Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

[•~Dulzura~•]

"Oh, mierda, oh, mierda" pensó en sus adentros la mujer mientras alrededor de su cuerpo se encargaban de pasar un pincel donde la miel creaba textura y sabor, a la vez que atraía unas bandadas de moscas del campo. Tenía sus brazos atados a un poste, sus piernas también, mientras se mantenía erecto con su cuerpo desnudo y acaramelado. Estaba expuesta, sin ninguna prenda, y con una varias moscas ya picando su cuerpo. La peor parte, era que se mantendría así hasta que muera de hambre o los insectos terminen de consumirla. Para ello, se habían encargado de colocarle miel hasta en el ano, donde las moscas seguirían su camino hasta llegar a su interior.

Este castigo era llevado a cabo por una mujer y un hombre, quienes al terminar, solo se dieron media vuelta sin hacer un solo caso a los gritos de la mujer.

-¡¡¡POR FAVOR, SÁQUENME DE AQUÍ, SÁQUENME DE AQUÍ!!!- forcejeaba con sus brazos.

Pero no harían caso a una ramera que intentaba envenenar el alma de un hombre, buen cristiano, que simplemente la miró desde lejos con un fingido asco...y algo de alivio y culpa. La esposa de aquel agarró su brazo para bajar monte bajo, habiendo cometido el hecho. Castigos así y más diversos eran costumbres en la buena Edad Media, donde más de una persona tomaba justicia por su parte en lugares tan poco ajustados a la ley.

Pero la cosa era que aquella mujer no era culpable de nada, simplemente había sido acusada de un delito de lujuria e infidelidad nada grato ni menos probado, cosas que ella le disgustaba e intentaba evitar, y aún así terminó igual que muchas mujeres: acusada, sin tener oportunidad de objetar palabra, de hacer un solo murmullo, y quedar a disposición de un hombre tome todo el veredicto según su propio criterio con principios pocos estudiados. Y daba igual si incluso llegaba a tener pruebas más grandes que una mansión burguesa: no hay persona que las oiga ni les preste atención en un sistema como este. Solo bastaba que una sola persona acusase o hablase mal de alguien, para que todo un grupo de personas vayan a acabar con la vida de ese alguien. Un comportamiento totalmente incivilizado, que suena a tiempos prehistóricos.

¿Pero por qué ella debía sufrir algo así, por parte de un desconocido?¿por qué ella y tantos debían de sufrir falsas acusaciones en donde se la difamaba de manera despectiva?¿por qué ese hombre tuvo que mentir, sacrificándola a ella, para lograr salir impune?. Sin atinar a ninguna solución ni respuesta bajo la mesa, solo quedaba como un acto deliberado para sobrevivir a una acusación, para hundir a alguien más en el fondo como si fuera un animal. Después de todo, los humanos somos solo animales con ropa.

Sentía a los insectos moverse por todas partes, picando su piel y provocándose tal ardor que era peor que ser apuñalada, era casi ser quemada viva a fuego lento...muy lento. Cada picadura penetraba en su cuerpo, en todas partes: en las partes blandas del seno, del cuello, del estómago...llegando los insectos a bajar hasta abajo, donde se encontraban con sus caderas, y pronto, su recto. Los insectos aún pese a todo eso, le parecían menos mortales que las personas que le habían arrastrado a esto, a un castigo inmoral.

La sociedad humaba siempre le había parecido de los peores hábitats, donde una de las peores especies se encontraba, llegando a veces a pensar que sería mejor vivir alejada en el bosque donde nadie la molestase, con su propia casa, sin tener que tener el lastre de ser una mujer, ser alguien pobre ni tener que someterse a trabajar para alguien más arriba suyo.

La mujer seguía forcejeando para poder escapar, llorando por el dolor y la situación. Rogaba a Dios, todo misericordioso, que le salvase de esto, que la justicia prevaleciese aunque sea un poco.

Picar, picar, picar, picar...los insectos se deleitaban con su cuerpo, y los demonios en las sombras se excitaban por su castigo. Era ya de tarde, el sol se iba a dormir abajo del mundo, ocultando su luz de aquellos que no la merecen.

Los insectos ya estaban hasta en sus ojos, picando sus cachetes y uno de ellos, del tamaño de medio centavo, picó en su ojo derecho ganándose así un grito de la hembra. Seguía agitando sus brazos en un sutil intento de zafarse de aquel agarre firme. Y cuando todo parecía que sería imposible escaparse, sucedió un milagro. Dios, desde su asiento, debió de escuchar su llamado, y por eso mismo hizo que sus manos lograsen liberarlas tras tanto moverlas de lado a lado, pero era más gracias a la propia miel resbaladiza. Una hora era menos el tiempo transcurrido, pero ante esa tortura que inflamaba su cuerpo, parecía que habían transitado horas desde el inicio, y no hacía más que temblarle las manos de la incredulidad.

Con rápida insistencia, azotó su cuerpo para liberarse de los insectos, sobre todo de los que parecían que llegarían a su interior, aplastando sus cuerpos sobre sí misma. Impregnándose con sangre de insecto y mucosidad. Con mucho asco, sacudió todo de sí para liberarse de lo que quedaba de aquellos monstruos chupa sangre.

Al terminar de librarse de todos ellos, logró sonreír de alegría y llorar por su salvación, ¡Dios la había escuchado!. Entonando un llanto semejante al de un animal herido, procedió a ponerse de pie para bañarse en la luz sanadora de la luna, que con su toga blanca ondeando asimilaba unas alas dignas del cielo, estaba reflejando una bella aura tan bella como un ave. Dios la salvó, y ante esa alegría no hacía más que reír y llorar a la vez, agradecida de todo. Santificado sea el nombre de aquel hombre en la cruz, y purificada sea su alma, liberada sea de las cadenas de la sociedad humana. Le creían muerta, y así sería mejor para ella. Dios la había proporcionado el escape, y esta no pudo estar más agradecida. Nunca más se acercaría a otros terrenos, viviría en la lejanía de toda población, viviría en paz consigo mismo, sin cadena. La dulce naturaleza de Dios la había salvado.

Bajó la colina para irse de aquel maldito terreno, partiendo al bosque para cumplir su meta de estar en tranquilidad, vivir en la armonía de la dulce creación de Dios. Tanto era el anhelo, que las lágrimas de felicidad inundaron sus ojos, y cuando se los limpió con el reverso de la mano: pudo ver un oso delante suyo, que de un zarpaso acabó con su dulce existencia, retirando después la miel a lenguadas y la carne a mordidas, sobre todo de su rostro y piernas.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro