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Capítulo 5.

Las víboras siempre hablan de más.

Mees.

Dejé la mochila al pie de las escaleras. Detrás de mí venía Devany. Hizo lo mismo que yo y caminamos hacia la cocina donde estaba nuestra madre.

Antes de entrar a la cocina me asomé por el pasillo que llevaba el patio y aprecié la piscina, el día era perfecto para un chapuzón. Quizá el fin de semana le diría a mis primos que vinieran a la casa para beber un poco.

—¿Dónde está papá? —cogí una manzana del frutero y le di una gran mordida.

Mamá estaba del otro lado de la cocina. Miraba su móvil y tenía una mano en la cintura.

—Fue con Rykel.

Devany entró y se sentó a mi lado, subiendo los pies a la silla.

—¿Negocios? —afirmó asintiendo con la cabeza.

—Y uno muy grande, dijo tu padre. Si se hace esto es probable que se hagan más con los rusos.

Hice una mueca.

Mi mamá seguía mirando algo en su móvil.

—¿Que miras? —volteó a verme.

—Una receta. Ya no sé que hacer de comer y ustedes tienen que comer —regresó la mirada a la pantalla.

—¿Me estás diciendo que sino fuera por nosotros no harías de comer?

—Así es —cogió el móvil y se acercó a la isla donde estábamos mi hermana y yo.

—¿Te das cuenta que eso te hace ver cómo una mala madre?

Puso el móvil frente al frutero y se sentó en la silla.

—Sí.

—¿Y no te importa? —negó.

—Mira que no —abrí los ojos. Volteé a ver a Dev pero ella estaba más concentrada en terminar de leer su libro.

—¿Qué lees? —moví la tapa del libro para ver cual era el título.

—Que te importa —masculló y se hizo a un lado.

—Odiosa.

—Hormonal.

—Tonta que se enamora de personajes ficticios que nunca van a salir de los libros.

—¡Cállate!, ¡mamá!

—Mees, deja a tu hermana —dijo tranquila.

Dev me sacó la lengua y siguió con su lectura.

—Bueno, ya sé que voy a hacer de comer —se bajó de la silla —. ¿Quien me ayuda?

—Paso —dijo mi hermanita.

—Vamos Mees, te toca ayudarme a preparar la comida.

Mamá se dio la vuelta hacia el refrigerador y empezó a sacar algunas cosas.

—Pero siempre me toca a mí —espeté.

—Cállate y haz caso —Dev bajó el libro dejando ver sus ojos. Estaban llenos de maldad y satisfacción.

—Un día me las vas a pagar —musité.

—Ya lo veremos —respondió en un tono muy bajo. La vi coger uno de los cuchillos que tenía mamá en el estuche y sonrió, peligrosa.

—Mamá, Dev tiene un cuchillo en la mano —la acuse.

—Dev.

—Se lo iba a pasar a Mees —volteó el cuchillo con el mango hacia mí y me lo entregó.

—Creo que lees muchas historias sobre asesinos y psicópatas.

—Y son mis favoritas —se regocijó.

Tragué saliva y fui al lavabo.

A veces me preocupaba Dev, porque más allá de que tuviera mal humor siempre, ella no era así antes. Creo que por más que tratemos de olvidar algunos sucesos, estos se adhieren a nosotros como lo hacen las sanguijuelas a la piel para chupar la sangre que ya no sirve. Eso es lo que sucedía con mi hermana. Ella no era así de amargada, al contrario, era una niña alegre y feliz, pero después de lo que pasó se convirtió en esto. No la culpaba, ella intentó ser lo que era pero no pudo, se refugió en sus libros e intentaba alejar a todos los chicos que se le acercaban.

Antes usaba faldas y vestidos, ahora ya no, antes tenía amigas, ahora si hablaba conmigo o alguno de nuestros primos era raro. Se volvió seria y grosera con algunas personas. No la culpaba, pero me hubiera gustado que fuera la de antes. Quería a mi hermana Dev de regreso, pero sospechaba que eso no iba a pasar.

Papá ya había llegado, comimos los cuatro juntos y nos platicó un poco del negocio que harían con el ruso. No entró en detalles porque le gustaba mantenernos al margen de eso. Solo dijo que era algo grande y que Rykel se haría cargo, pero como familia que eran necesitaba la aprobación de los dos hermanos.

Me encontraba en la parte de atrás de la casa, era tan grande que mi madre apenas venía aquí.

—¿Qué haces? —escuché detrás. En ese momento sentí que el humo se me iba al cerebro. Empecé a toser como un enfermo, se me puso la cara roja y casi saco los pulmones por la boca.

Al voltear me di cuenta que mi padre estaba detrás, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón. Su cabello estaba un poco largo. algunos mechones le caían en la frente y tenía una barba de días. Los dos botones de arriba de su camisa estaban desabotonados y se veía relajado.

—Nada yo...—intenté guardar el porro pero él era más rápido.

—¿Nada? —se acercó y se sentó a mi lado —. Veo que no es nada —me quitó el cigarrillo y lo olisqueó —. Si tu madre te ve con esto....

—No me digas —bufé y me encogí de hombros.

—¿Dónde compraste esto?, ¿no me digas que en el colegio?, ¿hay dealers en el colegio? —se veía preocupado.

—No, papá, no hay dealers en el colegio.

Mantenía el porro en alto y a mí me daba vergüenza aquello.

—¿Entonces donde consigues esto?

No dije nada, ¿qué le iba a decir?, que iba a uno de los coffee shops de Hein y ahí me la vendían, podía meter en problemas al pobre diablo que atendía el lugar.

—Mees —arrastró las letras de mi nombre al ver que no respondía y que ni siquiera me atrevía a mirarlo a los ojos —. Si tú no me dices las cosas como te voy a tener confianza, debe ser recíproco, ¿no crees?

—En el coffee shop de Hein.

Creo que eso no le sorprendió.

—Bueno. Ya no eres un niño, tienes dieciocho años recién cumplidos y no te puedo prohibir que hagas o que no hagas.

Suspiró. Me entregó el porro y se quedó mirando la nada. Tal vez me estaba diciendo esto por algo, ¿no?, tal vez esta vez sí se iba a abrir conmigo y me iba a decir aquellas cosas que estaba esperando me las dijera él mismo.

—Tú piensas que yo no te quiero, y eso no es así, eres mi hijo, Mees. Te quiero como quiero a tu hermana y como quiero a tu madre, los tres lo son todo para mí, ¿lo entiendes? —asentí —. Si a veces me molesto contigo por las cosas que haces es por eso —no entendí —, porque yo era como tú: impulsivo, inmaduro y no pensaba las cosas. No quiero que pase lo mismo contigo, que hagas algo y después te arrepientas de hacerlo.

»Yo a tu edad había cometido tantos errores y había hecho tantas estupideces que no me vas a creer. Sé que eres joven y que vas a cometer muchos errores y no espero que sea de otra manera, pero no quiero que hagas cosas que te dañen, que lastimen a los demás, a tus amigos, a tu familia, ¿entiendes?

—Sí —sonrió.

—Mi padre murió antes de que yo cumpliera los dieciocho años y no lo tuve para darme consejos, ni para ayudarme en muchas cosas, pero yo estoy aquí, Mees, para ti, para lo que necesites. Ya sea del colegio o de la vida, soy tu padre y como yo nadie te va a entender.

—Yo... —me rasque la nuca.

—No tienes que decir nada, solo que sepas que estés en un problema o no, me tienes a mí, yo te voy a cuidar y aconsejar más que nada.

Sus palabras eran tan sinceras.

—Gracias —pasó su mano por mi cabello, despeinandolo.

—Nada, eres mi hijo, Mees —me dio un palmadita en la mejilla y se puso de pie —. Que tu madre no se dé cuenta que fumas eso, me mata si sabe que yo sabía que lo haces.

—Está bien —le sonreí y se fue por el pasillo.

Al final mi padre no era tan malo como yo pensaba algunas veces, solo estaba preocupado por mí y las tonterías que podía llegar a hacer. Era un buen padre y un excelente esposo, eso era más que obvio y yo era afortunado por poseer el apellido De Vaux y tener la familia que tenía. Podían estar locos, ser ruidosos y a veces gritar mucho, pero al fin y al cabo era mi familia y debía estar agradecido por ello.

Alen.

—¡Te voy a matar, Alen! —gritó Robin desde su habitación. Corrí por el pasillo antes de que me alcanzara —. ¡Eres un idiota!, ¿cómo demonios se te ocurre usar mi crema para peinar?, ¡imbécil!

Me encerré en mi habitación y le puse seguro. Para asegurarme que no entrara puse una silla en el picaporte.

—¡Abre la puerta maldito imbécil! —aporreaba la puerta y pensé que iba a tirarla. Ella era muy fuerte. Desde que tenía doce años empezó a entrenar con mi papá, y no porque él así lo quisiera sino porque ella se lo había pedido.

—Yo no hice nada, Robin.

—¿Cómo demonios no?, eres el único tonto que usa mis cosas. Nada más no usas mis sostén porque no tienes tetas.

—¡Cállate!

—¡Abre la maldita puerta para que te rompa...

—¿Qué son esos gritos? —esa era mi madre.

Mi móvil empezó a sonar.

—¡El imbécil de tu hijo está usando mis cosas!

—No le digas imbécil a tu hermano —eso me hizo reír.

Cogí el móvil que yacía sobre la cama y miré la pantalla, era Anne.

—Pues es un imbécil, mamá.

—Alen, abre la puerta por favor.

—Hola, Anne.

Alen —mi corazón dio un respingo al escuchar su dulce voz —. ¿Crees que puedas venir a mi casa?

Se escuchaba preocupada.

—¿Pasa algo?

No...no sé, la verdad.

—¡Qué abras la puerta niño precoz!

—No le digas así.

—Te voy a matar.

—Sí, voy para allá —escuché lo que fue una dulce sonrisa.

—Nadie va a matar a nadie.

—Pues yo sí —la puerta se empezó a mover tanto que sabía debía escapar de ahí.

Cogí una sudadera y me la puse. Salí por la ventana y empecé a bajar por la madera que había en la pared. Escuché un golpe y caí al suelo de espalda.

Robin se asomó y casi se me tira para matarme.

—¡Te voy a matar, Alen! —gritó agitando el puño.

—¿A dónde crees que vas? —mamá también se asomó.

—Por ahí —me puse de pie y me limpie la ropa.

—¡Esa no es una respuesta, jovencito!

Salí por la puerta principal de la casa, esta vez no me salté la barda como acostumbraba hacerlo. Caminé en dirección a la casa de AnneMarie y metí las manos a los bolsillos de mi sudadera.

Ella vivía a unos quince minutos a pie. La tía Anne nunca quiso vivir con Daen ni mucho menos con nosotros, aunque en las dos casas había espacio de más. Con el dinero que le dejó su difunta madre y lo que le dieron por la casa que vendió, se compró una casa cerca de la de todos. Anne era una buena mujer y una maravillosa madre, más que nada. Quería mucho a AnneMarie, para ella era todo y no iba a permitir que nadie le hiciera daño, menos un patán, como alguna vez llegó a decir.

No tardé mucho en llegar a la casa de AnneMarie, toqué el timbre y esperé que alguien saliera.

—¡Voy! —escuché desde arriba. Levanté la cabeza y me encontré con AnneMarie. Movía su mano en modo de saludo e hice lo mismo.

—Te espero —me sonrió y metió la cabeza por la ventana.

De repente la puerta se abrió y salió Anne. No se sorprendió al verme.

—Alen —me dio un beso en la mejilla, el cual correspondí.

—Tía Anne —di un paso atrás.

—Vienes a ver a AnneMarie, ¿no es así?

—Sí, ella me dijo que ahora sale.

—¿Quieres pasar? —no me dio tiempo a responder porque AnneMarie bajó las escaleras poniéndose un suéter. Pasó al lado de su madre y casi la empuja de no ser porque se hizo a un lado.

—Ya nos vamos —me sonrió antes de coger mi mano —gesto que no me pasó desapercibido—, cerró la puerta y me llevó con ella —. Pff —resopló y los cabellos que le caían en la frente se movieron.

—¿Para que me has llamado? —pregunté. Ella no soltaba mi mano y yo iba a empezar a tartamudear.

—¿Tú conoces a los amigos de Daen? —fruncí el ceño. Ella se dio cuenta —. A los viejos amigos de Daen —corrigió.

—¿Koert y Lievin?

—Ajá.

—Más o menos. Sé que Lievin vive aquí pero tiene familia y que Koert se fue hace años del país, ¿por qué?

Me parecía curioso que preguntara por ellos ahora. Ni siquiera me acordaba de ellos.

—Escuché a mamá hablar con Koert.

—¿Y?

—Ella se veía, feliz —encogió un hombro —. O eso parecía. Creo que Koert va a venir a Ámsterdam.

—¿Crees?

—Sí, solo pude escuchar lo que ella le decía y dijo algo así "me alegra saber eso, espero nos podamos ver pronto"

—Eso no tiene nada de malo, ¿o sí?

Cuando entramos al parque fuimos a la banca que habíamos hecho nuestra. Pasamos con el señor de los helados y ella pidió uno de galleta, mientras que yo pedí uno de vainilla, mi favorito.

—No tiene nada de malo, pero mamá se veía feliz hablando con él.

—No es solo eso, ¿verdad? —negó con la cabeza.

—¿Cómo sabes?

—Te conozco —lamió de su helado y sus mejillas tomaron un bonito color rojo.

—¿Me...conoces?

Mierda.

—Pues sí —intenté que no pareciera que le prestaba demasiada atención.

Pero si sí le prestas demasiada atención.

Tú cierra la boca.

—Hemos crecido juntos, te conozco así como a los demás.

—Ah.

—Pero ese no es el punto. ¿Qué es lo que estás pensando?

—Pues, quizá es una idea tonta, pero y si ese hombre es mi padre.

—No creo —descarté su idea de inmediato. Le dí una lamida al helado y ella me miró.

—¿Por qué no?

—Porque si Koert fuera tu padre ya estaría muerto, ¿no lo crees? —sus cejas bajaron.

—Es cierto —con las puntas de sus zapatos removía la tierra que había en el suelo —. No lo había pensado.

—¿Crees que Daen iba a dejar vivo al hijo de puta que embarazó a su hermana y la dejó? —chasqueé la lengua negando —, no iba a tener tanta suerte.

—Entonces todas las esperanzas se desvanecen para mí —suspiró.

Su helado se empezaba a derretir.

—No tienes que pensar así.

—Es que ya no sé que más hacer y preguntarle a mi mamá es inútil. Ella no dirá nada. No sé porque seguir manteniendo en secreto quien es el bastardo que me engendró y después huyó como un cobarde.

Suspiró.

—¿Por qué? —volteó a verme y yo no supe que decir. De verdad no sabía que decir.

—Podemos buscar —levantó una ceja —. Le puedo preguntar a mi mamá, quizá ella sepa algo.

—¿Y crees que te diga algo? —tampoco sabía eso.

—No sé pero no pierdo nada con preguntar, ¿o sí? —ella negó con la cabeza y sonrió.

—Gracias, Alen.

Me dio un beso en la mejilla y por unos segundos me sentí en el maldito cielo. Juro que quería más pero por ahora me conformaba con esto.

Se terminó el helado y nos quedamos viendo a los chicos que patinaban. Cuando empezó a anochecer regresamos a su casa.

Rodeé sus hombros con mis brazos, a ella parecía no disgustarle.

—¿Crees que algún día sepa quien es mi papá?

—¿Crees que sea necesario que lo sepas?

—Sí —no lo dudó.

—¿Para qué?, creo que todos estos años no has necesitado de un padre, Daen ha cumplido con ese papel, muy bien.

—Lo sé, no es que me queje de Daen. Tú lo has dicho, ha desempeñado ese papel como ninguno otro lo hubiera hecho y no me quejo de esto.

—¿Entonces? —no la entendía, de verdad no la entendía.

—Es que solo quiero saber quien es para preguntarle porque se fue, porque no se hizo responsable de mí y gritarle en la cara que nunca lo necesité y que mi madre junto con Daen han hecho un buen trabajo al criarme.

Soltó el aire como si este le estuviese quemando los pulmones.

—No me gusta verte así.

Y no me gustaba.

—¿No?

—No. Haré lo posible por ayudarte y espero que sepamos quien es el bastardo de tu padre.

—¿Harías esto por mí?

Solo por ti.

—Claro que sí.

Me sonrió y se acurrucó en mi pecho.

Podía pasar horas y horas así, con ella, pero para mi maldita mala suerte tuvimos que llegar a su casa. Empujó la reja y avanzamos por el pequeño jardín. Se detuvo frente a la puerta y se dio la vuelta. Ahora no se veía preocupada como horas atrás, podía decir que estaba mucho más tranquila y eso me hacía feliz.

—Gracias, Alen.

—¿Por qué?

—Por escuchar las teorías locas que tengo siempre —sonrió dulce.

—Es un placer —le sonreí.

Se acercó y me dio un tierno beso en la mejilla. Hubiese querido mucho más de ella, pero con esto estaba bien.

—Nos vemos mañana en el colegio, AnneMarie.

—Nos vemos mañana en el colegio, Alen —se dio la vuelta y entró a su casa.

Regresé a mi casa. El camino era corto y a esta hora de la noche todavía había personas en la calle. No me preocupó mucho que algo pudiera pasarme, así que caminé despreocupado hasta que llegué a mi casa.

Subí las escaleras. No se escuchaba nada.

Al dar la vuelta hacia mi habitación sentí un empujón contra la pared de enfrente. Mi mejilla se estampó contra el concreto y mi mano fue doblaba en mi espalda.

—La próxima vez que te vea agarrando mis cosas te juro que te corto las manos —dijo Robin cerca de mi oreja.

—No te atreverías —me burlé.

No debí hacer eso. Torció mi brazo y giró mi muñeca hacia afuera.

—¡Ya, Robin, ya! —grité de dolor.

—No me tientes, tonto.

Fue lo último que dijo antes de soltarme.

Me di la vuelta en el momento que se alejaba, me miraba amenazante. No dejó de mirarme hasta que desapareció por el pasillo.

—Loca —musité, sobandome la muñeca y entré a mi habitación.

Devany.

Había salido de mi clase y ahora intentaba huir de Elián quien no había dejado de perseguirme desde la mañana, creo que no fui tan directa cuando le grité en el pasillo que se alejara de mí, ¿es que era tonto o qué?

Fui hacia mi taquilla para guardar los libros que ya no iba a usar y sacar otros que iba a necesitar. Al cerrar la puerta pegué un respingo cuando a mi lado estaba Elián, con esa sonrisa que lo caracterizaba y esos enormes ojos mirándome.

—Déjame en paz —musité y empecé a caminar.

—Solo quiero hablar —bufé.

—Pues yo no.

Se adelantó y empezó a caminar de espaldas. Se iba a caer y yo me iba a reír por ser tan tonto. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón.

—Solo un minuto.

—Ni un segundo —seguí caminando.

—Dev, por favor.

—No me digas, Dev, solo mis amigos me pueden decir Dev y tú no eres mi amigo.

—Solo porque tú no lo quieres, porque por mí encantado —levanté una ceja.

—Ya vete —mascullé.

—Solo...

—No.

—Ni siquiera sabes que te voy a decir.

—Quieres que regrese al equipo y mi respuesta es un rotundo no.

—Por favor —puso sus manos en el pecho, en modo de suplica.

—No.

—Por favor.

—No, no, no y no.

—No solo puedes decir que no.

—Sí puedo y no es no.

Es ese momento Elián chocó contra las tres chicas más odiosas e insoportables de todo el colegio. Una de ellas chilló cuando Elián la pisó y tiró su vaso de café al igual que el panecillo que traía en las manos.

—¡Fíjate por donde vas, tonto!, ¿qué no ves?, ¿eres estúpido o qué?

Elián se apresuró a levantar lo que había tirado pero aquello era un desastre, el café se había regado por el suelo y el panecillo se empapó de café.

—No fue su intención.

Las tres arrastraron sus miradas hacia mí, las tres estaban dispuestas a tirar su veneno en mi contra. Elián echó la basura en el bote.

—Te puedo pagar el café —la rubia tonta se rio.

¿Qué le hacía tanta gracia?

Elián solo quería reparar el daño que hizo sin querer y ella se burlaba, ¿qué era tan gracioso?

—¿Sabes cuánto cuesta uno de esos cafés? —señaló el bote de la basura —. Cuesta mucho, mucho.

—Pues para la basura que es te estafaron —me reí por lo bajo.

—¿Tú de qué te ríes lesbiana?

Oh, oh.

Apreté los puños. Tenía tantas ganas de arrancarle las extensiones baratas y dejarla calva.

—¿Qué dijiste?

—Que eres una lesbiana. Lesbiana —repitió con toda la sarna que podía existir en ella.

—Dev no es lesbiana —habló Elián. Volteé a verlo y tenía esa sonrisita que decía que algo estaba tramando.

—Es una lesbiana, por eso no se le ha conocido ningún novio, ¿verdad chicas? —les preguntó a las víboras detrás de ella.

Las dos asintieron con la cabeza. Era obvio que le iban a dar la razón a la víbora mayor.

—Pues yo sé de antemano que no lo es.

Entonces lo hizo. Él me cogió de la mano y entrelazo sus dedos con los míos.

¿Qué demonios estaba haciendo?

—¿Verdad, Dev? —arrastré la mirada desde su mano hasta su rostro —. Diles que sí somos novios.

—Eso es mentira, solo lo dices para que no nos burlemos de ella —me señaló despectiva.

—No, no lo es. Dev y yo somos novios desde hace unas semanas pero no quisimos decir nada hasta ver que esto fuera más formal.

—¿Más formal? —pregunté.

—¿Qué?

—Sí —Elián soltó mi mano y ahora rodeó mis hombros con su brazo para atraerme a él —. Y nos damos besos y todo eso que hacen los novios.

Lo iba a matar. Estaba más que segura que lo iba a matar.

—No te creo.

—Pues no hace falta que me creas, mientras Dev y yo sepamos lo que sentimos lo que tú y tu séquito de brujas víboras, no nos importa. Ahora si nos permites, vamos a besarnos y tocarnos como los novios que somos.

Y con eso pasó al lado de las víboras. No voltee a verlas pero supe por el chillido que pegó la rubia que se había enojado.

Dimos la vuelta en la esquina.

—Sino me sueltas en los próximos cinco segundos te voy a cortar la mano y haré que te la tragues. Cinco...

—Eso fue épico —dijo orgulloso.

—Cuatro.

—Me dio gusto poner en su lugar a esa...tonta.

—Tres.

—Ya quiero que vaya a regar el chisme por todo el colegio.

—Dos —y me soltó.

Se detuvo y se puso frente a mí.

—Se acostumbra decir gracias cuando alguien hace algo lindo por ti —cogió las correas de su mochila.

—Yo no te pedí que hicieras nada —mascullé.

—Aún así, se dice "gracias Elián por salvar mi trasero de esas víboras"

—Confórmate con que no te dé un golpe —frunció el ceño.

—Eres una grosera —me di la vuelta —. ¡Eso no se hace, Devany!

Me reí por lo bajo.

—Gracias, Elián.

Musite.

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