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[•~Un gato me está mirando~•]

Desde hace mucho que me siento
incómodo, desde el inicio del día con el alba hasta la noche con el sueño de la diosa solar. Siento la observación aguda penetrando mi quijada y analizando mis pasos, una vista de águila minucioso de cada acto y tacto de mi cuerpo. No pasa un día donde despegó mi espalda y él no me esté viendo desde algún ángulo muerto. Y es así como puedo manifestar que aborrezco eso. Me lleva molestando desde una noche turbulenta de la semana pasada, cuando el delirio fue el nefasto controlador de mis hazañas.

Vivo en el campo, en una pequeña casa de madera junto a unos enormes cultivos y un pozo seco atrás de mi hogar. Solo soy uno de los tantos pobladores del sector agrario, desprotegido y al merced del propietario de la zona, que se sirve de un buen sorbo de vino de vez en cuando para sobreponerse. Sin ningún tipo de problema más allá de vivir una vida promedio y pasar noches de frío. España nunca ha sido rica en sus interiores, salvo en el cereal, vino y cid, no habría nada más a destacar. El agua por donde vivo para mi suerte es abundante, lo suficiente para beberla. Aunque si soy sincero, hacerlo sin permiso del propietario es ilegal. ¿Pero cómo notaria la diferencia en un cuerpo tan vasto de líquido?.

El gato me está mirando, se encuentra mirándome desde afuera, subido encima de una rama de árbol. Me encuentro sentado frente a una mesa vieja y con solo 3 patas, mientras cojo una miga de pan para comer. Antiguamente comer una sola miga significaría no comer el resto de día, pero actualmente dispongo de más cantidad. Me levantó del asiento, salgo del lugar, con pisadas estruendosas cuales disparos en aquel lugar que difícilmente se puede decir que sea del tamaño de una carroza.

Camino por los lares, por las zonas donde viven más de mi misma calaña, sentándome junto a ellos para charlar, charlar y charlar. Ignorando que desde la más lejana posición se halla posado sobre una rama ese gato negro acosador, juzgador de mis hechos. Creí verlo relamerse en mi incomodidad.

-Luis, tira las cartas- me dice un viejo colega, mientras agarró una de mi mazo y lo dejo sobre la caja de madera que usamos como mesa. Él tenía unas cartas que obtuvo un día en la ciudad.- Un diamante de 10, buena jugada-

Apostamos vino, un vino mal hecho y
desaprobado para su comercio. Pero lo bastante bueno para embriagar a cualquier persona y hacer que vaya al mundo onírico, propio de los poetas. Lo necesitaba, lo necesitaba muchísimo.

-Un trato es un trato- me extendió media botella de vino llena.

-¿No era una botella llena?- repuse de mala gana.

-No me acuerdo de eso

No me quejo, simplemente me da igual y la cojo. Sigo jugando, todo el día y toda la tarde, hasta que la noche se asomaba. Ya llevaba así todo el día, no nos habían llamado para ninguna actividad agraria tristemente. Sin embargo, el gato seguía ahí, con sus ojos amarillos mirándome. Me empezaba a enojar, me sentía acoplejado, queriendo agarrar una de mis botellas para lanzarsela con todas mis fuerzas desde donde yacía.

-Luis, ¿y cómo va tu hijo? Hace mucho que no lo veo por aquí.

- Oh, ah... Mi hijo se...fue hace tiempo. Se vio atraído por las promesas de la ciudad, ya sabes, cosas de jóvenes- respondí algo incómodo, mientras colocaba mis cartas.

- ¡ja! Los pobres diablos de allá no están mejores que nosotros, tu hijo debió pensar mejor

- Sí, lo mismo digo- contesté, sudando un poco por la frente. El aire se sentía entrecortado.

-"No quise hacerlo"

- En fin...a lo mejor allí obtiene un perro o algo, ¿quién sabe? Con eso bastaría para que fuera feliz, conociéndolo...

En eso, oyó el maullido molesto de aquella criatura. Al voltearme, lo veo posado en la copa de un árbol. La noche ya estaba llegando, y con ella la luna. La luna llena del mes. Ese gato, hábilmente, parecía atinar a posicionarse donde el brillo lunar solo le diese un aspecto más fantasmal, más grande. Como si lo estuviese esperando en demasía.

-¿jugamos otra partida?- me preguntó mi "amigo", a lo cual indiqué con una seña que no. Era ya casi de noche, y solo quería irme a mi casa a echar la pata ancha.

"No quise hacerlo"

Al caminar devuelta, el gato de la misma manera me seguía desde las sombras, escondido tras las hierbas altas y espesas del campo. Por un momento cogí una piedra para tirarla hacia donde estaba, pero no sirvió para nada.

-¡¡Vete a la mierda!!- grité, y la botella que tenía en mi mano procedí a beberla como si fuera un elixir. Mi cabeza seguía mareada, en puro delirio-¡¡Jodete, déjame en paz!!

"No quise hacerlo"

Al llegar a casa, con el viento dejando de ondear por los alrededores del campo, solo me acosté en mi doble cama, estaba más cansado que otras noches. Pero así como así, el olor a podrido empezó a inundar mis fosas nasales. El olor a muerto se extendió por toda mi pequeño hogar, me producía un gran asco. Y, para empeorar, los maullidos y las garras de ese gato me molestaban, rasguñando las puertas, no me dejaban dormir.

Enserio que odiaba eso, odiaba que un asqueroso animal lo despertase. Sin embargo, al intentar abrir la puerta para callarlo, el engendro ya se había alejado bastante, hasta llegar a otro árbol. Con gran furia, le lancé la botella para intentar darle, pero no sirvió de nada. El gato se erizo, con su gran pelaje oscuro parecía adoptar la apariencia de un demoniaco ser de las tinieblas que ni Petrarca lograría detallar, y baba caía de su hocico hasta el suelo. El gato, desde el árbol, parecía adquirir un gran tamaño, como si dos piernas le saliesen y dos brazos, como un monstruoso licántropo de casi dos metros, con ojos cada vez más grandes y monstruosos.

Fastidiado por las altas horas de la noche, y con mi boca más seca que un gran desierto, solo decidí ir al pozo de detrás. Tal vez fue por el sueño, pero me había olvidado que había dejado algo ahí en el fondo. Fue mi antiguo ancestro quien arribó a estas tierras de Cataluña quien creó aquel lugar como pudo para mantener una pequeña familia, creó un pozo para mantener vivo a sus descendientes, destinado a proteger a estos mismos. Es una pena que no haya heredado ese dote, esa virtud, ese fortaleza mental.

Mientras más avanzaba, el olor, como si fuera un miasma aumentaba, con mucha intensidad creció hasta el punto en el que me desperté completamente del velo del sueño.

Lastimosamente, ya era tarde, tenía mi cabeza erguida mirando al fondo del pozo, fijó en su interior, observando un cadáver. Verlo solo me hacía sentir atascos en mi garganta y una rabia hacia mí mismo, al mismo tiempo también, un alivio muy ligero. Era aquel ser que me causaba tantos problemas en antaño, que me hacía desperdiciar alimento, que me hacía tener que trabajar de más...

Ahí abajo, su figura tan distinguida, su cuerpo tan frágil, y su cabeza tan pequeña: descansaba en el fondo el gato negro.

Los maullidos del mismo seguían atrás mío, gruñendo con tanta fuerza que se asemejaba a un oso, con su cabeza casi colgando y un rugido grueso, era un espectro de mil y una pesadillas en aspecto, y aunque no fuera en sí peligroso directamente, su maullido, su tormento constante...en tan solo en una semana me había provocado una tortura mental insalubre. El sentir que algo te juzga desde varios lados, que no te deja dormir, ni vivir en gran tranquilidad, era muy exasperante. Sentir su mirada clavada en la nunca, su constante maullido, su casi risa, erizaba toda mi piel.

Me arrodillé en el suelo, mientras escuchaba su maullido crecer más y más hasta retumbar como un tambor. Y, a medida que se acercaba, parecía su estatura también crecer hasta llegar a verse amenazante, cubriendo todo rastro de la luz de la luna sobre mí y opacandome en la sombra. El gato sonreía, veía y atormentaba.

Tal vez si no hubiera matado al gato...mi hijo no se hubiera ido de la ciudad, ni sufriría este tormento por parte del felino. Es mi culpa, y deseaba a Dios por todo lo alto que parará, que párese. El gato me está mirando, y me sigue mirando, relamea entre sus dientes. Creo haberme vuelto loco.... Me he vuelto loco.

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