[•~Hermana~•]
-¿Más o menos a qué hora estará mi Hermana aquí?
- No debería tardar hijo, debería faltar unas horas, o incluso ya debe estar por la ciudad, seguramente debe de estar paseando por las calles. Tú sabes cómo es, le gusta perderse en las calles siempre que puede y pasar el máximo tiempo fuera.
-Mejor la voy a llamar...
-No creo que puedas, ella recientemente rompió su teléfono por accidente. Así que, será mejor esperar que ella nos llame a nosotros.
- Bueno mamá, gracias, hasta luego- contestó nervioso el chico del teléfono.
-Hasta luego, hijo-
Colgando por su lado su celular, el joven de 23 años, universitario de California, se limpió el sudor de la cara con su brazo izquierdo, a la vez que se sentaba en el asiento. Sus piernas temblaban, tanto por la preocupación como por el temor, todo ello proveniente del cuerpo sin vida que yacía tumbado en el suelo de la sala, una mujer adulta de tal vez unos 29 años.
No sabía el cómo había llegado aquí, no recordaba nada del día anterior, solo sabía que al despertar había un cadáver en el suelo. En una primera instancia se asustó, y casi llamaba a la policía por mero instinto. Pero al ver sus manos con restos de sangre reseca: sabía que él fue el asesino. Aunque, aparte de esos rastros, también tenía su cabeza malherida por un golpe de algún objeto contundente. Por lo que pudo ver, esa persona le había golpeado con una lámpara en el cráneo, pero seguramente no había sido suficiente para dejarlo desmayado de inmediato.
Se agarraba de la cabeza mientras daba vueltas y vueltas en la sala de su departamento, preguntándose "¿qué hice?¿qué hice?" Constantemente, hasta terminar, tras sin tener respuesta de la primera cuestión, pensando: "¿qué haré?".
Su hermana, a la cual llevaba años sin ver, llegaría a su departamento en cuestión de horas. Era su familiar más querido por él, amaba todo de ella: su actitud fina, su dulce sonrisa, sus dulces caderas, sus ricos labios...pero tuvo que suceder esto justo en el día en el que se reencontrarian, maldita sea el destino, tan odioso para los héroes griegos como para él.
Estuvo temblando unos minutos en la silla, consternado y sin tener una sola idea. Pero el tiempo le respondió con una tenue serenidad en cuestión de minutos, serenidad corta pero suficiente para trazar un plan.
Tuvo que salir de compras antes de efectuarlo, el aire del exterior a su vez le ayudaría a relajarse. Una vez comprada una buena mercancía, con sus manos limpias claro, paso entonces a deshacerse del cadáver. Giró el cuerpo inerte, el cual estaba bocabajo, para hacer poder cargar a aquella mujer. No obstante, al girarla pudo ver que su rostro estaba destrozado, la había desfigurado antes de ahorcarla. De ahí venía la sangre reseca en sus puños. El rostro de aquella mujer estaba tan golpeado que la hacía irreconocible, uno de sus ojos parecía sobresalir de su cuenca.
No recordaba nada aún, y no tenía tiempo para dejar de ser de merced de su mente intranquila. Cargandola, la depositó en la bañera de su cuarto, para luego agarrar un serrucho y empezar a cortar sus extremidades. La tina se coloreo de la sangre de aquella mujer, dejando el blanco por el rojo de la rosa más oscura. Empezó con su cabeza, luego con los brazos, para terminar con sus piernas. Tras hacerlo, depósito las extremidades en una caja de plástico, donde echó ácido. Gracias a sus años en química, conocía el hecho de que cualquier recipiente de plástico era suficiente para evitar un gran desastre con aquel peligroso químico conocido en la ciencia como ácido FluorHídrico. Tras un tiempo, donde también aventó el tronco torácico para deshacerse del cuerpo al completo, tiró lo poco que podría quedar en el inodoro. El olor era sofocante, quería evitar su excesiva expansión en el entorno. Para camuflar su olor, tuvo que casi quemar en su cocina un trozo de carne en una sartén.
El olor a quemado sustituyó todo el putrefacto aroma a ácido, al descompuesto cadáver más muerto que el corazón de este hombre, y sin peripicias abrió la ventana para que se escapase todo el humo formando un camino hacia el cielo.
- A la final, todo ha salido bien- dijo aquel joven, sin ninguna pizca de culpa recorriendo su garganta ni menos sus pensamientos, era tal su temple que pasó entonces a tomar té para quedarse sentando y esperar hasta que su querida hermana volviese. Era lo único que esperaba en todo el día, estaba muy emocionado se verla. Recordaba entonces en aquellas instancias a su querida hermana, aquella le gustaba jugar con él cuando tenía 17 y ella 23, eran juegos de más de una noche a veces, que se vieron interrumpidos cuando tuvo que partir hacia otra parte del mundo, lejos de su mirada y su cuerpo. Las llamadas que llevaron a cabo durante años entre ellos se habían apagado como una fogata, era la lluvia extranjera la que acotó sus palabras, y, con el tiempo, la flama que entre ellos ardían se disminuyó, por culpa de la labia de otras personas.
Sea como sea, lo único que tenía que hacer ahora mismo era esperar a su querida hermana, que con sus veintinueve años no debió haber perdido su frescura para caminar, perderse por las calles, y menos su fresco cuerpo con sus sensualidad a conocer.
-Hermana, ¿dónde estarás?
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