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[•~Manos~•]


《El ratero es un hombre poco fino y poco noble que de casa en casa pasa robando, hurgando y hurtando como rata peluda de alcantarilla maloliente. Este tipo de hombre es un despropósito humano, un mal guiado por el diablo para empobrecer a la gente de la amada Rusia y de todo el mundo. El ratero no merece ningún tipo de perdón, no merece ser considerado hombre, y apenas sea apresado debe de ampuntarsele las manos》- decía con un aire airado en medio de la plaza transitada de varias personas un hombrecillo de poca estatura. Dictaba varias normas al día, con gracia y soltura, para así ganarse algún alabo y una moneda para su sombrero abandonado en el suelo del lastro castro del suelo. Un niño y su padre pasaban por el lugar, escuchando asustados, y es que, si se supiera qué hacían, seguramente temblarían y perecerían grave castigo de la justicia de Moscu. Ambos siguieron caminando, comprando unas manzanas para luego partir hacia un lugar donde descansar y dormir. Aún era de día, pero cuando llegó la noche, su trabajo empezó. Saliendo ambos por una puerta para proceder a moverse por las calles, en pista de cualquier establecimiento con productos afuera, personas despistadas con equipaje, o algún objeto que con suerte de Hermes se hallé en el terreno. Tanto padre como hijo, se dedicaban al arte y oficio de los sobrevivientes: robar, hurtar, toquetear lo ajeno.

Tanto el padre como el hijo necesitan sobrevivir en un entorno tan frío y tan desolado como podría ser el clima de su patria, cuales ardillas de árboles debían conseguir alimento y provisiones para la suya supervivencia. Se robaba por mera supervivencia natural, se realizaba cualquier acto para mantener una vida digna en las calles bajas de los pueblos rodeados de naturaleza salvaje. Las personas no estaban plenamente en una sociedad civilizada, si no que, por la falta de atención de sus gobernantes, vivían en una situación casi salvaje de sobrevivir a cualquier costo, lastrados por su nacimiento a una condición injusta, retrasados en comparación a sus vecinos de Europa.

Ambos congéneres se dispersaron en distintas direcciones como acostumbraban a cada alba, buscando distintos objetivos para así maximizar su éxito en la noche. El menor ya desde buena edad realizaba estos actos, muchas veces ganándose algunas palizas de otros de sus mismos estatus y situación. Ya, con poca edad, aprendió lo básico de cómo funcionaba el submundo donde debía de habitar, un bajo mando oculto entre las sombras donde personas que nacían en él siempre permanecerían, esto se encargó su padre en instruirle a buena medida. Aprendió la naturaleza de su situación, aunque le haya llevado más lágrimas que los litros que realmente bebe al día. El hábitat humano era el peligroso, frustrante y estresante, todo eso le llevó siempre a optar por métodos para desquitarse. ¿Su favorito? Cortarle partes del cuerpo a gatos callejeros por mera diversión, utilizando sus amadas manos, diestras para robar y cortar, el bien pesado de todos los hombres.

Nunca ha visto a los animales con tristeza ni pena, ya que con solo verlos a su corta edad, era fácil distinguir una cosa: no era de su propia especie, y esto se notaba en las patas que tenía en vez de manos. No había necesidad de sentir arrepentimientos, sobre todo en el ambiente humano, en el cual cada humano tenía un distinto estatus, pero que al fin y al cabo, los que reinaban eran los humanos, y no los animales salvajes, que sin manos, las herramientas más mortíferas y más capaces de este mundo destinadas por la semejancia de Dios, no eran nada. Los animales, como ciertos filósofos platónicos podrían haber argumentado, no tiene la cualidad de la inteligencia, su valor como seres vivos es menor al no tener alma. Los humanos tenían un contacto directo con Dios con sus dedos y articulaciones móviles de precisión. Las manos eran, totalmente, indispensables para ser algo especial.

Y fue así, tras tanto tiempo, como el pequeño niño de casi 12 años terminó encontrándose tras una hora a una posible víctima, la cual caminaba por las altas horas, perdida como una sombra entre los árboles y edificios. No hacía falta experiencia en las calles ni en la vida misma para distinguir a un hombre con un ropaje formidable de larga tela, talla ancha y con textura caliente, aparte de hacer gala de elegancia pese a su situación tan intranquila.

Fue entonces cuando, viendo una oportunidad de una entre un millón, sosegado por su juventud, se alzó como un muerto en medio de la tierra, como un fantasma salvaje, para alzar sus manos con una pulzante arma. El hombre delante suyo titubeó, él alzó más alto sus manos con la daga. Así, el ordenó rápido la mercancía del señor, quien tuvo que acatar. El pequeño no era tonto, traía en su cabeza una bolsa para disfrazar su rostro, así, pese a estar asaltando a una persona, no sería reconocido. El hombre entre sus grandes estelas metió la mano, tan larga y tan ancha, para sacarla con un buen saco pequeño de monedas, rechinantes entre estas en el cuero.

El niño se maravilló, y haciendo propio de su torpeza, se acercó emocionado para retirarle de sus manos con mesura. Acto, totalmente inmoral. Tan pronto como se acercó, recibió un puñetazo en el lateral de su cara que le hizo tumbarse en la calle. El adulto, con mucho enojo, se acercó a él para quitarle la máscara y ver su rostro, que despertó un inmenso miedo en el infante. El señor tenía intenciones de pegarle con su mano cerrada en su cara, pero en un rápido movimiento, el pequeño delincuente movió la daga para incrustarsela en la parte lateral de su cadera. El grito que vino después despertó a todos los habitantes, era tan grave y tan adolorido que provocaba dolor de solo escucharlo. El pequeño, sin su máscara tapada, huyó a toda prisa, siendo objeto de mira de todo cual desde las ventanas. Se tapó su rostro con sus manos como pudo, pero no funcionó de nada.

No tardaron muchas horas desde la madrugada hasta el medio día para que se difundiera la idea de buscarlo y castigarlo. El hombre, a quien apuñaló, era un burgués, que no desistimo en el pago de una guardia que se encargase de hacer pagar al culpable de su herida, que casi le pudo haber costado la vida entera. Días pasaron, circularon retratos de su rostro en las calles, se corrió la voz de su apariencia y estatura, a la vez que se desplegaron varios buscadores contratados por el burgués, cobrando inclusive una recompensa por su pecado. El castigo era simple, sonado y resonado en todas las mañanas en las plazas del pueblo para la gente de su carne: cortarle las manos.

El niño desde ese día quedó rezagado a la oscuridad eterna de una casa abandonada del poblado, donde solo podía hacer contacto con ratas, arañas, moscas, y, como no, su padre. El contacto entre el padre y el menor ya de por sí era ínfimo antes de todo este embrollo. No obstante, debía de depositar su confianza en él, al fin y al cabo, podría no ser un ejemplo a seguir, pero era su padre, su protector designado por Dios, un Ángel parental. Día tras día, el padre pasaba comida que lograba obtener a su hijo en las madrugadas, sin falta alguna, aunque con cara de cansancio, el padre realizaba tal acto por su hijo, dejándole incluso mantas para calentarse.

El pequeño miraba la cara de su padre cada día empeorar más, hasta el punto en el que su rostro se empezaba a ver enfermo, le empezaron a salir manchas, su aliento apestaba más, y sus ojos parecían transmitir muerte. Cada día que pasaba, parecía un muerto, un fantasma, un sueño...El niño suponía que su padre era consciente de que ahora debía de trabajar el doble por su sangre, lo cual hizo que el niño se acurrucase cada día en un sótano para no moverse durante todo el rato en absoluto. El pequeño, transitando en la depresión, se vio abismado en la impotencia del momento, de la causa, del efecto...¡Clara muerte en vida y peso en cólera le rompía a él como si fuera una tabla!.

En la oscuridad, en la esquina del transitado espacial, tenía su mirada fija a toda cosa viva que se movía en el sitio. Todos, obviamente, animales...que, de la misma manera que él, se ocultaban en la tinieblas, relamiendose con la esperanza de dar un mordisco de su piel. El niño estaba rodeado de animales, seres sin manos, pero ahora mismo estos seres eran superiores a él. El pequeño, incluso siendo humano con manos, no era más útil que un viejo trapo, arraigado al esconderse, atrapado en la dependencia hacia su progenitor, siendo un peso muerto que solo funcionaba como bolsa para desperdiciar alimentos. Miraba la nada y la nada miraba su rostro que nada transmitía para sí. La nada miraba la nada; la nada también respondía con nada. Era casi un ser no ser, no era nada. Respiraba, respiraba...oculto en las tinieblas, no miraba nada, se acurracaba buscando calor por el invierno, se abrigaba con su cuerpo, no miraba nada, solo sombras, respiraba y respiraba, ¿comía?. Extendía las manos en la nada, y no importa que tanto se estirase, de nada le servían sus manos.

Se iba desmayado continuamente, su padre venía cada vez menos, en menos tiempo transcurrido. Las fuerzas del muchacho se iban ameguando poco a poco, sin ya poder si quiera levantarse o moverse para evitar gastar fuerzas en vano. ¿Qué diferencia había ahora con él y las bestias?¿qué había de diferente en sus manos y el resto de animales?¿qué diferencia había en esta vida, qué marcaba la diferencia entre existir con algo o no?. Sus manos, que tanto orgullo le provocaban, que el arte fino del robar y robar no le hizo más que robarse el Alma, no eran nada ahora. Casi parecía un chiste. Con este pensamiento, cada vez que se despertaba, se lo planteaba una y otra vez, siendo castigado por el frío cada vez más fuerte y penetrante en la lana. Ya no sentía el cuerpo en absoluto, sentía que iba a desfallecer, ¿dónde estaba su padre?¿dónde estaba su guardián? Al alzar su vista tan solo un poco, con la esperanza de verlo venir como siempre a él con algo de comer, se dio cuenta de lo que nunca nadie quiere darse cuenta.

Sus manos ya no estaban, sus manos estaban amputadas, parece ser que alguien se las cortó y huyó despavorido, con el silencio de una sombra. Pero había algo raro, sus manos parecían infectadas, y con textura asquerosa en su piel que seguramente tardó varios días en extenderse. Parecía que sus manos llevaban días cortadas, incluso más.

-Ah...no- dijo el chico con las pocas fuerzas que pudo, como si saliese de un largo tránsito de ensueño, y soltando una pequeñas lágrimas, dijo- Hace mucho que me las cortaron-

Alrededor del chico se encontraban el resto de criaturas que tantas veces vio, todas aplastadas y devoradas, dejando sus restos esparcidos. Dentro de su boca habían restos de huesos de ratas y cucaracha. Las cosas, que dejó su padre, no estaban en ninguna parte, como si nunca hubieran estado.

Y, dejando llevarse por la sangre chorreando de sus manos, se acostó del cansancio para dormir por siempre en la fría madera, regocijado en la verdad como único consuelo. Las ratas no tardaron en llegar, y ver que aquel humano sin manos y sin posibilidad de defenderse, se dejaba como festín.

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