
III. Venganza.
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Diez años pasaron desde que perdió la vida como humana y se convirtió en una vampiresa. Al inicio, nada era fácil, pues al ser una neofita, tuvo que aprender a controlarse. Sus impulsos de querer alimentarse de todo humano que tuviera cerca eran sumamente fuertes y al vivir rodeada de ellos, le resultaba una tortura.
Ahora nada era igual, ya tenía al menos un poco más de experiencia y podía controlarse. Sí tenía hambre, lo que tenía que hacer era salir de Volterra y cazar lo más lejos posible. En algunas ocasiones, cuando le resultaba algo difícil, se alimentó de sangre animal, pero no era lo mismo y no le gustaba tanto, pero podía acostumbrarse si se llegaba la necesidad.
En otro tema, cuando inicio su vida de inmortal, tuvo que aprender sobre las reglas que establecían los Vulturis, las cuales eran:
1.-Está prohibido entrar al castillo sin tener alguna invitación. Si deseas visitar a los Vulturis, por el motivo que sea, deberás enviarle una notificación a los líderes.
2.-Todo aquel acontecimiento fuera de lo normal, debe ser notificado a los maestros, para que puedan tomar cartas en el asunto.
3.-Las amistades fuera de la Guardia son válidas, siempre y cuando no creen dramas ni retrasen alguna misión de algún integrante, no se tolerará distracciones en momentos de guardia.
4.-Los juicios solo serán abiertos y dirigidos por los líderes Vulturi, nadie más puede hacerlo.
5.-Los vampiros que no pertenezcan a los Vulturis, no pueden formar parte de un juicio, solo formarán parte si son los causantes del problema o son citados por los líderes Vulturi.
6.-Los vampiros de la Guardia pueden tener parejas, pero solo con otros miembros Vulturi. En caso de que no se obedezca esta regla, serán llevados a juicio.
7.-Los Vulturis no pueden adoptar a nadie como hijo/a.
8.-Los vampiros que deseen formar parte de la Guardia, deberán hacerle una visita a los líderes y éstos decidiran si le aceptan o no. Lo mismo ocurre con los humanos que deseen estar al servicio de los Vulturis.
9.-Si un vampiro se encuenta en Volterra visitándola, deberá hacerle una visita a los líderes para notificar su presencia en la ciudad.
Sin embargo, a pesar de que eran obedientes cada uno de ellos, Marcus decidió desobedecer la séptima regla. Desde que Fayna había llegado a Volterra para unirse a su clan, desarrollaron una especie de relación de padre e hija, una que ambos le ocultaban a los demás vampiros que habitaban en el castillo.
Cuando eso inició, la joven vampiresa temía a lo que podía suceder si se enteraban, pero decidió aceptarlo, después de todo sería precavida. Luego de que ella fuera convertida, por ley tuvo que olvidarse de su familia y eso la entristecía, y más por el hecho de que no podría visitarlos a causa de que le era imposible controlarse y no se arriesgaría a que la vieran, ya que la tomaban por muerta.
Entonces, ese fue el inicio para que Marcus tomara el papel de su padre. Siempre era atento con ella y se preocupaba cuando se sentía desesperada, o simplemente cuando algo no iba bien con ella. Además, era la más amable de todos, era la única con la que podía tener una buena conversación.
Y en temas de los demás miembros, Fayna llevaba una buena relación con todos, pero sin duda, con los que mejor se llevaba eran Marcus, Aro y Alec. Con Jane y Caius era lo normal.
Aro fue el que se mostró más interesado en el tema de aprender a utilizar su don, que dos días después de su transformación apareció. Su don era quebrar los huesos con el solo hecho de desearlo. Esto surgió –según Aro –, a que ese fue el dolor más fuerte que experimentó cuando fue asesinada y que ese mismo dolor quería que Isabel sintiera.
Y hablando sobre la condesa Isabel, Fayna quería vengarse. No pensaba dejar las cosas así y que esa insípida y horrible mujer siguiera viviendo, no lo merecía porque era una desquiciada. No era bueno lo que ella hacía y Fayna no tenía pensado permitir que esa mujer siguiera asesinando a jovencitas, ni mucho menos que tortura a sus esclavos. Era desagradable todo lo que hacía por lo que pensaba. Era muy claro que la sangre de una virgen no la haría más joven y que los hombres de color no merecían sus torturas.
Así que cuando salió de su habitación, fue hasta donde los tres líderes se encontraban. No siquiera había tocado la puerta, cuando Aro abrió y la recibió con una sonrisa de oreja a oreja.
—Buenos días, Fayna —dijo el vampiro, señalando el interior para que pasara. Ella cedió —. ¿Qué es lo que te trae por aquí?
—Vengo a pedirte un favor —admitió Fayna, formando una línea recta con sus labios.
Caius se mostró interesado en la joven, pues no era común que se acercara a ellos para pedirles favores.
—¿Y cuál es ese favor?
Fayna observó al vampiro rubio y después volvió su vista a Aro.
—Quiero volver a Hungría —soltó de golpe.
Marcus se levantó con suma velocidad de su asiento y se acercó a la pelinegra. Fayna se sintió tan pequeña cuando fue encarada por los tres vampiros, que la miraban con semblante de desconcierto e incredulidad.
—¿Por qué quieres hacer eso? —le cuestionó, preocupado.
—¿Piensas abandonar nuestro clan? —secundó Caius, mirándola con el ceño fruncido y evidente molestia.
Esa era una de las miradas que la intimidan.
—Por supuesto que no —se apresuró a decir —, no los abandonaré.
—Entonces, ¿por qué quieres volver a Hungría? —preguntó Aro, saliendo de su trance.
Fayna miró a cada uno con detenimiento, luego frunció los labios y decidió hablar.
—Quiero vengarme.
—¿De quién quieres vengarte? —inquirió Jane, apareciendo de pronto.
—Isabel Bathory —contestó, sin inmutarse y siguió observando a Aro.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo? —preguntó Aro.
—Sí, quiero hacerlo. Estoy completamente segura de que quiero.
Pudo notar detrás de Aro, que Caius sonreía admirado, mostrando su blanca dentadura, mientras que Marcus arrugó la frente, mostrándose sorprendido.
—Bien —dijo Aro, que también sonreía —. Sí eso quieres, te concederé dicha petición.
Jane apareció en su campo de visión y se posó a un lado de Caius.
—¿Es la mujer que te intentó asesinar?
—Sí.
—Haces bien —prosiguió Jane, con aires de orgullo —. Si ella te dañó, debes dañarla el doble.
Fayna asintió, segura de que lo haría.
. . .
Sonrió satisfecha cuando escuchó los pasos de Isabel que se acercaban cada vez más a la habitación. Antes de llegar al palacio, se vistió con una capucha, tal como las que usaban las sirvientas que trabajan para la mujer que acababa de abrir la puerta.
Su intención era fingir ser una de las jóvenes que hace unos días reclutó para que estuvieran a su servicio. Todas eran menores de 16 años y sabía que también eran vírgenes, así que eran las víctimas perfectas, pero está vez no se saldría con la suya.
—Hola, cariño —habló Isabel, con voz melosa. Estaba justo detrás de ella —. Supongo que estás emocionada por esta oportunidad. ¿Sabes?, le prometí a tus padres que te daría una excelente educación y además, les pagaré por los servicios que hagas para mí.
Conforme se iba acercando, se sentía ansiosa por su venganza.
—¿Qué pasa, cariño? —cuestionó al ver que no decía nada. Al estar más cerca, acarició uno de sus hombros —. ¿Por qué no dices nada, acaso estás nerviosa?
Tomó el mismo cuchillo con el que se había asegurado de herirla años atrás y estuvo a punto de enterrarselo, pero Fayna se volvió con rapidez y detuvo su mano.
—No volverás a hacerlo —masculló la pelinegra.
—¿Perdón? —chilló Isabel, forcejeando para que la soltara —. ¿Quién te crees que eres para hacerme esto?
Fayna soltó una ácida carcajada y empujó a Isabel para alejarla. Después, se quitó la capucha, revelando su rostro ante la mujer que se encontraba tirada sobre el suelo.
—¡Sorpresa!
Sonrió encantada cuando notó como el rostro de Isabel perdió color al verla, pudo escuchar que su corazón comenzó a latir con fuerza y como su respiración se aceleraba con cada segundo que pasaba. Estaba horrorizada.
—T-tú es-estás muerta —gimoteó, en un hilo de voz, en el cual mostraba su espanto.
—¿Cómo puedes pensar eso? —fingió indignación e hizo un puchero con sus labios —. Me estás viendo parada frente a ti.
Isabel cerro los ojos tan fuerte que apretó los párpados y se tapó los oídos.
—Nada de esto es real, solo estoy en una pesadilla —comenzó repetir una y otra vez, con desesperación.
Fayna apretó el cuello de la mujer y la elevó, hasta que sus pies se alejaron por muchos centímetros del suelo.
—¿Esto te parece una pesadilla? —dijo entre dientes, apretando el agarre con ganas —Pues me es un placer informarte que esto que estás viviendo es real.
Al notar que Isabel estaba perdiendo el aire y su rostro se tornaba morado, la soltó de golpe y la dejó caer con fuerza sobre el suelo.
—Veo que no has cambiado, sigues asesinando a cada jovencita que entra a trabajar para tí. Desde que me fuí, me enteré que han desaparecido más de veinte. Estoy segura que todo esto es por tu causa.
Cuando Isabel recuperó un poco de aire, intentó levantarse, pero le fue imposible, había perdido fuerzas.
—¿Cómo es qué estás viva?
La joven rió y negó con la cabeza.
—¿Sabes por qué estoy aquí? —ignoró la pregunta de Isabel y se puso de cuchillas frente a ella.
—N-no.
—Porque necesito tu sangre —respondió Fayna, riendo. Eso era lo mismo que ella le había dicho antes de asesinarla —. Pero a diferencia de tí, yo no la necesito para verme más jóven, porque yo ya no envejeceré. Me veré así por siempre.
Su contraria abrió los ojos como platos y de pronto, comenzó a llorar.
—¿Tienes miedo? —preguntó, llena de júbilo. Isabel no dijo nada, así que tomó el cuchillo y comenzó a jugar con el entre sus dedos —. Espero que te duela bastante, porque quiero que sufras más que yo.
Sin pensarlo dos veces, enterró el cuchillo en el abdomen de Isabel y comenzó a arrastrarlo, formando líneas en zic zac. Su satisfacción no se comparaba con nada cuando escuchó los gritos de dolor de la condesa.
—Esto no es nada comparado con lo que sentirás ahora.
Sabía que no se podía abrir la parte donde se encontraba el corazón, pero ella era un vampiro, y nada era imposible para ellos y mucho menos con la fuerza que tenían. Así que enterró el cuchillo por segunda vez, pero ahora fue en la zona del corazón y sin ningún signo de piedad, lo sacó de su cuerpo.
Le lanzó una sonrisa llena de malicia a Isabel y olfateó el corazón lleno de sangre, para al final, proceder a comerlo mientras perdía la vida.
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