y cuando me dispongo a salir, la voz del profesor Jackson me detiene.
—Sé que dijiste que lo estás considerando, pero...—abre el cajón, toma un par de folletos y me los entrega—. El concurso es a mitad de curso, consta de una serie de creaciones, si decides inscribirte, trabajaremos en ellas para perfeccionarlas, al final se elige uno que representa a Cleveland.
Tomo las hojas, mirando el contenido por un rato antes de observar al profesor.
—Gracias. Lo tendré en cuenta.
Me sonríe con amabilidad, guardo los folletos en el interior de la mochila, y salgo por fin de la sala.
No quiero volver a casa, pero es demasiado temprano para asistir al club de Luke, observo la hora en mi celular, con suerte papá estaría aún en el trabajo y solamente tendría que lidiar con la presencia de Gema.
Era jodido no poder sentirse cómodo ni en tu propia casa. Por alguna razón, que conozco bien pero no quiero admitir, no conduzco a la velocidad acostumbrada, es como si de cierta manera quisiera retrasar la hora de llegada.
Estaciono la motocicleta justo en la entrada, aseguro el casco antes de tomar una inhalación e ingresar.
Las voces en la cocina me hacen sospechar que Gema no estaba sola, pero la persona que aparece por el umbral, no era la que esperaba.
—Hola, cielo.
—Abu —se acerca con rapidez y me envuelve en sus brazos—. No esperaba verte pronto.
—Bueno, lo sabrías si hubieses respondido mis llamadas —reprocha—. ¿Qué te ocurrió en el rostro?
Una de sus manos viaja hasta la esquina de mis labios, y su pulgar traza una caricia suave.
Me aparto.
—Un idiota —me observa sin creerlo del todo—. ¿Te quedarás?
—Un fin de semana —informa—. He planeado que podemos pasarlo juntos. ¿Qué dices?
—Lo siento, pero tengo demasiadas ocupaciones —expreso—. Con...
—No te vendría mal despejarte un rato —Gema interviene y retengo el impulso de rodar los ojos—. Tu abuela ha hecho un largo viaje para poder llegar.
—¿Qué dices si te llevo a cenar a ese restaurante que te encanta? El del centro.
—Dejó de gustarme cuando tenía quince —señalo—. Aprecio que estés aquí, pero no era necesario.
—Dereck...
—¿Por qué ahora si quieres verme? —inquiero con brusquedad—. Pero no estabas cuando te necesité, no pretendas llegar y que haga a un lado mis ocupaciones solo porque te tomaste la molestia de venir un fin de semana.
—Dereck no le hables así a tu abuela.
—Tú no metas —mascullo en dirección a Gema—. A papá no le agradará ver que has venido, así que será mejor que te marches.
La esquivo y subo las escaleras, cierro la puerta y me aseguro de colocarle el pestillo antes de lanzarme a la cama.
Permanezco boca arriba, mirando el techo, no sé en realidad cuanto tiempo pasa hasta que un par de golpes me hacen suspirar.
—Dereck, ¿podrías abrir la puerta?
No respondo, permanezco en la misma posición, ignorando sus palabras.
—Dereck, por favor —casi suplica—. Cielo, ¿puedes abrir?
Me mantengo en silencio.
—¿Sabes? Tu madre hacía lo mismo —dice—. ¿Y sabes qué hacía yo? Me quedaba afuera de su habitación, debía salir para ir al baño.
—Mi habitación tiene baño propio —mascullo.
—Bueno, saldrás por comida.
—Puedo salir por la ventana y largarme, no necesito comida de aquí.
No hay respuesta, creo que he conseguido mi propósito de evadirla, porque escucho los pasos bajando las escaleras.
Tomo una de las almohadas y la coloco sobre mi rostro.
No debí volver, definitivamente.
Apenas han pasado algunos minutos cuando los pasos se escuchan otra vez, sin embargo, no habla, tampoco toca. El sonido de la puerta al abrirse me extraña y aparto la almohada del rostro para mirar.
—¿Cómo...? —resoplo con molestia cuando me enseña las llaves—. ¿No puedes respetar un poco de privacidad?
—No cuando mi nieto no quiere hablar conmigo y se encierra en su habitación —dice cerrando la puerta—. ¿Por qué estás tan enojado conmigo?
—Te necesitaba —no me importa sonar rencoroso—. Y tú solo me colgaste.
—Dereck...
—Ni siquiera me permitiste explicar lo que había ocurrido. ¿Sabes que esa noche dormí en un callejón? A lado de un maldito bote de basura, Margarita. Pero no te importa, así como a mi padre, a ustedes no les importa absolutamente nada que tenga que ver conmigo.
—No estaba en casa...
—¿Y eso qué? Tu nieto necesitaba un sitio para pasar la noche, pudiste volver, pudiste al menos permitirme llegar, pero no, solo colgaste.
Camina hasta colocarse en el borde del colchón, una de sus manos se extiende hasta posicionarse sobre mi rodilla.
—Soy una pésima abuela ¿no es verdad? —inquiere.
—No fui yo quien lo dijo —sonríe.
—Sé que no volviste a casa esa noche, tampoco al día siguiente —dice con suavidad—. Tu padre me llamó, creyó que estabas en West Haven. Lamento haber colgado, pero no estaba en casa y...
—¿Y no podías volver? ¿O no querías?
No sé si quiero conocer la respuesta.
—Mejor no respondas —eleva la mirada cuando hablo—. No hay nada más que decir, todo está clarísimo, abu.
—No necesito un padre a medias, y mucho menos a una abuela que solo lo es por compromiso —me obligo a mí mismo a fingir que no me importa—. No necesito nada de eso.
—No imaginas lo complicado que es —habla al fin—. Cada día, cada segundo, es más difícil que el anterior. El duelo nunca se va, Dereck.
—Al menos tú la recuerdas —espeto—. Yo ni siquiera tengo eso.
—Tal vez es algo bueno.
Bajo la vista.
—¿No recordar a mamá? —inquiero con amargura—. ¿De verdad? No recuerdo su voz, no sé si mis recuerdos con ella son reales o son producto de mi imaginación, y de todos los escenarios que cree con ella siendo pequeño. No sé si su voz era en realidad la misma que tengo en la mente. No sé si mi madre fue en verdad como la mujer que tengo en la memoria.
Un silencio nos envuelve.
—¿Y sabes por qué? Porque nadie quiso hablarme de ella —me incorporo, intentando deshacerme de las lágrimas al mismo tiempo que la puerta se abre.
Maldigo cuando Patrick aparece. Volteo, intentando esconder la fragilidad que me envuelve ahora mismo.
—Te dije que no era buena idea que vinieras —habla con calma—. Debes irte.
Mi abuela sale sin decir nada, papá cierra la puerta cuando ella se marcha.
—Tú madre fue como la mujer que tienes en mente —lo miro cuando dice aquello.
—Ni siquiera sabes...
—¿Cómo más un niño imagina a una madre? —inquiere—. No hay que ser adivino para saberlo. Julieth era maravillosa y...
—Y yo te la arrebaté ¿no es cierto? Por eso me detestas tanto.
—No fuiste tú, fue ella la que decidió rendirse. Porque no nos amaba lo suficiente, ni siquiera a ti.
Retengo la respiración, Patrick sale cerrando la puerta detrás de él y siento que voy a romperme.
"No nos amaba lo suficiente, ni siquiera a ti"
El pensamiento se incrusta en mi mente, y la peor parte, es que nunca tendría la oportunidad de averiguar si papá mentía, o decía la verdad.
La frase de mi padre no ha dejado de repetirse en mi mente. La duda clavada en mi pecho seguía doliendo, y me reprendía a mí mismo por haberle dado esa oportunidad.
Por más que lo intenté, en el entrenamiento de Luke, en la llamada de Halley, y en todo el resto de la tarde, no conseguí dejar de pensar en eso.
—¡No va ahí! —Halley exclama con alarma, arrebatándome las chispas de chocolate—. ¿Me escuchaste cuando te dí las instrucciones?
Sacudo la cabeza levemente.
—¿Eh?
Deja el recipiente con las chispas a un costado, y se apoya en la barra.
—¿Qué pasa?
—Nada.
—No me mientas. Sé que pasa algo —dice tomando una de mis manos—. ¿Qué tienes?
—Estoy arruinando nuestra cita ¿verdad? Lo lamento...
—Shht —coloca uno de sus dedos sobre mis labios—. No estamos hablando de nuestra cita, que va de maravilla, por cierto, estamos hablando sobre lo que te ocurre.
—Y ya dije que no es nada —insisto—. En realidad, no quiero hablar sobre eso.
Asiente con comprensión.
—De acuerdo, entonces continuemos, pero por favor, no eches las chispas dentro del huevo —dice señalando la mezcla amarilla que está en el recipiente frente mí.
—¿Dónde aprendiste a hacer esto? —inquiero intentando desviar mi atención hacia otra cosa que no fuesen mis problemas con Patrick.
—Mi abuela es repostera, tiene una pastelería al norte de Oregón, cada acción de gracias la pasamos con ella, solía enseñarme sus recetas secretas sobre pasteles.
Mientras habla, vierte la harina en el mismo recipiente donde los huevos se encuentran, luego me pasa la azúcar y me pide que haga lo mismo.
—Así que ¿es de familia?
Asiente.
—Dijiste que tenías habilidad en la cocina ¿Quién te enseñó? —es su turno de preguntar.
—Mi abuela. Cuando iba los veranos. Tenía que aprender a sobrevivir de alguna manera.
Comienzo a revolver la mezcla cuando ella vierte la leche.
—¿Sobrevivir?
—Bueno, mi padre no era precisamente un hombre responsable, es decir, no lo es aún pero antes, era pequeño y necesitaba alimentarme. Aprender a hacer panqueques, huevos, panes tostados, fue mi salvación.
—¿Qué edad tenías?
—Siete —coloco las chispas cuando ella lo indica con una de sus manos.
—¿Cocinabas a los siete?
—Tenía que comer de alguna manera. No eran precisamente las mejores preparaciones, pero...—me detengo cuando observo la manera en la que me mira—. ¿Qué?
—¿Dónde estaba tu padre?
—Ebrio, o en algún bar —me encojo de hombros.
—¿Quién cuidaba de ti?
—Nadie —termino con la mezcla y la deslizo hacia ella—. ¿Otra pregunta?
Halley sacude la cabeza.
—Lo siento, no quería...
—No, está bien, dijimos que nos conoceríamos ¿o no?
Ella se inclina, sacando el molde de aluminio y me tiende algunos papeles rojos.
—Sí, pero no quiero incomodarte, sé que son temas difíciles para ti —dice mientras separa los papeles y los acomoda en los espacios—. Con eso, tomas un poco de mezcla y lo colocas sobre el papel, no demasiado lleno.
—No me incomodas —admito comenzando a hacer lo que ha dicho—. Es fácil hablar contigo y me agrada.
Cuando terminamos de llenar los espacios, ella señala el horno.
—Sostén esto —pide entregándome la bandeja. Se da la vuelta, abriendo el horno y me hace una seña para que coloque la bandeja dentro.
—Quiero asegurarme de que puedas hablar conmigo, sobre todo —dice con una sonrisa—. Así que me alegra saber que tú sabes que puedes hacerlo.
—Claramente lo sé —respondo con una media sonrisa—. ¿Cuánto tiempo?
Ella mira el reloj.
—Treinta y cinco minutos —informa—. Tenemos que limpiar esto.
Nos colocamos frente a la barra, ella toma la bolsa de harina y la aparta. Tomo algunos de los recipientes sucios para llevarlos al lavatrastos, pero antes de girarme, ella habla.
—Dereck.
—¿Sí? —volteo, un puñado de harina es lanzado en mi dirección y suelto los recipientes de metal que producen un molesto sonido al caer contra las losas. Una carcajada brota de los labios de Halley mientras se aparta—. ¿Con que te parece gracioso?
El recipiente con chocolate en polvo se encuentra cerca, así que tomo un poco y lo lanzo contra ella. Halley ríe mientras ambos nos ocupamos en lanzar harina y chocolate de un lado al otro, sin preocuparnos por el desastre.
Cuando al fin nos detenemos, ambos estallamos en carcajadas al vernos el uno al otro. Gran parte del cabello de Halley está cubierto del polvo oscuro, sé que mi cabello luce igual y el piso, ahora ya no es de losas blancas.
¿Quién decide colocar losas blancas en una cocina?
Sus pestañas también tienen harina, y la blusa está impregnada del mismo color.
—Somos un desastre —dice acercándose. No sé si se debe a la harina y el chocolate en el suelo, pero resbala. Me acerco, rodeando su cintura con uno de mis brazos y sujetándola con firmeza contra mi cuerpo.
—Williams, sé que soy irresistible, pero puedes disimular un poco más ¿no lo crees? —inquiero con diversión.
Ríe, pero no es todo, lanza un último puño de harina contra mi rostro y se carcajea.
—¿Halley?
Nos apartamos cuando la voz de su padre se escucha. Nos miramos con alarma, el señor Williams mantiene las gafas sobre el puente de su nariz, un libro en una de sus manos y nos observa como si no entendiera que ha pasado.
Me sacudo la harina en un intento inútil de eliminarla.
—Hola papá, ¿recuerdas a Dereck?
Sonrío.
Él señor Williams parece reconocerme y su postura se relaja.
—¿Pero que han hecho ustedes dos? —la voz de la madre de Halley llena la sala—. Por Dios, Halley ¿tienes idea de lo...? —cuando me mira, la sonrisa en sus labios se hace más evidente.
—¿No son adorables? —pregunta ahora su esposo.
—No queríamos causar un desastre en la cocina —hablo.
—Oh, no te preocupes —dice haciendo un ademán con una de sus manos para restarle importancia.
—Todo bien por aquí mamá ¿necesitan algo más?
La señora William sonríe.
—Dereck ¿te quedas a cenar?
—Me encantaría —respondo.
Los señores Williams parecen satisfechos, cuando miro a Halley ella echa la cabeza hacia atrás y emite un sonido lastimero.
—Acabas de firmar nuestra condena.
—Oh, William, estamos cubiertos de harina y chocolate ¿Qué puede ser peor?
(...)
La cena con los señores Williams fue más agradable de lo que imaginé. Incluso Halley admitió, a regañadientes, que fue divertido.
—Deberías venir más seguido —dice Andrew, como el señor Williams se había empeñado en que lo llamara, cuando salimos de la casa.
—Estaré encantado.
—Me agrada que un chico como tú esté saliendo con Halley —la miro de reojo, reteniendo la sonrisa cuando luce apenada—. Luke me ha hablado bien sobre ti.
Otro motivo para estar agradecido con Luke.
—Ellos te aprecian, y si Luke dice que eres digno de confianza, es porque es así —asegura.
—Gracias, Andrew.
Nos despedimos justo en la entrada, Halley entrelaza nuestras manos mientras caminamos hacia el sitio en donde mi apreciada motocicleta se encuentra.
—Me la pasé bien —expreso—. Tus padres son agradables.
—Cuando se comportan —objeta—. ¿Estás mejor?
Asiento.
—Gracias a ti y a esa guerra de harina —paso las manos por la camisa cuando digo aquello. Habíamos conseguido eliminar gran parte del polvo en nuestras ropas, aunque el cabello era otro asunto.
Se acerca lo suficiente como para abrazarme, sus manos se envuelven alrededor de mi torso y ejerce un poco de presión. Bajo las manos cruzándolas por su cuerpo, apegándola más a mí si eso es posible.
Halley Williams en poco tiempo se había convertido en más que una chica con la que salía, con ella podía ser yo mismo, podía hablar de todo sin sentirme juzgado. Con ella me siento de la manera en la que siempre lo he deseado, y no quiero que se acabe nunca.
Se aparta, eleva el rostro y sonríe. Me inclino hasta atrapar sus labios con los míos, la sensación cálida hace acto de presencia, cuando nos apartamos, lo hacemos lentamente.
Su mirada se ilumina, sonríe una vez más antes de colocarse en puntillas y dejar un rápido beso de nuevo sobre mis labios.
—Voy a decir algo, y no quiero que salgas corriendo —dice.
—¿Me vas a pedir matrimonio? Solo así podría salir corriendo —bromeo. Ella se aparta riendo, golpea con ligereza mi pecho y niega.
—No eres tan suertudo —objeta—. Es algo serio.
—Bien, te escucho.
Toma una inhalación, fija la mirada en mí y luego dice aquello que consigue desestabilizarme por completo, dos palabras que penetran en mi pecho, y me hacen sentir diferente.
Ahí, aún con restos de harina en los cabellos y el cuerpo, Halley dijo:
—Te quiero, D.
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¡Nos leemos mañana! No se olviden de votar y comentar, significa mucho para mí.
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