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Capítulo 2


Al día siguiente, en el salón de clases, Tobias, Banana Joe y los chicos se reían en voz baja de Gumball mientras la Señorita Simian daba su clase. Gumball, inquieto, no sabía cómo manejar las burlas de sus amigos.

Cuando la clase terminó, la campana sonó y los estudiantes salieron rápidamente del aula, excepto Gumball y Darwin, que se quedaron atrás mientras los chicos continuaban burlándose de ellos.

—¿Te gusta Tina, verdad? —preguntó Tobias con una risa maliciosa.

—No, no me gusta Tina, dejen de molestarme —respondió Gumball, claramente incómodo.

—¡Claro que sí, siempre la miras! —intervino Banana Joe, riendo.

Agobiado por la situación, Gumball salió corriendo del aula, dejando su mochila olvidada. Darwin, por su parte, trató de contener la risa, cubriendo su boca con sus aletas mientras seguía a su hermano.

—Qué aguafiestas —comentó Tobias al ver a Gumball irse.

—Esperen, chicos, tengo una idea —dijo Tobias, sacando algo de su mochila y mostrando un libro con una sonrisa pícara—. Lo compré por internet, será perfecto.

Los chicos rieron mientras colocaban el extraño libro en la mochila de Gumball.

Un rato después, Gumball volvió al aula para recoger su mochila. Al entrar, vio a los chicos y a Tobias actuando de manera sospechosa.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Gumball, confundido.

—Nada, nada —respondió Tobias, silbando inocentemente.

Gumball se acercó a su mochila y la tomó sin darse cuenta de que los chicos habían colocado algo dentro. Decidió ignorarlos y salir del aula, tratando de mantenerse al margen de sus travesuras.

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De regreso a casa, Gumball y Darwin fueron a hacer las compras que su madre les había encargado, mientras Anais se quedó ayudando en la casa. Después de terminar las tareas, Gumball subió a su habitación y, al abrir su mochila, vio algo que no reconocía: un libro morado.

Intrigado, sacó el extraño libro de la mochila. Sus ojos se abrieron de par en par y su mandíbula cayó.

—¡¿Pero qué...?! —exclamó Gumball, tirando el libro lejos y subiendo a su cama, observándolo con miedo.

Al recordar lo que había pasado en el salón, murmuró con enfado:

—Maldito Tobias, esto fue demasiado lejos.

A pesar de su rechazo inicial, Gumball se sintió atraído por el libro y, después de un momento de duda, decidió abrirlo. Al hacerlo, descubrió que era una revista con ilustraciones explícitas de chicas dinosaurio en poses sugestivas.

Era la primera vez que veía algo así. Un escalofrío recorrió su espalda. Aunque entendía por qué le habían dado la revista, no sentía nada por las imágenes; en su lugar, todas las fotos solo le recordaban a Tina. A pesar de no querer admitirlo, se sentía extraño cuando estaba cerca de ella.

—Oh, Dios —pensó Gumball al darse cuenta de que Tina lo atraía de una manera especial.

Confundido, cerró la revista y soltó un suspiro, dejándola caer sobre la cama. No quería pensar en Tina de esa forma.

—¿Qué me pasa? ¿Por qué me siento así? —se preguntó a sí mismo.

La figura de Tina se dibujaba en su mente, hermosa y desafiante. Aunque quería negarlo, su corazón latía más rápido cuando pensaba en ella. ¿Cómo enfrentar esos sentimientos?

Perdido en sus pensamientos, Gumball escuchó un golpe en la puerta. El sonido lo sobresaltó, haciendo que botara la revista al suelo. Darwin había llegado con las bolsas de compras, pero también con una expresión de sorpresa.

—¿Qué haces mirando eso, Gumball? —preguntó Darwin, señalando la revista.

El corazón de Gumball latía con fuerza. Trató de disimular, fingiendo buscar su tarea.

—¡Oh, solo estaba buscando mi tarea! —dijo con una sonrisa nerviosa.

Sin saber qué hacer con la revista, la escondió debajo de su colchón, sintiéndose culpable.

—¿Qué tal las compras? —preguntó Gumball, tratando de cambiar el tema.

—Nada interesante, solo cosas para la cena —respondió Anais, mientras Darwin mostraba unos dulces que había comprado.

Gumball sonrió, contento de tener a su familia cerca. Pero sabía que tendría que enfrentar sus sentimientos por Tina. Esa noche, se quedó despierto, sopesando sus opciones. Sabía que no podía seguir así para siempre.

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Al día siguiente, sin poder sacar a Tina de su mente, decidió salir a caminar por el parque del vecindario. Sin saber por qué, sentía que Tina estaría allí. Y, como por arte de magia, la vio sentada en un banco, con una sonrisa tímida.

El corazón de Gumball latió con fuerza. Se acercó a Tina, pero sus palabras se atoraron en su garganta.

—Hola, Gumball —dijo Tina.

—Hola —respondió Gumball tímidamente.

—¿Estás bien? Pareces nervioso.

—No es nada, solo estoy un poco cansado.

—¿Te gustaría caminar conmigo? —preguntó Tina.

Gumball dudó, pero finalmente aceptó. Caminaron por el parque, charlando de cosas triviales, hasta que Tina lo detuvo.

—Gumball, quiero agradecerte por todo. Nunca nadie me había tratado tan amablemente. Eres el mejor amigo que alguien podría tener.

—Tina —dijo Gumball, sintiendo que su corazón iba a explotar—. No puedo más. Tengo que decírtelo. Me gustas mucho. Eres especial para mí. Quiero que seas mi novia.

Tina lo miró, sorprendida. Lo había considerado su mejor amigo, y no esperaba que sintiera algo más.

—¿En serio? —preguntó Tina, confundida y preocupada.

—No lo sé, Gumball. ¿Yo soy suficiente?

Gumball se acercó más.

—No digas eso. Eres única, valiente y hermosa. Eres todo lo que podría desear, y no lo cambiaría por nada. Solo dame una oportunidad.

Tina lo miró a los ojos y vio la sinceridad en su rostro. Nunca se había visto en una relación, pero quizá eso era justo lo que necesitaba.

—Hm... —murmuró Tina suavemente—. Creo que te daré una oportunidad.

Ambos se miraron con esperanza en sus corazones. No sabían qué traería el futuro, pero estaban dispuestos a descubrirlo juntos.

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