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VII. Reencuentro.

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Todo estaba empeorando, Aro y Caius se encontraban totalmente molestos ante los acontecimientos tan inoportunos que estaban sucediendo en un pequeño pueblo llamado Forks, en Washington, Estados Unidos.

Los sucesos tenían al menos unos cuantos días donde se reportaban desapariciones y muchos homicidios de mortales. La razón era desconocida en un principio, pero en una conversación de Jane y Aro, escuchó que la causante de dichos sucesos era una vampiresa llamada Victoria.

Victoria estaba llena de sed de venganza, puesto que estaba creando un ejército de neófitos para acabar con la vida de una chica llamada Bella Swan y así afectar a la pareja de dicha chica.

Fayna estaba plenamente molesta ante eso y esa vez le daba la razón a los líderes masculinos. Esos actos eran en contra de sus reglas, debido a que su existencia no debía de ser expuesta y ahora dicha vampiresa lo estaba arruinando todo.

Esa tarde, tuvo la orden de acompañar a Jane y Alec para ir hacía Forks junto a Demetri y Felix. Ahora sí estaba de acuerdo, si tenía que acabar con eso de la manera más cruel y repugnante, lo haría complacida. No estaba dispuesta a que su especie fuera revelada ante los humanos a causa de una vampiresa caprichosa que solamente quería venganza cuando evidentemente su pareja merecía ser asesinado.

El pueblo era bastante frío y había mucha neblina al rededor, lo cual le agradaba bastante, puesto que no tendrían el tedioso problema de soportar los rayos del sol. Desde antes de ser convertida, detestaba la sensación de ser quemada por el sol, y ahora, mucho más.

Al llegar al lugar donde tenían previsto, Fayna notó que estaba hecho un desastre. Y que justo en ese lugar, habían nueve siluetas, de las cuales ocho eran vampiros y una era humana y, lo sabía gracias al peculiar aroma a sangre que invadió sus fosas nasales. No le gustó para nada, era un aroma totalmente desagradable.

Cuando estuvo más cerca, se percató de que habían dos siluetas de las cuales ya tenía conocimiento de quienes se trataban. Abrió los ojos por completo y comenzó a sentir un poco de nervios. Ahora entendía la razón del porque el cobrizo se fue, su familia vegetariana eran Carlisle y todos esos vampiros que lo rodeaban.

Ver a Carlisle se sintió reconfortante, sin embargo, aún estaba un poco molesta por su partida y que nunca mantuvo contacto con ella. Por otra parte, ver a Edward la emocionó por completo, pues aún quería al chico, pero no de la misma forma que antes, debía recalcar.

Al llegar, se quitaron la parte de arriba de las túnicas, dejando a la vista sus rostros. Vió como Carlisle y Edward clavaron su vista sobre ella, al igual que un vampiro rubio, muy apuesto. Estuvo a punto de sonreírles, pero al notar que la humana se aferraba al pecho de Edward, descartó la idea y optó por ignorarlos y prestar atención a las palabras que estaba a punto de decir Jane.

—Increíble —habló la rubia, fingiendo admiración. Su desagrado era evidente —. Nunca había visto a un clan escapar intacto de un ataque como este.

—Tuvimos suerte —enunció Carlisle. El líder del clan no despegaba sus dorados ojos de ambas vampiresas.

Alec sonrió y decidió hablar.

—Parece que nos perdimos de una buena pelea.

—Sí —continuó su hermana —, no con frecuencia somos innecesarios.

Entonces, Edward por primera vez desde que ellos aparecieron, apartó su mirada de la vampiresa pelinegra.

—De haber llegado hace media hora hubieran cumplido su propósito.

—Que pena —soltó Jane. Recorrió con su mirada a cada uno hasta que se topó con una niña —. Les faltó una.

De pronto, el vampiro rubio y con rizos que la miraba con anterioridad, caminó hasta la niña como si intentara protegerla.

—Le ofrecimos asilo si se daba por vencida —le hizo saber Carlisle.

—Tú no puedes ofrecer eso —lo contradijo Jane y miró de nuevo a la niña que ahora era una neófita. Lucia completamente asustada —. ¿Por qué viniste?

La niña comenzó a gritar y retorcerse de dolor en el suelo, lo que significaba que Jane estaba utilizando su don sobre ella. Fayna hizo una mueca de disgusto al escuchar con horror aquellos gritos, pues le habían recordado a aquella vez que ella gritaba de la misma manera mientras intentaba escapar de Isabel. No obstante, no dijo nada y cerró los ojos con fuerza por unos segundos.

—¿Quién te creo?

—No tienes que hacer eso —aclaró la mujer que estaba al lado de Carlisle —. Te dirá todo lo que quieres saber.

—Lo sé —se mofó Jane, disfrutando del dolor de aquella niña.

La aludida se intentó levantar del suelo, pero a causa de las secuelas de la tortura a la que había sido sometida, no pudo hacerlo.

—No lo sé —respondió a las preguntas que le hicieron antes de ser torturada —. Riley no nos lo dijo. Dijo que nuestros pensamientos no eran seguros.

—Su nombre era Victoria —añadió Edward —. Tal vez la conocías.

Para Fayna fue inevitable no notar que dichas palabras que salieron de la boca del cobrizo con tanto reproche, eran insinuaciones. Ella sabía que Jane sí la conocía.

Entonces, Carlisle miró su hijo y después a la vampiresa rubia.

—Edward, si los Vulturis hubieran sabido lo de Victoria, la habrían detenido. ¿No es cierto, Jane?

—Claro —contestó la aludida, arrastrando las palabras —. ¡Felix!

El vampiro estuvo a punto de acercarse a la neófita para asesinarla, pero paró cuando el brazo de Jane le impidió seguir, debido a las palabras de la mujer que estaba al lado de Carlisle, que por cierto, tenía cierto tono maternal.

—No sabía lo que estaba haciendo. Nosotros nos haremos responsables de ella.

Oh, no. Eso no podría ser, las reglas eran reglas.

—Lo siento mucho, pero los Vulturis no dan segundas oportunidades —habló Fayna, por primera vez desde su llegada. En su voz se podía apreciar la evidente lástima y pesar.

Jane giró su cabeza para mirarla con desprecio, por meterse en su momento. Sin embargo, siguió con lo suyo.

—Ténganlo en mente —ahora sus ojos rojos se dirigieron a la humana y sonrió —. A Caius le interesará saber que sigues siendo humana.

La chica se apegó más al pecho de Edward. Fayna pensó que parecía una garrapata.

—Se eligió el día —contestó.

La vampiresa pelinegra hizo una mueca de desagrado y negó con la cabeza. Definitivamente era tal como Aro la había descrito. Era tan estúpida para querer ser inmortal, eso no era un privilegio, era una condena. Cuanto daría ella por seguir siendo humana.

De un momento a otro, recordó que Edward podía leer la mente. Levantó la mirada, asustada y se topó con la de Edward, él ya había leído sus pensamientos.

—Encárgate de ella, Felix. Quiero ir a casa.

La orden de Jane la hizo reaccionar. Felix y Demetri se aproximaron a la niña y así, terminaron con su vida.

Ellos ya estaban listos para irse, no obstante, Fayna no volvería a Volterra, esa era la decisión que había tomado con la ayuda de Marcus.

Los demás integrantes del clan Vulturi se volvieron para marcharse, pero Jane, al notar que ella no lo hizo, paró abruptamente.

—Es hora de volver, Fayna.

La aludida la miró a los ojos y permaneció un momento observándola, hasta que volvió a hablar, dándole la orden de volver con ellos.

—Es hora de que ustedes vuelvan, Jane —corrigió.

El rostro de la rubia se oscureció y adquirió una mirada amenazante, que por supuesto, no tuvo ningún efecto sobre ella.

—¿Qué es lo que acabas de decir?

—Que es hora de que ustedes vuelvan —repitió, cruzándose de brazos.

—Estas demente, Fayna. Vámonos ahora.

Se acercó de un rápido movimiento a la pelinegra y la tomó del brazo con suma fuerza, pero ella se libró de agarre y se apartó.

—No me vuelvas a tocar —le advirtió —. De ahora en adelante dejaré de ser una Vulturi.

Ahora fue el turno de Alec de acercarse, pero a diferencia de su hermana, el no la tocó.

—¿Por qué estás diciendo eso? —le preguntó.

—Soy libre, Alec. Jamás volveré a Volterra.

—¡Eres una maldita malagradecida! —gritó Jane —. ¡Aro te salvó la vida!

—¡No me hables de esa forma! —Fayna también gritó —. Ya no somos del mismo clan, ahora sí puedo hacerte daño si tú me dañas. No voy a permitir que vuelvas a molestarme.

—¿Me estás amenazando?

—Tómalo como quieras, Jane, pero ahora ya sabes lo que va a pasar.

Comenzó a caminar hasta pasar por el lado de los Cullen y dejar a todos atrás, no obstante, al escuchar a Jane, se dió la vuelta con velocidad y la encaró.

—Do-

Con tan solo mirarla, la mano de Jane comenzó a doblarse, sus huesos estaban a punto de romperse mientras que ella chillaba de dolor.

—¡Por favor, para! —pidió Alec.

Solamente porque él se lo pidió, dejó de lastimarla.

—Que esto te sirva como advertencia.

Estuvo a punto de marcharse, pero la voz de Jane la detuvo. 

—Tomaste una desición, ahora atente a las consecuencias y prepárate para la verdadera pelea.

—Deberías de sentirte feliz. Ahora tú volverás al papel de ser la favorita de Aro porque te dejaré el puesto.

Al no recibir respuesta, se volvió y comenzó a alejarse, bajo la atenta mirada de todos los que se encontraban en el lugar, especialmente la de Edward y el apuesto rubio con rizos.


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